El cuerpo en el fundamento del deseo de hijo en la mujer, un desvío biologizante
en la teoría psicoanalítica a partir de Freud
Dra. M. Teresa Torres Vázquez
Candidato en formación APM
México
El título del trabajo corresponde a mi tesis de doctorado del programa
“fundamentos y desarrollo psicoanalíticos” de la Universidad Autónoma de Madrid, lo que ahora me permito proponer para su discusión es un resumen del cuestionamiento teórico a la ecuación freudiana: envidia de pene igual a deseo de hijo. La investigación teórica que sustentó el trabajo siguió la propuesta metodológica de J. Laplanche para el estudio de la teoría psicoanalítica, es decir el propio método psicoanalítico, de leer (escuchar) todo en el mismo plano sin privilegiar autores o contenidos; esta presentación en cambio, es sólo un resumen de sólo un aspecto del trabajo que por razones de brevedad no expongo, como tampoco la metodología seguida de manera detallada en este escrito.
La motivación previa al interés por la comprensión del deseo de hijo en la
mujer como un problema en la teoría psicoanalítica fue justamente el trabajo, tanto
en la clínica privada como institucional con mujeres, con motivos de consulta
diversos centrados algunas veces en “el hijo que preocupa” o no; madres con hijos
biológicos o adoptados (con pareja o sin ella); mujeres a cargo niños por ser
madrastras tías o hermanas; hijas hablando de su madre o tutora, o bien de su
eventual maternidad. Todas ellas con sentimientos variados desde en torno a la
maternidad, desde un anhelo consciente irrenunciable; pasando por la duda o más
ambivalencia manifiesta; hasta la decisión de no tener hijos; mujeres sintiéndose
con la obligación de ser madres y la culpa manifiesta o consciente respecto al
dudar de su deseo maternal o ante la opción de la renuncia y cargar con el mote
de “egoísta”. ¿Es posible ser mujer sin pasar por la maternidad? ¿No tener un hijo es quedarse castrada, masculina o envidiosa del pene? ¿Se puede ser una madre diferente a la propia? ¿Es posible mantener una relación de pareja donde no haya hijos? son sólo algunas de las preguntas implícitas en sus discursos.
La hipótesis del deseo de hijo a partir de la envidia de pene dio lugar a dos alternativas opuestas al falocentrismo freudiano pero ancladas en él, mismas que podríamos ubicar en dos polos diferenciables, sin pretender reducirlas: una que enfatiza el papel del cuerpo y la otra que rescata el carácter psíquico de tal deseo también señalado por Freud. Al primero lo considero de tipo biologizante, sigue una vertiente que se mueve por el ángulo de las características del cuerpo femenino; mientras que el otro desarrollo se mueve en la línea del origen exógeno del psiquismo, considerando que son la cultura y la sociedad las que han hecho de la feminidad el sinónimo de la maternidad. Desde esta última consideración, el deseo de hijo no le pertenece a la mujer, sino que se somete a él porque así lo solicita la sociedad y cultura siendo su única identidad la de ser madre.
Una vez más por razones de brevedad los desarrollos teóricos que consideran la influencia de los factores socio-culturales en la estructuración psíquica y las manifestaciones del deseo inconsciente no son considerados en este escrito.
1.- S. Freud descubre el carácter inconsciente de la sexualidad alejándose
de las características biológicas, en sus en sus primeras aproximaciones teóricas
en las que de manera marginal hace mención al deseo de hijo en la mujer lo enmarca en la dinámica inconsciente lo cual puede evidenciarse en las actas de la sociedad psicoanalítica de Viena y en algunas alusiones en la correspondencia freudiana. El deseo de hijo en la mujer fue considerado como algo natural, por ejemplo en sus manifestaciones oníricas; tuvo que ser diferenciado de la reproducción, ubicado en su origen infantil y el hijo considerado como objeto sexual de la madre.
Las fantasías en torno al origen de los niños, así como a la forma en que éstos son paridos, obligaron a Freud a trabajar el erotismo anal, al que consideró un fuerte componente del deseo de hijo; en otros momentos llegó a plantear que la falta de hijo podía desencadenar neurosis.
El deseo de hijo como problema teórico se enmarca en la teoría de la sexualidad; en la dialéctica del pensamiento freudiano estuvo siempre presente el padre en tanto que seductor, primero y más adelante por ser el portador del pene, o quien dará el hijo a la niña del Edipo freudiano (enojada con su madre por haberla traído incompleta al mundo).
No fue sino hasta la postulación de la envidia de pene que Freud llevó a cabo
una elaboración teórica estableciendo la ecuación deseo de pene = deseo de hijo,
e hizo de la envidia de pene el móvil de la sexualidad femenina anclada en de la
dinámica edípica y en torno a la castración; así mismo la vehemencia del deseo
de hijo quedaría justificada por la renuncia al pene y el consuelo con el sustituto, el
hijo. El deseo de poseer un pene marcará la entrada de la niña al complejo de Edipo (1924), su alejamiento de la madre y aproximación al padre; la sexualidad es por tanto infantil y endógena.
Al final de su obra en que Freud lleva a cabo un movimiento integrador en torno a la ecuación pene=niño, establece la fórmula definitoria de la sexualidad femenina de acuerdo a la lógica fálico-castrado y omite otros aspectos teóricos antes considerados (el papel de la seducción y del erotismo anal) reduciéndolos en su significación y confirma su convicción de que el deseo de hijo en la mujer es el derivado de la envidia de pene. En la teoría el impacto envidioso del descubrimiento de la ausencia de pene es el punto de partida de complejos mecanismos que van desde el deseo de ser un muchacho hasta un único deseo:
tener un hijo. Freud añadirá: un hijo del padre, reapareciendo veladamente la teoría de la seducción “abandonada” en 1897, sólo que puesta del lado de la niña o, mejor dicho, del infante.
El papel del padre pierde constantemente fuerza en la teoría; lo mismo
sucede con la madre quien, inocente en los cuidados que prodiga a su cría,
despierta en ella las primeras sensaciones placenteras. Es decir, aunque la teoría
de la seducción aparece una y otra vez en el trabajo freudiano, sin embargo esta
siempre acompañada de sus intentos de minimizar la influencia de la sexualidad
parental en los avatares del funcionamiento psíquico de su vástago. De esa
manera, el deseo de hijo paulatinamente se desexualiza y se convierte en
sinónimo de salud mental en la mujer; esta línea la retomarán los desarrollos teóricos posteriores que consideraron la maternidad como algo consustancial a la feminidad.
El gran descubrimiento freudiano de la sexualidad inconsciente que no parte de las leyes del cuerpo, queda en entredicho cuando la explicación del deseo de hijo se restringe a las diferencias anatómicas y a la supuesta interpretación de las mismas por parte del infante; en este caso de la niña.
Sin embargo, la envidia de pene es una experiencia infantil, sexual y ajena al cuerpo, así como una fantasía asociada a ella; por lo que el énfasis freudiano en la envidia de pene, por parte de la niña, pone al objeto del deseo fuera del cuerpo y de cualquier sensación física asociada a él. Freud por tanto reconoce el deseo de hijo en la mujer como una sustitución de algo externo y ajeno a ella, como una tramitación de lo inconsciente. No obstante, para él esa complejidad psíquica se circunscribe a una diferencia anatómica (biológica, otra vez), y se debate entre lo innato y lo implantado de manera simultánea (ya que ambos aspectos se encuentran a lo largo de su obra).
Por otro lado, tal parece que Freud en varios momentos se ve obligado a
establecer una cronología de los eventos determinantes de la sexualidad en
contraposición a su inscripción por après-coup; de ahí que uno de los problemas
teóricos de los planteamientos freudianos sea la reducción del funcionamiento del
inconsciente a un fenómeno del desarrollo (programa pre-establecido) .
En otras palabras, Freud mantiene una teoría oficial a partir de un
“simbolismo inconsciente” unívoco, un inconsciente sexualizado biológicamente;
descuidando su propio descubrimiento: el carácter pulsional de la sexualidad y, por tanto, su origen mismo. De ahí que sea necesario mantener el concepto de après-coup a la hora de hablar de aquello que se puede desear, tener o ser, como un primer elemento de nuestra comprensión del deseo de hijo en la mujer.
2.- Desarrollos biologizantes del deseo de hijo. Varios planteamientos de
los diversos desarrollos psicoanalíticos en torno al deseo de hijo en la mujer y opuestos a la teoría de la envidia del pene, se centran en el cuerpo de la mujer y su función reproductiva considerada como natural e instintiva. Estos puntos de vista también le dan importancia a las experiencias tempranas de la niña con ambos padres, así como a la identificación con la madre, al anhelo de compensación amorosa, a la posibilidad de simbolizar la castración y a la necesidad de confirmar la integridad corporal interior.
A su vez, la ausencia del deseo de hijo (que en Freud tendría que ver con el
complejo de masculinidad), así como las dificultades psíquicas y físicas para su
cumplimiento son manifestaciones de: a) de la pulsión de muerte y de la envidia
temprana; b) de conflictos psíquicos de la mujer en relación a su cuerpo y/o a su
feminidad; c) el resultado de una mala relación madre-hija y, por lo tanto, falta de
identificación con las funciones maternales, así como imposibilidad de superar el
conflicto y las rivalidades pre-edípica y edípica con la propia madre. En tales
teorizaciones el énfasis se pone en una necesidad física del cuerpo de la mujer, y no en lo sexual de ese deseo y menos aún en el bebé como objeto de la libido materna.
En ese contexto, los conflictos y ambivalencia de la mujer, y para algunos de la pareja, hacia la reproducción son derivados de dificultades serias en relación con la madre, en un marco no suficientemente explicitado de la psicopatología (Klein, F. Dolto, M. Langer, Chasseguett-Smirgel, Pines, Vives y Lartigue).
Si bien no podemos negar la fuerza y trascendencia de la influencia materna en el desarrollo de la niña, el impacto de dicha ingerencia ha sido matizado desde un punto de vista relacional, a pesar de que se le ha descrito como un fenómeno de identificación. Consideramos que la identificación como proceso estructurante del psiquismo requiere de mayor precisión conceptual, pues efectivamente se trata de una prueba de la intromisión de otro significativo, pero que ha sido reprimida; y es precisamente la represión el antecedente necesario para que se de la identificación. Lo pasado no se limita a lo anecdótico del acontecer cotidiano, sino a la represión que tuvieron todos los mensajes conscientes e inconscientes de los que el niño(a) fue depositario (a), por parte del mundo adulto que le rodeó, más allá de los aspectos relacionales que pudieran destacarse.
Las vertientes psicoanalíticas, que hemos llamado biologizantes, han
sustituido el pene por el útero y la vagina, y el deseo inconsciente por un logro del
desarrollo de la feminidad. Indiscutiblemente no se puede hablar de psiquismo sin
un referencia al cuerpo, especialmente si se trata de funciones directamente relacionadas con cambios físicos evidentes, roles sociales y momentos significativos, como es la gestación de una nueva vida.
Sin embargo, no es el cuerpo (sus funciones y sus cambios) lo que determinará el tipo de representación que se construye de él. Pues como lo señala J. Laplanche, antes de que los procesos corporales, en nuestro caso los que tienen que ver de manera particular con las funciones reproductoras, hayan entrado en pleno funcionamiento debido a su maduración, ya están habitados por representaciones. Es la pulsión (o si se quiere lo pulsional inconsciente) la que está desplazada y que Laplanche intenta colocar en el centro del debate, en contraposición al instinto, “… el instinto perdido es el instinto reencontrado. En definitiva para demostrar que en el hombre el instinto es perdido, en particular el instinto sexual y, más precisamente, el instinto que tiende a la reproducción.”
1Con ello sostiene la plasticidad, la movilidad, y la intercambiabilidad de las pulsiones unas por relación a las otras, es decir, de vicariarse, al igual que los comportamientos unos respecto de los otros pueden fundirse, confundirse e influirse. El instinto reencontrado lo será por algo que pese a todo se asemeja a lo instintual, afirma Laplanche, y para ilustrarlo alude precisamente al deseo de hijo, con estas palabras: “Pensemos en lo escasamente simple del deseo de hijo según Freud describe su génesis en el ser humano, en la mujer, pese a su
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Nuevos fundamentos para el psicoanálisis. La seducción originaria [1987] Pág.39
apariencia natural. ¿Por qué dédalos no pasa la mujer hasta llegar a desear aquello hacia lo cual todo viviente tiende instintualmente?”
2Si bien es cierto que concebir un bebé, gestarle y criarle son funciones que se dan en el cuerpo, no es éste el que genera el deseo. El cuerpo que gesta y pare un bebé, es la condición, es el escenario pero está atravesado por las fantasías, los deseos, los temores y las elaboraciones de la sexualidad infantil; o sea que la representación de los acontecimientos corporales esta clivada por las vivencias tempranas de la niña, no sólo en relación a su cuerpo sino y de manera principal con los adultos que le rodearon. El cuerpo no es el objeto de estudio del psicoanálisis, pero no se le puede ignorar justamente para no confundirle con la sede del inconsciente, ni a éste último como un evento del desarrollo psicológico.
La envidia de pene es cuestionable en la medida que es reduccionista de la dimensión inconsciente de todo deseo, aunque podemos suponer que Freud no inventó el discurso latente y manifiesto de sus pacientes femeninas, vemos que llevó la auto-teorización de ciertas mujeres de su época al estatuto de teoría oficial; es por eso que considero, como muchos otros analistas, y siguiendo la postura de Laplanche, S. Bleichmar y Gutiérrez Terrazas que nos toca revisar, repensar y hacer trabajar los conceptos psicoanalíticos si en verdad consideramos que tienen valor, riqueza y vigencia.
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