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2.2 De los felices veinte a la crisis de los treinta

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Academic year: 2021

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2.2 De los felices veinte a la crisis de los treinta

El retorno a la normalidad tras la finalización de la guerra no fue fácil. El año 1919 fue económi-camente peor que los anteriores, excepto 1914.

La reconversión de las economías de guerra a las nuevas necesidades de la paz era una tarea muy compleja. Además, había millones de refugiados.

Los cambios de fronteras en la Europa central y oriental afectaron, literalmente, a medio continen-te. Nuevas administraciones estatales tuvieron que organizarse de la noche a la mañana. La desorganiza-ción y la mezcla de sobreproducciones y de escaseces que no coincidían explican la parálisis económica de 1919. Se necesitaron un par de años más para que la maquinaria económica se normalizara en los paí-ses que habían ganado la guerra. En los que la habían perdido, o en los herederos de los antiguos perdedo-res, la recuperación fue más lenta.

En cualquier caso, el año 1922 fue el primero de los años de prosperidad que permitieron después que la década se caracterizara como «los felices veinte». Un vigoroso crecimiento del 8,5 por 100 en el conjunto de la Europa occidental permitió dar por concluida la reconstrucción pos bélica. Es verdad que esto no fue así en Alemania ni en algunos otros países que habían resultado devastados por la guerra. Ale-mania exigió un tratamiento especial. Inicialmente fue duramente castigada en el tratado de Versalles. Ante su incapacidad para pagar las reparaciones que se le habían fijado, Francia, que contaba con ellas para su propia reconstrucción, decidió, conjuntamente con Bélgica, ocupar las ricas cuencas mineras del oeste alemán y cobrar en especie las deudas alemanas. El nuevo Estado republicano alemán se defendió de la invasión negándose a trabajar para las potencias ocupantes. Financió los salarios de los trabajadores en huelga emitiendo más dinero. Ahí se puso en marcha una espiral inflacionista que supuso que en pocos meses del año 1923 los precios se multiplicaran por factores inverosímiles. El dinero dejó de servir para los intercambios. Alemania pasó a una economía de trueque. El fracaso económico fue espectacular, aun-que se enriaun-quecieron en esas circunstancias todos los aun-que pudieron vender mercancías o servicios. En cambio, los titulares de rentas fijadas nominalmente, como los rentistas, los pensionistas o los asalariados de todo tipo, se arruinaron por completo. Alemania sólo superó el caos de la hiperinflación con la ayuda americana. El gobierno obtuvo finalmente un macrocrédito norteamericano que le permitió crear una nue-va base monetaria, una nuenue-va moneda, y volver a poner en funcionamiento normal la actividad producti-va. A cambio, Estados Unidos garantizaba el pago de las reparaciones de guerra, que se habían reordena-do temporalmente para que fueran digeribles por la economía alemana.

El grueso de la Europa occidental vivió mejor estos años. De 1921 a 1925 el PIB había crecido un 23 por 100.

Después del traspiés de 1926, los siguientes tres años volvieron a ser de notable crecimiento. De hecho, ésos fueron «los felices años veinte», cuando el fantasma de la guerra se había alejado y parecía que se volvía a los buenos viejos tiempos. En toda Europa se apreciaba la prosperidad. Las economías más afectadas por la guerra, como la alemana y la austriaca estaban funcionando con buen ritmo.

Pero, en medio de tanta vuelta a la normalidad, subsistían algunos desequilibríos muy importantes en la economía mundial.

Resaltaremos dos:

• la reestructuración productiva de la economía internacional y • el aislacionismo americano.

1º Comenzaremos por las consecuencias de la reestructuración productiva. Nos referimos a que la guerra había animado al aumento de la capacidad productiva en todo el mundo extraeuropeo (extrabelige-rante, para ser más exactos). Europa, sacudida por la guerra, había movilizado millones de campesinos y obreros para el esfuerzo militar, había movilizado también material de transporte (de sangre y mecánico) y reconvertido fábricas de sus usos pacíficos a nuevos usos militares. Además, la guerra devastó grandes territorios, antes fértiles. Fuera de Europa, todos estos fenómenos inducían a invertir en la ampliación de las superficies cultivadas, en criar más ganado, en producir las manufacturas tradicionales de la industria europea (textiles, maquinaria, material de transporte, química, etc.), y, en general, en substituir los mer-cados que antes se abastecían por importación desde Europa. Una vez acabada la guerra, la capacidad productiva europea volvió a la normalidad, tanto en la agricultura como en la industria. Como la capaci-dad productiva extraeuropea había crecido mucho, apareció un problema de sobreproducción. Se

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convir-tió en crónico. Donde más daño hizo fue entre los productores agrarios dedicados a la exportación. Los agricultores que, en todo el mundo, exportaban a Europa y competían allí con las propias producciones agrarias de los europeos, sufrieron mucho el retorno a la normalidad. Los productos industriales aguan-taron mejor aumentando la protección arancelaria. En este caso fueron las industrias europeas las que sufrieron más. Todos estos fenómenos provocaron una tendencia que se ha bautizado como de «deflación estructural», para diferenciarla de la deflación estrictamente monetaria. La deflación estructural reflejaría el exceso de oferta de bienes en los mercados, y condicionaría las oportunidades de negocio –más esca-sas– a lo largo de la década de los años veinte. Para algunos esta dificultad de reorganización productiva es uno de los elementos explicativos más convincente de la dureza de la crisis de 1929. La demanda mun-dial se fue desacelerando ante la incapacidad de la oferta de sostener los precios. Las caídas de precios no tuvieron efectos benéficos pues no derivaban del progreso técnico (nuevos productos o nuevos procedi-mientos) sino de la realización continua de ventas a precios de saldo.

2º el segundo gran desequilibrio era el fuerte aislacionismo norteamericano, que entorpecía conti-nuamente el crecimiento del resto del mundo. El aislacionismo se había manifestado de diversas formas:

o La primera y más simple era el desinterés norteamericano por los tratados de paz y por el nuevo orden mun-dial. La manifestación más contundente de este desinterés fue la negativa del Congreso de Estados Unidos a autorizar el ingreso a la Sociedad de Naciones.

o Un segundo aviso muy preocupante fue el cerrojazo a la inmigración. Ya en 1919, y tras diversos años sin apenas inmigración, Estados Unidos decidió que ya no quería una inmigración prácticamente libre e ilimitada como la de antes de la guerra. Se habían acostumbrado a unos salarios cada vez más altos y la competencia de los pobres inmigrantes era vista con enorme suspicacia por las cada vez más prósperas clases asalariadas estadounidenses.

o El tercer elemento del aislacionismo americano fue comercial. En 1913 Estados Unidos había votado el pri-mer arancel moderadamente librecambista de toda su larga historia proteccionista. Con el retorno a la norma-lidad se impuso un nuevo arancel. Una reforma del arancel que se endurecía cada vez más en el sentido pro-teccionista. En 1929 lo aprobó la comisión de estudio, produciendo una oleada de estupefacción en todo el mundo: el principal mercado del mundo apostaba por cerrar sus fronteras. Pocas esperanzas podían tener otros países de sostener su crecimiento sobre las exportaciones al mercado estadounidense. El Congreso rati-ficaría la aprobación de la propuesta en 1930, y el nuevo arancel proteccionista entraría en vigor en 1931.

En este ambiente (el norteamericano) cada vez más cerrado se vivía una gran prosperidad. Buena parte de ella derivaba de las enormes ganancias que la neutralidad había proporcionado. Precios inmejora-bles para los productos agrarios, para los mineros y para los industriales. El bienestar se había difundido por doquier. El mercado estadounidense era el más opulento del mundo y ahí se difundían las nuevas mo-das y los nuevos objetos. El American way of life cuaja en esos años y se difunde a través de nuevos me-dios de comunicación social, el más brillante y atractivo de los cuales es el cine. En un ambiente de segu-ridad y prospesegu-ridad en el que todos los negocios funcionaban, se fue popularizando la inversión en bolsa. De hecho, el mercado bursátil entró en una fase muy alcista a lo largo de 1928 y 1929, atrayendo cada vez más fondos. Se popularizó también la compra de acciones a crédito. Todo reposaba en la confianza de que la economía no cesaría de crecer, como así había sido en los últimos años. Sin embargo, no todo funcio-naba tan bien. La creciente disparidad entre Estados Unidos y el resto del mundo reducía el tamaño de muchos mercados. El mismo mercado interno estaba cada vez más saturado y comenzaban a aparecer in-dicios de que el ritmo de crecimiento de las ventas se desaceleraba. Los datos de beneficios que se cono-cieron en el segundo semestre de 1929, particularmente después del verano, sugerían un enfriamiento económico. La sucesión de estas informaciones provocó un cambio en las expectativas y desencadenó una corriente vendedora en la bolsa neoyorquina –la mayor del mundo después de la gran guerra–.

A finales de octubre, en un par de sesiones –el viernes y el martes negros–, las cotizaciones se de-rrumbaron. Todo el mundo quiso vender y nadie parecía dispuesto a comprar. Esto no hubiera sido más que un susto, si no fuera que el cambio de expectativas se mantuvo y se intensificó sin que nadie lograra variado. El mecanismo que emponzoñó la situación fue básicamente, crediticio. Muchos inversores ha-bían comprado acciones a crédito, y su insolvencia arrastró a quienes les haha-bían prestado, que eran, fun-damentalmente, bancos. Éstos se apresuraron a reclamar los créditos que habían concedido a todo tipo de clientes, incluidos aquellos que no hubieran reclamado en condiciones de normalidad. La espiral de con-tracción del crédito se puso en marcha, y en todas direcciones. Internamente fulminó la liquidez de em-presas solventes, que tuvieron que suspender pagos pese a estar en posiciones financieras saludables. Un-merosas empresas se vieron obligadas a cerrar sus puertas y dejaron a los trabajadores sin empleo. Ade-más, los bancos reclamaron los créditos que habían concedido a otros bancos europeos, o a empresas y

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administraciones europeas. Esto había sido frecuente con los países del área germánica y austriaca, que bajo el Plan Dawes habían tenido acceso fácil al crédito norteamericano. Por el lado de las consecuencias internas, en Estados Unidos, es sorprendente que la Reserva Federal no hiciera nada. Su opinión fue que se trataba de una crisis más, que caían las empresas marginales y sobrevaloradas y los bancos que se ha-bían arriesgado demasiado, por lo que no había que intervenir. Su neutralidad no hizo más que inten-sificar la crisis pues la espiral de destrucción de crédito era muy fuerte. La Reserva Federal fue muy criti-cada, pero los técnicos y los políticos, comenzando por el presidente Hoover, la defendieron, como habían defendido la vigencia del patrón oro. Las voces críticas fueron ganando fuerza con el paso del tiempo y cuajaron en la candidatura presidencial de Roosevelt, en 1932. Retrospectivamente, las críticas apuntaban a la Reserva Federal tenía que haberse concentrado en garantizar la estabilidad de los precios, lo que im-plicaba luchar contra la deflación, al igual que contra la inflación. O sea, tenía que haber inyectado dinero en el sistema. Mientras tanto, el paro no cesaba de crecer.

Lo que sucedía en Estados Unidos estaba teniendo enormes consecuencias en Europa. El cambio de expectativas fue instantáneo. La contracción crediticia se hizo sentir fuertemente en Europa, y provocó sus primeras víctimas importantes en la primavera de 1931, cuando declararon suspensión de pagos el Credit Anstalt de Viena y después el Darmstadter berlinés. Muchos más bancos de la Europa centro-oriental quedaron mortalmente afectados. También numerosos bancos occidentales, aunque en pro-porciones menores. La banca mixta italiana se hundió en la crisis, pero el ambiente de censura de la época permitió que todo acaeciera con enorme discreción, a diferencia de lo que había sucedido en Austria.

Mientras que la crisis bursátil se convertía en crisis bancaria y financiera por todo el mundo, y es-pecialmente en Europa, otro mecanismo destructivo se había puesto en marcha. El arancel proteccionista americano había provocado la reacción de numerosos países, que habían represaliado con aranceles más duros frente a los productos americanos. La tendencia a la guerra comercial se vio reforzada por la caída de la actividad económica. Ambas militaban en la misma dirección, a saber, la caída del comercio interna-cional. El oscurecimiento de las perspectivas económicas facilitaba los discursos y las políticas favorables al endurecimiento comercial: había que reservar el mercado interno, aún más si era menguante, para los productores nacionales. Por este camino la crisis se mundializó por completo; dicho en términos actuales, se globalizó. Todos los países quedaron atrapados en las redes de la contracción del comercio mundial. Durante cuatro años seguidos, mes tras mes, el comercio internacional se redujo, como una espiral con-tractiva.

Para escapar de esta telaraña destructiva en un ambiente que se cerraba, no había más remedio que devaluar, pero para devaluar había que cortar la vinculación con el patrón oro. La simple idea de abando-nar la institución que mejor simbolizaba la estabilidad, la normalidad y el bienestar de preguerra, y que tanto había costado reintroducir, producía desasosiego e irritación entre técnicos y políticos, quienes se resistieron a ello por todos los medios. Pero, para sorpresa general, el más conservador de todos los países en materia monetaria –el Reino Unido– fue el primero en abandonar. El mes de septiembre de 1931 el Reino Unido anunció su salida del patrón oro. Lo acompañaron todos los países del área de la Common-wealth y los pequeños países europeos que más dependían del mercado británico. Si volver al patrón oro había sido difícil, más lo fue salir de él. Francia se resistió enormemente (hasta 1936). Estados Unidos, hasta el invierno de 1933. Alemania no lo abandonó de iure, pero sí de acto desde 1933. En general, se comportaron mejor los países que salieron pronto del patrón oro que aquellos que insistieron, en vin-cularse a él. Los primeros pudieron devaluar y recuperar capacidad competitiva; los segundos, la perdie-ron.

En general, la crisis duró entre 3 y 4 años, de 1929 a 1932 o 1933, según los casos.

La caída del PIB europeo occidental fue de 10 puntos porcentuales, en algunos casos mucho más intensa. Los países perdedores en la guerra y sus herederos sufrieron más, pues los dos grandes mecanis-mos de difusión de la crisis –el crédito y el comercio– les afectaron especialmente. Los países más afec-tados por la crisis fueron Alemania, Austria, Polonia y Checoslovaquia. Ni siquiera Alemania sufrió una crisis tan intensa y larga como la estadounidense, pero sí fue la más fulminante, la que tocó mínimos an-tes y la que anan-tes consiguió superar los niveles de 1929. Polonia tardó 1 año más y Austria 3. Otros países europeos como Francia, Bélgica, Holanda y Suiza, aún cuando menos vinculados al pasado imperial de Alemania, compartieron parte de su desgracia con crisis que significaron caídas del PIB de entre el 8 y el 15 por 100. Por extensión, y vía Austria, también fue el caso de Hungría y Yugoslavia. Francia, sin em-bargo, es un caso aparte. Su caída no fue muy profunda, pero su recuperación fue muy tardía y breve. El

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nivel de 1929 recién recuperado en 1939 no resistió la embestida de la ocupación alemana.

Entre los países que sufrieron la crisis, pero con poca severidad, hay que mencionar en primer lu-gar a Gran Bretaña. A diferencia de lo que había sucedido con la entrada en el patrón oro, largamente me-ditada y finalmente mal articulada, Gran Bretaña capeó esta vez muy bien la crisis, pero a cambio de olvi-dar por completo sus dogmas económicos. Junto a Gran Bretaña encontramos un conjunto de países que sufrieron la crisis bien sea con levedad (los escandinavos y Dinamarca, que ni siquiera sufrió caída del PIB), bien sea con brevedad (España e Italia). Finalmente, y como es bien sabido, la URSS, totalmente in-volucrada en su experimento de industrialización forzada, tampoco la sufrió.

Las formas de salida de la crisis fueron diversas.

Los países pequeños lograron ajustarse a los nuevos patrones de competitividad y encontraron ni-chos de mercado importantes. Algunas de las grandes multinacionales vinculadas a estos países (Suiza, Holanda, Dinamarca, Suecia y, de no mediar la intervención alemana, también Checoslovaquia), consi-guieron penetrar con éxito en el mercado mundial y consolidar su posición en esos años.

Los países grandes lo tuvieron más difícil. En todos los casos la solución tuvo algunos elementos comunes: un cierto cierre comercial y una mayor intervención pública. Los casos más extremos fueron los de Alemania y Estados Unidos que, casi simultáneamente, entraron en la senda del intervencionismo pú-blico.

Roosevelt, que había ganado las elecciones presidenciales de noviembre de 1932, introdujo, a lo largo del invierno de 1933, un conjunto de medidas orientadas a sostener la demanda interna mediante la acción pública. Fijó precios mínimos para los productos agrarios, facilitó la sindicación obrera y la pre-sencia de los sindicatos en la negociación colectiva, puso en marcha grandes programas de obras públicas, incurrió en déficits públicos, etc., con el objetivo de reactivar la demanda interior de consumo y de inver-sión.

Hitler, unos meses después, desplegó medidas no muy distintas aunque en su caso teñidas de un tono político completamente opuesto. La fuerte inversión en obras públicas era un rasgo similar, pero Hitler, en cambio, destruyó los sindicatos y trató de liquidar toda oposición política. El rasgo básico de la política económica hitleriana fue el rearmamento. Invirtió sumas ingentes, que generaron fuertes déficits públicos, para rearmar el ejército alemán. Otro rasgo fue el autarquismo. Consciente de su voluntad de provocar una nueva guerra de revancha, Hitler primó la orientación autárquica en todas las decisiones de orden económico. Alentó sistemáticamente la producción de artículos sustitutivos de los que tenían que importarse y fomentó el cierre comercial. Curiosamente, mantuvo el patrón oro, pero pasó a intervenir sistemáticamente los intercambios exteriores, mediante soluciones como los permisos de importación, los acuerdos bilaterales y otros que tenían como objetivo limitar el comercio exterior y ahorrar el uso de oro.

Algunos de los nuevos elementos de política económica introducidos en Estados Unidos y en Ale-mania se repitieron en otros países. En Gran Bretaña se promocionaron las viviendas sociales mediante grandes programas de inversión pública. En Francia, en 1936, el gobierno de Frente Popular, inspirándose en las medidas de Roosevelt, mejoró drásticamente las remuneraciones obreras e introdujo las vacaciones pagadas y la jornada de 44 horas, a la vez que nacionalizaba los ferrocarriles. La orientación autárquica y la difusión del intervencionismo público en el mundo empresarial también fueron rasgos típicos de los gobiernos de Mussolini, en Italia.

Pago de las reparaciones alemanas (en miles de millones de marcos oro)

Comisión para las reparaciones Gobierno alemán

Hasta 1924 8,1 51,7

Plan Dawes 7,6 8,0

Plan Young 2,8 3,1

Otras partidas 4,5 5,0

Total 23,0 67,8

Y en Suecia, se puso en marcha el reformismo impulsado desde la socialdemocracia como medio de solucionar la crisis1.

1Durante 45 años de gobierno socialdemócrata de 1932 a 1976, Suecia ha sido el espejo en el que se miraban los

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Indicadores económicos relativos a 1929 (1913 = 100)

Francia Alemania Italia Gran Bretaña Estados Unidos

Renta per cápita 135 113 121 104 130

Producción industrial 142 120 158 128 193

Exportaciones 147 92 123 101 158

Estabilizaciones monetarias después de la guerra, 1922-1928

Año de estabilización Nueva paridad respecto a la de anteguerra (%)

Suecia 1922 100 Holanda 1924 100 Gran Bretaña 1925 100 Dinamarca 1926 100 Italia 1926 27,3 Francia 1926 20,3 Checoslovaquia 1923 14,6 Bélgica 1926 14,5 Yugoslavia 1915 8,9 Grecia 1927 6,7 Portugal 1929 4,1 Hungría 1924 0,0069 Austria 1922 0,00007 Polonia 1926 0,000026 Alemania 1923 0,0000000001 Fuente: australianhistory.org distribución de la renta con una marcada tendencia igualitaria. En los últimos veinte años el modelo ha sufrido los embates de la crisis y del proceso de reestructuración de la economía mundial, pero sigue manteniendo los rasgos fundamentales: la prio-ridad otorgada a las políticas de empleo y un elevado nivel, cuantitativo y cualitativo, de protección social.

En 1932, el partido socialista accedía por primera vez al gobierno. Era un partido obrero, cuya base electoral estaba en los sindicatos, y su primera preocupación fue hacer frente al creciente desempleo. Se trataba de unas medidas no muy diferentes a las del New Deal pero que fueron aplicadas con una mayor coherencia. Se defendía que era posible combatir el paro y alcanzar el pleno empleo utilizando el gasto público como motor de la inversión. Para los economistas suecos, lo importante era que el gobierno institucionalizase la relación con los agentes sociales (empresarios y trabajadores) con el fin de que la política econó-mica pudiese adaptarse a las fluctuaciones cíclicas. Esto hizo que, a la larga, el modelo sueco fuera el más estable, y el más ge-nuinamente keynesiano, ya que tenía elementos reguladores para frenar el gasto y la inflación en los momentos expansivos, y aumentarlos cuando se detenía el crecimiento.

El logro más importante del modelo sueco fue el establecimiento de un gran pacto social basado en la negociación entre el gobierno, los sindicatos y las organizaciones patronales con el fin de adecuar los diversos intereses a los programas económi-cos en curso. El compromiso de respetar los acuerdos fue decisivo para el éxito de las políticas programadas ya que la corres-ponsabilidad y la mutua confianza permitían equilibrar los efectos de las mismas.

La originalidad del modelo sueco radica en que es el ejemplo más acabado de economía mixta, en la que el mercado deter-mina el juego de los agentes y el Estado corrige sus desequilibrios tanto económicos como sociales. El modelo de colaboración entre el Estado y los agentes sociales, fraguado durante la crisis, dio lugar a un modelo de sociedad cercana al ideal igualitario del socialismo y no por eso muy alejada de las metas de eficiencia del capitalismo.

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Fuente: clioperu.blogspot.com y segundaguerramundial.mi-web.es

“Jugar a la bolsa se ha convertido en una enfermedad nacional. Esta enfermedad afecta a todas las clases sociales, desde los predicadores a los mozos de cuadra. Hace poco tiempo, en todas partes se hablaba de la prohibición (…) (de vender bebidas alcohólicas). (…) Ahora, cuando la gente se reúne, ya sean hombres de negocios o trabajadores, mujeres de la alta sociedad o jóvenes empleadas, la Bolsa, con sus impetuosos caprichos, constituye el tema de conversación más agradable.”

J. King, senador de Utah, (25 de octubre de 1929).

“Muy pronto, un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención y la de mi país. Era un asuntillo llama-do mercallama-do de valores (...). Si uno compraba 80.000 dólares de acciones, sólo tenía que pagar en efectivo 20.000, el resto se le dejaba a deber al agente (...). El mercado seguía subiendo y subiendo (...). Lo más sorprendente del mercado en 1929 era que nadie vendía una sola acción. La gente compraba sin cesar (...). El fontanero, el carnicero, el hombre del hielo, todos anhelando hacerse ricos arrojaban sus mezquinos salarios –y en muchos casos los ahorros de toda la vida– en Wall Street (...). Un buen día el mercado empezó a vacilar. Algunos de los clientes más nerviosos fueron presa del pánico y empezaron a vender (...); al principio las ventas se hacían ordenadamente, pero pronto el pánico echó a un lado el buen juicio y todos empezaron a lanzar al ruedo sus valores (...) y los agentes empezaron a vender acciones a cualquier precio (...). Luego, un día, Wall Street tiró la toalla y se derrumbó. Eso de la toalla es una frase adecuada porque para entonces todo el país estaba llorando.”

Marx, G. (1981) Groucho y yo. Madrid.

El New Deal (nuevo trato) programa de reformas económicas introducido por Roosevelt en los Estados Unidos en 1933 para hacer frente a la severa depresión de la época. El New Deal se propuso establecer un sistema de seguridad social federal para los millones de pobres y desempleados que existían en ese momento, así como revitalizar la agricultura y la in-dustria, que se hallaban en medio de una profunda recesión. En la práctica este cambio de rumbo significó que el Estado ad-quirió un papel en la economía que no había tenido jamás en los Estados Unidos y la creación de lo que luego se pasó a de-nominar Estado de Bienestar. Los problemas creados por esta expansión del sector público se expresaron con claridad sólo muchos años más tarde. Fue en la década de los setenta que los presupuestos fiscales deficitarios crearon una fuerte infla-ción y que se percibió la incapacidad de muchos programas sociales para lograr los objetivos propuestos, en especial el de la eliminación de la pobreza. De allí surgió la llamada "revolución conservadora" de la década de los ochenta, bajo la adminis-tración del presidente Ronald Reagan, que impuso un decisivo viraje hacia una economía de libre mercado.

Estados Unidos, 1929-1940

1929 1931 1933 1937 1938 1940

Real Gross National Product (GNP) (1) 101.4 84.3 68.3 103.9 96.7 113.0

Consumer Price Index (2) 122.5 108.7 92.4 102.7 99.4 100.2

Index of Industrial Production (2) 109 75 69 112 89 126

Money Supply M2 ($ billions) 46.6 42.7 32.2 45.7 49.3 55.2

Exports ($ billions) 5.24 2.42 1.67 3.35 3.18 4.02

Unemployment (% of civilian work force) 3.1 16.1 25.2 13.8 16.5 13.9

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El impacto de la crisis en el PIB (1929 = 100)

Año PIB Año de recuperación del nivel de 1929

Estados Unidos 1933 71,5 1939 Alemania 1932 76,5 1936 Austria 1933 77,5 1939 Polonia 1933 79,5 1937 Checoslovaquia 1935 81,8 1937 Francia 1932 85,3 1939 Yugoslavia 1932 88,1 1936 Holanda 1934 90,5 1937 Hungría 1932 90,6 1935 Suiza 1932 92,0 1937 Bélgica 1932 92,1 1936 España 1931 93,9 1935 Italia 1931 94,5 1935 Grecia 1931 93,5 1932 Reino Unido 1931 94,2 1934 Suecia 1932 95,7 1934 Finlandia 1932 96,0 1933 Noruega 1931 99,1 1932 Bulgaria - - 1930 Dinamarca - - 1930 Rumania - - 1930 URSS - - 1930 Fuente: MADDISON (1995)

Tasa de paro total (incidencia del paro en el total de la fuerza de trabajo)

Francia Alemania Italia Gran Bretaña Estados Unidos

1920 - 1,7 - 1,9 3,9 1921 2,9 1,2 - 11,0 11,4 1922 - 0,7 - 9,6 7,2 1923 - 4,5 - 8,0 3,0 1924 - 5,8 - 7,1 5,3 1925 - 3,0 - 7,7 3,8 1926 1,2 8,0 - 8,6 1,9 1927 - 3,9 - 6,7 3,9 1928 - 3,8 - 7,4 4,3 1929 1,2 5,9 1,7 7,2 3,1 1930 9,5 2,5 11,1 8,7 1931 2,2 13,9 4,3 14,8 15,8 1932 - 17,2 5,8 15,3 23,5 1933 - 14,8 5,9 13,9 24,7 1934 - 8,3 5,6 11,7 21,6 1935 - 6,5 - 10,8 20,0 1936 4,5 4,8 - 9,2 16,8 1937 - 2,7 5,0 7,7 14,2 1938 3,7 1,3 4,6 9,2 18,8

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Tasa de desempleo en diversos países, 1927-1937 1927 1928 1929 1930 1931 1932 1933 1934 1935 1936 1937 Bélgica 2,5 1,7 1,9 5,4 14,5 23,5 20,4 23,4 22,9 16,8 13,8 Alemania 8,8 8,4 13,1 15,3 23,3 30,1 26,3 14,9 11,6 8,3 4,6 Suecia 12,0 10,6 11,2 12,2 17,2 22,8 23,7 18,9 16,1 13,6 10,8 Gran Bretaña 10,6 11,2 11,0 14,6 21,5 22,4 21,3 17,7 16,4 14,3 11,3 Estados Unidos - - 3,2 8,9 15,2 23,6 24,9 21,7 20,1 17,5 14,3 Fuente: html.rincondelvago.com/crisis-de-1929-y-gran-...

La caída de la renta y de la producción industrial entre 1929 y 1932

Producto Interior Bruto Producción industrial

1929 1932 1929 1932 Austria 100 80 100 62 Francia 100 86 100 74 Alemania 100 77 100 61 Japón 100 101 100 - Gran Bretaña 100 95 100 89 Italia 100 98 100 86 Holanda 100 93 100 84 España 100 97 100 84 Estados Unidos 100 73 100 62

Porcentaje de reducción de la exportación en los países agrarios, 1928/29-1932/33

Porcentaje

Chile Más del 80 por 100

China Entre 75 al 80 por 100

Bolivia, Cuba, Malasia, Perú, El Salvador Entre 70 al 75 por 100

Argentina, Canadá, Ceylán, Indias Holandesas, Estonia, Guatemala, India, Irlanda, Letonia, México, Tailandia. Entre 65 al 70 por 100

Brasil, República Dominicana, Egipto, Grecia, Haiti, Hungría, Holanda, Nicaragua, Nigeria, Polonia, Yugoslavia Entre 60 al 65 por 100

Dinamarca, Ecuador, Honduras, Nueva Zelanda Entre 55 al 60 por 100

Australia, Bulgaria, Colombia, Costa Rica, Finlandia, Panamá, Paraguay Entre 50 al 55 por100

Noruega, Persia, Portugal, Rumania Entre 45 al 50 por 100

Litunia, Filipinas, Turquía, Venezuela Entre 30 al 45 por 100

Indices de producción industrial en Alemania, 1932-1937 (1928 = 100)

Indice general Bienes de inversión Bienes de consumo

1932 59 35 78 1933 66 45 83 1934 83 75 85 1935 96 102 91 1936 107 117 98 1937 117 128 103 1938 125 140 107 1939 133 152 113

La expansión económica desde el mínimo de 1932 a 1939 constituye un período de 7 años de cre-cimiento ininterrumpido. El principal país europeo que no pudo gozar de ella fue España, inmersa en una destructiva guerra civil desde 1936 a 1939. Precisamente, sobre suelo español se pondrán a prueba las nuevas armas desarrolladas por el ejército alemán, que serán decisivas para el temprano éxito militar nazi en toda Europa.

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Mientras la economía mundial sufría el único período de involución después de las guerras napo-leónicas (los años de entreguerras son los únicos en los que el comercio internacional casi se estanca, a causa de la evolución extremadamente negativa de los años treinta), las vicisitudes de los principales paí-ses europeos presentan diferencias notables, también por causa del modo distinto de reaccionar frente a la crisis y a la diferente intensidad de la preparación bélica, que después llevaría a la segunda guerra mun-dial. El dramatismo de los acontecimientos que hicieron caer a Europa en un nuevo período de violencia, sólo superado gracias a la intervención determinante de Estados Unidos, merece un análisis detallado, pa-ra valopa-rar cuáles fueron las fases cruciales que llevaron a Alemania a la dictadupa-ra hitleriana, a Italia a la alianza con Hitler, y a Frantree una recuperación casi «normal», que sin embargo se mostró insuficiente para que pudiese resistir el ataque alemán sin la determinante ayuda americana.

Keynes, en uno de sus ensayos, puso el título exacto a lo que estaba ocurriendo en el mundo eco-nómico: era el fin del laissez-faire, el fin de una teoría económica según la cual los mercados se ajustaban por sí mismos. Con la recesión se comprobó que esto no ocurría, o al menos, que no ocurría con la rapi-dez prevista por la teoría. Las grandes corporaciones no podían reducir su producción, ajustándola a la de-manda, sin poner en peligro su existencia y la del propio sistema. Los mercados de trabajo no se ajustaban con la caída de los salarios sino que generaban enormes bolsas de parados y descontentos. Hacían falta mecanismos reguladores de carácter institucional, para pasar del capitalismo de libre competencia al

Referencias

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