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Hacia una historia imaginaria de los lectores

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Academic year: 2021

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Hacia una historia

imaginaria de los lectores

Juan Manuel Ramírez Rave1

Un escritor es alguien que traiciona lo que lee, que desvía y ficcionaliza: hay como un exceso en la lectura que hace Borges de Hernández […]. Ricardo Piglia

I

Con los textos muy variados que ha recogido en el libro El último lector (2005), Ricardo Piglia crea un itinerario para buscar las figuraciones del lector en la literatura al mismo tiempo que una forma de verse en otros: Miguel de Cervantes, Franz Kafka, Edgar Allan Poe, Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández, Ernesto “Che” Guevara, James Joyce, Fyodor Dos-toievski. Es esa aquí la forma de reflexionar sobre sus propios textos.

Antes, en los tiempos del magazine literario Los libros, Piglia escribió reseñas. Como lector de editoriales también preparó informes sobre no-velas de detectives para recomendar o no su traducción. Como narrador, un ejemplo tomado de Respiración artificial (1980), muestra ya la figuración del personaje-lector en sus propias ficciones:

“Tengo esa misión, entre otras”, dijo. “Esa misión. ¿Ve? Sobre el mueble. ¿Por qué debo ser yo? No necesariamente me están dirigidas. Llegan hasta mí. ¿Las sueño? Nunca he podido distinguir el sueño de la vigilia. Están ahí, sin embargo.” ¿Las veía yo? Que las tomara, dijo. “Esas son las que he recibido hoy. Déjelas ahora.” Que las dejara. Ya podría leerlas. “Todos po-drán leerlas”, dijo, en el momento indicado. “Todos los lectores de la his-toria podrán leerlas en el momento indicado”, dijo el Senador. “Arocena”, dijo después. “Lo veo: encerrado como yo; encerrado entre las palabras, entre las paredes de su oficina, alumbrado perpetuamente por los tubos fluorescentes: leyendo.” ¿Y en cuanto a él? “¿Y en cuanto a mí?” Dijo que el mundo se había convertido para él en un ámbito excesivamente estrecho. “No salgo de aquí. Reduje mis dominios a esta estancia. De vez en cuando miro por esa ventana. ¿Qué veo? Árboles. Veo árboles. ¿Los árboles son la realidad? (1992: 47-48).

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El senador Luciano Ossorio, un hombre atormentado que transita en-tre el sueño y la vigilia, confiesa que su misión en el mundo no es otra que la de ser un lector, un personaje como aquellos catalogados por Piglia para quienes «[…] la lectura se convierte en una adicción que distorsiona la realidad, una enfermedad y un mal» (21), un hombre encerrado entre las palabras y que duda de lo que ve, porque en la obra narrativa de Ricardo Piglia «A veces los lectores viven en un mundo paralelo y a veces imagi-nan que ese mundo entra en la realidad» (12).

Pero el senador Ossorio permite contrastar otros elementos expuestos por Piglia en El último lector. Por ejemplo, el personaje en mención “[…] sabe leer lo que es necesario interpretar, el gran lector que descifra lo que no se puede controlar” (82), de allí que no sorprenda el conocimiento que dicho personaje tiene sobre su función en la historia cuando dice: «“un hombre llamado Arocena. Francisco José Arocena. Lee cartas igual que yo. Lee cartas que no le están dirigidas. Trata, como yo, de descifrarlas. Trata”, dijo, “como yo de descifrar el mensaje secreto de la historia”» (46). El personaje ficticio del senador Ossorio sabe que la lectura va más allá de la práctica y que en última instancia resuelve su lugar en el mundo, sabe que “hay una tensión entre el acto de leer y la acción política” (102), que existe una tensión entre lectura y experiencia, entre la lectura y la vida… la vida práctica.

Entonces ese lector ficticio, ese lector compulsivo de cartas que hasta los muertos le escriben en Respiración artificial, entra a engrosar la lista de una suerte de zoología irreal que localiza géneros y especies de lectores en la selva de la literatura iniciada por Macedonio Fernández en su Museo

de la novela de la Eterna y que continúa el mismo Piglia en El último lector.

El senador Luciano Ossorio es uno más en la historia imaginaria de los lectores imaginarios, es otra representación del arte de leer en la ficción, como también lo es Marcelo Maggi, quien al sumergirse intensamente en la lectura logra la reconstrucción de un personaje histórico del siglo XIX.

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II

De manera que antes de que nos presente la primera imagen del último lector: aquel que se ha pasado la vida leyendo y que ha quemado sus ojos en la luz de la lámpara, en otras palabras, un Borges lector de páginas que sus ojos ya no ven, Piglia ya se había encargado de representar la figura del lector en sus narraciones literarias. Más aún, ya había cumplido con aquello que propone cuando dice que “[…] la lectura no es solo una práctica, sino una forma de vida” (2005: 21). Es decir, ya había hecho de la lectura un trabajo y creado una sociedad imaginaria de lectores que con sus historias particulares asociadas al acto de lectura cristalizan redes y mundos posibles.

El último lector recopila textos de diversa índole que le sirven a Piglia

para mirarse a sí mismo, para reconocerse como lector, pero no como el que lee un libro, sino como aquel que se pierde en una red de signos, por-que “muchas veces lo por-que se ha leído es el filtro por-que permite darle sentido a la experiencia; la lectura es un espejo de la experiencia, la define, le da forma” (103). Vista a través de los textos recogidos en El último lector, la experiencia de lectura que exhibe Piglia en su narrativa da cuenta de la presencia en ella de algunos de sus presupuestos y metáforas extremas del lector. Distingue cuatro:

En primer lugar, «leer hace ver nuevas conexiones» (56), las cuales ha-cen visible un orden nuevo e invierten el sentido original. De esta manera se ligan dos elementos: un nuevo modo de leer y una nueva forma de percibir la realidad. Percepción que desde el “Prólogo” funciona como una suerte de metáfora de la lectura; allí se presenta con nitidez cuando se dice que en la lectura “[…] la tensión entre objeto real y objeto imagina-rio no existe, todo es real” [la cursiva es mía] (13), de igual manera que en este relato con tono borgiano que abre El último lector ya se anticipa ―di-gamos―un nuevo modo de leer, cuando se registra: “Hay que saber leer entre líneas para encontrar el camino” (14).

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En tercer lugar, el lector es equiparado por Piglia con un “intelectual” que descifra e interpreta la vida al tomar la lectura como un modelo gene-ral de construcción de sentido. El lector-intelectual “es alguien que encuen-tra en una escena leída un modelo ético, un modelo de conducta, la forma pura de la experiencia” (105). Es quien encuentra su vida plena al relacio-narla con la lectura, quien transita entre la vida leída y la vida vivida.

En cuarto y último lugar aparece el lector que realiza un doble movi-miento de viaje que supone la lectura dentro de otro viaje. Es el viaje del descubrimiento interior en la medida que se manifiesta una tensión entre dos niveles de experiencia: la propiamente dicha y aquella que se vive en la lectura. Es decir, la lectura es una suerte de espejo de lo que la vida debería de ser, solo se entiende el sentido posible de la vida verdadera cuando es leído en un libro.

III

En El último lector Piglia evoca a Ezra Pound: “La lectura […] es un arte de la réplica” (12). Con ello, en el sentido de Italo Calvino, el único héroe capaz de cortar la cabeza de la Gorgona es Perseo, pero la hazaña del héroe es conseguida por el uso de la mirada indirecta. Perseo –nos recuerda Calvino– no mira el rostro de la Gorgona sino solo su imagen reflejada en el escudo de bronce. El héroe, al igual que el escritor –aquí la alegoría– ejerce una mirada indirecta sobre el mundo que le rodea a fin de no quedar petrificado por la mirada inexorable de la Medusa. Sabe que una forma para escapar de la pesadez, la inercia, la opacidad del mundo es dirigiendo su mirada hacia lo que únicamente puede revelársele en una visión indirecta, en una imagen cautiva en un espejo.

El último lector puede ser leído por eso como una suerte de escudo de

Perseo en la obra de Piglia. Este libro de materiales recopilados que or-ganiza en un prólogo, seis capítulos y un epílogo, le presenta al lector el rostro de un autor que quiere dar respuesta a la pregunta: “qué es un lec-tor”, pero Perseo acude aquí en nuestra ayuda, para mostrarnos la imagen cautiva en el espejo. La visión indirecta muestra a un escritor que se pre-gunta insistentemente, aunque en un tono menor: ¿Qué ocurre cuando se lee? Pero esta pregunta logra hacerse porque al igual que Borges el autor de La ciudad ausente toma a “la ficción como una teoría de la lectura” (28).

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qué sienten sus lectores al recorrer las páginas, quiere saber si en verdad lo leen, cómo lo leen, por qué motivo lo leen. Quizás en un intento por dar respuesta a estas preguntas es que Ricardo Piglia escribe sobre el acto de leer en vez de sobre el acto de escribir.

Epílogo

¿Quién es el protagonista de El último lector? ¿El verdadero protagonista es Ricardo Emilio Piglia Renzi, el Ricardo Piglia que escribe y firma libros de ficción o sobre ficciones? ¿O es el Piglia que lee encerrado entre las

pala-bras, entre las paredes de una oficina, de una casa… alumbrado perpetuamente por los tubos fluorescentes de una lámpara, como lo hace el personaje de Res-piración artificial, como lo hacen tantos otros personajes-lectores a luz de

una vela, de una lámpara o de una linterna, tal vez buscando “[…] otra claridad, otra oscuridad, [buscando] el sentido en otra parte” (2005: 190), en otros libros? A esa respuesta nos inclinaría lo que aparece en el libro como una confesión final, firmada el 12 de enero de 2005: “mi propia vida de lector está presente y por eso este libro es, acaso, el más personal y el más íntimo de todos los que he escrito” (190).

Bibliografía

Referencias

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