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Construcciones psicosociales de la crisis, la adversidad y la recuperación

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Construcciones psicosociales

de la crisis, la adversidad y la

recuperación

Psychosocial constructions about crisis, adversity and recovery

• Cómo citar este artículo: Carrasco Tapias, N. (2010), “Construcciones psicosociales de la crisis, la adversidad y la recuperación”, en Revista Pensando Psicología, vol. 6, núm. 11, pp. 167-174.

Nayib Carrasco Tapias*

Considerar que la realidad no es más que todo lo dado… constituye una ideologización de la realidad que termina consagrando como natural el orden existente.

Martín Baró, 1998

* Psicóloga. Especialista en Gerencia del Desarrollo Humano. Magíster en Psicología. Investigadora. Decana de la Facultad de Psicología de la Universidad Cooperativa de Colombia, sede Medellín.

Recibido: 10 de septiembre del 2010 Aprobado: 24 de octubre del 2010 Re s u m e n

Este artículo presenta una reflexión desde el enfoque de la resiliencia en torno a la comprensión de cómo la in-certidumbre desborda nuestras capacidades de enfrentar la adversidad y las posturas asumidas con respecto a ella. En particular se aborda la importancia que poseen para la intervención psicosocial las concepciones de lo que es inesperado y las implicaciones que dichas significaciones poseen en la vida cotidiana de las personas y las estrategias para enfrentarlas; los sistemas de creencias y el sentido de coherencia se encuentran estrechamente vinculados a las construcciones de adversidad y superación de la crisis. Por otra parte, se aborda la noción de lo disruptivo como proceso que se tramita en la vida cotidiana en los diver-sos contextos psicosociales en los que operan dinámicas comunitarias y sociales. La noción de disrupción amplía la perspectiva al respecto de la adversidad, en torno a las lecturas del psiquismo colectivo y las oportunidades con respecto a su abordaje.

Palabras clave: procesos disruptivos, recursos sociales

ante la adversidad, resiliencia.

Ab s t R A c t

This paper presents a reflection from the resilience ap-proach around comprehension of how uncertainty break through our capacities to face adversity and positions taken related to it. Particulary it deals with the impor-tance these conceptions about the unexpected and the implications that such signifiers have within everyday life of people and the strategies to face them. Belief systems and coherence sense are strictly linked to constructions of adversity and crisis recovery. On the other hand, the notion of disruptive as an everyday life managed process is dealt within diverse psychosocial contexts, where communitary and social dynamics operate. Disruptive notion wides perspective about adversity around readings of collective psique and the opportunities regarding its approach.

Keywords: disruptive processes, social resources against

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A modo de introducción: el sentido

de lo adverso

El sentido y las diversas significaciones que realizamos cotidianamente de las experien-cias y procesos que nombramos como crisis y las posibilidades de recuperación parecieran ser construcciones colectivas de lo difícil, lo inesperado, amparadas en supuestos sociocul-turales, que trascienden en prácticas, hábitos y discursos sobre lo adverso. Esto ocurre en particular en el contexto de la modernidad líquida nombrada así por Bauman (2000, en Lancheros, 2005, p. 107), aludiendo con esa fluida nomenclatura a lo que se viene deno-minando posmodernidad, transmodernidad, ultra, sobre o supra modernidad, a lo que se ha llamado modernidad reflexiva o segunda modernidad. Las concepciones de lo adverso están mediadas por el influjo de discursos y prácticas posmodernas.

La psicología social, en el contexto pos-moderno, es caracterizada por rasgos defini-torios: el giro lingüístico y la importancia de la imagen defienden la fragmentariedad en el conocimiento o “caída de los grandes relatos” (Fernández, 2003, p. 181). Esta perspectiva se nutre con los aportes del construccionis-mo social, construccionis-movimiento constituido por un conjunto teórico que posee el carácter de metateoría construccionista, que se nutre de la hermenéutica, la teoría crítica, la orienta-ción dialéctica, la sociología fenomenológica y el contextualismo. Gergen (1985 en Ibáñez, 2001, p. 105) señala que estas orientaciones permiten dilucidar los procesos mediante los cuales las personas consiguen describir, expli-car o dar cuenta del mundo en que viven.

Ambas posturas teóricas nos permiten si-tuar el trasfondo conceptual en el que desa-rrollamos la reflexión en torno a los aspectos contextuales que significan la adversidad y las respuestas ante ésta, consideradas algunas de ellas como resilientes. A este respecto los estu-dios que han vinculado el contexto social, exa-minando el riesgo y la resiliencia individual

frente a situaciones sociales devastadoras, en particular la pobreza y la violencia, han exa-minado individuos que vivían en condiciones de alto riesgo, criados por familias pobres y desfavorecidas de barrios urbanos de estrato bajo, cuya situación se complicaba a menudo por la drogadicción, la enfermedad mental, la delincuencia y los hechos de violencia (Gar-mezy, 1991 en Walsh, 2004, p. 31). Muchos de estos individuos evidenciaban haber logra-do con coraje volverse competentes e idóneos; más allá de ocasionales retrocesos y de la mul-tiplicidad de factores que obraban en contra de ellos, plasmaban su vida con gran iniciativa personal.

Es importante advertir que la resiliencia implica algo más que la mera posibilidad de sobrevivir a un suplicio horrible, atravesarlo o eludirlo. Walsh (2004, p. 27) señala que no todos los que resisten a estas situaciones son resilientes, algunos se sitúan en la condición de víctima. La resiliencia se forja cuando el in-dividuo se abre a nuevas experiencias y actúa en forma independiente con los demás. La re-siliencia entendida como la capacidad poseída por los seres humanos para superar los fenó-menos adversos se forja cuando el individuo se abre a nuevas experiencias y actúa de manera independiente con los demás. Las concepcio-nes de crisis y recuperación son construidas social y psicosocialmente; de acuerdo con Ló-pez Ibor (2003, citado en Benyakar, 2003, p. 12), las reacciones psicológicas y psicopatoló-gicas a acontecimientos catastróficos han sido descritas desde la antigüedad, pero su análisis científico en profundidad es muy reciente.

Por su propia naturaleza, las catástrofes desbordan la capacidad de adaptación y asi-milación de una colectividad y sacan a la luz deficiencias del tejido que sostiene a los gru-pos humanos. De igual forma, estos fenóme-nos son en sí mismos de difícil comprensión y capacidad de reacción, lo que nos acerca a la oportuna reflexión sobre el cómo lidiamos con la crisis, desde la esperanza, o desde la ac-ción y la oportunidad.

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La naturaleza de la

contemporaneidad: disruptiva

Ampliar la comprensión que poseemos en torno a la crisis y la recuperación es un com-promiso, en particular en las ciencias sociales y en la intervención psicosocial, pues apare-cen implicados aspectos de diversa índole, con un fuerte arraigo cultural. A este respec-to es importante aproximarse a las nociones psicosociales de la adversidad, identificadas entre otros aspectos por lo que Walsh (2004, p. 81) denomina sistemas de creencias. Éstos se construyen socialmente, abarcando, en lí-neas generales, valores, convicciones, actitu-des, tendencias y supuestos que se unen para formar un conjunto de premisas básicas que desencadenan reacciones emocionales y de-terminan cursos de acción de los sujetos y los grupos. Walsh (2004, p. 93) agrega que las personas experimentan ciertas características comunes no sólo porque han vivido sucesos similares, sino también porque conceptuali-zan e interpretan sus implicaciones de manera similar. De esta forma, desarrollamos nuestras identidades en el marco de nuestras familias, profesiones y comunidades según los sistemas de creencias, los cuales guiarán el modo como se enfrente dicha adversidad.

Aquí es importante encontrar las pistas al respecto de cuáles son los procesos que in-tegran dichas creencias tanto en los órdenes individuales como colectivos. A este respecto anota Walsh (2004) que es tal el arraigo que éstas poseen a la cultura y al entorno social que es muy difícil identificarlas y analizarlas, por ello proponemos la revisión de la experiencia adversa a través de las formas de afrontarla y los sistemas de creencias como bordes de di-chas situaciones. En nuestro contexto dichos esquemas están mediados por dinámicas so-ciohistóricas ancladas en expresiones de la violencia sociopolítica; por ejemplo, ser o no considerados víctimas o victimarios establece de antemano sistemas de creencias en torno a ello.

Es necesario introducir la noción de dis-rupción la cual, ambientada por Benyakar (2003, p. 22) a partir de la influencia de la glo-balización, sea cual fuere su signo y sus efectos no deseados, provoca distorsiones profundas en los escenarios de la vida cotidiana tanto que ni siquiera alcanzamos a vislumbrarlas, mucho menos a comprenderlas.

En Colombia en particular, se generan entornos disruptivos considerados como co-tidianos en los que confluyen la presencia pa-ramilitar, militar y terrorista (Benyakar, 2003, p. 23), lo que genera: 1) un ambiente de ame-nazas difusas; 2) tener como origen acciones intencionales del hombre; 3) transformarse en un estado de vida permanente. Esta nueva condición es nombrada en las sociedades ac-tuales por Benyakar (2003, p. 23) como

entor-no disruptivo.

La naturaleza de la contemporaneidad es entonces disruptiva, ya que en la conocida “sociedad del riesgo” de Ulrich Beck la incer-tidumbre es también un asunto de la moder-nidad líquida.

De acuerdo con Benyakar (2003, p. 24), lo disruptivo será todo evento con la capaci-dad potencial de irrumpir en el psiquismo, y producir reacciones que alteren la capacidad integradora y de elaboración. El potencial pa-togénico de las situaciones y entornos disrup-tivos es enorme si, cuando los hechos así lo permiten, no se actúa convenientemente an-tes, durante y después de los acontecimientos. Es imprescindible aquí señalar la legitimidad del enfoque de intervención que está basado no sólo en la asistencia social, sino también en la prevención y superación desde la resilien-cia, para ante la incertidumbre y la disrupción presentes en la sociedad contemporánea ad-vertir formas de afrontamiento y superación individuales y colectivas lo suficientemente abarcadoras.

La relación entre las construcciones psico-sociales de disrupción, recuperación y la re-siliencia son procesos mediados socialmente por las concepciones de crisis, vulnerabilidad

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y victimización. Dichas mediaciones se en-cuentran amparadas desde los supuestos del construccionismo social en el criterio de reali-dad, y adquieren su significado sólo en el con-texto de las relaciones humanas actualmente vigentes. Esta discusión la asume Ibáñez (2001, p. 107) en torno al mito de la realidad

como independiente, declarando que la realidad

no existe independientemente de nosotros, o lo que es lo mismo, que sólo hay en ella lo que nosotros ponemos. Lo que “somos” so-cial, biológica y físicamente constriñe decisi-vamente el modo como podemos construir la

realidad, pero, desde luego, es innegable que

ésta no viene dada sino que la creamos. En tal sentido, la experiencia adversa cons-truida por los sujetos en muchos contextos de la realidad colombiana está inmersa en la violencia, en una perspectiva más amplia que el fenómeno de la agresión, que en teoría se entiende como todo acto al que se aplique una dosis de fuerza excesiva. La agresión, en cam-bio, sólo sería una forma de violencia: aquella que aplica la fuerza contra alguien de mane-ra intencional, es decir, la acción mediante la cual se pretende causar daño a otra persona (Martín-Baró, 1983, p. 359).

Por otra parte, en las maneras de enfrentar la adversidad colectivamente aparecen mani-festaciones que ya no sólo se vinculan con las vivencias individuales sino también con sen-timientos colectivos como el miedo o la tensa calma.

Tanto en el ámbito de lo público colectivo como en el privado surgen formas de enfren-tar la experiencia adversa. Se agencian desde nuestra perspectiva la organización de los sistemas de creencias comunitarias en torno a la adversidad y, como tal, una estrategia de transformación de ésta, que será en última instancia una posibilidad creadora que brinda la resiliencia. Estas formas de colocación po-seen un amparo de igual manera psicosocial.

Los sujetos y las comunidades organizan sus creencias de manera tal que les permitan comprender y transformar su realidad.

Configurar nuestras nociones sobre violen-cia y convivenviolen-cia y las formas como les damos sentido está adscrito a nuestros sistemas de creencias, valoraciones, entre otros.

El sentido de coherencia es definido por Walsh (2004, p. 94) como una orientación glo-bal que ve la vida como algo razonable, mane-jable y significativo. Éste implica confianza en la capacidad de esclarecer la naturaleza de los problemas, de manera tal que éstos parezcan ordenados, previsibles y explicables. Además, propicia formas de adaptación saludables a los sucesos inesperados que ocasionan transfor-maciones sociales. El humor puede resultar beneficioso (Wuerffel, De Frain y Stinnett, 1990 en Walsh, 2004, p. 109) cuando señala los aspectos incongruentes de una situación angustiante, las cosas incoherentes, extrava-gantes, tontas o ilógicas que suceden.

De igual manera, las creencias espirituales están presentes en las manifestaciones resi-lientes de las personas. Suárez (2006 en Grot-berg, 2006, p. 276) plantea que esto no implica practicar una religión específica, sino que se relaciona con las condiciones de una sociedad que valora las expresiones espirituales que trascienden las diferencias de la denominación en sí. Según Vanistendael (2000 en Grotberg, 2006, p. 277) la espiritualidad es un realismo que busca una comprensión más profunda de la vida y nos permite aceptar la tragedia co-mo una prueba o desafío. Ésta se aproxima al concepto de esperanza realista nombrado por Losel (1994 en Grotberg, 2006, p. 279). Estas aproximaciones suponen acercarse a las ma-neras como los individuos comprendemos la adversidad y sus significaciones.

Resiliencia: dar sentido de coherencia

a la adversidad

Hemos planteado la presencia de lo adverso como expresión de la realidad contemporánea. De igual manera, expresamos la necesidad de su comprensión y sentido como posibilidad transformadora, y en ésta, el compromiso de las ciencias sociales y la psicología de situar la

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intervención psicosocial, desde enfoques am-parados no sólo en la asistencia, propuestos además en la oportunidad y la superación.

Se nos plantea la noción de resiliencia co-mo proceso, pues permite la comprensión de la interacción dinámica entre múltiples factores de riesgo y de protección. Esta idea descarta definitivamente la concepción de re-siliencia como atributo personal e incorpora el pensamiento de que la adaptación positiva no sólo es tarea del niño, sino que la familia, la escuela, la comunidad, y la sociedad deben proveer recursos para que pueda desarrollarse plenamente (Infante, 2002 en Melillo, 2002, p. 84). Las diferencias entre entender la res-iliencia como proceso o como un atributo de personalidad son dos: una es que la ego-resi-liencia no se desarrolla sino que es inherente a algunos seres humanos; la otra es que no re-quiere la presencia de la adversidad, aspecto central en su definición.

“Lidiamos con la crisis y la adversidad dan-do sentidan-do a nuestra experiencia: relacionán-dola con nuestro mundo social, con nuestras creencias culturales y religiosas, con nuestro pasado multigeneracional y con nuestras es-peranzas y sueños respecto al futuro” (Walsh, 2004, p. 81). Esta afirmación nos conduce ne-cesariamente a la revisión de formas de sub-jetividad social, por las cuales se atraviesa la realidad y la experiencia humana y por tanto sus lecturas del dolor, la crisis y la adversidad. La construcción de la experiencia adversa está entonces mediatizada tanto por las represen-taciones sociales como por nuestros sistemas de creencias; como sugiere Taggart (1994 en Walsh, 2004, p. 81), nuestras creencias esen-ciales, ya sean seculares o sagradas, nos anclan en la inmensidad vertiginosa de eso tan des-conocido que llamamos realidad. Las lecturas de la adversidad, es claro, están mediadas por las que hacemos de la realidad; como observa Galende (1997 en Melillo, 2004, p. 116):

[…] la adversidad misma, como situaciones críti-cas que se imponen al individuo, es productora de esa integración como condición de subjetividad

resiliente, es decir productora en el sujeto de nuevos significados y valores que surgen en la experiencia y determinan un sentido posterior para el sujeto concreto: “luego que me pasó eso… Aprendí”. Ese aprender es en sí mismo un cono-cimiento y un nuevo recurso integrado al cuer-po, a la mente y a la acción sociocomunitaria del individuo.

De igual manera, así como los sistemas de creencias definen el sentido y significación que damos a la adversidad, se construyen y evolucionan a su vez en un proceso continuo a través de transacciones con otros significa-tivos y con el mundo en general (Anderson y Goolishian, 1988; Gergen, 1989; Hoffman, 1990 en Walsh, 2004, p. 82).

Como lo señala Wright (citado en Walsh, 2004, p. 82):

Las personas experimentan ciertas características comunes no sólo porque han experimentado su-cesos similares sino también porque conceptua-lizan e interpretan las implicaciones de dichos sucesos de manera similar. Gracias a la vida en común y el encuentro, nuestras creencias respec-tivas influyen entre sí. Desarrollamos nuestras identidades en el marco de nuestras familias, profesiones y comunidades según los sistemas de creencias que compartimos y no compartimos con los otros.

De acuerdo con esto, la organización y configuración de la experiencia adversa y su interpretación es construida en comuni-dad. Este sentido es transmitido a partir de los relatos y, en tal orden, la narración es útil para la transferencia de las creencias cultura-les y familiares que guían las expectativas y acciones personales. Los relatos no son sólo discursivos, también son las manifestaciones culturales (danza, fiestas, rituales); en nuestro contexto somos quizás muy ricos en relatos. Es importante indagar por algunos de estos que en contextos con manifestaciones adver-sas dan sentido y coherencia a la experiencia. Así, las comunidades han construido sus lec-turas, significaciones y formas de organizar la adversidad, comprenderla y asumirla. En este sentido, es importante consultar en el tejido

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social las expresiones de tradiciones, manifes-taciones, entre otras.

Joan Laird (1989, citado en Walsh, 2004, p. 85) remarca que gracias a la elaboración de relatos llegamos a conocernos a nosotros mismos y construimos identidades coheren-tes a fin de otorgar sentido al contexto social más amplio y a nuestra conexión con él. Del mismo modo, Susan Griffin (1993, citado en Walsh, 2004, p. 86) afirma que todos tene-mos una profunda necesidad de mantenernos vinculados con la sociedad en general y con nuestra propia historia, lo que nos recuerda la importancia que posee el trabajo en torno a los procesos de identidad cultural. Los relatos tienen una importancia particular a la hora de actuar ante la crisis y la adversidad, pues ellos, como lo subraya Bertram Cohler (1991, citado en Walsh, 2004, p. 86), aportan la co-herencia narrativa para comprender los suce-sos disruptivos. Construimos, organizamos y sintetizamos nuestras experiencias.

La adversidad y la angustia que la acom-paña se convierten en tensiones y principios organizadores de un relato de vida y de un sis-tema de creencias coherentes. Bruner (1986, citado en Walsh, 2004, p. 86) agrega que bien sea una catástrofe natural, una tragedia per-sonal o un prolongado período de penurias, la fatalidad genera una crisis de significado y una ruptura potencial de la integridad perso-nal. Esa tensión da lugar a la construcción o reorganización de nuestra historia de vida y nuestras creencias. Al respecto, Walsh (2004, p. 89) destaca que a la hora de conferir un sen-tido a la adversidad se extiende un valor aso-ciativo que adquieren las experiencias cuando son significadas a través de la comunidad, “to-dos los conceptos del yo y las construcciones del mundo son en lo fundamental el producto de las relaciones, y una vida significativa se sostiene mejor en la interdependencia”. Más adelante abordaremos lo relacionado con el sentido de comunidad y la necesidad indivi-dual del intercambio grupal y comunitario.

La crisis aparece entonces como un asunto compartido (Walsh, 2004, p. 90): los familiares

significativos y las relaciones comunitarias son fuente de ayuda en tiempos difíciles. La en-trega a la asociación y la colaboración aumen-ta nuestras posibilidades de superar desafíos abrumadores. Los valores asociativos están dados por aspectos como la confianza mutua, la comunicación y la construcción compartida de las experiencias críticas. Estos hechos se cifran como ya lo hemos señalado en el modo como se interpreta la crisis, la cual a su vez está mediatizada por la cultura.

Además, las percepciones de un hecho ac-tual se entrecruzan con los legados de expe-riencias previas (Carter y McGoldrick, 1998, citado en Walsh, 2004, p. 89). Las situaciones traumáticas del pasado, sobre todo una crisis en el mismo punto nodal ocurrida en el ciclo vital una generación atrás, cargan de apre-hensiones el momento actual, y de ese modo complican la adaptación (Walsh, 2004, p. 92). Las familias y comunidades alcanzan manejos eficaces de la adversidad pasada que son sus-ceptibles de ilustrar modelos positivos aplica-bles a situaciones nuevas.

Así como los aspectos del contexto están relacionados con las construcciones y signifi-caciones de la adversidad, el concepto de sen-tido de coherencia elaborado por Antonovsky (1987, citado en Walsh, 2004, p. 95) es un modelo para la comprensión del surgimien-to de la salud —un modelo salutógeno— en contraste con uno patógeno, que supone que, dada la índole generadora de estrés del medio ambiente humano, nuestro estado “normal” es el desorden y el caos, y no la estabilidad y la homeostasis. A este argumento Antonovsky antepone la coherencia como una orientación global que ve la vida como algo razonable, manejable y significativo. Un fuerte sentido de coherencia implica confianza en la capacidad de esclarecer la naturaleza de los problemas, de manera tal que estos parezcan ordenados, previsibles y explicables; supone la posibilidad de lidiar con las exigencias poniendo en prác-tica recursos útiles, incluidos los relacionales. Nuevamente los significados en el ámbito psi-cosocial están relacionados con los contextos

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sociales cambiantes (Gergen, 1989, citado en Walsh, 2004, p. 96) que se relacionan con la construcción del sentido de coherencia.

Hasta ahora hemos construido argumentos que nos permiten significar la adversidad; co-mo se ha señalado, los aspectos relacionados con los valores asociativos y el conferir sen-tido de coherencia a la experiencia adversa definen la respuesta adaptativa o disfuncional generadora de calidad de vida y bienestar. Sin embargo, es imperioso agregar la evaluación del evento, la vivencia de la angustia y la recu-peración como relacionadas con la construc-ción de dichas significaciones. Walsh (2004, p. 96) señala que nuestra estimación de un suceso estresante y los recursos disponibles para afrontar el desafío tienen gran influencia sobre nuestra respuesta (Lazarus y Folkman, 1984, citado en Walsh, 2004, p. 96).

Los sucesos estresantes de la vida afligen en mayor medida a las personas cuando sienten que ejercen poco control sobre ellos o cuando plantean una gran amenaza a su autocom-prensión actual y el sentido de la vida (Cohler, 1987, citado en Walsh, 2004). Nuevamente la consideración de un suceso como un proble-ma y la proble-manera de proble-manejar la angustia que provoca varían de acuerdo con las diferentes normas familiares y culturales.

Dado el peso de las significaciones que le confiere el contexto a la interpretación de los sucesos estresantes y las posibilidades que és-tas aportan en los procesos de recuperación, es indispensable adentrarse en rasgos resilientes desde la construcción relacional de la supera-ción de la adversidad.

Desde otras perspectivas teóricas, algunos autores conceden lecturas a la adversidad. Gampel (2002, citado en Melillo, 2004, p. 64) define el dolor social como “el padecer que se origina en las relaciones humanas como con-junto”. Plantea la existencia en el sujeto de un sustrato de seguridad, derivado de una base emocional equilibrada, posibilitada por un marco familiar y estable. Melillo (2004, p. 64) amplía esta idea señalando que la violencia

fractura la continuidad existencial, haciendo que lo conocido se vuelva no familiar (o si-niestro) y provoca una sensación de amenaza o trauma que genera en el sujeto otra estruc-tura que la autora denomina “sustrato de lo siniestro”. Alrededor de este concepto Melillo establece diferencias entre el contacto con una agresión social terrible, y el que se tiene con la agresión existencial que “trabaja y nos trabaja dentro de cada uno de nosotros”. En el ca-so de los ca-sometidos a una violencia brutal, el “sustrato de lo siniestro” no puede asimilarse o integrarse dentro de la estructura de segu-ridad existente hasta entonces; sin embargo, existencialmente el orden de la pobreza, la exclusión o la desocupación produce un fe-nómeno de aceptación imposible y de coexis-tencia de ambos sustratos. De esta forma, lo siniestro convive con la seguridad, y la perso-na se ve forzada a soportar un mundo y un yo escindido que le permite negar lo no familiar para sostener la continuación de su existencia o simplemente sobrevivir, manteniendo a raya el trauma. Ésta es una vía expedita para entrar al territorio de la resiliencia.

Si bien el concepto de resiliencia ha sido para algunos autores como la elasticidad, en-tendida como recuperar la capacidad de so-breponerse a lo adverso, Melillo (2004, p. 24) nada de eso mantiene desde su perspectiva; la resiliencia no supone nunca un retorno ad

in-tegrum a un estado anterior a la ocurrencia del

trauma o la situación de adversidad: ya nada es lo mismo. Se enuncian como pilares de la resiliencia: autoestima consistente, indepen-dencia, capacidad de relacionarse, sentido del humor, moralidad, creatividad, iniciativa y ca-pacidad de sentido crítico.

A modo de reflexión final

Los anteriores argumentos han fortalecido nuestros referentes alrededor de las construc-ciones de la adversidad, en especial los recursos sociales y la presencia de otros que aumentan las fortalezas de los individuos. Esto nos acer-ca acer-cada vez más a dichas construcciones y a

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las posibilidades de crecimiento psicológico que emergen de ellas. Melillo (2004, p. 68) afirma que la resiliencia se teje: no hay que buscarla sólo en la interioridad de la perso-na o en su entorno, sino entre los dos, porque anuda constantemente un proceso íntimo con la sociedad.

Esta última reflexión nos conduce a la bús-queda de conclusiones en torno a la resiliencia y sus relaciones con los entornos sociales, por ello apoyamos los planteamientos de Rava-zzola (2001, citado en Melillo, 2001, p. 92) quien nombra las resiliencias relacionales. Se-gún este enfoque, no obstante las adversida-des sufridas por una persona, una familia, una comunidad, ésta tiene potenciales capacidades para desarrollarse y alcanzar niveles aceptables de salud y bienestar. Esas habilidades permi-ten tolerar, manejar y aliviar las consecuencias psicológicas, fisiológicas, conductuales y so-ciales provenientes de experiencias traumá-ticas, sin una mayor desviación del curso del desarrollo, con la compresión adecuada de las experiencias y sus subsecuentes reacciones. Esta autora señala como experiencias adver-sas más frecuentes e importantes aquellas que implican carencias, abusos, sobreprotección, descalificación, negligencia, e ineficiencia pa-rental y de quienes lideran grupos sociales; también los son aquellas que exponen al in-dividuo a las adversidades sociales sin apoyo, como son la oferta masiva del consumismo, la exposición y pertenencia a culturas de evasión y transgresión, la disminución de oportunida-des de participación. Éstas están mediadas en nuestro contexto por la naturalización que se hace de ellas. Así, nuestras prácticas cotidia-nas no advierten las manifestaciones de la ad-versidad y terminan siendo relegadas a hechos cotidianos a los que no les confieren sentido de coherencia para su comprensión.

Finalmente, entender la adversidad im-plica asumir la posibilidad de una recupe-ración que genere crecimiento psicológico y

posibilidades de bienestar. Ello supone la ela-boración coherente de sus sentidos. En nues-tro contexto, los eventos disruptivos superan muchas veces la capacidad de comprensión de los sujetos y las comunidades; conferir sentido y abordar la crisis es un proceso psicosocial, que resulta obstaculizado por la victimización de los sujetos, y la consolidación de prejuicios hacia las víctimas de la violencia social, todos incluidos permanentemente en contexto de guerra o vulnerabilidad.

Ocultar la adversidad, la crisis, es una op-ción que nos relega, ya que no permite sobre-vivir y aprender de ella como sujetos activos. Es necesario no sólo enfrentarla, sino también comprender, anteponer recursos, aprender y transferir esa experiencia hacia la prevención y la promoción de la salud.

Referencias

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Referencias

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