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Todos los derechos reservados

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Academic year: 2021

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—Tomé un tubo de metal que tenía

en el closet y salí; le pedí a Lorena,

mi esposa, que asegurara la puerta

y que no la abriera hasta que yo

regresara, pero no me dejó ir solo.

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Sábado 30 de marzo del 2019.

—Efectivamente, comandante. Confirmo el 990, es ella…

—¡¿Estás segura?! —inquirió Ávila. —Todavía no encontramos todas las partes del cuerpo, pero… sí.

—¡Qué!, ¿¡cómo que todas las partes?! —La masacraron, señor; la mutilaron. —al pronunciar esto, Alicia, sintió como si acabara de tragar un puño de tierra; la garganta se le secó y, por unos segundos, le fue imposible respirar y pasar saliva.

—¡Chingado, Alicia! ¡¿Dígame de una buena vez qué pinches hallaron?! —Una de las secretarias que en ese momento entraba a la oficina con papeles en mano, dio media

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vuelta y salió, cerrando tras de sí la puerta. Ávila tenía el rostro encendido y le gritaba al altavoz del teléfono mientras azotaba la palma en el escritorio.

—Es que... —A pesar de que se esforzaba, Alicia, no lograba hilar las palabras. Nunca había participado en el levantamiento de un cuerpo; no en las condiciones que encontraron ese, el de su amiga.

—¡Alicia!, ¿sigue ahí? ¿¡Me escucha!? —La subcomandante tomó aire con esfuerzos, y después de pasar saliva respondió:

—Sí, lo escucho. Se trata de María del Rosario Santillana, Señor. Los restos que reportó el pescador corresponden a ella, solo que en el área del reporte hallamos únicamente el torso, eso fue lo que el

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pescador vio —Ávila no hizo comentarios— . El resto del cuerpo estaba disperso por la zona, en todas direcciones. Quien lo hizo mutiló las cuatro extremidades y también le cercenó la cabeza, acabamos de encontrarla. —Fonseca, uno de los peritos de la comisaría, dejó por un momento sus labores de campo y volteó a verla: Alicia se limpiaba las lágrimas mientras alzaba el acordonado y se alejaba de la zona del hallazgo, con la cabeza agachada y la figura encogida. A pesar de ello, continuó con el informe telefónico de camino a la patrulla—. Hasta el momento hemos recuperado: el torso, la pelvis, ambas piernas, una de ellas partida en dos a la altura de la rodilla, y el brazo derecho. Aún no localizamos el izquierdo. —Ávila guardó silencio y echó la cabeza para atrás llevando al límite el respaldo del sillón que crujió en

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protesta—. Debo decirle algo más

—agregó—, las extremidades estaban clavadas en troncos, a varios metros del suelo. Si no hubiéramos traído a los perros…, la fauna de la zona habría dado cuenta de ellas y… tendríamos para entregarle a la familia solo lo recuperado en el lago —se le quebró la voz.

—Las extremidades… ¿con qué las clavaron?

—Con clavos simples, de los que se usan en construcción. Ya los retiramos para realizarles las pruebas de rutina.

El auricular revelaba que la respiración de Ávila iba en aumento.

—¿Alguna idea de quién lo hizo?

—No. Estamos tomando huellas y buscando más evidencias. —Llegó a la patrulla y se recargó en el cofre. La sensación

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de ardor en el pecho contrastaba con la quietud del lugar, con los frondosos árboles y con el canto de las aves, y con la brisa, que en otras circunstancias seguramente la habría revitalizado. Un par de oficiales pasaron frente a ella llevando de los extremos una caja de plástico con los retazos de ambas piernas dentro.

—Chingada Madre, Alicia, lo que nos faltaba. —retomó el comandante entre una mezcla de lamento y enojo—. No sé qué era mejor: que estuviera en carácter de desaparecida o… esto —suspiró—. ¿Ya avisaron a los familiares?

—Nosotros no, pero uno de los cuervos de la funeraria se enteró y sabe quién es la occisa, alguien chivateó, alguien de la corporación. Deje que me entere quién fue y

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me haré cargo. Lo más seguro es que para estas horas los Santillana Solís ya lo sepan. —¡Chingao!

—Probablemente también la prensa, nos estamos apurando para que cuando lleguen encuentren un carajo.

—Se lo encargo, ¡eso se lo encargo mucho, Alicia! Y… una cosa más…

—Ordene, Comandante.

—¡Encuentren el brazo que falta!, si los reporteros llegan antes van a hacer un pinche carnaval, y eso a nadie del Ayuntamiento le va a gustar ¿entendido?

—En eso estamos, Señor. Antes de colgar, Ávila preguntó:

—¿Dijo que las extremidades estaban clavadas en árboles?

—Así es, en diferentes árboles; a decenas de metros de distancia unos de otros.

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—Y qué con la cabeza y el torso, ¿también estaban clavados en troncos? —No. El torso al igual que la pelvis estaba a las orillas del lago, sobre las piedras, junto al bolso y a otras pertenencias de Rosario, el pescador lo vio cuando sacaba del agua su lancha. La cabeza… —tartamudeó y con esfuerzos repuso—: La cabeza estaba encajada en una estaca, en los terrenos de la reserva.

—¿¡Qué!? —Alicia tuvo que alejarse el auricular—. ¡Nosotros no entramos hasta allá, está fuera de nuestra jurisdicción! ¡No tenías a qué ir a la reserva, Alicia! ¡Y menos a traer una pinche cabeza!

—Por favor, Comandante. Rosario era mi amiga.

Ávila drenó la rabieta mentando madres y, aunque la puerta de su oficina era gruesa, lo

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mismo que el ventanal de espejo con el que contaba; las mentadas llegaban con total nitidez hasta la puerta principal de la comisaría.

—Entiendo por qué lo hiciste; solo digo que no fue correcto, ¿¡estamos!? Sabes cómo son las cosas con los estatales desde que me salí, también con los municipales de Ucareo y Jacuarillo que ya me traen de los huevos, si nos apendejamos nos van a cargar todos sus pinches muertitos… y ya con los nuestros tenemos. —pausó, y agregó después—: Escúchame, Alicia, en el reporte oficial dirás que la cabeza de la occisa estaba en los límites de la comunidad del Rodeo, a la altura de la huerta. Hasta ahí llegamos nosotros — suspiró al tiempo que se propinaba un leve masaje en el pecho—. ¿Entendido?

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—Y sé que no necesito decírtelo, pero… más vale. —Echó el peso para delante y el respaldo del sillón resonó en alivio—. Ponte de acuerdo con la cuadrilla que levantó los restos para que a ningún pendejo se le vaya a ir la lengua chueca.

—10-4. —Bien.

—Por último… —agregó apenada— …me gustaría pedirle que firme el acta del hallazgo antes de que salga del turno, para que el trámite entre de inmediato al ministerio público, así agilizaríamos el reconocimiento del… —iba a decir cuerpo, pero corrigió—: …de los restos, para que la familia les dé sepultura lo antes posible. —Sin problema. La espero en mi oficina; solo no pierda el tiempo.

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—Ya casi salgo para allá, me están informando que han encontrado el brazo faltante; espero a que el forense termine de colocar cada uno de los dientes en el contenedor que corresponde y tomo camino. —¿Los dientes…?

—Así es. —Valiéndose de la manga de la chaqueta se limpió la nariz—. Le sacaron todos los dientes; Fonseca dice que por las marcas en el esmalte tuvo que ser con unas pinzas. Probablemente estaba viva cuando lo hicieron. —El comandante volvió a golpear el escritorio, esta vez con tal fuerza que el azote llegó hasta ella a través de la bocina. Por más que lo intentó, Alicia, ya no pudo contener el llanto. Entre jadeos y moqueos la subcomandante agregó—: ¡También los hijos de perra le cortaron la lengua y le sacaron los ojos!

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