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QUIÉNES ESTÁN LLAMADOS A VIVIR LA COMUNIÓN ECLESIAL?

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TEMA 5

¿QUIÉNES ESTÁN LLAMADOS A VIVIR LA COMUNIÓN ECLESIAL?

INTRODUCCIÓN

La comunión es un don de Dios y una tarea a la vez. Como hemos visto, Dios nos ha regalado el don de la comunión eclesial en sus diversas dimensiones. Ahora bien, los fieles de la Iglesia estamos llamados a responder a este regalo divino cada cual desde su misión específica dentro de la Iglesia. Nuestro Sr. Obispo, en la carta pastoral “Ourense en misión”, nos habla de los sacerdotes, los miembros de la vida consagrada y los laicos. Desde el Obispo, sucesor de los Apóstoles en cada Iglesia particular, hasta el último bautizado, todos están llamados a participar en la construcción de la casa de la comunión. Caminar juntos, es decir, hacer sínodo, es tarea de todos.

I.MINISTERIO EPISCOPAL Y COMUNIÓN ECLESIAL

Como enseña el Vaticano II, el Obispo participa de la autoridad de Cristo presente en la sucesión apostólica, siendo investido de una potestad que le es propia, ordinaria e inmediata1. Ha de ejercer su misión en comunión con el Colegio de los Obispos, al que se incorpora por su ordenación episcopal. El concilio Vaticano II enseña en paralelo el servicio específico a la comunión por parte del Obispo en su diócesis y el servicio del Sucesor de Pedro en el ámbito de la Iglesia universal:

“La unión colegial se manifiesta también en las mutuas relaciones de cada Obispo con las Iglesias particulares y con la Iglesia universal. El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los Obispos como de la multitud de los fieles. Por su parte los Obispos son, individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales, y a base de las cuales, se constituye la Iglesia católica, una y única. Por eso, cada Obispo representa a su Iglesia, y todos juntos con el Papa representan a toda la Iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad”2.

Según el texto conciliar, el Obispo representa, en primer lugar, en el colegio episcopal la unidad de su comunidad en el seno de la Iglesia universal. Es decir, se describen las relaciones mutuas entre cada uno de los obispos de una parte y su Iglesia particular e incluso la Iglesia universal de otra. Seguidamente, el texto añade aquí una referencia al concilio Vaticano I, que presenta al sucesor de Pedro como el principio y el fundamento visible de la unidad tanto del cuerpo de los obispos como de la muchedumbre de los fieles. De manera semejante el Obispo es el principio y fundamento visible de la unidad en su diócesis. La acentuación del poder episcopal es como el eco de la doctrina de S. Ignacio de Antioquía y de S. Cipriano de Cartago.

1 Cf. LG 27. 2 LG 23.

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A continuación, el texto conciliar afirma que las Iglesias particulares están formadas a imagen de la Iglesia universal y en ellas y por ellas existe la Iglesia universal. Es decir, las Iglesias particulares no son unidades que se adicionan o se federan para constituir la Iglesia universal. Cada Iglesia particular es, al contrario, la Iglesia de Cristo en cuanto presente en un lugar determinado y está provista de todos los medios de salvación dados por el Señor a su pueblo. El saludo con el que S. Pablo comienza sus dos cartas a los Corintios es muy significativo al respecto: no dice ‘a la Iglesia de Corinto’, sino ‘a la Iglesia de Dios que está en Corinto’ (cf. 1Cor 1,2; 2Cor 1,1). La misma Iglesia, una e indivisa, se encuentra asimismo en Roma, en Éfeso, en Filipos, en Tesalónica, etc. No por eso, sin embargo, son absorbidas las Iglesias particulares en la comunidad total. Aquellas conservan su propia subsistencia, pero en unanimidad cuyo fundamento ontológico es necesario reconocer. En consecuencia, cada Obispo representa a la Iglesia, no como su delegado, sino como su pastor, y todos juntos, con el sucesor de Pedro, representan a la ‘Católica’, como señala el texto ‘en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad’.

En la exhortación apostólica Pastores gregis San Juan Pablo II habla del estilo pastoral de gobierno y comunión eclesial. Dice textualmente: “La Iglesia es una comunión orgánica que se realiza coordinando los diversos carismas, ministerios y servicios para la consecución del fin común que es la salvación. El Obispo es responsable de lograr esta unidad en la diversidad, favoreciendo como se dijo en la Asamblea sinodal, la sinergia de los diferentes agentes, de tal modo que sea posible recorrer juntos el camino común de fe y misión”3. Este texto nos habla de la Iglesia

como una comunión orgánica donde existen diversos carismas, ministerios y servicios destinados al fin común de la salvación. Al Obispo corresponde favorecer y lograr la unidad dentro de la diversidad. Es necesario aprovechar toda esta riqueza de los diferentes agentes de la evangelización, a fin de avanzar unidos por el camino de la fe y de la misión.

Más en concreto, “los espacios de comunión han de ser cultivados y ampliados día a día, a todos los niveles, en el entramado de la vida de cada Iglesia. En ella, la comunión ha de ser patente en las relaciones entre Obispos, presbíteros y diáconos, entre Pastores y todo el Pueblo de Dios, entre clero y religiosos, entre asociaciones y movimientos eclesiales. Para ello se deben valorar cada vez más los organismos de participación previstos por el Derecho canónico, como los Consejos presbiterales y pastorales”4.

Como principio de unidad en la Diócesis, el Obispo preside los Consejos diocesanos (presbiteral y pastoral), en orden a que busquen, cada consejo en su ámbito correspondiente, cómo ir trazando en concreto los caminos del Evangelio en las circunstancias personales y sociales de la Iglesia diocesana, escuchando e interviniendo cada miembro con confianza, respeto y libertad. Han de ser organismos de comunión en los que se manifieste la corresponsabilidad de todos en la existencia concreta de cada Iglesia particular. Al Obispo corresponde favorecer la unidad de todos y reconocer la diversidad de ministerios, carismas, formas de vida y apostolado. En ocasiones puede ser más incómoda la unidad en la diversidad legítima, pero es más respetuosa con la personas y más dócil al Espíritu que regala continuamente a la Iglesia

3 S. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Pastores gregis (2003) 44. 4 S. Juan Pablo II, Carta apostólica Novo Millennio Ineunte (2000) 45.

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los diversos ministerios y carismas. Este servicio de comunión del Obispo ha de ser realizado con dedicación y amor, con respeto a cada persona y con fidelidad al Evangelio y a la Iglesia. El Obispo desarrolla este servicio de comunión, mediante la triple misión de enseñar, santificar y regir5.

II.MINISTERIO PRESBITERAL Y COMUNIÓN ECLESIAL

El misterio de la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria en tensión misionera, es el espacio donde se manifiesta toda identidad cristiana y, por tanto, la identidad específica del sacerdote y de su ministerio. El sacerdocio ministerial es un don de la tres Personas divinas. “En efecto, el presbítero, en virtud de la consagración que recibe con el sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, con el cual, como Cabeza y Pastor de su pueblo se configura de un modo especial para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia por la salvación del mundo”6. La identidad del presbítero brota de la profundidad del inefable misterio de Dios; es decir, del amor del Padre, de la gracia de Jesucristo y de la comunión del Espíritu Santo. Por consiguiente, “a causa de la consagración recibida en el sacramento del Orden, el sacerdote es constituido en una relación particular y específica con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo”7.

“De esta fundamental unión-comunión con Cristo y con la Trinidad deriva, para

el presbítero, su comunión-relación con la Iglesia en sus aspectos de misterio y de comunidad eclesial”8. Esta comunión eclesial del presbítero se realiza de diversos modos. Una comunión Jerárquica con el Papa, con el Colegio episcopal y con el propio Obispo9. “La comunión jerárquica se encuentra expresada significativamente en la plegaria eucarística, cuando el sacerdote, al rezar por el Papa, el Colegio episcopal y el propio obispo, no expresa solo un sentimiento de devoción, sino que da testimonio de la autenticidad de su celebración”10.

El presbítero vive la comunión en el seno de la familia presbiteral, en el orden de los presbíteros. Fraternidad sacerdotal y la pertenencia al presbiterio son elementos característicos del sacerdote11. Esta fraternidad sacerdotal tiene también una manifestación en la acogida efectiva de los planes diocesanos de pastoral. Como nos dice el Sr. Obispo: “Pongámonos en camino para dejarnos evangelizar y así nos convertiremos en evangelizados”12. Además, sigue afirmando, “resulta imprescindible, en una pastoral de misión, sentirnos en comunión. Esto se hace elocuente cuando acogemos los proyectos diocesanos y los hacemos nuestros para caminar en la misma dirección”13. De este modo, “los presbíteros, ejerciendo, según su parte de autoridad, el oficio de Cristo Cabeza y Pastor, reúnen, en nombre del Obispo, a la familia de Dios,

5

Cf. LG 25-27.

6 S. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Pastores dabo vobis 12.

7 Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (2013) 3. 8 Idem 30. 9 Idem 31. 10 Idem 32. 11 Idem 34.

12 J. Leonardo Lemos Montanet, Ourense en misión, p. 41. 13 Idem, p. 42.

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como una fraternidad alentada unánimemente, y la conducen a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu”14.

El presbítero está llamado a vivir la comunión con los fieles laicos. “Hombre de comunión, el sacerdote no podrá expresar su amor al Señor y a la Iglesia sin traducirlo en un amor efectivo e incondicionado por el pueblo cristiano, objeto de su solicitud pastoral”15. El sacerdocio es signo visible de la paternidad de Dios Padre. Desde los comienzos de la Iglesia, el ministro ordenado ha vivido una paternidad hacia los fieles que estos han reconocido y agradecido. Así nos lo recuerda el Apóstol: “No os escribo esto para avergonzaros, sino más bien para amonestaros como a hijos muy queridos. Pues, aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no tenéis muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús” (1Cor 4,14-17; cf.Gal 4,7; 1Tes 2,11; Flm 10). San Juan de Ávila, patrono del clero secular español, en una carta a Fray Luis de Granada, escribía: “A llorar aprenda quien oficio toma de padre”. En estos términos el Maestro Ávila sintetizaba la idea de paternidad del ministro ordenado. Desde esta paternidad el presbítero ayuda a los fieles a vivir la filiación divina recibida en el bautismo.

El presbítero en la Iglesia es un miembro de la misma Iglesia que posee unos carismas peculiares: los carismas de hacer presente la persona de Cristo, su Palabra, su oración, su acción sacrificial, su acción santificadora y pastoral. El sacerdote es el signo personal de Cristo. Así lo expresaba con precisión Pablo VI: “En medio de la comunidad de los fieles, confiados a sus cuidados, el sacerdote es Cristo presente; de ahí la suma conveniencia de que en todo reproduzca su imagen y en particular de que siga su ejemplo, en su vida íntima lo mismo que en su vida de ministerio”16.

Los sacerdotes, por vocación especial, están llamados en la Iglesia y por la Iglesia a desvelar y simultáneamente a actualizar el misterio del amor del Padre a través de su ministerio, vivido “según la verdad en la caridad” (Ef 4,15). La tarea pastoral del sacerdote consiste en conducir a un pleno desarrollo de la vida espiritual y eclesial a los fieles que tiene confiados. Se trata de una tarea delicada y compleja que incluye la atención a las personas y a las diversas vocaciones; la capacidad de coordinar todos los dones y carismas que el Espíritu suscita en la comunidad, examinándolos y valorándolos para la edificación de la Iglesia, siempre en unión con el Obispo. Este ministerio exige del sacerdote una intensa vida espiritual y las cualidades y virtudes tales como: “la fidelidad, la coherencia, la sabiduría, la acogida a todos, la afabilidad, la firmeza doctrinal en las cosas esenciales, la libertad sobre los puntos de vista subjetivos, el desprendimiento personal, la paciencia, el gusto por el esfuerzo diario, la confianza en la acción escondida de la gracia que se manifiesta en los sencillos y en los pobres (cf. Tit 1,7-8)”17.

Dentro de una eclesiología de comunión, “el sacerdote prestará especial atención a las relaciones con los hermanos y hermanas comprometidas en la vida de especial consagración a Dios en todas sus formas; les mostrará su aprecio sincero y su operativo espíritu de colaboración apostólica”18.

14 PO 6.

15 Directorio ministerio y vida…, 41. 16

Beato Pablo VI, Sacerdotalis Caelibatus 31.

17 PDV 26.

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Los sacerdotes son los ministros de la Eucaristía, centro mismo del ministerio sacerdotal. En efecto, “no se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Sagrada Eucaristía”19. La hondura de la vida cristiana en cada Iglesia particular y en cada comunidad parroquial depende, en gran medida, del redescubrimiento del gran don de la Eucaristía. Este sacramento es la fuente y la cima de toda evangelización. La nueva evangelización ha de significar para los fieles una luz nueva sobre la centralidad del sacramento de la Eucaristía, culmen de toda vida cristiana y fuente inagotable de la comunión eclesial.

III.LA VIDA CONSAGRADA Y LA COMUNIÓN ECLESIAL

Al hablar de la vida consagrada, como señalaba S. Juan Pablo II, somos conscientes de que todo lo referente a la vida consagrada “es algo que nos afecta. En realidad la vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión, ya que indica la naturaleza íntima de la vocación cristiana y la aspiración de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con el único Esposo”20. Si atendemos a la constitución divina y jerárquica de la Iglesia, la vida consagrada no es un estilo de vida “intermedio entre el de los clérigos y el de los laicos, sino que de uno y otro algunos cristianos son llamados por Dios para poseer un don particular en la vida de la Iglesia y para que contribuyan a la misión salvífica de ésta, cada uno según su modo”21.

Somos conocedores de la riqueza que para nuestra Iglesia diocesana constituye el don de la vida consagrada en la variedad de sus carismas y de sus instituciones. Damos gracias a Dios por las Órdenes e Institutos religiosos dedicados a la contemplación o a las obras de apostolado, por las Sociedades de vida apostólica, por los Institutos seculares, por los que se entregan a Dios con una especial consagración.

Como nos recordaba el Sr. Obispo, en el Año de la Vida Consagrada, “desde nuestra Diócesis hemos querido darle una especial importancia organizando un Congreso Regional de Galicia, bajo el lema: ‘Una luz en el camino’, como un signo de nuestra preocupación y estima por la riqueza que encierra esta vida en y para nuestra Iglesia particular”22. Como manifiesta con claridad el Sr. Obispo: “¡Contamos con vosotros! Sin vuestra presencia el ser de esta Iglesia estaría como mutilado, imperfecto”23.

En la Carta Apostólica del papa Francisco a todos los consagrados con ocasión del año de la vida consagrada aparecen algunas afirmaciones que nos recuerdan un proyecto de comunión en la vida de cada persona consagrada. Inspirándose en el Decreto conciliar sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, afirma el sucesor de Pedro: “Al hacer memoria de los orígenes sale a la luz otra dimensión más del proyecto de vida consagrada. Los fundadores y fundadoras estaban fascinados por la unidad de los Doce en torno a Jesús, de la comunión que caracterizaba a la primera comunidad de Jerusalén. Cuando han dado vida a la propia comunidad, todos ellos han pretendido reproducir aquel modelo evangélico, ser un solo corazón y una sola alma, gozar de la presencia del Señor”24.

19

PO 6.

20 San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Vita Consecrata (1996) 3. 21 LG 43.

22

Ourense en misión, p. 49.

23 Idem, p. 50.

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En esta misma línea de comunión, sigue diciendo el papa Francisco: “Vivir el presente con pasión es hacerse ‘expertos en comunión’, ‘testigos y artífices de aquel ‘proyecto de comunión’ que constituye la cima de la historia del hombre según Dios’25. En una sociedad del desencuentro, de difícil convivencia entre las diferentes culturas, de la prepotencia contra los más débiles, de las desigualdades, estamos llamados a ofrecer un modelo concreto de comunidad que, a través del reconocimiento de la dignidad de cada persona y del compartir el don que cada uno lleva consigo, permite vivir en relaciones fraternas. Sed, pues, mujeres y hombres de comunión, haceos presentes con decisión allí donde hay diferencias y tensiones, y sed un signo creíble de la presencia del Espíritu, que infunde en los corazones la pasión de que todos sean uno (cf. Jn 17,21)”26.

Hablando de las expectativas para el Año de la Vida Consagrada, señala el papa Francisco: “Los religiosos y las religiosas, al igual que todas las demás personas consagradas, están llamadas a ser ‘expertos en comunión’. Espero, por tanto, que la ‘espiritualidad de comunión’, indicada por san Juan Pablo II, se haga realidad y que vosotros estéis en primera línea para acoger el gran desafío que tenemos ante nosotros en este nuevo milenio: ‘Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión’27. Estoy seguro de que este Año trabajaréis con seriedad para que el ideal de fraternidad perseguido por los fundadores y fundadoras crezca en los más diversos niveles, como en círculos concéntricos…Espero, además, que crezca la comunión entre los miembros de los distintos Institutos”28.

IV.LOS FIELES CRISTIANOS LAICOS EN UNA IGLESIA, MISTERIO DE COMUNIÓN

La dignidad e identidad teológica del fiel laico consiste en estar insertado en Cristo y en el misterio de la Iglesia. En la exhortación apostólica postsinodal

Christifideles laici, sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo,

se halla la respuesta a tres preguntas claves: “desde dónde se es laico” Misterio); “en dónde se es laico” Comunión); “para dónde el laico es” (Iglesia-Misión). La respuesta de esta exhortación recoge los tres aspectos fundamentales de la eclesiología conciliar: la Iglesia como misterio de comunión para la misión. Así lo sintetiza nuestro Sr. Obispo: “Los laicos son los hombres y mujeres de la Iglesia en el corazón del mundo y, también, los hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia29.

La imagen de la viña es apta para mostrar el misterio del Pueblo de Dios. Los fieles laicos no son simplemente los obreros que trabajan en la viña (Iglesia) sino que forman parte integrante de la misma viña: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos” (Jn 15,5). La exhortación Christifideles laici describe a los fieles laicos como verdaderos sarmientos radicados en Cristo y, por ello mismo, en la Iglesia. “Es la inserción en Cristo por medio de la fe y de los sacramentos de la iniciación cristiana, la raíz primera que origina la nueva condición del cristiano en el misterio de la Iglesia, la que

25

Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares, Religiosos y promoción y promoción

humana (1980), 16.

26 Carta Apostólica sobre la vida consagrada I, 2. 27

NMI 43.

28 Carta Apostólica sobre la vida consagrada II, 3. 29 Ourense en misión, p. 60.

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constituye su más profunda fisonomía, la que está en la base de todas las vocaciones y del dinamismo de la vida cristiana de los fieles laicos”30.

Toda la Iglesia, nos recuerda el Concilio, aparece como “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”31. San Juan Pablo II señala como algo básico para los cristianos del siglo XXI: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: este es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo… Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión…”32.

Se trata de una comunión orgánica que se realiza simultáneamente en la diversidad y complementariedad. Es siempre el único e idéntico Espíritu el principio dinámico de la variedad y unidad en la Iglesia y de la Iglesia. La comunión eclesial es un don del Espíritu Santo a la Iglesia que debe acoger con gratitud y vivir con responsabilidad33. El modo concreto de actuarlo es a través de la participación en la vida y en la misión de la Iglesia.

Cada fiel laico se encuentra en relación con todo el cuerpo y, a la vez, ofrece su propia aportación. El fiel laico no puede encerrarse en la vivencia de sus propios carismas y ministerios. Ha de comprender que todo ello existe en la comunión y para la comunión34. El Apóstol daba gracias a Dios por la fuerza de la comunión que percibía en la Iglesia de Tesalónica. Esta vitalidad se manifestaba en “la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el tesón de vuestra esperanza” (1 Tes 1,3). El ejercicio práctico de la comunión se llama corresponsabilidad. En este sentido, “los laicos también están llamados a participar en la acción pastoral, primero –como ya se ha dicho- con su testimonio personal de vida cristiana y, en segundo lugar, con otras acciones en el ámbito de la nueva tarea evangelizadora: catequesis, charlas de formación para el matrimonio, participación de los consejos diocesanos y parroquiales, gestión administrativa…”35.

Sabiendo el fiel laico “desde dónde es” (Misterio crístico-eclesial) y “en dónde se es” (Iglesia- Comunión), es el momento de mostrar “para qué es” (Iglesia-Misión). La imagen bíblica de la vid y los sarmientos nos introduce en la consideración de la fecundidad y de la vida. Todos los sarmientos son llamados a dar fruto: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto (Jn 15, 5). Dar fruto es una exigencia esencial de la vida cristiana y eclesial. El que no da fruto no permanece en la comunión: “Todo sarmiento que en mí no da fruto, (mi Padre) lo corta” (Jn 15,2). La comunión con Jesús, de la cual deriva la comunión de los cristianos entre sí, es condición absolutamente indispensable para dar fruto: “Separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Y la comunión con los otros es el fruto más hermoso que los sarmientos pueden dar: es don de Cristo y de su Espíritu”36. La Iglesia es una comunión cuya identidad consiste en haber sido enviada al mundo para evangelizar37.

30 San Juan Pablo II, Christifideles laici 9. 31 LG 4. 32 NMI 43. 33 Cf. UR 2. 34 Christifideles laici 20. 35 Ourense en Misión, pp. 61-62. 36 Christifideles laici 32.

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