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Cuentos para aprender y vivir

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Academic year: 2020

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CUENTOS PARA APRENDER

Y VIVIR

G e r a r d o G. Leal Leal

uiM v'ERSI DAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN PREPARATORIA No. 2 1

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Foto: Gerardo G. Leal Leal y

Benito Alexis González González, Mirando al futuro.

G e r a r d o G u a d a l u p e Leal Leal ( C h i n a , Nuevo León, 29 de abril de 1962-2 de julio de 1998). El a u t o r de e s t a o b r a artística se destacó s i e m p r e como u n ser h u m a n o íntegro; excelente e s t u d i a n t e , m a e s t r o y e s c r i t o r . F u e p r o f e s o r por l a E s c u e l a Normal "Miguel F. Martínez", C e n t e n a r i a y Benemérita y Licenciado por la Facultad de C i e n c i a s de la C o m u n i c a c i ó n d e la U n i v e r s i d a d A u t ó n o m a d e Nuevo león.

Siendo m u y joven, este escritor participó como m i e m b r o f u n d a d o r e i n t e g r a n t e de los talleres literarios: Normaletra, F r a g u a y de la U n i v e r s i d a d de Monterrey. E n

1 9 8 6 , o b t u v o m e n c i ó n h o n o r í f i c a del p r e m i o " S i m ó n S a l a z a r M o r a " d e l a Facultad de Filosofía y Letras de la UANL p o r la s e r i e d e p o e m a s Titirimundi.

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Foto:

G e r a r Nuevo de 19' se des íntegr escrit Norm y Ben de Ci Unive

Siend como los te y de

1 9 8 6 p r e i r Facu p o r

CUENTOS PARA APRENDER

Y VIVIR

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r Foto: FONDO UANL Gerai Nueve de 19 se des íntegr e s c r i t Norm; y Bem de Ci Unive Siend' como los tal y de 1

1986, p r e m : Faculi p o r 1;

Primera Edición 2004.

Profr. y Lic. Gerardo G u a d a l u p e Leal Leal. Derechos de autoría en trámite.

Impreso en Monterrey, N.L., México. Printed in Monterrey, N.L., México. Ing. Arturo Esparza Morales

J e f e del Depto. de Imprenta Universitaria de la U.A.N.L. Portada: Yolanda M. Moreno Espinoza

J u a n a E s t h e r Leal Leal.

ÍNDICE

Presentación v Notas de c o m p r e n s i ó n vü

Divino instinto animal 15

El mayor tesoro 21 Corriendo la p e r s i a n a 4 5

Cirros i s t m e ñ o s 4 9 Otro autogol 5 3 Nacer entre niebla 57

Nubes por disipar 61 La conquista del h u m o 6 5 Algo m e quería c o n t a r 69 El débil sol de marzo 7 3 El último refugio 77

La visita 81 Para olvidar 8 5 Celebrando la vida 89

Por la pendiente del h a m b r e 9 3

Salir del t ú n e l 9 7 Café a destiempo 101 Aguas con las s o d a s 105

Reciclando la vida 109 Los lentes mágicos 113 Los p r o b l e m a s de Cinthia 117

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r.'tj.

Foto:

Géra: Nuev< de 19 se de; integi escrii Norm y Ben de Ci Univ*

Siene . como

los t a y de

1 9 8 6 p r e m Facul p o r 1

PRESENTACIÓN

Entre múltiples funciones que la Universidad Autónoma de Nuevo León cumple dentro de la sociedad,

destaca el desarrollo y la difusión del arte y la cultura.

Es por eso que la Dirección de la Escuela Preparatoria No. 21 d u r a n t e s u s veinte a ñ o s de existencia, se h a preocupado por impulsar, motivar y dar a conocer los valores artísticos y culturales de la región noreste de

n u e s t r o Estado.

La edición de este tercer libro de Gerardo Leal (China, N.L., 1962 - 1998) se enmarca dentro de las celebraciones del Vigésimo Aniversario de n u e s t r a institución y viene a completar a los libros de poemas No moriré del todo y Titirimudi publicados anteriormente por n u e s t r a Escuela.

De esta m a n e r a la Preparatoria No. 21 de la UANL continúa difundiendo la obra de Gerardo Leal y, a la vez, intenta despertar el interés por la lectura en las nuevas generaciones de universitarios y de la sociedad en general.

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fp&t-Sirva pues el presente texto como u n motivo de

celebración por nuestro 20 Aniversario, así como u n a

ocasión para externar nuestro agradecimiento a n u e s t r a s

máximas autoridades universitarias.

Foto: Ing. J o s é Antonio González Treviño

Rector de la UANL.

G e r a Nuev de 1< se de ínteg e s c r i Norrr y Ber de C Univi Siene como los ta y de 1 9 8 6 p r e m Facu] p o r ]

Dr. J e s ú s Ancer Rodríguez Secretario General de la UANL.

Dr. Ubaldo Ortiz Méndez

Secretario Académico de la UANL.

A T E N T A M E N T E

MC. JESÚS TIJERINA SALINAS

Director de la Preparatoria No. 21 de la UANL.

Notas de comprensión para acercarse al libro:

Cuentos para aprender y vivir de Gerardo Leal.

El propósito principal de las siguientes líneas es presentar

información significativa sobre la obra personal y escrita del

autor de este trabajo literario y la presente edición de esta

colección de cuentos. Para dar inicio, es importante

mencionar que Gerardo Leal (1962-1998) se destacó siempre

como un ser h u m a n o íntegro: excelente estudiante, maestro

y escritor. Fue profesor por la Escuela Normal "Miguel F.

Martínez", Centenaria y Benemérita y licenciado por la

Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad

Autónoma de Nuevo León.

Siendo muy joven, este escritor participó como miembro

fundador e integrante de los talleres literarios: Normaletra,

Fragua y de la Universidad de Monterrey. En 1986, obtuvo

mención honorífica del premio "Simón Salazar Mora" de la

Facultad de Filosofía y Letras de la UANL por la serie de

poemas Titirimundi También fue premiado en el certamen

"Magisterio en el Arte", promovido por la Secretaría de

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Foto

G e n Nua de 1 se d ínte§ e s c r Nora y Bei de C Univ Sien< comc los te y de 1986 prerr Faeu

Además se desempeñó como u n e n t u s i a s t a y convencido maestro de actividades culturales del Programa PACAEP de la Secretaría de Educación Pública y colaboró en el desarrollo de software educativo del Programa de Informática Educativa Nuevo León. Una calle de China, Nuevo León lleva s u nombre y dos escuelas primarias de Monterrey hicieron lo propio p a r a reconocer s u vocación docente.

S u obra literaria h a sido publicada en diferentes periódicos, revistas y antologías. Su primer libro postumo, No moriré del todo, selección de poemas 1979-1985, fue publicado por la

Escuela Normal "Miguel F. Martínez" y posteriormente se hizo u n a edición especial por parte de UANL, a través de la Preparatoria 21. Titirimundi, segundo libro de poemas, también fue editado por la m i s m a institución de educación media superior. La presente edición pretende continuar la tarea de preservar las aportaciones de este talentoso escritor y, de esta manera, promover el rescate de los valores de la cultura regional del noreste mexicano.

p o r Vili

4

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f

Cuentos para aprender y vivir es u n a colección de 22 textos

que fueron escritos entre 1982 y 1997. El primer cuento, Divino instinto animal fue publicado en u n a antología del

Taller Literario Normaletra de la Escuela Normal "Miguel F. Martínez". El mayor tesoro formó parte del libro Textos para

un reencuentro que fue editado en la conmemoración del

125 Aniversario de la Centenaria y Benemérita institución formadora de docentes de Nuevo León.

Gerardo Leal colaboró como investigador y escritor en el desarrollo del software educativo Historias sobre adicciones elaborado por el Programa de Informática Educativa Nuevo León en 1996. En esta publicación se presentan 17 cuentos relacionados con el tema de adicciones, dirigidos especialmente p a r a adolescentes y jóvenes mexicanos.

Corriendo la persiana, Cirros istmeños y Otro autogol t r a t a n

problemas relacionados con las bebidas alcohólicas. Nacer entre nieblas, Nubes por disipar, y La conquista del humo

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''"'•A Foto Ger< Nue^ de 1 se d< í n t e | e s c r Norr y Be: de C Univ Sien* comc

los

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198É

p r e n Facu p o r

Los inhalantes son tratados en los cuentos: Algo me tenía que contar y El débil sol de marzo. El uso de la m a r i g u a n a se

presenta en El último refugio, La visita y Para olvidar. Celebrando la vida está vinculado con la utilización de la

cocaína. Por la pendiente del hambre y Salir del túnel se refieren al a b u s o de a n f e t a m i n a s y barbitúricos. Café a destiempo y Aguas con las sodas son dos historias que no

formaron parte del software educativo mencionado pero que el autor decidió escribir p a r a dar a conocer situaciones derivadas por el consumo de cafeína. Reciclarido la vida fue u n a diversión extra, donde el escritor j u e g a con las adicciones y c u e n t a con s u s compañeros de trabajo como personajes del relato.

Los lentes mágicos y Los problemas de Cinthia son textos pedagógicos que fueron encargados al autor p a r a utilizarse en cursos de capacitación p a r a maestros sobre estrategias didácticas en la enseñanza de las matemáticas. El último de esta serie de cuentos, Un lugar para el desencanto, es probablemente u n o de los escritos realizado meses antes de s u fatal accidente, posiblemente redactado en 1997.

Cabe mencionar que el autor de esta colección de cuentos, como escritor prolífico, logró seducir al lenguaje, desde las rimas m á s sencillas h a s t a el soneto; desde la inquietante poesía h a s t a la m á s limpia de las prosas. El lector de este libro se e n c u e n t r a frente a u n escritor que como: J a m e s Joyce, Michael Ende, Virginia Wolf o Marguerite Yourcenar incursionan en el relato como u n a forma p a r a asomarse a las interioridades, ficticias o reales, del ser h u m a n o . E n la tradición m á s latinoamericana de J u a n Rulfo y Augusto Monterroso, e n c u e n t r a la brevedad en el decir y la profundidad en la comprensión de lo expresado.

La transición entre la poesía, a través del cuento, dirigida hacia la narrativa y, enfocada particularmente al teatro puede encontrarse en u n a lectura minuciosa de esta colección de cuentos. La pasión de Gerardo Leal, como se puede constatar mediante el análisis de esta selección de textos y los comentarios de los expertos que conocen s u obra: entre ellos, Carmen Alardín y Santos Garza, estaba inclinada hacia la incursión en el teatro. Existe u n a farsa inédita que valdría la pena publicarla.

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y .-'i Fot Gei Nu< de se c inte e s c NoJ y B( de i Uni Sier com los t y dí

1 9 8 p r e i Fací p o r

Gerardo Leal definía s u inquietud literaria de la siguiente manera: "Es así como escribo, para alumbrar caminos y encender los mares y los cielos de la realidad y la ficción;

pero, ante todo, para trasmitirle, lector lo que yo siento". Las

aportaciones literarias y la calidad de vida de Gerardo Leal deben servir para impulsar a los niños, jóvenes, adultos y ancianos: estudiantes, escritores, b u s c a d o r e s del e n s u e ñ o y de la inspiración para expresar s u s ideas y ser portadores del cambio y el mejoramiento de la sociedad en que se habita.

En el contexto de u n predominante malestar en la cultura y la civilización del Siglo XXI, esta colección de cuentos se inscribe como u n a propuesta de cuestionamientos personales y colectivos, plena en valores literarios y pedagógicos que invitan hacia u n a reflexión profunda. En todos los textos de esta edición se puede: describir, explicar y comprender los componentes que construyen la condición

h u m a n a .

La alineación, la enajenación y otras formas en que a c t ú a n las representaciones sociales son elementos que se ponen de manifiesto para continuar con la lucha individual y social que se requiere librar frente a los procesos de globalización que afectan al m u n d o entero y el contexto local que se vive en la actualidad.

Con esta publicación, el compromiso moral de quienes valoran la aportación artística de este autor, se mantiene presente: continuar difundiendo su obra. La a p u e s t a de este trabajo editorial es que existan lectores p e n s a n t e s que logren e n t r a r al s u b m u n d o de la construcción de ilusiones, mediante la comprensión de los cuentos para aspirar a transformar la realidad y que esta experiencia se p u e d a compartir con los semejantes. Cuentos para aprender y vivir resulta ser u n pretexto p a r a acercarse al trabajo literario de u n eterno joven escritor; y, de esta m a n e r a , poder aproximarnos u n poco, hacia cada u n o de Nosotros.

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DIVINO INSTINTO ANIMAL

El patio de mi casa es como m u c h o s otros patios de provincia, pero encierra p a r a mí u n encanto diferente. Es amplio y está rodeado de u n a b a r d a alta, muy alta. Entre s u s maravillas tiene u n imponente nogal, u n aljibe, dos lavaderos de piedra; u n cuarto de m a d e r a lleno de triques, rodeado de lajas, tierra y nueces; tres pilas, y, además, u n a graciosa banquetita en forma de cruz que d u r a n t e m u c h o s años fue jardín y rincón preferido de mi abuela. Además dan fruto los n a r a n j o s , las moras y los limoneros; sombra los fresnos, el huizache, la coma y el olivo; y adorno el zuche, la capa de rey y las enredaderas. Si echo u n vistazo al pasado, recuerdo que h u b o papayos, durazneros, granados, lirios, claveles y h a s t a cacahuates; u n a hermosa j a c a r a n d a que c u a n d o echaba flores me e n c a n t a b a - e r a mi árbol favorito-, dos m a j e s t u o s o s sauces, u n a higuera, u n a parra, u n canelón, u n platanero y varios aguacates. Tan exuberante fue en u n tiempo que u n o s parientes lejanos lo llamaron "la selva" y u n a m o n j a lo nombró "pequeño paraíso terrenal".

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r\ Fo Ge Nu de se ínt esc No: yE de Un Sie cor los y d 194

p r e

Fac

poi

A veces le b r o t a b a n hierbas malas como el quelite, pero en otras ocasiones lo vestía u n a alfombra de zacate, hoy ni lo u n o ni lo otro.

En cuanto a animales, actualmente lo alegran tres caninos: u n pekinés, u n sabueso y u n c h i h u a h u a , pero han pasado por él m á s de diez razas, a m é n de otros animales domésticos que vivieron en corrales: u n becerro, u n venado, borregos, chivas, cerdos, gallinas, patos, pavos y conejos, esos adorables conejos que fueron mi delirio a mis once años, y gatos también. Además h u b o distinguidos visitantes; las a b e j a s que n o s b r i n d a r o n miel por mucho tiempo; las caracolas que a n u n c i a b a n torrenciales lluvias; las tortugas, víboras, sapos, r a n a s , mariposas y otros bichos. Hoy sólo lo visitan carpinteros, gorriones, codornices y u n a exagerada cantidad de urracas.

Sin embargo, siempre h a n estado allí, en mi hermoso patio, u n o s animalitos singulares: l a s hormigas, y de varias razas. Con las que yo j u g a b a eran u n a s hormigas grandes, de color negro, que vivían en u n ingenioso hormiguero.

Sí, de niño yo p a s a b a h o r a s observándolas, entreteniéndome con ellas al hacerles travesuras; les t a p a b a y les d e s t a p a b a la entrada; les quitaba la m i n ú s c u l a carga; las hacía pelear -contadas veces-; les echaba agua; las alejaba de su guarida, a ver si se perdían; y t a n t a s otras cosas más, que a veces se enojaban.

Pasó el tiempo, dejé de frecuentar el hormiguero, h a s t a que, hace a p e n a s u n o s días, sucedió u n hecho sin precedente. El patio de mi c a s a había sido motivo de m u c h a s historias, anécdotas, juegos de infancia, reuniones familiares, acontecimientos gratos y sucesos raros, pero lo que pasó en aquellos días fue inimaginable y h a s t a cierto punto, conmovedor. Yo ya tenía diecinueve a ñ o s y me seguía a d e n t r a n d o en mi patio, pero ya no p a r a jugar, sino para inspirarme, p a r a p e n s a r y recrearme en ese encanto eterno. Y u n a tarde se m e ocurrió visitar el hormiguero, corrí hacia él y ahí las encontré, alocadas, t r a b a j a n d o por sobrevivir, p u e s eran t a n t a s . Me quedé extasiado y en ese momento recordé mis travesuras infantiles. De pronto, no sé que extraña y d i s p a r a t a d a idea me invadió, que tomé u n a piedra cercana y la coloqué sobre la entrada.

(14)

WA Fo Ge Nu de se ínt esc No yE de Un Sie cor los y d 19; pre Fac

La piedra era plana, casi redonda, con u n diámetro superior a los diez centímetros. Las hormigas que se quedaron a f u e r a se extrañaron y comenzaron a rodear la piedra, a treparse sobre ella y a moverse a p r e s u r a d a s en todas direcciones sin saber qué hacer, y las de adentro, no sé qué suerte enfrentarían. Por mi parte, yo me retiré y entré a la casa, p e n s a n d o en regresar p a r a quitar la piedra.

Encendí el televisor y ya no s u p e m á s . Por la ventana observé que los árboles eran despeinados por el viento y sentí frescura, luego, olor a h u m e d a d . Me pareció raro y abrí la puerta, estaba nublado, comenzó a llover. Voló el tiempo y casi anochecía, la lluvia tornóse en aguacero. Al día siguiente la lluvia continuó y recibí u n a invitación para p a s a r el fin de s e m a n a en u n a ciudad u n tanto cerca de mi pueblo. No recordé a las hormigas.

El sábado fue húmedo, pero el domingo amaneció dorado y fue entonces, j u s t o cuando regresaba a mi casa, que recordé al hormiguero. Primero u n temor, luego un remordimiento me sobresaltaron. ¿Cómo fui capaz de convertirme en autor de u n a m a s a c r e insecticida? Y por si fuera poco, u n aguacero acentuó la fechoría.

poi 18

S

El sol brillaba. Al llegar a mi casa, lo primero que hice fue correr al patio, estaba casi inundado. Tuve que quitarme los zapatos y subir mi pantalón a las rodillas p a r a poder cruzarlo. ¿Por qué acudía si todo estaba ya consumado? Obedecía a u n impulso extraordinario el querer saber lo que pasó con las hormigas. Ya e s t a b a cerca, cuando vi la piedra sobre el pequeño promontorio

estratégica vivienda- rodeado de agua. Y m e detuve, la sorpresa fue m a y ú s c u l a al ver que había hormigas. Sí, ¡ahí estaban!, recogiendo briznas y ramitas, parecían limpiar s u patio, que sólo era u n fragmento del mío. Entonces, me acerqué y lo d e m á s a p e n a s puede ser descrito: en u n a orilla de la ovoide piedra, pude observar u n agujero, era u n a p u e r t a nueva por donde e n t r a b a n y salían las obreras.

Reflexioné, me dije que el instinto animal era supremo, loable y admirable. Después pensé que era la l u c h a de supervivencia y que el deseo de u n a sociedad por lograr u n a meta j a m á s sería frustrado por algún obstáculo, por grande que fuera. Recordé que u n pueblo unido j a m á s

será vencido.

(15)

m

Fe G Ni de se ini es Nc y í de Ur

Ante tal espectáculo, suspiré y miré hacia el cielo, otra nueva maravilla descubrí: u n a enorme n u b e blanca tenía la m i s m a forma de la piedra y alrededor de ella, pequeñas nubecillas a las hormigas copiaban. Parecía que el cielo retrataba el hecho p a r a guardarlo después en el archivo de los milagros naturales. Todo esto me habló de u n poder divino trasmitido a los seres de la Tierra p a r a ser mejores, iguales e invencibles. El sol m e salpicó de luz y u n a pregunta quedó en el aire suspendida: ¿por qué las h u m a n a s sociedades no aprovechan el divino instinto que gobierna a p l a n t a s y animales?

Sie coi los y c 19 pr< Fa< po:

EL MAYOR TESORO

Ahora que su esposo había muerto, Esthela sentía que se le encogía el corazón, como se encoge u n resorte c u a n d o recibe el peso de u n objeto. Parecía que le faltaba el aire y que no podía ordenar el carrusel de pensamientos que p a s a b a por su mente.

Era injusto, pensaba, que Manuel muriera repentinamente, cuando gozaba de fortaleza física y b u e n a salud. Por qué tenía que morir dejándola con tres hijos jóvenes, en plena preparación profesional. Por qué dejarla a ella con t a n grande responsabilidad y con bienes que no sabía cómo manejar. Había sido u n a esposa modelo, dedicada al hogar y a las reuniones sociales y alejada de los negocios de su

marido. Creía que el peso de esta pena la aplastaba. Absorta, a p e n a s distinguió la voz que la llamaba.

-Esthela, te traje u n té. -Gracias Amparo

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m

Fe G Ni de se ini es Nc y í de Ur

Ante tal espectáculo, suspiré y miré hacia el cielo, otra nueva maravilla descubrí: u n a enorme n u b e blanca tenía la m i s m a forma de la piedra y alrededor de ella, pequeñas nubecillas a las hormigas copiaban. Parecía que el cielo retrataba el hecho p a r a guardarlo después en el archivo de los milagros naturales. Todo esto me habló de u n poder divino trasmitido a los seres de la Tierra p a r a ser mejores, iguales e invencibles. El sol m e salpicó de luz y u n a pregunta quedó en el aire suspendida: ¿por qué las h u m a n a s sociedades no aprovechan el divino instinto que gobierna a p l a n t a s y animales?

Sie coi los y c 19 pr< Fa< po:

EL MAYOR TESORO

Ahora que su esposo había muerto, Esthela sentía que se le encogía el corazón, como se encoge u n resorte c u a n d o recibe el peso de u n objeto. Parecía que le faltaba el aire y que no podía ordenar el carrusel de pensamientos que p a s a b a por su mente.

Era injusto, pensaba, que Manuel muriera repentinamente, cuando gozaba de fortaleza física y b u e n a salud. Por qué tenía que morir dejándola con tres hijos jóvenes, en plena preparación profesional. Por qué dejarla a ella con t a n grande responsabilidad y con bienes que no sabía cómo manejar. Había sido u n a esposa modelo, dedicada al hogar y a las reuniones sociales y alejada de los negocios de su

marido. Creía que el peso de esta pena la aplastaba. Absorta, a p e n a s distinguió la voz que la llamaba.

-Esthela, te traje u n té. -Gracias Amparo

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Le dio u n sorbo y el sabor de la manzanilla diluyó sus amargos pensamientos, poniendo al fin s u mente en otra cosa:

-¿Ya se fueron todos?

-Sí, y ya ves que vino poca gente; tal vez porque fue el F( último rosario - c o m e n t ó Amparo.

-¿Hablaste con el Padre Néstor, p a r a lo del triduo?

Gi -Sí Esthela, el martes es la primera misa. Ya Ni descansa, Manuel se fue pero la vida tiene que seguir. d e No pienses en el futuro.

se

ín

es

Nc

Amparo decía esas palabras porque ella vivía en u n presente eterno. El p a s a d o lo dejaba volar, como se suelta a u n y ] canario de s u j a u l a y del f u t u r o no tenía ni idea de lo que de era, para ella era como encender la televisión p a r a ver qué

hay. Ui

Si<

co los

Después de decirle b u e n a s noches a s u h e r m a n a , Amparo salió al patio y se dirigió a su casa, la casa antigua que fue y ( de s u s p a d r e s y abuelos y que le correspondía habitar a ella

19 por ser la única soltera de la familia. p n

F a

p o

Al casarse Esthela, Manuel le construyó u n a c a s a j u n t o a la de s u s suegros, quedando el patio compartido; ese inmenso patio poblado de n a r a n j o s , higueras y nogales como todos los patios de S a n Alberto y que en aquella noche de agosto se salpicaba de luciérnagas.

Los otros hermanos, Federico y Carlos, vivían en Monterrey y sólo h a b í a n venido al entierro de su c u ñ a d o sin prolongar

su estancia, porque tenían que trabajar.

Amparo abrió hacia a f u e r a la p u e r t a de tela y empujó las dos hojas de la otra antigua puerta de mezquite, que conducía a la sala. Ya en s u recámara se quedó p r o f u n d a m e n t e dormida. La que no podía dormir era Esthela, recordando u n a de las frases de Amparo: "No pienses en el futuro": Cómo se atrevía a decirle eso, c u a n d o quedaba viuda y con tres hijos estudiando en Monterrey. ¡Qué desconsiderada! Ella tenía que asegurarlos, verlos casados y con hijos, pero esta viudez la h a b í a tomado por sorpresa y la angustiaba.

(18)

Precisamente, lo que m á s le preocupaba era el futuro. De pronto, Esthela absolvió a Amparo: "Ella está soltera y no tiene de qué preocuparse", pensó. En eso estaba cuando apareció s u hija Claudia, quien le habló con voz cansada: -Ya acuéstate mamá, es tarde.

F, G N d se ín es i y de U: Si cc lo: y ii pr Fe

La tarde del día siguiente, Esthela despedía a s u s hijos que abordaban el shadow azul modelo 92 que les había comprado Manuel. La tía Amparo les entregaba u n rollo de carne seca y tortillas de h a r i n a que había preparado ella misma con tanto esmero.

Esthela y Amparo empequeñecían a n t e los ojos de Claudia, que volteaba al decirles adiós desde el asiento trasero del carro que m a n e j a b a Felipe, el h e r m a n o mayor, y que se alejaba ante el desenfado de Jorge, el copiloto. Mañana iniciarían otro semestre m á s .

Ya dentro de la casa, Amparo preguntó:

-¿Cómo te sientes?

24 pe

-Mejor -dijo Esthela con cierta convicción- Ven, vamos a la cocina; mientras n o s tomamos u n café, quiero contarte algo que se m e h a ocurrido.

Bajo el t e n u e sonido del abanico de techo Esthela le recordó a Amparo aquella vieja historia que s u m a d r e les había contado cuando niñas: "Durante la revolución, m a m á Aurelia enterró algo en el patio, n u n c a supimos si fueron joyas, m o n e d a s o qué.

Lo único que decía era que lo h a b í a enterrado j u n t o a la parra y que era s u mayor tesoro, que no quería exponerlo al pillaje de los revolucionarios". Pero ni Amparo ni Esthela conocieron j a m á s en qué lugar había estado la parra, p u e s para cuando nacieron ya no h a b í a ninguna.

Amparo no m o s t r a b a interés en el tema y Esthela insistía en recuperar ese tesoro perdido.

-Pero Esthela, no tienes que a n d a r b u s c a n d o n a d a . Tienes suficiente dinero p a r a que vivan t ú y t u s hijos.

(19)

r

-Mira Amparo, ya lo pensé bien, voy a vender el rancho porque no sé cómo administrarlo. Tampoco quiero que mis hijos regresen al pueblo d e s p u é s de haber estudiado en el Tec. G N d< se ín es N y d( U: Si ce lo: y 1< p i FÊ

La discusión siguió y Amparo no tuvo m á s remedio que aceptar la curiosidad de s u h e r m a n a . Además, era lo que e s t a b a p a s a n d o en ese momento y tenía que vivirlo. Esthela siguió reconstruyendo el p a s a d o a fuerza de s u memoria y s u interés creció de modo que al siguiente día fue a la casa m a t e r n a a revisar todo el patrimonio documental de sus ancestros. Amparo tenía u n a c a s t a ñ a llena de fotografías, cartas y algunos otros recuerdos, que sólo abría u n a vez al año p a r a sacudir o revisar que no tuviera polilla. Después de remover algunos restos de alcanfor, Esthela vio todas las fotografías y leyó cartas, escrituras de terrenos y hasta libros de contabilidad en b u s c a de algún indicio. Pero nada encontró, no vio n i n g u n a parra en las fotos t o m a d a s en el patio ni leyó algo sobre algún tesoro escondido.

pe 26

-Debe estar enterrado cerca de esta casa, no creo que la abuela lo haya escondido en el fondo del patio; porque a d e m á s no h a b í a b a r d a de piedra, sino u n a empalizada y podían haberla visto -le comentaba a Amparo con habilidad deductiva.

-Tal vez -contestó escéptica Amparo.

-Además, no creo que haya escarbado t a n hondo por ser mujer.

-¡Ay Esthela! - s u s p i r ó amparo.

Y Esthela terminó por llevarse la c a s t a ñ a a su c a s a para revisar todo con m á s calma. Era como a r m a r u n rompecabezas, pero con la desgracia de que faltaba la pieza clave.

El sábado siguiente, al llegar de Monterrey Felipe, Claudia y Jorge se sorprendieron de ver la gran cantidad de pozos y montones de tierra que había por casi todo el patio.

-¡Conejos!

-¿Explotó alguna tubería?

(20)

Exponían s u s conjeturas los tres, cuando s u m a d r e les advirtió:

-¡Calma, muchachos! Yo les explicaré todo.

Y fue d u r a n t e la comida cuando Esthela les contó lo del tesoro de su abuela, exponiendo los motivos por los que había llegado a realizar semejante estropicio.

-Mamá, pero parece que cayeron misiles -dijo Claudia. -¡No seas exagerada! - g r u ñ ó Jorge.

s il e Á y d u s Cl le y i p F; P1

La tía Amparo, que había comido con ellos, solicitó comprensión p a r a s u h e r m a n a . Poco a poco los hijos se fueron involucrando en el asunto, menos Felipe, quien estaba t a n enamorado como para atender historias anticuarías. Por eso mejor los dejó hablando y se fue a llamar por teléfono a su novia. La plática terminó en el patio, t r a t a n d o de adivinar dónde estaba la parra.

-Yo creo que esa planta, por no ser de la región, requería de especial cuidado y debía haber estado cerca de la casa

-señalaba Claudia, la f u t u r a bióloga.

Lo mejor será que compremos u n detector de metales -comentó Jorge, el preparatoriano y agregó-. Podemos ir a Me. Alien m a ñ a n a .

-Yo no me atrevería a salir a ú n - a n u n c i ó Esthela señalando su vestido negro.

-No se impacienten, podrán ir con m á s calma la próxima semana -observó la tía Amparo.

Siguieron platicando y llegaron a la conclusión de que había que emparejar la tierra, p u e s qué diría algún visitante si llegara a asomarse hacia el patio. De pronto, por la mente de Claudia cruzó u n brillante recuerdo.

-¡Ya sé! Mamá t ú me contaste hace m u c h o que c u a n d o el tío Carlos era niño, había visto u n a lumbre.

-¿Y eso qué? - p r e g u n t ó el ignorante de Jorge.

-¡Ay, p u e s cuando alguien ve fuegos extraños, es que hay dinero enterrado! -enfatizó Claudia.

-Pues yo no sabía - s e disculpó Jorge -A eso le llaman relaciones -dijo Esthela.

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-¡Mucho cine! -sonrió Claudia y agregó-. Mamá, lo mejor será que, con cierto disimulo, le hables al tío Carlos para que te diga dónde vio la lumbre; sirve que descuelgues a Felipe porque si no vas a ver cómo te llega el recibo.

Ya con el patio en orden, a la s e m a n a siguiente, ni el tío Carlos se acordaba de h a b e r visto u n a lumbre ni el aparato detectó tesoro alguno. Esthela, al borde de la obsesión, les contó a todos que había soñado a s u s padres, a la abuela Aurelia, a s u s tíos, primos y d e m á s familiares fallecidos. Les dijo que u n tío Fernando, que había terminado s u s días en Chicago, le platicó en s u e ñ o s que la abuela había e enterrado varios lingotes de oro, de los que a b u n d a b a n en K aquellos tiempos. Y esto podía ser posible, suponía Esthela, y ya que el bisabuelo, Don J o s é Méndez y Ortega, había sido d

u n terrateniente m u y acaudalado de la región. u

S Por su parte, Claudia suponía que la abuela Aurelia tenía c< que haber enterrado objetos de u s o personal, ya que lo lc llamaba "el mayor tesoro".

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Además, revisando u n a s fotografías, observó que la abuela Aurelia portaba aretes, pulseras, anillos y dijes de oro que nadie había heredado. Tenía que ser eso.

Jorge, en cambio, s o ñ a b a con centenarios o monedas antiguas. No desechaba la posibilidad de que f u e r a n dólares del siglo pasado.

Cuando el detector de metales descubrió corcholatas, clavos enmohecidos y restos de alambres, el equipo investigador llegó a la conclusión de que se t r a t a b a de u n pesado b a ú l de m a d e r a o de u n a gran tinaja de barro; ambos, gruesos objetos que no dejaban p a s a r la detección. Sólo la tía Amparo, que no le interesaba ni el f u t u r o ni el pasado y Felipe, que vivía el momento, no participaron en las indagaciones.

Ya habían p a s a d o dos meses y el famoso tesoro no aparecía. Nadie recordaba la parra y ninguna hipótesis era lo suficientemente fuerte como para cavar u n hoyo en tal o cual lugar.

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Sin embargo, el a s u n t o llevó a Esthela, Claudia y Jorge a conocer las raíces de s u familia. Gracias al hijo del alcalde, que era amigo de Jorge y que tenía acceso a los archivos del Registro Civil, así como a la colaboración del Padre Néstor, el equipo investigador logró reunir copias de m á s de I sesenta documentos, tales como fe de bautizos y actas de

nacimiento y defunción de s u laberíntico árbol genealógico ( cuya información llegó h a s t a seis generaciones atrás. A la r documentación oficial, se agregó u n a interesante serie de ( acontecimientos familiares dados a conocer por la gente más s antigua de S a n Alberto.

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A pesar de no saber a ú n n a d a del tesoro, la familia se divertía con los asombrosos d a t o s que arrojaba su 3j

d investigación, t

Por ejemplo, se enteraron de que el tío abuelo Pablo, d e s p u é s de los setenta a ñ o s empezó a dormir y dormir, que c

sólo se levantaba p a r a tomar s u s alimentos y despejarse un y poco, h a s t a que fue perdiendo la memoria.

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También tuvieron noticia de u n a prima Mónica, que había huido del pueblo con u n francés y j a m á s se volvió a saber de ella. Supieron a d e m á s del pariente Artemio, que tenía la extraña facultad de encontrar objetos perdidos, por m á s difíciles que fueran, ¡ay, si a ú n viviera! y conocieron m u c h a s otras cosas, excepto el contenido del mayor tesoro de la abuela y el sitio donde lo enterró.

Casi todo el pueblo se enteró del inusitado interés de la familia Rodríguez por conocer s u pasado, desconociendo desde luego, las intenciones de la investigación. Algunos pensaron que se t r a t a b a de u n trabajo escolar de Jorge; o que la tía Amparo, como no tenía oficio ni beneficio, escribiría u n a novela histórica. Las malas lenguas llegaron a decir que Doña Esthela se estaba volviendo loca, que después de la muerte de su marido ya no vivía el presente y que s u voz, modales y h a s t a forma de caminar se e s t a b a n pareciendo cada vez m á s a los de la lejana Aurelia, cuyo porte y distinción todavía recordaban.

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Realmente Esthela ya no era la misma de antes, la que j u g a b a lotería con las amigas, la que asistía a eventos

políticos, sociales o de beneficencia. Una de las cosas que conservó f u e la de asistir asiduamente a la iglesia, pero entre las c o s a s que adoptó, fue s u gusto por lo antiguo que reflejó en la decoración de s u casa y en s u vestuario personal. El día de muertos hizo u n altar t a n grande, que ocupó la mitad de la sala de su casa, de pared a pared. Esta c o s t u m b r e no está arraigada en Nuevo León, pero Doña Esthela -doctora honoris c a u s a en cuestiones históricas- tomó los elementos culturales de la región para hacer s u altar. Lo adornó con rosas, crisantemos, azucenas y lo que p u d o encontrar en s u jardín; velas y veladoras; higos, nueces, n a r a n j a s y m a n d a r i n a s ; algunos relojes, mancuernillas, monedas y llaves antiguas; fritada, machaca, tortillas de harina, calabaza en t a c h a y dulces de leche, así como otras delicias que a fuerza logró que Amparo preparara. Todo esto estaba intercalado por fotografías a color, blanco y negro y en sepia de todos los difuntos.

Al centro, el rostro de Manuel, y arriba, coronando la gran obra artesanal, la imagen de la abuela cuando se casó, como reconocimiento a quien ahora inspiraba s u s acciones.

Le había gustado tanto el altar, que lo dejó quince días más, de la fecha, y lo hubiese dejado más, de n o ser por el incidente que pasó. Una tarde de sábado estaba contemplando su obra, cuando Jorge interrumpió su embeleso.

-¡Mamá, se me h a ocurrido u n a idea! -¿Sí, hijo?

-¿Por qué no contratamos u n a médium p a r a que se comunique con la abuela?

-¡Dios nos libre! -se espantó E s t h e l a j u n t a n d o s u s manos. -¿Por qué no, m a m á ?

-Eso no está bien, además, si se enterara el Padre Néstor... -No tiene porqué saberlo -declaró Jorge.

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Bastó esa pequeña d u d a en el e n m a r a ñ a d o intelecto de Esthela p a r a que el cuadro de la abuela vibrara, oscilara y se desplomara a r r a s a n d o ofrendas a su paso y cayendo a los pies de Esthela, quien gritó:

-¡Aaaaaaah!

Jorge se a s u s t ó también, m a s a r m á n d o s e de valor confortó a s u madre:

-No fue nada, m a m á .

-¿Cómo que no? ¡Fue tu sacrilega idea! -vociferó Esthela. -Mamá, por favor -suplicó Jorge recogiendo los añicos de

m a d e r a y cristal.

Sólo el papel del retrato y el doble cartón que lo protegía permanecieron intactos: Jorge los colocó en el último nivel de u n rinconero, haciendo a u n lado u n o s adornos. Esa m i s m a tarde, Esthela desmontó el altar.

Era ya el tiempo de las p o s a d a s y los muchachos, de vacaciones en S a n Alberto, recibieron con beneplácito la

noticia de que s u m a d r e había sido nombrada cronista municipal.

Esthela no sólo conocía el pasado de s u familia, sino que manejaba con gran habilidad mnemotécnica datos, fechas, acontecimientos, vida, obra, santo y seña de todo el pueblo. Su conversación era de lo m á s agradable, m a s no s u apariencia, que, e m p e ñ a d a en el ayer, se aproximaba a la de u n f a n t a s m a porfirista.

Fue entonces c u a n d o dio con el paradero de Perpetua, u n a vieja sirvienta de la familia que de n i ñ a había trabajado p a r a

la abuela.

-Perpetua tiene que saber dónde estuvo la parra! -dijo olímpicamente s u familia.

-No p e n s a r á s ira a Las Anacuas -comentó Amparo. -Ese rancho no está lejos. ¿Me llevas, Jorge? -Sí, m a m á .

-Yo también voy - s e a p u n t ó Claudia.

La octogenaria Perpetua ya estaba ciega pero oía m u y bien. Ni de chiste pensó que u n a nieta de Doña Aurelia la visitaría y menos que le llevaría regalos.

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Esthela justificó s u visita a r g u m e n t a n d o que, ahora que conocía el pasado de s u s parientes, estaba agradecida con todas las personas que h a b í a n sido importantes en su vida, especialmente en la de s u abuela materna. La a s t u t a charla de la cronista condujo a Perpetua por u n complicado laberinto de recuerdos que desembocó en la anhelada parra.

-Si me acuerdo, daba u n a s u v a s chiquitas pero muy sabrosas- dijo Perpetua con voz de c a m p a n a y agregó-. Se secó en la helada del 32 y después pusieron u n lavadero.

Era todo lo que los Rodríguez necesitaban saber. Levemente emocionada, pero sin perder los estribos, Esthela continuó la plática u n rato más, como despiste y anunció su partida. El único temor era que quienes hicieron el lavadero, hubiesen hallado el tesoro.

Mientras tanto, en San Alberto, Amparo y Felipe se reían de su descubrimiento.

Cuando al fin Amparo reparó en el retrato de la abuela olvidado en el rinconero y decidió guardarlo en la c a s t a ñ a que ahora era de Esthela, u n sobre amarillento salió de entre los dos cartones que estaban debajo del retrato. Felipe lo recogió, lo abrió y j u n t o con s u tía leyó la a d o r n a d a caligrafía color sepia de u n a carta escrita por Doña Aurelia. La misiva estaba dirigida a quien la encontrara y u n o de s u s párrafos daría pistas interesantes a quienes a ú n no volvían de Las Anacuas:

"Estoy agradecida con todo lo que he vivido. Todos mis deseos se h a n cumplido. He tenido m u c h a s cosas, pero mi mayor tesoro lo enterré en el patio, j u n t o a la parra, p a r a que los bandidos no se lo llevaran. Ya no lo quise sacar, porque a mis hijos a lo mejor no les sirve o lo reparten por ahí, pero si usted que está leyendo ésta carta quiere buscarlo, lo único que le pido es que lo siga conservando.

Sólo cuente seis pasos de la p u e r t a de la cocina, derechito y ahí está".

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-Fíjate Felipe, y h a b e r ido h a s t a Las A n a c u a s -observó Amparo.

-¡Qué bárbaros!

Cuando la tropa irrumpió en la sala, Amparo extendió su brazo derecho a Esthela, entregándole sonriente el sobre.

-No quiero saber de cobros, vamos a la c a s a vieja -espetó Esthela.

Felipe soltó u n a estruendosa carcajada y A m p a r o tuvo que detener su brazo derecho a Esthela, entregándole sonriente el sobre.

Los tres cruzaban el amplio patio de n a r a n j o s , higueras y nogales porque Claudia y Jorge ya e s t a b a n con pico y pala j u n t o al lavadero.

-Dicen que algunas cosas enterradas se m u e v e n d e lugar-comentó Jorge ingenuamente.

-Pues cuando abramos el b a ú l o lo que sea, h a y que tener cuidado. No sé donde leí que las m o n e d a s enterradas m u c h o tiempo, desprenden gases q u e pueden matarnos- expuso Claudia.

-¡Esperen, hay que contar seis p a s o s desde la puerta! -ordenó Esthela.

Y mientras escarbaban, les leyó la carta en voz alta y rectificaron el lugar, que afortunadamente, no estaba debajo del lavadero. Felipe tuvo que ayudarles a sacar el baúl, pero inmediatamente se alejó hacia el nogal m á s cercano, donde estaba la tía Amparo.

Esthela proveyó a Claudia y a Jorge de tapabocas, g u a n t e s y lentes de buceo que habían comprado en Me.Alien.

Al abrir el carcomido baúl se toparon con u n a antigua maleta, ésta contenía a su vez u n cajón de m a d e r a para guardar joyas. Temblando, Claudia lo abrió y encontró u n pequeño cofre rectangular de concha nácar. Felipe y Amparo sonreían a n t e del desconcierto de los demás. ¿Qué podía contener ese pequeño cofre que la abuela llamara "el mayor tesoro"?

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Esthela, con desilusión ya, retiró la t a p a del cofre y descubrió u n a veintena de sobres color perla. Los oprimió contra su pecho y sin decir n a d a , pero a p r e t a n d o los dientes, caminó hacia s u casa, seguida por los d e m á s . La silente fila llegó h a s t a la sala y sin más, comenzaron a leer las cartas. Se t r a t a b a de la secreta comunicación establecida por la abuela Aurelia y s u esposo a n t e s de casarse y d u r a n t e los dos a ñ o s que éste h a b í a p a s a d o en Nuevo México, atendiendo negocios de ganadería. Las cartas contenían u n a historia de amor llena de e s p i n a s que al final triunfó.

Cuando terminaron de leer, Felipe bendijo a Alexander Graham Bell por la invención del teléfono. Amparo no habló, pero recordó s u añejo amor platónico por un campesino que había trabajado p a r a s u familia; ahora a m a b a la vida tal como se le p r e s e n t a b a . Felipe y Amparo siempre habían distinguido la calidad de todos los tesoros y comprobaban ahora cuál era el mayor.

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Claudia y Jorge se rieron por todo lo que h a b í a n pasado desde que comenzaron la aventura.

Y Esthela sintió s u corazón como u n resorte liberado de pesos y opresiones. Volvió a ser la misma de antes, vistió a la moda y jugó lotería con sus amigas. Administró s u rancho y otros negocios. Vio a s u s hijos casados y con hijos. Pero u n día, sin que nadie la viera, enterró algo j u n t o al único granado de s u patio y escribió u n a carta, que colocó con cuidado entre el doble cartón de s u retrato de novia.

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CORRIENDO LA PERSIANA

Todo parecía indicar que la fiesta sería muy divertida. Los jóvenes de la prepa celebrarían u n fin de semestre m á s .

Como siempre sucede, los m u c h a c h o s se organizaron: Claudia propuso ser la anfitriona; los d e m á s traerían la botana, la cena y, sin faltar, la bebida. En las reuniones anteriores nadie se h a b í a emborrachado, por lo tanto, u n poco de alcohol - p e n s a b a n - resultaría inofensivo.

Los jóvenes fueron llegando a la casa de Claudia y empezaron con juegos y baile. El ambiente era de compañerismo y alegría.

E d u a r d o estaba en s u casa viendo u n partido de béisbol. Su m a d r e entró al cuarto y le preguntó:

-Hijo, ¿Por qué no corres la persiana?

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-Tu padre y yo vamos a salir. Si vas a la fiesta, cierra bien la casa y m a n e j a con cuidado.

-No te preocupes, m a m á .

Cuando Eduardo se aseguró de que s u s padres se h a b í a n retirado, fue al depósito de la esquina y compró unas cervezas para tomárselas en l a s últimas e n t r a d a s del juego.

Mientras tanto, en casa de Claudia, s u s padres colaboraban con ella para ayudarle a ser b u e n a anfitriona, les a g r a d a b a ver cómo se divertían los m u c h a c h o s en un ambiente sano y ordenado.

Eduardo llegó tarde, pero parecía el m á s contento de todos porque cantaba y reía. S u s compañeros notaron que ya a n d a b a medio mareado. El m u c h a c h o se preparaba u n a s "cubas" y las tomaba con rapidez. De pronto entró en u n a charla muy interesante con tres de s u s compañeros: Los trabajos de la mesa directiva de s u escuela, el próximo torneo de futbolito y el baile de fin de cursos.

-No hicieron n a d a en todo el año -declaró Eduardo.

-¿Cómo que no? Lo que p a s a es que t ú n u n c a participas en n a d a - c o m e n t ó Héctor.

-¿Qué te traes? gritó Eduardo.

La m ú s i c a n o permitía e s c u c h a r lo que decían los muchachos, h a s t a que s u s voces fueron a u m e n t a n d o de volumen. La plática se acaloró. Eduardo empezó a gritar y

a golpear a Héctor en la cara, quien perdió el equilibrio y cayó.

Entre varios detuvieron a Eduardo y lo sacaron de la casa. Ya en la calle, hablaron con él y trataron de hacerlo entrar en razón, m i e n t r a s otros atendían adentro al joven golpeado.

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Eduardo se molestó por los consejos que le daban y subió al auto que le prestó s u papá; algunos quisieron acompañarlo, evitar que m a n e j a r a , pero él no accedió; arrancó en s u coche estrepitosamente y se alejó a u m e n t a n d o la velocidad. Aquélla f u e u n a noche amarga, la decepción se reflejó en los r o s t r o s de todos. La fiesta terminó mal por u n a discusión q u e no valía la pena.

Dos semestres p a s a r o n y llegó la graduación; la mayoría de los m u c h a c h o s alcanzaron la meta, con la esperanza de ingresar a la facultad de s u elección y llegar a ser, con el tiempo, brillantes profesionistas.

En s u casa, Eduardo p e n s ó que ese día se habría graduado; recordó aquella ocasión c u a n d o tomó cerveza y licor de más; no pudo evitar q u e la tristeza lo invadiera. Con algo de esfuerzo se trasladó, en s u silla de ruedas, h a s t a la v e n t a n a de su cuarto, e inclinándose, corrió la persiana y se asomó para ver a la gente que pasaba, intentando distraerse u n poco.

CIRROS ISTMEÑOS

Para J u l i a fue u n a verdadera sorpresa ver a s u p a p á después de tanto tiempo. Corrió, j u n t o con dos de s u s hermanitos, al reencuentro de quien evocaba cariñosamente pero también con temor. El hombre estaba con Rebeca, s u esposa, y el hijo menor, quien a ú n no iba a la escuela. A la niña, el camino de la parcela al jacal le pareció corto. Al llegar a la casa abrazó a s u padre y cerró los ojos, como si al hacerlo borrara las tristes imágenes que venían a s u mente.

Aunque a p e n a s tenía nueve años, J u l i a recordaba con claridad el día que s u p a p á se marchó. Haría cosa de u n año, cuando la niña lo vio borracho, cayéndose y diciendo frases que no entendía. Hubo gritos, sintió el miedo de s u madre cuando ésta corrió, con ella y s u s h e r m a n o s , h a s t a el jacal de los abuelos. En todo eso meditaba c u a n d o la seca

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-¿Dónde está Pedro? - p r e g u n t ó el hombre por uno de s u s hijos.

-Se lo llevó mi h e r m a n a . . . es que no puedo con todos contestó la esposa.

-¡Cómo serás, Rebeca! Pos ora mismo vamos por él ordenó. Y sin más, se dirigieron hacia la casa de la h e r m a n a .

En aquella pequeña comunidad del istmo todo pareciera estar cerca, sólo los cirros, como pequeñas islas en el cielo inmenso, se veían altos y lejanos.

La familia entera c a m i n ó en b u s c a de Pedro y pronto los lugareños se percataron del regreso de Diego. A los parientes de Rebeca no les agradó m u c h o el suceso, pero con el paso del tiempo lo aceptaron, al ver que Diego había cambiado.

-¡Cambian las nubes, vieja, que no cambie yo! -decía a s u mujer.

-Pos es que ya n o tomas ni u n trago de mezcal.

-Es que n o tenía caso seguir así. Si vieras cómo me ayudaron en el pueblo los de Alcohólicos Anónimos.

Una tarde las n u b e s fueron diferentes, los débiles cirros que aparecieron en aquella cálida y h ú m e d a región, se convirtieron en n u b a r r o n e s oscuros. Después llovió a cántaros sobre el ejido. El temporal sucesivo fue benigno para los sembradíos.

Diego e s t a b a flaco y amarillo, ya no tenía la m i s m a fuerza de antes, se c a n s a b a al poco tiempo de trabajar. Hasta que se fue agravando cada vez más.

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-Fue cirrosis lo que le dio.

-Es que tomaba mucho, Rebeca.

-Bueno, pos el doctor n o s dijo que ese mal no siempre da por culpa del alcohol; pero ya ves, si Diego nunca hubiera tomado, estuviera con nosotros.

J u l i a callaba, quería olvidar los malos recuerdos y guardar ahora en s u p e n s a m i e n t o la imagen última de un padre cariñoso y bueno.

OTRO AUTOGOL

Martín y J a i m e d i s f r u t a b a n esa noche del juego de fútbol transmitido por televisión... y de las cervezas que habían comprado por la t a r d e . Era el partido de ida de la final del campeonato nacional de fútbol y el equipo favorito de los m u c h a c h o s tenía posibilidades de ganar.

Los jóvenes e r a n hermanos, originarios de u n pueblo; s u s p a d r e s les h a b í a n alquilado u n departamento en la capital del Estado p a r a que c o n t i n u a r a n s u s estudios. Tenían pocos m e s e s de vivir ahí y la ciudad les parecía

atractiva, tanto, como los anuncios de la tele, que pasaron después del primer tiempo del encuentro: imágenes de fiestas donde todos sonreían, bellas modelos con vestidos entallados, escenarios de playas llenas de jóvenes y bebidas.

Los h e r m a n o s , observando atentamente la pantalla, charlaban:

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-Mira, Martín, t o d o s e s o s vinos que anuncian y nosotros aquí... tomando e s t a s tristes cheves.

-Es cierto, Jaime, h a y q u e probarlos.

-¿Qué tal u n a fiestecita?

-¡Juega!, el sábado es el partido de vuelta y, de seguro, festejaremos el triunfo de n u e s t r o equipo.

El segundo tiempo inició y los comentarios en torno a la organización de la fiesta c o n t i n u a r o n . El equipo al que le iban los m u c h a c h o s ganó p o r d o s goles a uno.

El viernes, los jóvenes platicaban en el supermercado:

-¡Qué bárbaro!, mira lo que cuesta este vino, mejor compramos otro -dijo J a i m e .

-No, éste nos da categoría, tú sabes, los cuates... las chavas... hay que apantallar.

La fiesta h a b í a sido p l a n e a d a con m u c h o cuidado y todo resultaría igual que el partido de vuelta de la final del torneo, desde luego, p a r a el equipo que apoyaban los despreocupados h e r m a n o s . Ya estaban listos p a r a recibir a s u s invitados. Los citaron d e s p u é s del partido, p a r a festejar la inminente victoria. En la cocina, a g u a r d a b a n el vino, las a g u a s minerales, los refrescos de cola y la botana.

En la sala, Martín y J a i m e e s c u c h a b a n el terrible gol de empate. Ahora los equipos estaban dos a dos. Llegó el intermedio y con él los m e n s a j e s de bebidas alcohólicas. J a i m e dijo:

-Mira, Martín, así se va a poner la fiesta.

En el segundo tiempo el partido se fue complicando: expulsaron a u n delantero del equipo favorito y el contrario comenzó a dominar. La desilusión total llegó cuando u n defensa, en desesperada acción por evitar u n gol del equipo enemigo, proyectó u n sorpresivo autogol.

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De todos modos, tuvieron q u e recibir a los pocos m u c h a c h o s que asistieron a la reunión; la mayoría de las chicas no acudió -Martín e s p e r a b a confiadamente que llegara la m á s guapa del salón-; a l g u n o s llamaron por teléfono para disculparse por no asistir. Pero eso no fue todo, Martín y J a i m e tuvieron p r o b l e m a s p a r a que un compañero se fuera, ya que se le h a b í a n p a s a d o las copas.

El domingo los h e r m a n o s t a r d a r o n m á s de dos horas en recoger la b a s u r a que se produjo en la reunión. Martín le dijo a s u hermano:

-No pienso organizar otra fiesta.

-Ni yo -contestó J a i m e .

Los m u c h a c h o s recordarían p o r m u c h o tiempo el autogol del partido, pero también el otro autogol, el de la fiesta.

NACER ENTRE NIEBLA

A Nora le g u s t a b a fumar, afirmaba que eso e s t a b a de moda y que a d e m á s la hacía sentirse relajada y tranquila. Casi todos s u s amigos f u m a b a n , así que, si no e n t r a b a en el rol, quedaría fuera de tono. Empezó a consumir el tabaco desde que c u r s a b a la secundaria. Más tarde, en la prepa la llamaron "la chica de humo". S u s p a d r e s no le evitaban fumar, pero cuando vieron que s u hija incrementó el consumo de cigarrillos, decidieron hablar con ella:

-Hija, ahora f u m a s m á s que a n t e s -dijo el padre.

-¿Podrías reducir la cantidad de cigarros? -preguntó la

?

madre.

Luego de platicar con s u s padres, Nora reflexionó y se percató que s u hábito de f u m a r era fuerte. Ya en s u cuarto, buscó el cenicero y encontró trece colillas en él, hecho que reafirmó s u conclusión.

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(35)

De todos modos, tuvieron q u e recibir a los pocos m u c h a c h o s que asistieron a la reunión; la mayoría de las chicas no acudió -Martín e s p e r a b a confiadamente que llegara la m á s guapa del salón-; a l g u n o s llamaron por teléfono para disculparse por no asistir. Pero eso no fue todo, Martín y J a i m e tuvieron p r o b l e m a s p a r a que un compañero se fuera, ya que se le h a b í a n p a s a d o las copas.

El domingo los h e r m a n o s t a r d a r o n m á s de dos horas en recoger la b a s u r a que se produjo en la reunión. Martín le dijo a s u hermano:

-No pienso organizar otra fiesta.

-Ni yo -contestó J a i m e .

Los m u c h a c h o s recordarían p o r m u c h o tiempo el autogol del partido, pero también el otro autogol, el de la fiesta.

NACER ENTRE NIEBLA

A Nora le g u s t a b a fumar, afirmaba que eso e s t a b a de moda y que a d e m á s la hacía sentirse relajada y tranquila. Casi todos s u s amigos f u m a b a n , así que, si no e n t r a b a en el rol, quedaría fuera de tono. Empezó a consumir el tabaco desde que c u r s a b a la secundaria. Más tarde, en la prepa la llamaron "la chica de humo". S u s p a d r e s no le evitaban fumar, pero cuando vieron que s u hija incrementó el consumo de cigarrillos, decidieron hablar con ella:

-Hija, ahora f u m a s m á s que a n t e s -dijo el padre.

-¿Podrías reducir la cantidad de cigarros? -preguntó la

?

madre.

Luego de platicar con s u s padres, Nora reflexionó y se percató que s u hábito de f u m a r era fuerte. Ya en s u cuarto, buscó el cenicero y encontró trece colillas en él, hecho que reafirmó s u conclusión.

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(36)

El velo del tabaquismo h a b í a cubierto por m u c h o tiempo su ignorancia. Ahora estaba consciente que f u m a b a demasiado, pero lo que no sabía a ú n e r a n los daños que el tabaco provoca en la salud.

Nora era u n a m u c h a c h a como todas, estudiaba y era responsable, pero no podía dejar de f u m a r . Casi todos los jóvenes lo hacían, y eso la c o n s o l a b a u n poco.

Con el tiempo Nora t e r m i n ó s u s estudios, comenzó a t r a b a j a r y se casó. S u e s p o s o también consumía tabaco. Cuando salían a cenar b u s c a b a n el área de fumadores de los r e s t a u r a n t e s a los que a c u d í a n . Asistían a reuniones de matrimonios donde la m a y o r í a también f u m a b a . En u n a de ellas le preguntó a u n a amiga:

-¿Ya probaste estos cigarros?

-No, ¿es u n a nueva m a r c a ?

-Sí, n o son muy fuertes, pruébalos.

Nora no tenía u n a m a r c a de preferencia, s u hábito era tal, que f u m a b a cualquier tipo de cigarrillos. Cuando aparecía u n a marca nueva, la compraba inmediatamente.

Pasó el tiempo y Nora se embarazó. Con frecuencia p e n s a b a en el bebé que pronto traería al mundo. Quería tener u n hijo fuerte y sano. Hizo todo lo que le dijo el doctor y puso m u c h a atención en la dieta que le prescribió, pero no podía dejar de fumar, lo único que hizo fue reducir la cantidad de cigarrillos, m a s esto le provocaba ansiedad. Así que continuó f u m a n d o d u r a n t e casi todo s u embarazo.

Nora tuvo un parto prematuro. El bebé era pequeño y delgado. Creció con problemas de salud y requirió de cuidados especiales, sobre todo en los inviernos, c u a n d o el niño se mostraba propenso a las enfermedades respiratorias. Una vez alguien le dijo:

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-¡Qué bonito niño! A u n q u e n o salió t a n alto como sus padres.

Nora dejó de f u m a r , a u n q u e requirió fortalecer su voluntad para hacerlo. Veía j u g a r a s u pequeño con los compañeros de escuela y pensó que tal vez sería más robusto si ella hubiera evitado el c o n s u m o del tabaco; si su hijo no hubiera nacido e n t r e la niebla de la adicción que tanto esfuerzo le costó s u p e r a r ; si h u b i e r a decidido, desde la adolescencia, no recorrer el camino brumoso del tabaquismo...

NUBES POR DISIPAR

Luis y Felipe eran dos adolescentes que estudiaban la secundaria. Luis, el mayor, - s u p u e s t a m e n t e el m á s responsable- c u r s a b a el tercer grado; Felipe estaba en primero.

Por las tardes, los dos m u c h a c h o s realizaban s u s tareas escolares. P a r a Felipe, s u h e r m a n o mayor era u n ejemplo a seguir: h a b í a heredado de él algunos libros, ropa y h a s t a formas de conducta.

Después de dos h o r a s de estudio a Luis se le ocurrió una volátil idea:

-Vamos a f u m a r , a h o r a que n o e s t á n p a p á y m a m á .

-Pero ¿de dónde sacamos los cigarros? -preguntó Felipe.

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Papá debe tener, a y ú d a m e a b u s c a r en s u cuarto -invitó Luis.

-Oye, pero yo n u n c a he f u m a d o .

-Es fácil, yo te enseño - a s e g u r ó Luis-. E n la casa de mi amigo Carlos f u m a m o s c u a n d o n o están s u s papás.

Luego de escudriñar en diferentes sitios de la recámara de s u s padres, dieron con los cigarrillos. Se dirigieron a la sala, donde Luis le explicó a su hermano desde la forma de tomar el cigarro h a s t a cómo aspirar y expulsar el humo. E s t a b a n j u n t o a la ventana para vigilar la llegada de s u s p a d r e s y, efectivamente, aparecieron cuando ellos a ú n no t e r m i n a b a n de f u m a r .

-¡Órale, Felipe, apaga el cigarro!

-¡Hay que abrir las v e n t a n a s ! -exclamó Felipe.

-Sí, rápido, no debemos dejar huella.

Luis tomó el cenicero y se apresuró hacia la cocina para lavarlo. Luego, corrió al b a ñ o a cepillarse los dientes. Felipe, por su parte, se encerró en s u cuarto.

El resto de la familia entró a la casa. El p a p á pasó de largo pero la m a m á percibió que olía a cigarro en la sala. No quiso decirle n a d a al esposo por el momento. Fue con Luis y no encontró n a d a raro en él. Después buscó a Felipe y lo notó m u y nervioso. C u a n d o le dio el beso en la mejilla como saludo, s u p u s o que el m u c h a c h o había fumado. Entonces llamó a s u marido y le dijo:

-Felipe h a estado f u m a n d o .

Después de este comentario, siguió u n a lluvia de p r e g u n t a s que desembocó en u n a severa reprimenda p a r a el muchacho. Luis escuchó todo y se sintió culpable por ser el c a u s a n t e de ese disgusto. No sabía si intervenir o no, ya que Felipe no lo a c u s a b a .

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Pero tenía que hacerlo, el rastro de las m e n t i r a s es más visible que el de las verdades. Comprendió que había desatado u n a tormenta familiar, así que, decidió enfrentar a s u s padres y contarles todo lo ocurrido, p a r a disipar las n u b e s de su error.

LA CONQUISTA DEL HUMO

El ambiente del b a r era alegre, como casi todas las noches. Estaba formado por u n salón pequeño, en el que se expendían las bebidas, y otra pieza contigua donde se hallaban dos m e s a s de billar. El ruido del pasadiscos y el humo del cigarro prevalecían en el lugar. Uno y otro jugaban, como duendes, a conquistar todos los sitios de u n

bosque nocturno. El ruido era directo y rebotaba como bola de billar; mientras que el h u m o subía, revoloteaba y descendía h a s t a posarse en los muebles y en las ropas.

Para Víctor era u n a noche más, como todas las que llevaba t r a b a j a n d o de mesero en ese bar, por m á s de diez años. Pero no fue así, porque repentinamente se sintió cansado y con dificultad p a r a respirar; se vio obligado a salir p a r a tomar aire fresco. Uno de s u s compañeros de trabajo le preguntó:

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-No sé, sentí que me asfixiaba -contestó al tiempo que tosía.

-Es que hay m u c h a gente y casi todos están fumando.

-Siempre es así los fines de s e m a n a y yo n u n c a me había sentido mal -declaró Víctor.

Se sobrepuso y continuó laborando. A Víctor le agradaba s u trabajo, era muy amable y platicador con los clientes; además, recibía b u e n a s propinas. Esa noche no le prestó importancia a s u malestar. Dos s e m a n a s después se volvió a sentir mal, pero esta vez en s u casa. Las molestias continuaron, así que decidió visitar a u n médico. Este le preguntó:

- ¿ F u m a usted m u c h o ?

-No, p a r a nada, ¿por qué me pregunta eso? -comentó Víctor extrañado.

-Es el interrogatorio de rutina -se limitó a decir el doctor.

Víctor fue sometido a varios análisis. No sabían a ú n qué enfermedad tenía. Tanto p a r a su esposa como p a r a él fue muy triste saber que s u s pulmones estaban dañados. ¿Cómo era posible que u n p a d r e de familia responsable, joven, que no f u m a b a y que j u g a b a fútbol los domingos,

estuviera enfermo?

El mesero se vio obligado a renunciar a su empleo. Su esposa comenzó a trabajar. Empezaron las dificultades económicas y de organización familiar. Un f u t u r o incierto como el h u m o y molesto como el ruido se p r e s e n t a b a a n t e ellos.

Víctor se h a b í a expuesto involuntariamente al h u m o del tabaco por m u c h o tiempo. El ruido, al parecer, no le había afectado; pero el humo, expedicionario tenaz, había conquistado s u s pulmones.

(41)

ALGO ME QUERÍA CONTAR

La p e q u e ñ a Bety llegó bostezando a la cocina, donde conversaban s u s papás. Después de saludarlos con u n beso, se dirigió a la mesa, dispuesta a que le sirvieran el desayuno, pero recibió u n a orden de su m a m á .

-Ve a despertar a Paco y dile que venga a desayunar.

La chiquilla protestó, pero el padre le dijo que obedeciera, así que fue al cuarto de su hermano, tocó la p u e r t a pero Paco no respondió. Giró la perilla y la p u e r t a se abrió; Bety se acercó a él, moviéndolo. Al ver que su h e r m a n o no despertaba, se a s u s t ó y comenzó a gritar. S u s p a p á s corrieron hacia el cuarto de Paco. También lo movieron logrando sólo que abriera los ojos, pero sin poder hablar.

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Paco no reaccionaba, estaba c o m o a t o n t a d o . Apenas les dio tiempo p a r a cambiarse de r o p a y s u b i r al muchacho en el auto; a Bety se la llevaron en p i j a m a s . En el trayecto de la casa a la clínica de la e m p r e s a d o n d e trabajaba el padre, los esposos discutieron:

-¿Se sintió mal anoche? - p r e g u n t ó el p a p á .

-No sé, Paco ya estaba dormido... e s que llegué a las once porque la reunión se prolongó, e s que festejamos el cumpleaños de Hilda- contestó la e s p o s a .

-¡Esas j u g a d a s de lotería con t u s amigas!

-Tú llegaste a la u n a , así que n o m e digas n a d a .

-Lo mío es diferente, ya sabes q u e e s t a s reuniones me sirven p a r a ascender en el trabajo.

Paco fue atendido en la sección de urgencias. En la sala de espera, s u s p a p á s seguían recriminándose s u s responsabilidades, especialmente p a r a con Paco; al tiempo que Bety permanecía en u n rincón, temerosa y triste.

El médico salió y les hizo u n a d e m á n p a r a que pasaran, pero sin la niña. La madre permaneció con ella. Ya en el consultorio, el doctor interrogó al nervioso padre.

-¿Nunca notó algo raro en s u hijo?

-No, es u n m u c h a c h o tranquilo, aunque... algo me quería contar hace u n a semana, pero no pude atenderlo... ¿qué p a s a con él, doctor?

Siguieron platicando. El doctor le hizo p r e g u n t a s en torno al comportamiento y las amistades de Paco. Le explicó que los síntomas que presentaba el m u c h a c h o se debían al u s o de inhalantes.

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Fue u n duro golpe p a r a los p a d r e s de Paco. Ahora deseaban conocer lo que el hijo quería contarles hace una semana, hace u n mes y desde siempre.

EL DÉBIL SOL DE MARZO

En u n barrio marginado, un adolescente sale de s u escuela secundaria. A media calle e n c u e n t r a a u n m u c h a c h o mayor; lo conoce porque antes vivía por s u casa. E s el Beto, quien dejó el hogar porque su m a d r e se unió a otro hombre. Ahora, de vez en c u a n d o se da u n a vuelta por la colonia. Después de saludarse, el Beto le pregunta:

-¿Vas pa' tu cantón?

-Sí, a u n q u e ni quisiera llegar.

-¿Por qué, Sebas?

-Pos' es que mi jefe no tiene trabajo y n o m á s está tome y tome, vieras qué mala onda es...

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Mientras caminan sin r u m b o determinado, Sebastián le sigue contando al Beto las dificultades por las que pasa s u familia. Es marzo y el invierno está preparando su equipaje p a r a irse y dar paso a la siguiente estación, aunque en ese hacinado suburbio la primavera p a s a ignorada por todos. Al llegar a u n terreno baldío, el Beto e n c u e n t r a algo que llama s u atención:

-Mira, Sebas, ¿sabes qué es esto?

-Una bolsa de plástico -responde el m u c h a c h o .

-Pero tiene resistol -hace u n a p a u s a p a r a decir bien lo que está p e n s a n d o y continúa-, ¿ya lo h a s probado?

-No, Beto, yo sé que eso es malo, en la escuela los profes nos viven diciendo que no n o s droguemos.

-No, mi Sebas, ya verás que esto te aliviana y se te olvidan los problemas.

La tenue luz del sol se abre p a s o entre las n u b e s al tiempo que el Beto deja correr s u s ideas y el que escucha ahora es Sebastián. Lo convence que pruebe sólo u n a vez para ver si le gusta. Llegan h a s t a u n a tlapalería, el Beto le da dinero y le aconseja lo que debe decir. Sebastián pide el producto con temor.

-No te lo puedo vender, m u c h a c h o , eres menor de edad y la ley lo prohibe -le dice el dependiente.

-Mi jefe me mandó, lo necesita p a r a pegar zapatos.

-Pues dile a él que venga.

Sebastián regresa y le explica todo al Beto, quien se molesta porque no consiguió lo que quería. Se despiden y toman r u m b o s diferentes. El sol está tibio, a u n q u e m á s luminoso y esto hace imaginar al m u c h a c h o m u c h a s cosas; está confundido, lo que el Beto le propuso lo inquieta, pero piensa también que drogarse no es bueno. Al llegar a su casa, s u madre lo recibe con u n a sonrisa:

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-¿Qué crees, hijo? Tu p a p á encontró trabajo...

Sebastián piensa: "Y yo que le iba a hacer caso al Beto". Como el débil sol de marzo, Sebastián tiene dudas para enfrentar al m u n d o , p a r a salir adelante, para brillar a pesar del mal tiempo.

EL ULTIMO REFUGIO

Caía la noche sobre la barriada y los m u c h a c h o s salían de s u s c a s a s hacia el p u n t o de reunión, u n terreno baldío. Ya estaban casi todos c u a n d o el jefe de "Los Pirañas", como se hacían llamar, le preguntó a u n o de ellos con autoridad:

-¿Cuántos carrujos conseguiste, Pilo?

-Nomás tres, Seco, es que...

-Ta' bien, pero pa' la otra, me consigues m á s .

Entre todos, de los carrujos hicieron cigarros y empezaron a repartírselos. El último que llegó se dirigió directamente al Seco p a r a informarle:

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-Por ai' a n d a el Paisa. ¿Qué hacemos?

-Que ni se arrime, p o r q u e éste no es s u territorio.

Efectivamente, cerca de allí a n d a b a r o n d a n d o el Paisa con u n o s amigos, b u s c a b a n a los demás, a "Los Corsarios"; se h a b í a n citado p a r a ese jueves, dispuestos a extender sus dominios. El Paisa habló:

-Hay que conocer bien estos lugares.

-¿Y si nos salen Los Pirañas? -preguntó u n o de los acompañantes.

-Pos' los enfrentamos, faltaba m á s -comentó el Paisa con toda la tranquilidad del m u n d o .

Por las calles de la colonia circulaban pocos vehículos, entre ellos u n a g r a n a d e r a . En las c a s a s se oían las telenovelas y m ú s i c a colombiana.

Los Pirañas empezaron a disfrutar s u "viaje". Entre ellos existe identificación y afecto, por eso se a y u d a n mutuamente. Se fueron haciendo amigos porque los identificaron los mismos problemas familiares: carencias, pleitos, separaciones. El último que se les había unido era el Pato, u n chiquillo de doce años, quien llegó en ese momento:

-Oye, Pilo, ai' ta' el Paisa con s u s c u a t e s y a que no sabes, m e dijeron que hace rato estaba platicando con t u

H morra.

i

i z El Pilo se enojó, sintió la boca seca y el corazón

ni

sonándole como tambor. Los demás reían y u n o de ellos bailaba. El Seco se encontraba en pleno trance, creía que

era u n cuervo y le e s t a b a n dando ganas de volar.

-¡Mírenlos, ai' v a n los perros! -gritó el Pato, al tiempo que u n a piedra cayó cerca de ellos.

Referencias

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