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Fundada en 2013, Horizontes y Raíces es una

publicación digital de ciencias sociales con una

periodicidad semestral. Su distribución es

gra-tuita, bajo la licencia de

Creative Commons 4.0

.

Esta revista tiene visibilidad en:

ISSN 2311-2034 RNPS 2663

© Facultad de Filosofía, Historia

y Sociología.

Universidad de La Habana.

La Habana, 2018.

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Dr. Jorge González Rodríguez

Consejo Editorial:

Dr. Jorge González Rodríguez

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Contenido

Contenido

Carta del Director / 1

De Nuestra

Historia

El cambio de siglo y los españoles que se quedaron en Cuba después del 98

[The change of century and the Spanish stayed in Cuba after the 98]

/ 4

Janet Iglesias Cruz

El obispo Trespalacios (1722-1799) y la fundación de la diócesis habanera

[Bishop Trespalacios (1722-1799) and the foundation of the Havanan Diocese]

/ 16

Pablo Velázquez Leiva

Principales aspectos de la presencia económica de italianos y descendientes en la ciudad de La

Habana durante los años 1901-1930

[Main aspects of the economic presence of Italians and descendants in

Havana City during the years 1901-1930]

/ 28

Michael Cobiella García

La Prensa Gallega Independiente en Cuba: reflejo de intereses regionales (1902-1925)

[Galician′s independent press in Cuba: reflection of regional interests (1902-1925)]

/ 46

Leidy Abreu García

Historia y

Contemporaneidad

La Comunidad Económica Europea/Unión Europea y su relación con África

[The relationship between European Community/European Union and Africa]

/ 62

Luis Edel Abreu Veranes

Las crónicas anglo-francesas y la legitimación del principio monárquico

en la construcción del estado nación (1337-1453)

[The Anglo-French Chronicles and the Legitimation of the Monarchical Principle in The Construction of the National State (1337-1453)]

/ 73

(4)

Carta del Director

Estimados lectores:

L

a revista Horizontes y Raíces se

complace en presentar su No. 2

del Volumen 6 perteneciente al

2018, con lo cual cerramos las

publicaciones de ese año.

En esta oportunidad, la publicación

contie-ne seis artículos referidos a temas

históri-cos de distinta índole, por lo cual constituye

un número especial en el cual están

pre-sentes problemáticas cubanas y europeas.

En general, salen a la luz pública aspectos,

situaciones, relaciones y acontecimientos

sobre diferentes grupos sociales, relaciones

económicas entre países, así como de

per-sonalidades del acontecer histórico

nacio-nal e internacionacio-nal poco conocidos. Para el

lector se acentúa, entonces, la novedad de

los mismos y suscitan, por tanto, intereses

de diversa índole. Va, en esta breve reseña,

una intención de invitarlos a su lectura

es-clarecedora.

El obispo Trespalacios (1722-1799) y la

fundación de la diócesis habanera,

artícu-lo escrito por Pabartícu-lo Velázquez Leiva, nos

confiesa un episodio del desconocido

mun-do de la historia eclesiástica en Cuba, en

la cual se desatan enfrentamientos de

inte-reses contrapuestos en el proceso de

esci-sión de la diócesis de Santiago de Cuba y

la fundación de una nueva en la Habana.

El autor emprende un estudio minucioso

del desempeño en tal obra del obispo Felipe

José de Trespalacios y Verdeja , y

ex-plica como

“… el

hecho de haber

sabido de antemano que

sería beneficiado con la mitra habanera, lo

convirtió en juez y parte, al arreglar de este

modo una división que, desde cualquier

ángulo, favorecía a la diócesis que quedaría

establecida en el occidente de la Isla”

(Ve-lázquez, 2019).

En este sentido, el artículo de Leydis Abreu

García titulado La Prensa Gallega

Indepen-diente en Cuba: reflejo de intereses

regio-nales (1902-1925), razona sobre el

conteni-do de los artículos escritos en algunos de

esos rotativos y nos descubre ese mundo

periodístico que abordó temáticas sociales

desde la perspectiva de los gallegos

radica-dos en Cuba durante esa época los cuales

buscaban, de cierta forma, la autodefensa

del minoritario grupo en la recientemente

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Jorge González Rodríguez

constituida república.

Un tema que, no por recurrente resulta de

in-terés en nuestra contemporaneidad, es el de la

Unión Europea. El artículo de Luis Edel Abreu

Veranes La Comunidad Económica Europea/

Unión Europea y su relación con África nos

informa acerca del carácter de estas relaciones

en las cuales el autor ha detectado la evolución

tendenciosamente desigual de sus relaciones

co-merciales.

La presencia de italianos en América

general-mente se ha ubicado e investigado por los

cien-tistas sociales en Argentina, Brasil y Estados

Unidos. Poco se sabía de su presencia en Cuba,

especialmente en la Habana. Este es el propósito

de Michael Cobiella García en su acucioso

artí-culo titulado Principales aspectos de la

presen-cia económica de italianos y descendientes en

la ciudad de La Habana durante los años

1901-1930 en el cual nos relata cuales fueron y a que se

dedicaron los italianos y sus descendientes que,

durante los años analizados por el autor,

funda-ron una importante red empresarial en distintas

áreas de la economía capitalina cubana.

Por su parte, Janet Iglesias Cruz en su artículo

titulado El cambio de siglo y los españoles que

se quedaron en Cuba después del 98 aborda el

proceso de acuerdos en las conversaciones entre

los representantes españoles y estadounidenses

en Paris para dictaminar cual sería la situación

legal y social de los españoles que, después de

terminada la guerra de 1895–1898, quedarían

residiendo en Cuba. La autora detalla como todo

este proceso se plasmó en la prensa de la época.

Es de singular interés histórico el estudio de las

Crónicas Anglo–Francesas y la legitimación del

principio monárquico en la construcción del

esta-do nación (1337–1453) de Miguel Ángel Maeda

To-rres. Desde la perspectiva del autor, el proceso de

construcción del poder político de las monarquías

absolutas en Francia e Inglaterra y su relación con

el llamado “estado–nación, se puede descubrir en

sus interioridades, al investigar las crónicas de la

época “como instrumentos ideológicos del poder

monárquico”.

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El cambio de siglo y los españoles que se

quedaron en Cuba después del 98

The change of century and the Spanish stayed in Cuba

after the 98

Janet Iglesias Cruz

Licenciada en Historia. Profesora Asistente, Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, Facultad de Fi-losofía e Historia, Universidad de La Habana, Cuba. Email: janet@ffh.uh.cu

[Recibido: 6/7/2018 Aceptado: 5/1/2019]

Resumen: En este trabajo abordaremos el proceso de negociación llevado a cabo en París relacionado con el destino de los españoles residentes en los territorios recién liberados de la soberanía española. Este análisis se realizará a partir de la prensa española y cubana de la época. Además estudiaremos algu-nos casos particulares en los que se pone de manifiesto la compleja situación vivida entre 1898 y 1900 por los españoles y los partidarios del colonialismo español en Cuba.

Palabras claves: Cuba, españoles, prensa, Tratado de París

Abstract: In this work we will discuss the process of carried negotiation in Paris pertaining to the destina-tion of Spanish residents at territories recently freed of Spanish sovereignty. This analysis will come true as from the Spanish and Cuban press of the epoch. Besides we will go into some particular cases in them that he puts on of manifesto the complex situation enjoyed among 1898 and 1900 for Spanish and the followers of Spanish colonialism in Cuba.

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Iglesias Cruz, Janet. (2018). El cambio de siglo y los españoles que se quedaron en Cuba después del 98. Horizontes y Raíces, 6 (2), 2018, pp. 4-15.

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I

NTRODUCCIÓN

ara Cuba y España, el cambio del siglo XIX al XX, fue más que el fin de una centuria y el comienzo de otra, significó para ambas el inicio de una nueva era. El logro de la independencia de Cuba de la metrópoli his-pana, trajo el consabido fin del gobierno peninsular en la isla y la salida de gran parte de sus efectivos. No obs-tante, las tropas no fueron evacuadas totalmente antes del cambio de soberanía. El hecho de no haberse con-sumado la repatriación, tanto de militares, como de em-pleados civiles del gobierno español, creó una situación de inseguridad entre esos españoles. Por otro lado, la población de origen peninsular se encontró, de golpe, convertida en extranjera, y como parte del bando per-dedor de la guerra. A lo anterior debe añadirse que el destino de Cuba no había quedado claro, ni en el Ar-misticio de agosto de 1898, ni en el Tratado de París en diciembre de ese año.

El destino de los españoles asentados en la gran Antilla fue uno de los asuntos discutido en las negociaciones que pusieron fin a la guerra. No obstante, en los debates realizados no se obtuvieron los resultados deseados por los comisionados hispanos. Finalmente, lo logrado quedó a merced de los gobernantes de Cuba que lleva-ron a cabo su aplicación.

En este trabajo abordaremos el proceso de negociación llevado a cabo en París relacionado con el destino de los españoles residentes en los territorios recién libera-dos de la soberanía española. En lo fundamental, este análisis se realizará a partir de la prensa española y cu-bana de la época. Estudiaremos, además, algunos casos particulares en los que se pone de manifiesto la com-pleja situación vivida entre 1898 y 1900 por los espa-ñoles y los partidarios del colonialismo español en Cuba. Expondremos también la situación de desamparo en que quedaron muchos de los cubanos y españoles, que lucharon y trabajaron por el mantenimiento de la integridad hispana, luego de la retirada del gobierno es-pañol de la mayor de las Antillas. De igual modo abor-daremos algunas de las estrategias puestas en marcha por los emigrados hispanos en Cuba para mantener, o mejorar, el lugar alcanzado en la sociedad insular, a pe-sar del cambio del gobierno en la Isla. También se mos-trará la actuación civilista de los cubanos, así como al-gunas de las corrientes ideológicas que se vinculan al

sector hispano en Cuba. Además, se hará un acerca-miento a la situación de los repatriados en España. Al cubrir todos estos tópicos nos proponemos mostrar una de las facetas menos estudiadas de la historia de Cuba: los españoles y cubanos que lucharon y trabajaron al lado del gobierno español, y su realidad ante el cambio de soberanía, después de finalizada la Guerra del 95. Este momento histórico puede entenderse como

un dilatado proceso de adaptación que tomó unos cuantos años, caracterizados por conflictos —tan co-munes entre los mismos peninsulares como entre és-tos y los antillanos— y a la vez por un manifiesto de-seo de formar parte del nuevo orden político y econó-mico establecido en las … Antillas tras el armisticio. (Lugo, 1988, p. 12)

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ESARROLLO

LAS CONVERSACIONES POR LA PAZ

El cambio de siglo fue un parte-aguas para los espa-ñoles residentes en Cuba, en tanto pasaron de encon-trarse en territorio patrio a ser considerados extranjeros, sin moverse de su lugar de residencia. El temor de re-presalias y de perder todo el fruto de su trabajo y es-fuerzos va a sobrevolar, como fantasma, sobre sus áni-mos. Por otra parte, recordemos que, aunque el go-bierno español se retiró de la mayor de las Antilla, Cuba quedó bajo el gobierno interventor de los Estados Uni-dos, que había decidido inmiscuirse en la contienda, cuando ya se hacía evidente la victoria de los indepen-dentistas cubanos. Esta injerencia por parte de los nor-teños vecinos y el falso honor del gobierno hispano im-pidió a los libertadores insulares sentarse en la mesa de negociaciones para poner fin a la guerra, que daba con-clusión al gobierno ibérico sobre el archipiélago anti-llano. Finalmente, la paz fue rubricada entre los repre-sentantes de España y Estados Unidos.

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por Montero Ríos,1 acerca de las discusiones de dicho

Tratado. (El Correo Militar, 1898, p. 2)

Se afirma que, no obstante, la diversidad de criterios sobre cómo proceder, se dio a Montero Ríos carta blanca para decidir lo que creyese oportuno. Más ade-lante, este diario, en una sección llamada “La Edición de la Noche”, notificaba que, en una reunión del Con-sejo de Ministros, realizado al anochecer de ese mismo día se había elaborado un informe con orientaciones a Montero Ríos. Pero no podían ampliar la información, puesto que, según los propios periodistas “nada puede saberse de una manera concreta, pues los que están en el secreto se niegan á revelarlo.” (sic.) (El correo Mili-tar, 1898, p. 3) El modo confidencial en que se mante-nían las negociaciones de paz, debía tener preocupados a todos los súbditos ibéricos, pues, la manera en que había llegado España al fin de la guerra, puso al descu-bierto la debilidad de sus ejércitos de mar y tierra, por tanto, en su posición de vencidos poco podían exigir en el transcurso de los debates.

La fragilidad hispana se hizo evidente, cuando los norteamericanos, hartos de discusiones que no llegaban a ninguna parte, decidieron dar un ultimátum a los es-pañoles, donde les ponían a escoger entre aceptar sus condiciones o continuar a guerra. Los términos en cues-tión eran:

1º-El absoluto abandono de la soberanía española en Cuba y, 2º-La completa e incondicional cesión de Puerto Rico a los Estados Unidos, las Islas de Guam y Las Filipinas entre los 5 y 20 grados de latitud Norte y los 115 y 130 grados de latitud Este. (El Correo Militar, 1898, p. 2)

Si estas cláusulas eran aceptadas ellos estaban dis-puestos a seguir discutiendo “amigablemente” las con-diciones de la paz con la comisión española, a los que evidentemente, no les quedó más remedio que some-terse, puesto que España no se encontraba en condicio-nes de continuar una guerra, que ya la había dejado ex-hausta. De ahí que, los intentos por la comisión ibérica de que, alguien que no fuese ellos, se hiciese cargo de

1 Montero Ríos es el Presidente de la Comisión Española que discu-tió con los norteamericanos los términos del Tratado de París.

la deuda de sus otrora posesiones coloniales, se desva-necieron también. (Correo Militar, 1898, p. 2)

Por otra parte, para demostrar que la situación espa-ñola no era tan mala, los diarios peninsulares informa-ron que los yanquis convinieinforma-ron, en que España disfru-tara en Filipinas durante diez años de los mismos dere-chos arancelarios que los Estados Unidos, razón por la cual, la comisión hispana intentaría la concesión de igual trato con respecto a las Antillas, lo que no obtu-vieron. Los españoles habían perdido sus posesiones americanas y asiáticas, “…pero lograron mantener sus propiedades en las zonas coloniales antillanas que per-día. En medio de la decepción que significaba la derrota militar, el mantener sus propiedades devolvió la calma a los sectores sociales con fuertes inversiones y pose-siones en Cuba.”(Fernández, 2004, p. 253)

No obstante, para los sectores del comercio, al que se encontraban vinculados un buen número de los galle-gos, el 28,09% de los españoles que residían en Cuba, las noticias no eran del todo halagüeñas, pues se decía que se había sugerido al presidente de la nación norteña, que los territorios que se encontraban ya bajo su protec-ción podían tener su propia forma de gobierno, pero que sus tarifas de aduanas “deben ser reguladas por el Poder ejecutivo de los Estados Unidos.” (El Globo, 1898, p. 1)

El Tratado de Paz, firmado en París, se dio a conocer por la prensa española en la Península, el 11 de diciem-bre de 1898, un día después del cierre de las conversa-ciones. La Época, uno de los periódicos donde aparece la noticia, no lo publica íntegramente, sino que hace una síntesis de los acuerdos alcanzados.2 Entre los acápites

divulgados se encuentra una versión del artículo IX, que es el acápite donde se especifica la situación de los españoles que se hallaban en los territorios recién per-didos por España.

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Iglesias Cruz, Janet. (2018). El cambio de siglo y los españoles que se quedaron en Cuba después del 98. Horizontes y Raíces, 6 (2), 2018, pp. 4-15.

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Al parecer lo concerniente a la letra de este artículo fue un logro de última hora obtenido por los comisio-nados españoles, que finalmente, aunque no con la am-plitud deseada, se aceptó por los norteamericanos en las postrimerías de las discusiones, justo antes de la firma del Tratado. Según el último Memorándum de Montero Ríos, a la comisión norteamericana, dado a conocer por la prensa de Madrid, era necesario que se concediera a los españoles que vivían en la gran Antilla el derecho de mantener su nacionalidad de origen para

…reconocer a los españoles en Cuba aquellos dere-chos naturales superiores a todos [para evitar que los españoles que residen allí queden] en situación in-cierta y peligrosa el día en que la isla pase a otro poder [diferente al de los norteamericanos que se encuen-tran ocupándola]. (Comisión de Paris, 1898, p. 2)

Es evidente que la insistencia por parte de los nego-ciadores hispanos, en que se permita el derecho a man-tener la nacionalidad de origen a los españoles en los territorios perdidos, tiene como objetivo dar seguridad a los españoles que han quedado en Cuba al terminar la guerra, porque este es el único territorio, que no ha sido cedido en propiedad a los Estados Unidos. Es impor-tante tener en cuenta que aquí, cuando se habla de los españoles, no engloba solo a los peninsulares, Cuba ha-bía sido parte de España hasta hacía muy poco tiempo, y por tanto, cuando se refiere a los españoles incluye a los cubanos, que han nacido en la gran Antilla, mientras Cuba era parte de España. Hay que recordar que, du-rante las guerras por la independencia, hubo también cubanos que lucharon por el mantenimiento de la inte-gridad hispana o formaban parte del funcionariado del gobierno español en la Isla, y estos se consideraban tan españoles como los que habían nacido en la península. El mismo diario La Época, afirmó que, en la sesión que antecedió a la rúbrica de dicho acuerdo, se estable-ció una protesta por parte de los comisionados españo-les, porque su contraparte yanqui se negó

3 Aunque los argumentos esgrimidos en favor de la conservación de la nacionalidad, fue la seguridad de los españoles que se habían que-dado en la mayor de las Antillas, el artículo incluyó a todos los te-rritorios perdidos por España.

4 En la conferencia reseñada, Rafael María de Labra hace un análi-sis del Tratado de Paz, donde dedica un espacio a la negativa de los

…a otorgar a los habitantes de los países cedidos o abandonados por España el derecho de optar por la na-cionalidad española, no obstante ser ese derecho uno de los más sagrados de la personalidad humana y haber sido constantemente respetado… en todos los pactos sobre cesión de territorios (La Epoca, 1898, p. 1).

Esta declaración nos confirma que lo que pretendieron inicialmente los comisionados hispanos fue que todos los habitantes de los territorios perdidos por España, tanto los nacidos en la Península como los naturales de las tierras que habían estado durante siglos bajo su égida, tuviesen la opción de mantener la nacionalidad de la Madre Patria.

La respuesta a la réplica hispana se dio a conocer a través de otro memorándum, donde los norteamerica-nos expresaron que “los españoles [peninsulares] ten-drán durante el plazo de un año la libre opción de la nacionalidad que deseen, con todos los derechos que son consiguientes” (Consejo de Ministros. 1898, p. 2). Luego, los yanquis solo permitieron a los naturales de la Península poder decidir si se mantenían con su nacio-nalidad de origen o no, privando de esta posibilidad a los naturales de las colonias perdidas por la nación ibé-rica, lo cual fue considerado por la prensa hispana y los intelectuales del momento como una muestra de la ra-piña norteamericana.3

A mediados de 1899 Rafael María de Labra dictaba una conferencia en el Círculo de la Unión Mercantil, donde el orador asevera que el Tratado de París, “…niega a los naturales de los territorios conquistados o anexados el derecho de optar por la nacionalidad an-tigua o la nueva,…” (Labra, 1899, p. 1)en la cual afirma que esta es una manera sin precedentes de realizar una obra de conquista. Ciertamente, el Tratado de paz, no había tenido en cuenta que una porción de los nativos de los territorios que España había perdido, quisieran mantener la nacionalidad de la antigua metrópoli, entre otras causas, por razones económicas de superviven-cia.4

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LA PAZ Y LOS ESPAÑOLES EN CUBA

Para los residentes en Cuba, peninsulares o naturales del país, que habían estado laborando como funciona-rios del gobierno o formando parte del Ejército español, el fin del gobierno hispano sobre la Isla implicó grandes trastornos, pues quienes recibían la paga o la pensión de la Hacienda española, solo podrían seguir percibiéndola si mantenían su nacionalidad. El Real Decreto de 4 de abril de 1899, estipula en su artículo ocho que los súb-ditos españoles peninsulares que no se acojan a lo esti-pulado en el artículo noveno del Tratado de París, deben ser reputados como extranjeros

…y han perdido por tanto, sus derechos a percibir del Tesoro español todo haber pasivo; …que de igual derecho carecen los habitantes naturales de los… te-rritorios [renunciados o cedidos en el Tratado de Paz de París], por cuanto, del propio modo deben repu-tarse extranjeros, interin (sic) otra cosa no se resuelva respecto a su condición política por el Congreso de los Estados Unidos, si bien unos y otros, residentes y na-turales, tienen derecho a recibir los haberes devenga-dos hasta el día de la ratificación del referido Tratado. (Real Decreto, 1899)

Los que han perdido la nacionalidad española, por las causas antes mencionadas, “no pueden recobrar el de-recho a percibir haberes pasivos por trasladar su resi-dencia al territorio español.” (Ministerio de Hacienda, 1900, pp. 1-2) Este era un trámite que no revestiría gran complejidad para los naturales de la Península y sus is-las adyacentes, pues el Artículo IX del Tratado de París les permitía el mantenimiento de la nacionalidad espa-ñola. Distinta era la suerte de los nacidos en Cuba, que hubiesen prestado sus servicios al gobierno español, pues estos no tenían manera efectiva de poder mantener su nacionalidad española. Por tanto, el cambio de sobe-ranía implicaba para ellos dejar de percibir las pensio-nes o pagos del gobierno ibérico. A esos cubanos, no les era suficiente, el retorno a España para conservar sus

5 Aunque en el artículo se está hablando del caso puertorriqueño, es de suponer que en Cuba la situación se desarrolló de manera similar.

6 Como resultado de esta reunión se publicó un artículo en el cual

se da a conocer que los jefes del Cuerpo de Voluntarios de La Ha-bana, presididos por el conde Diana, se habían reunido en la capital cubana y habían acordado, una serie de demandas entre las que se encontraba: el licenciamiento de los quintos, aunque no estuviese cumplido su tiempo; la concesión gratis de pasaje para la Península

haberes, (Ministerio de Hacienda, 1900, pp. 1-2) como naturales de la Isla, debían esperar a que su condición política fuese resuelta por el Congreso de los Estados Unidos, según se hacía constar al final del propio ar-tículo noveno del Tratado de París.

En situación bien diferente se encontraban los espa-ñoles jóvenes que quedaron en Cuba, en edad de cum-plir el servicio militar, pues durante la dominación es-pañola en la Isla, ellos habían logrado sustituir el servi-cio activo, por un período de seis años en el Cuerpo de Voluntarios, mientras se mantenían en las labores ocu-pacionales conque ganaban su sustento, y en la que mu-chos ya habían encontrado su porvenir. Al cesar la so-beranía española sobre las Antillas, el Ministerio de la Guerra, siguiendo la solicitud de varias capitanías ge-nerales, entre las que se encontraban las de Galicia, As-turias, Vascongadas, Cataluña y las dos Castillas, re-clamó la repatriación de esos jóvenes, para que ternaran en la Península lo que les restaba del servicio mi-litar. (Lugo, 1998, pp. 207-208). 5

Esta actitud de los funcionarios del gobierno peninsu-lar probablemente influyó en la decisión los jefes del Cuerpo de Voluntarios de La Habana, que en una reunión conjunta, en septiembre de 1898, acordaron el licenciamiento de los quintos, aunque no estuviese cumplido su tiempo, (Diario Oficial de Avisos de Ma-drid, 1898, p. 3) 6 pues el haber tomado parte en la

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Iglesias Cruz, Janet. (2018). El cambio de siglo y los españoles que se quedaron en Cuba después del 98. Horizontes y Raíces, 6 (2), 2018, pp. 4-15.

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anterioridad a la conflagración independentista habían decidido venir a Cuba, buscando no solo el mejora-miento económico, sino también el de la familia que ha-bía quedado allende los mares. Es la situación del inmi-grante que, a pesar del cambio de soberanía ha decidido continuar en Cuba, posiblemente porque ya se ha asen-tado y probablemente consolidado en algún oficio o ne-gocio, que le permite una vida diferente, y mejor que la ha dejado en su lugar de procedencia, y por tanto, su interés primero es conservar y mejorar el status conse-guido, y si para ello tenía que renunciar a su nacionali-dad de origen, no dudaría en hacerlo, pues en este caso, su mantenimiento le alejará seguramente de ese futuro próspero que ha ido labrando desde su llegada a la Isla. Como consecuencia de la pérdida de la soberanía es-pañola sobre la perla antillana se hizo necesario crear en la ínsula un consulado que respondiese al nuevo sta-tus de extranjero en que se hallaban los naturales de la península ibérica. Para ayudar en este proceso, a inicios de 1899 se reunieron en la capital cubana diversas aso-ciaciones hispanas de la Isla, bajo el nombre de “Círculo de España”. En favor de esta nueva sociedad se cederían los terrenos en los que se construirían las oficinas del Consulado de España. Lideraron esta ini-ciativa el Casino Español, la Sociedad de Beneficencia Aragonesa y el Centro Gallego de La Habana, cuyos re-presentantes, Antonio Jover, Claudio Loscos y Ramón Armada Teijeiro respectivamente, asumieron la tarea de redactar sus bases. (La Unión Católica, 1899, p. 2)

NUEVAS ESTRATEGIAS HISPANAS

Una vieja máxima dice que “en la unión está la fuerza”, esa es una verdad conocida de antaño por las sociedades regionales hispanas. Ahora que había ce-sado el dominio español en Cuba, unirse para una mejor sobrevivencia en la nueva sociedad insular que se iba perfilando con el cambio de soberanía era una opción sabia a contemplar. Por otro lado, si bien no renuncia-ban a la diferenciación regional dentro del estado espa-ñol, presentarse ante la república por nacer como un grupo unido de emigrantes españoles, podría serles útil para solucionar los problemas que podrían surgir a fu-turo, luego de haber dejado de ser nacionales para con-vertirse en extranjeros.

La unión de las asociaciones hispanas en el Círculo de España se presentaba, además, como una estrategia

para enfrentar las nuevas circunstancias en que se ha-llaban los naturales de la península, ante el cambio de soberanía y su nueva situación de extranjeros. Esta no-vel agrupación hispana tenía entre sus objetivos “Fo-mentar la unión entre españoles y cubanos, y estrechar lazos de amistad con todos los hijos oriundos de España residentes en América.” (Unión Católica de España, 1898, p. 2) La reciente guerra por la independencia, ha-bía deteriorado los lazos entre los peninsulares y los in-sulares, y la salida del poder español de Cuba, ponía a los primeros en un contexto diferente del que conocían, donde el hecho de provenir del otro lado Atlántico ha-bía dejado de constituir una ventaja. Aunque el cambio de gobierno no fue, como debía pensarse, de españoles a cubanos, sino que se hizo con los norteamericanos como intermediarios, se esperaba por todos los habitan-tes de la Isla la pronta retirada los interventores para dar paso al gobierno del pueblo cubano. Así las cosas, se veía, como una buena estrategia, limar las asperezas provocadas por la reciente contienda.

Los españoles que decidieron quedarse en la Isla, comprendían que la salida de Cuba del ámbito de go-bierno hispano como resultado de la guerra de indepen-dencia, hacía necesario la implementación de nuevas maniobras, para mantener tanto sus identidades regio-nales como la nacional. Finalmente, el hecho de poder encontrarse y confraternizar peninsulares de las más di-versas regiones, podría redundar también en la solución de los conflictos secesionistas que se estaban desarro-llando en la península por esas fechas.

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Por su parte, el recién creado Consulado General de España en Cuba7 debió enfrentarse a multitud de

difi-cultades, entre las que se hallaban: las numerosas de-mandas de repatriación de soldados y civiles8 que se

quedaron estancados en la gran Antilla al finalizar la guerra; las acciones de aquellos peninsulares que a pe-sar del cese de la soberanía española insistían en inmis-cuirse en los asuntos de la política interna insular; in-tentar solucionar los problemas que pudieran surgir tre las distintas asociaciones españolas; y tratar de en-caminar de la mejor manera posible las relaciones entre los españoles y las autoridades norteamericanas que go-bernaban la Isla.

DIFERENCIAS IDEOLÓGICAS

Es bueno recordar que la intervención norteamericana en Cuba había sido deseada por una buena parte de la sociedad insular. Entre estos elementos se encontraba un conjunto importante de peninsulares, que, a pesar del fin de la gobernación española en la Isla, decidieron no regresar a la Madre Patria, porque tenían ya una vida hecha a este lado del Atlántico, y proyectaban continuar con ella, sin importar quien llevara las riendas del go-bierno antillano. Ese grupo veía a la intervención nor-teña como un mediador necesario para impedir que los cubanos tomaran represalias o acciones violentas contra los españoles y/o sus propiedades.

Esta percepción sobre el rol de los interventores nor-teamericanos en Cuba era compartida por la represen-tación diplomática de Madrid en La Habana. El Cónsul General de España en Cuba, Joaquín María Torroja y Quinzá, pensaba que la presencia estadounidense en la Isla era positiva en términos políticos y sociales, porque garantizaba la estabilidad, y la seguridad de los españo-les residentes, la que consideraba amenazada por las po-sibles revanchas de algunos cubanos; igualmente creía

7El Consulado General de España en Cuba fue establecido

oficial-mente en julio de 1899, siendo su primer cónsul José Felipe Sagra-rio, quien muere en noviembre de 1900. Antes de su fallecimiento es nombrado para sustituirle en el cargo a Joaquín Torroja y Quinzá. 8 El historiador puertorriqueño Luis Alberto Lugo Amador, de la Universidad Río Piedras de Puerto Rico afirma que aunque el grueso de la repatriación se llevó a cabo entre agosto de 1898 y enero de 1899, todavía a mediados de 1899, miles de militares y civiles españoles permanecían en Cuba y Puerto Rico esperando su repatriación. Los consulados de España en ambas Antillas asumirán la protección de estos súbditos y urgirán a Madrid para que, a la brevedad posible, les proveyese de los medios para posibilitar el re-greso de esas personas a la Península, pues la situación en que se hallaban era realmente deplorable. Y aunque las acciones de ambos

que en el plano económico, el dominio del vecino del norte sería desastroso para la Península en tanto, entor-pecería el comercio del estado español con la Isla. (Lugo, 1998, p. 214).

Es necesario recordar que mientras duró la guerra, la mayoría de los españoles que decidieron quedarse en Cuba habían estado apoyando la política hispana en la gran Antilla, como miembros del Cuerpo de Volunta-rios, y/o defensores del integrismo, todos insertos en un grupo de poder económico con intereses muy marca-dos. Ellos desde las publicaciones periódicas, o desde sus instituciones regionales como el Centro Gallego, habían respaldado los intereses de lo que quedaba del otrora gran imperio español. Es ese mismo sector, el que durante la intervención norteamericana en la Isla, llevará adelante la bandera anexionista,9 aunque luego

de instaurada la república reniegue de esa opción. Un cubano de la época, reflejaba este hecho al expre-sar que:

No existe en Cuba, ni ha existido nunca, un partido cubano que francamente defienda la anexión. Ha ha-bido sí, algunas personas…que vergonzosamente unas veces, y con relativa franqueza otras, semi-resol-viéronse (sic) a exteriorizar sus ideas en… sentido [anexionista]; pero la repulsa fue general y nadie les hizo caso… Después de [la intervención norteameri-cana]… únicamente ciertos metalizados y algunos ex-tranjeros, a quienes guían sólo intereses mercantiles, pueden abrigar idea semejante.” (Velazco, 1915, p. 185)10

Estas actitudes no fueron privativas del período en que se circunscribe el cambio de soberanía de Cuba, el cónsules permitieron que parte de estos peninsulares retornara a Es-paña, el 23 de septiembre de 1899, el Ministerio de Estado le anun-cia a ambos cónsules que el crédito para las repatriaciones se había agotado, y que por tanto cesasen de autorizar nuevos embarques. (Lugo 1998, pp. 203-222)

9Los cónsules españoles en Cuba comprobaron con amargura que

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Iglesias Cruz, Janet. (2018). El cambio de siglo y los españoles que se quedaron en Cuba después del 98. Horizontes y Raíces, 6 (2), 2018, pp. 4-15.

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Capitán General, Juan Manuel de la Pezuela,11

refirién-dose a la postura anexionista de los españoles residentes en la Isla durante su mandato, escribe a Madrid di-ciendo que “[son] unos miserables egoístas que se su-ponen el verdadero partido peninsular, y teniendo su corazón en el oro, se darían al turco si éste les ayudara en sus ganancias.” (Guerra, 1964, p. 535)

Para enfrentar este peligro anexionista, otros sectores de la población van a plantear un nuevo acercamiento a España, no para volver a establecer su dominio político sobre la Isla, sino para a través de relaciones, funda-mentalmente de tipo cultural, reafirmar las tradiciones que identificaban a pueblo cubano como descendientes del tronco hispano. Este grupo lo formaban tanto cuba-nos, como españoles, ellos veían en el gran flujo migra-torio de peninsulares a la Isla, la consolidación de las costumbres hispanas en Cuba, y como consecuencia de ello el afianzamiento de la identidad cubana de origen latino, contrapuesta a la anglosajona, que nos llegaba desde los Estado Unidos. El panhispanismo se presentó para esos habitantes insulares como la opción salvadora de la pérdida de la nacionalidad, tan temida por José Antonio Saco en su réplica a los anexionistas de la pri-mera mitad del siglo XIX.

Este grupo panhispanista tenía su contraparte entre la intelectualidad hispana de la época radicada en la pe-nínsula que, trataba de impedir que, con la ruptura po-lítica y la salida de España como potencia americana, se produjera también una ruptura cultural, y tomando a la cultura como bandera, realizaron acciones encamina-das a fortalecer los lazos entre ambas orillas atlánticas. Este accionar fue bien recibido en muchos países hispa-noamericanos pues fue percibido como un modo de contener el apetito expansionista del emergente imperio anglosajón al norte del continente.

En un sentido totalmente opuesto al anterior, se en-contraban quienes consideraban al elemento español como antinacional y aliado de los norteamericanos, o como componente retardador en la consolidación de la conciencia nacional. Afirmando que el rechazo a lo que de España quedaba en la isla debía ser una premisa que permitiera el paso de la industria y el comercio de ma-nos extranjeras a mama-nos cubanas, con el fin de recon-quistar la potencia económica de la nación. (Guiral,

11 Juan Manuel de la Pezuela fue Capitán General de Cuba entre 1853 y 1854.

1915, p. 153) En este sentido, se hace especial énfasis en que estos españoles son extranjeros, se hayan nacio-nalizado o no. A ello se suma la percepción, de que a pesar de ser los derrotados en la guerra independentista, el cambio de soberanía no había afectado en ningún sentido a los peninsulares que habían decidido quedarse en la Isla. Al respecto, escribía Enrique José Varona:

La paz fue para cubanos y españoles. Pero éstos no han considerado nunca como vencedores suyos a los cubanos. Han mantenido arrogantemente sus socie-dades (...) vieron y sintieron que una parte del poder que poseían se les iba para siempre, pero sólo una parte, y han procurado buscar en la otra amplias com-pensaciones, y lo han conseguido. (Varona, 1915, p. 33-34)

El hecho de que Cuba permaneciera «unida a la Na-ción descubridora», llevó a muchos a considerar incum-plido el programa revolucionario cubano: se había lo-grado la emancipación política de España, pero no la moral, social y jurídica. Este fenómeno obligó a mostrar todo un cúmulo de deformaciones que impedían a la República constituirse sobre nuevas bases. Los intere-ses creados a la sombra de la colonia se desarrollaban en la República, las instituciones coloniales habían per-manecido vigentes luego de la independencia, el comer-cio había quedado en manos de elementos contrarios a las fuerzas mambisas y el clero, fundamentalmente es-pañol, aspiraba a recobrar su poderío. (Gonzalo, 2000, p. 23)

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LOS CUBANOS EN DEFENSA DE LA PAZ Y LA

ESTABILIDAD DE LA ISLA

Al finalizar la guerra por la independencia en Cuba, no hubo por parte de las fuerzas libertadoras ni del pue-blo, en general, actitudes de revanchismo hacia los es-pañoles, no obstante, alguna prensa peninsular publicó noticias sobre la inseguridad generada en los campos de Cuba por la “ferocidad” de las tropas independentistas. Un ejemplo de ello es la información que daba a cono-cer El Globo a fines de agosto del 98, donde se hablaba del desabastecimiento de productos alimenticios en la ciudad de Santiago de Cuba, no por la devastación de los sembrados causada por la guerra que acababa de concluir, sino, según el rotativo, debido a la inseguridad creada en los campos insulares por la presencia de las tropas mambisas, que eran consideradas como una ame-naza para la propiedad y el comercio. Esta reacción ha-cia las tropas independentistas cubanas era lógica, par-tiendo del conocimiento de lo sucedido, durante las guerras independentistas en casi todos los países del continente americano, donde los españoles fueron ex-pulsados de la región en los momentos iniciales del triunfo criollo.12 Noticias como éstas ponían en duda la

civilidad de los cubanos que habían estado luchando por su independencia, para argumentar, de cierta ma-nera por qué no se les tuvo en cuenta a la hora de acor-dar las condiciones de paz. Estos argumentos también serán utilizados por el elemento español de la Isla para justificar su postura anexionista, a partir de la confianza que tenían en que el ejército interventor norteamericano les ayudaría a mantener su status y propiedades en el territorio insular.

Sin embargo, no siempre fue así. La anterior noticia contrasta con la que publica El Correo Militarde inicios de diciembre de ese año, en la que se daba a conocer sobre el embarque, por el puerto habanero de fuerzas militares españolas, sin que hubiese ocurrido percance alguno en la capital antillana. Más adelante en este mismo artículo se reseñaban los disturbios creados por miembros del Cuerpo de Voluntarios13 en esta plaza

ci-tadina, al paso de la procesión realizada con motivo de

12 Entre 1821 y 1830 se fue decretando, tras la independencia de los territorios continentales americanos, la expulsión de los españoles de los territorios nacionales recién conformados, entre otros pode-mos mencionar a la Gran Colombia el 7 de julio de 1823 y a México el 20 de diciembre de 1827.

la fiesta patronal de la villa. Esta actitud de los volunta-rios provocó una reyerta, que afortunadamente, no tuvo mayores consecuencias. Ante estas acciones hostiles y de desorden ciudadano se presentó el general indepen-dentista Mario García Menocal, que se encontraba acampado con sus tropas en los alrededores, ponién-dose a disposición del gobierno de la ciudad, para man-tener el orden público en las calles de la capital cubana. El contraste entre la actuación de los voluntarios y los independentistas, muestra por un lado la intencionali-dad de esos peninsulares por crear situaciones de des-estabilización en la Isla, para demostrar “la brutalidad” y “el salvajismo” de ese pueblo que, con su lucha, aca-baba de liberarse de la tutela española, no solo para des-prestigiar a las tropas libertadoras, acusándolas de inci-vilidad, sino para tener una excusa, que les permitiera pedir la protección del gobierno interventor sin que se viera mal por sus paisanos y el gobierno de Madrid. Por otro lado, se evidencia la actitud de las fuerzas cubanas, en favor del mantenimiento de la paz y la concordia en-tre todos los elementos que se encuentran en el país.

Esta idea de que los españoles no asumían su nuevo carácter de extranjeros, y que se sentían en condiciones y con derecho de seguir batallando en la arena política está presente desde el inicio de cambio de soberanía en la Isla, lo cual indujo al cónsul español en La Habana a publicar una circular en la que advertía “a todos cuantos sean súbditos españoles… por su misma cualidad de ex-tranjeros en este país les está vedado inmiscuirse en toda contienda de carácter político.”(Lugo, 1998, p. 212). El propio cónsul reconocerá que la afición de mu-chos de los españoles a inmiscuirse en las luchas políti-cas insulares provocó procesos judiciales por contrave-nir lo establecido en la ley electoral. En ese sentido, To-rroja también fustiga a la prensa española de la Isla, a la que advierte que

… [Si] la prensa que se titula española en vez de in-miscuirse en cuestiones políticas que no le conciernen dedicara sus esfuerzos a mantener unido al elemento español y a enseñarle sus derechos y sus deberes como extranjeros en este suelo, mayor será el respeto y consideración que por nosotros se sentiría y mejor

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Iglesias Cruz, Janet. (2018). El cambio de siglo y los españoles que se quedaron en Cuba después del 98. Horizontes y Raíces, 6 (2), 2018, pp. 4-15.

13

podríamos defender nuestros intereses (Lugo, 1998, p. 213).

L

OS REPATRIADOS LLEGAN A

E

SPAÑA

Habían sido siglos de dominación colonial, por tanto, debía ser muy difícil para quienes estaban acostumbra-dos a tener un papel preponderante en las decisiones po-líticas insulares retraerse de esos temas y sentarse como simples observadores a esperar que otros tomaran las decisiones necesarias con respecto al destino del país.

En España, la crisis política, ideológica y social desatada en 1898 se vio agravada con la llegada de las tropas que retornaban enfermas o mutiladas, ello cons-tituía la mayor evidencia de la reciente derrota sufrida por España. Por eso, la prensa peninsular se volcó en función de dar a conocer todo lo referente a la repatria-ción, en los diversos espacios de sus rotativos. El mal estado en que se encontraban esos hombres condiciona-ron la necesidad y puesta en marcha de medidas sanita-rias y alimentación para el momento del desembarco, así como las áreas en hospitales y lazaretos habilitadas para recibir a los heridos y enfermos en los diferentes puertos en que eran esperados. Fue una realidad que golpeó a toda la población peninsular. No era solo el fin de una guerra colonial, se trataba de la salida de España de sus últimas posesiones americanas, con todo el sim-bolismo que conllevaba la partida definitiva del Nuevo Mundo de la potencia que había descubierto ante Eu-ropa la existencia de esos territorios, bajo la égida de la cual habían recibido el nombre de América.

Las tropas repatriadas hacia España, estaban com-puestas tanto por los soldados enviados desde la Penín-sula, como por cubanos que habían estado durante la guerra defendiendo la causa hispana. El diario peninsu-lar El Globo, informaba sobre la entrada en el territorio peninsular de los soldados negros que lucharon en Cuba junto al ejército español y que serían recibidos en Es-paña, dotándolos de dos meses de paga mientras elegían el lugar de la península donde deseaban residir. Se ex-plica, además, que de ser suficientemente elevado el nú-mero de esos repatriados, quizás serían destinados a prestar servicios en las posesiones españolas en África. Como si no fuera suficiente para estos el haber tomado parte en la recién finalizada guerra. Es significativo que solo se hable de enviar a los repatriados naturales de la mayor de las Antillas como fuerzas de choque en las

luchas que se están desarrollando en las posesiones es-pañolas al norte de África, puesto que nada se dice al respecto de los repatriados de origen peninsular. ¿Por qué esas diferencias? Probablemente se debía a que es-tos repatriados insulares no tenían familiares ni amigos en la Península que se unieran a ellos para protestar contra esta injusticia, puesto que el malestar social a to-dos los niveles que había provocado la derrota hispana en Cuba producía en la población española un profundo rechazo a las guerras coloniales y la necesidad de tropas que eran obtenidas a través de los llamados “quintos”.

Estas noticias disuadieron a muchos de los naturales de la gran Antilla, los cuales durante la guerra de inde-pendencia se habían unido al ejército español, de radi-carse en la Madre Patria, además de provocar el retorno a la Isla de muchos de los que habían partido para la Península. Por otra parte, la necesidad de tropas en los enclaves coloniales africanos era real, y quizás, luego de enviar allí a los cubanos decidieran enviar a los quin-tos retornados de la guerra en Cuba, por ser depositarios de una experiencia reciente en un teatro de operaciones que los nuevos reclutas no tenían. Probablemente esto también fue tenido en cuenta por las tropas española que en la Isla evitó a las embarcaciones que debían lle-varlos de vuelta casa, como se hacía saber en las noti-cias procedentes de La Habana, que daban cuenta de al-gunos de los soldados pertenecientes a las tropas que debían haberse embarcado rumbo a la Península, habían eludido el embarque y vagaban por la ciudad y sus al-rededores sin incorporarse a las fuerzas españolas, ni a las mambisas. (El Correo Militar, 1898, p. 3) Ante esta situación, el gobierno ibérico tomó medidas que busca-ban incentivar el retorno de sus soldados, como apun-taba un rotativo español al publicar una real orden del Ministerio de la Guerra (El Globo, 1898, p. 3) donde se informa de la concesión de una licencia trimestral a cuantos regresaran de Cuba, lo cual nos está diciendo que la cantidad de efectivos que ha decidido quedarse en la Isla, no debió ser despreciable.

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para una existencia decorosa.14 A ello se unía las

rela-ciones amorosas y de compadrazgo que habían enta-blado algunos soldados españoles con elementos nati-vos o no, en una tierra que se encontraba dentro de la tradición migratoria ibérica por las “facilidades” que proporcionaba a la persona trabajadora “para hacer for-tuna en poco tiempo”. Estos hombres, que siendo parte del ejército español decidieron no retornar, serían con-siderados como desertores, por tanto, no entrarían a for-mar parte de los que en su momento, se inscribieron para mantener su nacionalidad de origen.

Por otro lado, estaban las presiones norteamericanas para que la evacuación de tropas y el cese de la sobera-nía española en la Isla se verificaran lo antes posible. Uno de los diarios hispanos daba a conocer que el go-bierno norteamericano

…ha encargado á la comisión de evacuación de Cuba que presente una nota á los comisionados españoles, exponiendo que en virtud del protocolo debe cesar la soberanía de España y comenzar… la evacuación. Se esperaba que el primer destacamento embarcara el 10 de octubre (sic) (El Día, 1898, p. 1)

Por ironías del destino, el ejército español tenía fijada su salida de Cuba justamente el día en que se cumplían treinta años de iniciada la guerra de independencia en esta Isla contra el dominio español, por Carlos Manuel de Céspedes.

C

ONCLUSIONES

Como hemos vista a lo largo de este trabajo, la paz rubricada el 10 de diciembre de 1898 en París por nor-teamericanos y españoles, dio una limitada solución al problema de los españoles residentes en los territorios perdidos en la guerra. La debilidad de España frente a las apetencias del joven imperio norteamericano se puso de manifiesto desde el comienzo de las negocia-ciones. A pesar del esfuerzo de los comisionados espa-ñoles, estos lograron incluir en el convenio, solo a úl-tima hora, el tema de la nacionalidad de los habitantes de las tierras entregadas a los Estados Unidos, y su re-sultado fue parcial.

La situación de Cuba y España, unida a la realidad de los españoles en Cuba, así como las pretensiones del

14 Entre los diarios que denuncian la situación miserable de los re-patriados se encuentran El Nuevo País, El Correo Militar y El Día.

Ministerio de Guerra español, tuvieron un decisivo im-pacto en la decisión de asumir o no la nacionalidad his-pana por parte de los peninsulares que quedaron en Cuba.

La falta de recursos del gobierno español le impidió poder repatriar a todos sus efectivos, miles de peninsu-lares y cubanos, militares civiles, se vieron obligados a permanecer en Cuba en contra de su voluntad. La pre-tensión de utilizar a las tropas veteranas de Cuba en las guerras de África, unido al desastroso estado físico y económico de los repatriados llegados a España, facilitó la deserción de muchos soldados y oficiales que prefi-rieron mantener su residencia en la Isla.

Ante la nueva situación generada por el cambio de so-beranía y el nuevo status de extranjeros en que se halla-ban los naturales de la península, éstos trazaron nuevas estrategias que les permitiera dar un frente unido de emigrados ante lo que pudiese acontecer en la república por nacer. Otra de sus estrategias fue contactar con di-versos grupos de peninsulares de la región latinoameri-cana para asesorarse de las experiencias de estas comu-nidades en situaciones similares a las que ellos se en-contraban. Por otra parte, el rejuego ideológico, entre anexionismo y panhispanismo tuvo entre otros objeti-vos buscar alternativas que permitiera a los grupos pro-pietarios salvaguardar sus intereses económicos.

A pesar de todos los vaivenes políticos, económicos y sociales de la Isla, los españoles que permanecieron en Cuba fueron aceptados y asimilados en la nueva Repú-blica cubana nacida el 20 de mayo de 1902, la cual daba sus primeros pasos bajo la vigilante mirada de los Esta-dos UniEsta-dos.

R

EFERENCIAS

B

IBLIOGRÁFICAS

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(18)

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15

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El obispo Trespalacios (1722-1799) y la

fundación de la diócesis habanera

Bishop Trespalacios (1722-1799) and the foundation of

the Havanan Diocese

Pablo Velázquez Leiva

Licenciado en Historia. Profesor Adiestrado del De-partamento de Historia de Cuba, Facultad de Filo-sofía e Historia, Universidad de La Habana, Cuba. Email: pablovelazquez129@gmail.com

[Recibido: 10/5/2018 Aceptado: 15/11/2018] Resumen: El 28 de julio de 1786 se resolvía, después de los constantes esfuerzos de los obispos de Cuba, la división del obispado de Santiago de Cuba en dos mitras, de las cuales una se erigiría en La Habana. El modo en que fue concebida esta real disposición por el entonces obispo de Puerto Rico Felipe José de Trespalacios y Verdeja –desde 1789 obispo de La Habana– tuvo una profunda repercusión en la evolución histórico-cultural de la Isla, de modo general, y de la iglesia católica de un modo más estricto. Trespala-cios había sido designado como ejecutor de esta división, y el hecho de haber sabido de antemano que sería beneficiado con la mitra habanera, lo convirtió en juez y parte, arreglando, de este modo, una división que, desde cualquier ángulo, favorecía a la diócesis que quedaría establecida en el occidente de la Isla. El papel que jugó el obispo en la división de la diócesis de Santiago de Cuba y en la erección de la habanera, marcará durante años el desarrollo de la Iglesia católica en Cuba, que conservará, en principio, esta estructura hasta la primera República. Estos fueron elementos que, andando el tiempo, incidieron abruptamente en el distanciamiento del infranqueable abismo económico, cultural, demográfico, social y político que separaban a las dos regiones principales de la Isla, Occidente y Oriente. Todas las contra-dicciones que rodearon la división del obispado de Cuba, vistas a fondo, son un fresco muy representa-tivo de la sociedad colonial que se había forjado en Cuba hacia finales del siglo XVIII.

Palabras claves: diócesis, cabildo eclesiástico, Habana, obispo

Abstract: On July 28, 1786, after the constant efforts of the bishops of Cuba, it was resolved that the bishopric of Santiago de Cuba should be divided into two mitres, one of them would be erected in Ha-vana. The way in which this royal disposition was conceived by the former Bishop of Puerto Rico Felipe José de Trespalacios y Verdeja – since 1789 bishop of Havana – had a profound repercussion on the historical and cultural evolution of the Island, in a general way, and specifically, on the Catholic Church. Trespalacios had been designated as executor of this division before being named bishop of Havana. The fact of knowing in advance that he could benefit him-self from the miter of Havana, made him a judge and jury. Thus he arranged a division that, definitely, favored the diocese that would be established in the west of the island. The role played by the bishop in the division of the diocese of Santiago de Cuba and in the erection of a new one in Havana, will mark for years the development of the Catholic Church in Cuba, which will preserve, in principle, this structure until the first Republic. These were elements that, over time, had an abrupt impact on the distancing of the impassable economic, cultural, demo-graphic, social and political abyss that separated the two main regions of the Island, the West and the East. Indeed, all the contradictions that surrounded the division of the bishopric of Cuba, seen in depth, are representatives of the colonial society that had been forged in Cuba towards the end of the 18th century.

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Velázquez Leiva, Pablo. (2018). El obispo Trespalacios (1722-1799) y la fundación de la diócesis habanera. Horizontes y

Raíces, 6 (2), 2018, pp. 16-27.

17

I

NTRODUCCIÓN

más de cuarenta años de la aparición y consolidación de lo que en los últi-mos años algunos han identificado como campo historiográfico revolu-cionario cubano, aún existen algunas problemáticas de peso fundamental en la evolución his-tórico cultural cubana que no parecen haber llamado su-ficientemente la atención de nuestros historiadores. Nu-merosas pueden ser las causas aducidas, desde la ines-tabilidad y complejidad de acceso a las fuentes, como matices de una utilidad política. La historia de la Iglesia católica está claramente incluida dentro de estas proble-máticas.

En los últimos años encontramos ejemplos aislados de estudios de alguna significación. Sin embargo, dentro del complejo mundo eclesiástico, estos estudios han priorizado las relaciones de las órdenes regulares con la sociedad colonial y, en menor medida, algunos aspectos de la religiosidad popular, la mayoría de los casos aso-ciadas a procesos de sincretismo religioso y el papel de estos en la conformación de una cultura nacional cu-bana. (García, 2007; Pruna, 1998; Fernández, 2014; Se-greo, 2000a; SeSe-greo, 2016b)

De todas las contribuciones de la historiografía cu-bana, el libro Historia de la Iglesia Católica en Cuba. La Iglesia en la patria de los criollos (1516-1789), apa-rece casi como un paradigma dentro de estos estudios. Es, sin dudas, un intento bastante logrado de organizar y articular muchos de los elementos aislados que com-ponían la historiografía cubana sobre la Iglesia católica, a la vez que presenta un carácter distintivamente analí-tico. Aun así, subsisten muchas debilidades relativas a aspectos específicos de este tema. Nuestra historiogra-fía, carente de un estudio sólido sobre el alto clero ha-banero, principalmente que incluya los finales del siglo XVIII y XIX, sus características, vínculos y evolución, ha sido víctima de afirmaciones totalizadoras y parcial-mente ciertas. Afirmaciones que pecan de la inexisten-cia de un conocimiento profundo de la historia de la Iglesia Católica, y sin periodizaciones que precisen di-ferencias entre los componentes de esta institución en su lógica evolución histórica. Por último, afirmaciones que hoy día resultan difícilmente aplicables si no con-sideramos, en perspectiva, un replanteamiento -y en

muchos casos una reconstrucción- de nuestro pasado histórico.

Este artículo, por su parte, propone un análisis de fac-tores determinantes dentro del alto clero, o clero secu-lar. Pretende demostrar el papel fundamental que desempeñó el obispo Trespalacios en la fundación del obispado de La Habana y la profunda marca que dejó en la evolución histórica de la Iglesia católica en Cuba y en la Isla en sentido general. Dentro de los márgenes de la microhistoria política quedará enmarcada esta in-vestigación sobre el primer obispo de La Habana y el modo en que este concibió la creación de la nueva dió-cesis, de forma tal que ahondó, aún más, las profundas diferencias económicas, políticas, demográficas, socia-les y culturasocia-les entre el oriente y el occidente de la Isla.

D

ESARROLLO

EL PRIMER PRELADO DE LA HABANA

La creación en La Habana de una nueva diócesis es un aspecto que reviste matices que aún no han sido su-ficientemente trabajados a profundidad. De un modo más específico, la historiografía cubana sobre la Iglesia católica ha centrado la atención principalmente en la materialización de la creación efectiva del obispado, – sin prescindir del análisis de los procesos precedentes llevados a cabo por los obispos cubanos para la división de la diócesis de Cuba desde mediados del siglo XVII– y la relación estrecha que esto guarda con la dinámica acelerada de desarrollo económico, demográfico y so-cial, principalmente, que experimenta La Habana hacia finales del siglo XVIII. (Torres, 2008; Suárez, 2003; Fernández, 2014)

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HORIZONTES Y RAÍCES. Revista de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana ISSN 2311-2034 RNPS 2663

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Cuba, y de un modo más general, no por ello menos efectivo, en el resto de la Isla.

Sin dudas de ningún género, la historia colonial de Cuba está colmada de personalidades realmente intere-santes, entre las cuales destacan los obispos. Los fenó-menos que giran en torno a estas autoridades medulares para la sociedad y la política colonial, han llamado du-rante años la atención de algunos de nuestros historia-dores. Aun así, hay muchos elementos, sobre todo en los prelados anteriores al siglo XVIII, que aún perma-necen en el área de la especulación o totalmente igno-rados.

En sentido general existen tres aspectos, a mi juicio fundamentales, vinculados a la personalidad del primer obispo de La Habana. El primero de ellos, y el que con mayor peso relativo podemos encontrar en parte de nuestra historiografía, es el que lo vincula a serios con-flictos con la máxima figura del poder civil en la Isla. Los contenciosos asuntos entre Trespalacios y el capi-tán general Luis de las Casas (1790-1796) no son, en ningún caso subrepticios, es una guerra de poderes ex-presamente declarada, inteligible en simbologías muy claras sobre un viejo problema: las contradicciones que se generaron a nivel extensivo en el mundo colonial his-pano entre el poder civil y el eclesiástico y la posición de árbitro que asume la Corona hispana entre ambos po-deres, tratando de conservar el precario equilibrio en el que había degenerado el Real Patronato para América. Todo ello hace metástasis, en el caso particular de la Isla, con los conflictos naturales que genera la creación e inserción de un nuevo espacio de poder en la sociedad colonial finisecular. Sin bien alguna parte de la histo-riografía cubana, y sobre Cuba, ha estructurado un dis-curso histórico coherente que muestra estos conflictos como una lucha simbólica entre un pensamiento ilus-trado, del que era Luis de las Casas su principal estan-darte en la Isla, y por otra parte la resistencia de una mentalidad retrógrada –con aspectos que han sido cla-ramente estigmatizados– personificada en la figura del obispo, cierto es que esto podría ser solamente una de las verdades históricas que fundamenten este problema. Tampoco es interés de este artículo dar una explicación de ello in extenso.

La segunda de las cuestiones vinculadas a Trespala-cios se relaciona con características propias y realmente interesantes de su mitrado. El vínculo cercano de este

obispo con sectores del clero relacionado con miembros de elementos que componen un grupo social que en Cuba se conoció como comerciantes peninsulares, par-ticularmente los hermanos Font, y el modo en que estos manejaron la diócesis en virtud de sus intereses perso-nales, así como el impacto que este pequeño grupo de poder tendrá en el gobierno eclesiástico del obispo Es-pada, es algo que aún carece de un estudio de caso pro-fundo por parte de la historiografía abocada a los temas coloniales.

El origen del sistema de redes y relaciones desplega-dos por estos hermanos, principalmente con Francisco Font que llegó a ser secretario de cámara del obispo, que les permitió articular una influencia efectiva sobre el gobierno eclesiástico, es algo que no ha sido posible determinar. Los legajos de documentación existente en los archivos de la Cancillería del Arzobispado de La Habana relacionados con recursos de fuerza y pleitos directos con el segundo obispo de La Habana, nos dan una idea muy clara de la resistencia que modularon ante lo que Espada representó para ellos como limitación abrupta de un espacio de poder al cual estaban eviden-temente muy acostumbrados.

Por último –aun cuando cronológicamente podría ser considerado como el primero– un aspecto interesante de la vida de este prelado y de su función en la dinámica y evolución histórica de la Iglesia Católica en Cuba, fue su papel en la división de la diócesis de Cuba y la crea-ción de la de La Habana. Este interés radica en el modo en que el obispo estructuró y manejó en la Isla las dis-posiciones de Carlos III al respecto, para crear un opu-lento obispado en el occidente, en detrimento del de Santiago de Cuba, y luego hacerse con la mitra del pri-mero.

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