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Literatura 2.- El Romanticismo. Marco histórico y cultural. Características de la poesía y el teatro. Autores y obras más importantes

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Marco histórico

En 1808, la invasión francesa acaba con el reinado de Carlos IV e inaugura un siglo de convulsiones sociales y políticas, en el que se agudiza el enfrentamiento entre liberales y reaccionarios.

Tras la Guerra de la Independencia, la Constitución de Cádiz (1812) y la vuelta de Fernando VII (1814) marcan el inicio de un periodo de vaivenes políticos, que reflejan el carácter irreconciliable de las dos ideologías enfrentadas. La abolición de la Constitución da paso al Sexenio absolutista (1814-1820), tras el que vendrá el breve paréntesis del Trienio Liberal (1820-1823), época de gran exaltación revolucionaria, que acabará con la intervención francesa. Los últimos años del reinado de Fernando VII constituyen la llamada Década ominosa, en la que la suspensión de la Constitución y la dura represión dan lugar a una situación de inseguridad y de miedo, que llevará al exilio a las minorías liberales e ilustradas. En 1833, la muerte de Fernando VII abre un largo periodo de alternancia en el gobierno de liberales y conservadores, durante la regencia de María Cristina y el reinado de Isabel II, al tiempo que se inician las sangrientas guerras carlistas y se suceden los pronunciamientos e intentos revolucionarios, que desembocarán en la Revolución del 68, que derrocó a Isabel II.

El movimiento romántico

El Romanticismo es un movimiento sincero y vitalista que refleja la exaltación social y política del momento, al tiempo que influye en las costumbres y en la actitud ante la vida, con lo que se produce una compenetración entre la vida y la literatura: se ponen de moda los ambientes y las costumbres románticas, incluso la del suicidio.

El Romanticismo se presenta como un movimiento de rebeldía contra el orden social establecido, contra la “realidad presente”, burguesa, materialista y pragmática, aunque da lugar a dos actitudes opuestas, en consonancia con las dos corrientes ideológicas enfrentadas.

Por un lado, encontramos un Romanticismo tradicionalista, de carácter conservador e incluso reaccionario, que reivindica las glorias del pasado, encarnadas en el espíritu caballeresco de la Edad Media, en la monarquía absoluta y en la religión tradicional, ideas que se sintetizan en la expresión “Dios, Patria y Rey”. Por otro lado, tenemos el Romanticismo radical, impregnado por el liberalismo y las ideas revolucionarias, que se enfrenta al tradicionalismo, aparatoso y exaltado en la expresión de los sentimientos. Estos planteamientos llevan al romántico exaltado a la desesperación y al fracaso, frente a un mundo insolidario y caótico con el que choca inexorablemente.

Se pueden distinguir tres momentos en la evolución del Romanticismo español:

Un periodo de transición, hasta 1833, en que las ideas clasicistas del siglo anterior conviven con signos que anticipan un cambio de sensibilidad. España se convierte en un país romántico, cuyos paisajes y costumbres son admirados por los viajeros europeos, al tiempo que la literatura española del Siglo de Oro, y en especial el teatro, se convierten en fuente de inspiración para los prerrománticos y románticos alemanes y franceses, que ven en ella un modelo de invención y fantasía y, en definitiva, de romanticismo. A propósito del teatro barroco, en el interior surgen polémicas entre partidarios y detractores del movimiento romántico, que, aunque de una forma teórica, dan a conocer los planteamientos de la nueva ideología.

El Romanticismo. Marco histórico y cultural.

Características de la poesía y el teatro.

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Un periodo de plenitud, breve e intenso, que se inicia con la vuelta de los exiliados en 1833: el Romanticismo se extiende como una fiebre imparable que sacude la sociedad, aunque se templa sólo unos años después, hacia 1845, de una manera tan rápida e inesperada como había venido.

Transición al Realismo, hasta 1868, periodo en el que el gusto romántico por el “color local” y la observación de las costumbres pintorescas da paso paulatinamente a una literatura despojada de lo exótico y fantástico, que pretende reflejar la realidad contemporánea.

Características de la literatura romántica

La literatura romántica traduce de forma muy nítida la actitud ante el mundo y los sentimientos de los románticos. En la poesía, y también en el resto de géneros, se aprecian las siguientes características:

- La defensa de la libertad está en la base de la ideología romántica: se defiende la libertad individual, con el predominio de los sentimientos y pasiones sobre la razón. Se trata de una liberación en todos los órdenes, que se opone a las normas sociales y morales y a los preceptos de la literatura anterior.

- Domina el “egocentrismo”, la exaltación del “yo” frente al entorno, que no se concibe como una realidad objetiva, sino que se presenta como una visión irracional, tamizada por la imaginación, la fantasía y el estado de ánimo: lo que existe no es la realidad externa, sino las pasiones y sentimientos que suscita en el poeta el mundo que le rodea.

- La visión personal del mundo lleva a un individualismo exacerbado, que da lugar a sentimientos puros y nobles, utopías inalcanzables, que pretenden transformar el mundo, aunque este idealismo choca con la realidad que el romántico vive.

- El choque con la realidad provoca la huida del entorno, de la realidad contemporánea, en tres posibles dimensiones: en el espacio, hacia una geografía lejana y exótica, en la que el romántico vive personalmente sus experiencias o sitúa los asuntos de sus obras literarias (Grecia, Oriente, América); en el tiempo, la imaginación viaja al pasado, especialmente a la Edad Media, época legendaria y romántica; y también hacia el interior de sí mismo, para refugiarse en los sueños, en la soledad, en un ambiente propicio a la fantasía: la noche, la naturaleza, las ruinas, los cementerios. En los tres casos, el resultado puede ser la desesperación, el fracaso e incluso la muerte de unas vidas frenéticas y fugaces, que, al sentirse incomprendidas por el entorno próximo, se consumen determinadas por un destino fatídico.

- El romántico busca la identificación con la naturaleza, animada, sentimental, proyección de su estado de ánimo. Se trata de una naturaleza virgen, exuberante, solitaria, casi siempre nocturna, que se presenta como un escenario unas veces melancólico, presidido por la luna, la niebla y las ruinas; otras, aparatoso y tétrico, con tormentas, cementerios, apariciones fantasmales y otros detalles macabros.

- Exaltación del nacionalismo, del sentimiento patriótico y del “color local” frente a lo extranjero: descripción de paisajes y tipos pintorescos, conservación de las costumbres nacionales y locales, defensa de la lengua propia, valoración de la cultura tradicional de las leyendas, cuentos y romances populares. Estos nacionalismos exaltan las peculiaridades de las regiones y, al mismo tiempo, el sentimiento de pertenencia a una patria común, que dará lugar al nacimiento de nuevas naciones europeas como Alemania o Italia.

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La poesía romántica

En la poesía romántica cabe advertir una doble tonalidad, dentro de una misma sensibilidad romántica, que se corresponde con las dos vertientes políticas y sociológicas del Romanticismo español mencionadas anteriormente:

Por un lado, encontramos una poesía exaltada, radical y revolucionaria en el contenido y en la forma. En ella predomina el gusto por lo extraordinario, lo aparatoso y extravagante; refleja ambientes tétricos, nocturnos o sepulcrales; se recrea en tipos estrafalarios, marginales o fantasmagóricos; y utiliza un lenguaje desbordado, grandilocuente y sonoro. Su mejor exponente es José de Espronceda, cuya poesía no es más que el reflejo de una vida apasionada, tormentosa, romántica.

Por otro lado, tenemos una poesía intimista, de tintes melancólicos, expresión de los distintos estados del alma, en la que el gusto por lo exótico, lo fantástico y lo legendario está tamizado por un tono contenido, delicadamente lírico. A este romanticismo depurado e intimista pertenecen dos románticos tardíos, que viven en la segunda mitad del siglo XIX, en pleno Realismo: Bécquer y Rosalía.

José de Espronceda nació en Almendralejo en 1808 y murió en Madrid en 1842. Es uno de los personajes más representativos del Romanticismo español, por su obra y por su azarosa vida: su frenética lucha personal y política a favor de la libertad y la justicia lo llevó a la cárcel y al exilio (donde se impregnó de los ideales liberales) en más de una ocasión. Su vida sentimental, apasionada y tormentosa, gira en torno a Teresa Mancha, con la que mantuvo una relación tortuosa y que murió poco después de abandonarlo, dejándolo sumido en la desesperación.

Aunque cultivó todos los géneros, su vertiente poética es la más representativa de su obra. Sus mejores poemas pueden agruparse, de acuerdo a sus temas, del siguiente modo:

Sus poemas de protesta social, reflejan los problemas morales y los conflictos de conciencia que preocupaban a la sociedad de su tiempo. Aquí se incluye la “Canción del pirata”, una de sus mejores obras, que supuso una gran innovación por su variedad métrica y porque concentra todos los tópicos del paisaje romántico: la luna, la tempestad, la noche… Junto con “El Mendigo” supone una exaltación de la libertad individual. El poeta se identifica con un marginado de la sociedad, en una visión cínica del mundo desde la perspectiva del que renuncia a integrarse en una sociedad corrompida.

Poemas sobre la juventud perdida, sus poemas más íntimos y líricos. El lamento por los fugaces momentos felices de la juventud, el tema del desengaño vital y la toma de conciencia sobre el sinsentido de la vida, o el hastío vital y la rebeldía, son los motivos que conforman poemas como “A Jarifa en una orgía” o el ”Canto a Teresa”, una de las más sentidas elegías de la literatura española, escrita a raíz de la muerte de su amada, y que se incluye en una obra mayor, El diablo mundo.

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Gustavo Adolfo Bécquer nació en Sevilla en 1836. En pleno apogeo del realismo, este escritor encarna en su vida y su obra la otra cara del Romanticismo: el intimismo. Vivió en Madrid y en Toledo, y sus diversas ocupaciones (censor, editor, periodista) no le sacaron de las estrecheces económicas. Su vida sentimental fue un doloroso contraste entre su concepción idealizada del amor y de la mujer, y su realidad prosaica. Amó a Elisa Guillén en su juventud, mujer que probablemente le inspiró las Rimas, y de 1861 a 1868 estuvo casado con Casta Esteban. Tuberculoso desde joven, la enfermedad se lo llevó en 1870, con 34 años.

Su obra en prosa es abundante y variada, aunque oscurecida por su lírica: artículos periodísticos, cartas literarias (Cartas desde mi celda, Cartas literarias a una mujer) y descripciones artístico-costumbristas (Los templos de España). Destacan sus Leyendas, una colección de relatos breves en los que domina lo fantástico, lo misterioso y sobrenatural, lo nocturno y también lo pintoresco de las costumbres. Todas son bellísimos ejemplos de poesía en prosa, en un tiempo en que triunfa el realismo, la objetividad y el prosaísmo en literatura.

Tras su muerte, sus amigos prepararon una edición de su breve obra poética, cuya ordenación no sigue criterios cronológicos y difiere de la que hizo el propio Bécquer en el manuscrito del Libro de los gorriones. Intentaron presentar una ordenación temática que se acercara a la formación de una historia amorosa unitaria, tal como era costumbre concebir ciertas obras de carácter lírico.

Así, las Rimas suelen dividirse temáticamente en cuatro series:

Rimas I-XI, cuyo tema es la poesía y su inspiración.

Rimas XII-XXIX, que hablan sobre el típico tema romántico del amor ilusionado y esperanzado. Rimas XXX-LI, en las que el enamoramiento se ha vuelto desengaño, desilusión y pesar. Rimas LII-LXXVI, en las que se trata el dolor, la angustia y la soledad.

Es una poesía muy subjetiva, con un estilo muy sencillo pero de gran perfección formal, y con preferencia por los versos breves de rima asonante. En las Rimas se manifiesta un delicado intimismo, depurado de la exaltación y grandilocuencia típicas del Romanticismo más exaltado. Los más íntimos sentimientos y estados del alma, el amor, la mujer, la naturaleza y lo misterioso e inefable son los temas en torno a los que se construye un diálogo confidencial entre el “yo” y el “tú” poéticos.

Despreciadas por sus contemporáneos, las Rimas han ejercido una influencia decisiva en los grandes poetas del siglo XX (Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Luis Cernuda, etc.), quienes las han reconocido como una poesía pura, desnuda o esencial, que recoge los grandes temas de la lírica universal: el amor, la soledad, el dolor y la muerte.

Rosalía de Castro nació en Santiago de Compostela en 1837 y murió en La Coruña en 1885. Su vida, marcada por las desavenencias en su matrimonio y los problemas económicos, estuvo profundamente ligada a Galicia.

Su poesía presenta tres rasgos comunes con la de Bécquer: el intimismo, la presencia de la poesía popular, que en el caso de Rosalía constituye una parte importante de su obra; y el empleo de la asonancia y de una métrica original y renovada. Su originalidad reside en la sinceridad con la que expresa su malestar interior, lo que ha llevado a clasificar su poesía como existencial. Cantares galegos (en gallego) refleja de forma poética su querida tierra natal, mientras que Follas novas (también en gallego) revela una visión sombría y dolorosa de la existencia. En las orillas del Sar es su mejor poemario en castellano, en el que expresa sus conflictos internos, sus pesares y sus experiencias personales.

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El teatro romántico

Durante el primer tercio del siglo XIX hay una situación de indeterminación en el panorama teatral, en el que conviven diversas tendencias. Por un lado, sigue vigente el teatro neoclásico del siglo anterior. Varias comedias de Moratín se estrenaron ya en los comienzos del siglo XIX, entre ellas El sí de las niñas.

También tienen gran aceptación los melodramas, a imitación de los extranjeros, en los que se mezcla el retrato de las costumbres y el fin moral ejemplarizante, de gusto neoclásico, y los ingredientes sentimentales y la complejidad de la trama, de inspiración prerromántica. Por último, florece un teatro político y patriótico, que exalta las gestas de la Guerra de la Independencia o las virtudes del liberalismo frente al absolutismo.

La muerte de Fernando VII en 1833y la instauración de un régimen liberal moderado provocaron el regreso inmediato de los exiliados y el súbito triunfo de la ideología romántica que dominaba hacía tiempo en Europa. En el caso del teatro, constituyó una apoteosis aparatosa y fugaz, cuya fiebre duró una década (1835-1844) y que luego se apagó con la misma rapidez con la que había llegado.

Frente al costumbrismo contemporáneo, el tono prosaico y el fin moral del teatro neoclásico, el drama romántico refleja muy bien el afán de originalidad, la libertad creativa y el gusto por lo misterioso, fantástico y exótico, propios del movimiento romántico. El drama romántico presenta una serie de características que vienen a ser la negación de los preceptos del teatro neoclásico.

En primer lugar, se aprecia el predominio de temas históricos, pero con un tono legendario y caballeresco, en el que domina la invención y la fantasía. Hay un evidente gusto por lo nocturno, lo fantasmagórico, lo sepulcral, lo satánico, lo misterioso; por las aventuras y desafíos inverosímiles, muertes, suicidios y todo tipo de peripecias singulares; en un mundo caótico, hostil, apocalíptico. Los protagonistas, por su parte, son personajes singulares, seres humanos excepcionales, arrastrados por fuerzas irracionales que les llevan a la desesperación, el dolor y la muerte, entre alardes de gallardía y nobleza, o de cinismo e impiedad.

En el aspecto técnico, hay un claro desprecio a la regla de las unidades neoclásica. También se confunde lo trágico con lo cómico, lo serio con lo humorístico, lo noble y lo bajo, lo solemne y lo trivial, el lenguaje culto y las expresiones populares. Se retoma el verso y la polimetría, con variedad de versos y estrofas, e incluso mezcla de prosa y verso. Tampoco se aprecia un fin moralizador, como en el teatro ilustrado; son obras que solo pretenden arrebatar y conmover al espectador.

En 1835 se estrenó Don Álvaro o la fuerza del sino, considerado el primero de los grandes dramas románticos. Su autor, Ángel de Saavedra, nació en 1791 y tuvo que partir al exilio por sus ideas liberales. En 1834 regresó a España y heredó el título de Duque de Rivas. Participó en la vida política antes de su muerte en 1865.

El tema principal de la obra es, como dice su subtítulo, el destino trágico que persigue al protagonista. El complicado argumento está plagado de duelos, lances y fatalidades trágicas del destino. Don Álvaro, el protagonista, mata casualmente al padre de su amada -que representa el modo tradicional de entender la sociedad- tras intentar raptar a su amada ante la oposición de la familia de ella. En su huída a Italia y en su posterior vuelta a España, matará también a los dos hermanos que buscan venganza. Leonor es asesinada por su hermano antes de morir. Tras esto, Don Álvaro se suicida. Formalmente, es la ruptura definitiva con el teatro neoclásico, ya que viola sistemáticamente las unidades, mezcla lo trágico y lo cómico, el lenguaje elevado y el habla vulgar, etc.

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Los amantes de Teruel, de Juan Eugenio Hartzenbusch (1806-1880), también tuvo una gran acogida. El drama, escrito casi por entero en verso, desarrolla una historia tomada de la tradición y que ya había aparecido en otras obras. Como siempre, los amantes, Diego e Isabel, son amantes separados por las convenciones sociales que acaban muertos ante la imposibilidad de realizar su amor.

Mención aparte merecen los dramas de José Zorrilla (1817-1893), especialmente el famosísimo Don Juan Tenorio. Es una recreación del mito del donjuán, de Tirso (El burlador de Sevilla), tratado también por escritores como Molière, Byron o Espronceda (El estudiante de Salamanca). Pero en Zorrilla, el burlador descreído e impío, que se condenaba como justo castigo a sus crímenes para ejemplo de la sociedad, se redime y alcanza la salvación final gracias al amor verdadero que siente por doña Inés. Zorrilla lo salvó para satisfacer la sensibilidad de su tiempo.

Otros dramas románticos famosos fueron La conjuración de Venecia, de Martínez de la Rosa, o el

Macías, de Larra.

La prosa romántica

En el siglo XIX se produce el apogeo del periodismo, que contribuyó decisivamente a la difusión de la narrativa. Aparece una nueva forma de literatura publicada en periódicos: relatos, artículos de costumbres, artículos políticos, etc. La influencia de las corrientes europeas da lugar a un gran número de subgéneros narrativos.

En la novela histórica, de gran éxito en toda Europa, había una clara búsqueda de revivir épocas pasadas, producto de la frustración romántica y su deseo de evasión. Su trama recurría permanentemente al héroe ficticio que se encontraba implicado en un episodio histórico y que, finalmente, obtenía el amor de una hermosa dama, tal como ocurría en las novelas europeas, de las que se adaptó el género.

El cuadro de costumbres alcanzó su máximo esplendor durante el Romanticismo, y su difusión estuvo directamente relacionada con el auge de la prensa periódica. Era una escena en la que se detallaba el habla y las costumbres de las clases más bajas, generalmente en tono humorístico y con un fin moralizante. Se pueden apreciar diversas tendencias: el costumbrismo puro, que evidencia situaciones criticables de los pueblos de España en tono irónico; el costumbrismo satírico, una crítica mordaz, tanto moral como de las costumbres de la época; y el costumbrismo político, que refleja determinadas ideas políticas o sociales. En los dos últimos destacó especialmente Larra. En el primero, sobresalen Serafín Estébanez Calderón, con sus Escenas andaluzas, y Ramón de Mesonero Romanos, con sus Escenas matritenses.

Mariano José de Larra (1809-1837) ejerció el periodismo con un afán observador y crítico, y participó de forma activa en la vida política. Su desilusión y su pesimismo fueron en aumento hasta el punto de llegar al suicido. Su actividad literaria se amplía también al teatro (El doncel de don Enrique el Doliente) y a la novela (Macías), pero es sin duda por sus artículos por lo que su fama llega hasta nuestros días.

Los artículos de Larra siguen habitualmente el mismo esquema. Normalmente, a través del diálogo entre los personajes, se critican situaciones que estos presencian y sobre las que sacan conclusiones que coinciden con la voz del autor, que pretende moralizar e instruir para hacer avanzar y modernizar la sociedad. Merece la pena señalar el especial cuidado por el estilo de este autor, además de su afán por el uso de neologismos y de un lenguaje claro y directo que conectara rápidamente con el lector.

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ACTIVIDADES

1.- Lee el siguiente texto de Emilia Pardo Bazán y contesta a las preguntas:

No se limitaba el romanticismo a la literatura: trascendía a las costumbres. Es una de sus señas particulares haber puesto en moda ciertos detalles, ciertas fisonomías, las damiselas pálidas y con tirabuzones, los héroes desesperados y en último grado de tisis, la orgía y el cementerio. Varió totalmente el concepto que se tenía de literato: éste era por lo general, en otros tiempos, persona inofensiva, apacible, de retirado y estudioso vivir: desde el advenimiento del romanticismo se convirtió en calavera misántropo, al cual las musas atormentaban en vez de consolarle, y que ni andaba, ni comía, ni se conducía en nada como el resto del género humano, encontrándose siempre cercado de aventuras, pasiones y disgustos profundísimos y misteriosos. Y que no todo era ficticio en el tipo romántico, lo prueba la azarosa vida de Byron, el precoz hastío de Alfredo Musset, la demencia y el suicidio de Gerardo de Nerval, las singulares vicisitudes de Jorge Sand, las volcánicas pasiones y trágico fin de Larra, los desahogos y vehemencias de Espronceda. No hay vino que no se suba a la cabeza si se bebe con exceso, y la ambrosía romántica fue sobrado embriagadora para que no se trastornasen los que la gustaban en la copa divina del arte.

Emilia Pardo Bazán, La cuestión palpitante

a) ¿Qué fisonomías particulares puso de moda el romanticismo en los personajes literarios según la autora? ¿Por qué crees que fue así?

b) ¿Cómo afectó esta moda a la realidad de los autores románticos?

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3.- El siguiente fragmento pertenece a un artículo escrito por Larra en 1832. En él, Fígaro se encuentra a un conocido, Braulio, que lo invita a un banquete para celebrar su cumpleaños. La comida acabará siendo insoportable por las continuas muestras de mala educación de los asistentes. Léelo y contesta a las preguntas.

[…] El niño que a mi izquierda tenía, hacía saltar las aceitunas a un plato de magras con tomate, y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a ver claro en todo el día; y el señor gordo de mi derecha había tenido la precaución de ir dejando en el mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas, y los de las aves que había roído; el convidado de enfrente, que se preciaba de trinchador, se había encargado de hacer la autopsia de un capón, o seo gallo, que esto nunca se supo; fuese por la edad avanzada de la víctima, fuese por los ningunos conocimientos anatómicos del victimario, jamás parecieron las coyunturas. -Este capón no tiene coyunturas, exclamaba el infeliz sudando y forcejeando, más como quien cava que como quien trincha. ¡Cosa más rara! En una de las embestidas resbaló el tenedor sobre el animal como si tuviera escama, y el capón, violentamente despedido, pareció querer tomar su vuelo como en sus tiempos más felices, y se posó en el mantel tranquilamente como pudiera en un palo de un gallinero.

El susto fue general y la alarma llegó a su colmo cuando un surtidor de caldo, impulsado por el animal furioso, saltó a inundar mi limpísima camisa: levántase rápidamente a este punto el trinchador con ánimo de cazar el ave prófuga, y al precipitarse sobre ella, una botella que tiene a la derecha, con la que tropieza su brazo, abandonando su posición perpendicular, derrama un abundante caldo de Valdepeñas sobre el capón y el mantel; corre el vino, auméntase la algazara, llueve la sal sobre el vino para salvar el mantel; para salvar la mesa se ingiere por debajo de él una servilleta, una eminencia se levanta sobre el teatro de tantas ruinas. Una criada toda azorada retira el capón en el plato de su salsa; al pasar sobre mí hace una pequeña inclinación, y una lluvia maléfica de grasa desciende, como el rocío sobre los prados, a dejar eternas huellas en mi pantalón color de perla. […]

¿Hay más desgracias? ¡Santo cielo! Sí, las hay para mí, ¡infeliz! Doña Juana, la de los dientes negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio tenedor una fineza, que es indispensable aceptar y tragar; el niño se divierte en despedir a los ojos de los concurrentes los huesos disparados de las cerezas; don Leandro me hace probar el manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que conserva las indelebles señales de sus labios grasientos; mi gordo fuma ya sin cesar y me hace cañón de su chimenea; por fin, ¡oh última de las desgracias!, crece el alboroto y la conversación; roncas ya las voces, piden versos y décimas y no hay más poeta que Fígaro. -Es preciso. -Tiene usted que decir algo -claman todos.

1. ¿Qué situación se describe? ¿Qué personajes aparecen?

2. Indica todos los pasajes que muestran la mala educación de los invitados.

3. Busca ejemplos de hipérboles (exageraciones) y de comparaciones que aparecen en el texto.

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