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Varios autores : ediciones Asterión

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Academic year: 2020

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(1)Taller de Letras N° 42: 215-238, 2008. Varios autores, ediciones Asterión Por Rocío Rodríguez Ferrer Pontificia Universidad Católica de Chile. Ediciones Asterión, bajo la dirección de la escritora chilena Pía Barros, ha apostado por el formato pequeño para ofrecernos una serie de obras que, en su variedad genérica, comparten una singular característica: la brevedad. Estamos ante minilibros que cobijan microrrelatos y micropoemas, textos todos que aspiran a hacer de la precisión una manifestación del ingenio y de la penetración más punzante. La concisión devendrá en una suerte de literatura minimalista que no puede sino arroparse en estos verdaderos libros de bolsillo que parecen hablarnos de las actuales prácticas de lectura. Materialidad y materiales, pues, en elocuente vinculación. Ahora bien, la densidad expresiva y la desnudez esencial que ostentan estas obras –algunas de ellas con germen en los talleres literarios de la propia Pía Barros– originan un conjunto de textos que exigen un total abandono de cualquier categorización purista. Microrrelatos y micropoemas son, en realidad, denominaciones generosas que, en su amplitud, dan albergue a creaciones que van desde la simple anécdota hasta el cuadro de costumbres, la poesía conceptista, las greguerías y los planteamientos aforísticos, quedándose aun a veces en los meros juegos lingüísticos que no poco tienen en común con los chistes. Se trata, en definitiva, de una literatura que pone en entredicho los tan manidos conceptos canónicos literarios. Ejemplo de lo anterior es el poemario de Jorge Montealegre titulado No se puede evitar la caída del cabello. Galardonado. ■ 220. Varios autores, ediciones Asterión. Santiago de Chile: julio-noviembre de 2007.

(2) Reseñas. con el Premio Altazor 2008, ostenta, a mi juicio, dos rasgos característicos: la concisión y la agudeza. El resultado es una suerte de poesía epigramática que tan acertadamente es definida por la voz lírica: “Mi poesía / es un tic: una breve / sonrisa negra”. Y si el rictus es oscuro, se debe al leitmotiv que atraviesa toda la obra y que se perfila con nitidez catafórica desde su título: el cabello, excusa perfecta para hablar de una vida que se acerca inexorablemente a la muerte, una vida a la que tarde o temprano le ha de llegar la pelada. Pero esta poesía de sentencias breves es también hermanable en ocasiones con la greguería ramoniana: “Estas canas: hilos de leche / que vuelven / al seno de la tierra”. Y es que estamos ante textos poéticos fruto de una mirada intuitiva e ingeniosa, proclive al juego verbal que concentra más ideas que palabras: “¿La guadaña nos siega? / ¡Nos ciega para siempre!”. La forma lírica se presenta densamente impregnada de significado, pero ágil en su lectura. La poesía de Montealegre, con su culto a una imagen abundante en pensamiento, se reviste de un conceptismo que hemos de remontar hasta Quevedo. Incluso tópicos como el tempus fugit y la muerte igualadora, tan queridos por el poeta áureo, hacen su aparición en la obra del chileno: “A rubias y trigueñas / las igualan / sus calaveras desnudas”. Y más adelante: “De la cigüeña a la guadaña / ¡toda una vida!”. Prescindiendo de los artificios formales, Montealegre se muestra hábil en el tratamiento lingüístico que, en su condensación, promueve la capacidad de sugerencia de todo buen texto literario. El resultado es una obra que contiene más sustancia que palabra y que, en ocasiones, en cuanto la imagen poética deviene en anécdota, se aproxima bastante al microcuento, lo que pone en evidencia el carácter híbrido del poemario.. 221 ■.

(3) Taller de Letras N° 42: 215-238, 2008. Pero si de microrrelatos se trata, los de Pía Barros en La Grandmother y otros se configuran como notables ejemplos de esta singular modalidad genérica. El virtuosismo intertextual, el punto de vista novedoso, la presencia constante del humor y las notas líricas son algunas de las señas de identidad del microcuento, que en las manos de Barros adquiere una hondura impar en las letras chilenas. Desde Miguel de Unamuno hasta la Pequeña Lulú tienen cabida en estas breves narraciones en las que, dando muestra de sutileza (y picardía) conceptual, Barros enarbola la ironía más perspicaz para hablarnos de violencia de género, de vanidades literarias y de exilios. La voz narrativa –lírica en no pocas ocasiones– exhibe una singular intensidad que seduce por su extremada lucidez: “La muerte flamea desairada en los flancos. Yegua, me grita acezando. Puta, contesto con los belfos babeantes, dispuesta ya a detener la carrera. Pero cuando lo hago, ella, enceguecida por la furia, sigue de largo” (“Velocidades”). Esa misma fuerza es la que la lleva a presentar, con absoluto desparpajo, en la segunda sección del libro (“La Grandmother”), la historia de un linaje femenino, en medio de un ambiente circense, en el que la matriarca del clan poco tiene que ver con la dulce abuelita de los cuentos infantiles. Se trata de un conjunto de breves relatos de naturaleza atómica, que pueden leerse finalmente como una única gran narración. ■ 222. con el tema de las complejas relaciones familiares de fondo. Y con esa mirada hacia lo femenino que caracteriza la narrativa de Pía Barros. Microrrelatos también nos entrega Gabriela Aguilera en Con pulseras en los tobillos. En ellos, la nota característica es el erotismo, hasta el punto de reconocer y trazar en sus páginas un verdadero mapa erótico santiaguino: moteles de Lord Cochrane y del barrio avenida Matta, travestis de la avenida Providencia emergen como ejemplos de ese deseo que se instala en la escritura, pero que muchas veces ronda la violencia y la muerte y que más parece relacionarse con el desgarro. El amor carnal resulta así una experiencia frustrada que permite una hendidura por la que se cuelan la crítica social y una voz narrativa que trasluce sin remilgos su simpatía por prostitutas, lesbianas y perseguidos políticos. No es de extrañar, entonces, que el recuerdo de la dictadura aflore a la par de la rememoración del placer o del dolor vivido en el pasado. Y si hablamos de conocer al ser humano en su brutalidad y en su paradoja, Sin piedad, de Ana Crivelli, nos revela en una serie de microrrelatos esa porosa zona en la que la frustración por la piedad que le ha sido negada conduce al personaje a un actuar despiadado. Por otro lado, en Pecados nuestros de cada día, Zaida Soto ofrece una suerte de radiografía social en la que se reflejan las más diversas transgresiones, no.

(4) Reseñas. exentas de obviedades y lugares comunes. De corte distinto son las narraciones contenidas en el libro de Susana Sánchez titulado Secretos menores y non tanto. En la segunda sección de la obra se encuentran sus textos de mayor interés literario, en los que aborda los arcanos del Tarot y, a partir de su iconografía, mediante un verdadero ejercicio de pintura verbal, busca penetrar en el misterio que cada uno de estos arcanos encierra. Sin embargo, en ocasiones la pretendida profundidad sicológica no se alcanza y el texto se ve reducido a una simple traslación verbal de la representación pictórica. Y si el Loco es el Arcano 0, con el que arranca la mencionada segunda sección de la obra de Sánchez, la locura es el eje central del libro Los fantasmas de la Casa de Orates, de Emma Sepúlveda. Locura que en ocasiones parece provenir de una excesiva lucidez; locura que se traduce en obsesiones que se plasman, además, en términos estructurales. Así, la iteración se vuelve marca textual característica de esta obra en la que, una vez más, se filtra el recuerdo mortificante de la dictadura. Y de la retórica de la repetición obsesiva pasamos a la retórica de la palabra desnuda en Nacencia, de Carolina Pezoa, obra que ofrece una poesía en la que “ruge el silencio”, una poesía que se nos es definida como un “desacierto ante todo / posibilidad”. Imágenes que brotan de golpe, como sugiere el. epígrafe de Gonzalo Millán, y al brotar se aprietan y condensan buscando una sutileza y hondura conceptual que no siempre se alcanza. Ahora bien, si Pezoa nos presenta una poesía que a veces toma la palabra para hablar de sí misma, Franco Fernández, en Plural de juegos, ofrece una obra en la que, sin disimulo, rinde culto a Julio Cortázar y en la que lo metaliterario ostenta el valor más alto desde el punto de vista artístico. Es en relatos como “Comenzar de cero” donde mejor se aprecia esa voz que busca su real definición, pero que ya da muestras de cierto talento narrativo. Y es también Cortázar quien, con sus consideraciones sobre el cuento, aflora tras los finales sorprendentes, obtenidos por KO, en las narraciones de Santiago Traders & otros, de Martín Pérez. Técnica, por lo demás, de la que no debiera abusarse para que no perdiese su eficacia narrativa en una recopilación como la que ofrece este autor que, mediante escrituras que a veces simulan correos electrónicos, se hace eco de los cambios que la tecnología ha supuesto en los modos de comunicación. Como puede desprenderse de lo dicho, unas más, otras menos, nos encontramos ante obras con marcas singulares. Pero la diversidad no se percibe solo en términos de identidad; también en calidad son desiguales estos libros editados por Asterión. Y es que alcanzar la precisión con ingenio no es algo que se logre simplemente aboliendo la orna-. 223 ■.

(5) Taller de Letras N° 42: 215-238, 2008. mentación superflua o los vastos desarrollos. Lograr esa precisión implica, especialmente, desprenderse de clichés que restan valores significativos y merman la capacidad evocadora del texto, así como renunciar a todo juego. ■ 224. lingüístico que no contribuya a incrementar el valor semántico de la obra. Ya lo decía Anton Chejov: “La brevedad es hermana del talento”..

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