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LA VIRGEN MARÍA EN EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD

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LA VIRGEN MARÍA

EN EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD

Luisa Piccarreta

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LA VIRGEN MARÍA

EN EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD I.M.I.

Llamada Materna de la Reina Cielo.

"Hija queridísima, siento la irresistible necesidad de bajar del Cielo para hacerte mis vi- sitas maternas. Si tú me aseguras tu amor filial y tu fidelidad Yo permaneceré siempre con- tigo, en tu alma, para ser tu maestra, tu modelo y tu Madre ternísima.

Vengo para invitarte a entrar en el Reino de tu Mamá, esto es, en el Reino de la Divina Voluntad, y llamo a la puerta de tu corazón para que tú me abras.

Mira, con mis manos te traigo en don este libro, te lo ofrezco con amor materno para que tú, leyéndolo, aprendas a vivir de Cielo y ya no más de tierra.

Este libro es de oro, hija mía. Él formará tu fortuna espiritual y tu felicidad aun en la tierra. En él encontrarás la fuente de todos los bienes: Si eres débil, adquirirás la fuerza; si eres tentada, adquirirás la victoria; si caes en la culpa, encontrarás la mano misericordiosa y potente que te levantará; si te sientes afligida, encontrarás el consuelo; si te sientes fría, encontrarás el medio seguro para enfervorizarte; y si te sientes hambrienta, tomarás el alimento exquisito de la Divina Voluntad.

Con este libro no te faltará nada; ya no estarás más sola, porque tu Mamá te hará dul- ce compañía y con sus cuidados maternos se comprometerá a hacerte feliz. Yo, la Empera- triz Celestial, me encargaré de todas tus necesidades si tú accedes a vivir unida a Mí.

¡Si tú conocieras mis ansias, mis suspiros ardientes y las lágrimas que derramo por mis hijos! ¡Si tú supieras cómo ardo en el deseo de que escuches mis lecciones todas de Cielo y aprendas a vivir de Voluntad Divina!

En este libro encontrarás maravillas. Encontrarás a tu Mamá que te ama tanto que sa- crifica a su querido Hijo por ti, para poder así hacerte vivir de la misma vida que Ella vivió sobre la tierra.

¡Ah, no me des este dolor: no me rechaces, acepta este don de Cielo que te traigo;

acoge mi visita, atiende mis lecciones!

Has de saber que Yo recorreré todo el mundo, iré a cada alma, a todas las familias, a todas las comunidades religiosas, a todas las naciones, a todos los pueblos, y, si se necesi- ta, iré por siglos enteros, hasta que haya formado como Reina a mi pueblo y como Madre a mis hijos, los cuales conocerán y harán reinar por doquier la Divina Voluntad.

He aquí explicada la finalidad de este libro. Aquéllos que lo acojan con amor serán los primeros afortunados hijos que pertenecerán al Reino del Fiat Divino, y Yo con caracteres de oro escribiré sus nombres en mi Corazón materno.

Mira, hija mía, el mismo amor infinito de Dios que en la redención quiso servirse de Mí para hacer descender al Verbo Eterno a la tierra, ahora me llama de nuevo y me confía la tarea, el sublime mandato de formar en la tierra a los hijos del Reino de la Divina Voluntad.

Y Yo, maternalmente presurosa me pongo a la obra y te preparo el camino que te conduci- rá a este feliz Reino.

Y para tal fin te daré sublimes y celestiales lecciones; especialmente te enseñaré nue- vas oraciones, en las cuales el cielo, el Sol, la creación entera, mi misma vida y la de mi Hi-

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jo, todos los actos de los santos, queden todos incluidos a fin de que a nombre tuyo pidan el Reino adorable del Querer Divino.

Estas oraciones son las más potentes, porque encierran en ellas la potencia del mismo obrar Divino. Por medio de ellas Dios se sentirá desarmado y vencido por la criatura. En vir- tud de este auxilio, tú apresurarás la venida de su Reino felicísimo y conmigo obtendrás que la Divina Voluntad se haga como en el Cielo así en la tierra, según el deseo del Maestro Divino.

¡Ánimo, hija mía; conténtame y Yo te bendeciré!"

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Oración a la Reina del Cielo para cada día del mes de mayo.

Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abando- narme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes en este mes a ti consagrado, la gracia más grande: que me admitas a vivir en el Reino de la Di- vina Voluntad. Mamá Santa, Tú que eres la Reina de este Reino admíteme a vivir en él co- mo hija tuya, a fin de que ya no esté desierto, sino poblado de hijos tuyos.

Soberana Reina, a ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en el Reino del Querer Divino. Teniéndome tomada con tus manos maternas guía todo mi ser para que haga vida perenne en la Divina Voluntad. Tú me harás de Mamá, y como a Mamá mía te hago entre- ga de mi voluntad a fin de que Tú me la cambies por la Voluntad Divina, y así pueda yo es- tar segura de no salir de su Reino. Te pido que me ilumines para que yo pueda comprender bien qué significa Voluntad de Dios.

Ave María...

Florecilla del mes: En la mañana, a mediodía y en la tarde, es decir, tres veces al día, ir sobre las rodillas de nuestra Mamá Celestial y decirle: "Mamá mía, te amo; ámame Tú también, da un sorbo de Voluntad de Dios a mi alma y dame tu bendición para que pueda hacer todas mis acciones bajo tu mirada materna."

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PRIMER DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. El primer paso de la Divina Volun- tad en la concepción inmaculada de la Mamá Celestial.

El alma a su Inmaculada Reina:

Heme aquí, oh Mamá dulcísima, postrada ante ti. Hoy es el primer día del mes de ma- yo consagrado a ti, en el cual todos tus hijos quieren ofrecerte sus florecillas para testimo- niarte su amor y para comprometer a tu amor a amarlos. Y yo te veo como descender de la Patria Celestial cortejada por legiones de ángeles para recibir las bellas rosas, las humildes violetas, los castos lirios de tus hijos, y corresponderles con tus sonrisas de amor, con tus gracias y bendiciones, y recibiendo en tu regazo materno los dones de tus hijos te los llevas al Cielo para reservarlos como prenda y corona para el momento de su muerte.

Mamá Celestial, entre todos, yo, que soy la más pequeña, la más necesitada de tus hi- jos, quiero ir a tu regazo materno para llevarte no solamente flores y rosas, sino un sol ca- da día. Pero la Mamá debe ayudar a la hija dándole sus lecciones de Cielo para enseñarle cómo formar estos soles divinos, y así te daré el homenaje más bello y el amor más puro.

Mamá querida, Tú sabes qué cosa quiere tu hija: quiere ser enseñada por ti a vivir de Vo- luntad Divina; y yo, transformando mis actos y toda yo misma en la Divina Voluntad, según tus enseñanzas, cada día vendré a poner en tu regazo materno todos mis actos cambiados en soles.

Lección de la Reina Del Cielo:

Hija bendita, tu oración ha herido mi Corazón materno y atrayéndome del Cielo ya es- toy junto a mi hija para darle mis lecciones todas de Cielo.

Mira, hija querida, miles de ángeles me rodean y reverentes están todos a la expectati- va para oírme hablar de aquel Fiat Divino, del cual más que todos Yo poseo su fuente, co- nozco sus admirables secretos, sus alegrías infinitas, su felicidad indescriptible y su valor incalculable. Y al sentirme llamar por mi hija porque quiere mis lecciones sobre la Divina Voluntad es para Mí la fiesta más grande, la alegría más pura, y si tú escuchas mis leccio- nes, Yo me consideraré afortunada de ser tu Mamá.

Oh, cómo suspiro tener una hija que quiera vivir toda de Voluntad Divina. Dime, hija,

¿me contentarás? ¿Me darás tu corazón, tu voluntad, toda tú misma en mis manos mater- nas para que Yo te prepare, te disponga, te fortifique, te vacíe de todo, de tal manera que pueda llenarte toda de luz, de Divina Voluntad para formar en ti su Vida divina? Apoya tu cabeza sobre el Corazón de tu Mamá Celestial y sé atenta en escucharme para que mis su- blimes lecciones te hagan decidir a no hacer jamás tu voluntad sino siempre la de Dios.

Hija mía, escúchame, es mi Corazón materno que tanto te ama y que quiere derramar- se en ti. Has de saber que te tengo escrita aquí en mi Corazón y te amo como verdadera hi- ja, pero siento un gran dolor porque no te veo semejante a Mí. ¿Y sabes qué es lo que nos hace desemejantes? Ah, es tu voluntad, la cual te quita la frescura de la gracia, la belleza que enamora a tu Creador, la fortaleza que todo lo vence y soporta y el amor que todo lo consume. En suma, no es aquella Voluntad que anima a tu Mamá Celestial. Has de saber que Yo conocí mi voluntad humana sólo para tenerla sacrificada en homenaje a mi Crea-

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dor. Mi vida fue toda de Voluntad Divina: Desde el primer instante de mi concepción fui plasmada, inflamada y puesta en su luz, la cual purificó mi germen humano con su poten- cia y quedé concebida sin mancha original. Así que, si mi concepción fue sin mancha y tan gloriosa que forma el honor de la Familia divina, fue sólo porque el Fiat Omnipotente se vertió sobre mi germen y quedé concebida pura y santa. Si el Querer Divino no se hubiera derramado sobre mi germen, más que una tierna madre, para impedir los efectos del pe- cado original, Yo habría encontrado la triste suerte de todas las demás criaturas de ser concebida con el pecado original. Por eso, la causa primaria de mi concepción inmaculada fue únicamente la Divina Voluntad. A Ella sea el honor, la gloria y el agradecimiento por haber sido Yo concebida sin pecado original.

Ahora, hija de mi Corazón, escucha a tu Mamá: haz a un lado tu voluntad humana, pre- fiere morir antes que darle un acto de vida. Tu Mamá Celestial se habría contentado con morir mil y mil veces antes que hacer un acto solo de su propia voluntad. ¿No quieres imi- tarme? Ah, si tú aceptas tener sacrificada tu voluntad en honor a tu Creador, el Querer Di- vino hará el primer paso en tu alma: te sentirás circundada y plasmada por un áurea celes- tial, purificada y enfervorizada de tal forma que sentirás aniquilados en ti los gérmenes de tus pasiones y te sentirás puesta en los primeros pasos del Reino de la Divina Voluntad. Por eso, sé atenta; si me eres fiel en escucharme, Yo te guiaré, te conduciré de la mano por los interminables caminos del Fiat Divino, te tendré defendida bajo mi manto azul y tú serás mi honor, mi gloria, mi victoria y también la tuya.

El alma:

Virgen Inmaculada, tómame sobre tus rodillas maternas y hazme de Mamá, con tus santas manos posesiónate de mi voluntad y purifícala, enfervorízala con el toque de tus dedos maternos y enséñame a vivir solamente de Voluntad Divina.

Florecilla: Hoy, para honrarme, desde la mañana y en todas tus acciones entregarás tu voluntad en mis manos diciéndome: "Mamá mía, ofrece Tú misma a mi Creador el sacrifi- cio de mi voluntad."

Jaculatoria: Mamá mía, encierra la Divina Voluntad en mi alma a fin de que tome su lugar primero y forme en mí su trono y su morada.

SEGUNDO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. El segundo paso de la Divina Vo- luntad en la Reina del Cielo. La primera sonrisa de la Trinidad Sacrosanta ante su con- cepción inmaculada.

El alma a su Inmaculada Reina:

Heme aquí de nuevo sobre tus rodillas maternas para escuchar tus lecciones. Mamá Celestial, esta pobre hija tuya se confía a tu potencia. Soy muy pobre, lo sé, pero sé que Tú me amas como Mamá y esto me basta para arrojarme entre tus brazos para que tengas compasión de mí y abriéndome los oídos del corazón me hagas oír tu voz dulcísima para darme tus sublimes lecciones. Tú, Mamá Santa, purifica mi corazón con el toque de tus de- dos maternos para que encierres en él el celeste rocío de tus celestiales enseñanzas.

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Lección de la Reina del Cielo:

Hija mía, escúchame, si tú supieras cuánto te amo, confiarías mayormente en Mí y no dejarías escapar ni siquiera una sola palabra mía.

Has de saber que no sólo te tengo escrita en mi Corazón sino que dentro de él tengo una especial fibra materna que me hace amar más que madre a mi hija. Por eso quiero ha- certe conocer los inmensos prodigios que obró el Fiat Supremo en Mí, para que tú, imitán- dome, puedas darme el gran honor de ser mi hija reina. Oh, cómo mi Corazón ahogado de amor suspira tener alrededor de Mí la noble legión de las pequeñas reinas. Por tanto, es- cúchame, hija mía queridísima:

En cuanto el Querer Divino se vertió en mi germen humano para impedir los tristes efectos de la culpa, la Divinidad sonrió y se puso en fiesta al ver en mi germen aquel ger- men humano puro y santo como salió de sus manos creadoras en la creación del hombre.

El Fiat Divino hizo entonces su segundo paso en Mí con llevar este germen humano mío, por Él mismo purificado y santificado, ante la Divinidad con el fin de que Ella se vertiera a torrentes sobre mi pequeñez en acto de ser concebida. Y la Divinidad, descubriendo en Mí bella y pura su obra creadora sonrió de complacencia, y queriéndome festejar: El Padre Ce- lestial vertió en Mí mares de potencia, el Hijo, mares de sabiduría y el Espíritu Santo, mares de amor. Así que Yo quedé concebida en la Luz interminable de la Divina Voluntad y en es- tos mares divinos, y mi pequeñez, no pudiéndolos contener, formaba olas altísimas para enviarlas como homenajes de amor y de gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. La Divi- nidad era todo ojos sobre Mí, y para no dejarse vencer por Mí en amor, sonriéndome y acariciándome me enviaba otros mares, los cuales me embellecían tanto que en cuanto fue formada mi pequeña humanidad adquirí la virtud de raptar a mi Creador, y Él verdade- ramente se dejaba raptar, tanto que entre Dios y Yo fue siempre fiesta; nada nos negába- mos recíprocamente, Yo nunca le negué nada y Él tampoco.

¿Pero sabes tú quién me animaba con esta fuerza raptora? La Divina Voluntad que como vida reinaba en Mí. Por eso la fuerza del Ser Supremo era la mía y por tanto tenía- mos igual fuerza para raptarnos recíprocamente.

Ahora, hija mía, escucha a tu Mamá: Has de saber que Yo te amo muchísimo y quisiera ver tu alma llena de mis mismos mares. Estos mares míos son desbordantes y quieren ver- terse en ti, pero para lograrlo debes vaciarte de tu querer a fin de que el Querer Divino pueda hacer su segundo paso en ti y constituyéndose como principio de vida en tu alma, llame la atención del Padre Celestial, del Hijo y del Espíritu Santo para que derramen tam- bién en ti sus mares desbordantes. Pero para esto, Ellos quieren encontrar en ti su misma Voluntad, porque no quieren confiar a tu voluntad humana sus mares de potencia, de sa- biduría, de amor y de belleza indescriptibles.

Hija queridísima, escucha a tu Mamá, pon la mano en tu corazón, confíame tus secre- tos y dime: ¿Cuántas veces te has sentido infeliz, torturada, amargada porque has hecho tu voluntad? Mira, así has arrojado fuera una Voluntad Divina y has caído en el laberinto de los males. Ella quería hacerte pura y santa, feliz y bella, con una belleza encantadora, pero tú con hacer tu voluntad le hiciste guerra y con gran dolor suyo la echaste fuera de su amada habitación, la cual es tu alma.

Escucha, hija de mi Corazón, es un dolor para tu Mamá el no ver en ti el sol del Fiat Di-

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vino sino las densas tinieblas de la noche de tu voluntad humana. Pero, ánimo, si tú me prometes darme tu voluntad en mis manos, Yo, tu Mamá Celestial, te tomaré entre mis brazos, te pondré sobre mis rodillas y haré surgir en ti la vida de la Divina Voluntad, y tú, fi- nalmente, después de tantas lágrimas mías formarás mi sonrisa y mi fiesta y la sonrisa y la fiesta de la Trinidad Sacrosanta.

El alma:

Mamá Celestial, si tanto me amas, te pido que nunca permitas que yo me baje de tus rodillas maternas y cuando veas que estoy por hacer mi voluntad vigila mi pobre alma y encerrándome en tu Corazón, la fuerza de tu amor queme mi querer; así cambiaré tus lá- grimas en sonrisas de complacencia.

Florecilla: Hoy, para honrarme, vendrás tres veces sobre mis rodillas haciéndome la entrega de tu querer diciéndome: "Mamá mía, esta voluntad mía quiero que sea tuya para que me la cambies por la Voluntad Divina."

Jaculatoria: Soberana Reina, con tu imperio divino abate mi querer, a fin de que surja en mí el germen de la Divina Voluntad.

TERCER DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. El tercer paso de la Divina Volun- tad en la Reina del Cielo. La sonrisa de toda la creación por la concepción de la Celestial Niña.

El alma a la Virgen:

Mamá soberana, ésta tu pequeña hija, raptada por tus celestiales lecciones, siente la extrema necesidad de venir cada día sobre tus rodillas maternas para escucharte y para depositar en su corazón tus maternas enseñanzas. Tu amor, tu dulce acento, el estrechar- me a tu Corazón entre tus brazos me infunden valor y confianza de que mi Mamá me dará la inmensa gracia de hacerme comprender el gran mal de mi voluntad para hacerme vivir de la Divina Voluntad.

Lección de la Reina del Cielo:

Hija mía, escúchame; es un corazón de madre el que te habla y como veo que me quie- res oír, se alegra y nutre la segura esperanza de que mi hija tomará posesión del Reino de la Divina Voluntad, Reino que poseo en mi materno Corazón para darlo a mis hijos. Por tanto, sé atenta en escucharme y escribe todas mis palabras en tu corazón para que las medites siempre y modeles tu vida según mis enseñanzas.

Escucha, hija mía: en cuanto la Divinidad sonrió y festejó mi concepción, el Fiat Supre- mo hizo el tercer paso en mi pequeña humanidad. Pequeñita, pequeñita, me dotó de razón divina y movida toda la creación a fiesta me hizo reconocer por todas las cosas creadas como su Reina. Ellas reconocieron en Mí la vida del Querer Divino y todo el universo se postró a mis pies aunque era pequeñita y no había nacido aún, y alabándome, el Sol me festejó y sonrió con su luz, el cielo me festejó con sus estrellas sonriéndome con su manso y dulce centelleo y ofreciéndose como refulgente corona sobre mi cabeza, el mar me feste- jó con sus olas, alzándose y abajándose pacíficamente, en suma, no hubo ninguna cosa creada que no se uniera a la sonrisa y a la fiesta de la Sacrosanta Trinidad. Todas aceptaron

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mi dominio, mi imperio, mi mando y se sintieron honradas de que después de tantos siglos desde que Adán perdió el mando y el dominio de rey con sustraerse de la Divina Voluntad, encontraron en Mí a su Reina y la creación toda me proclamó Reina del Cielo y de la tierra.

Querida hija mía, debes saber que la Divina Voluntad cuando reina en el alma no sabe hacer cosas pequeñas sino grandes, quiere concentrar en la afortunada criatura todas sus prerrogativas divinas, y todas las cosas que salieron de su Fiat Omnipotente la rodean y quedan obedientes a sus órdenes.

Y a Mí ¿qué cosa no me dio el Fiat Divino? Me dio todo. Cielo y tierra estaban en mi poder, me sentía dominadora de todo y hasta de mi mismo Creador.

Ahora, hija mía, escucha a tu Mamá, oh, cuánto me duele el corazón al verte débil, po- bre, sin tener el verdadero dominio para dominarte a ti misma. Temores, dudas, aprehen- siones son los que te dominan y todos son miserables andrajos de tu voluntad humana. ¿Y sabes por qué? Porque en ti no existe la vida íntegra del Querer Divino, que poniendo en fuga todos los males del querer humano te haga feliz y te llene de todos los bienes que po- see. Pero si tú con un propósito firme te decides a no dar más vida a tu voluntad, entonces sentirás morir en ti todos los males y revivir en ti todos los bienes. Y entonces todo te son- reirá, y el Divino Querer hará también en ti su tercer paso y toda la creación festejará a la nueva llegada al Reino de la Divina Voluntad.

Dime, entonces, hija mía, ¿me escucharás? ¿Me das tu palabra de que no harás nunca, nunca más tu voluntad? Has de saber que si esto haces, Yo no te dejaré jamás, me pondré a guardia de tu alma, te envolveré en mi luz a fin de que ninguno se atreva a molestar a mi hija y te daré mi imperio para que imperes sobre todos los males de tu voluntad.

El alma:

Mamá Celestial, tus lecciones descienden en mi corazón y me lo llenan de bálsamo ce- lestial. Te doy gracias por abajarte tanto a mí... pobrecilla. Pero escucha, Mamá mía, temo de mí misma, pero si Tú quieres, todo puedes, y yo contigo todo puedo. Me abandono co- mo una pequeña niña entre los brazos de su Mamá, pues estoy segura de que así satisfaré sus deseos maternos.

Florecilla: Hoy, para honrarme, mirarás el cielo, el Sol, la tierra, y uniéndote con todos, por tres veces rezarás tres Gloria Patri, para agradecerle a Dios por haberme constituido Reina de todos.

Jaculatoria: Reina poderosa, domina sobre mi voluntad para convertirla en Voluntad Divina.

CUARTO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. El cuarto paso de la Divina Volun- tad en la Reina del Cielo. La prueba.

El alma a la Virgen:

Heme aquí de nuevo sobre las rodillas maternas de mi querida Mamá Celestial. El co- razón me late fuerte, fuerte. Siento ansias de amor por el deseo de escuchar tus bellas lec- ciones. Por eso dame la mano y tómame entre tus brazos. En tus brazos paso momentos de paraíso, me siento feliz. Oh, cómo suspiro escuchar tu voz. Una nueva vida desciende en

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mi corazón. Por eso, háblame y yo te prometo poner en práctica tus santas enseñanzas.

Lección de la Reina del Cielo:

Hija mía, si supieras cuánto deseo tenerte estrechada entre mis brazos, apoyada sobre mi Corazón materno para hacerte escuchar los arcanos celestiales del Fiat Divino. Si tú sus- piras tanto por escucharme, son mis suspiros que hacen eco en tu corazón; es tu Mamá que quiere a su hija, que quiere confiarle sus secretos y narrarle la historia de lo que obró en Ella la Voluntad Divina.

Hija de mi Corazón, préstame atención, es mi Corazón de Madre que quiere desaho- garse con su hija. Yo quiero decirte mis secretos que hasta ahora no han sido revelados a ninguno, porque no había sonado aún la hora de Dios, pues Dios, queriendo dar con libera- lidad a sus criaturas gracias sorprendentes que en toda la historia del mundo no ha conce- dido, quiere hacer conocer los prodigios del Fiat Divino, lo que puede obrar en la criatura si se deja dominar por Él y por eso quiere ponerme ante la vista de todos como modelo, ya que tuve el gran honor de formar mi vida toda de Voluntad Divina.

Ahora, has de saber, hija mía, que en cuanto fui concebida y puse en fiesta a la Divini- dad y Cielos y tierra me festejaron y me reconocieron por su Reina, Yo quedé en tal forma unificada con mi Creador que me sentía en sus dominios Divinos como dueña. Yo nunca conocí qué cosa era separación de mi Creador, aquel mismo Querer Divino que reinaba en Mí, reinaba también en Él y, por tanto, nos hacía inseparables. Y si bien todo era sonrisa y fiesta entre Nosotros, Yo veía que Él no podía confiar en Mí si no tenía una prueba mía. Hi- ja mía, la prueba superada es la bandera que dice "Victoria". La prueba pone al seguro to- dos los bienes que Dios nos quiere dar. La prueba madura y dispone al alma para la adqui- sición de grandes conquistas. Y también Yo veía la necesidad de esta prueba porque quería testimoniarle a mi Creador, en reciprocidad de los tantos mares de gracias que me había dado, un acto de fidelidad mía, aunque me costara el sacrificio de toda mi vida. Oh, cuán bello es poder decir: "Tú me has amado y yo te he amado". Pero sin una prueba, esto ja- más se puede decir.

Debes saber entonces, hija mía, que el Fiat Divino me hizo conocer la creación del hombre inocente y santo, también para él todo era felicidad, tenía el mando sobre toda la creación y todos los elementos eran obedientes a sus órdenes. Como en Adán reinaba el Querer Divino y en virtud de Él, también él era inseparable de su Creador. A los tantos bie- nes que Dios le había dado, para tener un acto de fidelidad en Adán, le ordenó que no to- cara sólo un fruto de los tantos que había en ese Edén terrenal. Era la prueba que Dios quería para confirmar su inocencia, santidad y felicidad y para darle el derecho de mando sobre toda la creación. Pero Adán no fue fiel a la prueba, y no habiendo sido fiel, Dios no pudo confiar más en él y, por tanto, perdió el mando, la inocencia, la felicidad y se puede decir que trastornó la obra de la creación.

Ahora, hija de mi Corazón, debes saber que cuando Yo conocí los graves males de la voluntad humana en Adán y en toda su descendencia, Yo, tu Celestial Madre, aunque ape- nas concebida, lloré amargamente y con ardientes lágrimas sobre el hombre caído. Y el Querer Divino al verme llorar, me pidió por prueba que le cediera mi voluntad humana. El Fiat Divino me dijo: "No te pido un fruto como a Adán, no, no, sino que te pido tu voluntad.

Tú la tendrás como si no la tuvieras, la tendrás bajo el imperio de mi Querer Divino, que te

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será vida y así Él se sentirá seguro para hacer lo que quiera de ti."

Y así el Fiat Supremo hizo el cuarto paso en mi alma, pidiéndome como prueba mi vo- luntad, esperando de Mí mi Fiat y la aceptación de tal prueba.

Mañana te espero de nuevo sobre mis rodillas para hacerte oír el éxito de la prueba. Y como quiero que imites a tu Mamá, te pido como Madre que no rehuses nunca nada a tu Dios, aunque fueran sacrificios que duraran toda tu vida. El perseverar en la prueba que Dios quiere de ti y tu fidelidad, son la llamada para los designios divinos sobre ti, son el re- flejo de sus virtudes, las cuales como tantos pinceles forman de tu alma la obra maestra del Ser Supremo. Se puede decir que la prueba proporciona la materia en las manos divi- nas para cumplir su obra en la criatura. Y de quien no es fiel en la prueba, Dios no sabe qué hacer con él, y no sólo esto sino que destroza las obras más bellas de su Creador.

Por eso, querida hija mía, sé atenta. Si eres fiel en la prueba, harás más feliz a tu Ma- má. No hagas que me preocupe, dame tu palabra y Yo te guiaré y te sostendré en todo como hija mía.

El alma:

Mamá Santa, conozco mi debilidad, pero tu bondad materna me infunde tal confianza que todo espero de ti, y contigo me siento segura, es más, pongo en tus manos maternas las mismas pruebas que Dios disponga para mí, a fin de que Tú me des todas las gracias pa- ra hacer que no arruine los designios divinos.

Florecilla: Hoy, para honrarme, vendrás tres veces sobre mis rodillas maternas, me traerás todas tus penas de alma y de cuerpo, traerás todo a tu Mamá y Yo te las bendeciré para infundir en ellas la fuerza, la luz y la gracia que necesitas.

Jaculatoria: Mamá Celestial, tómame entre tus brazos y escribe en mi corazón: ¡Fiat, Fiat, Fiat!

QUINTO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. El quinto paso de la Divina Volun- tad en la Reina del Cielo. El triunfo sobre la prueba.

El alma a la Virgen:

Soberana Celestial, veo que me tiendes los brazos para tomarme sobre tus rodillas ma- ternas y yo corro, es más, vuelo para gozar los castos abrazos y las celestiales sonrisas de mi Mamá Celestial.

Mamá Santa, tu aspecto hoy es de triunfadora, y en aire de triunfo quieres narrarme la victoria en tu prueba. Ah sí, con todo gozo te escucharé. Y te pido que me des la gracia de saber triunfar en las pruebas que el Señor disponga de mí.

Lección de la Reina del Cielo:

Hija queridísima, oh cómo suspiro confiar mis secretos a mi hija, secretos que me da- rán mucha gloria y que glorificarán a aquel Fiat Divino que fue causa primaria de mi inma- culada concepción, de mi santidad, de mi soberanía y de mi maternidad. Todo lo debo al Fiat Divino; no conozco nada más. Todas mis sublimes prerrogativas por las cuales la Iglesia tanto me honra, no son más que los efectos de aquella Divina Voluntad que me dominaba, reinaba y vivía en Mí. Por eso suspiro tanto que se conozca quién es Aquélla que produjo

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en Mí tantos privilegios y efectos tan admirables que dejó estupefactos al Cielo y a la tie- rra.

Ahora escúchame, hija querida: Cuando el Ser Supremo me pidió mi querer humano, Yo comprendí el grave mal que puede hacer la voluntad humana en la criatura, cómo esa pone todo en peligro, aun las obras más bellas del Creador. La criatura con su querer hu- mano es oscilante, débil, inconstante, desordenada... y esto porque Dios, al crearla, creó unida la voluntad humana, como en naturaleza, a su Voluntad Divina, de manera que Ésta debía ser la fuerza, el primer movimiento, el sostén, el alimento, la vida de la voluntad hu- mana. Así que con no dar vida a la Voluntad Divina en la nuestra, se rechazan los bienes re- cibidos de Dios en la creación y los derechos recibidos en naturaleza en el acto en que fui- mos creados.

Oh, cómo comprendí bien la grave ofensa que se le hace a Dios y los males que llueven sobre la criatura. Tuve entonces pavor y horror de hacer mi voluntad, y justamente temí porque también Adán fue creado por Dios inocente y puro, y con hacer su voluntad ¿en cuántos males no cayó él y todas las generaciones? Entonces Yo, tu Mamá, presa de terror y, más aun, de amor hacia mi Creador, juré no hacer nunca mi voluntad. Y para estar más segura y testificar mayormente mi sacrificio a Aquél que me había dado tantos mares de gracia y de privilegios, tomé mi voluntad humana y la até a los pies del trono divino en ho- menaje continuo de amor y de sacrificio, jurando que nunca me serviría de ella, ni siquiera por un solo instante de mi vida, sino siempre de la de Dios. Hija mía, tal vez a ti no te pa- rezca grande mi sacrificio de vivir sin mi voluntad, pero te digo que no hay sacrificio seme- jante al mío. Es más, se pueden llamar sombras todos los demás sacrificios de toda la histo- ria del mundo comparados con el mío. Sacrificarse un día, ahora sí y ahora no, es fácil; pero sacrificarse a cada instante y en cada acto, aun en el mismo bien que se quiere hacer, y du- rante toda la vida, sin dar nunca vida a la voluntad propia es el sacrificio de los sacrificios, es el testimonio más grande y el amor más puro, tejido por la misma Voluntad Divina, que se pueden ofrecer a nuestro Creador. Es tan grande este sacrificio que Dios no puede pedir nada más de la criatura, ni la criatura puede encontrar cómo poder sacrificarse más por su Creador.

Ahora, hija mía queridísima, en cuanto hice don de mi voluntad a mi Creador, Yo me sentí triunfadora sobre la prueba que había querido de Mí, y Dios, a su vez, se sintió triun- fador sobre mi voluntad humana. Él esperaba mi prueba, es decir, un alma que viviera sin voluntad para reunir de nuevo lo que el género humano había separado y ponerse en acti- tud de clemencia y misericordia.

Mañana te espero nuevamente para narrarte la historia de lo que hizo la Divina Volun- tad después de mi triunfo sobre la prueba.

Y ahora, una palabra para ti, hija mía: Oh, si tú supieras cómo anhelo verte vivir sin tu voluntad. Tú sabes que soy tu Madre y la Mamá quiere ver feliz a su hija; pero ¿cómo po- drás ser feliz si no te decides a vivir sin voluntad propia como vivió tu Mamá? En cambio, si lo haces así, todo te daré; me pondré a tu disposición y seré toda tuya con tal de tener el bien, el contento y la felicidad de tener a una hija que viva toda de Voluntad Divina.

El alma:

Soberana triunfadora, en tus manos de Madre pongo mi voluntad a fin de que Tú mis-

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ma como Mamá me la purifiques y la embellezcas y junto con la tuya la ates a los pies del trono divino, para que pueda vivir no con mi voluntad sino únicamente y siempre, siempre con la Voluntad de Dios.

Florecilla: Hoy, para honrarme, en cada acto que hagas entregarás en mis manos ma- ternas tu voluntad y me pedirás que en lugar de la tuya, Yo haga correr la Divina Voluntad.

Jaculatoria: Reina triunfante, róbame mi voluntad y cédeme la Divina.

SEXTO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. El sexto paso de la Divina Voluntad en la Reina del Cielo. Después del triunfo sobre la prueba: La posesión.

El alma a la Virgen:

Mamá Reina, veo que me esperas de nuevo y extendiéndome tus manos me tomas sobre tus rodillas, me estrechas a tu Corazón para hacerme sentir la Vida de aquel Fiat Di- vino que Tú posees. Oh, cómo es confortante su calor, cómo es penetrante su luz. Ah Ma- má Santa, si tanto me amas, sumerge el pequeño átomo de mi alma en ese Sol de la Divina Voluntad que Tú escondes, a fin de que también yo pueda decir: "Mi voluntad se acabó, no tendrá más vida; mi vida será la Divina Voluntad".

Lección de la Reina del Cielo:

Hija queridísima, confía en tu Mamá y pon atención a sus lecciones. Ellas te servirán para hacerte aborrecer tu voluntad y hacerte suspirar aquel Fiat Supremo que arde en de- seos de formar su Vida en ti.

Hija mía, debes saber que la Divinidad después de que se aseguró de Mí en la prueba que quiso, si bien todos creen que Yo no tuve ninguna prueba y que le bastaba a Dios ha- cer el gran portento que hizo de Mí de ser concebida sin mancha original, pero ¡oh, cómo se engañan! Es más, Dios me pidió a Mí una prueba que no ha pedido a nadie. Y esto lo hi- zo con justicia y con suma sabiduría, porque debiendo descender en Mí el Verbo Eterno, no sólo no era decoroso que Él encontrara en Mí la mancha de origen, sino que ni siquiera era decoroso que encontrara en Mí una voluntad humana obrante. Hubiera sido muy inde- coroso para Dios descender en una criatura en la cual reinara la voluntad humana. Por eso, Él quiso de Mí como prueba, y por toda la vida, mi voluntad, para asegurar en mi alma el Reino de su Divina Voluntad. Asegurado éste en Mí, Dios podía hacer lo que quería de Mí, todo podía darme y puedo decir que nada podía negarme.

Por ahora volvamos al punto donde nos quedamos; me reservaré en el curso de mis lecciones irte narrando lo que hizo esta Divina Voluntad en Mí. Ahora escucha, hija mía:

después del triunfo en la prueba, el Fiat Divino hizo el sexto paso en mi alma con hacerme tomar la posesión de todas las propiedades divinas, por cuanto a criatura es posible e ima- ginable. Todo era mío: Cielo y tierra y el mismo Dios, de quien poseía su misma Voluntad.

Yo me sentía poseedora de la santidad Divina, del amor, de la belleza, potencia, sabiduría y bondad divinas, me sentía Reina de todo y no me sentía extraña en la casa de mi Padre Ce- lestial; sentía a lo vivo su Paternidad y la suprema felicidad de ser su hija fiel. Puedo decir que crecí sobre las rodillas paternas de Dios y no conocí otro amor ni otra ciencia sino sólo la que me suministraba mi Creador.

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¿Quién puede decirte lo que hizo esta Divina Voluntad en Mí? Me elevó tan alto, me embelleció tanto que los mismos ángeles quedan mudos y no saben por dónde empezar a hablar de Mí.

Ahora, hija mía queridísima, debes saber que en cuanto el Fiat Divino me hizo tomar posesión de todo, me sentí poseedora de todo y de todos. La Divina Voluntad con su po- tencia, inmensidad y omnividencia encerraba en mi alma a todas las criaturas, y Yo sentía un lugarcito en mi Corazón Materno para cada una de ellas. Desde que fui concebida, Yo te llevé en mi Corazón y oh, cuánto te amé y te amo. Te amé tanto que te hice de Madre ante Dios. Mis oraciones, mis suspiros eran para ti, y en el delirio de Madre decía: "Oh, cómo quisiera ver a mi hija poseedora de todo, como lo soy Yo".

Por eso, escucha a tu Mamá: No quieras conocer más tu voluntad. Si esto haces, todo será en común entre Yo y tú, tendrás una fuerza divina en tu poder y todas las cosas se convertirán en santidad, en amor y en belleza divinos. Y Yo, en la hoguera de mi amor, así como me alaba el Altísimo: "Toda bella, toda santa, toda pura eres Tú, oh María", diré:

"Bella, pura y santa es mi hija, porque posee la Divina Voluntad".

El alma:

Reina del Cielo, también yo te aclamo: "Toda bella, pura y santa es mi Mamá Celestial".

Ah, te pido, ya que tienes un lugar para mí en tu Corazón materno, que me encierres en él, y así estaré segura de que no haré más mi voluntad sino siempre la de Dios, y la Mamá y la hija seremos felices las dos.

Florecilla: Hoy, para honrarme, rezarás por tres veces tres Gloria Patri en agradeci- miento a la Santísima Trinidad por el Reino que formó en Mí de Divina Voluntad dándome la posesión de todo, y haciendo tuyas las palabras del Ser Supremo, en cada Gloria me di- rás: "Toda bella, pura y santa es mi Mamá".

Jaculatoria: Reina del Cielo, hazme poseer por la Divina Voluntad.

SÉPTIMO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Toma el cetro de mando y la Trini- dad Sacrosanta la constituye su Secretaria.

El alma a la Divina Secretaria:

Reina Mamá, heme aquí postrada a tus pies. Siento que como hija tuya no puedo estar sin mi Mamá Celestial y si bien hoy vienes a mí con la gloria del cetro de mando y con la co- rona de Reina, de todas maneras eres siempre mi Mamá, y, si bien temblando, me arrojo en tus brazos a fin de que me sanes las heridas que mi mala voluntad ha hecho a mi pobre alma. Oye, Mamá Soberana, si Tú no haces un prodigio, si no tomas tu cetro de mando pa- ra guiarme y tener tu imperio sobre todos mis actos para hacer que mi querer no tenga vi- da, ay, no tendré la gran suerte de llegar al Reino de la Divina Voluntad.

Lección de la Reina del Cielo:

Hija mía querida, ven a los brazos de tu Mamá, pon atención, escúchame y oirás los inauditos prodigios que el Fiat Divino hizo en tu Mamá Celestial.

Estos seis pasos que hizo el Fiat Divino en Mí simbolizaban los seis días de la creación.

En cada día, Dios, pronunciando un Fiat, hacía como un paso, creando ahora una cosa y

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ahora otra. El sexto día hizo el último diciendo: "Fiat, hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". Y, finalmente, en el séptimo día descansó en sus obras, como queriéndose gozar todo lo que con tanta magnificencia había creado. Y en su descanso, mirando sus obras decía: "Qué bellas son mis obras, todo es orden y armonía". Y mirando al hombre, con la vehemencia de su amor agregaba: "¡Pero el más bello eres tú, tú eres la corona de todas nuestras obras!" Ahora, mi concepción superó todos los prodigios de la creación, y por eso la Divinidad quiso hacer con su mismo Fiat seis pasos en Mí y en cuanto tomé po- sesión del Reino de la Divina Voluntad, terminaron sus pasos en Mí y empezó su vida ple- na, entera y perfecta en mi alma y... ¡oh, en qué alturas divinas fui puesta por el Altísimo!

Los cielos no podían alcanzarme ni contenerme, la luz del Sol era pequeña ante mi luz...

Ninguna cosa creada podía alcanzarme. Yo navegaba los mares divinos como si fueran míos y mi Padre Celestial, el Hijo y el Espíritu Santo, me anhelaban en sus brazos para go- zarse a su pequeña Hija, y ¡oh, qué contento experimentaban al sentir que cuando los amaba, les rezaba y adoraba su Alteza Suprema, mi amor, mi oración y mi adoración salían de dentro de mi alma del centro mismo de su Divina Voluntad! Sentían salir de Mí olas de amor divino, castos perfumes, alegrías insólitas que salían de dentro del cielo que su mis- mo Querer Divino había formado en mi pequeñez, tanto que no acababan de repetir: "To- da bella, toda pura, toda santa es la pequeña hija nuestra; sus palabras son cadenas que nos atan, sus miradas son dardos que nos hieren, sus latidos son dardos que flechándonos nos causan delirio de amor". Sentían salir de Mí la potencia, la fortaleza de su Divina Vo- luntad que nos hacía inseparables, y me llamaban: "Nuestra Hija invencible que llevará la victoria aun sobre nuestro Ser Divino".

Ahora escúchame, hija mía: la Santísima Trinidad presa de exceso de amor hacia Mí, me dijo: "Hija querida nuestra, nuestro amor no resiste y se siente sofocado si no te con- fiamos nuestros secretos, por eso te elegimos como nuestra fiel Secretaria, a ti queremos confiar nuestros dolores y nuestros decretos: A cualquier costo queremos salvar al hom- bre. ¡Mira cómo va al precipicio! Su voluntad rebelde lo arrastra continuamente al mal; sin la vida, la fuerza, el sostén de nuestro Querer Divino se desvió del camino de su Creador y camina arrastrándose en la tierra, débil, enfermo y lleno de todos los vicios. Y no hay otros caminos para salvarlo ni otras puertas de salida sino únicamente que descienda el Verbo Eterno, tome sus despojos, sus miserias, sus pecados sobre Él, se hermane con él, lo venza por medio de amor y de penas inauditas, y le dé tanta confianza que lo pueda traer nue- vamente a nuestros brazos paternos. ¡Oh, cuánto nos duele la suerte del hombre! Nuestro dolor es grande y no podemos confiarlo a ninguno, porque no teniendo una Voluntad Divi- na que los domine, no pueden comprender ni nuestro dolor ni los graves males del hom- bre caído en el pecado. A ti, que posees nuestro Fiat, te es dado poderlo comprender; y por eso, como Secretaria nuestra queremos revelarte nuestros secretos y poner en tus manos el cetro de mando, a fin de que domines e imperes sobre todo y tu dominio venza a Dios y a los hombres y nos los traigas como hijos regenerados en tu Corazón Materno".

¿Quién puede decirte, hija querida, lo que sintió mi Corazón ante este hablar divino?

Se abrió en Mí una herida de intenso dolor y me propuse, aun a costa de mi vida, vencer a Dios y a la criatura y reunirlos juntos.

Ahora, hija mía, escucha a tu Mamá. Te veo sorprendida al oírme narrar la historia de

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la posesión del Reino de la Divina Voluntad por Mí. Debes saber que también a ti te es da- da esta suerte: si te decides a no hacer nunca tu voluntad, el Querer Divino formará su cie- lo en tu alma, sentirás la inseparabilidad divina, te será dado el cetro de mando sobre ti misma y sobre tus pasiones y no serás más esclava de ti misma, porque la voluntad huma- na es la que esclaviza a la pobre criatura, le corta las alas del amor hacia Aquél que la creó, le quita la fuerza, el sostén y la confianza de arrojarse en los brazos de su Padre Celestial, de manera que no puede conocer ni sus secretos ni el amor grande con el cual Él la ama y por eso vive como extraña de la casa de su Padre Divino. ¡Qué lejanía pone entre Creador y criatura el querer humano! Por eso, escúchame, conténtame, dime que no darás más vida a tu voluntad y Yo te llenaré toda de Voluntad Divina.

El alma:

Mamá Santa, ayúdame, ¿no ves cómo soy débil? Tus bellas lecciones me conmueven hasta las lágrimas y lloro mi gran desventura de haber caído tantas veces en el laberinto de hacer mi voluntad, apartándome así de la de mi Creador. Ah, hazme de Mamá, no me de- jes abandonada a mí misma. Con tu potencia une el Querer Divino con el mío, enciérrame en tu Corazón materno en donde estaré segura de no hacer más mi voluntad.

Florecilla: Hoy, para honrarme te estarás bajo mi manto para que aprendas a vivir bajo mis miradas, y rezándome tres Ave Marías me pedirás que haga conocer a todos la Divina Voluntad.

Jaculatoria: Mamá Santa, enciérrame en tu Corazón a fin de que aprenda de ti a vivir de Voluntad Divina.

OCTAVO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Recibe de su Creador el mandato de poner a salvo la suerte del género humano.

El alma a la Divina Mandataria:

Heme aquí, Mamá Celestial. Siento que no puedo estar sin mi querida Mamá; mi pobre corazón está inquieto y solamente me lo siento en paz cuando estoy en tu regazo como pequeñita, estrechada a tu Corazón para escuchar tus lecciones. Tu acento materno me endulza todas mis amarguras y dulcemente ata mi voluntad y poniéndola como escabel ba- jo la Divina Voluntad, me hace sentir su dulce imperio, su vida, su felicidad.

Lección de la Celestial Mandataria:

Hija mía queridísima, sabe que te amo muchísimo; confía en tu Mamá y está segura de que lograrás la victoria sobre tu voluntad. Si tú me eres fiel, Yo tomaré todo mi empeño sobre ti, te haré de verdadera Mamá. Por tanto, escucha lo que hice por ti ante el Altísimo.

Yo no hacía otra cosa más que transportarme a las rodillas de mi Padre Celestial; era pe- queñísima, no había nacido aún, pero el Querer Divino, del cual Yo poseía la vida, me hacía tener libre acceso a mi Creador, para Mí las puertas y los caminos estaban todos abiertos y Yo no tenía temor ni miedo de Él. Solamente la voluntad humana infunde miedo, temor, desconfianza y aleja a la pobre criatura de Aquél que tanto la ama y que quiere estar ro- deado por sus hijos. Así que si la criatura tiene miedo y teme, y no sabe estar como hija junto a su padre con su Creador, es señal de que la Divina Voluntad no reina en ella y por

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eso es la torturada, la mártir de la voluntad humana. Por eso, no hagas nunca tu voluntad, no quieras torturarte y martirizarte por ti misma, que es el más horrible de los martirios, sin sostén y sin fuerza.

Así pues, escúchame: Yo me transportaba a los brazos de la Divinidad y mucho más porque me esperaba y hacía fiesta al verme, me amaba tanto que en cuanto aparecía de- rramaba otros mares de amor y de santidad en mi alma. Yo no recuerdo haberme alejado nunca de la Divinidad sin que no me agregaran otros dones sorprendentes. Mientras esta- ba entre sus brazos, Yo rezaba por el género humano y muchas veces con lágrimas y suspi- ros lloraba por ti, hija mía, y por todos. Yo lloraba por tu voluntad rebelde, por tu triste suerte de verte esclavizada por ella que te hacía infeliz. El ver infeliz a mi hija me hacía de- rramar lágrimas amargas hasta mojar las manos de mi Padre Celestial con mi llanto. Y la Santísima Trinidad, enternecida por mi llanto continuó diciéndome: "Querida Hija nuestra, tu amor nos ata, tus lágrimas apagan el fuego de la Divina Justicia, tus oraciones nos atraen tanto hacia las criaturas que no podemos resistirte; por eso te damos el mandato de poner a salvo la suerte del género humano. Tú serás nuestra Mandataria en medio de los hom- bres; a ti confiamos sus almas; Tú defenderás nuestros derechos lesionados por sus culpas, estarás en medio, entre ellos y Nosotros, para ajustar las cosas por ambas partes. Sentimos en ti la fuerza invencible de nuestra Voluntad Divina que por medio tuyo ora y llora.

¿Quién te puede resistir? Tus oraciones son órdenes, tus lágrimas imperan sobre nuestro Ser Divino. Por eso, adelante en tu empresa".

Hija mía queridísima, mi pequeño Corazón se sintió consumar de amor ante los modos amorosos del hablar divino, y con todo amor acepté su mandato diciendo: "Majestad Altí- sima, estoy aquí entre vuestros brazos, disponed de Mí lo que queráis; Yo sacrificaré hasta mi vida, y si tuviera tantas vidas por cuantas criaturas existen, las pondría a disposición de ellas y vuestra, con tal de traerlas a todas salvadas a vuestros brazos paternos". Y sin saber aún que habría de ser la Madre del Verbo Divino, sentía en Mí una doble maternidad: ma- ternidad hacia Dios para defender sus justos derechos y maternidad hacia las criaturas pa- ra ponerlas a salvo. Me sentía Madre de todos. El Querer Divino que reinaba en Mí y que no sabe hacer obras aisladas, ponía en Mí a Dios y a todas criaturas de todos los siglos; en mi materno Corazón sentía a mi Dios ofendido que quería recibir satisfacción, y sentía a las criaturas bajo el imperio de la Justicia Divina. ¡Oh, cuántas lágrimas derramé! Quería hacer descender mis lágrimas en cada corazón para hacerles sentir a todos mi maternidad toda de amor. Lloré por ti y por todos, hija mía, por eso escúchame, ten piedad de mi llanto, toma mis lágrimas para apagar tus pasiones y hacer que tu voluntad pierda su vida. Ah, acepta mi mandato, es decir, que tú hagas siempre la Voluntad de tu Creador.

El alma:

Mamá Celestial, mi pobre corazón no resiste al escuchar cuánto me amas. ¡Ah, me amas tanto hasta llorar por mí! Tus lágrimas me las siento descender en mi corazón, que me hieren y me hacen comprender cuánto me amas; y yo quiero unir mis lágrimas a las tu- yas y pedirte, llorando, que no me dejes jamás sola, que me vigiles en todo y, si se necesi- ta, castígame también; hazme de Mamá y yo como pequeña hija tuya todo me dejaré ha- cer de ti a fin de que tu mandato divino se cumpla en mí y puedas llevarme entre tus bra- zos al Padre Celestial como acto cumplido de tu mandato divino.

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Florecilla: Hoy, para honrarme, me darás tu voluntad, tus penas, tus lágrimas, tus an- sias, tus dudas y temores en mis manos maternas, a fin de que como Mamá tuya las tenga en depósito en mi Corazón materno como prendas de mi hija y Yo te daré la preciosa prenda de la Divina Voluntad.

Jaculatoria: Mamá Celestial, derrama tus lágrimas en mi alma para que curen las heri- das que me ha hecho mi voluntad.

NOVENO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Es constituida por Dios Pacificado- ra Celestial y vínculo de paz entre el Creador y la criatura.

El alma a su Celestial Reina:

Soberana Señora y Mamá mía queridísima, veo que me llamas porque sientes la ho- guera del amor que arde en tu Corazón de que quieres narrarme lo que hiciste por tu hija en el Reino de la Divina Voluntad. Qué bello es ver que diriges tus pasos hacia tu Creador y en cuanto Él oye las pisadas de tus pies, te mira y se siente herir por la pureza de tus mira- das y te espera para ser espectador de tu inocente sonrisa para sonreírte y entretenerse contigo. Ah, Mamá Santa, en tus alegrías, en tus castas sonrisas con tu Creador no te olvi- des de mí, tu hija, que vivo en el exilio y que tanta necesidad tengo porque a menudo mi voluntad quiere arrastrarme para arrancarme del Reino de la Divina Voluntad.

Lección de la Reina del Cielo:

Hija de mi materno Corazón, no temas, no te olvidaré jamás, es más, si tú haces siem- pre la Divina Voluntad y vives en su Reino seremos inseparables, te llevaré siempre tomada de mi mano para conducirte y ser tu guía para enseñarte a vivir en el Fiat Supremo, por tanto haz a un lado el temor, en Él todo es paz y seguridad; la voluntad humana es la que turba a las almas y la que pone en peligro las obras más bellas, las cosas más santas, todo está en peligro en ella: en peligro la santidad, las virtudes y aun la misma salvación del al- ma. La característica de quien vive de querer humano es la volubilidad. ¿Quién puede con- fiarse en alguien que se hace dominar por su voluntad humana? Ninguno, ni Dios ni los hombres. Es semejante a aquellas cañas secas que se mueven a cada soplo del viento. Por eso, hija mía queridísima, si algún soplo de viento te quiere hacer inconstante, sumérgete en el mar de la Divina Voluntad y ven a esconderte en el regazo de tu Mamá, a fin de que Yo te defienda del viento del querer humano y estrechándote entre mis brazos te haga firme y segura en el camino de su Reino Divino.

Ahora, hija mía, sígueme ante la Majestad Suprema y escúchame: Yo con mis rápidos vuelos llegaba a sus brazos divinos, y en cuanto llegaba, sentía su amor desbordante, el cual como olas impetuosas me cubría de su amor. ¡Oh, cuán bello es ser amado por Dios!

En este amor se siente felicidad, santidad, alegrías infinitas y se es embellecida de tal ma- nera que Dios mismo se siente raptado por la belleza que infunde en la criatura al amarla.

Yo quería imitarlo y si bien pequeñita, no quería quedar atrás de su amor y de las mismas olas de amor que me había dado, formaba mis olas para cubrir a mi Creador con mi amor;

y al hacer esto Yo sonreía porque sabía que mi amor nunca habría podido cubrir la inmen- sidad de su amor, sin embargo hacía el intento y en mis labios surgía mi sonrisa inocente.

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El Ser Supremo sonreía a mi sonrisa y festejaba y se entretenía con mi pequeñez.

Ahora, en medio de nuestras estratagemas amorosas Yo recordaba el estado doloroso de mi familia humana en la tierra, pues Yo también era de su estirpe. Y ¡oh, cómo me dolía y pedía que descendiera el Verbo Eterno a poner remedio! Y lo decía con tal ternura que llegaba a cambiar la sonrisa y la fiesta en llanto. El Altísimo se conmovía mucho ante mis lágrimas, y mucho más porque eran lágrimas de una pequeñita, y estrechándome a su Seno Divino, me secaba las lágrimas y me decía: "Hija, no llores, ten valor, en tus manos hemos puesto la suerte del género humano; te hemos dado el mandato y ahora, para con- solarte más, te hacemos Pacificadora entre Nosotros y la familia humana. Por lo tanto, a ti te es dado ponernos nuevamente en paz. La potencia de nuestro Querer que reina en ti, se impone sobe Nosotros para dar el beso de paz a la pobre humanidad caída y en peligro".

¿Quién puede decirte, hija mía, lo que sentía mi Corazón ante esta condescendencia divina? Era tanto mi amor que me sentía desmayar y deliraba buscando más amor para ali- vio de mi amor.

Ahora unas palabras a ti, hija mía: si tú me escuchas haciendo a un lado tu querer y dando el puesto regio al Fiat Divino, también tú serás amada con amor especial por tu Creador, serás su sonrisa, lo pondrás en fiesta y serás vínculo de paz entre el mundo y Dios.

El alma:

Mamá Bella, ayuda a tu hija, ponme Tú misma en el mar de la Divina Voluntad y cú- breme con las olas del eterno amor a fin de que no vea ni sienta más que amor y Voluntad de Dios.

Florecilla: Hoy, para honrarme, me pedirás todos mis actos y los encerrarás en tu cora- zón para que sientas la fuerza de la Divina Voluntad que reinaba en Mí, y luego los ofrece- rás al Altísimo para agradecerle por todos los oficios que me confió para salvar a las criatu- ras.

Jaculatoria: Reina de Paz, haz que la Voluntad Divina me dé el beso de paz.

DÉCIMO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Alba que surge para poner en fuga a la noche del querer humano. Su nacimiento glorioso.

El alma a la Reina del Cielo:

Aquí estoy, Mamá Santa, junto a tu cuna para ser espectadora de tu nacimiento por- tentoso. Los Cielos se asombran, el Sol fija su luz en ti, la tierra exulta de alegría y se siente honrada por ser habitada por su pequeña Reina recién nacida, los ángeles hacen compe- tencia en rodear tu cuna para honrarte y estar prontos a tus órdenes. Todos te honran y quieren festejar tu nacimiento. Yo también me uno a todos y postrada delante de tu cuna, ante la cual veo como arrobados a tu madre Ana y a tu padre Joaquín, quiero decirte mi primera palabra, quiero confiarte mi primer secreto, quiero vaciar mi corazón en el tuyo y decirte: "Mamita mía, Tú que eres el alba precursora del Fiat Divino en la tierra pon en fu- ga de mi alma y del mundo entero la tenebrosa noche del querer humano." ¡Ah sí! Sea tu nacimiento nuestra esperanza que como nueva alba de gracia nos regenere en el Reino de la Divina Voluntad.

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Lección de la recién nacida Reina:

Hija de mi Corazón, mi nacimiento fue prodigioso, ningún otro nacimiento puede de- cirse igual al mío. Yo contenía en Mí el Cielo, el Sol de la Divina Voluntad y también la tierra de mi humanidad, pero tierra bendita y santa que encerraba las más hermosas floraciones.

Aunque apenas recién nacida, Yo era el prodigio de los más grandes prodigios: el Que- rer Divino reinante en Mí, el cual encerraba en Mí un cielo más bello, un Sol más refulgente que el de la creación, de los cuales también era Reina, y un mar de gracia sin límites que murmuraba siempre amor, amor hacia mi Creador. Por eso mi nacimiento fue la verdadera alba que puso en fuga la noche del querer humano, y conforme crecía, formaba la aurora y llamaba el día esplendidísimo para hacer surgir el Sol del Verbo Eterno sobre la tierra.

Hija mía, ven a mi cuna a escuchar a tu pequeña Mamita. En cuanto nací, abrí los ojos para ver este bajo mundo, para ir en busca de todos mis hijos a fin de encerrarlos en mi Corazón, darles mi amor materno, y regenerándolos a la nueva vida de amor y de gracia abrirles el paso para hacerlos entrar en el Reino del Fiat Divino, del cual Yo era poseedora.

Quise hacerla de Reina y de Madre encerrando a todos en mi Corazón, para ponerlos a to- dos al seguro y darles el gran don del Reino divino. En mi Corazón tenía lugar para todos porque para quien posee la Divina Voluntad no hay estrecheces sino amplitud infinita, así que también te miré a ti, hija mía, ninguno me escapó.

Y como ese día todos festejaron mi nacimiento, también para Mí fue fiesta, pero... al abrir mis ojos a la luz, tuve el dolor de ver a las criaturas en la oscura noche del querer hu- mano. ¡Oh, en qué abismo de tinieblas se encuentra envuelta la criatura que se deja domi- nar por su voluntad! Esta es la verdadera noche, y noche sin estrellas; a lo más hay algún rayo fugaz que fácilmente viene seguido por truenos, los cuales al hacer estruendo, hacen más tupidas las tinieblas y descargan las tempestades sobre la pobre criatura, tempestades de temor, de debilidades, de peligros, de caídas en el mal... Mi Corazón quedó traspasado al ver a mis hijos bajo esta horrible tempestad en que la noche del querer humano los ha- bía arrojado.

Ahora, escucha a tu Mamá: estoy aún en la cuna, soy pequeña, mira mis lágrimas que derramo por ti; cada vez que haces tu voluntad formas en ti misma una noche, y si supieras cuánto mal te hace esta noche llorarías conmigo: te hace perder la luz del día del Divino Querer, te trastorna, te paraliza en el bien, te destroza el verdadero amor y quedas reduci- da a una pobre enferma a la que le faltan las cosas necesarias para curarse. Ah, hija mía, hi- ja querida, escúchame, no hagas nunca tu voluntad, dame tu palabra de que contentarás a tu pequeña Mamá.

El alma:

Mamita Santa, me siento temblar al sentir la horrible noche de mi voluntad, por eso estoy aquí frente a tu cuna, para pedirte la gracia de que por tu nacimiento prodigioso me hagas renacer en la Divina Voluntad. Yo permaneceré siempre junto a ti, Celestial Niña, uniré mis oraciones y mis lágrimas a las tuyas para impetrar para mí y para todos el Reino de la Divina Voluntad en la tierra.

Florecilla: Hoy, para honrarme, vendrás tres veces a visitarme a mi cuna, diciéndome:

"Celeste Niña, hazme renacer junto contigo en la Vida de la Divina Voluntad".

Jaculatoria: ¡Mamita mía, haz surgir el alba de la Divina Voluntad en mi alma!

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DECIMOPRIMER DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Forma durante los primeros años de su vida una aurora esplendidísima para hacer surgir en los corazones el día suspira- do de luz y de gracia.

El alma a la pequeña Reina niña:

Heme de nuevo junto a tu cuna, Mamita Celestial. Mi pequeño corazón se siente fasci- nado por tu belleza y no puedo despegar la mirada de una belleza tan rara. ¡Qué dulce es tu mirada! El mover de tus manitas me llaman para abrazarme y estrecharme a tu Corazón ahogado de amor. Mamita Santa, dame tus llamas para que quemes mi voluntad y así pueda contentarte con vivir junto contigo de Voluntad Divina.

Lección de la Reina del Cielo:

Hija mía, ¡si supieras cuánto se alegra mi materno Corazón al verte junto a mi cuna pa- ra escucharme! Me siento, con los hechos, Reina y Madre, porque teniéndote junto a Mí no soy una Madre estéril ni una Reina sin pueblo, sino que tengo a la querida hija mía que me ama mucho y que quiere de Mí que le haga el oficio de Mamá y de Reina. Por eso tú eres la portadora de alegría a tu Mamá, sobre todo porque vienes a mi regazo para ser en- señada por Mí cómo vivir en el Reino de la Divina Voluntad. Tener una hija que quiere vivir junto conmigo en este Reino tan santo es para tu Mamá la gloria, el honor, la fiesta más grande. Por lo tanto, préstame atención, hija querida y Yo continuaré narrándote las mara- villas de mi nacimiento.

Mi cuna estaba rodeada por ángeles que hacían competencia en cantarme canciones de cuna como a su Soberana Reina, y como Yo estaba dotada de razón y de ciencia infun- didas por mi Creador, cumplí mi primer deber de adorar con mi inteligencia y también con mi vocecita de niña balbuciente a la Santísima Trinidad adorable. Era tanto el ímpetu de mi amor hacia una Majestad tan Santa que languidecía y deliraba porque quería encontrarme entre los brazos de la Divinidad para recibir sus abrazos y darle los míos. Entonces los ánge- les, para los cuales mis deseos eran órdenes, me tomaron y llevándome sobre sus alas me condujeron a los brazos amorosos de mi Padre Celestial. ¡Oh, con cuánto amor me espera- ba! Yo iba del exilio y las pequeñas treguas de separaciones entre Yo y Ellos eran causa de nuevos incendios de amor, eran dones que preparaban para darme, y Yo buscaba nuevos inventos para pedir piedad, misericordia para mis hijos, que viviendo en el exilio estaban bajo los azotes de la divina Justicia, y derritiéndome en amor le decía: "Trinidad adorable, Yo me siento feliz, me siento Reina, no conozco qué cosa sea infelicidad y esclavitud, es más, por vuestro Querer que reina en Mí, son tales y tantas las alegrías, las felicidades que, pequeñita como soy, no puedo abrazarlas todas... Pero entre tanta felicidad, una vena de amargura intensa hay dentro de mi pequeño Corazón: siento en él a mis hijos infelices, es- clavos de su voluntad rebelde. ¡Piedad, Padre Santo, piedad! ¡Ah, haz completa mi felici- dad! A estos hijos infelices que más que Madre llevo en mi materno Corazón, hazlos feli- ces: haz descender al Verbo Eterno sobre la tierra y todo será concedido. Yo no me bajaré de tus rodillas paternas si no me das el rescrito de gracia, de manera que pueda llevarles a mis hijos la alegre noticia de su redención."

La Divinidad quedaba conmovida ante mis oraciones y colmándome de nuevos dones

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me decía: "Vuelve al exilio y continúa tus oraciones, extiende el Reino de nuestra Voluntad en todos tus actos y a su tiempo te contentaremos." Pero no me decían ni cuándo ni dón- de habría de descender el Verbo. Así que Yo partía del Cielo sólo para cumplir la Divina Vo- luntad; esto para Mí era el sacrificio más heroico, pero lo hacía voluntariamente con mu- cho gusto para hacer que Ella sola tuviera su pleno dominio sobre Mí.

Ahora escúchame, hija mía, ¡cuánto me costó tu alma... hasta llegar a amargarme el inmenso mar de mis alegrías y felicidades! Cada vez que tú haces tu voluntad te haces es- clava y sientes la infelicidad, y Yo, como Mamá tuya, siento en mi Corazón la infelicidad de mi hija. ¡Oh, qué doloroso es tener hijos infelices! Aprende a hacer sólo la Divina Voluntad como Yo, que llegaba hasta a venirme del Cielo para hacer que mi voluntad no tuviera vida en Mí.

Ahora, hija mía, continúa escuchándome: el primer deber en todos tus actos sea ado- rar a tu Creador, conocerlo y amarlo. Esto te pone en el orden de la creación y reconoces a Aquél que te creó. Este es el deber más santo de toda criatura: reconocer su origen.

Debes saber que mi transportarme al Cielo, rezar, bajar, formaba la aurora alrededor de Mí, que expandiéndose en todo el mundo, circundaba los corazones de mis hijos para hacer que después del alba surgiera la aurora para hacer despuntar el esperado día sereno del Verbo Divino sobre la tierra.

El alma:

Mamita Celestial, al verte que recién nacida apenas me das lecciones tan santas, me siento arrobar y comprendo cuánto me amas, hasta llegar a hacerte infeliz por causa mía.

¡Ah, Mamá Santa! Tú, que tanto me amas, haz descender en mi corazón la potencia, el amor, las alegrías que te inundan, a fin de que llena de ellas, mi voluntad no encuentre lu- gar para vivir en mí y libremente ceda el lugar al dominio de la Divina Voluntad.

Florecilla: Hoy, para honrarme, harás tres actos de adoración a tu Creador rezando tres Gloria Patri para agradecerle por cuantas veces tuve la gracia de ser admitida en su presencia.

Jaculatoria: Mamá Celestial, haz surgir la aurora divina de la Divina Voluntad en mi al- ma.

DECIMOSEGUNDO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Sale de la cuna, da los primeros pasos y con sus actos infantiles llama a Dios a descender a la tierra y llama a las criatu- ras a vivir en la Divina Voluntad.

El alma a la Celestial Reinecita:

Heme aquí de nuevo Contigo, mi querida Niña, en la casa de Nazaret. Quiero ser es- pectadora de tu edad infantil, quiero darte la mano mientras das tus primeros pasos y ha- blas con tu santa mamá Ana y con tu padre Joaquín. Pequeñita como eres, después de que aprendiste a caminar, ayudas a santa Ana en pequeños servicios. ¡Mamita mía, cuánto me eres querida! ¡Ah! Dame tus lecciones a fin de que siga tu infancia y aprenda de ti a vivir, aun en las pequeñas acciones humanas, en el Reino de la Divina Voluntad.

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Lección de la pequeña Reina del Cielo:

Querida hija mía, mi único deseo es el de tener junto a Mí a mi hija, sin ti me siento so- la y no tengo a quien confiar mis secretos; son mis cuidados maternos los que quieren a mi lado a mi hija que tengo en mi Corazón para darle mis lecciones y así hacerle comprender cómo se vive en el Reino de la Divina Voluntad. Pero en Él no entra el querer humano sino que éste queda aplastado y en acto de sufrir continuas muertes ante la Luz, la santidad y la potencia de la Divina Voluntad. Pero ¿crees que el querer humano queda afligido porque el Querer Divino lo tiene en acto de morir continuamente? ¡Ah no, no! Más bien se siente fe- liz de que sobre su voluntad muriente renace y surge la Voluntad Divina victoriosa y triun- fante, que le lleva alegría y felicidad sin término. Basta con comprender, hija querida, qué significa hacerse dominar por Ella y sentirlo, para hacer que la criatura aborrezca tanto su voluntad que esté dispuesta a hacerse cortar en pedazos antes que salir de la Divina Volun- tad.

Ahora escúchame desde donde dejé: Yo partí del Cielo sólo para hacer la Voluntad del Eterno, y si bien tenía mi Cielo en Mí, el cual era la Voluntad Divina, y era inseparable de mi Creador, también me gustaba estar en la Patria Celestial, y mucho más, pues estando la Di- vina Voluntad en Mí, Yo sentía los derechos de hija de estar con Ellos y que me arrullaran como pequeñita entre sus brazos paternos y de participar en todas las alegrías, felicidades, riquezas, santidad que poseen; tomaba cuanto más podía y me llenaba tanto hasta no po- der contener más. El Ser Supremo gozaba al ver que Yo sin temor, es más, con sumo amor me llenaba de sus bienes y Yo no me asombraba de que me dejaran tomar lo que Yo que- ría: era su hija, una era la Voluntad que nos animaba, lo que Ellos querían lo quería Yo. Así que sentía que las propiedades de mi Padre Celestial eran mías, con la única diferencia de que Yo era pequeña y no podía abrazar ni tomar todos sus bienes; por más que tomaba, quedaban tantos que no tenía capacidad en dónde ponerlos porque era siempre criatura;

en cambio la Divinidad era grande, inmensa y en un solo acto abraza todo. Entonces, en cuanto me hacían entender que me debía privar de sus alegrías celestiales y de los castos abrazos que nos dábamos, Yo partía del Cielo sin tardanza y volvía entre mis queridos pa- dres. Ellos me amaban mucho y Yo era tan amable y bella, tan alegre, pacífica y llena de gracias infantiles, que raptaba su afecto. Ellos eran todo ojos para Mí, Yo era su joyel y cuando me tomaban en sus brazos, sentían cosas insólitas y una vida divina palpitante en Mí.

Hija de mi Corazón, debes saber que en cuanto comenzó mi vida acá abajo, la Divina Voluntad principió a extender su Reino en todos mis actos. Así que mis oraciones, mis pa- labras, mis pasos, el alimento que tomaba, el sueño, los pequeños servicios que hacía a mi madre para ayudarle, eran todos animados por la Voluntad Divina.

Y como Yo te llevaba siempre en mi Corazón, te llamaba como hija mía, en todos mis actos llamaba tus actos junto con los míos a fin de que también en tus actos, aun en los más indiferentes, se extendiera el Reino del Querer Divino. ¡Considera cuánto te amé...!

Cuando rezaba, llamaba a tu oración en la mía, a fin de que la tuya y la mía fueran valori- zadas con un solo valor y un solo poder: el valor y el poder de la Voluntad Divina. Cuando hablaba, llamaba a tu palabra; cuando caminaba, llamaba a tus pasos y cuando realizaba las más simples acciones indispensables a la naturaleza humana, como traer agua, barrer,

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darle la leña a mi mamá para encender el fuego y otras cosas similares, Yo invitaba en es- tos actos a tus mismos actos, para valorizarlos con la Voluntad Divina y para que en mis ac- tos y en los tuyos se extendiera su Reino. Y mientras te llamaba a ti en cada acto mío, lla- maba al Verbo Divino para que descendiera a la tierra. ¡Oh, cuánto te amé, hija mía! Que- ría tus actos en los míos para hacerte feliz y hacerte reinar junto conmigo. Pero ¡ay! Cuán- tas veces yo te llamaba a ti y a tus actos y con sumo dolor mío mis actos quedaban aislados y los tuyos los veía como perdidos en tu voluntad humana, formando, cosa horrible de de- cirse, un reino no divino sino humano: el reino de las pasiones, del pecado, de las infelici- dades y de la desventura...

Tu Mamá lloraba entonces sobre tu desventura... Y aún ahora, en cada acto de volun- tad humana que haces, conociendo el reino infeliz al que te lleva, mis lágrimas se derra- man para hacerte comprender el gran mal que haces. Por eso, escucha a tu Mamá: si das muerte a tu querer para que el Divino Querer tenga vida en ti, por derecho te serán dadas las alegrías, las felicidades, todo será en común entre tú y tu Creador; las debilidades, las miserias quedarán desterradas de ti. Además, serás la más querida de mis hijas y Yo te tendré en mi mismo Reino para hacerte vivir siempre de Voluntad Divina.

El alma:

Mamá Santa, ¿quién, al verte llorar, puede resistirte y rehusarse a escuchar tus santas lecciones? Yo con todo mi corazón te prometo, te juro no hacer jamás, jamás mi voluntad;

y Tú, Mamá divina, no me dejes nunca sola, para que con el imperio de tu presencia aplas- tes mi voluntad y hagas reinar siempre, siempre a la Voluntad de Dios en mí.

Florecilla: Hoy, para honrarme, me ofrecerás todos tus actos para hacer compañía a mi edad infantil, haciéndome tres actos de amor en memoria de los tres años que viví con mi mamá Santa Ana.

Jaculatoria: Reina Poderosa, rapta mi corazón para encerrarlo en la Voluntad de Dios.

DECIMOTERCER DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Se va al templo y da ejemplo de to- tal triunfo en el sacrificio.

El alma a la Reina triunfante:

Mamá Celestial, hoy vengo a postrarme ante ti para pedirte tu fuerza invencible, es decir, que en todas mis penas, y Tú sabes cómo está lleno mi corazón hasta sentirme aho- gada en penas, tomes mi corazón entre tus manos, si tanto quieres hacerme de Madre, y derrama en él el amor, la gracia, la fuerza para triunfar en mis penas y para convertirlas to- das en Voluntad Divina.

Lección de la Reina triunfante:

Hija mía, ánimo, no temas, tu Mamá es toda para ti y hoy te esperaba para que mi he- roísmo y mi triunfo en el sacrificio te infundan fortaleza y valor, y así pueda ver a mi hija triunfante en sus penas y con el heroísmo de sobrellevarlas con amor y para cumplir la Di- vina Voluntad.

Ahora, hija mía, escúchame: Yo había cumplido apenas tres años cuando mis padres me hicieron saber que querían consagrarme al Señor en el Templo. Mi corazón exultó de

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