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Hace más de cinco años dijo usted que el objetivo que se había trazado cuando vino a Tenerife se había cumplido con creces. Cuál tiene ahora?

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Academic year: 2021

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Ilerdense de nacimiento y pamplonés de formación, se instaló en  Tenerife en el año 1996 con una misión muy clara: montar el Servicio de Cirugía Cardiaca de Hospiten, hospital privado en el que viene trabajando desde entonces.

 Antes no sólo fue jefe del Servicio de Cirugía Cardio - vascular y Torácica de la Clínica

Universitaria de Navarra, sino también profesor titular de esta asignatura en la Universidad de Navarra.

–Hace más de cinco años dijo usted que el objetivo que se había trazado cuando vino a Tenerife se había cumplido con creces. ¿Cuál tiene ahora?

 

  –Bueno, pues seguir manteniendo el ritmo del servicio en Tenerife, aunque no sólo operamos pacientes de esta Isla, sino también de toda la Comunidad. Este sería el reto a nivel asistencial, y en el ámbito profesional, llevar adelante todos los proyectos médicos que se puedan ir

produciendo.

–¿Cuántas operaciones puede hacer usted en un día?

–Suelen ser entre dos y tres, una media de siete horas diarias.

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–Ser un cirujano de prestigio como usted, ¿depende del trabajo, de la dedicación, de la inteligencia, de la suerte...?

–Pues yo creo que un poco de todo. La formación de un especialista médico comienza realmente en el bachillerato, porque para entrar en las facultades de Medicina se están exigiendo unas notas medias superiores al 8. Yo, además, quise estudiar en Pamplona y en aquel entonces tenían números clausus muy altos, que sólo permitían entrar a 60 ó 70 alumnos por año, cuando en realidad se presentaban 700 ú 800 personas. Y luego, además, para elegir la especialidad de cirugía cardiaca tienes que tener buenas notas.

–¿Tuvo claro desde el principio que quería ser cirujano cardiaco?

–No, realmente yo estudié Medicina para hacer Psiquiatría, porque era lo que me gustaba. Pero la modalidad que funcionaba en mi facultad era aquella en la que existía la figura de un preceptor que te llevaba una especie de tutoría muy a rajatabla. Incluso había días que comías en su casa. Y al final, como mi tutor era el jefe de Cirugía Cardiaca, pues acabé haciendo esa especialidad.

–Realizó usted en 2002 el primer implante en España de aorta de cerdo a un humano. Su paciente fue un hombre que entonces tenía 72 años y era natural de La Palma. Por curiosidad, ¿sabe algo de él y de cómo se encuentra?

–Bueno, hará un par de años que no sé de él, pero tiempo después de operarlo sé que se encontraba muy bien y que hacía vida normal.

–¿Suele establecerse un vínculo afectivo o amistoso entre médico y paciente?

–Vemos a tantos, que es difícil. En cualquier caso, yo intento no hacerlo, porque si uno pierde la objetividad del médico y se convierte en amigo, cuesta tomar determinadas decisiones. De hecho, uno de los problemas lo tenemos los médicos cuando nos convertimos en pacientes. Somos los peores, porque en vez de ir a la consulta del especialista, lo paramos por los

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la marcha. Y así, al final, lo que pasa es que las cosas no se hacen bien.

–¿Traslada esa postura también al ámbito familiar?

–La verdad es que no me he visto en la situación de tener que operar a un familiar, y no me gustaría hacerlo.

–Sabemos que el cerdo es el animal más compatible con el hombre, pero ¿existen otros animales cuya compatibilidad con el humano permita usar parte de sus órganos para implantarlos en hombres y mujeres?

–Bueno, además de la del cerdo, también se utilizan válvulas de caballo o de ternera. Lo que ha pasado en la cirugía cardiaca en concreto es que los pacientes son cada vez de mayor edad y suelen llegar a tener muchos años en un buen estado de salud. Lo que estamos haciendo es buscar modelos que nos permitan resolver problemas con una mínima agresión. Esa mínima agresión puede ser, en el caso de los implantes de válvulas, por ejemplo, hacer que los tiempos en que esté el corazón parado sean los mínimos posibles. La que he puesto hoy [por el pasado 10 de marzo] me ha llevado ocho minutos. Hace diez años me habría costado una hora.

–Durante muchos años hablar de una operación a corazón abierto imprimía miedo entre los pacientes. ¿La situación era realmente para preocuparse o se mitificó un poco?

–Creo que se mitificó un poco, aunque también es cierto que el volumen de cirugía cardiaca era escaso. Hay que pensar que hoy se opera en el mundo a un millón de personas, una cifra considerable. Lo que ocurría antes es que la operación era el último recurso para el paciente y los resultados no eran tan buenos como pueden ser ahora. La mortalidad global en cirugía cardiaca de un país está en torno al 6%, pero en ese porcentaje metemos todo, desde el señor que viene de su casa con una intervención programada, hasta el que entra a vida o muerte.

–En ese sentido, los cirujanos y otros médicos también han tenido que hacer de psicólogos para comunicar correctamente al paciente qué tiene y qué tratamiento debe seguir. ¿Falta

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psicología en la medicina aún?

–No, no creo que haga falta tanta psicología; lo que hace falta es tiempo para hacerlo. En España, los médicos adolecemos de no comunicar al paciente y a la familia qué es lo que vamos a hacer y los riesgos que puede correr el paciente. Y también, y hay que decirlo, la cultura médica de los españoles no es muy elevada; es decir, cuando le vas a contar a un paciente lo que le vas a hacer, la mayoría de las veces no te entiende. Por ejemplo, confunde válvulas con by pass o cosas así. Pero bueno, eso no lo debe resolver el paciente, sino el médico, que debe adaptarse al nivel.

–El principal problema de los trasplantes, no sólo el de corazón, ha sido el rechazo. Se habla ahora de fabricar órganos en laboratorios para evitar ese problema. ¿Está muy lejos esta realidad?

–Sí, yo creo que está lejos.

–¿5, 10, 15 años, tal vez?

–Yo creo que un poco más.

–¿Podría ser el futuro del trasplante cardiaco?

–Bueno, quizá para el cardiaco no, pero para otros, sí. Lo que se intenta es fabricar órganos que genéticamente sean iguales que los del paciente al que queremos trasplantar. En el caso del riñón, por ejemplo, sí podemos hacerlo, porque tenemos la diálisis y el tiempo suficiente, pero en el caso del corazón, un paciente no puede estar equis tiempo esperando por el órgano, porque termina por morir. El futuro irá hacia el corazón artificial. Y ése es un problema de investigación y de mucho dinero, así de claro. Un ejemplo: el coste real de fabricación de una válvula de cerdo puede estar en torno a los 400 ó 500 euros, pero su precio en el mercado es de 4.000, ya que en esa cifra se paga la investigación que se ha hecho para llegar hasta ahí.

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–¿Dónde se situaría España en el ámbito de la investigación internacional?

–Pues yo diría que prácticamente en cero. Se trata de una investigación de la industria médica y, fundamentalmente, el principal país en este campo hoy por hoy es Estados Unidos, que es el que lleva la delantera en todo eso.

–¿Existe cierta carrera entre los cirujanos y otros médicos por ser el primero en realizar una intervención o en descubrir algún avance médico?

–Claramente.

–¿Esa carrera tiene riesgos?

–Sin duda. No obstante, es positiva en el sentido de que cuando alguien está motivado por hacer las cosas bien, generalmente lo hará; lo contrario es perjudicial para el paciente. Sin embargo, a veces se pueden cometer errores porque pueden aplicarse métodos para los que igual deberíamos esperar más tiempo. Eso ocurre en cirugía y en todo el ámbito de la

medicina.

–Una curiosidad, doctor Llorens, ¿usted tiene aseguradas sus manos?

–No.

–Pero es una parte fundamental de su cuerpo para el desarrollo de su trabajo. ¿Es quizá más bien una cuestión de cultura estadounidense?

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–Si pensara hacerlo con alguna parte de su cuerpo, ¿cuál sería?

–El cerebro (risas), que es lo que más me preocupa. En relación con lo que me decía de las manos, es cierto que antes solía ir en moto y dejé de hacerlo por el riesgo de accidente. Un compañero mío se cayó, se dañó las manos, y estuvo casi dos meses sin poder operar, porque las tenía quemadas.

–No obstante, las nuevas tecnologías aplicadas a la cirugía dan como resultado, por ejemplo, los quirófanos robotizados, que se pueden manejar con una especie de joystick. ¿Importan menos los conocimientos médicos hoy día y más el equipo técnico con el que se cuente?

–No, en absoluto. La tecnología es una ayuda, nos permite hacer cosas de forma más rápido. Por ejemplo, la tecnología de la imagen nos ha ayudado muchísimo, pero el conocimiento médico sigue siendo esencial. En cualquier caso, es curioso, porque a las nuevas

generaciones les preocupa más la tecnología que los conocimientos básicos médicos. Es decir, a un médico de hace 50 años posiblemente no se le escaparía una neumonía a base de

fonendo y de hablar con el paciente y un residente médico de ahora no tiene ni idea de

diagnosticar una neumonía como no sea con una radiografía y, si me apuran, hasta necesitaría un escáner.

–Decía hace poco el jefe del Servicio de Neurocirugía del Hospital Universitario de Canarias, Víctor García, que se opera con la cabeza, no con las manos...

–Claro, aunque es cierto que se necesita cierta agilidad y eso no lo tiene todo el mundo.

–Porque no será la mismo operar con 40 que con 70 años, ¿no?

–Bueno, pero lo importante es el cerebro, no las manos.

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–¿Cuál cree que será la próxima novedad o técnica que se aplique en cirugía cardiaca?

–Yo creo que lo que ha revolucionado la cirugía en los dos últimos años es todo el asunto de las válvulas. Los pacientes valvulares son los que han crecido fundamentalmente en los últimos diez años, porque ha crecido también la esperanza de vida. Han aparecido, además, nuevas patologías que antes no existían, y nos encontramos con ellas y con gente de 80 años o más. El método tradicional, el de a corazón abierto, no tiene futuro.

–Si el corazón está formado también por células, como cualquier otro órgano, ¿por qué no oímos hablar de cáncer de corazón?

–Bueno, sí hay cáncer de corazón, de las células musculares, y se llama sarcoma, pero es verdad que es poco frecuente. Existen tumores benignos, los mixomas, y también hay metástasis, pero poco comunes.

–¿Podríamos decir entonces que el corazón en un órgano poco cancerígeno?

–Sí, es así.

–Usted ha defendido la sanidad privada y la ha situado al mismo nivel de calidad que la pública, pero lo cierto es que, en general, cuando tenemos algo grave acudimos a los

hospitales públicos, aunque tuviéramos dinero para pagarnos la privada, ya que se entiende que en los primeros la investigación está más avanzada. ¿Cuál es su posición?

–Yo no defiendo especialmente la sanidad pública ni la privada. No hay diferencias entre una y otra; de hecho, los médicos estudiamos todos en el mismo sitio, y muchos médicos que se dedican a la sanidad pública, por las tardes tienen su consulta privada, y no creo que

practiquen una medicina distinta por la mañana que por la tarde. Hombre, las clínicas privadas de hace 50 años servían para dar a luz y operaciones menores, pero ahora tienen el mismo nivel de competencia que un hospital público.

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–Ya, pero la sanidad privada hay que pagarla.

–Y la sanidad pública también hay que pagarla, no es gratuita.

–Claro, a través de la Seguridad Social, pero no cuestan lo mismo una y otra.

–En España cada vez hay más compañías aseguradores y más gente que tiene un seguro privado. Y en España las aseguradoras son baratas, en

comparación con otros países. En cualquier caso, el nivel de la sanidad privada española en los últimos 25 años ha cambiado radicalmente. En el caso de la cirugía cardiaca, diría que un 20 ó 25% de las intervenciones se hace en centros privados.

–¿Y eso es así por derivaciones desde la sanidad pública, como de hecho ocurre, o porque en la privada se han establecido mejores servicios de este tipo?

–Por ambas causas.

–Hace algunos años hubo una polémica en el Servicio de Cirugía Cardiaca del HUC por la denuncia de alta mortalidad, que alcanzó durante algunos años el 10%. Pasado el tiempo, ¿qué análisis y opinión tiene usted al respecto?

–La información que llegó a los medios de comunicación, que es a la que yo tuve acceso, no me dio una conclusión clara. ¿Por qué? Pues porque digamos que se desglosó la actividad quirúrgica en apartados: valvulares, coronarios, mixtos... y al no darse un dato general de toda la cirugía podía ocurrir que en uno de los apartados murieran dos pacientes de un total de 30, con lo que el porcentaje llegaba casi al 7%, mientras que en otros apartados no moría ninguno. Yo creo que la auditoría y el análisis no se hicieron bien. Si te enseño mis datos de mortalidad, puede que en dos meses no tenga ningún muerto, pero igual en los siguientes dos meses tengo tres. En definitiva, yo no saqué ninguna conclusión. Pienso que el del HUC es un servicio que funciona normal, como en el resto del país.

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–¿El prestigio de un cirujano como usted va asociado a una baja mortalidad?

–Me imagino.

–Decía antes que tenía sus propias estadísticas sobre sus intervenciones. ¿Y cómo están?

–Bien.

–¿En qué porcentaje se sitúa?

–A ver, la gente habla de mortalidad absoluta, pero a veces los periodistas meten la pata. Le explico: hubo un follón muy gordo en el Estado de Nueva York hace algunos años, porque el periódico The New York Times tenía por costumbre publicar las estadísticas de cirugía cardiaca de todos los hospitales del Estado. El primer año que lo hicieron se organizó un revuelo

importante, ya que hubo hospitales con una mortalidad del 8%, mientras otros sólo tuvieron el 2%. ¿Qué pasaba? Pues que los del mayor porcentaje aceptaban todos los enfermos

cardiacos que les llegaban y otros eran mucho más selectivos. Eso pagó un precio, y lo que se hizo a partir de ese momento fue hablar de mortalidad ajustada al riesgo. Es decir, no es lo mismo el señor que ingresa de forma programada para una operación que otro que llega por urgencias en ambulancia y se debate entre la vida y la muerte.

–Y su porcentaje de mortalidad ajustada al riesgo, ¿cuál es? ¿cómo está?

–Bien.

–¿Bien qué es? ¿Lo puede decir?

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preocupa. Si la mortalidad se disparara, lógicamente nos reuniríamos para analizar los casos.

–¿Hay que estar hecho de una materia especial para enfrentarse al hecho de que un paciente se le muera en la mesa de operaciones?

–No sólo la primera vez se pasa mal, sino la segunda, la tercera y todas. No duermes ese día y le sigues dando vueltas. Es algo que yo no he sido capaz de superar.

–¿Cuál diría usted que es el órgano humano de mayor complejidad en su funcionamiento?

–Sin duda, el cerebro, pero no sólo es complejo sino el más desconocido.

–¿Y el más fuerte y menos delicado?

–Pues quizá el intestino, si se le puede considerar un órgano de forma estricta.

–Imagine que mañana se levanta por la mañana y coge un periódico para estar al tanto de la actualidad. ¿Qué descubrimiento médico le gustaría poder leer?

–Pues que se hubiera descubierto el mecanismo por el cual las células en un momento determinado se reproducen de forma anómala, es decir, me gustaría que se descubriera el origen del cáncer. Y por otro lado, que los neurocirujanos fueran capaces de tratar los edemas cerebrales o los traumatismos craneales. Si alguien tiene ahora un accidente de tráfico y se da un golpe fuerte en la cabeza que le produce un edema cerebral y no sufre ningún otro daño, uno podría morir. Eso ocurre porque el cerebro está metido dentro de una caja, que es el hueso, y si se empieza a hinchar por el golpe se enclava al hueso y muere. Esa situación que parece tan fácil no la sabemos solucionar aún, ni quirúrgica ni médicamente. La cantidad de gente que muere por ese motivo es brutal.

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–¿Echa de menos la docencia?

–Sí, mucho.

–¿Y no podría retomar esta labor aquí?

–Bueno, ahora tenemos algunos residentes que vienen de forma puntual por Hospiten. Pero yo en la Universidad de Navarra, que es privada, era el profesor titular. Al irme, dejé de serlo, como ocurre en las universidades de Estados Unidos o de Inglaterra. Y la Universidad española está como está, con lo que no puedo dedicarme a la docencia aquí.

 

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