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Grün, La fuerza sanadora de las parabolas de Jesus

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La fuerza sanadora

de las parábolas de Jesús

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Colección «E

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Anselm Grün

La fuerza sanadora

de las parábolas

de Jesús

Sal Terr ae

Santander – 2011

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Título del original alemán: Jesus als Therapeut. Die heilende Kraft der Gleichnisse © 2011 by Vier-Türme GmbH, Verlag,

D-97359 Münsterschwarzach Abtei www.vier-tuerme-verlag.de

Traducción:

Isidro Arias Pérez

Imprimatur: X Vicente Jiménez Zamora

Obispo de Santander 15-11-2011

© 2011 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-I 39600 Maliaño (Cantabria) Tfno.: 942 369 198 / Fax: 942 369 201 salterrae@salterrae.es / www.salterrae.es Diseño de cubierta: María Pérez-Aguilera www.mariaperezaguilera.es Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida, total o parcialmente,

por cualquier medio o procedimiento técnico sin permiso expreso del editor.

Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 978-84-293-1972-9

Depósito Legal: Impresión y encuadernación:

Imprenta J. Martínez 39611 Guarnizo (Cantabria)

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Índice

Introducción . . . . 7

1. Los métodos terapéuticos de Jesús en las parábolas . . . . 13

Actitud frente a la culpa . . . 17

Actitud frente al juez interior . . . 22

Actitud frente a la angustia . . . 25

Actitud frente a la envidia . . . 28

Actitud frente a los enemigos interiores . . . 32

Actitud frente a mis zonas de sombra . . . 35

Actitud frente a mis ilusiones . . . 39

Actitud frente a los desengaños . . . 42

Anhelo de plena individuación . . . 44

Anhelo de fertilidad . . . 49

Anhelo de transformación . . . 50

Anhelo de volver al hogar . . . 53

Anhelo de recuperar lo perdido . . . 58

Anhelo del auténtico «sí mismo» . . . 62 ÍNDICE 5

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2. Los métodos terapéuticos de Jesús

en sus palabras . . . . 67

Kôan: dichos que invitan a pensar en otro plano . . . 70

Dichos metafóricos . . . 76

Dichos desafiantes de Jesús . . . 85

Principios alentadores . . . 90

3. Los métodos terapéuticos de Jesús en los relatos de curación . . . . 98

La comprensión específica de la enfermedad y de la sanación en los Evangelios . . . 100

Jesús se acerca a los demás y se pone en el lugar de cada persona . . . 104

Enfermos que acuden a Jesús . . . 114

Enfermos que son presentados a Jesús . . . 128

Curación a través del encuentro . . . 142

Terapia familiar: superación de relaciones conflictivas . . . 150

Panorámica de los diversos métodos terapéuticos de Jesús en los relatos de curación . . . 159

Reflexiones finales . . . . 165

Bibliografía . . . . 172

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Introducción

D

ESDEhace unos veinte años acompaño en la casa de

re-tiros de la abadía de Münsterschwarzach a hombres y mu-jeres que, después de haber dedicado algunos o muchos años al servicio de la Iglesia, sienten de pronto que sus fuer-zas flaquean para seguir adelante. También en los cursos que he impartido estos años he podido dialogar con mu-chos participantes que han querido confiarme sus preocu-paciones. Desde que acompaño a otras personas, intento averiguar cómo se comportaba Jesús con quienes se le acer-caban: cómo se dirigía a ellos, cómo los trataba y les decía palabras que tocaban su corazón.

Cuando abro la Biblia, Jesús me sale al encuentro en los Evangelios como terapeuta que cura a diversos enfermos. Me sale al encuentro como persona dialogante y como na-rrador de historias. Y descubro que muchas de las palabras de Jesús me plantean toda una serie de exigencias interiores. Desde hace tiempo, me había propuesto meditar sobre los métodos terapéuticos de Jesús y aprovechar su sabiduría sa-nadora en favor de nuestros contemporáneos. En mi opi-nión, este encuentro con Jesús nos permitiría tener otra imagen de nosotros mismos. Porque de la imagen que te-nemos de nosotros mismos depende en gran parte el éxito INTRODUCCIÓN 7

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final de nuestra vida. Y, por otra parte, estoy convencido de que, para que nosotros podamos experimentar algún ti-po de sanación, nuestro encuentro actual con Jesús debe producirse teniendo en cuenta nuestros problemas psíqui-cos. Nos sentimos fascinados cuando leemos en los Evan-gelios que Jesús curaba a enfermos. Pero el hombre actual, con sus enfermedades psíquicas, ¿cómo puede esperar que el encuentro con Jesús represente para él la curación? Esta es también la pregunta que yo me hago. Por eso, este libro está pensado para aquellas personas que ya han emprendi-do el camino de aprender a conocerse mejor a sí mismas. Espero que les ayude a encontrar sendas conducentes a una vida satisfactoria y llena de sentido. De manera espe-cial, al escribir estas páginas he pensado en todos aquellos que, por estar profundamente descontentos de sí mismos, se afanan por eliminar este sufrimiento. Finalmente, he escrito este libro pensando también en mí mismo como consejero espiritual y en todas aquellas personas –hombres y mujeres– que generosamente ofrecen algún tipo de acompañamiento espiritual a quienes se lo piden. Es evi-dente que también quienes trabajamos en el asesoramien-to espiritual podemos aprender de los méasesoramien-todos terapéuti-cos de Jesús. Es más, espero que incluso los terapeutas profesionales se interesen por la sabiduría terapéutica de Jesús y estén dispuestos a recibir de él estímulos que enri-quezcan su propia terapia.

Al exponer los métodos terapéuticos de Jesús no sigo los criterios de ninguna escuela psicológica en particular. Jesús no fundó una escuela psicológica ni inició una orientación terapéutica propia. Se ocupaba de cada uno de los enfermos dejándose guiar por lo que la intuición le sugería en cada

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caso. Sus acciones procedían siempre de su corazón. Noso-tros no podemos copiar a Jesús, pero sí debemos inspirar-nos en él. En efecto, Jesús transmitió el Espíritu a sus discí-pulos y les encomendó la tarea de curar a los enfermos con el poder de su Espíritu y anunciar su mensaje para que su eficacia salvífica alcanzara también a los hombres de nues-tro tiempo.

Este libro no pretende ni puede reemplazar a la terapia que actualmente nos ofrecen los profesionales de esta es-pecialidad. Aunque es verdad que muchos hombres real-mente enfermos se acercaron a Jesús y se curaron al en-contrarse con él, en nuestras enfermedades psíquicas ne-cesitamos acudir a un médico o terapeuta que nos trate profesionalmente. Eso sí, siempre que alguien esté des-contento de sí mismo puede encontrarse también con Je-sús en la meditación, lo que sin duda le permitirá percibir en sí mismo la eficacia salvífica del evangelio. En la medi-tación de los relatos de curación, a menudo sentimos que esta se produce también en nosotros. Si dejamos que las palabras de Jesús caigan en nosotros y, por decirlo así, nos alimentamos de ellas –para los antiguos monjes, meditar era sinónimo de «rumiar»–, ellas terminan transformán-donos. Y si nos familiarizamos con las parábolas de Jesús y tratamos de comprenderlas, cambiará la imagen que te-nemos de nosotros mismos y la imagen que tete-nemos de Dios. Gracias a este don de ver las cosas de manera nueva, nos sentiremos distintos: más sanos, más libres, más hen-chidos de esperanza y más fuertes. En cualquier caso, la meditación de las palabras y las acciones de Jesús no sus-tituye a la terapia que podamos necesitar en función del tipo de enfermedad que padezcamos.

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En mi opinión, Jesús curó a los enfermos de tres maneras.

1. Los relatos parabólicos son una especie de «terapia de la

conversación» o «del diálogo». Las palabras de Jesús nos permiten contemplar la propia vida desde una nueva pers-pectiva, y los relatos de curación nos muestran cómo se acerca Jesús a los enfermos. En sus parábolas, Jesús trata de liberar a los oyentes de las imágenes patológicas que puedan tener de Dios y de aquellas otras imágenes que resultan des-tructivas para el sujeto mismo que las alimenta. Dicho en términos más positivos: Jesús quiere mostrar a sus oyentes el camino que les permita tener una visión adecuada de sí mismos y de Dios. En efecto, de la forma en que nos vea-mos a nosotros misvea-mos y a Dios depende el éxito de nues-tra vida. En las parábolas, Jesús domina el arte de nues- transfor-mar desde dentro el punto de vista de sus oyentes, sin tra-tarlos como a menores de edad y sin adoctrinarlos. Las pa-rábolas describen un proceso terapéutico que suscita la con-fianza y la complicidad de los oyentes.

Ante todo, las parábolas no pretenden adoctrinar, sino más bien sanar nuestras imágenes interiores. Por mi parte, me gustaría redescubrir en especial la fuerza sanadora de las parábolas para los hombres de nuestro tiempo. A decir ver-dad, yo mismo he podido comprobar a menudo cómo las historias y las parábolas pueden hacer avanzar a los hombres también en el trabajo de acompañamiento. Los clientes agradecen y saborean estas historias, que les transmiten nuevos puntos de vista sobre la vida.

2. La sabiduría terapéutica de Jesús se pone de manifiesto

también en los dichos y las palabras que de él nos transmite la Biblia. Unos y otras son para mí de carácter sanador, más

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que moralizante. Incluso fuera de sus historias y parábolas, Jesús habla a sus contemporáneos con palabras que a noso-tros mismos nos abren también los ojos para captar la ver-dad de nuestra vida. Sus palabras nos sitúan en otro nivel: en un nivel en el que las palabras nocivas de los hombres no nos alcanzan, porque nos sentimos acogidos por Dios.

3. Donde la acción terapéutica de Jesús destaca con mayor

claridad es en los relatos de curación de los Evangelios. De todos modos, Jesús no cura siempre de la misma manera. En realidad, los «métodos terapéuticos» utilizados por Jesús para sanar a los enfermos son varios. Yo mismo he explica-do ya a menuexplica-do alguno de estos relatos de curación. En es-te libro me gustaría abordar sises-temáticamenes-te la cuestión de cómo trata Jesús a las personas.

Los relatos de curación nos invitan a presentarnos ante Jesús, con todas las amenazas que pesan sobre nosotros, pa-ra que lo que sucedió en otro tiempo se haga de nuevo rea-lidad hoy en nosotros. Por otra parte, los relatos de curación son una exhortación a salir al encuentro de los hombres co-mo lo hizo Jesús, para animarlos, estimularlos y sanarlos con la fuerza de su Espíritu.

De todos modos, antes de abordar los relatos de curación como actuaciones propiamente terapéuticas de Jesús, me gus-taría meditar las parábolas y las palabras y dichos de Jesús. Cada uno de nosotros –con independencia de si es un bus-cador o un orientador espiritual o terapéutico– está obligado a confrontarse con la imagen que tiene de sí mismo.

La imagen que tenemos de nosotros mismos está siem-pre estrechamente relacionada con la imagen que tenemos de Dios. Así, por ejemplo, la representación de un Dios ma-INTRODUCCIÓN 11

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lo me hace pequeño y miedoso. Las imágenes patológicas de Dios dan lugar a modelos neuróticos y sobrecargan nues-tra existencia.

Las parábolas y las palabras o dichos de Jesús que pre-sentaré en primer lugar nos invitan a reflexionar sobre nues-tra imagen de Dios y, consiguientemente, también sobre la propia vida, lo cual nos permitirá establecer una relación sa-na con nosotros mismos. Después echaré usa-na ojeada a los relatos de curación. También estos nos invitan a preguntar-nos por las amenazas psíquicas que penden sobre cada uno de nosotros y a reflexionar sobre ellas en el encuentro con Jesús.

Ojalá la lectura y meditación de los textos bíblicos –merece la pena que dicha lectura se haga siempre recurriendo di-rectamente a alguna edición de la Biblia– permita a todos los lectores y lectoras a encontrarse de nuevo consigo mis-mos, mejorar el conocimiento propio y experimentar en su interior una verdadera transformación y curación. Ojalá to-dos cuantos –hombres y mujeres– trabajan en la orienta-ción y el acompañamiento espirituales se dejen sugestionar por los métodos terapéuticos de Jesús y pongan el máximo cuidado en encontrarse con los seres humanos a quienes asesoran o acompañan. Ojalá, por último, que estas perso-nas desarrollen una especial sensibilidad para percibir, por una parte, las auténticas necesidades de sus clientes y, por otra, lo que les hace bien a ellas mismas como acompañan-tes y les ayuda a cumplir su tarea sin imponerse cargas de-masiado pesadas.

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1

Los métodos terapéuticos de Jesús

en las parábolas

L

Amayoría de los métodos de terapia pasan por el

diálo-go, una conversación en la que cada uno de los participan-tes toma la palabra para, de alguna manera, hacer a los de-más partícipes de los pensamientos que en ese momento ocupan la mente del que habla. A veces, sin embargo, el te-rapeuta cuenta también historias, gracias a las cuales el cliente intuye cómo puede producirse la curación. En la an-tigüedad, la narración de historias representaba incluso la forma propiamente dicha de la terapia. También en la co-lección de cuentos Las mil y una noches, la princesa se ve obligada a seguir contando fábulas hasta que, finalmente, se produce la curación del príncipe.

Jesús utilizó a menudo las parábolas en su predicación. Era a todas luces un maestro en el arte de la narración de historias, y la gente lo escuchaba con gusto. Podríamos con-siderar que las parábolas formaban parte de su terapia, pues en ellas se esconde un poder sanador. En las parábolas, Je-sús les cuenta a sus oyentes historias de cómo es posible que la vida salga adelante. En sus parábolas, Jesús querría trans-mitir a los hombres un nuevo punto de vista: una nueva LOS MÉTODOS TERAPÉUTICOS DE JESÚS EN LAS PARÁBOLAS 13

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imagen de Dios y una nueva imagen de sí mismos. Las imá-genes que cada cual lleva consigo dejan su impronta en la vida del individuo. Hacen de él una persona enferma o una persona sana. De ahí que en las parábolas Jesús trate de sus-tituir las imágenes patógenas de Dios y las imágenes pató-genas de sus oyentes por imágenes saludables.

Con sus parábolas, Jesús fascina y provoca. Cuando Je-sús habla de unas bodas, de la cosecha, de fiestas, de nego-cios que salen bien, sus oyentes lo escuchan fascinados. Quedan cautivados por sus palabras. Pero luego hay tam-bién siempre un detalle en las parábolas que nos enoja. Je-sús lo aprovecha para provocarnos conscientemente y, de es-ta manera, poner al descubierto una facees-ta de nosotros mis-mos: cada vez que mis palabras te irritan, te ves confronta-do con la falsa imagen de ti mismo y de Dios que llevas en tu interior.

A veces el sentimiento que provoca Jesús en nosotros no es la ira, sino la alegría por el mal ajeno: por ejemplo, por la derrota de alguien aparentemente poderoso. Pero a Jesús no le interesa en realidad la alegría por el mal ajeno. Lo que él busca es más bien hacernos caer en la cuenta, a través de ese sentimiento, de puntos de vista esenciales sobre nosotros y sobre Dios. Evidentemente, para que una persona se des-prenda de imágenes dañinas es preciso que se sienta emocio-nalmente afectada. Además, con demasiada frecuencia se tra-ta de un proceso doloroso, que transforma nuestras imáge-nes. Se requiere, por ejemplo, que exista un comportamien-to agresivo, para que uno se distancie de determinadas imá-genes. De pronto reconozco furioso el efecto nocivo que es-tas imágenes han tenido en mí: me han hecho imposible la vida o me han conducido en una dirección equivocada.

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Durante mucho tiempo, los exegetas pensaron que en las parábolas lo que realmente importa es la conclusión, el

tertium comparationis. Opinaban que cada parábola puede

resumirse en un solo enunciado, que el ropaje metafórico es más bien de carácter pedagógico y que lo peculiar de cada parábola es la enseñanza que contiene.

Desde este punto de vista, en último término las pará-bolas solo serían buenas para las personas estúpidas. Las personas inteligentes no necesitarían para nada las parábo-las. A estas les bastaría la enseñanza pura y simple. Por des-gracia, de esta manera se deja de lado la eficacia terapéutica de la parábola. Al escuchar las parábolas que cuenta Jesús, se produce en el oyente una transformación interior: se abre para recibir las palabras de Jesús, porque se siente fascinado. E imperceptiblemente, a medida que avanza el relato, Jesús lo conduce hasta otro nivel. El oyente tiene de pronto una experiencia de revelación, en su interior se enciende una luz acerca de sí mismo. Ahora puede verse a sí mismo de otra manera. Esta transformación interior del punto de vista del oyente –y sin duda también de sus sentimientos– es algo que no puede alcanzarse por medio de la enseñanza pura y simple. Para ello se necesita el arte de la parábola.

Es mérito del teólogo y terapeuta alemán Eugen Dre-wermann haber señalado la importancia del arte terapéuti-co y la energía sanadora de las parábolas. Tratando de dcribir la eficacia transformadora de las parábolas, afirma es-te autor: «Desde el punto de vista psicológico, para que la narración de una parábola se vea coronada por el éxito de-be “encantar” literalmente al oyente, hasta el punto de tras-ladarlo, del mundo en que ha vivido y llevado a cabo sus ex-periencias hasta ese momento, a otro mundo distinto y en LOS MÉTODOS TERAPÉUTICOS DE JESÚS EN LAS PARÁBOLAS 15

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abierta contradicción con el suyo, pero que corresponde a sus deseos rectamente entendidos en el plano más directa-mente pasional» (Drewermann, 731). Eugen Drewermann habla de «sublimación» a través de las parábolas. Con ello quiere decir que Jesús interpela a personas que saben por experiencia lo que son las ganas de vivir y la pasión. Pero, a través precisamente de las parábolas, consigue que la fuerza de esta pasión se encauce hacia un plano más elevado, de manera que esta fuerza termine desembocando en la vida con Dios y ante Dios. «Lo realmente decisivo de un discur-so parabólico radica... en su capacidad de abrir una brecha en este mundo desde el punto de vista psicológico: en el cambio de orientación de todos los impulsos, en la subli-mación de los afectos» (Drewermann, 729).

En sus parábolas aborda Jesús diversos conjuntos temá-ticos. En cada caso, el oyente es invitado a cambiar su for-ma de ver las cosas en los más diversos ámbitos de la vida humana. Se trata de que se enfrente a su propia angustia de otra manera, de que encuentre una vía adecuada que le per-mita reaccionar a la experiencia de la culpa. Se trata de la experiencia de desengaño, de impotencia, de la experiencia de los propios lados de sombra.

Las parábolas abordan importantes temas terapéuticos. Y a través de las parábolas consigue Jesús que sus oyentes se re-lacionen de una forma nueva con los temas centrales para su alma. La angustia, la culpa, la pena, el desgarro, la im-potencia, el rechazo... son impulsos que están presentes en la vida de todo ser humano, y es importante que estos te-mas no se repriman, sino que cada uno se enfrente a ellos constructivamente.

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Con relativa frecuencia, al abordar estos temas las perso-nas han desarrollado estrategias que no las benefician en ab-soluto. Quien niega la pena termina siendo visitado por ella. Quien reprime el sentimiento de culpa se ve asaltado por di-fusos sentimientos de culpabilidad. Los cristianos han adop-tado a menudo una actitud masoquista con respecto a la pe-na y a la culpa. Y mientras tanto, como reacciope-nando contra esta actitud, otras muchas personas se han rebelado contra es-te girar permanenes-te alrededor de la pena y de la culpa y han reprimido ambos temas. Pero esta no es la solución. Jesús nos muestra caminos que nos permiten abordar de forma ade-cuada estos y otros importantes temas vitales.

Me gustaría seleccionar algunos de estos temas terapéu-ticos y ofrecer a mis lectores la perspectiva de Jesús sobre ca-da uno de ellos. Es una perspectiva nueva, a menudo fasci-nante y, al mismo tiempo, provocadora.

Actitud frente a la culpa

(Lucas 16,1-8)

Uno de los temas que no dejan indiferente a nadie es el de la «culpa». Por desgracia, la Iglesia, sobre todo en el pasado, recordó a sus fieles, a tiempo y a destiempo, los temas de la culpa y del pecado, lo cual acabó creando en ellos una ma-la conciencia. Pero también ma-la actitud contraria es poco re-comendable: si la culpa deja de reconocerse y de tomarse en consideración, a menudo los sentimientos de culpa se ca-muflan bajo otro ropaje; por ejemplo, en forma de ataques de ira, angustia, irritabilidad, o en compulsiones iterativas –es decir, tendencias a la repetición mecánica de determi-nados actos o gestos.

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En el caso de las enfermedades obsesivas, de lo que se trata siempre, en último término, es de un sentimiento de culpa reprimido. Albert Görres, psiquiatra muniqués muer-to en 1966, afirma que quien pierde muer-toda sensibilidad para la culpa pierde un rasgo esencial de su naturaleza humana. En efecto, esa pérdida supone la renuncia a la profundidad de la propia existencia y la nula percepción, a partir de en-tonces, de la libertad y la responsabilidad de cada persona. Si la conciencia de la culpa desaparece, lo normal es que la culpa no se manifieste ya «como mala conciencia, sino sim-plemente como un difuso sentimiento de angustia o depre-sión, como una distonía vegetativa» (Görres, 78). En au-sencia de los sentimientos de culpa, muchas personas sufren entonces diversas formas de angustia frente al posible re-chazo o fracaso y las consiguientes depresiones.

La cuestión que hemos de plantearnos todos y cada uno de nosotros es: ¿cómo consigo adoptar la actitud adecuada con respecto a la culpa y cómo lo hago de manera que no pierda mi autoestima? Jesús aborda este tema en la parábo-la del administrador astuto. Los oyentes de Jesús, que en su mayoría eran materialmente pobres, debieron de escuchar fascinados esta historia. Su impresión era, seguramente, que el administrador había estafado astutamente a su amo. Sin embargo, Jesús no se detiene a comentar esta alegría super-ficial por el mal ajeno. Él querría llevar a sus oyentes a otro plano. A otros, esta parábola los irrita. Dicen: «No está bien. Lo que hace el administrador es inmoral, porque en-gaña a su amo». Y justamente entonces, en el momento en que algo nos irrita, Jesús nos dice: fíjate bien y comprueba si tu visión de las cosas no está en realidad equivocada. La visión que tienes de ti mismo y de Dios es falsa. Por tanto,

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debes aprender a comportarte con la culpa de otra manera. Te muestras tan duro juzgando a los demás porque tú mis-mo te comportas inadecuadamente con tu propia culpa.

Lo queramos o no, a lo largo de nuestra vida todos in-currimos una y otra vez en los más diversos tipos de cul-pa. En la parábola, este aspecto se expresa a través de la imagen del malbaratador. También nosotros malversare-mos siempre algo de nuestra riqueza, de nuestras faculta-des y de nuestras energías. Pero la cuestión es cómo reac-cionamos nosotros al reproche de ser malversadores, de ser culpables. El administrador mantiene un pequeño monó-logo: «¿Qué voy a hacer ahora que el amo me quita el puesto? Para cavar no tengo fuerzas, pedir limosna me da vergüenza» (Lucas 16,3).

Para reaccionar contra la culpa, a menudo escogemos uno de estos dos caminos: el primero consiste en trabajar duramente; nos proponemos no volver a cometer en ade-lante ninguna falta; apretamos los dientes y nos esforzamos. Por desgracia, esta actitud tan solo nos endurece y nos ten-sa. Nos volvemos duros con nosotros mismos, pero también juzgamos duramente a los demás. A partir de ese momen-to, giramos permanentemente alrededor de la culpa de los demás y nos escandalizamos de ellos. El otro camino nos lleva a mendigar la aceptación de los demás. Nos pasamos la vida revestidos del hábito de los penitentes y nos discul-pamos incluso por el hecho de existir. Nos empequeñece-mos con nuestra autoinculpación y mendigaempequeñece-mos reconoci-miento y dedicación. Esta actitud nos lleva a perder toda autoestima.

El administrador ve un tercer camino: «Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me despidan, alguno me reciba en LOS MÉTODOS TERAPÉUTICOS DE JESÚS EN LAS PARÁBOLAS 19

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su casa» (Lucas 16,4). Este hombre sabe cómo tratar creati-vamente la realidad de su culpa. Fue llamando a cada uno de los deudores y les perdonó parte de la deuda –recuerde el lector que, en este contexto, «deuda» y «culpa» son sinó-nimos– a costa del amo rico. Es la única posibilidad que to-davía le queda. En definitiva, el administrador astuto sabe que no puede pagar toda la deuda: ni trabajando duramen-te, ni mendigando aceptación. Lo único que puede hacer es convertir su deuda en ocasión para prosperar gracias a sus relaciones humanas. Se dice a sí mismo: yo soy deudor, vo-sotros sois deudores; compartamos la deuda. Recibámonos unos a otros en nuestras casas.

Jesús nos invita a descender del trono de nuestro en-greimiento y a vivir como hombres entre los hombres. En este sentido, Jesús se distingue del grupo religioso judío de los esenios, a los que se alude con la expresión «hijos de la luz» (Lucas 16,8). Los esenios eran muy piadosos. Pero si al-guien transgredía las normas del grupo, era expulsado y ex-cluido sin piedad. Jesús dice: Vosotros, cristianos, no debéis excluir, sino acoger. Conscientes de que Dios os ha perdo-nado, debéis actuar humanamente en lo que a vuestra cul-pa se refiere. Debéis comportaros como hombres entre los hombres, sin pretender poneros por encima de los demás, pero tampoco por debajo de ellos.

No necesitamos pagar la deuda –es decir, la culpa– con-traída ni trabajando duramente ni mendigando el perdón. Teniendo en cuenta que Dios, en su misericordia, nos per-dona la culpa, también nosotros podemos mostrarnos mi-sericordiosos con nosotros mismos y con todos los demás seres humanos.

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En mi trabajo de acompañamiento espiritual he experi-mentado que la parábola del administrador astuto ha ayu-dado a muchas personas a no culparse siempre por todo y a no rebajarse ante los demás. La parábola les ha hecho recu-perar de nuevo su propia dignidad. Además, estas personas han podido liberarse de un rigorismo moral que las llevaba a imponerse a sí mismas cargas difíciles de soportar. Estos creyentes experimentaron el punto de vista de Jesús como un mensaje liberador y curativo.

Así pues, una parábola puede ser más eficaz que una en-señanza sobre el perdón. La parábola pone en movimiento una parte de nosotros. Nos reconocemos en nuestras formas de reaccionar a la culpa y, gracias a las palabras provocado-ras de Jesús, nos sentimos más libres y con mayor amplitud de miras en lo que a nuestra relación con la culpa se refie-re. Podemos hablar de nuestra culpa sin sufrir por ello un desgarro interior.

El psicólogo suizo Carl Gustav Jung afirmó en cierta ocasión que para algunas personas la culpa era una ocasión que aprovechaban para hacerse añicos personalmente. En lugar de opinar sobre su verdad y su «lado oscuro», sabo-rean su contrición y arrepentimiento «como un cálido lecho de plumas en una fría mañana de invierno, cuando llega el momento de levantarse» (Jung, Werke 8, 680). La parábola anima a caminar erguidos por la vida, a invitar digna y sin-ceramente a otros a entrar en nuestra casa, pero también a entrar en las casas ajenas sin tener que someterse a ningún tipo de autohumillación.

Referencias

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