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Daniel Albarrán, ¡Milagro!... ¡Milagro!

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Academic year: 2021

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¡Milagro!... ¡Milagro!

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Título original: ¡Milagro!... ¡ Milagro! Autor: Daniel Albarrán

Depósito legal: lf: 08120102002494 ISBN: 978-980-12-4483-7

Diseño, configuración y edición: Daniel Albarrán Diseño de Portada: Daniel Albarrán

Impreso también en los talleres de autoreseditores.com Bogotá-Colombia

E-mail: dalbarranu@hotmail.com Página web: daniel-albarran.blogspot.com Impreso de manera artesanal en Barcelona, Anzoátegui, 2011.

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Serían como las seis de la mañana. Un poco antes, tal vez. El sol entraba por las rendijas de la ventana y su claridad parecía ser una mucama que venía a quitar las sábanas, porque era hora de estar levantados. Se saboreaba el último calorcito de la cama y se entraba en la lucha de entre ya es hora y otro poquito más porque la estancia estaba rica y acogedora. Había que levantarse. Ya el cuerpo habituado en su reloj rutinario indicaba que no era tiempo de estar acostado. Era hora de estar de pie. No había nada que exigiera el levantarse a esa hora, ni más temprano, pero la fuerza de la costumbre programa los cerebros como un reloj suizo y el cuerpo obedecía a un programa de vida de toda una vida. Quedarse en la cama era perder tiempo, sobre todo si se quería dormir, a no ser que en verdad el cuerpo pidiera estar acostado por razones de quebrantamiento de salud. Y, aún así, el instinto de la costumbre llevaba a estar despierto desde muy temprano.

No había nada qué hacer levantado a esa hora de la mañana. La rutina matutina se seguía como se había seguido siempre. Agradecer al Creador el nuevo día de manera instintiva, como siempre. Colocarse en sus manos y elevar el pensamiento junto con el sentimiento a su voluntad y predisponerse a ser fiel a sus designios, por sobre todas las cosas, también como siempre. Todo era el ritual matutino.

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En la televisión estaban dando la película en la que Robin Williams hacía de un estudiante de medicina con ideas nuevas para sus compañeros de clases y para sus profesores. Proponía que había que mejorar no solo la salud física, sino emocional de los pacientes. Todo se desarrollaba en un hospital con pacientes de cáncer, sobre todo muchos niños con cáncer. Las ideas del personaje eran vistas por todos como ideas propias de una persona desequilibrada. La medicina tenía que tomarse en serio y no a la ligera ni con humor, como pretendía este estudiante. Lo novedoso que se proponía era que había que trabajar con los pacientes, con nombres y apellidos, y no como números de cama y de habitación. Había que llamar e identificar a cada paciente de manera personalizada y no con la clasificación numérica de manera imparcial. Había que involucrarse emocionalmente con los pacientes de cáncer. Había que mejorar la calidad de vida, y no solo retrasar la muerte, como tradicionalmente hacen muchos profesionales de la medicina. Para eso había que hacer reír a los pacientes. Hacerlos reír. Este estudiante se colocaba una goma roja de payaso en la nariz e iba por las habitaciones del hospital haciendo payasadas. Provocaba la risa de algunos y el disgusto de otros. Algunas de las enfermeras lo secundaban. Otras lo criticaban. Los médicos, sobre todo uno, que era su profesor, lo tenían en tres y dos. Lo tenía en la mira y no aprobaba para nada sus comiquerías fuera de sitio y lugar. El hospital era asunto serio y los pacientes también, y había que tomarse las cosas con su respectiva seriedad. Un compañero de clases, que era el prototipo de estudiante dedicado con seriedad, sufría de

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manera especial las actitudes y comportamientos de este estudiante que se tomaba las cosas sin ninguna aparente responsabilidad. Lo bueno era que este estudiante-payaso era sobresaliente en sus notas y calificaciones, a pesar de que su compañero prototipo, con quien compartía la habitación, nunca lo veía estudiando y dedicado como lo era él. No se explicaba que saliera mejor que él. La competencia, tal vez, en el fondo era lo que lo intrigaba y lo hacía sufrir.

Como no había nada qué hacer que implicara estar levantado, aunque sí despierto inevitablemente, se dispuso a mirar la película que estaban dando en la televisión, esa mañana. La temática le fue envolviendo poco a poco a punto de encontrarse interesado nuestro personaje. Sentía una especial simpatía por el actor en cuestión.

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Recordaba de Robin Williams algunas pocas películas. Popeye, Peter Pan; y una película en la que interpretaba a un médico al que se le había muerto su esposa, después de un trauma emocional tras la muerte de sus hijos. La esposa no había podido asimilar la pérdida de sus hijos y se había negado a vivir. Ella muere. Al poco tiempo también muere él, y va al cielo. Él quiere encontrarse con su esposa en esos mundos del más allá, pero no la encuentra. Le asignan un guía para que le instruya en los asuntos del misterio del más allá. En la Iglesia se llama esas verdades, el mundo de las postrimerías. Pero son misterios. Tampoco es que la Iglesia deba saber de esas cosas… Él busca las maneras de encontrarse con ella, pero le informan que ella se encuentra en el purgatorio, y que es imposible que ambos se encuentren. No se puede pasar las fronteras. Ni de un lado ni del otro. Son incomunicables esas dos dimensiones. Él se ofusca y se empeña en refutarle al guía que nada hay imposible para el que quiere algo, según el mismo guía le había enseñado desde un comienzo. Solo era cuestión de quererlo y de imaginarlo, y todo se haría como se lo imaginase, queriéndolo con convicción. Y todo se haría. No había imposibles.

Él lucha contra todos los obstáculos y al fin llega a encontrarse con ella. Ella no lo reconoce. Él se dedica a buscar

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la manera de que ella lo vaya identificando. Ella se negaba a todo. Ella vivía en una ambigüedad. En eso consistía el purgatorio. Y la película se desarrolla en esa idea.

Recordaba vagamente la película. Desde que había visto algo de esa película había quedado prendado de las muchas ideas fascinantes que se decían y se desarrollaban. Le había parecido interesante esa manera de enfocar las realidades de la vida y las maneras de enfrentarse al hecho de la existencia humana.

También recordaba algo, no mucho, de una película en la que Robin Williams, hacía de un hombre disfrazado de mujer que trabajaba en una casa de familia, que era su propia familia, y así podía cuidar y ver a sus hijos. Las situaciones eran muy complicadas para el hombre, porque tenía que salir corriendo a vestirse de mujer, unas veces; y otras, a vestirse de hombre para despistar y no lo descubrieran. Cómica la película en ese ir y venir de ese paso de dos roles, de mujer y de hombre, hasta que al final se descubre la verdad, y se complican más las cosas…

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En el transcurso de esa mañana, nuestro personaje no descrito ni tipificado, porque no es lo principal, había buscado la manera de averiguar el número de teléfono de un conocido suyo, para comunicarle una idea, y pedirle un favor.

-- Hola, P. -- ¿cómo anda la vida, por esos mundos de Dios?

-- Como usted es bastante conocedor de películas y de esos desenvolvimientos, ¿no sería posible que usted consiguiera en formato de DVD todas las películas que pueda conseguir de Robin Williams?

-- Lo que recuerdo de él, son muy pocas cosas que he visto – y le indicó algunos datos de algunas películas que había visto, así de manera general, sin decir ningún título por no recordar ni saber ninguno.

P. se había comprometido a que haría todo lo posible, y que contara con eso. Sería un hecho.

La idea consistía en disponerse a ver todas las películas posibles del actor referido, y dedicarse a buscar todas las ideas transmitidas en ellas. Tarea nada fácil porque significaría tiempo y dedicación. Pero, motivado por el mismo mensaje de una de sus películas, de que todo es cuestión de quererlo y de imaginarlo con convicción, para que algo se haga realidad, esperaba hacer realidad lo que ahora estaba comenzando a

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imaginarse. La convicción empezaba a descubrirse porque estaba haciendo que fuese realidad al hacer con la petición del favor lo que estaba pensando y quería. Todo era cuestión de dedicación. No por arte de magia. Sino por convicción. La convicción era de la dedicación con que empezaba. Y la convicción sería la perseverancia con que esperaba mantenerse.

Nada era cuestión de quererlo y no hacerlo. No había ambigüedad y no cabía. Quererlo era hacerlo. Hacerlo era lograrlo. No solo desearlo. Dedicarse. Esa era la convicción.

Ya el favor y la petición eran un hecho. Por lo menos, había transmitido la inquietud y la necesidad. El primer paso estaba dado. En lo que dependía de él, todo ya había comenzado.

No sabía nada, o muy poco de le que llegaría a descubrir y de lo que habría de pasar. Lo sospechaba. Lo intuía. Lo presagiaba. Por eso sentía las ganas de dedicarse a lo que estaba comenzando. Empresa ardua. Pero empresa que ya comenzaba a ser una realidad.

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Los días iban transcurriendo.

Nuestro personaje en algunos desenvolvimientos sociales era muy torpe.

Un día, por esos días, había tenido que diligenciar algunas cosas en un banco de la ciudad. Había pasado cuatro horas y media en la cola esperando su turno para realizar la actividad bancaria que requería por esos días. La cola avanzaba con lentitud monstruosa. Los que iban detrás de él, casi todos se habían fatigado en la espera y se habían ido. A veces nuestro personaje quedaba de último hasta que no llegase otro a ubicarse como el último, que variaba entre diez y quince minutos, hasta que ese ultimo se iba; y así, en todo el tiempo que estuvo en el banco. Iba conversando con los de adelante y con los de detrás suyo. Conversaba de informalidades.

Cuando, ya pasadas las dos de la tarde, le correspondía el turno de ser atendido, la señora promotora de la agencia bancaria, y que era la única que estaba prestando los servicios al público, en ese departamento, anunció enérgicamente que ya no atendería más por ese día. Que vinieran al día siguiente. Se oyeron voces de reclamo. Él también se hizo sentir con su voz ronca, pero de manera atenta, mostrando su malestar por la ineficiencia en los servicios de esa agencia en particular. Desde el día anterior estaba en esos menesteres, y en otra sucursal de

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la misma compañía le habían indicado que no había material de oficina, y que se dirigiera a esa sucursal en la que se hallaba en ese día. De otras oficinas habían venido remitidos muchos de los que esa mañana habían requerido tales servicios en concreto, justo a esa, en la que, ahora, ya no serían atendidos. Entre ellos estaba nuestro personaje.

De manera cortés, nuestro héroe se dirigió a la expendiente-bancaria y le señaló los papeles, indicando con ello a lo que iba al banco. La mujer con voz fuerte segura de que la oían en toda la sala, casi se burlaba a carcajada al comprender que se estaba vengando de él, al decir:

-- Eso no es por aquí…. Eso es atención al cliente…. ¡Vaya con Dios!

Nuestro héroe se sintió ridículo. Se había metido en la cola que no era. Justo la cola de al lado, y que circulaba con mucha rapidez, era la que llevaba a ser atendidos por la casilla-ventana. No tuvo de otra que meterse en la cola que le correspondía, después de cuatro horas y media en el banco, en una cola que no era la que le llevaría a ser atendido, así hubiera llegado de madrugada.

Esperó su turno en el avance rápido y fluido de la cola correspondiente. No tardó diez minutos en recibir los servicios a los que iba. Fue muy bien atendido. Salió un poco avergonzado consigo mismo… Tanto tiempo…

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En todas las obras escritas, casi siempre se describen los personajes, porque es importante que nos hagamos una idea de quien estamos tratando. Así, por ejemplo, algunos ponen un promedio de edad, un promedio de estatura, un promedio de todo. Hasta el caballo, en el caso de Don Quijote disfrutó de una descripción. No solamente fue descrito, sino que fue re-bautizado por el hidalgo caballero, de aventuras sin par. El mismo Sancho Panza, e igual su burro, fueron descritos. Favor que se les hacía y hace en la posteridad. Flaco uno, en el caso de El Quijote; y rellenito de carne, en el caso de Sancho. Flaco el caballo, como el dueño, en el caso de Rocinante; y burro, el burro de Sancho, tal como el dueño. Esas descripciones nos ayudan a imaginar a éste y aquel otro personaje. Nos ayudan a poder fantasear y a seguir sus peripecias.

Si es héroe, nos lo imaginamos tal como nos los describen. Si villano, también nos ayudan sus características. Es necesario por el bien de los personajes, y por el bien de nuestra imaginación, una descripción lo más fidedigna posible del individuo en cuestión. Como de individuos trata en la novela

Los miserables, su autor, Víctor Hugo, a algunos de sus

personajes, sin negar que hace con detalle una descripción de algunos centrales de su maravillosa obra, como el Obispo, en sus primeros capítulos, o del ermitaño y expresidiario Jean

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Valjean, o de la muchacha, llamada Marius… con nombres propios para identificarlos e identificarnos en nuestra salud mental, al poder tener la referencia en nuestra mente. O en el caso del mismo Dostoievsky, con sus fascinantes y embelesadores personajes, como Sonia, Dunia, la vieja, la hermana de la vieja, Raskolnikov. O en los mismos Evangelios, en donde no aparece descripción de ninguno de los apóstoles, ni siquiera del mismo Jesús, pero que no por ello ya cada uno se lo imagina, a pesar de carecer de sus descripciones. A cada personaje corresponde por derecho de ciudadanía y de existencia, así sea personaje ficticio, una descripción aunque sea mínima, y por lo menos, un nombre. Para tener la referencia.

Igual ha de suceder con nuestro personaje. Habrá que describirlo, para hacernos una idea. Es necesario. Además, es salud mental saber de quien estamos tratando, y de cómo es él, o de qué lugar se enamoraron de él. Porque no se puede negar, ni mucho menos, que al tener una descripción de cómo es él, y todas esas cosas, nos va a permitir estar enamorados, por lo menos de la idea. Y cómo es el…

Hay que imaginarse a un hombre alto, guapo, de bigotes, de buen vestir, de elegancia al caminar, de soltura torpe pero tierna, de mirada prolongada y profunda. Así, justamente, no es nuestro personaje.

Por otra parte, ayuda a que nos hagamos la idea de un hombre chiquito, más bien relleno, de espaldas anchas, más anchas que el resto del relleno para poder cubrirlo; de caminar acelerado, a pesar de lo rellenito… Tampoco así es nuestro héroe.

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No tiene caballo. Porque en este mundo moderno de hoy no se puede andar con y en caballo por la ciudad. Sería un abuso. Mucho menos en burro. Sobre todo, porque no habría sitio para estacionar ni a uno ni a otro. Y el problema sería que después tendría que limpiar sus gracias en donde hubiese encontrado sitio para estacionarlo, mientras iría o al banco o a cualquier otro lugar a cualquier cosa que fuese. Son muy lindos los caballos y se ven muy bonitos los policías montados en ellos, como en Nueva York. Les da mucha personalidad a los caballos. O los caballos le dan gallardía a los policías. Y también a la ciudad. Sin embargo, ha habido ciudades que han pretendido copiar esa realidad de caballo y policía, y, entonces, se ven feos, también el caballo; y más feas esas ciudades. Nuestro personaje tampoco es policía; tampoco caballo. Y no tiene caballo. Y menos mal, porque no tiene que limpiar las gracias de los caballos, si hubiese encontrado sitio para estacionarlo en la ciudad. No es el caso de nuestro héroe. Aunque, en algunos lugares del mundo se dice “cuál es su

gracia”, para pedir que alguien diga su nombre; entonces, aquí

podría ser doble la gracia, la del caballo o el burro, en caso de hacerla, y el apelativo o el nombre con que se llame al caballo, porque así hubo sucedido con el caballo de El Quijote, que antes se llamaba Rocín, y después de rebautizado por la usanza que se le iba a dar al ser cabalgado por tan digno caballero, el de la triste figura, habría de llamarse, entonces, Rocín-ante; o sea, que antes era Rocín y después Rocinante, según dijera el mismo autor del libro, al decir que, “cuatro días se le pasaron

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nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo”. Y en

el caso de Sancho, su burro se llamaba Rucio, sin rebautizo, y esa era igual su gracia.

Nuestro individuo, para continuar con la ideas de la revolución francesa y del estilo de Víctor Hugo, en la novela que ya se dijo, sí tiene nombre, pero también es un individuo. Y es necesario que lo bauticemos y lo identifiquemos con nombre para referirnos a él con propiedad. Podría llamarse Pedro, o Juan, o Luis, o Rebeca o María, o Carmen. Y depende del nombre que le demos, sea masculino, o sea femenino, tenemos que darle un sexo, porque su nombre iría en consonancia con su género. Si se escoge que sea hombre, tenemos que darle una edad, para hacernos mejor idea de cómo es, para ver si nos enamoramos de él, o no; igual, si es mujer. Y si es mujer, tenemos que ponerla o vieja o joven. Si joven, o fea o bonita; o sexy o con gracia. Si vieja, entonces, casada o divorciada; si con hijos, o sin hijos, o huérfanas de hijos; o viuda. Y si viuda, o alegre o triste; con amante o sola. Y si con amante, con pasión o sin ella. Porque si es con pasión y con amante, nos tiene que llevar a inventarle mundos apasionados y tendríamos que darle rienda suelta a la imaginación. Si es seria y casada nos llevaría a ubicarla en una familia, y eso nos llevaría a buscar una familia modelo, aunque no lo fuese, sino para esta obra.

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A este punto, es necesario pensar en un hombre casado. Tampoco es así nuestro personaje.

Habrá de ser, entonces, mujer. Y bonita. Tampoco así es nuestro personaje.

Pero podría ser niño…

En este momento es mejor que no describamos a nuestro individuo, que a la vez es el personaje y el héroe, y que tiene que ser nuestro. O nuestra. Que en caso de ser nuestra tendría que ser personaja, porque correspondería en género y en número, porque sería una sola. Porque no es lo mismo decir nuestro personaje, que implicaría la idea de ser masculino, a la idea fiel de nuestra personaje, y habría con ello una disonancia sonora, aunque no gramatical.

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A los dos días, nuestro personaje se había quedado embelesado con otra película que estaban dando en la televisión. Ya sabemos lo de su rutina matutina. Eran las siete y dieciocho minutos de la mañana. Solía encender la televisión después de algunas pequeñas cosas rutinarias, y la mantenía encendido, mientras realizaba lo de siempre: el baño, el aseo personal, prepararse el desayuno, y todo lo demás que incluía ya su rutina, hasta que partía de su apartamento, casi siempre a las ocho de la mañana. Muy pocas veces más tarde.

Esa mañana estaban dando una película sobre un escritor famoso, que en sus buenos tiempos había publicado sus artículos en una revista. Estaba mayor y tenía a un joven como empleado que era jugador de basket y vivía en el mismo departamento. El joven era un gran deportista y estaba becado en una universidad. Este muchacho había tenido la curiosidad por escribir y le había pedido que le enseñara cómo hacerlo. El señor tomó una máquina de escribir y empezó a escribir, mientras le iba diciendo que “escribir es escribir, y no pensar”; que hay que escribir sin pensar, tal como vayan saliendo las cosas, sin corregir; solamente escribir. Y mientras iban hablando, el señor iba escribiendo. Al terminar de conversar sobre el asunto, sacó la hoja de la máquina halándola por la parte frontal de la máquina y se la dio al muchacho, quien al

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leer lo que había escrito, quedó sorprendido. El señor lo había hecho con tanta soltura y sin detenerse a pensar lo que estaba escribiendo… Fue transcurriendo la película, y a pesar de que nuestro personaje no había visto el antes, ni el comienzo de la misma, no aguantó la tentación de quedarse mirando la televisión, sentado en un extremo de la cama, apoyando su cuerpo con los brazos hacia atrás…

El tiempo iba pasando. Ya eran las ocho y veinte. Miró su reloj. Tenía programado salir a las siete y media, pero lo que estaba mirando se tornaba interesante. Sobre todo que le resultaba útil. Tenía programado ir a la compañía de servicio de televisor por cable para anular la suscripción del servicio. La razón era que por problemas de electricidad la antena repetidora no transmitía la señal con regularidad. En las noches su televisor se quedaba todo en azul, precisamente porque la señal dependía de las antenas repetidoras, y como la electricidad estaba presentado problemas por el racionamiento que se estaba aplicando, no había señal televisiva en su aparato. En las mañanas siempre había electricidad, y era cuando aprovechaba ese poco tiempo para mirar algo, como ese día.

El muchacho de la película asistía a la universidad y contaba con el asesoramiento del escritor, con quien conversaba mucho. Y como era lógico absorbía de los conocimientos y de la cultura del señor. Un día en clases, el profesor interrogó a un alumno sobre un autor, y el alumno no sabía absolutamente nada sobre el autor y su obra, sobre la que estaba hablando en clase. El muchacho deportista murmuró el nombre del autor, y el profesor se sintió ofendido porque no le estaba preguntando a

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él. Entonces, el profesor se dedicó a carear al muchacho con citas de autores para ponerlo en ridículo. La sorpresa fue grande porque el muchacho deportista interrumpía al profesor citando al autor y continuando la frase que el profesor decía. El profesor había quedado desautorizado por el muchacho, quien, según el profesor tenía que ser bueno solo en el deporte, y no en letras.

Al regreso a la casa, el muchacho deportista había comentado todo el impasse con su amigo y tutor. Tuvieron su intercambio de ideas. El señor le advirtió que tuviera cuidado porque el profesor se había sentido humillado, y que podría venir represalias. El muchacho no veía el motivo. E hicieron un trato: que todo lo que el muchacho escribiera que no se lo enseñara a nadie, hasta que no tuviera terminado. Porque, de hecho, el muchacho había comenzado a escribir algunas cosas. El señor le dijo que escribiera, y si lo iba a publicar, que lo publicara intacto, sin correcciones, porque escribir es escribir y

no pensar. Volvió a insistir en la idea el señor y empezó a sacar

sus frustraciones de escritor, que había visto mucho de sus artículos corregidos, amputados y encuadrados a los gustos y estilos de los críticos. Nunca había sido publicado tal como había escrito, sino como habían querido las casas editoriales. Había pasado con algunos de sus libros. Porque el escritor sigue su vena de escritor. No escribe para gustar y para complacer gustos y pareceres. Escribe porque así lo siente. Por lo que decía, el señor tenía muchas experiencias amargas al respecto. E invitó al muchacho que escribiera sobre un tema que ya el señor había escrito. Le sugirió el mismo título, que era algo así como “la época de la fe verdadera”, o algo por el estilo, que tenía que

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ver con la fe y con una época. Pero, con la promesa de no dárselo a nadie.

En esos días, en la universidad, se estaba realizando un concurso de ensayos de escritores. Era parte del curso. El muchacho había participado con un artículo. Después del entrenamiento de basket, el muchacho fue llamado a la oficina del rector de la universidad. Lo estaba esperando toda la comitiva académica para conversar sobre el artículo para que diera razones. Le preguntaron que si su artículo era suyo. El muchacho respondió afirmativamente. Le preguntaron que si esas ideas eran suyas o copiadas. Suyas, respondió. El profesor que llevaba el ataque y el interrogatorio era el profesor del impasse en la clase, con la asistencia y aprobación del resto de los profesores. Cuando el profesor consideró que ya lo había acorralado lo suficiente, se acercó con una revista abierta en la página donde comenzaba el artículo del escritor tal, que había escrito un artículo con el mismo título, y desenmascaró al muchacho… El mismo profesor reconocía la originalidad de las ideas del artículo del muchacho, pero le criticaba el mismo título, y la primera línea que eran tal cual las mismas con que empezaba el artículo el señor, cuando había publicado el artículo. Entonces, el profesor le pidió que escribiera una nota reconociendo que se había copiado, cosa que no era verdad, y que la leyera en clases. El muchacho no escribió nada, por lo menos en ese momento de la película.

Nuestro personaje estaba absorto y por de más interesado. Ya había pasado la hora que tenía programada de salir. Pero el momento de la película valía la pena. Miró el reloj

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y se disculpó consigo mismo, como si tuviese obligación de hacerlo. Era su propio tiempo y no tenía que dar explicaciones.

El muchacho de la película llegó rabioso a la casa. El señor lo abordó. El muchacho le contó todo con lujos de detalles. El señor le pidió que hiciera la nota, que se disculpara y que reconociera que se había copiado. El muchacho alegó furioso todas sus razones, que diferían del señor. En ese momento se desató un lazo muy bonito de cariño entre los dos. El señor empezó a aflorar su instinto paternal de protección….

Nuestro personaje se levantó de la cama donde estaba sentado. Apagó el televisor, tomó su maletín, tomó las llaves de su carro y del apartamento, apagó las luces, y salió de la habitación…

No se supo el desenlace de la película. Ni qué pasó con el muchacho.

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En esa misma mañana, nuestro héroe recibió una llamada telefónica. Era una persona amiga. Estuvieron hablando largo rato. Tal vez una hora. O menos.

Esto, al igual que con el nombre, nos obliga a ubicar a nuestro personaje. ¿Será mecánico, u odontólogo, o médico? No lo es. ¿Y, policía? Ya se dijo que no, cuando se le relacionó con el caballo. Ni caballo, ni policía. Tampoco burro, cuando se le refirió con Sancho. Aunque pueda que algo de burro en cuanto a sus acciones, pero es muy mala fama que se le da al pobre animal, que de burro tiene el nombre, y ni para saber cómo se le llamaría si no fuese burro el burro, porque el apelativo o mote de burro, y no la gracia como nombre, la lleva el que es burro, sin ser animal. Algo de esto tenía nuestro personaje, sin serlo. Pero que si se mira con claridad y objetividad tiene más de burro el caballo que el mismo burro, porque un burro se enterca y no quiere pasar cuando detecta un peligro inminente en el camino; mientras que el caballo, apenas siente las espuelas se lanza sin mirar a donde va, y se porta brutalmente dócil al que lo monta causando con ello desgracias y tragedias, tanto para él mismo como para el jinete que lo domina y manda. No sucede igual con el burro que entonces con su comportamiento se muestra inteligente; y el caballo con su docilidad, más bien

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burro parece y lo es, aunque no lo sea ni lleve ni el apelativo ni el mote ni la gracia, y con ello sea mayor la gracia que consecuencia su actuar, al punto que su acción torpe en la obediencia ciega al que lo guía le lleva a rebautizar su obra de gracia con des, para pasar a llamarse, como el rocín que era antes el caballo del loco aquel que ya se dijo, para quedar como

des-gracia la nueva obra con nuevo nombre y apelativo, y

nueva y distinta la gracia y distinta la suerte. Porque no veía el caballo rebautizado del loco flaco y enjuto de carnes de las aventuras del personaje del escritor Cervantes, la mole de los muros grandes del molino con el que se iría a estrellar, primero él como el objeto en movimiento que secundaría la acción, y el primero en llevarse el sopetón en el impacto del golpe con las aspas del molino por un lado, y por el otro, los muros mismos de la construcción. No hubiese sucedido igual con el burro Rucio que montaba Sancho, porque de plano, su jinete no le hubiese exigido, ni con espuelas de caballero ni con rama de burrero menos, arremeter contra lo que no era más que una mole imposible de derribar con cabezazo y cuerpo, así fuese duro el cuerpo del burro o macizo el cuerpo del jinete, que en este caso hubiese sido el mismo Sancho; pero que no, porque burro y jinete no veían más que un molino, siendo molino el molino, como lo que era, y no gigante armado, viendo lo que creía ver y no lo que en verdad era la verdad. Esa era la diferencia que hacía distinta la acción y distinta la consecuencia, porque distintas eran las visiones y distintos los resultados, como adolorido un cuerpo y con ello también el del caballo con bautizo nuevo, y sano el otro y sin doler como

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también hallábase por entonces el burro, sin bautizo nuevo, que no era necesario para estar sano y sin dolor, y no re-bautizado para llevarse semejante atropello de la estrellada sin misericordia contra pared y aspas.

Obligados estamos en cierta manera a dar un oficio a nuestro personaje. Como caballero era el primero del caso que ya tenemos, o burrero el otro, como ya dijimos. El oficio como que fuese clave para poder darnos y hacernos una imagen de nuestro héroe, que en caso de no serlo como tal, habrá de serlo para esta obra, porque de alguien tenemos que hablar en concreto, y algo ha de hacer para poder ubicarnos mejor. Tarea forzada en la que nos hallamos porque es preciso decir quién es y qué hace, pues de lo contrario hablamos de un nadie y de un uno que no se sabe y qué papeles tocaba o toca, y ni para saber si le han dado vela en este velorio, al querer darle carta de ciudadanía y existencia en nuestra obra, que ya tiene, aunque no la tenga definida y precisada. Pero del que ya nos venimos haciendo una idea, a pesar de no describirlo ni detallar cómo y qué hace, ni cómo es. Aunque su actuar ya indicara y nos diera pistas de quien o de qué se trata.

A este punto es justo precisar, para ubicarnos, que tampoco así es nuestro personaje.

¿Entonces, cómo habrá de serlo; y necesario será que tenga un prototipo al cual asirnos para poder pensar bien en él cuando ya pensemos? Lo bueno para él, es que ya se piensa, aun cuando no tenga una descripción exacta porque no se ha descrito.

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Traigamos a la mente a Raskolnikov, personaje de Dostoievsky, para ver si de él nos valemos, ya que a este autor y personaje hemos referido antes al querer darle un nombre a nuestro héroe. ¿Será estudiante como el mozo aquel del estilo y objetivo del autor ruso? ¿Estará dubitando y se hallará entrampado en su juego de la mente, y ambigüerará, como en la ambigüedad andaba entre hacer lo que ya había pensado y planificado de matar o no a la vieja, sobre la que trata toda la obra en concreto de Crimen y Castigo? Y ya con esto que recién apuntamos nos convertimos en padre y asumimos la criatura como nuestra, sin saberlo que quizás ya otro lo haya hecho, porque no se puede negar que todo el que en artes anda, en padre se convierte con mucho o con poco, pero igual en padre se convierte, como ya nos hemos convertido de manera inmediata al usar la palabra “ambigüerará”, y que tiene como madre de la criatura el sustantivo “ambigüedad”, que para alivio nuestro es femenino, ya que habrá de decirse siempre “la ambigüedad”, y no el ambigüedad, aunque sea masculino la aplicación, pues se dice que esto o aquello es ambiguo, y con ello cambia el género, a pesar de femenino ser el sustantivo; sin negar, como habrá de ser lo justo, que si en femenino se usase como se usa, entonces, también cambia el género con que se use, si es de usarse en femenino, como por ejemplo, esa idea es

ambigüa, o, esa situación es ambigüa. Y la paternidad habrá de

ser en la forma de usar el sustantivo como verbo al decir “ambigüerará”, porque está referido a una acción de incertidumbre y de inseguridad dudosa propia del enfermo en debilidad mental, que piensa una cosa ahora mismo y otra en el

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siguiente instante y otra de una vez, que por fin no sabe lo que piensa y siente, y estando en constante sufrimiento, llegando a tormentos acumulados y en crecida siempre, como lo andaba el personaje del citado autor del nombre de la obra que ya dijimos, después que del El Quijote y Cervantes habláramos, y del que en este momento nos ocupamos. Pero que si lo referimos como comparación a nuestro personaje nos preguntábamos, ¿será que “ambigüerará”?, y con ello colocábamos como futuro posible al hacerlo en forma de pregunta, o como futuro simple, si simplemente lo afirmamos, al conjugar el futuro, como “yo ambigüararé, tu ambigüararás, él ambigüarará”… y que en el caso de la relación con el personaje del autor ruso, era como pregunta de esa posibilidad. Con el detalle en la usanza válida en esta obra, y como habrá de ser cuando se use en otros casos, insistiendo en los dos puntos de la “ü”, porque según manda la buena gramática habría de pronunciarse la ü para que suene como ha de sonar, que es eso lo que quiere decir los dos puntitos sobre la u en el caso de la única letra que lleva en buen español, por lo menos en el gramatical normado, pues no tiene otra aplicación en otra letra vocal, por lo menos en español; y si, en cambio en otros idiomas, como en el francés o el alemán por referir algo conocido. Igual aplicación tendría, al menos en la escritura, la palabra Pariagüan, porque la ü puntuada sería el indicativo que la ü suena, como de hecho suena en la pronunciación diaria.

En el caso de nuestro personaje, tampoco se parece en nada al personaje ruso que estamos refiriendo. Ya de eso habríamos de darnos cuenta y conocimiento desde un comienzo,

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pues se ve que en el caso nuestro, o nuestra en caso de ser femenino el personaje, como igual dijimos, tiene un hacer decidido y resuelto.

Y, entonces, como habrá de ser… “¿Y cómo es él… a

qué dedica el tiempo libre?”… Y habrá que hacerlo

entrecomillando lo que acabamos de entrecomillar, porque es de otro la paternidad, como lo es la nuestra en esta obra, tanto con la palabra que dijimos, como en el caso de nuestro personaje, que ya tiene forma pero no se ha descrito, y aún así tiene ya existencia, porque no se puede negar, igualmente, que ya todos pensamos en ese como nuestro, y que es nuestro héroe, o personaje o individuo, para con ello, en las tres palabras usadas satisfacer tendencias y gustos, como si el que en creaciones procura ser auténtico, su balanza por los gustos ajenos inclinar debería; porque en caso de serlo, sería dar muerte a su creatividad en ingenio y en intuición en aras de caer en gracia y en simpatía, y entonces, no sería fiel a sí mismo, sino que pasaría a ser su producción un producto y no una creación, que es distinto.

Tal vez, por eso, es que nuestro personaje no debería parecerse ni a El Quijote, ni a su caballo, ni al burro, ni a Sancho; como tampoco, tendría que parecerse en características y propiedades a Raskolnikov, ni a la vieja a quien aquel desnucara con el hacha, porque son creaciones mentales de sus respectivos autores. Aunque no tanto se aplica en el caso de Cervantes, ya que éste dudaba según el prólogo de su gran obra, si seguir y recoger las aventuras que ya se contaban del tal Quijote y que después re-contara a su forma y manera; como

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igual con el nombre que le daría con exactitud al loco sin carnes; o como si usaba frases en latín o no, para mostrar su finura, como entonces se acostumbrara en todo aquel que se preciara de letras, encontrándose en ello una cierta ironía en contra de esa usanza, y que otros en caminos paralelos igual hicieran, y que el Cervantes utilizara en el antagonismo tanto de las figuras flaco-gordo, alto-chiquito, inteligente-bruto, leído-sin letras, astuto-mentecato, personalizadas estas ideas en El Quijote-Sancho, o en las mismas imágenes de la caballería, caballo-burro, Rocín-ante-Rucio. Tampoco se trata de continuar las locuras que en ese libro se cuentan, y que son fantásticas y propias para entretenerse sabiamente, como algunos intentaron dar continuidad como en el caso de aquel que titulara una obra

Don Quijote en América o sea la cuarta salida del ingenioso Hidalgo de La Mancha1, y que es válido porque se queda tentado de esa hazaña, la de prolongar la historia al continuarla, quien haya consumido en lectura toda la obra de autor ibérico. Pero cada cual en su paternidad y con su prole, con la suya propia. Ya que al asumir como propio lo ajeno o pretender parentesco con ello, no pasa de ser más que burda la paternidad, al punto de ser padrastro, o arrimado o acomodado, y no acomoda para nada el intento sano de apropiarse o de acomodarse a la idea- hija que ya ha nacido y crecido con propia personalidad distinta que la se quiere, y debería ser otra

1

Don Tulio Febres Cordero, autor merideño. Esta pequeña obra no pasa de ser una lectura pintoresca de un ambiente merideño de paseos a la Otra Banda y demás encuentros de familias de la ciudad de Mérida… Es pintoresca, pero muy lejano al estilo de lo que pudiese ser un intento serio de continuación de la obra de Cervantes… Muy lejos… Nota del autor.

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por ser otra la creatividad; todo porque obedece a su tiempo y espacio. Aunque no por ello sea otro el hijo y otro el padre como resultado de distintas las uniones y realidades que los crearon, y ya por eso, son distintas las obras, como ha de serlo. Pues a esta que emulaba a la del autor español, por lo menos en el título como idea, ya que la diferenciaba al decir que era “en

América”, pero que no se niega que ilusionaba y esperanzas

creaba de ser continuidad al completarla con la idea de que se trataba de “la cuarta salida del ingenioso Hidalgo de la

Mancha”… no era sino creación propia y original al exponer la

idea de lo opuesto del regionalismo y con ello cierto patriotismo necesario con la influencia extranjera que en alguna forma su autor quería insistir… Por eso ya era otra la idea, otro el padre y otro el hijo, y otro el resultado. Y no sabemos si otro el Espíritu Santo, que dudamos que sea, ya que es el mismo espíritu el que guía las letras y los inquieta para hacerlo como siempre lo han hecho y lo harán, siempre-siempre.

No es, entonces, parecido en nada ni a ese ni a cualquier otro, como ha de serlo, nuestro personaje. Ni al del español, ni al del merideño. El nuestro tiene y ya existe, aunque todavía no tenga su carta de ciudadanía, que se da cuando es presentado un niño en la prefectura en el caso del asentamiento civil, y que aquí se da desde el mismo momento en que se le nombra, y es harto lo que ya se le ha nombrado, y que así como cada personaje de cada autor de los muchos que en el mundo hay, exige se le nombre junto con el padre que lo haya creado; así, igual, con el nuestro, ha de nombrársele porque existe. Al punto que ya de él hablamos y de él una imagen tenemos. Cada cual

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ha de tener ya la suya. Pero, sigue siendo como necesario, sin embargo, que le demos nombre, ya de mote, ya de gracia, porque no parece justo que solo le demos el apelativo, como se dijera en algunos pueblos, de “nuestro personaje”; porque ¿cómo lo irán a referir, o lo haremos, cuando en alguna obra u ocasión de él hablemos? Podría decirse en referencia que de “nuestro personaje” se trata. Y aunque nadie lo cite o lo refiera, no puede negarse, ni mucho menos, que tiene un padre, porque ya es un hijo al estar en esta obra implícito, y porque de él hace rato que nos ocupamos, aunque pueda que ya estemos como aquel diálogo entre Abbott y Costello, cuando hablaban de los jugadores que irían a ocupar las bases en el equipo de St. Louis en el juego de la temporada, en donde “Quien” iría a ocupar la primera base, “Cual” la segunda, y “Nolosé”, la tercera. A la pregunta de cómo se llamaba el de la primera base, la respuesta era “Quien”, porque “Quien” era el que iba a ocupar la primera base, se generaba una discusión porque el que preguntaba que como se llamaba el de la primera base, recibía como respuesta que “Quien”, y volvía a preguntar el que preguntaba que quién era el de la primera base, y volvía a recibir la respuesta que “Quien” iba a ser la primera. Otro tanto sucedía cuando preguntaba por el de la segunda, recibía como respuesta que “Cual”, el de la segunda, y “Cual” volvía a ser la respuesta, y se presentaba un jaloneo verbal porque “Quien”, “Cual” y “Nolosé” serían los respectivas bases de ese juego, para estar ambos claros en la conversación, porque el que respondía decía los verdaderos nombres de los jugadores, porque así se llamaban, y el que quería saber los nombres, a pesar de que oía

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los nombres pertinentes como eran, no entendía que le estaban respondiendo correctamente, y se confundía al punto de perder la paciencia y acalorarse en el diálogo del show.

Por otra parte, además, es muy útil tener en consideración que son más famosos los personajes creados, que los mismos autores o padres de ellos. Citemos, por ejemplo, a un Pinocho, a un Superman, o a un Tarzán, o a un El Zorro, o al mismo Hombre Araña, o de muchos otros que en el arte hay. ¿Quién de su autor se acuerda, o los nombra en referencia respetuosa para aludir a ellos? Nadie. Tan solo que en sus mundos un experto sea, o que un erudito de la escena viva. Aún así. Más fácil es recordar al personaje que al autor. Porque, de los personajes referidos hay que resaltar que existieron primero en el papel y en la mente de sus creadores que en la pantalla grande o pequeña, que es donde mayor resalte adquieren. O el caso más reciente del tan conocido Harry Potter, ¿quien recuerda a su creadora? Más no sucede igual que con la criatura, a quien todos recuerdan e identifican. E, incluso, del último que en boga está, como son los Simpsons, nadie cita, sino para los interesados en ello, a su autor. Todos recordamos, y así siempre ha sido, más al hijo que al padre, aunque al recordar al hijo, ya debería estar contento su progenitor y creador, pues es su obra.

El caso es que tenemos que dar un nombre a “nuestro personaje”, porque es necesario que nombre tenga. ¿Cómo le llamaremos, “matarile rile ron”?, como decía la canción que cantáramos de niño, u otrora, para utilizar una sonancia de refinados y de gente de letras, como si con ello nos hiciera más letrados y diestros en el escribir y en el habla. O, como podría

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continuar en cualquier algarabía infantil, como habría de serlo en los tiempos viejos de aquellos años bellos de recuerdo eterno, al continuar escogiendo este o aquel nombre, para hacer más gracioso el baile entretenido de una alegría sin fin: “Yo

escojo a Ramón... matarile rile ron... Y qué nombre le pondremos… matarile rile ron... Le pondremos Miguelito... matarile rile ron. Ese nombre no le gusta... matarile rile ron. Le pondremos rey Luisito... matarile rile ron. Ese nombre no le gusta... matarile rile ron”. Porque, al fin y al cabo, el nombre

no era importante, aunque sí, porque el juego no seguía hasta que no se escogiera el nombre que gustara, y explotar en carcajadas de inocencia que todo lo celebraba, porque estaba más que viva y vivita la imaginación., y como ha de estarlo para el que escribe y crea un personaje, como hemos de crearlo, ya sea partiendo de un modelo de carne y hueso, o del fruto de una invención, como lo han sido tantos en la historia, para ayudarnos a la salud mental, así sea pura imaginación. El Quijote, es uno de ellos, en nuestra riqueza y patrimonio de la humanidad. Pero no citemos porque sería largo y sin fin el intento y nos llevaría a otra parte, que no es nuestra tarea en esta ocasión.

Mientras el nombre se nos viene para escogerlo y utilizarlo para llamar a “nuestro personaje”, sigamos tratando de otras cosas útiles que van a ser necesarias en nuestra narración. Será el estilo que utilizaremos para justificar lo que ya estamos contando. Tipo verso, en forma de poema, sería muy trabajoso, porque nos obligaría a rimar todas las terminaciones de frase con “on”, como camisón, o pantalón, o canción, o reunión; o

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palabras que cuadren para no borrar ni quitar el final con “on”. Eso en caso de querer combinar todo con esa terminación. Porque si fuese otra la silaba con que termine la frase, en iguales aprietos habremos de encontrarnos para hacer que todo cuadre. Otros lo han logrado y han convertido sus obras en maestras y modelos, ya de la figura, ya de la imagen, como del estilo. Pero para eso se requiere además de ingenio, mucha genialidad; y en ambos, tal vez, el ingenio no nos abandone, porque ingeniarse una idea o un personaje puede ser más sencillo, solo es cuestión de cerrar los ojos y de imaginarse esto o aquello, y ya la mente nos lleva por mundos maravillosos. O si no, es esperar la noche para dormir, que ya el sueño nos regalará una nueva creación; más si ayudamos a la mente con una sopa llena de grasa o algo que altere el buen funcionamiento digestivo. Sin duda, que saldrían personajes nuevos, comenzando con seres tiernos y terminando con fantasmas, como consecuencia de una alteración estomacal que nos pondrá la mente a parir en figuritas nuevas y extrañas. Podría sentirse feliz, entonces, el pensador aquel que dijera que hay que “hacer parir la mente”, cuando proponía que había que pensar; pero que en nuestro caso no debería tener mucha aplicación, porque había sugerido aquel otro hombre de la película, que hay que escribir y no pensar. Hay que escribir, decía. Escribir y escribir… Cuando se escribe no se piensa, porque, si no, no se escribe…

No es el caso de escoger la forma de poemas por las razones ya esgrimidas. Así haya habido genios en ese doble arte. Pero tampoco se trata de que copiemos.

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¿Habrá de ser, entonces, el estilo de la historia por el que optemos en nuestra escogencia? Y hay muchas obras por ese estilo. Es larga la lista. No se trata de darnos de eruditos y de citar a este y aquel otro para saber, como aquel autor mexicano de reciente renombre, como para saber que se sabe y es extensa la información. O de repetir como el loro lo que otros loros igual repiten. No es historia-historia lo que aquí contaremos, porque no es fidelidad a los hechos y a los acontecimientos, y no se trata mucho menos de biografía, o algo por el estilo. Que no porque sea biografía sea tediosa, sino porque toda biografía llega justo a esos límites de lo aburrido. En todo caso, se trata de respetar los gustos y los colores, porque no todos disfrutan de los mismos placeres en el placer del disfrute de la vida. Hay quien disfruta más lo fantasioso y lo creativo, como la novela, o la historieta, o lo que sea, pero que no se encuentra en la biografía, que es más bien fría, y al punto de ser considerada de todas las formas de escribir la más pobre de todas. Sin negar, por supuesto, que adentrarse en esa forma requiere paciencia para sumar y juntar datos de aquí y de allá para contarlos con objetividad. Lo que también requiere su cansancio y fatiga, y su mérito tiene que tener, que es la consulta de datos para la posteridad. Admirando, sin embargo, a los que su memoria ejercitan en ese estilo.

Tampoco habrá de ser en este caso la escogencia de la forma que utilizaremos y que ya estamos usando, como habremos de darnos cuenta. Ni la poesía, ni la historia. Aunque ya hay poesía como creatividad en la historia que se pueda estar contando, porque eso es poesía, no otra cosa que creatividad.

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Pero no la poesía como rima, sino como idea e imaginación. Tampoco se trata de poesía como recurso de sacar lo bello de lo que ya es bello; aunque en eso consiste el arte según Vincent van Gogh en la recopilación de sus cartas en el libro posterior a su muerte, titulado Cartas a Théo, en donde en esas correspondencias se puede descubrir el sufrimiento de van Gogh, pero se puede, igualmente, descubrir la máxima definición del arte, como el grito de la naturaleza que le gritaba

que la interpretara, según se desprenden de su rico aporte a la

humanidad sobre lo que es el arte, sobre todo en la última carta, por de más reveladora y estremecedora. Sin negar que lo bello ya es bello en sí, la tarea del poeta, ya pintor o en la forma que se exprese el genio, está interpretando con sus palabras, o con los colores si a los colores se dedica, lo que la naturaleza le está interpelando a revelar. Difícil tarea, entonces, la del arte, como la dijera ya en uno de sus libros aquel autor alemán, Herman Hesse, titulado En el balneario de Baden. Pero no se trata de dárnosla de sabedores, sino de entretejer la idea que estamos queriendo precisar desde un comienzo en esta obra, en la que todavía no tiene nombre el personaje, sino el apelativo de “nuestro personaje”, pero que ya nos ubica en la misma para poder continuar. Y que no es otra cosa que una obediencia a interpretar a la naturaleza que nos está gritando a que la interpretemos, que la traduzcamos, que la demos para que otros puedan descubrirle la belleza que ya de por sí los tocados de esa locura están captando y percibiendo visceralmente. Y en cuanto a que un hijo a otro engendra y en padre en cierta manera se convierte, por lo menos en cuanto a idea se refiere y como obra,

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sin contar en este caso la paternidad de que ésta o aquella idea crea el autor, podemos aquí juntar la otra filiación en otra idea como grupo en el grupo de música español, que llevara por nombre “La oreja de van Gogh”, porque hasta una oreja quitada de un tajo en un arrebato por van Gogh, aunque en esto no se juntan los que la historia hacen, pues según otros no fue el propio van Gogh quien él mismo la oreja se quitara, sino que fuese en una disputa en un bar por Paul Gauguin, otro pintor que quien con él en algo también litigara, y que por una mujer el motivo fuera y que Rachel de apelativo llevara, y quien fuera que la oreja del propio van Gogh en persona ella recibiera; aunque en esto igual tampoco los datos se igualan; en todo caso, por muy muerta que la oreja quedara al ser desmembrada sin misericordia de su cuerpo, aún en su muerte y frialdad, a otros inspirara para, por lo menos, rescatar la oreja y darle vida por lo menos con el nombre, y con ella al loco que de su cabeza la quitara, con sus canciones no escasa de igual locura, porque hasta para componer canciones que hagan con sus letras y notas perfecta armonía, algo de desquicio el autor ha de igual de tener, y sobre todo mucho en ocio igual de vivir, que en algo del ocio quiera huir, aunque ya el desquicio y amor por la oreja van Gogh siempre tenía porque desde ese desenlace muchas pinturas de oreja produjera, sobre todo en los tan valorados cuadros suyos de autoretratos, lo que se hiciera pensar, por otro lado, el gran amor que por su oreja el pintor siempre tuviera, y que homenajes post-mutilación, siempre igual en sus cuadros reflejara el amor por su antigua compañera, aunque algunos hayan llegado a afirmar que van Gogh se la quitara él mismo

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para infringirse un castigo y vivir más y mejor su cristianismo, como si fuera sano de cristianos bien formados el cuerpo auto-flagelarse, aunque en otros tiempos esta macabra usanza por desquiciados se usase, y que en nada tienen que ver ni en cercanía de vecindad ni en lejanía de distancia con la vida propuesta por Jesús al llevar por amor a Él la propia cruz en el diario y concreto trajinar, y que el pintor admirara en las ideas subyacentes en los cuadros de Antón Mauve, pintor holandés, quien ejerciera mucha influencia en él y a quien visitara para aprender a dibujar al carbón y a la tiza, al difuminado y al pincel; como al ruso Jean François Millet, de quienes dice con gran admiración que a no ser que por los cuadros de Mauve y de Millet, nunca hubiera ni escuchado ni visto un buen sermón sobre la resignación, en cuyos cuadros sí encontraba lo que es la verdadera resignación, “en esas mujeres altas y flacas, esas

pobres mujeres vencidas y agotadas, negras, blancas, morenas; están pacientes, sumisas, prontas, resignadas, calmas… Están jadeantes, cubiertas de sudor, pero no se quejan, no protestan, no se lamentan de nada… Encuentro en ese cuadro una filosofía notablemente elevada, práctica y silenciosa, que parece decir: “saber sufrir sin quejarse es la única cosa práctica, ésta es la gran ciencia, la lección que se debe aprender, la solución al problema de la vida”… “Me parece que este cuadro de Mauve sería uno de los raros cuadros delante de los cuales Millet se detendría largo tiempo murmurando: “tiene corazón este pintor”. Aunque si se coloca

seriamente a mirar y comparar los cuadros y las obras referidas, se piensa que más Mauve, más bien fuese Millet, de quien

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pareciera estar van Gogh hablando; que aunque otras orejas son también famosas en la historia, como la oreja derecha de la que San Pedro le quita con su espada al siervo del Sumo Sacerdote, y que Malco se llamase el desorejado que según Mateo y Juan así debió de quedarse, porque no dicen que Jesús la oreja a Malco le devolvió, siendo sólo el Evangelio de Lucas el que dijera que su oreja le curó; otra oreja famosa en la historia, sin contar las de las faenas taurinas que otorgan a los toreros que las merecen por su faena en la arena frente al toro, es la oreja que Mike Tyson mordiera dos veces a su contrincante Evander Holyfield y que por ello su pelea perdiera, sin dejar de contar como ha de ser lógico la misma oreja de El Quijote que el vizcaíno le quitara en la primera refriega de la salida de Don Quijote, y que fuera la segunda dizque justificada hazaña que el Sancho presenciara, después de la de los treinta o cuarenta molinos confundidos como gigantes, cuando como su escudero su inocente oficio desempeñara para recibir el propio Sancho la primera golpiza por pretender despojar de todo cuanto el pobre fraile llevaba, creyendo que a él todo le tocaba por la victoria de su amo; sea, así, cuatro los famosos de que sin orejas se quedaran: el siervo del Sumo Sacerdote, Van Gogh, Don Quijote, y Holyfield, sin poder llegar a contar los toros de las plazas en las ferias; pero volvamos a Vincent van Gogh, quien en correspondencia con su hermano, de un poco tiempo antes, de por lo menos dos años, donde no se dejaría de admirar la confesión del propio artista a su hermano Théo, a quien siempre le dirigía sus cartas, al confesarle y aconsejarle desde lo más profundo de que tratase “de comprender la última palabra de lo

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que dicen las obras de arte de los grandes artistas, los maestros serios, y verás a Dios allí dentro. Alguien lo ha escrito o dicho en un libro y alguien en un cuadro”. Porque como dijera otro

autor y que es el mismo2 de lo que usted ahora lee, en otro hijo que en otro entonces produjera, que en el arte cualquiera su expresión sea, Dios se deja por el hombre encontrar, al hombre la belleza en sus múltiples formas buscar y al mismo tiempo hallar.

Esa misma verdad implícita y lacerante, en el caso del ate, que grita en el dentro del dentro de los que poseen esa sensibilidad, y que se ven obligados a comunicarla, como siempre lo han hecho, y lo harán los que en futuro les toque su espacio y tiempo, como en eterna cadena sin fin, para con ello ir mejorando al ser humano, pues de eso se trata; irán ayudando a crecer en conciencia de su riqueza interna e irán aflorando más y más el potencial puro y fino de la humanidad, al punto de llegar a estar de acuerdo y en total consonancia con Víctor Hugo, en su genial creación de su obra “Los miserables”, que hay que espantarse del que no tenga gustos por el arte, y de que hay dudar del que no sienta inclinación por la belleza descubierta por los que descubren los artistas, cualquiera sea su manifestación. Aunque no dejaríamos de dejar de sentir compasión y tristeza de los que en artes andan porque algo de locura en su ingenio tienen, si no mucho, para poder vivir en esos mundos mentales que viven, para ser, por desgracia suya,

2 Véase los libros El piar de un gorrión, y, Preguntas y respuestas de toda persona

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ajenos a sus tiempos y de sus contemporáneos, como siempre ha sucedido. Pero, la humanidad de ellos está necesitada para crecer, a pesar del sacrificio que estos signifiquen. Tal vez en eso consiste el eterno sacrificio a los dioses de todos los tiempos. Cada tiempo necesita un ser especial para la ofrenda. Su locura y su demencia en aras del crecimiento. Porque loco es, sin duda, un creador de Raskolnikov, como de El Quijote, para poder seguir contando lo que cada uno de ellos como personajes iba realizando y sufriendo. Y si lo sufrían los personajes era porque en sus mentes sus creadores les daban riendas sueltas en sus andanzas y complicaciones. Complicado era el del ruso con sus batallas internas en su justificación de que les estaba permitido a los seres extraordinarios hacer cualquier cosa a costa de los seres ordinarios, que no eran otra cosa que el popular, el común. Eso era una locura. Por eso mataba a la vieja, porque era loable que alguien le diera un hachazo, pues era un favor deshacerse de seres como ellas, viles y repugnantes en todo. Pero tarea que les sería permitida según pretendiese el personaje de ese clásico de la humanidad en suerte de la creación de Dostoievsky, o en su desdicha por la locura que eso conllevara y se le desarrollara, porque es de imaginarse el torbellino interno que debió vivir-viviendo que se le vivía en su cabeza e imaginación, y que su tiempo se tomaba para transmitirlo a sus lectores, que también locos eran, y aún lo son y también habrán de ser, para creer en semejantes locuras, y sobre todo, tener paciencia para leerse un libro de tan cantidad de páginas, de principio a fin, y no dar descanso a su alma hasta devorarlo todo y llegar a saber la suerte de la empresa

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comenzada, ya en el autor quien se lo imaginado había, como en el lector, que en su alma igualmente sufría, por eso lo leía y lo leerá quien en suerte tenga la grande dicha y buena ventura de encaminarse por esos mundos de la desventura de ser víctima del mundo de las artes en la versión de letras. Porque bien dice el refrán que “es más loco que el loco, quien con el loco anda”, porque llegar a creerse semejante hazaña y tener paciencia para tomarse el tiempo para perderlo en una locura de pérdida de tiempo en sólo dedicarse a leer. Ocioso ha de estar, primero, el que a esa invención se dedique, ponerse a inventar mundos en su fantasía y después atreverse a comunicárselo a otros a través de la escritura; cosa doblemente ociosa, primero el crearlas, después el escribirla. Doble ocio. Falta de oficio ese el del que escribe o será mucho el ocio en el que vive, que no tiene otra que entretenerse en algo. Pero lo más risa que da todo esto, es que hay quien paga por ese ocio, y entre más ocioso sea el que en ese ocio vive, más seguidores tendrá; porque habrá de hallar a gente más ociosa aún que disfrute y exige cosas más descabelladas que leer y escuchar y ver y sentir con los sentidos. Lo de ocioso ya el mismo Cervantes lo dice en el prólogo de su libro que ya tenemos dicho, cuando en el mismo comienzo ya al lector lo clasifica al decir “desocupado lector”, como habrá de serlo quien igual en estas letras vaya, y por gracia no detenerse quiera.

En cuanto a la manera que usaremos y que usando estamos ya, tal vez sea un poco a la manera de contar la que usaba Cervantes, con los verbos al final de la frase, o con oraciones enrevesadas para darle algo de elegancia o por lo

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menos así creerlo, pero que no sólo era el uso propio de Cervantes, sino que por la época así se escribía, como cuando los textos de los autores de por entonces acudimos, como un San Juan de la Cruz o sor Juana, por decir algunos.

Cosa realmente curiosa esa la de los genios en la creación. Entre más descabellada sea su imaginación más hechiza y más fieles y adictos tendrá que le crean y defiendan. Porque ¿quien no habrase dado cuenta que El Quijote no es más que una idea y un puro invento, al igual que el Raskolnikov? Solo por seguir a estos dos que desde un principio hemos colocado como modelo de la escritura, mas no por ello, es que seamos clasistas, cosa que es inevitable en la comparación, que nos obligaba a tomar a unos y dejar al resto de los otros. Pero no se hizo por pensamiento ni por separatismo, sino por espontaneidad del momento en el momento que de esto escribíamos desde un comienzo. Tampoco se trata de colocar modelos, como si de ello se tratase. No vaya a ser que se llegue al otro extremo de colocar a El Quijote como el modelo de vida y como el proyecto para el hombre de algún tiempo. Cosa que la risa despierta, acompañada de carcajada y de burla, como de hecho a ese extremo se haya llegado en una sociedad política, no tan lejana, sino muy de nuestros días. Quien semejante ignorancia cometa, en aras de muchas letras, olvida siempre que El Quijote, no es más que un personaje inventado de un ocioso de los muchos que en el arte existen; y que si es grande el personaje era porque grande y exuberante de quien lo inventara, quien fuese escogido como la ofrenda a los dioses de su tiempo, como en otros fuera la doncella más bonita, según de culturas e

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historias nos cuentan. Su aporte en su creación estaba, como habrá de serlo siempre, para ayudar a la humanidad a soñar y a fantasear, porque de eso está siempre necesitada la humanidad de todos los tiempos. Y de esos elementos de siempre necesita para poder llegar a pulir lo más puro de su ser que es oro puro. Precisamente, porque el que en artes busca, se encuentra encontrando y en él inmerso vive para depender de la pulitura de su más profundo ser. Y se encontrará encontrando lo que los artistas expresan en su exquisita sensibilidad. Tal vez por eso era que sufría tanto van Gogh, y por eso tanto andaba buscando y se alegraba de hallar en este o aquel otro pintor alguna nueva faceta que era el fruto de su necesidad encontrada y proyectada. Cosa de locos, sin duda. Como cosa de locos lo de un El Quijote, que andaba haciendo estragos y deshaciendo entuertos en la imaginación de Cervantes, primero, y más tarde en la Mancha, como lugar escogido de sus locuras. Porque por mucho que como modelo a El Quijote colocar queramos, no sería de sanos, que confundiera a unos monjes que por el camino iban como una cuerda de malos hombres que llevaban presa a una princesa y que se habían disfrazado para pasar desapercibidos y que para el caballero andante no los reprendiera. Eso por citar alguna cosa referible de semejante loco, fruto de un sacrificado, como ya dijimos. Pero resulta más loco que el mismo loco, en el caso del personaje que citamos estamos, si por alarde de mucho saber y de mucho aplicar, a El Quijote queramos colocar de modelo a seguir, en un afán de reducirlo todo a un sistema de vivir. Tal vez por ese modelo a seguir todo lleve a transmutar los hechos, ya que se ve gigante

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