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En el niño perdido he intentado. retòrica de la violència.

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osep Antoni Tàssies (Barbastro, 1963) es el primer autor español que recibe el Grand Prix de la Bienal de Ilustraciones de Bratislava desde su fundación, hace cuarenta y dos años, por El niño perdido (Ediciones SM), un libro que muestra los estragos de la guerra a través de la mirada ingenua, juguetona y esperanzadora de una niña. En su larga carrera como dibujante, Tàssies ha compaginado la ilustración con la caricatura, el cartelismo y el humor gráfico.

— ¿En qué momento decidió dedicarse profesionalmente a la ilustración?

— Comencé como cualquier niño que dibuja, que le gusta hacerlo y que continúa dibujando con el paso de los años; tras la adolescencia y antes de la universidad dudé si tirar hacia periodismo o hacia bellas artes: si me introducía en el estudio del dibujo, temía acabar con una formación excesivamente formalista. Pensé, pues, que podría continuar dibujando a la vez que cursaba periodismo y así lo hice. Después me entraron prisas por empezar a publicar y escribí algún reportaje, pero en seguida me decanté por los dibujos y hacia la primavera de 1983 ya publicaba en el Diari

de Barcelona, después en el verano del mismo año, también en la

revista El Món —el primer semanario en catalán después de la muerte de Franco—, y en otoño ya dibujaba para El Periódico de

Cataluña.

— ¿Entonces no ha seguido estudios específicos de arte?

— Después de periodismo cursé un año de bellas artes y habría continuado, pero no me lo podía permitir económicamente;

J

ARANTXA BEA Periodista

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también he hecho un par de años de técnicas de grabado en artes del libro.

— ¿Se consideraría, pues, autodidacta en cuanto a la plástica?

— Básicamente sí, un autodidacta que mira cosas, claro, pero que ha aprendido haciendo, probando muchas maneras diferentes de hacer.

— ¿Dibujar para la prensa escrita fue una manera de introducirse en el mundo de la edición antes de dedicarse a ilustrar libros?

— El dibujo de prensa me pareció la manera perfecta de aunar estas dos inquietudes que tenía: por una parte, difundir mensajes y comunicar y, por otra, dibujar.

— ¿Dónde se siente más cómodo, en el humor gráfico o en las caricaturas?

— Son cosas diferentes, de hecho, hace poco tiempo que me dedico al humor gráfico. Recuerdo desde muy joven haber visto por casa

La Codorniz, Hermano Lobo y otras revistas del

último franquismo y primera transición; como lector siempre me había interesado y, de hecho, cuando estudiaba periodismo con Salvador Alsius hice un trabajo sobre la primera etapa de la revista El Jueves que me valió una notaza y también el contacto para empezar a publicar en la revista El Món, de la que él era subdirector. El humor gráfico me interesaba mucho como lector, pero no me impliqué como autor hasta 2001, cuando decidí poner en marcha un proyecto personal, intentando hacer mi pequeña aportación al lenguaje del humor gráfico, algo ambicioso y difícil que no comencé a publicar hasta 2004 en El Periódico

de Cataluña, con el título de “La Mosca”. — Con su libro El niño perdido (Ediciones SM) ha

ganado el Premio Internacional de Ilustración Fundación Santa María 2008 y el Grand Prix de la Bienal de Ilustración de Bratislava 2009, que por primera vez en cuarenta y dos años recae en un autor español. ¿Significa este premio un punto de inflexión en su carrera?

— Es un premio importante y me lo he tomado con mucha alegría, agradecimiento y entusiasmo. Lo cierto es que sí tiene un significado especial para mí: después del Premio Internacional SM

obtener el Premio de Bratislava con este libro supone un reconocimiento a una línea de trabajo que empecé en 1991 y que tuve que abandonar por falta de apoyo: no conseguía tener impacto, no me encargaban libros y entonces suscitaba una controversia que iba en mi contra.

— El niño perdido habla de la guerra y muestra escenarios duros tamizados por una mirada infantil. ¿Cree que es necesario hablar de cuestiones como la guerra o la muerte a los niños?

— Yo creo que sí, porque la realidad es la misma para los pequeños y los mayores. Evidentemente que con todo nuestro amor y todo nuestro cuidado hemos de proteger a los más pequeños. Pero una vez esto está claro, que pienso que es muy importante, creo que es mejor no ocultar la realidad en la que vivimos ni las partes más crudas, y tampoco aspectos que puedan resultar contradictorios o que nos puedan poner en contradicciones. Creo que no es bueno pintar un mundo demasiado edulcorado porque mostraría a los niños algo que no existe, un mundo ideal; es importante enseñar lo que hay, con toda la protección y el cuidado a los niños, por supuesto, pero el mundo tal y como es. En el caso concreto de la guerra, que es de lo que trata El niño perdido —de nuestra guerra y de las guerras que aparecen por televisión—, creo que es importante que los niños tengan una idea más allá de la retórica de la violencia, de la que he huido absolutamente en el libro, una violencia que pueden encontrar en muchas películas, juegos y juguetes, por todas partes; huyendo de esta retórica de la violencia —decía— he intentado hablar de la guerra porque creo que solamente a partir de la idea y del sentimiento progresivo de que todas las guerras son nuestras se puede construir la paz.

— ¿Quién pone los límites a los temas que pueden abordarse en los libros infantiles y a cómo tratarlos?

— Los límites nos los ponemos los propios autores; al fin y al cabo siempre existe la opción de no publicar o de irse a publicar a otra parte.

— Usted ha ganado otros premios antes del de Bratislava (el accésit del Lazarillo, el Premio Apel·les Mestres, etc.); ¿han sido determinantes

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en su trayectoria como dibujante? ¿Cómo es su relación con los concursos?

— Los premios son buenos porque quien los recibe se siente estimulado en aquello que está haciendo. De todas maneras, vaya, hay premios y premios; por ejemplo, has hablado de algo que no pongo nunca en mi biografía, y es que tengo dos accésits del Lazarillo; no lo pongo porque un accésit no es el premio: los premios tienen esta otra cara, si quedas el segundo eres el gran perdedor.

— ¿El niño perdido es su libro más personal?

— Creo que es mi libro más maduro, pero no el más personal. Hay libros como por ejemplo uno de 1992, el Llibre de bons amonestaments (PAM), o Un dia és un dia (PAM), que quedaron segundos en los Premios Nacionales a los libros mejor editados de 1997, que también son muy personales. Y fíjate que he mencionado como muy personales dos obras de las cuales solo soy autor de los dibujos y no de los textos; otro ejemplo es el Carabola. Y hay otros, con otros estilos que también lo son, como ¡Hasta luego!, un libro que hice con mi padre.

— ¿Cree que existe cierta incompatibilidad entre intención pedagógica y creación artística? ¿Cómo se consigue el punto de equilibrio en la creación infantil?

— Existe la posición más radical que, de alguna manera, comparto, y que es que el arte ha de ser libre, y eso está bien no olvidarlo. Dicho esto, el resto depende de las intenciones del autor; si crees que eres capaz de desarrollar un lenguaje artístico y tienes una intención pedagógica, puedes combinar bien las dos cosas; lo que normalmente no funciona es la ingerencia de la pedagogía en la creación y la realización de productos pretendidamente artísticos que en realidad tienen un fondo de encargo hecho por pedagogos, y un pedagogo no es un artista. Por otro lado, como en una paradoja, en el otro extremo estamos disfrutando de la maravilla de la tecnología que nos facilita el trabajo, que intelectualmente permite que nos desarrollemos más porque tenemos herramientas que nos hacen los lenguajes más accesibles; pero todo eso, sin una interpretación, sin una buena digestión, sin una intención, sin un conocimiento, es solo una fachada, no ha de

hacernos perder el criterio.

— Es decir, que por un lado tenemos la excesiva pedagogía, un exceso de intención moral en algunas obras para niños, y por otro, una excesiva preocupación por el formato, por la parte visual que puede llegar a olvidar al destinatario…

— Si los directores de las colecciones son pedagogos y eso es lo que manda en su criterio de selección de obras, nos encontramos con que están favoreciendo que el maestro pase por encima del escritor, y eso no tendría que ocurrir nunca en un libro que se quiera llamar literatura. Yo valoro los esfuerzos pedagógicos y me interesan, pero la contaminación de la pedagogía en el terreno estrictamente artístico me da la impresión de que molesta más que ayuda; buenos artistas con buenos pedagogos pueden realizar buenos libros que sean literatura y arte visual, pero cada uno ha de aportar lo mejor de sí mismo en una mezcla; no puedes llegar a un consenso en una historia creativa; ganarán unas ideas u otras, y unas se enriquecerán con las otras, pero nunca será el resultado de un consenso de votación. En cuanto a la imagen, sucede un poco lo mismo, todo nos deslumbra, todo nos gusta, y en las escuelas de arte a veces la enseñanza puede llegar a ser demasiado formalista, sobre todo teniendo en cuenta que son personas que han pasado de una enseñanza bastante elemental a una escuela de arte; es probable que hagan unos dibujos preciosos, pero no sé cómo van a pensar en los niños ni en según qué cosas; para eso se necesita una formación y una inquietud más completas.

— ¿Es diferente ilustrar para niños que para adultos?

— Creo que la diferencia básica es que cuando haces algo para los adultos no te planteas si el destinatario podrá o no entender el significado de una imagen; cuando hago cosas para niños, tienen que existir necesariamente lecturas posibles para niños. Por ejemplo, el otro día me comentaba una amiga que había leído El niño

perdido a su hija que todavía no ha cumplido

los cuatro años y me contó muy divertida que, cuando llegaron a la última imagen, la niña comenzó a señalar las cajas de regalos y

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a preguntar: “Mamá, ¿qué hay ahí adentro?”; entonces me acordé de cuando estuve dibujando el papel de regalo de esos paquetes: esas hojitas y las diferencias de color aquí y esas avellanitas y las bandas allá y esas otras de otro color… Con los niños tienes que intentar que haya niveles de lectura a su alcance.

— A diferencia de otros ilustradores, me da la impresión de que usted es muy versátil, que hace cosas muy diferentes, con estéticas diversas, y eso sin entrar en otros registros como el humor gráfico; ¿cree que es una ventaja o alguna vez ha echado de menos un estilo único y definido?

— Todos mis estilos son míos, he ido evolucionando en cada uno de ellos; por ejemplo, el estilo que utilizo para los retratos de escritores que he estado publicando durante tres años en El Periódico de Cataluña y por los que me concedieron el Premi Junceda de la Associació d’Il·lustradors en 2007. En cuanto al estilo de El niño perdido, es una evolución de lo que estaba haciendo en 1983 cuando empecé a publicar en la revista El Món y El Periódico. El libro Comemiedos, que es de 2000-2001, tiene que ver con el Llibre de bons amonestamens de 1992. En la génesis del estilo de El niño perdido estaba el hecho de que llevaba unos cuantos años pintando como un loco, había dejado de lado la publicación y, cuando quise volver, tenía dos puntos de interés: la síntesis —para lo cual utilizaba rotuladores gruesos en formatos medianos y pequeños para forzarme a eliminar detalles— y un interés puramente plástico. Pero también derivó, esa misma investigación, hacia otro interés, que era realizar un dibujo sintético de líneas muy gruesas con colores planos; he hecho unos cuantos libros así, por ejemplo Volando al revés.

— En el libro infantil, ¿puede funcionar cualquier estilo? Me refiero al debate entre ilustración figurativa y abstracta.

— Opino que todos los caminos son válidos para hacer un libro. Es un poco lo que decía sobre trabajar diferentes estilos, con el peligro que comporta, porque todos mis errores son míos, pero todos mis aciertos también lo son, no los he cogido de nadie. Quien dice que no se inventa nada es quien no inventa, y aquel que inventa

sabe que sí se inventa: no lo sacas de la nada, pero crear no es lo mismo que hacer collage. Crear es otra historia, es ponerse al límite y arriesgarse al error, y entonces encontrar el error y encontrar el acierto y decidir a solas entre todo eso.

— A pesar de que la LIJ representa un porcentaje elevado en la producción editorial de Cataluña y de España, a menudo se la considera la hermana pequeña de la literatura: tiene poca presencia en los medios de comunicación y pocas veces recibe un tratamiento crítico riguroso. ¿Por qué cree que se mantiene esta situación?

— Creo que lo que tiene poca presencia social son los niños, y todo lo que los rodea está, pues, marginado y tratado con la boca pequeña. El gran problema es una sociedad que tiene a la infancia en tan poca consideración.

— Per otra parte, cada vez hay más revistas y publicaciones especializadas. ¿Cree en la utilidad de la crítica de LIJ?

— Me interesa mucho que haya crítica y me parece muy bien; veo a los críticos como compañeros de viaje. Otra cosa es si la sigo mucho o poco; al fin y al cabo yo no soy crítico, soy dibujante.

— ¿Podría citar algún ilustrador que le haya influido o que le guste especialmente?

— Por ejemplo me encanta el trabajo de Alfonso Ruano, me gusta la mayor parte del trabajo de Carme Solé, y hay aspectos en la actitud profesional de ambos que me han resultado estimulantes. También me ha aportado mucho la valentía de Montserrat Ginesta en Publicacions de l’Abadia de Montserrat a principios de los años noventa.

— ¿Qué opinión le merece el trabajo del último Premio Nacional de Ilustración Miguel Calatayud?

— Calatayud me parece un monstruo; es muy bueno; me gusta básicamente su dibujo; la idea de decoración que tiene me parece exquisita, y como dibujante es prodigioso; parece como si empezara por una punta y acabara por la otra y lo hubiera llenado todo de maravillas y de detalles: a partir de la geometrización construye cosas que después son creíbles. Calatayud crea

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tensiones por todas partes en sus dibujos, eso es lo que me impresiona, y también, que mantiene una figuración verosímil.

— A veces se dice que algunos ilustradores hacen siempre lo mismo. ¿Qué opina usted?

— El maestro Calatayud siempre hace lo mismo, todos hacemos siempre lo mismo. Respecto a eso de la repetición, me he cansado de sentir críticas negativas de Pilarín Bayés, y, aunque no la mencionaría como una de mis grandes figuras, no entiendo que entre los dibujantes sea tan impopular, ya que lo que hace tiene un punto prodigioso, tiene una capacidad de representar, una capacidad cuantitativa incluso, de representar multitud de espacios, de situaciones, etc., que no me parece poco: utiliza referentes concretos que es algo que entronca con la tradición catalana de ilustración de los años sesenta y setenta.

— ¿Puede decirnos en qué está trabajando actualmente?

— Estoy haciendo un álbum ilustrado sobre el

maltrato escolar que se titulará Noms robats.

— ¿Qué le recomendaría a alguien que esté empezando y que quiera dedicarse a la ilustración?

— A alguien que dibuje y que quiera seguir dibujando, lo que le recomendaría es que dibujara tanto como pudiera y que tuviera fe en sí mismo, que aprendiera todo lo que pudiera, pero que no se olvidase nunca de él mismo. Cuando eres muy joven, cuando empiezas, oyes bien tu voz, tienes la sensación de que lo que dices lo estás diciendo tú; después la mayor parte de las personas aprenden que eso ya lo han dicho otros antes y se decepcionan; pero si uno tiene voz, ha de hacerla oír, a veces te sonará marrón, a veces te sonará gris, a veces te sonará como la has oído cincuenta mil veces y pasará mucho tiempo y seguirá sonándote así, pero al día siguiente, un año después, unos meses más tarde o unos días reencontrarás aquella voz tuya propia, y la satisfacción será inmensa.

Bibliografía

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ArAntxA BeA: Periodista, es crítica literaria y ha dirigido el suplemento cultural semanal “Posdata” del diario

Levante-EMV desde 1999 hasta 2009. Colabora regularmente en la revista Faristol, donde publica crítica, entrevistas y ensayos sobre literatura infantil y juvenil.

Referencias

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