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RENÉ DESCARTES. 1596, Francia , Suecia 1. CONTEXTUALIZACIÓN CONTEXTUALIZACIÓN HISTÓRICA CONTEXTUALIZACIÓN FILOSÓFICA

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RENÉ DESCARTES

1596, Francia - 1650, Suecia

1. CONTEXTUALIZACIÓN

1.

1. CONTEXTUALIZACIÓN HISTÓRICA

Nacido en 1596 en la pequeña ciudad francesa de La Haye y fallecido en 1650 en Estocolmo donde su presencia había sido reclamada por la joven reina Cristina, la vida de René Descartes transcurrió a lo largo de toda la primera mitad del siglo XVII. Los principales acontecimientos históricos de la época de los que fue testigo directo y en algunos de los cuales participó directamente fueron los siguientes: - la coronación en 1589 de Enrique IV de Navarra, entronización que puso fin a más de medio siglo de luchas en Francia entre católicos y hugonotes calvinistas y que supuso la sustitución de la extinta casa real de los Valois por la de los Borbones. - la consolidación de la monarquía borbónica y el engrandecimiento de Francia, obra de la “realpolitik” desenvuelta por cancilleres de la talla de Sully, el cardenal Richelieu y el cardenal Mazarino. - la Guerra de los 30 Años, feroz y devastadora guerra que dio comienzo con la

Defenestración de Praga (1618) y que llegó a su final con la Paz de Westfalia (1648), guerra

político-religiosa que enfrentó en el Imperio alemán a la Unión Evangélica (protestante) y a la Unión Católica y en la que intervinieron todos los Estados europeos (Francia, España; Suecia, Inglaterra). Con la Paz de Westfalia da comienzo un nuevo orden político internacional: Europa se constituirá como un “sistema de Estados” soberanos que se equilibran entre sí y que no se someten a instancias superiores de carácter supraestatal (el ideal imperial medieval y las interferencias de la Iglesia en la política quedan definitivamente anuladas). Tras la paz, Francia se constituye en la nueva potencia hegemónica europea en sustitución de la España de los Habsburgo.

- la implantación y expansión de las ideas y el modelo económico mercantilista, modelo caracterizado por la organización estatal de la economía nacional tendente a la unificación y fortalecimiento del mercado interno por medio de una política comercial agresiva (conquista imperialista de nuevos territorios y control de los mercados mundiales disponibles), el proteccionismo arancelario y, sobre todo, la acumulación de capital en forma de metales preciosos (ya que erróneamente consideraba que la riqueza de un país se cifra en sus reservas de oro y plata).

1.

2. CONTEXTUALIZACIÓN FILOSÓFICA

René Descartes vivió en la época del Barroco. El Barroco o el Siglo del Barroco es un término utilizado por la historiografía para referirse al movimiento cultural propio del tormentoso periodo que se extiende entre 1620 y 1680. Dicho periodo, coincidente con la grave crisis bélica,económica, política y social que desató la Guerra de los Treinta Años, se caracteriza por una disposición

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anímica y espiritual proclive al pesimismo y la melancolía, así como por el gusto por lo aporético, lo exuberante, lo extraordinario y lo extravagante; y que hace de una concepción del ser infinita y dinámica el telón de fondo de toda reflexión. El Barroco es también desde la perspectiva de la historia de las ideas, paradójicamente, el punto de arranque de la era racionalista, de la Edad de la Razón, que filosóficamente con Descartes y científicamente con Galileo pone en marcha definitivamente el pensamiento moderno iniciado en el Renacimiento. La médula de la nueva mentalidad racionalista es el convencimiento de que, tras la disolución de la fe cristiana como instancia suprema de unidad (efecto de la destrucción de la unidad de la Cristiandad por la Reforma), sólo la razón (cuyo modelo es la razón lógico matemática) le será capaz de restituir al hombre, a Dios y al mundo la unidad perdida. El esfuerzo teórico del racionalismo es la búsqueda de las formas matemáticas que ordenan la realidad natural, el hallazgo de dichas formas matemáticas en la subjetividad (pues están contenidas en la razón humana como “ideas innatas”) y la convicción del origen divino de estas formas en un Dios matemático y matematizador. El matematizante pensamiento racionalista, “claro y distinto”, contrastará con el pensamiento exuberante, laberíntico y paradójico propiamente barroco trazando el camino “desbarroquizador” que conducirá a la sociedad europea hacia un nuevo orden caracterizado por el imperio de la razón y cuyo triunfo definitivo advendrá en el Siglo de las Luces.

CUESTIÓN CONTEXTUAL

1. RENACIMIENTO Y REFORMA

Denominamos Renacimiento a la etapa histórica que comprende los siglos XV y XVI, un periodo de transición entre la Edad Media y la Edad Moderna. Dichos siglos van a ser testigos de una honda transformación 1º de la sociedad y 2º de la mentalidad de la época.

Hablemos en primer lugar de la transformación de la sociedad. Europa, a la par que contemplaba atónita la caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1453, el descubrimiento de América en 1492 y la puesta en marcha de la Reforma protestante por Lutero en 1517, experimentaba los siguientes cambios: 1º a nivel político, el nacimiento del Estado moderno (con la concentración de todo el poder político de un vasto territorio en manos del rey y de su administración); 2º a nivel económico, la expansión del capitalismo comercial (un nuevo modelo económico conducente a la acumulación de riqueza por medio de la racionalización de los intercambios a través del cálculo de los costes, riesgos y beneficios); 3º a nivel social, el irrefrenable crecimiento de las nuevas clases burguesas.

Expliquemos seguidamente cómo se modificó la mentalidad de la época en comparación con la mentalidad dominante en la Edad Media. A lo largo de los siglos XV y XVI, Europa asiste al desenvolvimiento de una nueva concepción del ser humano y la sociedad, de la naturaleza y de la religión. Es por ello por lo que en el Renacimiento van a surgir nuevas y vigorosas corrientes del pensamiento como el Humanismo, la nueva ciencia (que tras la realización de la Revolución científica dará lugar a la ciencia moderna) o el Protestantismo (que llevará a cabo la Reforma que pondrá fin a la unidad de la Cristiandad Occidental).

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Comencemos dando cuenta de la “nueva ciencia”. En el Renacimiento se van a poner las bases para el desarrollo del pensamiento científico en la era moderna. Tres hechos tendrán especial relevancia para la eclosión y el desarrollo de la “nueva ciencia”:

1. la demolición del sistema astronómico geocéntrico aristotélico-ptolemaico por parte de Copérnico y sus seguidores.

2. la revalorización de las artes mecánicas que

a) hará de la mecánica, ciencia de las fuerzas y el movimiento, la ciencia básica y fundamental de lo real y

b) pondrá a disposición de los científicos instrumentos de medición y observación que modificarán su experiencia de lo real).

3. la elaboración de un nuevo método caracterizado por la matematización de la física. Pasemos seguidamente a explicar las vicisitudes del movimiento humanista.

El Humanismo fue el principal movimiento cultural del Renacimiento y la primera corriente cultural en importancia y orden de aparición de la era moderna. Se divide en dos fases: la primera se extiende a lo largo de todo el siglo XV y tiene en Italia su centro de erradicación; la segunda fase, se desenvuelve a lo largo del siglo XVI cuando el movimiento ya se ha extendido por toda Europa, siendo Erasmo de Rotterdam su figura principal. El programa humanista, inspirado en el pensamiento de Petrarca, mantiene una nueva concepción de la historia, de la cultura y del hombre:

➡ de la historia: al considerar la Edad Media como un periodo de oscuridad que sería superado cuando se reinstaurara a la par la luz y la grandeza de la Roma antigua y la gloria del cristianismo.

➡ de la cultura: con el Humanismo aparece la conciencia filológica y la crítica textual, así como la consideración de que Aristóteles no monopoliza la verdad (lo cual plantea la necesidad de abrirse a nuevos autores y filosofías).

➡ del hombre: el Humanismo se caracteriza por su antropocentrismo, su rechazo del ideal de vida contemplativa medieval y la defensa de un nuevo ideal de vida humana centrada en la praxis ética y religiosa (este ideal debía estar sustentado en una educación integral del individuo cuyos pilares fundamentales son las enseñanzas evangélicas de Cristo y la lectura de los clásicos)

Respecto a la Reforma puesta en marcha por Lutero en 1517 con ocasión de la querella de las indulgencias, debemos para empezar indicar que no hay una sola Reforma (en singular) sino un conjunto de reformadores (Lutero, Zwinglo, Calvino, Enrique VIII, los líderes de la reforma anabaptista), cada uno de ellos muñidor de una reforma particular. Por lo tanto, habrá varias reformas religiosas, algunas muy próximas entre sí (caso del luteranismo y el zuinglanismo) y otras más distantes (como es el caso del anglicanismo respecto a todas las demás), que se llevarán a cabo simultáneamente en distintos lugares de Europa. La relevancia histórica de la Reforma es que con ella se pone fin a la unidad religiosa de la Cristiandad Occidental quedando obsoleto por ello el ideal medieval de una Iglesia (y de un Imperio) universal como instancia superior de carácter supraestatal a la que se debían someter todas las instituciones religiosas (y políticas) locales. La complejidad de las doctrinas teológicas, cristológicas y eclesiológicas del “protestantismo” (la otra

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denominación con la que es conocida la Reforma) pueden ser resumidas en los tres “sola” que descubrió Lutero en la “experiencia de la Torre (la “Turmerlebnis” que el reformador alemán tuvo mientras meditaba sobre el pasaje 1,17 de la Carta a los Romanos de San Pablo en el convento de Wittemberg):

➡ sola gratia: la “justicia de Dios” no es la justicia legal (pues en puridad Dios debería en justicia aniquilar al pecador género humano) sino la “justicia de la gracia” a través de la cual, por el sufrimiento redentor de Jesucristo en la cruz, por misericordia, mira con clemencia la fe del pecador y lo justifica (lo salva). La gracia de Dios, de la cual se hacen dignos los pecadores por medio del sufrimiento en la cruz de Jesucristo, es el único medio de salvación.

➡ sola fide: la doctrina de la “Justificación por la fe” considera que sólo la vivencia intensa y auténtica de la fe por parte del creyente, sólo quien se acerca a Dios con la confianza en haber sido salvado por la muerte redentora de Jesucristo, logrará de hecho la salvación (de nada sirven, tal como afirma la doctrina católica, las obras meritorias, ni los sacramentos, ni la pertenencia a la Iglesia del creyente para alcanzar la salvación). ➡ sola Scriptura: únicamente en la Sagrada Escritura está contenida la promesa de salvación y, por lo tanto, sólo a través de los Evangelios, de su lectura directa por parte del creyente, puede recibir éste de Dios la fe primero (la fe es un don gratuito) y la gracia después (el Espíritu Santo produce la fe en el alma mediante la palabra concebida sacramentalmente).

Del otro gran reformador, el francés Calvino, debemos hacer mención de su doctrina de la “doble predestinación” según la cual Dios quiere la predestinación de unos para la elección (los elegidos para la gloria) y a otros para la reprobación (los réprobos, condenados a las penas infernales). La fe es el signo, el fundamento de la elección para la vida eterna (quien tiene fe y vive de acuerdo con su fe será salvado). Hay además, para Calvino, un segundo signo de estar entre los elegidos de Dios: la pertenencia a la Iglesia calvinista. La doctrina de la predestinación, frente a lo que podríamos llegar a pensar, no hundía en la desesperación y en la inacción al creyente sino que, por el contrario, la conciencia de haber sido elegido era el estímulo más fuerte para la vida cristiana de cada día, para vivir de acuerdo con la fe y testimoniando dicha fe.

2. LA VINCULACIÓN DEL EMPIRISMO Y EL

RACIONALISMO CON LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA

En el siglo XVII emergió con las investigaciones de Kepler y Galileo la nueva ciencia geométrica de la naturaleza. La intención de Descartes será, más allá de sus contribuciones puntuales a la nueva ciencia, la de elaborar una filosofía general (en total ruptura con la ontología aristotélica) que sirviese de fundamento a la nueva física-matemática. Esta “filosofía general” aspiraba a convertirse en una ciencia universal:

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b) universal por su determinación a que la totalidad del saber se dedujese de unos pocos principios evidentes (y en el que por supuesto siempre habría espacio para desarrollos particulares dentro del sistema, como ocurría con la nueva física; para Descartes, las investigaciones particulares llevadas a cabo por Galileo eran correctas pero consideraba que a Galileo le faltaba el marco general, los “principios universales” a partir de los cuales pudieran deducirse las investigaciones particulares).

El proceder de Descartes consiste en formular la ontología general de la que la nueva física no sería sino un desarrollo particular:

1. Dios es el fundamento ontológico absoluto e incondicionado de todo lo que existe. 2. La conciencia descubre las primeras verdades (evidentes y necesarias) una de las cuales

es la que acabamos de formular acerca de Dios (que Dios es el fundamento de todo lo real).

3. Dios es la garantía de la objetividad de nuestras evidencias, fundamentalmente, la evidencia 1º de que soy una sustancia pensante completamente separada de la materia y 2º de que la naturaleza consiste en corpúsculos de materia extensa en movimiento (lo cual implica que la naturaleza es geometría y sólo geometría y que únicamente la física-matemática es capaz de explicarla de forma correcta).

La naturaleza para Descartes es una res extensa, una sustancia tridimensional dotada de una cierta cantidad de movimiento:

1. La materia es pura extensión figurada, presente siempre como corpúsculos siempre divisibles, homogénea en toda su extensión y contingente (radicalmente dependiente de Dios para la existencia y la permanencia en el ser)

2. Dios puso en la materia cierta cantidad de movimiento que se mantiene constante. Así mismo, también puso las leyes que rigen el movimiento (ley de la inercia, ley de la trayectoria de los cuerpos y ley de la comunicación de la cantidad de movimiento a través del choque). Estas leyes son necesarias e inmutables porque proceden de la inmutabilidad divina (de ahí que estas leyes sean universales y por lo tanto la homogeneidad del universo, frente a las jerarquías cósmicas de cuño aristotélico, sea absoluta).

En conclusión, Descartes jugó un papel fundamental en la creación de la nueva ciencia y sobre todo en fijar su programa mecanicista, un programa que negaba el principio fundamental de la ontología y la física aristotélica, la atribución a la materia de un principio interior del movimiento, la capacidad de modificar espontáneamente su estado. El nuevo programa mecanicista rompía drásticamente con la tradición intelectual europea y sellaba la superioridad de los modernos sobre los antiguos.

Veamos seguidamente cuáles fueron las contribuciones del empirismo al desarrollo y consolidación de la nueva ciencia:

a) El empirismo defiende una concepción del conocimiento que se asienta sobre las dos siguientes afirmaciones: 1º la experiencia es el origen y límite del conocimiento humano; 2º dicho conocimiento debe ser remitido al test de la experiencia para su confirmación. Este planteamiento era acorde con la tradición baconiana y sobre todo

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con la nueva física experimental que había experimentado un gran desarrollo en Inglaterra en la persona y obra de Robert Boyle a la vez que se había institucionalizado en la Royal Society, fundada en 1664, la primera academia científica de la edad moderna.

b) El empirismo llevará a cabo una crítica de la metafísica (de la metafísica en general y de la cartesiana en particular) como construcción especulativa desgajada de la observación. Tendrá como principal implicación el convencimiento de que sólo la ciencia, y no el vacuo pensamiento metafísico como ciencia de la sustancia, será el medio de acceso adecuado al conocimiento de la naturaleza.

c) La consideración de que el conocimiento humano es falible por naturaleza: limitado, revisable y sujeto a error, dotado de un grado de certeza mayor o menor. El resultado, acorde con el espíritu de la ciencia, es la modestia del espíritu humano, la renuncia a las pretensiones de conocerlo todo.

En conclusión: frente a la pretensión del cartesianismo de convertirse en la nueva ciencia universal, en el conocimiento necesario de la estructura metafísica de la realidad, el empirismo (siguiendo en ello al filósofo atomista de la época, Gassendi) abogaba por una nueva concepción de la ciencia (a la par que rechazaba la metafísica cartesiana como un nuevo dogmatismo): la ciencia moderna debe ser concebida como el conocimiento hipotético, probable (no necesario, como consideraba Descartes), de los fenómenos accesibles a los sentidos y sus regularidades, renunciando al conocimiento de las causas y esencias (tal como lo defendía Descartes y la tradición metafísica). Será esta nueva y más modesta concepción de la ciencia defendida por el empirismo la que finalmente se impondrá en la modernidad.

2. CUESTIÓN TEMÁTICA

2.

1. EL PROBLEMA DEL MÉTODO: LA IDEA DE

SUBSTANCIA EN DESCARTES Y EL PROBLEMA DE LA

VERACIDAD DIVINA

Descartes, eminente matemático y físico aparte de fundador del racionalismo y de la filosofía moderna toda, era plenamente consciente de la profunda crisis que afectaba al saber de su época, ruinoso edificio que debía con prontitud ser derruido para posteriormente ser, desde los cimientos, reconstruido. Toda su obra se basa en el convencimiento de que la razón es una y, por ello, uno y universal el método. Las distintas ciencias que aplican dicho método no serían, también a su vez, más que las distintas ramas de un mismo y único árbol, el árbol del saber al que Descartes concibe teniendo por raíces la ciencia metafísica, por tronco la matemática y como rama más sobresaliente, pues ha alcanzado las máximas cotas de altura y desarrollo, la mecánica. En su “Discurso del método”, argüirá que la razón humana tiene una estructura fija que se manifiesta en la doble capacidad que tiene nuestra mente para intuir y deducir, para captar de un modo inmediato los conceptos simples emanados de ella misma (intuición) y para llegar, a partir de ellos, a verdades más complejas (deducción). El método cartesiano, conjunto de reglas que guían a la mente en su búsqueda de la verdad, intentará al máximo adecuarse a esta estructura. Dichas reglas son las siguientes:

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1. Evidencia: es verdadero objetivamente lo que se me presenta subjetiva e intuitivamente como evidente, esto es, con claridad y distinción, notas que Descartes recogerá luego en su criterio de certeza.

2. Análisis: división de un problema hasta llegar a los elementos simples que lo constituyen sobre los cuales se podrá proyectar la intuición.

3. Síntesis: aplicación de la operación mental de la deducción consistente en la reconstrucción de lo complejo a partir de lo simple.

4. Enumeración: o revisión de todo el proceso de deducción, no fuese que se hubiesen cometido errores.

En las “Meditaciones metafísicas”, hará uso de este método para elaborar un novedoso sistema metafísico (una teoría general acerca de lo real), piedra angular de todo el racionalismo posterior. Partiendo de una verdad absolutamente evidente, el “cogito”, a la cual no es aplicable la duda metódica (aplicación que, por el contrario, sí es posible a la información sensorial e incluso a las verdades matemáticas, cuestionadas en virtud de la hipótesis del “genio maligno”), Descartes abrirá su catálogo de substancias afirmando indefectiblemente la existencia del “ego cogito” o lo que es lo mismo, de la substancia pensante finita. Tras determinar que el principio “cogito, ergo sum” es el paradigma de la evidencia, Descartes establecerá el criterio de certeza, entendido como claridad y distinción, que le guiará en su procelosa búsqueda de la verdad.

Analizando el contenido del “cogito” (atiborrado de ideas adventicias, facticias pero también de algunas ideas innatas) se topará con la idea de “ser infinito” (del infinito ontológico, no del infinito matemático) o “ser perfecto” a la que considerará una idea innata y que raudo identificará con la idea de Dios. Recurriendo al argumento ontológico y a una prueba basada en el principio de causalidad (que considera que toda idea debe tener una causa real proporcionada), Descartes entenderá que queda perfectamente probado que Dios existe y, por lo tanto, que hay también una substancia pensante infinita que debe ser incluida, junto con la de su yo pensante, en su catálogo de substancias indubitablemente reales. Convencido de la veracidad y no mendacidad de Dios en razón de su perfección y, por lo tanto, de su bondad consecuente, Descartes se afirmará categóricamente no sólo que el mundo existe (si Dios es veraz, no puede querer que nos engañemos al respecto) sino que dicho mundo es exactamente tal como lo pensamos cuando, olvidándonos de la falaz información sensorial, le referimos y aplicamos sólo ideas innatas tales como la extensión, el número o el movimiento (Dios garantiza la objetividad de las ideas innatas referidas a las cualidades primarias de los cuerpos: tamaño, figura, número y movimiento; por el contrario, Dios no garantiza la objetividad de las ideas adventicias procedentes de los sentidos y que se refieren a las cualidades secundarias de los cuerpos: color, sabor, olor, etc.)

En conclusión, tras definir el término “substancia” como aquello que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra cosa para existir, Descartes considerará que existen dos tipos de substancias: pensante o “res cogitans” y material o “res extensa”. Dentro de la substancia pensante, como advertimos ya anteriormente, hay que diferenciar entre la substancia pensante infinita, Dios, y la substancia pensante finita, el alma de los hombres.

El atributo o característica esencial de la res cogitans es el pensamiento. Sus modos o formas de manifestarse dicho atributo pensante son el pensar, el querer, el imaginar y el recordar y el sentir. El atributo de la res extensa es la extensión. Sus modos, la figura y el movimiento.

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Los corolarios de esta teoría dualista acerca de la substancia son predecibles. Por una parte, Descartes mantendrá una concepción antropológica dualista en la que el hombre se presentará como una especie de híbrido compuesto por dos substancias distintas, un cuerpo y un alma, substancia pensante y substancia extensa, incomunicables entre sí a no ser por la intervención de la “glándula pineal” (la epífisis). Por otro lado, Descartes considerará fundamentado metafísicamente su propia física mecanicista, una mecánica en la que el universo, un universo que substituirá al cosmos orgánico, teleológico y estrictamente jerarquizado de Aristóteles, se presenta como una enorme máquina compuesta de partículas materiales que se mueven conforme a un pequeño listado de simples y evidentes leyes como la de la inercia o la que regula el choque y la conservación de la cantidad de movimiento.

3. ANÁLISIS DE LOS TEXTOS

1.

TEXTO DE DESCARTES

Así que es mucho más acertado no pensar jamás en buscar la verdad de las cosas que hacerlo sin método: pues es segurísimo que esos estudios desordenados y esas meditaciones oscuras turban la luz natural y ciegan el espíritu; y todos los que así acostumbran a andar en las tinieblas, de tal modo debilitan la penetración de su mirada que después no pueden soportar la plena luz: lo cual también lo confirma la experiencia, pues muchísimas veces vemos que aquellos que nunca se han dedicado al cultivo de las letras, juzgan mucho más firme y claramente sobre cuanto les sale al paso que los que continuamente han residido en las escuelas. Así pues, entiendo por método reglas ciertas y fáciles, mediante las cuales el que las observe exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero, y, no empleando inútilmente ningún esfuerzo de la mente, sino aumentando siempre gradualmente su ciencia, llegará al conocimiento verdadero de todo aquello de que es capaz.

R. DESCARTES; Reglas para la dirección del espíritu, trad. de J. M. Navarro Cordón, Madrid, Alianza Editorial, 1984, Regla IV (El método es necesario para la investigación de la verdad de las cosas), p. 79

Ideas fundamentales del texto

1º Necesidad de un método para poder desenvolver una investigación que alcance su objetivo: el descubrimiento de nuevas verdades.

2º La educación de las escuelas, esto es, la metodología escolástica (caracterizada por el uso de un método erróneo, no ajustado a las verdaderas operaciones del entendimiento humano) apaga la luz natural de la razón y ciega el ingenio.

3º El método no es otra cosa que el conjunto de reglas “ciertas y fáciles” que dirigen el entendimiento y que lo orientan hacia la verdad y lo apartan del error.

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Por todo lo cual, pensé que había que buscar algún otro método que juntase las ventajas de esos tres, excluyendo sus defectos. Y como la multitud de leyes sirve muy a menudo de disculpa a los vicios, siendo un Estado mucho mejor regido cuando hay pocas, pero muy estrictamente observadas, así también, en lugar del gran número de preceptos que encierra la lógica, creí que me bastarían los cuatro siguientes, supuesto que tomase una firme y constante resolución de no dejar de observarlos una vez siquiera.

Fue el primero, no admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con evidencia que lo es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender en mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y distintamente a mi espíritu, que no hubiese ninguna ocasión de ponerlo en duda.

El segundo, dividir cada una de las dificultades que examinare, en cuantas partes fuera posible y en cuantas requiriese su mejor solución.

El tercero, conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más compuestos, e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente.

Y el último, hacer en todos unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada.

Esas largas series de trabadas razones muy plausibles y fáciles, que los geómetras acostumbran emplear, para llegar a sus más difíciles demostraciones, habíanme dado ocasión de imaginar que todas las cosas, de que el hombre puede adquirir conocimiento, se siguen unas de otras en igual manera, y que, con sólo abstenerse de admitir como verdadera una que no lo sea y guardar siempre el orden necesario para deducirlas unas de otras, no puede haber ninguna, por lejos que se halle situada o por oculta que esté, que no se llegue a alcanzar y descubrir. Y no me cansé mucho en buscar por cuáles era preciso comenzar, pues ya sabía que por las más simples y fáciles de conocer; y considerando que, entre todos los que hasta ahora han investigado la verdad en las ciencias, sólo los matemáticos han podido encontrar algunas demostraciones, esto es, algunas razones ciertas y evidentes, no dudaba de que había que empezar por las mismas que ellos han examinado (…).

R. DESCARTES; Discurso del método, en Discurso del método. Meditaciones metafísicas, trad. de M. García Morente, Madrid, Espasa-Calpe,1976, Parte II, pp. 48-50

Ideas fundamentales del texto

1º Necesidad de hacer uso de un método caracterizado por su sencillez, esto es, por estar constituido por unas pocas y simples reglas.

2º Enumeración de las cuatro reglas del método cartesiano: criterio de evidencia como claridad y distinción, análisis, síntesis y enumeración.

3º Descartes reconoce la no originalidad de su método pues éste es el que usan los matemáticos desde antiguo. Descartes simplemente se propone aplicar este método en todos los campos del saber, distintos al de las matemáticas, que puedan estar al alcance del intelecto humano.

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3.

TEXTO DE DESCARTES

Supongo, pues, que todas las cosas que veo son falsas; estoy persuadido de que nada de lo que mi memoria, llena de mentiras, me representa, ha existido jamás; pienso que no tengo sentidos; creo que el cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y el lugar son ficciones de mi espíritu. ¿Qué, pues, podrá estimarse verdadero? Acaso nada más sino esto: que nada hay cierto en el mundo.

Pero ¿qué sé yo si no habrá otra cosa diferente de las que acabo de juzgar inciertas y de la que no pueda caber duda alguna? ¿No habrá algún Dios o alguna otra potencia que ponga estos pensamientos en mi espíritu? No es necesario; pues quizá soy yo capaz de producirlos por mí mismo. Y yo, al menos, ¿no soy algo? Pero ya he negado que tenga yo sentido ni cuerpo alguno. Vacilo, sin embargo; pues ¿qué se sigue de aquí? ¿Soy yo tan dependiente del cuerpo y de los sentidos que, sin ellos, no pueda ser? Pero ya estoy persuadido de que no hay nada en el mundo: ni cielos, ni tierra, ni espíritu, ni cuerpos; ¿estaré, pues, persuadido también de que yo no soy? Ni mucho menos; si he llegado a persuadirme de algo o solamente si he pensado alguna cosa, es sin duda porque yo era. Pero hay cierto burlador muy poderoso y astuto que dedica su industria toda a engañarme siempre. No cabe, pues, duda alguna de que yo soy, puesto que me engaña y, por mucho que me engañe, nunca conseguirá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De suerte que, habiéndolo pensado bien y habiendo examinado cuidadosamente todo, hay que concluir por último y tener por constante que la proposición siguiente: “yo soy, yo existo”, es necesariamente verdadera, mientras la estoy pronunciando o concibiendo en mi espíritu.

R. DESCARTES; Meditaciones metafísicas (1641), en Discurso del método. Meditaciones metafísicas, trad. de M. García Morente, Madrid, Espasa-Calpe, 1976, Meditación 2ª (De la naturaleza del espíritu humano; y que es más fácil conocer que el cuerpo), pp.121-122

Ideas fundamentales del texto

1º Nos encontramos ante la exposición de las consecuencias de plantear una duda radical, la duda hiperbólica o metódica, respecto a toda creencia que fuese susceptible de poder ser considerada como verdadera. Dicha duda, consistente en cuestionar la verdad de algo mientras sea factible pensar en la mera posibilidad de que sea falso, nos hará concluir que no puedo estar seguro de la existencia real y objetiva de nada en el mundo: ni de lo que veo, ni de lo que recuerdo, ni de aquello que se presenta a mi conciencia como más objetivo (el cuerpo, la extensión, la figura, el movimiento y el lugar), ni de Dios siquiera (pues yo mismo podría ser la causa de mis pensamientos). 2º La consecuencia que aparentemente se infiere de este proceso de duda es que, tal como defiende la tradición escéptica, la única verdad de la que podemos estar seguros es que nuestro espíritu no puede alcanzar ninguna verdad (“no hay nada cierto en el mundo”).

3º Sin embargo, si ahondamos más en el análisis de lo real haciendo uso de la duda metódica podemos comprobar que existe una entidad de la que no puedo dudar que existe (a diferencia de lo que ocurre con todo lo que hay en la Tierra y en los cielos, y con todos los espíritus incluyendo el divino): yo mismo. ¿Por qué? Porque no puedo llegar a pensar que yo sea nada, pues por el mero hecho de dudar pienso, y si pienso ya soy indubitablemente algo. Incluso, aunque existiera un genio maligno que desease

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engañarme (aunque fuese el mismo Dios en su potencia absoluta) no podría hacerlo en este respecto pues no obstante me engañase sobre todo, yo seguiría siendo algo y por ello estando seguro de que soy y existo.

4º La conclusión que al final del texto establece Descartes es la siguiente: La proposición “Yo soy, yo existo” es necesariamente verdadera (es decir, es imposible dudar que sea falsa).

4.

TEXTO DE DESCARTES

Después de lo cual, hube de reflexionar que, puesto que yo dudaba, no era mi ser enteramente perfecto, pues veía claramente que hay más perfección en conocer que en dudar; y se me ocurrió entonces indagar por dónde había yo aprendido a pensar en algo más perfecto que yo; y conocí evidentemente que debía de ser por alguna naturaleza que fuese efectivamente más perfecta. En lo que se refiere a los pensamientos, que en mí estaban, de varias cosas exteriores a mí, como son el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros muchos, no me preocupaba mucho el saber de dónde procedían, porque, no viendo en esos pensamientos nada que me pareciese hacerlos superiores a mí, podía creer que, si eran verdaderos, eran unas dependencias de mi naturaleza, en cuanto que ésta posee alguna perfección, y si no lo eran, procedían de la nada, es decir, estaban en mí, porque hay defecto en mí. Pero no podía suceder otro tanto con la idea de un ser más perfecto que mi ser, pues era cosa manifiestamente imposible que la tal idea procediese de la nada; y como no hay menor repugnancia en pensar que lo más perfecto sea consecuencia y dependencia de lo menos perfecto que en pensar que de nada provenga algo, no podía tampoco proceder de mí mismo; de suerte que sólo quedaba que hubiese sido puesta en mí por una naturaleza verdaderamente más perfecta que soy yo, y poseedora inclusive de todas las perfecciones de que yo pudiera tener idea; esto es, para explicarlo en una palabra, por Dios. A esto añadí que, supuesto que yo conocía algunas perfecciones que me faltaban, no era yo el único ser que existiese (aquí, si lo permitís, haré uso libremente de los términos de la escuela), sino que era absolutamente necesario que hubiese algún otro ser más perfecto de quien yo dependiese y de quien hubiese adquirido todo cuanto yo poseía; pues si yo fuera solo e independiente de cualquier otro ser, de tal suerte que de mí mismo procediese lo poco en que participaba del Ser perfecto, hubiera podido tener por mí mismo también, por idéntica razón, todo lo demás que yo sabía faltarme, y ser, por lo tanto, yo infinito, eterno, inmutable, omnisciente, omnipotente y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía advertir en Dios.

R. DESCARTES; Discurso del Método, en Discurso del método. Meditaciones metafísicas, trad. de M. García Morente, Madrid, Espasa-Calpe, 1976, Parte IV, pp. 63-64

Ideas fundamentales del texto

1º Del hecho de dudar y del principio implícito “Es superior y más perfecto conocer que dudar” se infiere, afirma Descartes, su imperfección como cosa pensante.

2º Descartes se pregunta por la causa de su idea de “una cosa pensante que conoce y no sólo duda” y por lo tanto de la idea de un ser más perfecto que él. Al mismo tiempo, se desinteresa por preguntarse por la causa del resto de sus ideas (cielo,

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tierra, luz, calor) pues su verdad o falsedad podría depender sólo de la perfección o imperfección de su pensamiento.

3º La causa de esa idea (la de un ser más perfecto) no puede ser sino una realidad (una “naturaleza”) más perfecta que él mismo. ¿Por qué? Porque la idea de un ser más perfecto no puede ser causada por un ser imperfecto como él era. Descartes aplica aquí el principio de que (del mismo modo que lo que existe no puede proceder de la nada) lo superior o más perfecto tiene que tener una causa real proporcionada y no puede, por lo tanto, ser producida por un ser imperfecto como él es (Descartes se atiene con rigor así al principio de causalidad que afirma que toda idea tiene una causa real proporcionada). En conclusión: su propio pensamiento no puede haber causado esa idea.

4º ¿Cuál puede ser, entonces, la causa de esa idea? Necesariamente una naturaleza más perfecta que él, que Descartes, es quien ha puesto en su mente esa idea. A su vez, esa naturaleza debe poseer todas las perfecciones que Descartes pudiese llegar a pensar. Por lo tanto, en primer lugar, esa naturaleza existe (pues sólo una causa real puede depositar en su mente una idea, ergo Descartes no puede ser el único ser que indubitablemente existe) y, en segundo lugar, esa naturaleza es divina (ya que de ella pueden ser predicadas todas las perfecciones que él fuese capaz de pensar). Sin ambages, podemos también indubitablemente afirmar que la proposición “Dios existe” es verdadera.

5º Toda perfección que hay en Descartes (por ejemplo, el hecho de existir) procede de dicho ser perfecto del cual en pequeña medida participa pues en caso contrario (en caso de que él fuese la causa de su propia existencia) él podría ser también la causa de cualquier otra perfección (ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente y omnipotente) y así llegar a tener todas las perfecciones divinas cosa que es palmario no acontece (Descartes se reconoce como finito, mortal, mudable, falible e impotente).

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