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GRUPAL 3

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A. Bauleo - H. Kesselman - E. Pavlovsky

J. C. de Brasi - O. Albizuri de García

A. M. Fernández - A. M. del Cueto - D. Bermejo

N. Fatala - D. Janin - M. A. Massolo - L. Herrera

M. Percia - D. Szyniak

LO GRUPAL 3

K.01 L832I

Herrera. Luis; Percia. Marcelo; Lo grupal 3

x¿3»r

EDICIONES BUSQUEDA

RUENOS AIRES _ ARGENTINA

(2)

INDICE

y

I. G R U P A L I D A D Y SOCIEDAD

Prólogo, Juan Carlos de Brasi 9 Psicoterapia, psicodrama y contexto sociopolítico,

Eduardo Pavlovsky 13 Sobre psicoanálisis y poder, Eduardo Pavlovsky ... 35

Apreciaciones sobre la violencia simbólica, la

iden-tidad y el poder, Juan Carlos de Brasi • 39^ Clínica y política: un lugar para la ética en salud

mental, Luis Herrera, Marcelo Percia y David

Szyniak ; . . . 55 Contribuciones del psicodrama a la• psicoterapia de

grupos, Olga Albizuri de García 79>

II. D I M E N S I O N E S P R O D U C T I V A S Y F O R M A T I V A S D E LA E S C E N A D R A M A T I C A

Aprendiendo a observar "en escenas".

Grupo-aná-lisis aplicado y operativo, Hernán Kesselman 119 Grupos de formación en psicodrama psieoanalítico,

Ana María del Cueto y Ana María Fernández 137 Algunas reflexiones sobre la producción de la

esce-na psicodramática, Nelly Fatala y Diaesce-na Janin 145

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XII. E S T R U C T U R A Y E F E C T O S EN EL PROCESO GRUPAL

La pirámide grivpal, Miguel A. Massolo 157 Efectos del proceso grupa-I, Armando Bauleo 185

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PROLOGO

JUAN CARLOS DE BRASI Lo grupal habla de algo que espe.ra ser marcado por una lectura posible, pero también de una secuencia —es el tercer volumen— que establece cuestiones para ser pensadas.

Lo grupal dice, a un oído atento, sobre conjunciones, disyunciones, atravesamientos; evoca multiplicidad de formas y repertorios que arman esas fluidas —a veces efímeras— "positividades" llamadas grupos.

Metáforas vigentes de lo reprimido, adquieren rele-vancia no sólo por sus existencias reales o sus dimensio-nes imaginarias, sino por la insistencia con que resuenan en distintas series de acontecimientos.

Erradicados de los usos terapéuticos y servicios so-ciales durante ten período genocida, fueron calificados desde "obscenos" hasta "máquinas sospechosas".

La embestida contra los grupos formó parte de un ataque programado a la solidaridad, al tejido conjuntivo de la sociedad civil. A la disolución de una, continuó el aniquilamiento de los otros.

La represión a los mismos se transformó en "repul-sión", de igual modo que sus diferencias se convirtieron en "deficiencias" (teóricas o vivenciales), en el imagina-rio de variados núcleos profesionales, quienes se encar-garon de fiacer evidentes a las "brujas" en el mismo tri-bunal de la inquisición.

Si en un determinado momento de reflexión sobre la problemática gi-upal se ligó a los grupos con un

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cowti-nente irregular, lleno de provisoriedades, como lo es el de la Psicología Social; ahora pensamos que es necesario articularlos con dialécticas específicas, significarlos desde sus relaciones con las instituciones, masas y organiza-ciones que persisten en diversos ámbitos comunitarios.

Por otro lado las mitologías operantes, los rituales consecuentes, las ceremonias regulares y excepcionales, las formaciones de la vida cotidiana, las diseminadas cons-telaciones imaginarias, así como las construcciones par-ticulares de lo social-histórico, son algunos de los ejes que ordenan las disímiles "totalizaciones en curso".

Asimismo a las dialécticas mencionadas, debemos co-nectarlas con un campo de análisis inaugural: la produc-ción de subjetividades historizadas desde la investigaproduc-ción grupal.

En los espacios polisensos de los "pequeños colecti-vos", convergen determinaciones, efectos y significaciones que parecen distanciadas de los conceptos adecuados para abordarlos. Pero es al analizar los entrecruzamientos citando descubrimos senderos inexplorados, vínculos iné-ditos y un espectro sorprendente de realizaciones posibles.

A ello apunta lo que enfatizábamos en un texto sobre el mismo asunto y las intersecciones que caracterizaban su peculiaridad. Es pertinente retomar aquí —a pesar de su extensión— la semblanza de aquel escrito, donde se enunciaba: "Y ellas deben ser recuperadas si se busca diluir el fantasma que atraviesa las operaciones grupales, fantasma que confunde las acciones en grupo (dispersi-vas e intrascendentes) con las experiencias grupales que se realizan orientadas por tina concepción desde la cual se analizan y significan.

Aunque esto no basta, pues las experiencias estruc-turadas y su concepción "soporte" no alcanzan, todavía, para fundamentar la noción clave de práctica grupal. Esta requiere una formulación teórica qtie tenga en cuen-ta la relación entre los "dominios inconcientes" y las "pro-ducciones y formaciones significantes" que anidan en el interior de las distintas prácticas".

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Valgan tales líneas, aunque más no sea para ru-miarlas.

Los diferentes abordajes que componen este libro se-ñalan tenues, dilatadas fronteras epistémicas, a la vez que constituyen una provocación efectiva para el lector oca-sional; provocación a trazar un horizonte significativo que impregne su deseo de saber.

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PSICOTERAPIA, PSICODRAMA

Y CONTEXTO SOCIO-POLITICO

1

EDUARDO PAVLOVSKY

Es posible que a esta altura de ia situación y después de muchos años de experiencia clínica, nos hayamos acos-tumbrado a pensar que son varios los elementos que per-turban la salud mental de la gente y ampliado también nuestro nivel de conciencia de que tenemos que contar con múltiples recursos terapéuticos, para las nuevas si-tuaciones que nos atraviesan. Así por ejemplo me con-fesaba hace dos años uno de los más importantes ex ana-listas de niños de Buenos Aires que en este momento podía hacer una autocrítica respecto a la cantidad de niños que había analizado cuatro veces por semana durante años, sin obtener los resultados terapéuticos que obtiene ahora cuan-do hace tres o cuatro entrevistas familiares. Y que ya no trata niños con psicoanálisis cuatro veces por semana como lo había hecho durante años, excepto que tuvieran un nivel serio de regresión. El terapeuta, honestamente, percibía que el recurso ele las entrevistas familiares era, como intervención, más operativa que los largos análisis kleinianos.

La percepción fue realizada por el terapeuta, él sólo se dio cuenta a través de su experiencia. ¿Cómo soy más operativo? ¿Cómo ayudo más?

Tenemos que aprender a balbucear, dice un personaje de S. Becket en una de sus obras, dejemos los discursos

1 Conferencia inaugural del área de Influencia del contexto social en la Salud Mental. Contexto Latinoamericano del Encuentro Internacional de Psicodrama y Psicoterapia de Grupo realizado en Buenos Aires en agosto de 1985.

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líenos de verdad y de teoría y aprendamos los unos de los otros desde nuestros tímidos balbuceos. Al fin y al cabo la certeza clínica de nuestra operatividad, hace que nues-tro balance, a medida que tenemos más experiencia, se vuelva más balbuceante, menos recortado, menos om-nipotente.

A medida que conocemos más, nos damos cuenta de nuestras limitaciones, a medida que incorporamos más conocimientos, somos más concientes del frágil campo en el que nos movemos, de la cantidad de factores que atra-viesa nuestro campo clínico operativo. Si recordamos la omnipotencia de la institución oficial del psicoanálisis de los años 60 —rectora de la psicoterapia en Latinoaméri-ca— podemos ahora decir con tranquilidad que la actual situación de la psicoterapia es más realista, menos ven-dedora de ilusiones. En esa época el tener buena vida se-xual, buena situación económica eran parámetros tenidos en cuenta para evaluar el grado de salud mental.

La arrogancia y la omnipotencia, parecen quedar aho-ra reducidas a algunos grupos casi religiosos en la creen-cia de un inconciente metafísico.

Podemos entrever que es la experiencia clínica la única que debe guiar y orientar nuestro campo de espe-ranza y de incertidumbre en nuestra profesión.

La verdad es que estamos más humildes, más dis-puestos a escucharnos y aprender los unos de los otros, aún a riesgo de darnos cuenta que nos hemos equivocado mucho. Es que nos han pasado demasiadas cosas y los que todavía tenemos el privilegio de haber quedado con vida, necesitamos aprender de la experiencia.

Por eso me animo a balbucear, escéptico en los gran-des discursos de las grangran-des verdagran-des donde ya nadie cree a nadie. Creo que estaremos más fuertes en la medida en que tengamos conciencia de nuestro nivel de limitaciones. La omnipotencia de antes era regresiva-defensiva; cada uno en su castillo, refugiados en múltiples grupos objetos dependiendo de órdenes exteriores. Yo creo que existe eso todavía. Pero la gente joven es dueña de otra ética, menos mistificadora y nos enseña día a día que este tra-bajo artesanal que es la Psicoterapia de grupo, y el

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Psi-eodrama, sólo podrá crecer en la medida en que nosotros los terapeutas, psicólogos, psicodramatistas, asistentes so-ciales, sociólogos, psicólogos soso-ciales, psicoanalistas, an-tropólogos, etc. nos comuniquemos nuestras experiencias; pero no sólo los brillantes y exitosos trabajos o mostra-ciones de los Congresos, sino también que hablemos de nuestros balbuceos y de nuestras grandes dudas e incerti-dumbres y fracasos.

Sabemos que aislados perdemos siempre. Ya nadie cree en la eficacia terapéutica de una sola disciplina o técnica. Sabemos que hacemos lo que podemos. La dic-tadura desarticuló la posibilidad de esta forma amplia de comunicación en todos los sentidos y en todos los niveles posibles. Dicho de otro modo, según Guattari, la cura en lugar de tener como único soporte y símbolo el poder ca-rismático del médico, se distribuye por transferencias en diversos tipos de instituciones, relevos y delegaciones de poder. Allí es donde somos agente de cambio social, de lo contrario cada uno a su boliche a hacer lo suyo, lo privado. Eso es lo que han intentado hacernos. Desarticular nues-tra potencia como analizadores sociales. De lo que entre todos somos capaces de develar y de descubrir, de por qué la gente realmente se enferma. Lo que quieren es que nos atomicemos.

Quieren que cada uno de nosotros tenga grupos de es-tudio y que de esos grupos de eses-tudio salgan coordinadores de otros grupos de estudio, y así sucesivamente. No nos quieren como analizadores sociales. Fue interesante obser-var durante la represión la cantidad de instituciones de enseñanza de psicoanálisis y psicoterapia que florecieron. También la cantidad de congresos. Todo se le permite al psicoanálisis mientras no intente articulaciones. Lo re-primido por la dictadura fueron las articulaciones, los articuladores. Sé de terapeutas que realizaron trabajos clínicos y de formación en las situaciones más adversas y difíciles. Vaya un homenaje a quienes fueron capaces de trabajar en condiciones tan complejas y amenazantes. Pero junto con eso no sólo existió el silencio, sino tam-bién la complicidad del borramiento de la transmisión de experiencias articuladoras del psicoanálisis y lo social a

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las generaciones más jóvenes que recibían enseñanza. Hubo un saber institucional previo que no se trasmitió. Hoy esa misma generación cuestiona dicho "borramiento" a los responsables del "olvido".

En el año 1982 en una mesa sobre grupo, en un congre-so de psicopatología, yo intentaba explicitar ciertas for-maciones imaginarias dentro de los grupos terapéuticos psicodramáticos como producto del inconciente social de esos años, y señalaba la descripción de la figura presente del "sospechoso" como rol o figura inconciente grupal de esas épocas. Alguien me dijo que eso no era psicoanálisis, y que yo no era psicoanalista. Este es un ejemplo típico. Mis años de experiencia me permitían articular mis co-nocimientos de psicoanálisis, psicoterapia de grupo y psi-codrama y descubrir un fenómeno grupal que nunca había observado en otras épocas.

La invalidación de mi descripción no la hizo un agente de la represión, la realizó un compañero psicólogo que se hacía cargo entre nosotros de una forma de pensar auto-ritaria, que divide, invalida y descalifica a otra manera diferente de pensar; la que en esos momentos denunciaba que la simple descripción de ciertos fenómenos clínicos en los grupos de psicodrama podía develar ciertos fenó-menos del terrorismo de Estado. Es que hubo delegados de la represión en la psicología.

Pertenece a este capítulo de discusión de la política del movimiento analítico el tomar en consideración —co-mo ejemplo— un libro de reciente aparición en Francia, cuyos textos son alemanes y se refieren al psicoanálisis bajo el Tercer Reich (Les Années bruñes. Conírontation). Se habla allí del silencio que sobrevino después de la caída del nazismo, de lo que le había sucedido al psicoanálisis en aquella época.

También sobre la situación de los analistas que acep-taron continuar a condición de rechazar al paciente ale-mán o extranjero que fuera judío.

Se medita ahora o se intenta meditar sobre el sig-nificado del "si" de aceptación a esa condición propuesta por los nazis. Alguna vez tendremos que empezar a

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ha-blar de lo que nos pasó aquí y de lo que nos sigue pasarl-do hoy.

Ese psicoanálisis alemán aparece transversalizado por un condicionamiento político. Se lo "extraterritoriali-zaba", se lo colocaba "fuera de zona". "Que sigan anali-zando pero que no se hable más de los crímenes", parecie-ran decirle los nazis a los psicoanalistas. Sigan haciendo ciencia psicoanalítica pero no tomen judíos.

Es curioso este fenómeno de "extraterritorialidad" del que pretende ubicarse a veces la psicoterapia o el psi-coanálisis. Como perteneciendo a esa "zona del limbo", tierra de nadie. A este respecto Roberto Castels dice en El psicoanalismo. El orden psicoanalítico y el poder: "¿Se ha pensado bien lo que significa el hecho de dejar en paz al 'inconciente' como estructura específica? Estoy de acuerdo en otorgarle en cuanto sea posible el carácter de específico mientras no implique la total extraterritoriali-dad social del psicoanálisis o sea, mientras no suponga el privilegio único y desorbitante. que entrañaría la posi-ción de una sustancia completamente histórica, social y apolítica. Es la definición misma de Dios. La Soberana Neutralidad, el Arbitro, la otra escena, como lugar onto-lógico donde no pasa la crítica, rechazada por la tajante espada de la ruptura epistemológica".

Estamos de acuerdo, siempre balbuceando, que si aho-ra delimitamos los grupos como campo de problemática, éstos están atravesados por múltiples inscripciones: de-seantes, institucionales, ideológicas, socio históricas, po-líticas, etcétera.

Guattari dice que todo fantasma es de grupo pero el mismo fantasma está transversalizado. Esto no signi-fica que no haya formaciones especísigni-ficas y singulares ima-ginarias grupales (la red de identificaciones cruzadas, las ilusiones grupales, los mitos, la institución. Fernán-dez-Del Cueto, "El dispositivo grupal". Lo Grupal 2).

Cuáles son las verdaderas posibilidades de nuestra in-tervención, nuestros márgenes reales de maniobra.

Es necesario que no se superpongan discursos de teo-rización general, sino también microdiscursos zigzaguean-tes en todos los niveles posibles.

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El análisis consiste en articular, en hacer coexistir, en disponer según un principio de transversalidad y en lograr que se comuniquen estos diferentes discursos.

La represión, insisto, desmanteló la articulación de los diferentes analizadores sociales. Lo que se reprime es la articulación de los analizadores, para evitar que se adquieran niveles de conciencia más amplia.

El análisis del futuro sólo tendrá sentido si deja de ser asunto de un especialista, psicodramatista, psico-analista o de un grupo psicodramático o psicoanalítico, que se constituyen todos ellos como una formación de poder.

Al respecto dice Guattari: "Pienso que debe llegar a producirse un proceso que surja de lo que he llamado dis-positivo de enunciación analítico". El lo extiende más cuando dice que no están compuestos solamente de indivi-duos sino que dependen de cierto funcionamiento social, económico, político, institucional, etcétera.

Un ejemplo que se ha adaptado como obvio en nues-tra subcultura psicológica, es la forma en que el psico-análisis atraviesa todas las técnicas psicoterapéuticas y no psicológicas, interiorizando como obvio un fenómeno que es singular y específico de nuestro medio. .

Concretamente: En cualquier revista de psicología aparece la publicidad de gran cantidad de institutos de enseñanza de psicoanálisis y de otras disciplinas psicoló-gicas y no psicolópsicoló-gicas. Institutos de psicodrama, gues-talt, sistémicos, bioenergéticos, expresión corporal, téc-nicas lúdicas, expresión creativa, grupos operativos, de fundamentos teóricos diferentes y de aplicaciones clínicas diversas, pasando desde el diván hasta la meditación oriental. El fenómeno curioso no es ese: dado que es na-tural que un momento como este exija diferentes recursos para tratar la salud mental de la población.

Lo singular es que todos o casi todos los que lideran estos centros de investigación o estudio sean psicoanalis-tas o hayan realizado un psicoanálisis personal de muchos años de diván, y la mayoría de ellos hayan recibido una sólida formación teórica analítica con supervisiones o

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grupos de estudio de psicoanálisis en algún momento. Es casi explícito una ideología común donde el psicoanálisis les va a dar la suficiente profundidad para ser mejores terapeutas sistémicos, bioenergetistas. de grupos lúdicos, creativos, gestálticos o coordinadores de grupos operati-vos o psicodramatistas grupales. Hay por supuesto, nue-vas generaciones que no han seguido estrictamente este directo camino, pero en el fondo todavía lo viven como un profundo anhelo o como un déficit en su formación. La frase: "tenés que entrar en análisis", es una frase común en Buenos Aires, que se ha instituido para todos los coordinadores de técnicas terapéuticas psicológicas y no psicológicas. Se ha interiorizado como obvia.

He visto a personas comprometidas en un micro pro-ceso analítico auténtico —maestros educadores—, verda-deros agentes de cambio que estaban descubriendo, sin ningún tipo de dogmatismo, fenómenos reveladores, nove-dosos, creativos e inéditos y para quienes el prestigio del saber del ambiente les ha hecho entrar en análisis, de-jando a veces su tarea de investigación original para trans-formarse a la larga en mediocres psicólogos clínicos. Es probable que en ningún otro lugar del mundo un bioener-getista, un guestaltista, un sistémico o un psicodramatista pensara que el psicoanálisis debe ser la terapia a la que debe recurrir en caso de necesidad.

Voy a dar otro ejemplo más sencillo.

Este Congreso que nos convoca se titula: Encuentro Internacional de Psicodrama y Psicoterapia de Grupo (no se lee Psicoanálisis). Incluye una lista de Miembros de Honor de este Congreso de Psicodrama.

Cada uno de los miembros de Honor de este Congreso de Psicodrama ha estado como paciente seguramente diez años en un diván de psicoanalista. Somos nueve. Noven-ta años de diván sumamos orgullosamente entre todos los Miembros de Honor de este Congreso de Psicodrama.

Ustedes se preguntarán: cuántas horas de terapia grupal psicodramática como pacientes suman los nueve miembros de Honor del encuentro de Psicodrama. Mejor que no se lo pregunten; y si sumáramos los años de diván de los Coordinadores del Congreso o del Comité Asesor

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lle-garíamos todos juntos los especialistas de grupo a una cifra increíble de honor de psicoanalizados.

Dentro de estos miembros de honor hay un ilustre psi-coanalista que hace años realizaba Psicodrama, y la Ins-titución Oficial del Psicoanálisis se lo prohibió, y el ilus-tre analista dejó de hacer Psicodrama a riesgo de perder su título en la A.P.A.

Estamos transversalizados por el psicoanálisis. Es bueno saber hasta dónde.

A veces no es necesario) hacer conciente lo inconcien-te. Es necesario sólo nombrar obviedades, y cuando se nombran adquieren sentido de descubrimiento.

En el año 1969 en el Primer Congreso Internacional de Psicodrama, que se realizó en Buenos Aires, el doctor R. Sarro, ilustre psiquiatra español invitado por el Con-greso, se sorprendía permanentemente de la fuerte sub-cultura psicoanalítica que impregnaba las reuniones so-ciales del congreso, donde según él se "interpretaban des-de cefaleas, dismenorreas y actividades-des políticas hasta des- de-terminismos inconcientes". Hace años que nos preocupa-mos con H. Kesselman de la figura del terapeuta. "Esce-nas temidas" era el comienzo de esa tarea. Colocar un poco el cono de luz en la figura de los terapeutas.- Centrar más la tarea en lo que sería la Identidad del Terapeuta (tarea que realiza desde hace años Olga García). "Tera-pia y Existencia" 1 fue mi otra contribución al tema.

Identidad del terapeuta, tema bastante oscuro, pero que hace a los fenómenos de transversalidad: económicos, ideológicos, políticos, institucionales, que lo determinan en su práctica clínica y del que en general se habla bas-tante poco, acostumbrados por la misma tradición psico-lógica a pensar al terapeuta o como pantalla o como escu-cha neutral sin deseo.

Con el término de escena 2 intentábamos hace años definir este proceso de identidad del terapeuta. Los fe-nómenos de transversalidad incluyen a los pacientes y al terapeuta por igual.

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Es importante para un psicodramatista conocer todos los fenómenos que hagan a su identidad terapéutica.

Nombrar lo obvio es novedoso.

Otra manera de conocer la identidad del terapeuta es conocer la historia del desarrollo de la disciplina que se practica en el país.

Me he encontrado con terapeutas de grupo y psico-drama en supervisiones que desconocían la historia del desarrollo del Movimiento de la Psicoterapia de Grupo y del Psicodrama en nuestro país.

La identidad del terapeuta se hace también recons-truyendo el paso histórico de la trayectoria de la disci-plina desde sus orígenes en el país y el recorrido de sus vicisitudes ideológicas, científicas y políticas de esa dis-ciplina.

Conocer la historia del rol que hoy ocupo se hace im-portante.

La dialéctica de la historia del rol y sus vicisitudes. "Mi posición no encierra —dice Guattari— ningún misterio; he explicado siempre que con razón o sin ella, seguía esperando que pudiera nacer, a partir de ciertas corrientes psicológicas y de trabajadores de la salud men-tal, algo que cuestionara radicalmente este tipo de téc-nicas elitistas.

"Considero que las teorías freudianas y lacanianas y grupales son fundamentalmente reaccionarias en todo lo que concierne a la articulación de los problemas del deseo en el campo social.

"Pero no condeno en bloque las prácticas psicoana-líticas o grupales sobre el terreno, aunque de hecho en ciertas circunstancias histórico sociales sobrevienen reac-cionarias. (Pregunto yo, ¿las prácticas o los practican-tes?).

"Estoy convencido que la parte verdadera de análisis que puede contener la actividad de algunos analistas o terapeutas de grupos, nada tiene que ver con sus refe-rencias teóricas.

"La suerte del análisis y de las terapias de grupo no se encuentra ligada necesariamente a la existencia de esas camarillas insoportablemente amaneradas que

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cons-tituyen lo que se denomina las Sociedades o Escuelas ana-líticas o de grupo. Después de todo, en nombre de cierta concepción del Análisis o de la Psicoterapia de grupo y del Psicodrama, centenares de terapeutas argentinos se han comprometido sin reservas en la lucha contra la dictadura y han enfrentado encarcelamientos, torturas o muertes". ¿De qué habla Guattari: de técnica, de concepciones teóricas o concretamente de posiciones ideológicas, posi-ciones políticas de terapeutas o de étical

La identidad del psicoterapeuta, por ejemplo, se hace también por las diferentes incursiones donde ese psico-drama que fue realizando se fue inscribiendo a través de su práctica social.

En relación específica al psicodrama hubo antece-dentes que también signaron o marcaron desarrollos o líneas diferentes del psicodrama en nuestro medio, y sus diferentes compromisos ideológicos o políticos en sus com-portamientos.

Durante el año 1966 se realizaron unas jornadas de nsicodrama, que incluían la presencia de otros psicodra-matistas latinoamericanos, en el Hospital Borda. Las au-toridades de dicha institución prohibieron la entrada al Dr. José Blejer por razones políticas. Algunos psicodra-matistas solidarizados con el Dr. Blejer prefirieron no participar en las jornadas del encuentro en respuesta a dicha actitud discriminatoria. Los organizadores de las jornadas prefirieron obviar esta exclusión y realizar las jornadas. La exclusión, quedaba de este modo, interiori-zada como obvia para una generación de jóvenes psico-dramatistas. El argumento que se esgrimía era la im-portancia que tenía para el psicodrama argentino la orga-nización de dicho evento con la participación de psico-dramatistas latinoamericanos.

Había que salvar al psicodrama a costa de la com-placencia y complicidad con las autoridades. Era una complacencia no grata, por supuesto.

Entonces ocurre que se compromete la ética.

Se crea un precedente. Un modelo para los jóvenes. Se aprende a sacar partido. Allí el psicodrama se ve atra-vesado por una instancia ética-ideológica. ¿Se puede

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pen-sar en la neutralidad del conflicto? ¿Falla el psicodrama o sus intérpretes?

Yo creo, de acuerdo a mi experiencia, que el olvido, complicidad o neutralidad frente a cualquier arbitrarie-dad contra cualquier compañero debe ser respondida con una actitud política, a riesgo de creer inocentemente que esa complacencia no es una actitud política. Hay que aprender a perder algo.

Como si política siempre la hicieron los que manifies-tan sus ideas y los cómplices o temerosos fueran siempre los neutrales.

Ya no hay distraídos o neutrales en Latinoamérica. Ya no hay teoría que salve a nadie.

La antinomia es ética solidaria o complicidad cola-boradora. Y esa complicidad o colaboración es una marca ideológica que se transmite por todos los poros de la prác-tica atravesándola.

El silencio cómplice, es graduación desde la colabora-ción activa hasta la indiferencia cómplice. Recordemos el ejemplo de los psicoanalistas de la Alemania nazi que no podían atender judíos.

Esa actitud cómplice permite un modelo de identifi-cación para una generación. En ese sentido Plataforma Internacional fue el modelo de una ética para una gene-ración. Un grupo de psicoanalistas se reunió para enunciar algo —lo imposible antes de nombrar— y luego nos enfrentamos con la disolución del grupo, después de la enunciación intentamos tener acceso al más allá del grupo, aún a riesgo de la disolución del grupo. Lo im-portante fue la enunciación, no su disolución. Un grupo se debiera valorar más por su capacidad de enunciación y no por su perdurabilidad. Cuestionamos 1 y Cuestio-namos 22 son válidos ejemplos de enunciaciones. El

Manifiesto del Grupo Latinoamericano de Psicodrama también fue una enunciación (ver más adelante). Cada vez que un psicoanalista o psicodramatista intenta enun-ciar un más allá del grupo al que pertenece, pone en pe-ligro al grupo enfrentándolo "ante el absurdo, la muerte

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y la alteridad" (Guattari). Los psicoterapeutas eliminan estos peligrosos enunciadores (W. Reich es un buen ejem-plo) y generalmente se aglutinan en grupos objetos reci-biendo órdenes del exterior. Cada vez que el psicoanalista o psicodramatista enuncia un más allá del grupo al que pertenece, transforma el enunciado en acto político.

El poder teme los grupos sujetos y facilita los grupos objetos. Las dictaduras reprimen enunciadores y enuncia-dos. Las democracias burguesas disocian la información de ciertos enunciados (los dejan afuera sin tocarlos). Los enunciados nunca mueren, son retomados por generacio-nes posteriores que los recrean contextualmente. El mo-delo de Plataforma Internacional creó momo-delos de inter-vención socioanalíticas transformadoras en muchos lugares del mundo. El ejemplo que di antes sólo creó modelos empresariales del psicodrama y peleas no ideológicas sino por dividendos. No quiero con esto sino abrir un espacio posible de discusión para estos temas que hacen al pro-blema de la identidad del terapeuta. Hoy, aquí, Latino-américa.

Yo creo que es la identidad del terapeuta psicodra-mático o grupal la que definirá el tipo de práctica social que desarrollará, el tipo de investigación que llevará a cabo, la selección de pacientes que hará, el tipo de con-gresos y aportaciones científicas que realizará, el tipo de contactos ideológicos con otros grupos, el tipo de com-promiso político que asumirá o no. Todo este marco defi-ne su identidad profesional, y no sólo el nombre con que define su técnica. La identidad del terapeuta en su que-hacer va más allá de su adscripción a una teoría y una técnica. Creo que este análisis de la identidad profesional del terapeuta se hace importantísimo para quienes traba-jan en grupos en Latinoamérica.

Otras implicaciones:

En cuanto al psicodrama, sabemos de desarrollos de la técnica en prácticas sociales y políticas comprometidas, como el sociodrama que practicaba N. Brisky con el Gru-po Teatral Octubre3, donde trabajaba creando obras de

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teatro en los barrios a partir de los emergentes proble-mas más concretos de la comunidad.

El psicodrama como toma de conciencia de las

pro-blemáticas sociales más urgentes y de toma de decisiones

frente a esas problemáticas se define ideológicamente y requiere una identidad clara del coordinador que utiliza

el psicodrama con una finalidad de toma de conciencia so-cial. Conviene aclarar que este tipo de psicodrama se tor-na "subversivo" para las dictaduras latinoamericator-nas.

Otra tarea que define la identidad es la que se define, por ejemplo, cuando trabajan los terapeutas con psicodra-ma en los organismos de derechos hupsicodra-manos realizando terapia con los niños de padres desaparecidos.

Allí las técnicas dramáticas se utilizan desde una óptica ideológica clara del terapeuta. El psicodrama en la tera-pia para las víctimas de la represión, sea en su carácter eminentemente clínico, en su tarea de formación, de su-pervisión o de investigación científica. Lo mismo podría-mos decir de los trabajos científicos de toda esta nueva psicología de situaciones límites, donde ya existen traba-jos, algunos grupales, otros de psicopatología y otros de los emblemas del imaginario social en las tareas grupales, que sin lugar a duda abren un capítulo nuevo para la psicoterapia.

Muchos terapeutas hoy en plena democracia no se animan a publicar fenómenos que perciben en la pobla-ción torturada, por el temor a ser marcados por los ser-vicios de información. Tal ha sido la gran neurosis trau-mática que hemos padecido y que seguimos padeciendo.

En un trabajo que realizamos con Bauleo en 1976 y que titulamos "Psicoterapia en situaciones excepciona-les", intentábamos caracterizar algunos fenómenos clíni-cos de dinámica grupal y de psicodrama que habíamos observado en nuestros grupos durante el lapso 76-77, pe-ríodo caracterizado por la represión política por todos conocida. En dicho trabajo nos formulábamos los siguien-tes interrogansiguien-tes. ¿Cómo eran las sesiones de psicotera-pia de grupo durante ese lapso?

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producción imaginaria de la sesión los acontecimientos sociopolíticos de ese período?

• ¿ Qué fenómenos singulares observábamos en la trans-ferencia, en la dinámica de grupo, en las fantasías incon-cientes grupales, en el cuadro sintomático de los integran-tes y en las condiciones de seguridad de los grupos y en el tipo de dramatizaciones ?

¿Existía alguna singularidad específica del proceso inconciente grupal y su relación con el inconciente social ?

En algunos de nosotros existe hoy una cierta necesi-dad de intentar describir el clima imperante en las sesio-nes durante ese período, a riesgo de sortear o eludir la fractura o solución de continuidad que sufrió parte de la psicología grupal en Buenos Aires.

Por qué hubo perturbaciones serias en el desarrollo de la psicoterapia de grupo en esos años. Desde allana-mientos policiales en plena sesión de grupo con la conse-cuencia de terapeutas desaparecidos u obligados a emi-grar, pacientes desaparecidos, sesiones en instituciones que se realizaron con policía dentro de la sesión, terapeu-tas que abandonaron la práctica grupal de un día para el otro, pacientes que eran torturados, grupos de pacientes que buscaban un nuevo terapeuta de grupo ante la desapa-rición, exilio forzado o abandono brusco de la tarea grupal por parte del terapeuta anterior.

Era común, lo hemos visto en supervisiones, que ciertos temas fueran evitados en los grupos por razones de seguridad o autocensura.

Se nos ocurre que no queremos ni debemos perder la memoria de esa época, precisamente porque trabajamos en la clínica con el recuerdo para evitar la repetición.

Algunos de nosotros tenemos la necesidad de recuperar nuestra memoria para evitar fragmentar nuestra propia identidad profesional.

Las sesiones de grupo de esa época eran analizadores del terrorismo de Estado.

Pensamos que somos el testimonio clínico de una época que no debe volver a repetirse. Nuestro testimonio dramatizado desde todos los lugares posibles es también

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la psicoprofilaxis de toda forma de autoritarismo y fas-cismo futuro.

Adorno, ese infatigable ideólogo de la Escuela de Francfort, sugiere que para que no ocurra otro Auschwitz no debe tratar de olvidárselo.

La curación es recordar para no repetir. Si no recuerdo repito.

Y si repito actúo.

Otro tema atractivo: producción científica del psico-análisis, psicoterapia de grupo y psicodrama durante la dictadura.

En un trabajo titulado "Lo fantasmátíco social y lo imaginario grupal", trabajo leído en 1982 en el Congreso de Psicopatología, intentaba describir el fenómeno del "sospechoso" en los grupos terapéuticos durante él perío-do represivo, como una producción del imaginario grupal y como intento de elaborar en el grupo las ansiedades te-rroríficas del inconciente social, analizando la estructura imaginaria de la sospecha. Siempre existía la posibilidad de recrear en el grupo un "sospechoso", un elegido por el rol de la sospecha. Algún rasgo bizarro del sospechoso es aprovechado para invitarlo al escenario. Fisic du Rol. Nuestro mago de turno. Tiene poderes inventados. Pero lo creemos. El peligro es grande. La sospecha circula. El sospechoso se siente investido por el rol. Sabemos que es un buen compañero del grupo. Lo reconocemos. Pero el efecto de la proyección lo transforma de golpe en sos-pechoso. Sabiduría grupal. Lo necesitamos para atemori-zarnos.

Es nuestro candidato para el exorcismo.

Ojo —inventamos al sospechoso— le ponemos carga de torturador, de asesino a sueldo. Pero él también tiene que inventar la magia del fisic du rol y entonces las pro-yecciones se producen. Una suerte de fascinación y en-cantamiento. El sospechado asume su rol con la magni-ficencia que corresponde al asesino.

En el grupo inventamos con nuestra imaginería un sospechoso de un compañero de grupo y el compañero se hace sospechoso. Actúa como sospechoso. Nosotros

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rein-ventamos el gran terror de afuera del inconciente social. Jugamos con el miedo.

Dispusimos que alguien tenía que aterrorizarnos y el sospechoso aceptó el reto. Escena de terror infinito. Cualquiera puede caer en la trampa y desaparecer. Má-ximo momento de alineación y máMá-ximo momento de crea-ción y exorcismo colectivo (cada grupo tiene en su imaginería su sospechoso, su asesino a sueldo).

El máximo momento de terror es el punto más alto del exorcismo.

Luego, más adelante alguien dice la palabra, que denun-cia la ceremonia inventada para el exorcismo. Desapa-rece el terror inventado. Reencuentro con el aquel compa-ñero, destinatario de la gran proyección grupal del incon-ciente social.

La institución de la muerte recreada, reinventada en la gran imaginería grupal, padeciendo y recreando los terrores infinitos.

Como intento de elaborar lo imposible a través de la encarnación en el grupo de los actores principales del drama del inconciente social.

Nuestra preocupación por la transversalidad en los grupos de psicodrama ya se inicia desde 1970, cuando al mismo tiempo que escribíamos sobre los aportes del psi-codrama a la clínica grupal (Psipsi-codrama: cuándo y por qué dramatizar; Psicodrama analítico de grupos), también estábamos preocupados por un cierto psicodrama que nos parecía creador de ilusiones de fascinación y transmisor de ideologías que no compartíamos y de quienes intentá-bamos discriminarnos.

Esto se completaba en Buenos Aires con la presencia de coordinadores norteamericanos de técnicas grupales sensitivas, con quienes algunos de nosotros realizamos ex-periencias que nos demostraban la fuerte ideologización con que los coordinadores operaban en las experiencias, creando por ejemplo una ilusión de felicidad humana a partir de la ruptura de las barreras de la represión sexual.

Contra este tipo de técnicas grupales de happy end, es que surgió el Manifiesto del Grupo Latinoamericano leído en Amsterdam en 1971 en el 6" Congreso

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Interna-cional de Psicodrama, por Carlos Martínez, Fidel Moccio y Olga Albizuri de García4.

En ese manifiesto los autores cuestionaban: 1) el uso de las técnicas dramáticas como un producto de consumo; 2) como un supuesto factor de cambio, pero que al pasar solamente por el nivel individual no conduce a cambios institucionales; 3) cuando las transformaciones profundas son evitadas y en su lugar son ofrecidos sustitutos com-pensatorios que no tienen un real valor de cambio; por ejemplo, la sexualidad sin verdadera genitalidad, el exi-tismo económico, diversos modos de vida, etcétera; 4) el empleo de las técnicas dramáticas como espectáculo de fascinación o juego novedoso dentro de las técnicas gru-pales de adaptación.

Tenía valor histórico como enunciación, algo quisi-mos decir balbuceantemente. Fue anterior al nacimiento de Plataforma y Documento, los movimientos que produ-jeron la gran ruptura ideológica del psicoanálisis inter-nacional.

En esa misma época escribíamos otro artículo titu-lado: "Sensitivity training" ("Mistificación o compromi-so"), 1970.

Este artículo criticaba a las coordinaciones mistifi-cadoras de los laboratorios de fin de semana.

Hace poco estuve reunido con un grupo de médicos y psicólogos de un importante servicio de psicopatología de la capital.

La mayoría de los jóvenes me hicieron preguntas que habría que tomar como emergente de una generación de terapeutas que intentan cuestionar viejos lugares de la psicoterapia para crear nuevos cuestionamientos, nue-vas preguntas y nuenue-vas identidades profesionales. Están saturados de información teórica no operativa.

1) Decían, por ejemplo, que no tenían acceso a la información de ciertas actividades comunitarias que se habían realizado años antes (72-73-74) y que les sería sumamente útil para sus tareas actuales comunitarias. Concretamente se les evitaba la información.

4 N. del E.: Lo firmaron también Raimundo Dinello

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2) Cuestionaban el papel del psicoanálisis y sus ins-tituciones durante la dictadura, como lugares donde no se había impartido algún tipo de enseñanza acorde a la ex-cepcionalidad clínica que se vivía.

3) Les llamaba la atención la ausencia de trabajos científicos en los congresos realizados durante el período represivo, que aludieran a lo social, la psicopatología y la asistencia psicoterapéutica y psiquiátrica de esos mo-mentos.

4) En ese momento en el servicio se estaban aten-diendo, algunos de ellos internados, "represores de la dic-tadura". Muchos de ellos, torturadores directos de la épo-ca represiva. ¿Qué hacer con ellos?, se preguntaban. ¿Se los atendía a pesar de ser monstruos? ¿Qué pasaba con la contratransferencia? ¿Para qué intentar ayudar-les ? ¿ Vale la pena tratar un torturador en crisis ?

5) Reconocían cierto nivel de ocultamiento en la in-formación de los casos de torturadores que ellos atendían. Autocensura.

6) ¿Quiénes ocuparon el poder del psicoanálisis du-rante la época de la represión?, se preguntaban.

Yo era la primera vez que los veía y al dialogar con ellos percibí que se está gestando una nueva generación de terapeutas, que necesita nuevas respuestas para su identidad profesional.

El período pasado alertó demasiado a los jóvenes sobre temas como la ética, responsabilidad social, ideolo-gía y conciencia de límites.

En la misma semana y sin ninguna conexión me llegó un trabajo del Movimiento Solidario de Salud Men-tal, que cuestionaba cierto movimiento del psicoanálisis durante la dictadura, donde responsabilizaban al lacanis-mo, entre otras cosas, de la impugnación desea lificatoria, desde las pretensiones de un saber absoluto de todas las prácticas más ricas para la eficacia social del psicoaná-lisis grupal. Instituciones, inserciones hospitalarias y co-munitarias.

Ambas impugnaciones provienen de grupos diferen-tes pero con una actitud semejante. Son gente joven que está trabajando y que tiene la necesidad de revisar la

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identidad profesional del psicoterapeuta, psicólogo, psico-dramatista.

Es la "ambigüedad" —identidad profesional— de mu-chos terapeutas durante los años de dictadura la causa de que los jóvenes no hubiesen obtenido nuevas respues-tas, ni científicas, ni ideológicas, ni éticas. Aún hoy no encuentran respuestas lúcidas.

Se abre un capítulo nuevo que trataremos de escribir entre todos.

Los momentos de excepcionalidad social y política que vivimos produjeron efectos notorios sobre el normal desa-rrollo de la psicoterapia.

Es imposible negarlo. Mejor hablar o balbucear. Pero decir algo. No repetir el silencio vergonzante de los alemanes a quienes la institución oficial Ies prohibía tratar judíos. Mejor hablar ahora de lo que nos pasó con la atención clínica. Los jóvenes ya no se contentan ni con teorías amaneradas ni con discursos políticos no específicos de la psicoterapia. Ellos preguntan ¿qué pa-só?, y ¿<iué hacemos ahora?, ¿dónde estuviste?, ¿cómo trabajaste?

Se trata de hablar desde todos los lugares posibles, de abrir nuevos capítulos de ética y responsabilidad social. Los jóvenes necesitan otro tipo de respuesta más com-prometidas.

Todos hemos sido movidos de nuestros lugares, y los jóvenes lo saben.

Necesitamos recrear ámbitos de discusión para reen-contrar el lugar de nuestra práctica y su inserción social. Hay que abrir nuevos capítulos sobre el quehacer de la psicoterapia.

Tenemos que hablar más de nuestras dudas, nuestras incertidumbres, nuestra impotencia, de nuestros senti-mientos de futilidad.

Crear nuevos "ámbitos de reflexión". Ya una nueva generación de psicoterapeutas comprometidos con las or-ganizaciones de los derechos humanos, ha realizado y rea-liza una experiencia de valor excepcional.

La experiencia de Mimi Langer en Nicaragua es otro modelo diferente de cómo el psicoanálisis y la psicoterapia

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de grupo se pueden insertar en los movimientos de libe-ración en Latinoamérica. Esos ejemplos devuelven la dignidad al psicoanálisis y al psicodrama.

Nuevos encuadres posibles para nuevas situaciones posibles. Queremos que los terapeutas de grupo o indivi-duales que pudieron permanecer más ajenos a la política, sea por el tipo de pacientes o por su ideología, también nos comuniquen sus experiencias. Que nos digan cómo trabajaban, con quiénes trabajaban, con qué institución se relacionaban, qué tipo de pacientes atendían, de qué for-ma los afectó la represión o no en su tarea5.

Abramos los máximos lugares posibles. Transfor-memos nuestros ámbitos en grupos sujetos, abriendo la comunicación en los máximos niveles y sentidos aún a riesgo de cuestionar lo aprendido.

Una anécdota. En el año 1973 tuve una singular oportunidad de entrevistar a un médico de la policía que hacía psicoterapia de apoyo después de la tortura. Me decía que a él no le interesaba la política, que él sólo hacía psicoterapia a los más necesitados.

Le costó entender que yo prefería no atenderlo por-que para mí era un colaborador, y por-que yo no hacía psico-terapia con personalidades que no tuvieran ética (Freud me lo enseñó).

Sé que entró en terapia poco después. Son nuevos capítulos que hoy se abren sobre atención psicológica, son las preguntas nuevas, son los nuevos problemas de la psiquiatría que han surgido: los raptores de niños, los torturadores, los hijos y familias de desaparecidos, los torturados. Toda esa población acude hoy a atención psi-cológica. Hoy más que nunca toda discusión en grupos sobre estos temas será provechosa y entre todos estaremos construyendo una nueva identidad terapéutica a partir de los nuevos requerimientos y demandas. Y esta identidad sólo la construiremos a partir de los aportes de todos.

5 Sé de terapeutas de grupo que no percibieron fenómenos grupales específicos durante la dictadura. Creo que es posible en-tenderlo sólo en relación a la ideología del terapeuta y sus pacientes.

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Le cabe al psicodrama un lugar importante dentro de la psicoterapia siempre y cuando los pisocadramatistas

estén dispuestos a revisar su identidad y reflexionar sobre ética y responsabilidad social e ideología.

Este Congreso me parece que tiene la intención de abrir lo posible la comunicación, aún a riesgo de inter-ferirse niveles diferentes. Eso es bueno. La interferencia. Porque las interferencias de niveles son buenas analiza-doras del inconciente social.

Insisto.

Nuevos ámbitos de reflexión, de balbuceos, donde discutamos de ética, de ideología, de clínica, de límites, de contratransferencia.

Esa es la posibilidad de encontrar las nuevas res-puestas que los jóvenes terapeutas necesitan para seguir trabajando juntos. No nos quieren ni como mitos, ni co-mo co-modelos, ni coco-mo amanerados teóricos. Nos quieren como experiencia testimonial para el intercambio si-métrico.

Para terminar, las palabras con que Rozitchner ter-mina su libro "Freud y el problema del poder":

"El que en verdad piensa es en Latinoamérica un sobreviviente, vive sabiendo que salvó su vida o por no decir la verdad o por haber podido eludir a tiempo —hasta ahora— las condiciones del terror. Si sobrevive quiere decir: vive un tiempo excedente, un exceso de tiempo, un tiempo suplementario, y su vida tiene de aquí en más sólo un sentido: dar testimonio para todos de aquello que el terror lleva a ocultar. Sobreviviente del campo de con-centración latinoamericano, está convocado a denunciar y analizar las condiciones del crimen y del terror, mostran-do qué contradicción humana mostran-dominable la produce. Y mantener presente a la conciencia, que la elude, que se la debe y se la puede enfrentar. Nosotros, psicoanalistas, psicólogos, psicoterapeutas de grupo, asistentes sociales, psicodramatistas tenemos también al respecto qué decir."

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SOBRE PSICOANALISIS Y PODER

EDUARDO PAVLOVSKY

Todavía resuenan en el ambiente psicológico los efec-tos de los comentarios vertidos por el profesor Mario Bun-ge sobre el psicoanálisis.

No es fácil evaluar en forma simple o controversial los comentarios de tan ilustre científico.

El impacto de sus palabras, ha producido espacios para la reflexión o contracríticas de su mismo tenor.

Quisiera ubicar cuál es el lugar desde el que yo hablo. Porque creo estar incapacitado para el gran debate de la decisión de evaluar si el psicoanálisis es ciencia o no.

Personalmente tomé contacto con el psicoanálisis, en mi deseo de formarme como psicoterapeuta clínico. En-tré en la Asociación Psicoanalítica Argentina, donde realicé ocho años de entrenamiento en psicoanálisis, que incluían todo tipo de actividades, desde la lectura de la obra de Frevd, supervisiones de casos clínicos y mi propio análisis personal. Sinceramente nunca me planteé si las actividades que realizaba eran científicas o no. Para mí era el entrenamiento la adquisición de una formación psi-coanalítica sólida para mi profesión de psicólogo clínico.

Una artesanía para atender personas que sufrían. El psi-coanálisis me permitió entender mejor aspectos de mi vida personal y ampliar mi punto de vista sobre la com-prensión de mis pacientes. Absolutamente nada más. Y es mucho. Posteriormente aparecieron intereses sobre la Dinámica del Grupo y el Psicodrama. He intentado armo-nizar en mi tarea clínica mis conocimientos de psicodrama y psicoanálisis. Tarea nada fácil por cierto. Pero que

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tam-poco me exigí como producción científica. Sólo como

he-rramientas posibles en mi labor de terapeuta clínico. Siem-pre he pensado que soy un actor que reSiem-presenta el papel de un dramaturgo que escribe temas de psicología.

En ese aspecto de mi identidad puedo afirmar que me siento fuera de la crítica. Es más, nunca me interesó el psicoanálisis como ciencia.

Aclarado mi punto de vista sobre el tema, quisiera ahora poder especular libremente sobre algunos de los aspectos de los comentarios de Bunge.

Hay un tono afectivo —y un interés por la crítica permanente del psicoanálisis en cada una de las interven-ciones escritas u orales del Dr. Bunge con el periodismo— que para mí le restan valor a los niveles de objetividad que plantea.

No es tan importante el psicoanálisis para tener que referirse a él todas las veces que un periodista le pre-gunta algo.

El tono que utiliza Bunge es francamente descalifi-catorio. No le basta solamente puntualizar que el psico-ánalisis no es ciencia, sino que además agrupa a los psi-coanalistas con todo tipo de brujos, hechiceros y magos. Hay un gesto demás de Bunge en su crítica que favorece un lugar de reflexión sobre su comportamiento. Algo más que crítica epistemológica. Algo no expresado en sus palabras. ¿Alguna historia transferencial tal vez no resuelta? Simples especulaciones de un dramaturgo en democracia para una futura obra.

Pero el tema planteado por el profesor Bunge, no deja de ser atractivo por los efectos múltiples que produ-jo en la gran subcultura del psicoanálisis de nuestra clase media ilustrada.

Porque la descalificación del Dr. Bunge hacia el psi-coanálisis es de menor trascendencia social que la que ejerce un grupo de psicoanalistas desde las cátedras o des-de las instituciones —arrogándose la posesión des-de una única verdad científica del psicoanálisis— contra todos aquellos psicoanalistas interesados en prácticas de terapia breve, terapias grupales y psicodramáticas que trabajan en ins-tituciones.

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Y lo que es peor, que tiene consecuencias más direc-tas y nefasdirec-tas en el desarrollo de la psicoterapia y de la psicología social en las instituciones.

Porque ocurre que esta crítica arrogante y soberbia, produce en los psicólogos jóvenes y estudiantes un clima de confusión y de terror, cuando no de gran idealización frente al dogma. Algunos jóvenes interesados en tareas clínicas de proyección social, se sienten amenazados con este tipo de crítica en su identidad profesional. Allí se hace el daño, porque se les insinúa que la verdad cientí-fica está en un tipo de psicoanálisis, el individual, tarea imposible de realizar en instituciones que necesitan de psicólogos clínicos aptos para tratar mucha gente en cor-tos períodos de tiempo.

Lo interesante es que las palabras de Bunge, incluyen a todos los psicoanalistas, pero los que se sienten verda-deramente afectados son los que pregono.n la ciencia y el dogma, especialmente brillantes durante la dictadura, don-de florecieron a costa don-de don-desmembrar y don-de silenciar una parte de la historia del psicoanálisis en el país, sobre todo aquella que fue reprimida, muerta o exilada.

Entonces las palabras de Bunge adquieren allí un efecto demistificante frente a los sacerdotes de la ciencia. No a los clínicos, sino a los mercaderes de la teoría. Mer-cado tardío que se ofrece como deshecho desde Europa para resucitar en Latinoamérica por el tercer mundo ilus-trado.

Hace pocos días el Buenos Aires Herald decía que la Argentina (Buenos Aires como centro) es el país que tiene más psicólogos por habitante. Un psicólogo cada 1000 personas. Le seguía U.S.A. con uno cada 6000 per-sonas.

Nosotros sabemos que el psicoanálisis es el esquema teórico que regula las actividades de los psicólogos. Esta hipertrofia del psicoanálisis en el país, no está dada sólo por las necesidades de la población. Hay más transtornos psiquiátricos por deficiencia cerebrales, por pobre alimen-tación, que niños graves neuróticos en el país.

El problema es la mortalidad infantil. La economía, y la salud.

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La verdadera y gran enfermedad mental del actual país es la miseria y los efectos en la niñez. No se nece-sitan tantos psicólogos ni psicoanalistas.

Se ha creado un mercado artificial de la psicología, denunciado implícitamente por Bunge, una necesidad de demanda de tratamientos psicoanalíticos que es imagina-ria y hiatrogénica.

Porque la descalificación de Bunge se refiere tam-bién a la creación de este mercado y de esta demanda ar-tificial, que parece descentrarse de las necesidades reales de la población y alcanza proyección de ciencia ficción en un sector de la clase media. Nos ha pasado en Europa —sea en París, Londres o Roma— que cuando decimos que en la Argentina, en nuestra clase media, hay muchas personas que tienen 15 años de tratamiento psicoanalí-tico, nos miran como si habláramos de gente poseída, brujos o hechizos, pero no de ciencia.

Por lo que vemos, las palabras hipercríticas del pro-fesor Bunge, producen efectos múltiples y movilizan y cuestionan las estructuras del poder del psicoanálisis que nada tienen que ver con el problema de la ciencia.

Sino con el del poder del psicoanálisis, el mercado y la demanda artificial de tratamientos psicoanalíticos en un país donde la miseria es la gran enfermedad mental.

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APRECIACIONES SOBRE LA VIOLENCIA

SIMBOLICA, LA IDENTIDAD Y EL PODER

JUAN CARLOS D E BRASI

"Le agrada sacrificar (también simbólicamen-te) una víctima que opone resistencia".

CLAUDIANO, Epist. ad Hadrianum

" L e primat de 1' identité de quelque maniere que celle-ci soit conque, definit le monde de la representaron. Mais la pensée modeme nait de la faillite de la représentation, comme de la perte des identites..."

GILLES DELEUXE, "Différence et répétitiou"

" T u tienes orejas pequeñas, tienes mis orejas, introduce en ellas una palabra inteligente".

(De Dionisio a su novia Ariadna)

Las consideraciones siguientes buscan crear espacios de reflexión, sobre los efectos de poder y violencia imper-ceptibles que atraviesan tanto un proceso grupal como la elaboración de discursos rigurosos.

El asunto de la violencia no puede concebirse como impertinente, extraño o perteneciente a un ámbito disci-plinario determinado.

Las diversas prácticas sociales absorben dosis con-siderables de violencia, son penetradas incesantemente por ella, la misma que en sus postulados aparece tajan-temente rechazada. A veces organiza las comunicaciones profesionales o las transmisiones de secta; otras alimen-ta las divisiones fundamenalimen-tales de nuestra sociedad, y en diferentes niveles reviste a gran cantidad de acciones cotidianas. De ahí la pertinencia de su investigación, no

* Este trabajo continúa y reelabora el aparecido en ed. Ima-go, así como la versión italiana del mismo.

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sólo por un peregrino afán teórico, sino como vigencia efectiva de una memoria histórica, única garantía contra la barbarie y la destrucción vividas.

En un escrito previo sobre "Violencia y transforma-ción social", que sirve de base a este artículo, puntualizo un espectro de violencia más amplio que va desde la sis-témica —permanente— hasta los modos "rápidos" de su ejercicio. Las indagadas aquí son de tipo "lento" y com-plejamente estructuradas.

Es en todas ellas y en sus innumerables ramificacio-nes donde muerden las formas más siniestras de autori-tarismo.

Desde la orientación mencionada se desea recuperar una exigencia que permanecía marginada del análisis de la producción de subjetividad —nombres provisorios— como la que intentamos perfilar. En ella palpita un afo-rismo conducente: "el todo es lo no verdadero".

Sin embargo en estas formulaciones iniciales, compren-sibles dentro de una teoría crítica, ya se perciben rasgos significativos,^J^rtos a las posibilidades que surjan de la misma problemática. Y que tales posibilidades sean todavía problemáticas señalan los trazos del camino que nos toca recorrer hasta anclar en enunciaciones más abar-cadoras y explicativas.

Introducción

Es común ver expresados los nexos de poder en metáforas geométricas lineales. Así, las relaciones ver-ticales mostrarían formas de dominio asimétricas, dese-quilibradas, humillantes, que corresponderían a una con-cepción y ejercicio tradicionales de las mismas. Mientras que el avance contemporáneo consistiría en transformar las relaciones clásicas en modelos más dinámicos, igua-litarios, participacionistas, es decir, horizontales. Para ello es necesario, obviamente, que se haya luchado por modificar las maneras en que el poder (ordenar, inducir, hacer, realizar algo a alguien, socializar, reprimir física-mente o de otro modo, dictaminar una norma, etc.) se consumaba. Pero es un poco difícil llamar a esa sim-ple inversión un cambio. Cuanto más nos encontramos

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ante una variación de la misma problemática, puesto que en ella no se entienden ni se cuestionan los focos de ori-gen y producción de poder, sino meramente, la forma de su distribución

Por otro lado, observamos asimismo, que ambas pos-turas se mueven sólo en el campo de las relaciones inter-subjetivas (olvidando por ejemplo que las relaciones de producción no son tales), confundiendo las situaciones de poder con los individuos en los cuales se encarnan. En esta fusión reconocemos varios ecos históricos y teóricos que marcan la estrecha correlación que existe entre la exacerbación de la subjetividad individualizada (en el plano ético, terapéutico, etc.) y el personalismo político. Ambos aspectos son clivajes de un problema similar : la conservación y continuidad de una violencia volcada en todos los espacios de poder, estén sutilmente tramados o groseramente ejercidos.

Pero, ¿qué elaboración del dilema en que estamos' en-vueltos nos podrá hacer trascenderlo? Pienso que un pri-mer paso estriba en borrar las metáforas geométricas a que hacía alusión cuando enunciaba el planteo sobre las relaciones de poder y sus .efectos de violencia. Un segun-do momento consistiría en abordar y comprender el asun-to en términos de un complejo e irradiado "proceso de transversalidad", lo cual nos arranca de la dependencia intersubjetiva (en la terapia o el aprendizaje) condu-ciéndonos al fenómeno institucional, a los fenómenos ins-titucionales, a las multiplicidades excéntricas, a la dise-minación de flujos y a los variados antagonismos sociales presentes en el discurso de un paciente, en las experien-cias de aprendizaje o en el complejo pedagógico-terapéu-tico donde siempre está operando alguna modalidad trans-ferencial2, una continua anamnésis y el saber implícito

1 Existe una infinidad de textos, experiencias articuladas o acciones eventuales, que toman estas direcciones como "reglas de oro" didácticas, terapéuticas o experimentales. Lo que esas corrien-tes excluyen por descuido o de manera intencional, es lo que este trabajo intenta descifrar.

2 Es pertinente recordar aquí que el vocablo pedagogo

conser-va todavía el significado de "soporte de transferencias" como hace siglos.

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de que curarse de algo, concientizar ciertas determinacio-nes inconcientes, etc., es, también, aprender en el sentido amplio y restringido que el término posee en el acto psi-coanalítico y en la situación psicosocial.

Exploraciones

Hechas las aperturas previas, ahora podemos ir re-gistrando algunas observaciones que deben ser conside-radas como "material de discusión" y de ninguna manera como conclusiones acabadas.

En la figura de la inversión es "como si" el poder se ejerciera sólo en una relación vertical, donde el ana-lista, profesor o coordinador detentarían, exclusivamente, la capacidad de manipular.

De este modo se disuelve el término relacional, su opuesto, y uno de los dos factores adquiere existencia autó-noma 3. Así la inversión cosifica el término contrario y

torna mágico el modo de explicación, pues al surgir la horizontalidad del vínculo es "como si" siempre hubiese debido ser de tal forma, y en su desarrollo ya no hubiese marca de dominio sino de franca colaboración. Pero como todavía el mero "dar vuelta" deja la relación interiorizada, podemos afirmar que las formas de sujeción no han desa-parecido, sino que se reestructuraron con otras pautas, dentro de las nuevas conexiones históricas de fuerzas, lo cual indica la entrada en escena de distintos grupos, co-dificaciones ideológicas y sistemas de alianzas. Por eso las imputaciones de verdaderas o falsas que se hacen a determinadas posiciones fallan de antemano en su intento por desmistificarlas. Las jerarquías, por ejemplo, no son verdaderas o falsas sino simplemente encierran índices de una concepción y ejercicio del poder, cuyas funciones son variables, en pro de avances, contra ellos, etc. Tra-tarlas según criterios de verdad significa ligarlas —in-tencionalmente— a las nociones de idoneidad, probabilidad económica, política, profesional o al carisma individual para comunicar e imponer contenidos. En este planteo, 3 'Con esto señalo el nivel de fetichización que impregna a

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