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ELIZABETH, MI NOVIA QUE NO FUE

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Academic year: 2021

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ELIZABETH, MI NOVIA QUE NO FUE

Por ZORBA EL GRIEGO

Ver películas antiguas en la televisión; ahora, es como viajar al pasado en una alfombra mágica. En una de esas ocasiones, descubrí que es bastante difícil ser joven y estar enamorado, pero lo es más, ser joven, enamorado y tímido.

A mis quince años, no tenía novia. En la semana jugaba fútbol y los viernes de noche, practicaba ajedrez. Los sábados, cuando no jugaba, iba al cine Tropical donde pasaban películas románticas. El argumento era el mismo:

Una adorable muchacha era cortejada por un joven galán que la seducía con ingenio y sutileza.

Un sábado lluvioso, preso del hechizo de un filme idílico, entré a una confitería contigua al cine. Detrás del mostrador atendía una bella jovencita de cabello castaño y mirada tierna. Casi de mi edad. Quise impresionarla con mi mejor sonrisa, y lo único que conseguí fue decir con voz quebrada y queda:

- Deseo maní confitado.

Me entregó mi pedido al instante. Nos rozamos las manos cuando le entregué la moneda. Durante la semana siguiente viví en un mundo de fantasía. Me imaginaba dialogando con ella, en escenas románticas y que sonreía cuando le hablaba en la jerga propia de los diálogos del cine.

El sábado siguiente, aprovechando que el cine no abría sino después de una hora, pensé visitar la tienda y conversar con ella.

Recordé aquella frase que escuché en una película: “Nena ¿eres nueva aquí?”. Fui a la Plaza de Armas y me senté a ensayar mi táctica, tratando de emplear un tono displicente. Entré al local aparentando indiferencia. En su lugar encontré a una trigueña de cabello corto. Sin querer dejé escapar la frase que tanto había ensayado:

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Me sentí abochornado, y me alejé como un suspiro. Después de andar sin rumbo por las calles, decidí probar suerte otra vez. Caminé hacia la tienda e ingresé con mucho aplomo. Nunca antes había gastado más de un sol en golosinas, pero consideré que las circunstancias exigían una cantidad impresionante. Arrojando la moneda en el mostrador, dije:

- Que sean tres soles de maní confitado.

Sonrió, y me entregó tres bolsitas del confite. Las tomé con un gesto de falsa frialdad.

- Hasta pronto, nena- dije – Nos vemos luego.

Las semanas siguientes fueron excitantes. Pasaba diariamente frente a la tienda, después de clases. Fingía ver los aparadores, pensando en ella. Ideaba toda clase de planes para encontrarla fuera de la dulcería y poder hablarle. Nunca antes me había enamorado.

Un sábado, al ingresar a la tienda, la chica de mis sueños, me saludó:

- ¡Hola! - Me sentí obnubilado.

- Voy al cine y quisiera gomitas de menta - Balbuceé.

Sonrió. Sus ojos eran marrones. Imposible apartar los ojos de ella, mientras me entregaba mi pedido. Se hallaba muy cerca de mí. Su cara quedaba exactamente frente a la mía. Estaba a punto de darle las gracias, cuando la chica de cabello corto, la llamó:

- ¡Elizabeth!

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Elizabeth, Elizabeth…

El viernes siguiente jugué una partida de ajedrez con Guillermo García, el jugador más bajo del club; pero mi mente andaba tan lejos que no estuve concentrado en el juego. Aquel descuido me costó perder la partida. Guillermo que no cabía de contento por aquella victoria inesperada, me llevó aparte y me mostró la foto de una chica menudita.

- Se llama Margarita, la conocí la semana pasada - me confió - ¿Se ve bonita? ¡Eh!

Tuve que decir algo, para no perder mi prestigio. . .

- Mi novia se llama Elizabeth, y se parece a Lorena Velásquez.

- ¡Vaya! ¿Tienes su fotografía?

- Sí, sobre la cómoda de mi habitación – dije. Guillermo estaba fascinado.

- ¿Podrías traerla al colegio, la próxima semana?

- Por supuesto.

Estando en casa, recordé que en la confitería vendían fotos de estrellas del cine. Si encontraba alguna que guardara cierto parecido con Lorena Velásquez, podría mostrársela a Guillermo. En la dulcería encontré a Elizabeth sonriente.

- ¡Hola! - dijo.

Quise pedirle su foto, y no me animé, solo me limité a comprar maní confitado. Necesitaba valor para invitarla a platicar, pero ¿Cómo? En una de las películas de esa tarde, Humphery Bogart le dice a una corista: “Nos vemos

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después del espectáculo”. Ella lo buscó y de allí nació el romance. Aquella frase se grabó en mi mente y decidí probarla. Elizabeth, ilusionada por ello aceptaría de todas maneras. Le diría que se parecía a Lorena Velásquez y le pediría su foto. Del cine pasé a la tienda. Solo estaba la chica trigueña.

- ¿Está Elizabeth?

- Se acaba de marchar a su casa - me miró - Te gusta Elizabeth, ¿verdad? - dijo.

No pude articular palabra alguna. Salí del local. En el colegio, Guillermo me pidió la foto.

- No hemos peleado.

- Lo mismo, me pasó a mí con Margarita - comentó.

No volvimos a tocar el tema. Un domingo encontré a Elizabeth comprando en La Pequeñita.

- ¡Hola! ¿Has estado de viaje? - me saludó. Comencé a decir algo, pero el ruido del gentío era tan fuerte que tuve que acercarme y hablarle al oído. Su perfume me fascinó. No me vino entonces a la mente, ni una sola frase de las películas.

- ¿Sigues trabajando en la tienda?

- Ya no trabajo allí - Mi corazón daba brincos.

- ¿Dónde trabajas ahora?

Estaba a mi lado, con su cara frente a la mía. En ese instante, un grupo de personas pasó delante de nosotros y ya no la vi.

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Transcurrieron los años y su recuerdo lo tuve presente en mi mente. Conocí a muchas chicas, pero ninguna me cautivó tanto como Elizabeth.

Un día que caminaba distraído por una calle solitaria, me crucé con una mujer mayor. Vestía un vestido ceñido al cuerpo. Miré fijamente su rostro recargado de maquillaje y sus enormes ojos marrones, me observaron con tristeza. Iba a decirme algo, pero se arrepintió y se alejó casi corriendo.

- Elizabeth - dije, sin emoción.

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