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LA FANTASÍA Y SUS CONSECUENCIAS EN «LA DESHEREDADA»

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LA FANTASÍA Y SUS CONSECUENCIAS EN «LA DESHEREDADA»

La fantasía juega un papel importante por no decir esencia- lísimo en La desheredada. Estructuralmente, la imaginación exaltada de Isidora Rufete es análoga a la de don Quijote en cuanto al desdoblamiento interior, tan primorosamente estudia­

do por Gullón: «En ambos casos el mundo real, el mundo se­

gún es, constrasta con el universo ficticio en que el protagonista se mueve. Por los ambientes cotidianos y entre personajes "corno nosotros” ...cruza el héroe, absorto en su delirio, sin que nadie logre alejarlo de su incesante invención de otra realidad».' Pero la protagonista galdosiana no es la única soñadora; ella también se muestra como vehículo de contagio transmitiendo su estado, casi esquizofrénico, a su padrino, a su hermano, y a otros per­

sonajes que la rodean. El mundo de los sueños, imaginario y falso, es la clave de todos los problemas sociales, políticos y psi­

cológicos que Galdós ataca en esta novela. Para su estudio he escogido una serie de elementos que aparecen en la obra al am­

paro de la fantasía o como resultado de la misma.

El autor sitúa la novela en una época de vertiginosos cam­

bios políticos y sociales. Esta confusión se refleja en el pueblo y en cada uno de los personajes como representantes y miem­

bros del pueblo, según la técnica tan galdosiana de señalar el paralelismo entre la historia nacional y la vida particular de sus 1 Ricardo Gullón, «Desdoblamiento interior en La desheredada», Insula, núms. 300-301 (nov.-dic., 1971), pág. 9.

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personajes. Sobre todo en la segunda parte de la novela, hay una concisa explicación de los acontecimientos y cambios de go­

bierno que repercuten en la realidad social, en contraste con la no aceptación que se manifiesta en aquellos personajes que reac­

cionan mediante la huida a un mundo ficticio.

Galdós presenta también en La desheredada una pobre es­

tampa de ciertos ambientes que existen como resultado directo o indirecto de la miseria física y espiritual del país. La novela comienza exponiendo una visión deprimente del manicomio de Leganés. El lector ya no sólo percibe una impresión un tanto deplorable por el caso de Tomás Rufete, sino que esta impresión se va acentuando y engrosando al imaginar la triste situación de los huérfanos, la tenebrosa fábrica de sogas, y el ambiente insalubre de los barrios más bajos de Madrid. Se nota aquí una inclinación naturalista a observar la realidad en sus aspectos más sórdidos, acaso por considerarlos más apremiantes y dignos de correctivo. Describe minuciosamente la miseria y el marasmo en que España se encuentra sumida, debido a la ineptitud y situa­

ción caótica del gobierno y a la debilidad de un pueblo que en vez de atacar los males, los incrementa. Por otra parte, la des­

cripción del manicomio es un dibujo simbólico, preciso y vago al mismo tiempo, de calidad romántica y contenido social. Según Casalduero: «La locura de Rufete tiene una amplitud y resonan­

cia de indudable carácter simbólico: el alejamiento de la reali­

dad de los españoles hace que su historia y su sociedad no tengan sentido ni dirección».2

Haciendo un análisis del origen esencial de la fantasía, irrea­

lidad y otras formas semejantes que los personajes utilizan como recurso para desviarse de la realidad existente, se llega a la conclusión de que el aparentar es el factor esencial y originario de este mundo de ficción que se presenta como una capa que trata de ocultar la situación real. La fantasía sirve en La deshe­

redada como una forma de evadir la realidad trágica; es como el no querer dar la cara ante lo que sucede. Los personajes 2 Joaquín Casalduero, Vida y obra de Galdós (Madrid, Gredos, 1970), pág. 79.

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hacen tal esfuerzo para evadirse que su mundo ficticio adquiere realidad en sus vidas. Ellos le dan vida a la ficción, creando de esta manera una curiosa realidad subjetiva, agudamente señalada por Gullón: «La protagonista, Isidora, tiene una imaginación extraordinaria y es un buen ejemplo del tipo de personas que abordan la realidad al modo que Freud llama fictio»?

En este proceso de evasión intervienen tres elementos im­

portantes que justifican en cierto modo la fantasía de Isidora Rufete: la psicología del personaje, la fe, y la esperanza. La psicología de Isidora ha sufrido desde su infancia un tremendo desvío que después produce resultados catastróficos. Desde su niñez ha sido condicionada por influencias externas, su vida real y el sueño en que la han sumergido Tomás Rufete, el canónigo, y las lecturas folletinescas a que es tan aficionada. Su psicología ha sido totalmente desencauzada de todo lo verídico y objetivo;

en su lugar se le ha suplantado una idea falsa, la convicción de que es algo que no es, y de lo que vive presa. Este condiciona­

miento al que Isidora ha estado expuesta le lleva a una imposi­

bilidad psicológica de desecharlo; es como una necesidad, el ali­

mento de su vida, y aunque ficticio, es realidad para ella. El medio ambiente en que se ha desarrollado, y los consejos de su tío, le han llevado a darle vida a su fantasía y a ser víctima de su propio sueño. El mismo Galdós declara que la cabeza de Isidora solamente es adecuada para imaginar y que carece en absoluto de todo control: «Tenía juntamente con el don de ima­

ginar fuerte, la propiedad de extremar sus impresiones, recar­

gándolas a veces hasta lo sumo... era molestada de frecuentes y penosos insomnios, que a veces la hacían pasar de claro en claro las noches. La causa de esto parecía ser como una sed de su espíritu, que se fomentaba, sin aplacarse, de audaces pre­

visiones de lo futuro, de un perpetuo imaginar hechos que pa­

sarían, que tendrían que pasar, que no podían menos de tomar su puesto en las infalibles series de la realidad. Era una segun- * 3 Ricardo Gullón, Galdós novelista moderno (Madrid, Tauros, 1960), pág. 180.

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da vida encajada en la vida fisiológica y que se desarrollaba po­

tente, construida por la imaginación...».4

Otro factor que ayuda a la víctima a acentuar sus sueños, que más bien se convierte en fanatismo, es la fe en su empresa.

Ella está totalmente convencida de lo que cree; no existe duda ni vacilación, sino por el contrario tiene una creencia fanática en la realidad de su sueño. Esta creencia, esta fe y convicción son los móviles de arranque que la impulsan a afirmarse en su qui­

mera, y a pesar de los grandes contratiempos y dificultades que se le presentan, ella no ceja en su empeño; al contrario, les da vida y a su vez los vive en su imaginación. Montesinos ha dado una interpretación muy apropiada sobre este punto: «La fe que mantiene toda esta máquina nerviosa, valiéndose de ella para subsistir, es como el fundamento de su vida misma... como la de don Quijote, no la fe que mueve montañas, sino la fe que mantiene la existencia dentro de una ilusión».5

El mejor ejemplo de su convicción se halla en la visita a la marquesa de Aransis. Cuando ésta le interroga sobre su falsa identidad, sobre si cree ser la hija de Virginia, la protagonista responde con cegadora evidencia: «¡Oh, que si lo creo!... Si no lo creyera, no viviría», (pág. 219). Este proceso de afincamiento en su idea, como si no pudiese existir sin ella, aparece casi hasta el final de la novela, cuando en su celda grita enloquecida: «Soy noble, soy noble. No me quitaréis mi nobleza, porque es mi esen­

cia, y yo no puedo ser sin ella...» (pág. 440).

La realidad de su vida ha quedado reducida a la evasión absoluta de la misma, porque ella detesta que la realidad sea tan cruel y desconsoladora. No soporta la idea de abandonar su sueño porque, a fin de cuentas, es más halagüeño que la realidad que le espera.

La fe insustancial e infundada de Isidora le conducen a dar un paso más, le conduce a la esperanza, a la espera de la con­

4 Benito Pérez Galdós, La desheredada (Madrid, Alianza, 1970), págs. 38 y 59. En adelante todas las citas de esta novela serán tomadas de la misma edición, y las páginas se indicarán entre paréntesis.

5 José F. Montesinos, Galdós, II (Madrid, Castalia, 1969), pág. 5.

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secución final de su dorado sueño. Debido a esta esperanza Isi­

dora hace las mayores peripecias, no se deja aconsejar de nada ni de nadie; la lógica, su vida desastrosa, marginada y mísera, no son obstáculos suficientes para que desista. Por su esperanza derrocha el dinero, empeña objetos, pierde todo tipo de escrú­

pulos, y al final se da a la prostitución.

Toda su persona, sus gustos, belleza y ambiciones están pues­

tas en la esperanza de ser marquesa; todo su ser vive en pers­

pectiva del objeto deseado. Isidora desarrolla una especie de snobismo muy curioso, unos gustos refinados y exquisitos que ella no había conocido y a los cuales no había estado expuesta.

La esperanza constituye el factor más importante de la evasión, ya que es la recompensa que Isidora piensa recibir y a la cual ha dedicado toda su vida.

El mundo de la fantasía es tan poderoso e intenso que ad­

quiere existencia, o mejor dicho, la fantasía se presenta como realidad. Isidora, como don Quijote, tiene dos personalidades evidentes, la de soñadora y la real. La de soñadora es la que se mantiene latente a lo largo de la novela casi hasta el final, cuando la realidad se impone. Sin embargo, el lector concibe a la protagonista más como soñadora que como real. Al final pa­

rece un personaje nuevo; todo cambia en ella, su lenguaje, su nobleza quedan destruidos con su sueño. Se presenta entonces como un personaje vulgar y chabacano, mientras que en su sue­

ño todavía conservaba unas cualidades de refinamiento y delica­

deza que, aunque postizas, le garantizaban la simpatía del lec­

tor. Pero la realidad se impone por encima de todo; la misma Isidora es consciente del cambio: «Yo misma conozco que soy otra, porque cuando perdí la idea que me hacía ser señora, me dio tal rabia, que dije: ”Ya no necesito para nada la dignidad ni la vergüenza”... Por una idea se hace una persona decente y por otra roía idea se encanalla», (pág. 465).

La fantasía en La desheredada se presenta también como cobijo de la vida picaresca en una sociedad sumergida en la corrupción y el anarquismo. Montesinos sospecha que el autor ha intuido la posibilidad de una novela neopicaresca: «Galdós estaba demasiado cerca de su pueblo para no comprender que

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desde los antiguos picarescos hasta nuestros días había surgido un nuevo fermento de picarismo, el rencor social... apareado con la rebeldía sin causa, la ambición sin fundamento, la pura envidia, creaba inadaptados —e inadaptables— muy dados a to­

das las confusiones».6

Parece ser que la razón del picarismo en esta novela no es otra que la producida por el rencor social; hermanado con el castizo anarquismo, son las causas que llevan a Mariano Rufete

—'Picaro— a sus mal intencionadas acciones que terminan en un peligro social. El picarismo de este degenerado epiléptico se manifiesta en deseos de notoriedad y riqueza; siente envidia y rencor, y tergiversa el significado de justicia a su antojo. Maria­

no se pregunta: «¿Por qué razón el señorito Melchor sombrero de copa y él no; por qué motivo el señorito Melchor vestía bien y él andaba de blusa; por qué causa el señorito Melchor comía en los cafés...?» (pág. 334). Son las mismas preguntas que el propio Melchor se había hecho en el capítulo 8 de la primera parte, aludiendo a otros holgazanes.

El enfoque y la envidia de Pecado se muestran en lo mate­

rial, pero su moral no se altera, es decir que la moral le trae sin cuidado. Nunca se le pasa por la imaginación la posibilidad de llevar una vida honesta y clara, sino que por el contrario, cada vez se encuentra más metido en su rencor y ansias de revancha social. Las picardías aumentan en grado, terminando en intentos de regicidio. Su justificación es que no existe la justicia y que él, según su hermana, se merecía mucho más.

Pero Isidora y Mariano no son los únicos personajes reacios a tomar o percibir la realidad como tal. Ilusorios, a su manera, son también don José de Relimpio, Joaquín del Pez, y Melchor.

Don José cree a pies juntillas en el sueño efímero de Isidora y se sueña paladín justiciero de su ahijada; ante la imposibilidad de sus sueños, sucumbe al tónico de la bebida para evadir la realidad que desde un principio presiente mas no logra reme­

diar. Joaquín, elevado por su dejadez de ánimo y carencia de 6 Ibid., pág. 11.

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vigor moral, también basa su vida en vanas quimeras, no sa­

bemos a veces cuál es su actitud o sus ideas, no sabemos hasta qué punto vive la realidad, la fantasía, o no vive nada, sino que como aturdido se deja llevar por el viento que más sopla. Se siente noble y la idea de trabajar nunca le asalta; prefiere en­

tregarse desvergonzadamente a vivir de la infeliz Isidora. Por otra parte, al casarse con una americana rica demuestra que sus miras para el futuro son bastante «reales». Melchor, el niño mimado de los Relimpio, sueña a lo Sancho Panza; su afán ma­

terialista no lo ve compensado en el trabajo tampoco, a no ser que éste sea fácil y más de ingenio o trampas que de real es­

fuerzo.

Sólo aparecen con los pies debidamente en el pavimento Encarnación la Sanguijuelera, quien a su modo tosco percibe y hasta se aprovecha de la realidad; Augusto Miquis, en su afán de lograr la combinación perfecta para ayudar a Isidora; Emilia Relimpio, que se cura de sus humos inciales resignándose a un matrimonio convencional pero seguro y tranquilo; y en cierta forma Juan Bou por sus pretenciones personales, pero ¿se podrá negar que su idea de una sociedad igualitaria sea también un sueño?

Soñadores fueron por último —¿de buena o mala fe?— To­

más Rufete y el quijotesco canónigo (que por algo se llama Quijano-Quijada). Su sueño les impido ver en la lejanía lo fu­

nesto de su chanza, llamémoslo así, que no parece haber elemen­

tos para imputarles malicia. La trágica equivocación de Isidora es haber dado demasiada importancia a esa chanza y a la no­

bleza de sangre que suponía. Ese engaño sirve de eje sobre el cual giran las dos novelas, es decir, la escrita por Galdós y el otro novelón que Isidora cree estar viviendo.

DAVID TORRES West Virginia University.

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