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Quien Entiende a Los Hombres - Anna Von Rebeur

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ANA VON REBEUR

■ amái

hombres

.

SON TAN SIMPLES

QUE PARECEN

COMPLICADOS

G R U P O

E D I T O R I A L

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ANA VON REBEUR

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hombres

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G R U P O E D I T O R I A L

norma

Bogotá, Barcelona. Buenos Aires, Caracas, Guatemala, Lima, México, Panam á, Quito, San José, San Juan, San Salvador,

(4)

Rebeur, Ana von

¿Quién entiende a los hom bres? / Ana von Rebeur. - Bogotá : Grupo Editorial Norma, 2008.

208 p. : il. ; 23 cm. ISBN 978-958-45-0887-4

1. Hom bres - Aspectos psicológicos 2. Hombres - Anécdotas, chistes, sátiras, etc. 3. Relaciones de pareja 4. Relaciones interpersonales I. Tít.

305.31 cd 21 ed. Al 155254

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Angel Arango

Copyright ® 2008 de textos e ilustraciones Ana von Rebeur Copyright ® 2008 para todos los países de habla

hispana de Editorial Norm a S.A. Bogotá, Colombia www .librerianorm a.com Reservados todos los derechos.

Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier m edio, sin perm iso escrito de la Editorial.

Impreso por Editorial Buena Semilla

Agosto de 2010

Edición, Carolina Venegas Klein Diseño de cubierta, Felipe Ruiz Echeverri Diagramación, Luz Jasm ine Guecha Sabogal

cc.26024692 ISBN 978-958-45-0887-4

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CONTENIDO

Prólogo: ¿Por qué hay que entender a los hombres? Motivos por los cuales este libro es útil para cualquier mujer, así com o cualquier hom bre es inútil para cualquier mujer.

p a r t e 1: ¿Q u ién e n tie n d e a lo s h om b res? D escifra n d o s u s có d ig o s

Cap 1: ¿Quién entiende a los hombres?

Características y m anías de los hom bres que nos sacan de quicio a las mujeres, y por qué ellos lo vuelven a hacer.

Cap 2: La timidez masculina

Si siguen así de tím idos... ¿se extinguirá la especie hum ana?

Cap 3: Los hombres son aburridos

Si quieres un hom bre que te divierta, cásate con un payaso.

Cap 4: ¿Por qué los hombres no hablan?

Para que sepas por qué, si quieres una charla estim ulante, mejor búscate una amiga.

Cap 5: El pecado de ser tacaños

El peor pecado que un hom bre puede com eter es el de no querer pagar tus palomitas de maíz.

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Cap 6: ¿Por qué no saben hacer el amor? O com o convertirte en la profesora sexual

de tu hombre. 53

Cap 7: ¿Por qué siempre tienen sueño?

Los distintos motivos por los cuales ser hom bre

agota y por los cuales te bostezan en la cara. 67

Cap 8: ¿Por qué viven en el baño?

Los hom bres no tienen un lugar en su propia casa.

Las razones de tam aña injusticia. 75

Cap 9: ¿Por qué dicen que te llamarán

y no te llaman?

Los diez motivos por los cuales los hom bres

prom eten y no cumplen. 79

Cap 10: ¿Por qué te temen al compromiso?

Los once absurdos motivos por los cuales ellos no

quieren com prom eterse 89

Cap 11: ¿Para qué sirven los hombres? O grandes cualidades

de los hombres que no tienen las mujeres.

Pese a todo, son casi imprescindibles. 99

PARTE

2

:

Encontrando tu hombre. Cómo conseguir, conservar y congeniar con uno

Cap 1: Cómo y dónde encontrar al hombre de tu vida Cómo detectar si él es soltero o casado. Los sitios y las m aneras donde puedes encontrar hom bres

o no. 109

Cap 2: Encuentros de solos y solas

La verdad de lo que pasa en esos sitios donde todos van con la idea fija de encontrar con quien

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Cap 3: Diez modos de impactarlo en el primer instante Las diez cosas que hacen que un hom bre m uera de am or por una m ujer en apenas cinco minutos.

Cap 4: Dos mujeres son demasiado

Hay am igas tan bienintencionadas que ce hacen perder al am or de tu vida.

Cap 5: El arte de mentir

No es bueno ser siem pre tan sincera.

A veces m entirle a nuestra pareja es lo mejor que podem os hacer.

Cap 6: ¿Cómo sabes que él se está enamorando de ti? Los seis síntom as claros de que un hom bre quiere casarse contigo.

Cap 7: Nunca cuentes quién te gusta

Las m ujeres prefieren a los hom bres elegidos por otra.

Cap 8: El Plan C: Cuatro semanas para que él quiera

casarse contigo

Un plan infalible y breve para que él se dé cuenta de que no puede vivir sin ti.

Cap 9: Cómo seguir enamorados para siempre Recetas para tener un hom bre todo para ti y disfrutarlo todo lo que puedas.

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PRÓLOQO

¿POR QUÉ HAY QUE ENTENDER A LOS HOMBRES?

Un hom bre y una mujer se conocen, se enam oran y viven juntos por siempre. ¿Es así de simple la historia? "fal vez no.

He recorrido el m undo hablando con hom bres y mujeres en distintos idiomas, leído a miles de expertos en el tem a y en ninguna parte he encontrado respuesta a estos interrogantes:

• ¿Por qué no logras llevarte bien con tu pareja después de años de estar juntos en relativa arm onía?

• ¿Por qué luego de años de convivencia con un h om bre casi perfecto, la m ayoría de las m ujeres no son felices y se sienten solas?

• ¿Por qué la m itad de los m atrim onios acaba en divorcio? • ¿Cuál es el secreto de los m atrim onios duraderos? ¿Qué tienen

los maridos de las mujeres casadas para que ellas sigan con ellos? ¿Son distintos de los hom bres sueltos por la calle?

• ¿Por qué el m undo está lleno de mujeres preciosas, inteligentes y solas que dicen que “ya no hay hom bres”? ¿Cómo que “no hay ho m bres” si sales a la calle y te chocas con ellos?

• ¿Qué pasa que las mujeres no logran aceptar a los hom bres como son?

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Ana von Rebeur

Para buscar las respuestas, he investigado, estudiado e indagado en

best sellers que concluyeron que tengo el complejo de Wendy, el com ­

plejo de Peter Pan y el de Cenicienta; que soy una princesa que cree en ios cuentos de hadas y que am o dem asiado; que los hom bres son controladores y las mujeres com placientes; que soy una mujer que lo da todo y aun así se siente culpable; o que soy una mujer inteligente que hace elecciones tontas, entre m uchos otros conceptos.

Pero ninguno de esos libros dio respuesta a mis preguntas, que su­ pongo que son tam bién las de la gran mayoría de mujeres. Así que, luego de mucho investigar, he descubierto el secreto de ío que quieren ios hombres.

Al contrario de los libros de 300 páginas que te dicen la conclusión en la página 299, yo te diré ya m ism o qué quieren los hom bres: los hombres quieren mujeres felices.

El secreto de las parejas duraderas no es haber encontrado a una clase de hombre especial: es que ella sonríe, está contenta y no vive quejándose de todo. Y si ella es feliz, él es feliz. Así de simples son las cosas.

¿Y cóm o llega una mujer a ser feliz? Cuando aprende cóm o son los hombres.

Si sabes cómo son, dejas de esperar imposibles, dejas de pedirles actitudes que no son m asculinas y encuentras la capacidad de disfrutar lo mucho que tienen de bueno.

Si las mujeres supiéram os de antem ano qué cosas se pueden esperar de un hom bre y qué cosas no, nos ahorraríam os muchos disgustos, do­ lores de cabeza y divorcios. Y al m ism o tiem po aum entaríam os nuestro rango de hom bres elegibles y nos divertiríamos mucho más, con más novios y am antes a lo largo de toda nuestra vida. Las mujeres que se divierten son m ás felices. Al ser m ás felices, son más atractivas, y al ser atractivas atraen hom bres a m ontones. Si fueras feliz, sobrarían hombres en tu vida. Y si eres feliz, el hom bre que tienes no te dejará jamás.

Entonces, ¿por qué las m ujeres no son felices?

LAS DOS RAZONES DEL INCONFORMISMO

FEMENINO

Las mujeres no son felices porque están disgustadas con los hom bres por dos motivos básicos.

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Prólogo

El prim ero es que los hom bres no les hablan. Esto a ellas les m olesta tanto com o a ios hom bres les m olesta que ellas siem pre quieran hablar. Las mujeres piensan en voz alta y las palabras salen de sus labios com o el vapor de la olla: si no hablan, estallan. Ellos, en cambio, hablan poco, lo esencial. Y eso ellas lo sienten como incomunicación y soledad.

El segundo motivo de disgusto es que ellos no les dan crédito por los esfuerzos que hacen ellas por em bellecer la convivencia cotidiana. Ejemplos: Ella prepara una cena especial, él no viene a tiem po a la m esa y la com e fría sin decir: “Qué rico e stá ”, ni nada. Ella se viste, peina y maquilla y el sólo dice: “¿Vamos de una vez por todas?”, sin decir: “Qué linda que está s”, ni nada. Ella m antiene la casa im pecable y él no lo aprecia, com o si la casa se limpiara sola. Ser un am a de casa perfecta es una com pulsión genética que tenem os las mujeres. Así como los hom bres tienen una com pulsión genética por competir, las m ujeres están entrenadas para que el hogar sea un sitio agradable. Pero no es algo que les im porte un rábano a los hombres. Imagina que has pasado la tarde entera limpiando. Lo llamas para que vea el resultado y le pre- guntas: “¿Y? ¿Notas la diferencia?” [Error! Nunca le hagas esa pregunta a un hom bre, ni acerca de la casa, ni de tu pelo, ni de un vestido. No la notan jam ás. Y no hay hom bre en este planeta que te vaya a decir: “Ahora sí que el jardín está bonito”, “Qué bien quedaron las cortinas, am o r” o “Mi cielo, este piso está realm ente brillante, felicitaciones”. Lo único que piensa un hom bre es: “Me estoy perdiendo el partido” y “¿Ahora dónde podré pisar sin que ella me m ate por ensuciar?” Como él no la felicita, ella se enfada y él se pone mal porque no está junto a una mujer feliz. Y todo esto porque él no dijo: “¿Caramba, cómo brilla el piso y qué bien te quedan esos zapatos, mi cielo!”

¿QUÉ QUIEREN LAS MUJERES?

Ya vem os que las m ujeres quieren que les hablen y que adm iren sus esfuerzos. Pero hay otra cosa. Cuando la protección y alim enta­ ción de la prole dependía sólo del hom bre y la m ujer se qued ab a en casa pariendo hijos, no había tanto problem a, la m ujer sólo quería un hom bre que fuera un buen proveedor y listo. Nuestras abuelas soñ a­ ban con un m uchacho “bueno y trab ajad or”. No se le pedía otra cosa a un hom bre. “B ueno” significaba que no te golpeaba ni te era infiel,

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Ana von Rebeur

“trabajador” significaba que nunca te iba a faltar ropa, techo y comida, ni a ti ni a tus hijos.

Ahora que las m ujeres tam bién trabajan a jo rn ada com pleta, sus prioridades han cam biado. Ya no necesitan que un hom bre traiga co­ m ida y ropa a la casa, porque eso puede hacerlo ella. Ya no vivimos en pueblos donde todos conocen a todos. Vivimos en ciudades repletas de gente, donde nadie conoce a nadie. Paradójicamente, la soledad de la especie h u m ana aum entó proporcionalm ente a la cantidad de gente abarrotada en un m ism o edificio. Por esto, las mujeres de hoy necesitan más com pañía que sustento, y al hom bre le piden que sea simpático, romántico, entretenido, tierno y, por supuesto, que siga siendo un buen proveedor, porque eso es intrínseco del rol de macho.

Pero el hom bre m oderno no se ha enterado de que de él ya no se espera que solam ente pague las cuentas y llene el refrigerador. Y no hace nada para modernizarse. Entonces ellas se quejan de que ellos son toscos, aburridos, insensibles y que no tienen tiempo para ellas. Si una mujer se queja no es feliz, y una mujer infeliz no atrae a los hombres.

Ellos no han evolucionado a la velocidad de los tiempos. Vienen ge­ néticam ente predispuestos a la acción, la rudeza, la falta de registro de los sentim ientos ajenos y el m utism o para no revelar sus sentimientos. Esto era muy útil cuando había que cazar el m am ut. Imagina un caver­ nícola diciendo: “No m e anim o a m atarlo... ¡Es tan peluditoí Y adem ás la m am á m am ut quedaría d estro zad a”. Si no m ataba, no com ía. La falta de sentim ientos tam bién le sirvió a los españoles para quitarles las tierras a los incas, mayas y aztecas, le sirvió a los vaqueros para defenderse de los indios y a los corredores de bolsa de Wall Street para ganar millones. Se necesitan hom bres rudos para triunfar donde prim a la ley del m ás fuerte.

La horm ona masculina testosterona predispone al hom bre a la acción y al frenesí por conquistar logros que dem anden lucha y com petencia, no a pasar la tarde tum bado contigo trenzándote el pelo. En su tiem po libre, ellos no quieren m im os y palabras de amor; quieren ganarle un partido de algo a alguien, ya sea póquer, golf, dominó, fútbol, PlaySta­ tion, tenis, porque él sólo quiere dem ostrar que es el mejor. Si no tiene com pañeros de póquer, se las ingenia para probarte que es m ejor que tú abriendo latas.

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Prólogo

Estando entrenados para com petir y no para compartir, les cuesta m uchísim o relajarse intercam biando im presiones subjetivas, que es lo que más nos gusta hacer a las mujeres. Y aquí aparece otra traba del entendim iento entre los sexos. Las mujeres la pasam os muy bien juntas. Dem asiado bien. Tan bien, que casi nos molesta no llegar con nuestro hom bre al nivel de em patia que tenem os entre las mujeres. Fíjate en la serie Sex and the City: las escenas com partidas enere chicas son pura com edia, pero apenas aparece un hom bre, com ienza el dram a. Es por esto que m uchas mujeres quieren encontrar un hombre con quien se diviertan tanto com o con una amiga. Eso equivale a pedirle a un hom bre que se quite de encim a su genética masculina y su testosterona, cosa totalm ente imposible. Y como no es posible, ellas dirán que “ya no hay h o m bres”.

AMORES PERROS

Quizás los com prendas m ejor con mi teoría que com para a los h o m ­ bres con los perros. Sin ánim os de ofender, porque el perro es un anim al m uy noble y bello, hom bres y perros se parecen bastante.

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Ana von Rebeur

La raza hu m ana lleva más de diez mil años dom esticando al perro, que era su mayor com petidor en la cadena trófica. Astuto, el hum ano le enseñó al perro a dejar de ser iobo: “No com erás mis ovejas, sino el alimento balanceado sabor a oveja que yo te permita comer. No cuidarás a tu prole, sino a la mía. No m orderás a mis hijos, sino a los hijos del vecino”. El perro aprendió la lección, pero tantos siglos juntos tuvieron otra consecuencia: que los hom bres se parezcan cada vez m ás a los perros. Una vez fui a un zoológico donde vi que en los corrales con ca­ chorros de tigre y león siem pre había un perro haciéndoles com pañía. Pregunté por qué y los cuidadores me dijeron que era para que los felinos salvajes copiaran la conducta m ansa de los perros y se “aperrizaran”. Yo creo que de tanto convivir con perros, los hom bres tam bién se han “aperrizado" bastante.

¿Qué tienen hom bres y perros en común? Como los perros guardia­ nes, los hom bres se agotan vigilando lo suyo y por eso precisan mucho descanso. Son seres confiados y dependientes, que quieren que estés cerca. Como gastan m ucha energía, necesitan m ucha comida. Aunque no te hablen de amor, sabes que te quieren porque te lamen. Sólo ladran si presienten que hay peligro. Responden mejor a los prem ios que a los castigos, y se esm eran m ás cuando los m im as que cuando los criticas. Son m uy territoriales, pero se conform an con poco espacio para sí m is­ mos. Son desordenados y torpes, pero les encanta sentirse útiles. No te adivinan el pensam iento, tienes que decirles lo que quieres con pedidos cortos y precisos.

Su idea de hacerte com pañía no es em barcarse en largas charlas, sino sim plem ente estar m irándote arrobado sin entender una sola palabra de lo que le dices. Si le em piezas a contar lo que le sucede a tu am iga con sus novios, bostezará infinitamente. Pero si lo rascas y alimentas, es fiel hasta la muerte.

Entonces, ¿cómo se trata a un hombre? Como al perro. Acariciándolo, felicitándolo por aquello que hace bien —“¡Has traído el palito, eres un genio!”— y dejando que se acurruque a tu lado. Sí que son iguales, fíjate que a am bos sólo les falta hablar.

Ahora bien, com o los perros, los hom bres no pued en evitar ser com o son, porque está en su naturaleza ser así. Mucha gente se queja de los co m po rtam ientos de sus perros de raza, sin detectar que su perro fue e n tre n ad o para ten er ex actam ente ese co m po rtam ien to ,

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Prólogo

generación tras generación. Por ejem plo, la raza Rottweiler es fero con los extraños porque los usaban para cuidar el dinero recaudado ei las subastas ganaderas. El am o vendía vacas y guardaba el dinero ei un bolso colgado en el cuello dei perro, y un buen Rottweiler le arran caba el brazo a quien osara acercarse. Por eso, no puedes enfadart* con un Rottweiler por ser agresivo con extraños pues está entrenad« para ser así. El perro Labrador fue entrenad o para sacar las redes d< pesca del m ar en Canadá, por ende, no puedes enfadarte con él porqu< tironee de las colchas de tu cam a y de las cortinas h asta destrozarlas Asimismo, el D oberm ann fue creado por un recaudador de impuesto: que necesitaba un perro de aspecto feroz y de ataque rápido para de fenderse del m altrato de los acreedores, iasí que no p reten d erás qu< actúe com o un perrito faldero! Lo m ism o sucede con m uchas razas incluso la hum ana.

Los hom bres son una raza que lleva siglos de entrenam iento pan desarrollar su espíritu competitivo y anular su sensibilidad. Entonces, nc puedes enfadarte con un hom bre porque no se da cuenta de que está: triste, no adivina lo que quieres y no recuerda el aniversario de casados Pedirle que cam bie es como pedirle a un Rottweiler que ronronee hechc un ovillo sobre tu falda... jpobre falda!

Siem pre hay excepciones: hom bres tiernos y sensibles que escriber poem as de am or y lavan los platos. Pero son dos: Arjona y Serrat. "i creo que ni siquiera lavan los platos. Al resto el m undo les pide que sear competitivos, duros y despiadados.

Ahora bien, que hom bres y mujeres seam os distintos no significa que no podam os entendernos. Si nosotras som os de Venus y ellos son de M arte... ¡tenem os todo el sistem a solar para disfrutar juntos!

DIEZ MOTIVOS POR LOS OUE TE

CONVIENE ESTAR EN PAREJA

D em asiadas m ujeres de hoy dicen: “Prefiero estar sola a estar cor un h om bre que no m e fascina”. ¿Es im presión m ía o hay m uchas m áí m ujeres solteras bonitas, agradables y cultas que h o m b res solteros guapos, agradables y cultos? Tengo am igas que m e piden que les pre­ sen te a alguien... pero no conozco un sólo h o m b re m ed ian am en te adecuado para ninguna de ellas. Disculpen los varones, pero la verdac

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Ana von Rebeur

es que por regla general las m ujeres se cuidan más, estudian más, tienen m ás intereses en la vida que el varón prom edio. Por eso se ponen m ás exigentes: les cuesta m ás encontrar un hom bre de su m is­ mo nivel. ¿Cómo le voy a presentar un adorable am igo músico m edio

hippie a una subgerenta de m arketing de una em presa multinacional?

¿Podrán congeniar u na psicóloga y un dibujante de caricaturas? ¿A una arquitecta que construye hoteles le gustará salir con un instructor de rem o que vive con su m adre? Si m e preguntas a mí, yo diría que todas deberían darle una oportunidad a cada uno de ellos. No a uno, sino a los tres. Especialm ente porque estoy convencida de que si las m ujeres tuvieran m ás hom bres en su vida, se acabarían los casos de violencia dom éstica. Sabiendo que hay tantos hom bres am orosos en el m undo que la pueden adorar, ¿por qué se quedaría una m ujer junto a un golpeador? Porque el golpeador la convenció de que él es el único que la aguanta. Pero ni a mis mejores am igas logro convencerlas de que le digan que sí a todos. ¿Acaso una pareja d ebe ser pareja? La palabra “pareja” confunde, porque implica igualdad, cuando se puede estar en pareja con alguien muy diferente a ti.

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Prólogo

De todos modos, creo que no hay nada m ás fascinante que el juego de la seducción, que es una pena perdérselo y que conocer gente siem ­ pre es preferible a m irar gente por televisión. Es mil veces m ejor estar con alguien que parece caído de otro planeta a estar atiborrándote de chocolates junto a tu gato.

No seam os tan antiguas com o para pensar que hay que buscar un hom bre sí o sí, o que una m ujer no puede vivir feliz sin pareja. Pero el hecho de que cada vez más m ujeres vivan tan bien sin hom bres, hace que otras m ujeres se refrieguen las m anos pensando: “¡Mejor que vivan solas! ¡Más hom bres sueltos para mí!” ¿Cómo vas a perderte la aventura de vivir en pareja sólo porque no entiendes a los hom bres?

Puedes elegir vivir sola, com o quien elige ser skinhead o entrar a un convento, pero creo que es mucho m ás conveniente com partir tu vida con un hombre, por estos sim ples motivos:

En prim er lugar, la vida es más grata de a dos. Si tienes a un hom ­ bre de tu lado, cuentas con alguien con quien enfrentar al m undo. Por ejemplo, para que vaya a hablar con el m ecánico del auto que suele estafarte porque de m otores no sabes nada. Además, tienes a alguien que alim enta a tu gato cuando tú viajas.

En segundo lugar, com partir tu vida con otro te hace m ás flexible, adaptable, com prensiva, tolerante y hum ana. Convivir con otro siem ­ pre es un reto interesante, un ejercicio de tolerancia y de adaptación. La teoría evolutiva dice que las especies que no se adaptan, perecen. Soportar con una sonrisa que él extravíe las llaves cada bendito día, te convierte en una especie digna de perdurar.

En tercer lugar, salvo que te hayan practicado una lobotomía para extirparte la zona del deseo sexual del cerebro, un hom bre a m ano re­ suelve el tem a con m ucha m ayor practicidad y confianza. Es muy lindo que alguien te dé un beso al despertar y antes de que te quedes dorm i­ da. Aunque han inventado m áquinas para todo, aún no hay m áquinas que te besen. Además, eso de andar saltando de cam a en cam a no es práctico porque siem pre olvidas algo en la casa del que habías jurado no volver a ver. Y es tan desagradable que ese idiota se quede con tu iPod o tu teléfono móvil, com o perder toda dignidad para llamarlo a preguntarle: “Oye, yo sé que te arrojé un florero por la cabeza y m e fui de un portazo m andándote al diablo, pero... ¿no habré dejado un paraguas en tu casa?”

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Ana von Rebeur

En cuarto lugar, suponiendo que tengas hijos, es mucho m ás fácil para los niños saber que su m adre tiene un com pañero de vida (a ve­ ces su padre) a sentir que toda !a com pañía de la m adre proviene de la presencia de los hijos en casa. ¡Después nos asom bram os de que la ' adolescencia se extienda ad infinitum y que grandulones de 35 años sigan viviendo en la casa m atern a sin despegar vuelo propio! [Eso es porque las m adres solas no los dejan partir! ¿Qué harían sin ellos? ¿Hablar con el gato?

En quinto lugar, la vida es más económ ica de a dos: la leche no se echa a perder, si descongelas una pizza no desperdicias la mitad, alguien te felicita en el desayuno el día de tu cum pleaños, hay quien te alcance una toalla cuando estás bajo la ducha, hay dos para com partir las cuentas de la casa y tienes quien te avise que tienes lechuga entre los dientes. ¡Hasta las vacaciones son m ás baratas en una habitación doble!

En sexto lugar, un hombre, por elem ental que sea, siem pre trae con­ sigo una vida, una historia, una familia, am istades y actividades que hacen que tu vida tenga más condim entos que la sal que le pones a la sopa y la charla con tu gato dormido.

En séptim o lugar, cuando sales con un hom bre aprecias el doble tu am istad con las mujeres, con las que sí puedes hablar de cualquier cosa.

En octavo lugar, si por ahora estás feliz libre y sin pareja, no sabes si a los setenta años querrás tener uno que te em puje la silla de ruedas (a esa edad ya no atrapas a ninguno vivo).

En noveno lugar, si quieres reproducirte, no te queda más remedio que buscar un donante de esperm a sano, lindo, educado y amable, para que tus hijos se parezcan a él y... ¡Caramba, con todo eso ya te estás enam orando!

Y queda el motivo diez, que aunque parece no ser frecuente a veces ocurre, y es eí amor, liso y llano, que viene con la sensación de que no puedes vivir sin él y que verlo te ilumina el día. Pero tam poco es el m ás im portante, porque no puedes basar una relación de por vida en la sensación de que “él llega y m e ilum ina”, porque en toda pareja m e­ dianam ente arm oniosa hay días en que él te ilumina y otros en que te pone el día negro com o la noche y que quisieras enviarlo em paquetado a Afganistán sin pasaje de vuelta. Hasta, que todo se olvida y lo vuelves a amar.

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Prólogo

Así que si tan sólo una de estas razones te parece lógica para querer a un hom bre en tu vida, continúa leyendo porque este libro es para ti. Y si no, te recom iendo otro: Cien maneras de divertirte sola con un gato.

Como decía el semiólogo francés Roland Barthes: ‘'La presencia del

otro siempre perturba y molesta. Pero si vivo aislado y sin perturbaciones, ¿para qué vivo?"

51 LEES ESTE LIBRO,

TENDRÁS MÁS HOMBRES PARA ELEGIR

Suponiendo que estás decidida a poner un hom bre en tu vida o a conservar el que ya tienes, lo im portante ahora es que sepas cóm o son ellos.

En un m undo lleno de mujeres dem asiado exigentes —y sin hom bres que verdaderam ente las ag u anten—, si eres de las pocas que saben de antem ano cóm o son ellos, corres con trem enda ventaja sobre las que aún sueñan con un hom bre que retoce con ella de la m ano en un prado de margaritas, le hable de am or a la luz de las velas o le recite poem as al pie de su balcón. Los hom bres de verdad no retozan en las flores, te dicen: “Por allí no que está lleno de bichos”. No te hablan de am or a la luz de las velas: hablan de autos y encienden la luz “porque aquí no se ve nada”. No te recitan poem as al pie del balcón: tom an el ascensor y te preguntan dónde hay cerveza.

Si sabes cóm o son ellos, ninguno te decepcionará y podrás darte un festín de hom bres adorables, irresistibles y absolutam ente masculinos, que estarán increíblem ente felices de haber encontrado una mujer que los com prenda. Tan felices que, quién sabe, tal vez un buen día deciden darte el gusto de retozar contigo entre las flores. Pero, como ya los co­ noces, sabrás que al rato, com o buen m acho te dirá: “Bueno, este polen me está m atando de alergia, ¿podríam os volver al auto, cariño?” A estas alturas es probable que tú m ism a consideres un poco tonto eso de saltar entre margaritas, y prefieras subir al coche y com partir caricias m ientras van cam ino a casa. Y todos felices.

Si entiendes cóm o son, sobrarán los hom bres en tu vida. Y tú serás m ás feliz. ¿No crees que vale la pena entender a los hombres?

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CAPÍTULO 1

¿QUIÉN ENTIENDE A LOS HOMBRES?

La mayor parte de las parejas se comportan como si cada uno temiera que alguien se diese cuenta de que él es la parte más débil

—ALFRED ADLER

ESOS EXTRAÑOS VARONES

Todas las m ujeres quisiéram os vivir enam oradas. No hay nada m e­ jor en la vida que ese estado mágico. Cuando estás enam orada, el sol brilla más, las aves no dejan de trinar y no param os de reír... ¡Alguien maravilloso nos ama!

Quisiéramos seguir así para siempre. De hecho, tenem os tanto miedo a que ese deiicioso estado acabe, que cuando am as a alguien no dejas de decirle "nunca” y “siem pre”. Las tarjetas de Hallmark del Día de los Enam orados dicen “Nunca te olvidaré", “Te amaré por siempre", "Jamás te

dejaré", que son las m ism as cosas que dicen las letras de las canciones

de amor. Hasta los m ensajes de texto de plantillas pregrabadas de los teléfonos celulares tienen frases urgentes como "Siempre te amaré", que les dan m ás de un susto a quien las envía accidentalm ente.

¿Por qué dos enam orados necesitan tanta confirm ación de que sus sentim ientos serán perennes? Justam ente porque en el fondo saben que tarde o tem prano el am or se acaba, y que dejarán de apreciar el canto de las aves, hasta llegar a deam bular por pajarerías y veterinarias para escuchar trinos que pongan un poco de alegría en sus vidas.

¿Y por qué acaba ese estado ideal?

Cuando te enam oras, tus glándulas segregan endorfinas de a litros, que son las h orm o n as que te hacen sentir el canto de las aves aún

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Ana von Rebeur

estando fuera de la pajarería. Porque luego de un año de relación se saturan los receptores de horm onas y hay que descubrir cosas nuevas para darles doble estímulo a las glándulas. Si antes te conform abas con que él te mirara a los ojos, ahora quieres que mire la m ugre de la cocina y la refriegue. Si él antes se conform aba con m irar tus lindas piernas, ahora pretende que tus lindas piernas vayan al banco, hagan la cola y paguen las cuentas. En este m om ento descubrim os que el otro no es como lo im aginam os, sino com o realm ente es, lo que es bastante frus­ trante, porque el otro siem pre es algo extraño. Además, el otro es de otro sexo... ¡y el sexo opuesto es extrañísimo!

Veamos cuales son las peculiares características de cada sexo que vuelven loco (y no precisam ente de amor) al sexo opuesto.

LAS ONCE QUEJAS MÁS FRECUENTES

DE LOS HOMBRES

No vam os a hablar de las maravillosas características fem eninas, como hacer tres cosas al m ism o tiempo, presentir lo que está pasando y jam ás pedir aum ento de sueldo en el trabajo (lo que no es maravilloso para ti, pero tu jefe sí que te considera maravillosa por esto). Vamos a hablar de las cosas de las m ujeres que sacan de quicio a los hom bres, y las contarem os desde el punto de vista de ellos:

1) Que ellas vivan quejándose. Ellos dicen que las mujeres se quejan del maltrato al que él la somete. Si él pregunta cuál es el maltrato, ellas dicen: “Nunca m e hablas”. Y él dice: “Pero si nunca te hablo... ¿cómo podría m altratarte?” Entonces ella le dice: “Oh, b asta...ya cállate”. Y él le dice: “¿Pero no querías que te hablara?” Y ella responde: “No quiero escucharte”. Y el hom bre queda convencido de que a las mujeres no hay quien las entienda.

2) Que sean obsesivas de la limpieza. Los hom bres tampoco entien- den por qué las m ujeres quieren tener todo perm an en tem en te limpio. “¿Para qué ordenar tanto, si luego todo se vuelve a ensuciar?”, opinan ellos. “¿Por qué no puedo com er en la cam a ni quedarm e dorm ido en el sofá?”, dice él. Es más, él cree que todo lo que a él le parece cómodo a ella le parece deprim ente. “¿Cómo es que un periódico en el suelo puede cam biar por completo el estado de ánim o de un a mujer?”, se pregunta él. Y ella sólo gruñe.

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¿Quién entiende a los hom bres?

3) Que haya que “salir de compras”. Si un hom bre precisa com ­ prar algo, va, lo com pra y regresa a casa con el objeto com prado en la m ano. Él no entiende qué es eso de ir a ver qué hay de lindo para comprar. ¿Las m ujeres no saben lo que necesitan y lo van descubriendo en los escaparates? Para ellos es cosa de locos. Los hom bres odian tanto com prar que las tiendas de ropa de hom bres están en la puerta de los centros com erciales para que ellos entren de una vez, m ientras que las de m ujeres están en el quinto piso, al fondo.

4) Que quieran ir a reuniones sociales. No com prenden por qué ellas quieren salir y tener encuentros sociales. Los hom bres detestan las reuniones porque eso los obliga a levantarse, calzarse e ir a otra casa a decir cosas inteligentes. Para ellos es mil veces m ejor que un m esero les lleve una cerveza a la m esa del bar donde pueden ver un partido de fútbol en la tele, sin que nadie espere que digan cosas ocurrentes.

5) Que tarden siglos en prepararse para salir. Para un hom bre, una m ujer tarda dos horas preparándose para salir, para tener m ás o m enos el m ism o aspecto que tenia antes. Ellos creen que con decirle: “Estás bien así”, con cada cam bio de ropa, ella estará lista en m enos tiempo. Pero com o él lo repite sin mirarla, ella no le cree nada y cada vez está m ás insegura de lo que ha elegido. Si él le dice: “Ya estás bien así”, ella le responderá, ofendida: “¿Cómo voy a estar bien así, si aún no m e he m aquillado?” Entonces él calla por el resto de la noche. Y ella se ofende porque él no le ha dicho: "Estás h erm o sa”.

6) Que nunca tengan qué ponerse. No entienden que ella diga: “No tengo qué p o n erm e”, cuando ya no tiene espacio en el arm ario para m ás ropa.

7) Que le roben las papas. Tampoco entienden por qué si en el res­ taurante ella pidió sólo ensalada, acabe robándole las papas fritas que pidió él... jSi hace dieta, que la haga bien, o por lo m enos que no robe papas ajenas!

8) Que quieran hablar de la relación. “¿Relación? ¿Qué relación?”, dicen ellos. “¿Por qué m e quieres arruinar el sábado?”, exclam an cuan­ do ven que te acercas a hablar de amor. O peor: “Okey, hablem os de la relación: sí es cierto, tú y yo estam os bastante relacionados. Ahora... ¿puedo seguir viendo el partido?”

9) Que ellas lo descalifiquen ante terceros. A ellos Ies enerva que, si están contando algo, ella interrum pa y diga: “No, no fue así”, y cuente

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Ana von Rebeur

su versión com o si fuera la única verdad. O que en una reunión de am i­ gos ella diga: “¡No, por favor, cariño! jNo cuentes ese chiste viejo otra vez!“ Dije que se ofenden ante terceros, porque a las descalificaciones caseras están bastante habituados, como: “¿Tienes alguna incapacidad física para guardar la leche en el refrigerador luego de usarla, o es sólo fobia a la leche fría, am or mío?”

10) Que pretendan que él sea adivino. No term inan de en tender por qué una mujer se ofende cuando dice tres veces seguidas “tengo se d ” y él ni se preocupa por traerle un vaso de agua. Ante esto, él exclama: “¡Mujer, m e hubieras pedido un vaso de agua, en vez de quejarte de que tenías sed!”

U ) Que nunca sea buen m om ento para hacer el amor. Ya sea porque es muy tem prano, o muy tarde, o está recién peinada, o muy despeinada, resulta que si no hay veinticinco condiciones necesarias —que no haya niños, que no haya apuro, que no haga calor, etc.—, ella nunca se m uestra dispuesta. Claro que el problem a es que los hom bres ni sospechan que la predisposición fem enina tenga algo que ver con el trato recibido a lo largo del día. Sépanlo: tiene que ver.

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¿Quién entiende a los hombres?

LOS TRECE MOTIVOS DE LAS QUEJAS

FEMENINAS

Es cierto que las mujeres se quejan de todo, pero de lo que m ás se quejan es de los hom bres. ¿Cuáles son sus reclamos más frecuentes?

í) La indolencia m asculina. Comparados con el nivel de energía

fem enino, los hom bres m uestran un estado de abulia, inercia, sopor e indolencia que a las m ujeres las vuelve locas. ¿Cómo pueden estar siem pre cansados si nunca hacen nada, y encim a duerm en más que ellas? Si se te cae algo al piso al r íe s de conocerlo, te lo levanta gentil­ m e n te... ¡y a los seis m eses te lo patea cerca para que lo levantes tú! Algunos pasan tanto tiempo m irando la tele, que le tom as el pulso y te acercas a ver si respira. Entonces sales sola a hacer un curso, de ahí vas a cenar con amigas, luego vas una fiesta y cuando regresas, él sigue en en la m ism a posición en que lo dejaste. Te das cuenta de que está vivo porque a su lado hay una nueva bolsa de papas fritas vacía y porque protesta cuando le apagas la tele.

2) La falta de m em oria m asculina. Hay cosas que los varones olvi­ dan si ella no se los recuerda, lo que le da a ella la am arga sensación de que él le está usando el cerebro como agenda personal. ¿Cómo pueden olvidarlo todo m enos a qué hora com ienza el partido? Tienen tan mala m em oria que no sólo necesitan ver el partido de fútbol, sino la repetición de las jugadas porque no recuerdan lo que sucedió hace dos minutos. Esto es porque no logran tener registros claros de tiempo o espacio. (Aún se investiga si tienen registro de algo.)

3) La incapacidad genética para reponer el rollo de papel higiénico. Es inexplicable que los hom bres sean cam peones olímpicos, escalen el Everest, lleguen a presidentes, inventen pozos de extracción de petróleo y cápsulas espaciales que viajan a Neptuno... ¡pero no puedan reponer el papel del baño!

4) Todo va en el piso. Quizás por pánico de que las cosas se caigan, dejan todo en el único sitio de donde nada puede caer: el piso. Periódi­ cos, zapatos, pantalones, papeles y latas de cerveza andan siem pre por el suelo, y no hay modo de que los levanten. Creen que las mujeres son las únicas encargadas de evitar que parezca que en la casa estalló una bom ba. Algunos dicen que desparram ar objetos por toda la casa es una

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m anera m asculina de m arcar territorio...Vaya, ¡menos mal que no nos orinan el alfombrado! ¡Ajjjj!

5) Esa vergonzosa colección de ropa. Se quejan de que nosotras tenem os dem asiada ropa, pero ellos tienen el arm ario repleto de ropa que no usan. Protestan porque les falta espacio, pero siguen com prando cosas inútiles y jam ás descartan nada. Conservan prendas por su valor sentim ental, com o si fueran recuerdos, cuando sería mejor tom arle una foto a cada una y luego regalarla a los pobres. Si su cam isa gris está arru­ gada no se les ocurre ninguna otra cosa para com binar los pantalones grises, que son los únicos que pueden ponerse hoy, aunque tengan otros veinte pantalones. Y dedican tres días a protestar porque no tuvieron planchada su cam isa gris. Asimismo, suelen acum ular basura antigua en el cuarto de atrás, el altillo o el garaje, com o por ejemplo una colec­ ción de revistas infantiles que jam ás m iran, ni ponen en venta ya que: “Jam ás m e pagarán lo que realm ente vale”. Eso sí, si estalla una guerra, podrán enfrentarla con su acopio increíble de... ¡revistas infantiles del tiem po de Maricastaña!

6) La pereza aguda. ¿Cómo es que pueden jugar tres horas de tenis y no pueden lavar la olla de hierro porque es pesada? Lo máximo de buena voluntad en tareas dom ésticas que m uestra un hom bre es decir: “Te la dejé en rem ojo”, o levantar los pies cuando estás aspirando la alfombra. No es que se em peñen en dem ostrar que somos las siervas de la casa, sino que han descubierto que si dem uestran suficientes veces ser un inútil en la casa, no esperarás de ellos nada más.

7) El control m onetario. Expertos en negación, creen que son m e­ jores que las m ujeres en asuntos financieros. Por eso le reprochan a la

esposa que haya com prado dem asiado detergente con la tarjeta de cré­ dito, pero no le cuentan que han usado la m ism a tarjeta para com prar otro teléfono móvil de última generación. En verdad ellos nunca dicen cuánto ganan porque el dinero es poder y control. Si tú sabes cuánto gana tu esposo, sabes qué se puede y qué no se puede hacer en casa, y él pierde el control de cómo usar el dinero. O sea que si tú sabes que hay dinero para cam biar la m esa de la cocina... ¡él ya no podrá com prarse el kayak o la motocicleta! M anteniéndote ignorante de sus ingresos, ellos se com pran la m otocicleta y el kayak, y luego te reprochan que hayas com prado dos tubos de pasta dental en vez de uno, com o si él fuera indigente. La m esa de la cocina la com pras tú con ¡o que has ahorrado

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¿Quién entiende a los hombres?

buscando m ejor precio en naranjas y tom ates. Y al m es siguiente él se com pra un nuevo juego de palos de golf, ¡y para que no te enfades, te lleva a cenar a un restaurante donde gasta tanto dinero com o el que usas para llenar el refrigerador durante un mes!

8) La telead icció n . Otra cosa que irrita a las m ujeres es que la ac­ tividad favorita de los hom bres sea ver la tele solam ente porque es lo único que puede hacerse a control remoto. Si pierden el control rem oto bajo la cam a (donde nunca buscarían porque les da pereza), son capaces de mirar una sem ana seguida el m ism o program a de venta directa de

Reduce Fat Fast, que parece tener el efecto de Reduce Brain Fast'. Los

hom bres no leen ni cocinan porque no pueden usar algo que venga sin control remoto, com o un libro o una sartén. Y am an el fútbol porque es una actividad en la que los que se cansan son otros.

9) La incapacidad para pedir ayuda. También nos exaspera que ellos nunca pidan ayuda ni indicaciones, ni siquiera cuando se pierden en un barrio bajo y se acercan tres m atones interesados en el auto, otros cuatro m ás interesados en noquearlo y otros cinco que quieren desga­ rrar a navajazos tu ropa interior. ¿Es ese el famoso sentido práctico de los varones? Para colmo, luego de toda esa aventura, llegas tarde a la fiesta...

10) Los consejos sin consuelo. Los hom bres siempre pretenden saber más que nadie, incluso de tu trabajo aunque la neurocirujano seas tú. Es por esto que cuando estás preocupada, te dan consejos desatinados en lugar de escucharte y consolarte. Te dicen: “¿Por qué no le has dicho esto a tu jefe, en lugar de venir a llorarme a mí?” [Así de dulces son! Pero finalm ente es un consejo útil: acabas tan harta de que tu hom bre no te escuche que vas directo a quejarte al jefe, que te aum enta el sueldo con tal de que te calles.

11) La incapacidad para hablar de la relación. En verdad se niegan a hablar de cualquier cosa que no sea informativa. Pueden hablar de “qué com em os hoy”, de la reparación del auto o de las elecciones de Georgia, pero se niegan a hablar desde el corazón. Y nos exaspera que ellos no puedan decirnos “Te quiero”, sino el repelente “Ya sabes que te quiero”.

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12) El desinterés absoluto en interpretar señales, gestos y sile n ­ cios. Si quieres un m ínim o de com presión, debes pasarles un clarísimo parte meteorológico de tu estado anímico porque no captan nada. De elíos hay que esperar lo m ism o que de un bebé de tres meses. No pre­ tenderás que un bebé de tres m eses se dé cuenta por tu silencio de que estás triste, ¿no? Lo que entre mujeres funciona com o clara indicación de que estás enojada —estar callada, responder con monosílabos, no mirar a los ojos, lanzar largos suspiros, preguntar dónde hay cicuta—, con los hom bres no sirve. Así que para que se entere de que te sientes mal, debes decirle: “Te aviso que estoy triste/enfadada/decepcionada/ deprimida/furiosa". A lo que quizás él te responda: “¿Ah, sí? ¿De veras? Ni m e di cuenta... ¡como estabas tan calladaí”

13) La poca cantidad de mim os. A las m ujeres nos desespera que ellos no entiendan que a veces querem os mimos en vez de sexo, o por lo m enos antes del sexo. Y com o ellos no pueden hacerlo, bueno, nos oponem os al sexo porque es muy tem prano, m uy tarde, o estam o s peinadas o despeinadas.

En fin, ellos dicen que no entienden a las mujeres, pero, ¿cómo po­ drían entendernos, si no nos escuchan?

¿QUÉ ES LO QUE NOS DIFERENCIA?

Entre hom bres y mujeres siem pre hay roces y chisporroteos en torno a las m ism as tonterías. Si no fuera así, no existirían las com edias de Sony, com o Mad aboutyou, Casados con hijos, Seinfeld o Everybody loves

Raymond. Allí no aparecen parejas enfadadas porque ella es ayurveda y

desayuna orina, o porque él colecciona tarántulas y tiene fantasías per­ versas en las que intervienen el carnicero, un par de botas de m ontar y dos frascos de m ostaza. Nada de eso, esas com edias nos causan gracia porque a los protagonistas les pasan las m ism as cosas que nos pasan a todos: él jam ás cose un botón, ella deja la soda fuera del refrigerador, él no llega a la m esa cuando la com ida está servida, ella no le pone gasolina al auto. Son tonterías las que inician grandes dramas.

¿Por qué hom bres y mujeres chocan siempre en ios mism os tópicos? Porque am bos sexos están trenzados en una batalla de percepción que no tiene que ver con las personalidades de cada uno, ni con la falta de am or o de respeto en la pareja, sino con el sistem a patriarcal en el

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¿Quién entiende a los hombres?

que estam os hasta el cuello desde hace siglos. Y es que los hom bres le tienen tanto pánico a parecer mujeres, que acaban haciendo lo contrario de lo que nosotras esperam os de ellos.

Esto sucede porque desde el principio de los tiem pos y durante unos cincuenta mil años, dios fue mujer. Son tantos los nom bres de diosas m u­ jeres que llevaría medio libro mencionarlas a todas, y tem o omitir alguna

que se ofenda. No quisiera provocar la ira divina, y m uchísim o m enos la ira divina fem enina, [imaginen si la diosa está con el período!

En el pasado había m uchas diosas porque el hom bre antiguo endiosó a la mujer, un ser tan m isteriosam ente poderoso, que tiene un cuerpo del que si no sale sangre, sale gente. Todo esto sin que ella pierda la vida, ni precise una transfusión sanguínea. Si en m enos tiem po del que a ellos les llevaba fabricar un bote de dos metros, una m ujer paría un ser hum ano com pleto, ¿cómo no iban a ser diosas?

Para com pensar por tanto portento femenino, los hom bres idearon jerarquías masculinas, rituales viriles y áreas exclusivas para hom bres, sea en la choza, el tem plo, el ministerio de econom ía, la casa de gobier­ no, el club de fútbol o el salón de billar de la esquina. Sólo hace cinco mil años a las m ujeres se nos acabaron los privilegios y la sociedad estrenó a un Dios varón que decretó que las m ujeres son seres de segunda ca­ tegoría, y que Dios te libere de parecerte a ellas.2 Hay m uchos m enos em pleos para m ujeres que para hombres, y cuando los consigues, te pagan m enos por ser mujer. Asimismo, cualquier estúpido llega a ser presidente, pero cuando u na m ujer se acerca dem asiado al poder, la denostan diciendo que “es codiciosa y trepadora... ¿Y quién cuida de sus hijos?”, com o dijeron de Ségoléne Royal en Francia3, o que “vive enojada y tiene mal carácter”, com o han dicho los republicanos de Hi- llary Rodham Clinton.4

2 Esto sucedió porque había superpoblación, así que crear vida como hacían las mujeres era un incordio. La humanidad ya no vivía de la agricultura (donde se necesitan vastagos para levantar las cosechas) sino del comercio. El mayor valor de la sociedad fue el dinero, y por ser los hombres los encargados de ganarlo, ellos pasaron a ser más importantes que las mujeres.

3 Y por eso Sarkozy la derrotó... por pequeño margen.

4 Su esposo, el ex presidente Bill Clinton dijo al respecto: “Lo dicen porque es

mujer, para no dejarla llegar al poder. El electorado norteamericano espera que el hombre, y no la mujer, sea agresivo”. Ejem... ¿Sólo el americano?

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En un m undo donde el apellido se hereda por linea paterna, donde las m ujeres no llegan a cargos jerárquicos, donde ellas poseen sólo el

1 % de la propiedad inm obiliaria m undial y son las únicas que sacri­ fican sus avances personales para cuidar de los hijos, ¿quién querría ser mujer?

Por eso, el peor insulto que se le puede decir a un varón es “eres una n iñ a” o “afem inado”. La sociedad entera se encarga de transm itir a los varones que es malo tener características "fem eninas”, com o ser emocional, preocuparse por los dem ás, estar atento a los sentim ientos o vestirse de rosa, y que es bueno ser “m asculino”, es decir, ser agresivo, com petitivo y escupir en el suelo.

La verdad es que cualquier ser hum ano puede ser atento o com peti­ tivo, o am bas cosas a la vez. Y hay m uchas mujeres que escupen más lejos. Es a través de este sistem a patriarcal que educam os a las niñitas para que anulen su com petitividad con aquello de “sé b u en a”, y a los varoncitos para que anulen sus em ociones con lo de “sé fuerte”.

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¿Quién entiende a los hom bres?

Estos prejuicios nos dañan y separan a todos por igual.

Mientras los hom bres siguen soñando con m ujeres que les traigan el desayuno a la cam a —geishas som etidas y pasadas de m oda—, (as m ujeres están buscando hom bres sensibles que les lleven el desayuno a la cam a, hom bres que sólo existen en las películas de Hollywood. Y es así com o logramos un desastre social: ¡millones de parejas sin levantarse, enfurruñadas y m uertas de ham bre, esperando que alguien les lleve el desayuno a la cam al

¿CARICIAS O SANDALIAS NUEVAS?

Durante siglos nos enseñaron que las niñas eran las cuidadoras y que los varones eran Jos héroes dedicados a buscar el éxito. Los tiem pos cam biaron, y ahora que las m ujeres tam bién están interesadas en el éxito, lo que ellas quieren son hom bres que sean cuidadores. Pero como esa tarea de cuidador jam ás ha sido valorada en el hombre, él no se esfuerza por serlo, y tam poco le interesa hablar, porque es muy posible que eso acabe con su imagen de fuerte, duro y misterioso.

La m ujer se queja por verse tratada sin consideración alguna por un hom bre que no se com unica y no le dem u estra su aprecio, y el hom bre se queja de que ella es quejosa. Entonces, ella piensa: “Yo no le im porto n a d a ”, y para no enojarse todos los días, opta porque ya no le im porte m ás la relación. Los m aridos entonces co m pen san su falta de contacto em ocional abriendo más seguido la billetera. Y ella piensa: “Yo quería rom ance, pero si no hay rom ance, al m enos hay zapatos nuevos”. Y éi se queja de que ella sólo piensa en gastar dinero. ¡Los hom bres no tienen idea de cuánto dinero se ahorrarían si se esforzaran por ser m ás rom ánticos con sus mujeres! En ciertas m ujeres puedes calcular la indiferencia del m arido contando los pares de zapatos que tiene en su vestidor. ¡Imagina qué sola se sentía Im elda Marcos!5

Así que ya ves que estam os ante un dilem a insoluble. El encuentro entre hom bres y mujeres depende de que puedas apreciar lo que un hom bre pueda darte pese a que lo han educado para que no lo dé. Por eso, ya es un logro que esté dispuesto a reparar el enchufe, sacar la

5 Por si no lo sabes, es la mujer de un ex dictador filipino a ¡a que le encontraron 700 pares de zapatos en su lujosa mansión.

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basura, enseñarles a los niños a andar en bicicleta, acom pañarte al cine y hacerte el amor. Y si lo hace sonriendo, tu hom bre es un verdadero tesoro. Lo notas porque tus am igas te dicen: “¿TU marido ha llevado a los niños al médico y luego te ha invitado al cine? ¡Ohhh, qué tiemoooo! ¡Ese hom bre es un am ooooor!”

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CAPÍTULO 2

LA TIMIDEZ MASCULINA

Los hombres crecen pero no maduran.

—DAUDET

HOMBRES SIN HAMBRE DE HEMBRA

La idea de un noviazgo es muy distinta para una mujer que para un hom bre.

Una m ujer que quiere encontrar pareja se siente disponible para casi cualquier hom bre con cierta cultura, buena presencia, cortesía, nivel económ ico y buen gusto a la hora de elegir el color de los calcetines.

Un hom bre que quiere encontrar pareja, en cambio, se enam ora de la idea de enam orarse. Pero, como en todo lo que hacen los hom bres, queda atrapado en la idea global y no en los detalles que conform an esa idea, com o, por ejemplo, encontrar una mujer con quien concretarla. Entonces a cualquier m ujer va y le confiesa que se ha dado cuenta de que ya está grande, que quisiera form ar una familia, tener hijos, en ­ contrar una com pañera... Pero es sólo en teoría, porque ni siquiera la m ira a los ojos al decírselo, ni lo usa com o sistem a de levante. Es más, se lo dice m irando el reloj y diciendo: “Y m e voy corriendo, que quedé en encontrarm e con un am igo” Y capaz que se lo está diciendo a la m ism a Penélope Cruz, que por supuesto tam bién se queda pasm ada preguntándose para qué le cuenta él eso si ni siquiera ha coqueteado con ella ni le ha pedido el teléfono. Es que no están buscando amor: es sólo un plan, com o cam biarle los neum áticos al auto.

Ellos no ven en cada mujer una oportunidad para el amor. En verdad, tam poco ven a las mujeres, sino a la pantalla de televisión que está de­ trás de cualquiera de ellas.

Mi am igo H éctor afirm a que se quiere casar algún día, pero que para hacerlo esp era que una m ujer lo conquiste a él, porque no quiere

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h acer él todo el asunto del cortejo, ya que “los hom bres som os tím i­ d o s ”. Entonces prefiere huir del problem a y quedarse en su casa a ver Discovery Channel, para descubrir que sigue solo com o una alm eja de río.

Mi amigo Diego, que cuenta con varias adm iradoras, tam bién afir­ m a que “no se an im a” a acercarse a las mujeres con proposiciones ni honestas ni deshonestas. Y entonces opta, cobardem ente, por quedarse en su casa gelatinizando su cerebro con una sobredosis de televisión, especialm ente de los program as que m uestran m ujeres poco vestidas.

¿Qué está pasando?

Los hom bres no tienen derecho a ser tímidos. El m acho verdadero, en la naturaleza, no es tímido. No puede ser tímido, porque si lo fuera, no com ería, no sobreviviría, no cortejaría a una hem bra, no se repro­ duciría y moriría sin descendencia. La parte m ás im portante de la vida de los anim ales es la etapa de la conducta apetitiva, que es cuando se llevan a cabo actividades con el fin de buscar pareja para consum ar el acto sexual, reproducirse y evitar que se extinga la especie. Hasta las especies más elem entales, de am eba o bacteria para arriba, tienen sus reglas de cortejo destinadas a dem ostrar que “yo soy el mejor, es con­ migo que debes reproducirte”

Pero el m acho hum ano parece haber perdido por com pleto dicha

conducta apetitiva, para reem plazarla por un a conducta aperitiva, que

se basa en picar algo antes del alm uerzo, porque la única tentación de la carne que sienten es por la carne de vaca, con orégano, papas y cebollas bien doradas.

¿Qué les falta a los hom bres para anim arse más?

ARRULLOS DE PALOMOS

Todos los anim ales, y h asta los insectos, realizan com plicadísim os rituales, danzas, cantos y despliegues visuales llamativos destinados a captar la atención de la h em bra para atraerla. Siem pre es el m acho el que debe atraer a la hem bra, no al revés. En todas las especies, el m a­ cho es m ucho m ás estético, colorido y llamativo que la hem bra. Tiene m ayor plumaje, pelaje m ás largo y tupido o de un color especial. Todo para convencerla m uy sutil y sedu cto ram en te de que quizás valga la pena dejar que se le suba encim a, la aplaste y la despeine.

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La tim idez masculina

Basta sentarse un ratito en un banco de una plaza para darse cuenta de que a los palom os m achos no les resulta en absoluto fácil eso de subirse encim a de una grácil palomita. ¿Por qué habría de resultarles, entonces, m ás fácil a los m achos hum anos? Los palomos sacan pecho, cam inan erguidos, em iten cautivantes arrullos y se contonean de m odo tal que la pequeña y opaca hem brita pueda adm irar mejor el brillo del sol en las plum as tornasoladas de sus cuellos. Todo esto lo hacen sin ninguna garantía de éxito, porque el 99 % de las palom as los m atan con la indiferencia, los esquivan con alevosía e ignoran por com pleto su presencia, cuando no salen, literalmente, volando. Y a ellos no les queda otra que desinflar el buche por un ratito, para retom ar el intento de conquista en cuanto ven a otra palom ita agraciada. Sin em bargo, jam ás he escuchado a un palom o suspirar desesperanzado, ni protestar diciendo con desprecio: “¿Quién entiende a la s palom as?”, ni lo he visto refugiarse en los aleros para pasarse el resto de la sem ana com poniendo tangos tristes, con letras sobre el abandono, o m irando palomas des­ nudas por televisión.

¿Por qué los hom bres quieren la vida tan fácil si en la naturaleza la conquista no es fácil? Si no es fácil para los anim ales inferiores, tan­ to m enos lo es para los hum anos, que poseem os un sistem a nervioso central bastante m ás complicado.

Pero no, los hom bres no quieren seguir las leyes de la naturaleza. Quieren que nosotras los conquistem os a ellos tom ando la iniciativa, cosa totalm ente forzada y artificial, casi un acto contra natura.

MIEDO A l MIEDO

La culpa de todo la tiene esa vana característica m asculina que se denom ina “tem or al rechazo”. Ese tem or es el que impide que am bos sexos se estrechen las m anos en signo de paz, de am istad y, ¿por qué no?, de amor. Es el que causa que haya m ás gente solitaria y m enos parejas felices.

Una cosa es cierta: todos nos tem em os los unos a los otros. Woody Alien dice que lo más asom broso de ser una celebridad es que la gente le pierde el m iedo a la persona fam osa y se acerca a saludarla com o si fuera inofensiva: “¿Y qué saben si no soy un loco peligroso y si no los voy

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famoso sabe que si nos golpea, al día siguiente esa reacción violenta estará en la prim era plana de los periódicos de todo el mundo. O sea que los famosos no nos golpean por tem or a lo que dirá la prensa.

Entonces, ¿que no les tem am os a los famosos significa que les tem e­ mos a los ignotos? En parte, sí. Todos sabem os que todo ser hum ano puede ser encantador, puede colm arnos de alegría, pero que tam bién puede hacernos sentir inadecuados, fracasados y torpes, y eso duele más que un golpe en la nariz. En esencia, todos tem em os que cada persona que nos cruzam os nos haga daño. Por eso mism o fueron inventadas tantas reglas de cortesía y buena educación. Diciendo “Gracias”, “Por favor”, “Faltaba m ás" y “Buenos días”, nos protegem os de que el otro nos golpee la nariz al prim er encuentro. También por eso uno se saluda m ostrando la m ano: para m ostrar que está desarm ado.

En el ám bito de las relaciones hum anas, las peores heridas no son del cuerpo, sino de la autoestim a.

Habiendo ya reconocido y dado por sentado el tem o r que pueda sentir un h om bre a sentirse herido, insisto en que tienen que afron­ tarlo y, llegado el caso, soportarlo tam bién. Que para eso son m achos, caray.

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La tim idez m asculina

¿Por qué los hom bres no se nos acercan com o las aves m acho a las hem bras? ¿O será que esperan que las mujeres den e! prim er paso? Los hom bres deberían sab er que las mujeres, como buenas hem bras que somos, no vam os a tom ar la iniciativa. Si las palom as no lo hacen, ¿por qué tendríam os que hacerlo nosotras?

Nos encanta que ellos se aproxim en sacando pecho com o los palo­ mos, y que nos m uestren los aspectos tornasolados de sus personalida­ des. Por otra parte, lo saben hacer mucho mejor que nosotras una vez que dejan sus tem ores, inhibiciones y timideces de lado.

QUE ÉL MAGA EL ESFUERZO

En algún m om ento, alguien dijo que las mujeres m odernas dan el prim er paso si les gusta un hombre. Esto hizo creer que la conquista no es un tem a exclusivam ente masculino en una sociedad avanzada. El tiem po se encargó de dem ostrar que esto es un error.

La verdad es la siguiente: cuando las mujeres tom am os la iniciativa sólo conseguim os hom bres calamitosos.

¿Y por qué sucede esto? ¿Por qué las m ujeres no sabem os elegir hom bres?

Lo que de hecho sucede es que cuando una m ujer elige al hom bre y va tras él de m anera directa, ella lleva las de perder. Como fue idea de ella y no de él la de form ar pareja, él nunca se da el gusto de sentirse el m acho conquistador, sino que m ás bien se siente el conquistado. Eso lo hace sentir poco hom bre, lo que no le conviene a ninguna mujer.

Cuando una m ujer hace todo el trabajo de la conquista, se queda sin saber jam ás si él la habría elegido si no hubiera sido por ella.

Además, uno de los principales tem as de conversación en un evento social —“¿Y u sted es com o se conocieron?"— queda arruinado para siem pre cuando una responde: “Como él ni me m iraba, fui y le pedí el teléfono antes de que se lo pidiera o tra... Entonces m e miró sorprendido y m e dijo: ‘¿Por qué no? Ya que in sistes...’” Lo que es una verdadera porquería y lo hace quedar a él como un tonto grave. Cuando alguien te pregunta cóm o se conocieron, quiere escuchar una historia rom ántica o curiosa, no patética como: “Él se m e acercó, yo creí que venía a ha­ blarm e y le ofrecí una silla, y m edia hora después me dijo que sólo se había acercado para pedirm e la mostaza. Tomó la m ostaza y se fue, y yo

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Ana von Rebeur

corrí tras él”. Esto sólo prueba que él es distraído, tímido, desinteresado, muerto de ham bre... o todo eso junto.

Una m ujer que conquista a un hom bre pusilánime y perezoso, debe atenerse a lo que vendrá luego: una convivencia gris junto a un marido desganado, que adem ás se irá con otra, porque si ya cedió una vez a los em bates fem eninos, es de los hom bres que se dejan conquistar fácilmente.

Cuando una m ujer acaba en pareja con alguien que no estaba tan interesado en ella com o para hacer el esfuerzo de conquistarla, seguirá ligada a alguien que jam ás hará ningún otro esfuerzo por ella. Entonces, ¿para qué lo quiere?

Los hom bres aprecian mucho m ás aquello que les costó conquistar que aquello que les llegó sin esfuerzo. Y aprecian mucho más aquello que tem en perder, o que no sienten 100% seguro. Si un hom bre tuvo que hacer el trabajo de conquistarte, te aprecia el doble por el tiem po que ha invertido en ganarte para él. Y te cuida m ás porque le aterra perderte. No es bueno que ningún hom bre se quede dem asiado tran­ quilo pensando que su mujer jam ás lo dejará. Esa leve zozobra de “no sé si ella m e querrá para siem pre” es muy sana en toda pareja, y hace que los hom bres se esfuercen un poco más en agradarte, duchándose cada tanto.

No te dejes engañar: la tim idez m asculina no es simpática, ya que es como un egocentrism o dado vuelta. El tímido lo es porque cree que, como todos lo m iran solam ente a él, no puede hacer nada por miedo a hacer algo incorrecto. O sea que lejos de ser un m acho de ley, el hom bre tímido es un hom bre paralizado.

Otra cosa más, el hom bre inseguro suele ser insoportablem ente ce­ loso (pues cree que cualquiera es m ejor que él) y m uchas veces violento (porque no sabe cóm o retenerte sin que no sea por la fuerza). Si precisas conm overte por algo en un hom bre, que sea por cóm o le sonríe a su sobrinito y no por su timidez.

EL PODER DEL PELMAZO

Aunque creas en la igualdad sexual, en este tem a nos tenem os que poner machistas. Siglos de cortejos nupciales entre palomos y palomas, baílenos y ballenas, novios y novias, nos dem uestran que, para que la

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La timidez masculina

cosa salga bien, las mujeres debem os esperar sentadas a que un hom bre nos elija. Para ellos será m ucho m ás fácil darle a un blanco fijo que a un blanco móvil. ¿Por qué crees que Joan Manuel Serrat, Nicholas Cage y Matt Damon se casaron con cam areras? Porque es mucho m ás fácil para ellos encarar una m ujer que está durante diez horas encerrada en un m ism o am biente y usando uniform e que perm ita identificarla, que acercarse a una m ujer que cam bia de sitio y de ropa, lo que los obliga a recordar qué llevaba puesto.

Siem pre hay un m om ento en la vida en que alguno se fija m ucho en ti, hasta el punto de llam arte constantem ente. Quizás no sea el hom ­ bre de tus sueños, pero tiene la ventaja de insistir. Ese es el poder del hom bre pesado y m achacón: pase lo que pase, él te anda rondando, te sigue, te busca, te llama, insiste en que quiere verte. [Un pesado total! Y por m ás que lo rechaces, llega un día en que estás con la guardia baja, triste y sola, y él está ahí para escucharte y mimarte, y le dices que sí. Y, izás! Acabas casada con Carlitos, el que siem pre llama, ese que tus herm anos te pasaban el teléfono diciendo: “[Para ti! ¡Otra vez ese Carlitos tan molesto!” Pero Carlitos te eligió e insistió, y los otros no. Y Carlitos se convierte en el hom bre de tu vida.

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Ana von Rebeur

Hace poco, haciendo zapping en la tele m e quedé viendo en la RAI una entrevista al famoso cantante y anim ador de los años cincuenta Tony Dallara, autor de los hits vencedores del Festival de San Remo

Come prima y Romantica, que estaba celebrando con su esposa los 36

años de felicísimo m atrim onio. A la sonriente esposa le preguntaron cóm o se conocieron, y ella respondió: “Alguien le habló bien de mí, le dio mi teléfono, él no dejaba de llamar todos los días. Yo ni lo conocía, pero insistió tanto que le dije que sí, y aquí estam o s...” La conductora le dijo: “Esa no parece una historia de am or muy especial... ¿Usted le dijo que sí por lo mucho que insistió?” Y la esposa del cantante dijo: “¿Acaso no lo hacem os todas? Mire, a mí y a cualquier mujer nos viene bien cualquier hombre, pero no todos se fijan en una. Creo que todas term inam os quedándonos con el que siem pre llama, porque insiste, está presente en el m om ento indicado y espera hasta que aflojam os”. Tony la besó, le dieron a él el micrófono y le dedicó a su mujer, em ocionado, su canción favorita: “TU sei romantica. .."

Referencias

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