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Antecedentes

Examinando el debate sobre los rendimien-tos crecientes y decrecientes que el Doctor Clapham reabrió con su artículo sobre las “cajas vacías” publicado en 1922 (famoso entonces, aunque poco conocido en la ac-tualidad), una de las cosas que llama la atención es que los economistas discutían sobre la teoría económica y sus conexiones con la realidad económica de su tiempo. Por el contrario, en los manuales contemporá-neos de microeconomía lo que llama la atención es que la materia que se expone versa sobre geometría y sobre los números que sustentan los trazos en la superficie de las coordenadas cartesianas. Por ejemplo, en el manual de Microeconomía de Pindyck y Rubinfeld, en el capítulo 7 titulado “El costo de producción”, la exposición incluye a los rendimientos decrecientes, ya se refie-ran al corto plazo como al costo promedio a

largo plazo. En el primer caso, el corto plazo, los autores mencionan que “se puede ver el efecto de la presencia de rendimientos decrecientes en el proceso de producción al observar los datos de los costos marginales” (subrayado mío); ellos explican que el costo marginal al principio es elevado porque hay pocos insumos y mucho equipo, pero que “Finalmente, el costo marginal aumenta una vez más para niveles de producción relativamente altos, debido al efecto de los rendimientos decrecientes” [Pindyck y Ru-binfeld, 1995: 232]. Esta es conocida como la ley de los rendimientos decrecientes y opera en el corto plazo cuando alguno de los insumos es fijo. La demostración de la ley consiste en un cuadro numérico construido exprofeso (se trata pues, de los datos), y un gráfico que se desprende de la información de dicho cuadro y que representa la curva de costo marginal, tanto en su parte

descenden-A

PORTES

De nuevo los rendimientos decrecientes

Rogelio Huerta Quintanilla

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La ley de los rendimientos decrecientes es una regularidad empírica ampliamente observada más que una verdad universal como la ley de la gravedad.

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te como en la que es creciente. Como se sabe, a partir del cruce con el costo variable medio, esta parte ascendente del costo mar-ginal representa la curva de oferta indivi-dual. El productor expresa sus intereses de mercado a través del costo marginal cre-ciente en la medida en que aumenta su producción motivado por los aumentos de precio correspondientes. ¿Pero la realidad económica avala dicha ley? Aparentemente no es cosa que preocupe a los autores de libros de texto como el comentado; interesa más la coherencia lógica apoyada en el espacio geométrico y la formalidad mate-mática. Se seleccionan números ad hoc para respaldar los conceptos abstractos, pero la información empírica o incluso el sustento teórico de la ley, brillan por su ausencia.

Aunque a Malthus y a David Ricardo los recordamos como los precursores de la ley de los rendimientos decrecientes, en reali-dad, según Birmingham, el primer enuncia-do claro de las leyes de rendimientos fue hecho por el francés Turgot en el siglo XVIII, aparecido en sus memorias, que probable-mente fueron escritas en el año de 1768 [Birmingham, 1978: 58]. En esta breve referencia a los orígenes intelectuales de la ley, encontramos que en el año de 1815 fueron publicados por cuatro autores dife-rentes (West, Torrens, Malthus y Ricardo), sendos ensayos donde se hacían señala-mientos sobre la renta diferencial de la tierra como una resultante de los elevados precios de los granos. Para los cuatro articulistas mencionados, la explicación de fondo de ambos fenómenos, es el principio de los rendimientos decrecientes: “Cada cantidad adicional de trabajo igual dedicada a la agricultura —explicaba enseguida West—

genera un rendimiento disminuido... Mien-tras que es obvio que una cantidad igual de trabajo fabricará siempre la misma canti-dad de manufactura” [Blaug, 1985: 112].

El mismo Blaug señala tres característi-cas de la ley de los rendimientos decrecien-tes que eran compartidas o sostenidas por los cuatro autores ya nombrados. La prime-ra es que pensaban que esta ley “sólo se aplica a la agricultura”; la segunda es que es válida para el mediano y largo plazo aún con la inclusión del progreso técnico, y la tercera es que era resultado de la observa-ción de la vida económica del campo. Blaug concluye: “... la mayoría de los economistas clásicos consideraban la ley de los rendi-mientos decrecientes como una simple ge-neralización de las experiencias consuetu-dinarias, mientras que los economistas mo-dernos la definen como una aseveración de lo que ocurriría si aumentáramos la canti-dad de un insumo mientras se mantienen constantes todos los demás; la definición moderna no puede verificarse simplemente con una mirada al mundo real” [Blaug, 1985: 113].

David Ricardo partió de que los terrenos utilizados en la agricultura en cualquier país tenían una extensión dada, lo cual significaba que no podían ampliarse sus linderos y por ende eran una magnitud fija. Con base en tal apreciación, consideró que si a esa cantidad constante de tierras se le iba añadiendo más y más cantidad de traba-jo, debido al crecimiento poblacional, este proceso iba a llegar un momento en que al añadir un trabajador más, el resultado pro-ductivo no mejoraría. ¿Qué quiere decir que no mejoraría? Que el producto obtenido con una unidad más de trabajo iba a ser menor que el obtenido con la unidad de trabajo

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anterior. O sea, que el rendimiento del tra-bajo tendería a bajar, luego de que se acu-mulara cierta cantidad del mismo. En la terminología moderna, esto quiere decir que la productividad marginal del trabajo, lle-gando a un punto de máximo aumento, finalmente tiende a bajar. Y se emplea la palabra “finalmente” porque algunos eco-nomistas llaman a esto, la ley de los rendi-mientos finalmente decrecientes porque cuando se incorporan las primeras unidades de trabajo a las unidades fijas de tierra, el producto marginal tiende a crecer y sólo después de cierta cantidad de unidades adi-cionales de trabajo, empieza a disminuir, hasta llegar a ser nulo.

Ahora bien, la preocupación de Ricardo no se reducía a una relación técnica-opera-tiva entre los insumos y la producción, pues buscaba una explicación amplia del origen de la renta de la tierra, es decir la explica-ción de un fenómeno económico real que afectaba a la sociedad en su conjunto. Esta fue una de las explicaciones que encontró: el producto marginal del trabajo en la agricul-tura sirve para fijar el precio de los bienes agrícolas; cuando se presentan los rendi-mientos decrecientes por la ampliación de la frontera agrícola hacia tierras menos férti-les, para responder a una mayor demanda de alimentos por el crecimiento demográfico, la producción obtenida en las tierras con menores rendimientos va a servir para fijar el precio, que obviamente va a ser más alto que en las tierras donde se tienen mayores rendimientos . El producto se va a vender a ese precio más alto y los que producen con rendimientos mayores se apropiarán de una renta diferencial (diferencia entre el precio y su costo marginal). En otras palabras, los propietarios de las tierras con mayor

pro-ductividad del trabajo empleado, venderán al mismo precio fijado por las de menor productividad y obtendrán así una renta, dados sus costos menores.

En el caso de Ricardo el fenómeno de los rendimientos decrecientes se refería a un problema económico real que preocupaba mucho en esa época, (son famosos sus debates con Malthus a este propósito). Este problema era el de la explosión demográfica y su incidencia en la posible incapacidad de las dotaciones fijas de tierras para producir suficientes alimentos a un precio que ya no generara rentas para los terratenientes. Era un asunto relacionado con la productividad decreciente del trabajo que se presentaba en el mediano o largo plazo como consecuen-cia de las dotaciones dadas de tierra y que repercutía en los ingresos de los rentistas agrícolas; éstos, desde el punto de vista de Ricardo, eran improductivos económica-mente, pues sólo se apropiaban de una parte del ingreso nacional por ser propietarios.

Cannan, en el capítulo V de su célebre Historia de la Teoría de la Producción y la Distribución, presenta y discute de manera amplia y extensa el debate teórico y las condiciones históricas en las que surgió y se difundió la ley de los rendimientos decre-cientes en la “industria agrícola”. Llega a la conclusión de que dicha ley es pseudo-histórica y pseudo-científica. Según Can-nan, fue el Dr. Chalmers, “el primer escritor importante que atacó de frente la creencia de que el rendimiento de la industria agríco-la ha disminuido por lo general y continúa disminuyendo como consecuencia del au-mento de población” [Cannan, 1942: 188]. Esta ley, según el Dr. Chalmers, “no está de acuerdo con la verdad histórica”. Más ade-lante, Cannan expone que, desde Estados

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el uso de un factor (y los demás se mantienen fijos), acaba alcanzándose un punto en el que son cada vez menores los incrementos de la producción” [Pindyck y Rubinfeld, 1995: 175]. “La ley de los rendimientos decrecientes se aplica normalmente al corto plazo, período en el que al menos uno de los factores se mantiene fijo. Sin embargo, también puede aplicarse al largo plazo” [Pindyck y Rubinfeld, 1995: 176].

Como se aprecia, la ley se ha generaliza-do para la “mayoría” de los procesos de producción y se puede pensar, que son excepcionales los bienes producidos fuera de las condiciones de dicha ley. Dada esta generalización ya no hay que preocuparse, como lo hacía Clapham, por encontrar y clasificar a las industrias que estén bajo condiciones de rendimientos crecientes, de-crecientes o constantes. Aún más, como la ley opera tanto en el corto como en el largo plazo, sale sobrando también la preocupa-ción del profesor D.H. Robertson, al terciar en el debate sobre las llamadas cajas vacías: “Si se hubiese limitado el uso de la expre-sión “ley de los rendimientos decrecientes” para designar los resultados de: a) la aplica-ción de sucesivas dosis de un factor a una cantidad fija de todos los demás o, b) la aplicación de sucesivas dosis de todos los factores menos uno a una cantidad fija de este último, ¡cuántas confusiones super-fluas sobre la aparición de una renta econó-mica pura en las industrias manufactureras y qué lamentables confusiones sobre las enseñanzas de la ciencia económica respec-to a la relación del progreso de la agricultura con el problema de la población se habrían evitado!” [Robertson, 1968: 133]. Es decir, para Robertson, era claro que la ley opera en el corto plazo, donde al menos uno de los Unidos, H.C. Carey se mostró en contra de

la teoría malthus-ricardiana, afirmando que “la experiencia demostraba que los aumen-tos de población siempre eran favorables a la productividad de la industria” [Cannan: 1942; 190]. En definitiva para Cannan, la regla general de los rendimientos decrecien-tes ni tiene demostración histórica ni se puede sustentar lógicamente, aún en la in-dustria agrícola.

La situación actual

En el enfoque actual de los neoclásicos, los rendimientos decrecientes han sido reduci-dos a un problema técnico de la producción y su pretendida validez ha sido generalizada para cualquier proceso productivo. Inclusi-ve en los manuales, su estudio se ubica en el capítulo sobre la producción, que es donde se revisan las relaciones técnicas o físicas del proceso productivo. Por ejemplo, al estudiar la teoría de la producción en el capítulo 6 de su libro de Microeconomía, Maddala y Miller nos definen formalmente la ley: “Si se mantienen constantes la tecno-logía y las cantidades de todos los otros insumos, según se utilicen incrementos igua-les del insumo variable se llegará con el tiempo a un punto donde los aumentos de la producción comienza a declinar” [Maddala y Miller, 1989: 162].

Así también, en el ya citado texto de Microeconomía, de Pindyck y Rubinfeld, tercera edición, se afirma: “El producto marginal del trabajo (y de otros factores) es decreciente en la mayoría de los procesos de producción; para describir este fenómeno suele utilizarse la expresión “ley de los rendimientos decrecientes” en contextos anglosajones. La ley de los rendimientos decrecientes establece que cuando aumenta

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factores es fijo, pero para el largo plazo está desechada, aún y cuando se trate de la agricultura. Es claro también, que para él, si la ley de los rendimientos decrecientes fuera válida en las industrias manufactureras, se tendría que dar cuenta en ellas de una renta económica pura, tal y como existe en el sector agrícola.

Ahora bien, ¿por qué discutir nueva-mente esta ley? La importancia teórica de la ley de rendimientos decrecientes reside en su respaldo a la curva de oferta. La pendien-te positiva de la curva de oferta del mercado está apoyada en la parte ascendente de la curva de costo marginal, que a su vez se explica por los rendimientos decrecientes. Sin embargo en el corto plazo la ley no opera para la manufactura y los servicios, y actúa solamente en algunos tipos de producción agrícola, quiere decir que el costo marginal es constante y coincidente con el costo variable medio, lo cual le da forma a una curva de oferta también constante y sin sensibilidad a las variaciones de la deman-da. En el corto plazo entonces, la curva de oferta es horizontal para la mayoría de los procesos productivos. Si en el largo plazo, los rendimientos son constantes o crecientes como resultado de las economías técnicas de escala, la curva de oferta de largo plazo es horizontal o tiene pendiente negativa. Robertson, al agradecer la reimpresión de su artículo, 26 años después de que lo publicó, afirma que con respecto al tema “hace ya largo tiempo que me he adherido al concepto de la curva (verdadera o hipotéti-ca) de oferta descendente a largo plazo con la condición de que en su deducción conven-dría eliminar el efecto de las grandes inven-ciones que no se deriven del volumen de la industria” [Robertson, 1968: 132]. Así pues,

si los rendimientos decrecientes no son efec-tivos ni en el corto ni en el largo plazo, la curva de oferta no tiene pendiente positiva. En esto estriba la importancia de la rediscu-sión de la ley; su debate tiene que ver con las formas en que supuestamente funcionan los mercados.

Ya desde 1926, Sraffa señalaba las se-rias deficiencias que mostraba “la curva de oferta basada en las leyes de los rendimien-tos crecientes y decrecientes” [Stigler y Boulding, 1968: 166]. El mismo Sraffa hacía referencia a las críticas acumuladas por la teoría de la oferta, pero aclaraba que la dispersión de las observaciones y enmien-das impedía apreciar el conjunto de las objeciones. En este mismo sentido, después de la crítica sraffiana a la teoría de la formación de precios con una oferta de pendiente positiva, se ha acumulado un sinnúmero de indicaciones para tratar de superar los errores que se cometen al acep-tar sin más sus predicciones. Se trata enton-ces, de averiguar que queda en pie de la teoría convencional de la formación de pre-cios, después de exponer los comentarios vertidos sobre sus limitaciones y errores lógicos.

En la teoría neoclásica que se expone en los libros de texto que se elaboran continua-mente en las universidades de los Estados Unidos, el capítulo sobre la teoría de la producción antecede al capítulo de teoría de los costos. Esto obedece a que la producción tiene sus leyes técnicas o físicas, que se pretende son independientes de los elemen-tos monetarios. La manera como se combi-nan los factores de la producción o insumos para obtener un producto, responde a deter-minadas leyes tecnológicas que pueden ex-presarse en una función de producción. Se

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supone que existe una empresa promedio o típica (“representativa”, en términos de Marshall) y que la tecnología es accesible a cualquier empresa típica, y que de lo que se trata, es de aclarar las condiciones bajo las cuales esa empresa es eficiente; esto quiere decir, que dados los insumos, el objetivo es lograr el máximo producto posible, deter-minado por las leyes técnicas de la produc-ción. La función de producción expresa todos los puntos eficientes.

En el análisis neoclásico de la produc-ción, desde Marshall se distinguen el corto y el largo plazo. Para el corto plazo, la ley de los rendimientos decrecientes es técnica-mente la más influyente en las decisiones que sobre el nivel de producción tiene que tomar el empresario; en el largo plazo, los cambios en la producción son resultado de cambios en todos los insumos; cuando los insumos se modifican en la misma propor-ción los resultados en la producpropor-ción depen-den de los rendimientos a escala. Esta ley de los rendimientos a escala en el largo plazo, es el fundamento para explicar técnicamen-te la producción según la visión neoclásica. Así pues, la ley de los rendimientos decre-cientes y la ley de los rendimientos a escala, son para la escuela neoclásica, la base para explicar técnicamente la producción, inde-pendientemente de los precios, de los mer-cados y de las relaciones monetarias.

Manteniéndonos en el nivel puramente técnico del proceso de producción a corto plazo, cabe preguntarse en cuáles industrias podría considerarse que uno de sus factores de producción es constante. Esto depende en realidad de la definición de industria. Si por ésta entendemos a toda empresa que pro-duzca algo, sin importar en cuál sector esté ubicada, entre más amplio sea el campo de

cobertura del análisis, mayor será la proba-bilidad de que se encuentre un factor de producción fijo. Así, por ejemplo, si consi-deramos la agricultura de un país, en el corto plazo la tierra es un elemento constan-te, que al combinarse con otros variables dará lugar a rendimientos decrecientes. Pero si se parte de una definición estrecha de industria, aún en el corto plazo, el aumento de producción puede lograrse sin aumentar los costos de manera significativa, pues se puede conseguir el factor cuya disponibili-dad inicial resulte limitada, atrayéndolo de otros sectores, que pueden desprenderse de ellos en dosis marginales sin afectar sus operaciones, y por supuesto sin que se pre-tenda aumentar la producción al unísono en todos los sectores [Sraffa, 1968].

Los rendimientos decrecientes sólo ope-rarían en aquellas industrias donde se em-pleara completamente el factor de produc-ción considerado fijo (suponiendo pleno empleo de los factores). Además, mientras más largo sea el período en cuestión (y con el aumento de la producción de la industria), crece más la probabilidad de que el factor de producción fijo se convierta en variable.

Siguiendo, para concluir, con el razona-miento de Sraffa, la falta de explicaciones convincentes para entender por qué las in-dustrias normales pueden aumentar o redu-cir sus costos de producción, lleva a plan-tear que “el costo de producción de los artículos producidos en régimen de compe-tencia habrá de considerarse constante con respecto a las pequeñas variaciones de la cantidad producida” [1968, 170].

Por su parte, en el régimen de compe-tencia perfecta teorizado por los neoclási-cos, el productor es tomador de precios y por tanto enfrenta una curva de demanda

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horizontal. Esto quiere decir que al precio determinado por el mercado, cualquier ductor puede vender la cantidad que pro-duzca. Ahora bien ¿por qué no aumenta su producción? Por la simple y sencilla razón de que, rebasando su escala mínima eficien-te, sus costos son crecientes es decir, porque más allá existen los rendimientos decrecien-tes. Sin embargo, en condiciones de compe-tencia real, cualquier productor desearía aumentar su producción para vender más y ganar más mercado; todo productor sueña con apropiarse de todo el mercado que él pueda surtir. No obstante, en régimen de competencia perfecta el objetivo de la em-presa no es el de aumentar su producción sino situarse en una posición de equilibrio maximizador de sus ganancias. Lo que pa-rece absurdo es que el empresario en la teoría convencional, no busca producir más porque lo frena el incremento de los costos directos de la producción, cuando en reali-dad no lo hace por la dificultad de vender esa mayor cantidad producida. Para incremen-tar sus ventas tiene dos opciones no exclu-yentes: o disminuir el precio o realizar un mayor esfuerzo de ventas. Ambas signifi-can costos pero no de producción.

Si por el contrario asumimos, como es la realidad, que no existen los rendimientos decrecientes, el costo unitario disminuye al aumentar la producción como resultado de la absorción del costo fijo entre mas unida-des se produzcan y, por tanto, la empresa estará en posibilidades de disminuir el pre-cio. Pero, ¿lo hará?

Trascendencias del debate

Volviendo a las cajas vacías económicas del Dr. Clapham, vale la pena volverse a pre-guntar ¿qué tiene que ver la ley de los

rendimientos, sean estos constantes, cre-cientes o decrecre-cientes, con la realidad eco-nómica? ¿Podemos saber o sabemos qué industria o producción trabaja con rendi-mientos decrecientes? ¿En la manufactura o en la agricultura, o en la producción de materias primas existe algún producto que se elabore bajo condiciones de costos cre-cientes? El Dr. Clapham afirma “yo creo que el no haber aclarado debidamente que las leyes de los rendimientos nunca se han referido a industrias concretas; que las cajas están en realidad vacías; que no sabemos en este momento, p. ej., si el carbón o los zapatos se producen con rendimientos cre-cientes o decrecre-cientes; creo, digo, que ha producido mucho daño” [1968, 118]. Esto quiere decir que los conceptos no tienen contenido, que son palabras vacías y que “A menos que se presenten perspectivas razo-nables de llenar las cajas vacías en futuro próximo, creo que la ciencia esencialmente práctica que es la economía se enfrenta con un grave peligro en la elaboración de con-clusiones hipotéticas sobre, digamos, p. ej., el bienestar humano” [1968, 119].

Como podemos constatar, a pesar del tiempo transcurrido desde lo dicho por Cla-pham, no ha sido posible encontrar demos-traciones empíricas irrebatibles de la teoría de los rendimientos decrecientes, aunque ésta ha conservado su presencia en todos los libros de texto de microeconomía. El propio Clapham concluye, de manera irónica, refi-riendo lo que un analítico de su época le respondería: “(...) nuestra doctrina conser-vará su valor lógico y, permítasenos añadir pedagógico. (...) como usted sabe, resulta muy bonita en gráficos y ecuaciones” [1968, 118].

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la realidad, conviene reiterar que la preocu-pación sobre la enseñanza de la microeco-nomía viene dada porque los estudiantes se ven obligados a aprenderse categorías y nociones económicas que están vacías de contenido y que no les explican el mundo real. Esta no es una preocupación marginal (para no dejar este vocablo en manos de los neoclásicos), el premio Nobel Herbert Si-mon dijo: “Creo que los manuales de mi-croeconomía/ son un escándalo. Creo que someter a jóvenes influenciables a este ejer-cicio escolástico como si dijera algo sobre el mundo real, es un escándalo ... No conozco ninguna otra ciencia que se proponga tratar fenómenos del mundo real y que parta a menudo de afirmaciones que están en fla-grante contradicción con la realidad” [Bar-celó, 1990: 78].

¿Y qué ocurre en el proceso de producción?

Uno de los grandes interrogantes que debe hacerse a los textos de microeconomía, es el porqué presentan de manera separada el análisis de la producción del de los costos, y además el porqué deben de aprenderse primero las leyes de la producción. La res-puesta es simple: en su afán de ser una teoría que se aplique o sea válida para cualquier tipo de proceso productivo, en cualquier lugar y en cualquier tiempo, los neoclásicos pretenden estudiar la producción con base en sus leyes físicas o naturales. Es decir, para ellos existen regularidades físicas inexo-rables en todo proceso de producción, inde-pendientemente de la existencia del dinero o de las relaciones monetarias; por tal razón, se puede estudiar la producción antes de contemplar sus costos. La teoría de los costos de producción en los textos

neoclási-cos no es mas que una derivación de las leyes físicas que regulan la producción. Así, las formas del costo marginal creciente y del costo variable medio de corto plazo, son tan sólo expresiones derivadas de la ley de la productividad marginal finalmente decre-ciente y de las deseconomías de escala con-dicionadas por los rendimientos decrecien-tes.

Obviamente, la idea de unas leyes físicas de producción, inamovibles y validables en todo tiempo y lugar, es, cuando menos, debatible para la ciencia económica, aun-que tal vez no para otras disciplinas como la ingeniería; pero aún fuera de esto, se puede retomar la propia metodología neoclásica para intentar desmontar algunas de sus ver-dades “incuestionables”.

Retomando la antes citada afirmación de West, acerca de que en la manufactura se obtiene la misma cantidad de producto con el mismo trabajo, es posible construir un escenario productivo que ejemplifique lo que realmente ocurre en el interior de una planta productiva, sea de bienes manufac-turados, que de servicios o de algunos pro-cesos primarios.

Para el corto plazo, tenemos dos tipos de factores de la producción: los factores di-rectos, que incluyen la mano de obra opera-tiva y los materiales con que se elabora el producto final; y los factores indirectos, que incluyen máquinas, equipos y terrenos, así como a los empleados no operativos, ocupa-dos en el área contable-administrativa y en la gerencia de la empresa.

A los obreros se les puede contratar de dos formas: a destajo o por tiempo. Esta división de trabajo por tiempo y trabajo a destajo, puede ser asimilada a la concepción de estrategias de desarrollo tecnológico de

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la producción en serie contrapuesta a la producción artesanal. Más adelante se revi-sará esta perspectiva.

Cuando el contrato es a destajo, el rendi-miento o productividad del trabajador esta-rá determinado por él mismo. Es claro que no todos los días tendrá fuerza, ánimo o disposición para laborar al mismo ritmo y que en algunos días su desgaste físico será mayor o menor a otros, pero al considerar un período de una semana o más de tiempo de trabajo, se puede afirmar que, en térmi-nos promedio, cada trabajador y el conjunto de trabajadores tendrán una productividad media más o menos constante.

Si a los obreros se les contrata por tiempo, ya sea por día, semana, quincena o año, la situación dentro del proceso de producción no cambia mucho. La producti-vidad de cada trabajador se medirá por el producto total que se obtiene con cierto número de trabajadores. El tipo de maqui-naria y la cantidad de material incorporado al producto final, obligan de alguna mane-ra, a la obtención de un producto promedio. No cabe duda que la fuerza de trabajo no es homogénea y que entre los trabajadores contratados existen diferencias de capacita-ción, habilidad y disposición para el traba-jo, pero también es cierto que estas diferen-cias son potenciales y que en el trabajo realmente ejecutado, tienden a desaparecer por efecto del ritmo particular que establece el grupo de trabajo y/o los propios supervi-sores. El hecho es que, dentro de un grupo laboral, establecidos los puestos y el centro de trabajo, se establecen ritmos que rara vez se rompen, acarreando como consecuencia que el producto promedio por trabajador en activo se mantenga constante a través del tiempo. A veces, como ya se mencionó,

habrá trabajadores que disminuyan su ren-dimiento, pero éstos serán cubiertos por los que tengan energías supletorias y en general el producto medio se mantendrá constante. En los casos en que se incorpore un nuevo trabajador y éste sea más productivo que la mayoría ya contratada, “por lo gene-ral se acomodará al ritmo reinante en la fábrica. Fuerzas completamente normales reprimirán en él toda tendencia a demostrar un celo excesivo que comprometa la situa-ción establecida, la que se puede justificar si se mira como el ritmo de trabajo que deben mantener los operarios día tras día” [An-drews, 1949: 96]. Por el contrario, si el recién llegado es notablemente menos capaz que la mayoría, será despedido a menos que su presencia sea indispensable para la mar-cha de la empresa.

En definitiva, los rendimientos físicos de los trabajadores dentro del proceso de pro-ducción, no tienen por qué variar, mante-niéndose constantes dentro de los niveles de producción eficientes establecidos por el equipo de capital utilizado. Más adelante veremos ésto con detenimiento.

Para terminar con los factores directos, se puede decir que, según las especificacio-nes de cada producto, éste requiere de deter-minada cantidad de material y no de otra, y si los métodos de fabricación no cambian, la cantidad de material empleado será siempre la misma. Lo mismo puede decirse del tra-bajo: la misma cantidad de trabajo produci-rá siempre la misma cantidad de producto. El elemento de la producción que hemos denominado directo ( la mano de obra más las materias primas y auxiliares), permane-ce en proporción constante en el rango eficiente de la planta productiva instalada. La cantidad de material empleado en cada

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unidad producida será la misma, no importa que se elaboren 10, 20 o 100 unidades, y el mismo trabajo, al producir siempre la mis-ma cantidad, no muestra rendimientos de-crecientes.

En términos del producto físico, para el corto plazo, los factores directos en el pro-ceso productivo tendrán un rendimiento constante. El uso de materiales por unidad es constante, y la cantidad de trabajo para elaborar una mercancía también es constan-te. En el corto plazo, el producto promedio del trabajo será una línea horizontal, igual que el producto marginal, el cual no jugará ningún papel en la elección del nivel de producción.

El costo directo, que para propósitos de comparación con la teoría neoclásica, pue-de ser similar al costo variable medio, sería la utilización de cierta cantidad de trabajo y de materia prima para obtener un nivel dado de producto, multiplicados por sus respec-tivos precios de mercado o de adquisición por parte de la empresa. Cuando se compra el monto de materia prima para elaborar dicho nivel de producto, se adquiere en bloque y a un mismo precio, así como el salario entre trabajadores no debería cam-biar si su desempeño es similar. El hecho es que en el caso del salario, la nómina que se paga debe ser la misma si se contrata mano de obra para producir el mismo nivel de producto.

Con respecto a los factores indirectos de la producción, éstos pueden ser clasificados como sigue: a) la maquinaria y el equipo; b) los locales; c) los terrenos; d) el personal de oficina y e) la gerencia.

Una vez que se define la cantidad de producto que se quiere elaborar, según las apreciaciones o información que se tengan

del tamaño del mercado y de su expansión, se selecciona la maquinaria y el equipo que pueda dar esos rendimientos. Es claro que cada máquina está programada para produ-cir una cantidad promedio mas o menos estipulada. Es decir, cada máquina se dise-ña para tener una capacidad productiva preestablecida. El empresario o el supervi-sor, saben lo que puede producir cada má-quina en términos promedio y lo que signi-fica el hacerla trabajar horas extraordina-rias en cuanto a desgaste y mantenimiento. Esto quiere decir que en tiempos normales la máquina puede producir “x” cantidad de mercancías, pero que no aparecerán rendi-mientos decrecientes dentro de esos límites normales. Lo que sí puede ocurrir y de hecho ocurre, es que la máquina no sea usada al 100 por ciento de su capacidad, pues ésto depende de los movimientos cícli-cos y/o temporales del mercado. En este sentido se puede decir que los empresarios, en previsión de los vaivenes de la demanda y de su crecimiento natural, normalmente compran máquinas que puedan producir más de lo que en un primer momento pien-san vender, a lo que se llama tener lista una capacidad de reserva. Esta capacidad de reserva está aún más justificada por los tiempos muertos que la máquina requiere para su mantenimiento y reparación y por el tiempo que se necesita para solicitar, fabri-car e instalar una nueva máquina. Normal-mente la maquinaria se adquiere bajo pedi-do y especialmente con las estipulaciones que el comprador fija.

Ahora bien, la importancia de mantener esta capacidad de reserva o capacidad ocio-sa planeada, es que resulta posible aumen-tar la producción con más insumos varia-bles sin que el rendimiento descienda. Las

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horas de trabajo o los trabajadores que se emplean para hacer funcionar esa capaci-dad de reserva, tienen el mismo rendimiento que el trabajo que ya se venía aplicando a la máquina; para eso está diseñada. Lo que se quiere decir es que si con cinco horas de trabajo (físico y humano), el hombre y la máquina producen diez unidades, con el doble de trabajo, el producto será el doble. La productividad del trabajo se mantiene constante a pesar de que al factor fijo se le aplique más cantidad de trabajo, siempre y cuando la maquinaria contenga esa capaci-dad de reserva.

Para concluir con los factores indirectos de la producción, diremos que los locales y los terrenos tienen también una capacidad de reserva acondicionada para afrontar la expansión de la demanda. Y la mano de obra indirecta se acomodará a las necesidades de la producción

Las estrategias tecnológicas

Las formas de organización del trabajo en la producción que el sistema de mercado ha desarrollado durante el siglo XX, han sido diseñadas para mantener constante la pro-ductividad del trabajo a lo largo de toda la jornada laboral. El taylorismo, el fordismo, el neofordismo, el toyotismo, la especializa-ción flexible y otras formas de organizaespecializa-ción del trabajo dentro del proceso de produc-ción, no son mas que esfuerzos para soste-ner un mismo nivel de productividad del trabajo y aún para aumentarla bajo las condiciones tecnológicas existentes.

Desde el taylorismo hasta el neofordis-mo, la preocupación de los organizadores de la producción ha sido la reducción de los costos de producción. Desde la búsqueda de métodos que reduzcan los tiempos muertos

del trabajo, hasta la construcción de las cadenas productivas con sus resultados de producción en serie y de producción masiva de mercancías, aparte de las innovaciones tecnológicas, el trabajo siempre ha sido organizado para incrementar su rendimien-to, es decir para que un trabajador dentro del proceso de producción mejore sus resulta-dos por hora de trabajo realizada. Lo que se quiere mostrar con ésto es que, aún mante-niendo la tecnología, las formas de organi-zación del proceso de trabajo al interior del proceso productivo han tenido como norma buscar los medios para que el trabajador promedio tenga, cuando menos, el mismo rendimiento durante todas las horas contra-tadas. Con la automatización y robotiza-ción de la producrobotiza-ción, es más claro que el ritmo de trabajo está cada vez más impuesto por el funcionamiento y los tiempos de la maquinaria, de tal manera que con esto menos se esperaría que se presenten rendi-mientos decrecientes del trabajo dentro del proceso de producción.

De acuerdo con Piore y Sabel, (1984) “...el deterioro actual de los resultados eco-nómicos se debe a los límites del modelo de desarrollo industrial que se asienta en la producción en serie: la utilización de máqui-nas especiales (específicas de un producto) o de trabajadores semicualificados para producir bienes estandarizados” [Piore y Sabel, 1990: 12]. La otra estrategia de desarrollo tecnológico, que es “potencial-mente contradictoria” con la primera, re-gresa a los métodos de producción artesana-les. Esto es lo que denominan especializa-ción flexible, la cual “Se basa en un equipo flexible (polivalente); en unos trabajadores cualificados, y en la creación, por medio de la política, de una comunidad industrial que

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sólo permita las clases de competencia que favorecen la innovación. Por éstas razones, la difusión de la especialización flexible equivale a un resurgimiento de las formas artesanales de la producción que quedaron marginadas en la primera ruptura indus-trial” [Piore y Sabel, 1990: 29].

A lo largo de todo el siglo XIX, existieron y se desarrollaron estas dos clases de estra-tegias tecnológicas. En los Estados Unidos fue en donde más rápidamente se difundió el sistema de fabricación en serie que terminó por desplazar mundialmente a la produc-ción artesanal. “Las primeras grandes em-presas de producción en serie surgieron después de la Guerra Civil; desde finales del siglo XIX, esta forma organizativa se difun-dió rápidamente... En 1930, la mitad de la producción industrial de la economía ame-ricana provenía de éstas gigantescas com-pañías” [Piore y Sabel, 1990: 76]. ¿ Cuáles son entonces las características de la pro-ducción en serie y cómo se relaciona con los rendimientos decrecientes de corto plazo y con los rendimientos a escala de largo pla-zo? Veremos enseguida estas característi-cas con la intención de demostrar que en la producción en serie no aparece la producti-vidad marginal decreciente ni tampoco las deseconomías de escala. La pregunta que tendríamos que responder es ¿por qué los teóricos neoclásicos de esa época, padres fundadores de la teoría actual, hicieron caso omiso de la que ocurría en los procesos reales de producción y construyeron con-ceptos y categorías que se alejaban de la realidad?

Una de las principales características de la producción en serie es que busca incre-mentar la productividad. Esto significa que con los mismos recursos se obtiene mas

producción. El principio determinante de la producción en serie es que “el coste de producir un bien podía reducirse espectacu-larmente sólo con sustituir las cualificacio-nes humanas necesarias para producirlo por maquinaria. Su objetivo era descomponer todas las tareas manuales en sencillos pa-sos, cada uno de los cuales pudiera realizar-se con mayor rapidez y precisión mediante una máquina dedicada a ese fin que por la mano del hombre” [Piore y Sabel, 1990: 31].

Otra característica de la producción en serie es que requiere de grandes inversiones en maquinaria especializada. Esto implica, además de montos de capital financiero extraordinarios, un enorme costo fijo inicial para cualquier empresa. Lo que quiere decir que el tamaño de la empresa creció, que la escala de planta se expandió y que apareció la producción en masa estandarizada (a mediados de la década de 1880, en la indus-tria de cigarrillos la producción de unas treinta máquinas podía saturar el merca-do”) [Piore y Sabel, 1990: 77]. Entre los costos fijos, que son independientes del nivel de producción, se encuentran los des-embolsos en “planta y equipo especializa-dos que ya haya comprado y del trabajo especializado que ya haya formado” [Piore y Sabel, 1990: 79]. Si comparamos los costos medios de la producción artesanal con los de la producción en serie, lo impor-tante en la primera son los costos variables, por los que la curva de costos medios varia-bles sería una línea recta horizontal, mien-tras que en la producción en serie lo prepon-derante son los costos fijos, por lo que la curva de costos fijos medios es una curva suave que desciende conforme se va incre-mentando la producción hasta que se utiliza

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toda la capacidad productiva instalada. Al llegar a este punto la curva se eleva vertical-mente o bien la producción, cesa.

Otro aspecto importante de la produc-ción en serie es que requiere de relaciones laborales que le permitan el control de los trabajadores. “(...) la estrategia laboral de las grandes empresas era una extensión de los principios básicos de la producción en serie. La descomposición de la producción en operaciones discretas sólo tenía sentido si las distintas operaciones podían reinte-grarse en un todo, un proceso que primara fundamentalmente por la coordinación de la gestión” [Piore y Sabel, 1990: 94]. Lo que los empresarios querían era impedir la in-tromisión de los sindicatos en la gestión y en la coordinación del proceso de trabajo para que ellos se pudieran asegurar el control y mando sobre todas las operaciones internas que se necesitaban para mantener el ritmo de trabajo, y que este diera como resultado el nivel de producción predeterminado por la máquina especializada. Es decir, que el ritmo de trabajo no se modificara para asegurar un cierto nivel de producción con costos unitarios constantes y aún decrecien-tes.

Para la producción en serie es determi-nante que los directivos de la empresa ten-gan el control del centro de trabajo. Este control tiene que ver con la utilización de las máquinas y herramientas, con las normas de reclutamiento y ascenso de los trabajadores y, lo más importante para nuestros propósi-tos, con la definición de los rendimientos laborales y las sanciones que se aplican cuando los trabajadores no cumplen con los rendimientos estipulados. El control del cen-tro de trabajo está relacionado con el tipo de maquinaria que se usa. Los dirigentes del

proceso de trabajo podrán asegurar un ren-dimiento parejo o constante si la maquinaria usada es más especializada y es específica para un sólo producto. Tendrán menos con-trol si los trabajadores pueden organizar, según sus tiempos y costumbres, el flujo de la producción. La discrecionalidad de los trabajadores dentro del proceso de trabajo será mayor en la medida en que la maquina-ria sea mas flexible y no sea ella la que imponga el ritmo de producción. Dadas las especificaciones de la maquinaria es más fácil para los directivos establecer metas de producción y definir puestos de trabajo con tareas claramente estipuladas. Los puestos y las tareas se definen tomando en cuenta las habilidades y destrezas de los trabajadores, así como los riesgos y responsabilidades que implica el proceso de trabajo en su conjunto. “La lógica del sistema de clasifi-cación de los puestos de trabajo y de las normas de antigüedad y el proceso judicial por el que se supervisan deja atrapada una parte cada vez mayor de la vida fabril en una red de reglas tejidas con una malla cada vez más fina” [Piore y Sabel, 1990: 165].

La ley de los rendimientos decrecientes, también apela al cansancio físico de los trabajadores, (es normal encontrar como ejemplo en los libros de texto el caso similar de los estudiantes cuando preparan exáme-nes). Se afirma que la segunda hora de estudio rendirá menos que la primera y así sucesivamente, hasta que, después de varias horas de estudio, la capacidad de asimila-ción y retenasimila-ción o de atenasimila-ción, resulta nula. Cabe aclarar que en este razonamiento no se están negando los efectos del trabajo sobre el estado físico y mental del trabajador; lo único que se quiere señalar es que a pesar de éstos y de la fatiga o el cansancio, los

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procesos de producción se organizan para tratar de asegurar una productividad pro-medio constante de todos y cada uno de los trabajadores durante y a través de todas las jornadas de trabajo. Se organizan, pues, para que una hora de trabajo tenga el mismo rendimiento promedio que cualquier otra hora de trabajo, y para que un día de trabajo rinda, en promedio, lo mismo que cualquier otro día laboral, y para que además cada trabajador produzca lo mismo, no impor-tando que Pedro sea contratado después que Juan o después de que se contrataron 3, 4 o 5 trabajadores, según se acostumbra ejem-plificar en los manuales de microeconomía. Como colofón, podemos asegurar que para una empresa que utiliza sólo un tipo de tecnología, los rendimientos del trabajo en el corto plazo son constantes. Por lo tanto, la función de producción será una recta que parte del origen para ascender de manera constante hasta llegar a la plena utilización de la capacidad instalada. El producto me-dio y el producto marginal serán idénticos y estarán representados por una recta hori-zontal que muestra lo que se va agregando al producto, conforme se incorporan más unidades de trabajo a los factores fijos de la producción.

De hecho, al no existir los rendimientos decrecientes, deja de tener sentido el con-cepto de productividad marginal. Éste fue ideado para explicar la parte esencial del comportamiento productivo de los factores, con una pretendida base técnica-operativa gobernada por la ley de los rendimientos decrecientes. Al no operar esta ley, es un sin sentido seguir pensando y estimando la pro-ductividad marginal de los factores de la producción.

Para el largo plazo, la función de

pro-ducción neoclásica o de competencia per-fecta supone que la tecnología está disponi-ble para todas las empresas, inclusive para las entrantes o de nueva creación. También supone que existe un tamaño óptimo de planta con el cual se obtienen los costos por unidad más bajos posibles. Ésto quiere de-cir que, mientras existan economías de es-cala, la firma o planta seguirá creciendo, hasta alcanzar un tamaño que será el más eficiente posible dada la tecnología disponi-ble. Así, eficiente quiere decir que, con los recursos empleados, se obtiene el máximo producto posible. De esta manera, en el largo plazo la planta crecerá hasta alcanzar un tamaño que siga siendo acorde con las condiciones de competencia perfecta. Un tamaño que no interfiera para nada con el funcionamiento de los mercados de produc-tos y de factores. Las variaciones en la demanda serán cubiertas por la entrada y salida de firmas, ya que las existentes segui-rán produciendo lo que el tamaño óptimo les permite y las entrantes tendrán acceso a la tecnología existente para complementar la oferta requerida.

Sin embargo, si abandonamos los su-puestos restrictivos que exige la persisten-cia de la competenpersisten-cia perfecta, podemos encontrar que la consecución de economías de escala es un objetivo permanente en la mayoría de las industrias. El tamaño de planta óptimo fue una obsesión marshalia-na que generó años de discusión académica (principalmente en Cambridge, Inglaterra), sobre la naturaleza y el tamaño de la firma representativa. El crecimiento despropor-cionado de la firma y de la planta producti-va, podría llevar a la desaparición de las condiciones de competencia perfecta. En efecto, el crecimiento ilimitado de la planta

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productiva, apoyado principalmente en la búsqueda de economías de escala, impide la prevalencia de los criterios de competencia perfecta pues da lugar al poder de marcado. En otras palabras, la existencia de las eco-nomías de escala de la planta productiva es contradictoria con los principios que sostie-nen la competencia perfecta. Hicks lo ex-presó muy francamente: “(...) un abandono general del supuesto de la competencia per-fecta, una adopción universal del supuesto del monopolio, debe tener consecuencias muy destructivas para la teoría económica” [Hicks, 1952: 83].

En términos de la exposición diagramá-tica, la persistencia de los rendimientos crecientes a escala, lleva al diseño de una curva de costos medios de largo plazo en forma de una “L” suavizada, expresando un continuo crecimiento de la eficiencia física de los factores de la producción. Las impli-caciones teóricas de ésta búsqueda por ma-yores economías de escala, significan el abandono de la idea de un tamaño óptimo de planta con costos medios minimizados en el largo plazo, así como la construcción de una curva de oferta de largo plazo con pendiente negativa, esto es con costos decrecientes.

Nótese que para dibujar los rendimien-tos crecientes a escala se recurre a una función de costos. Lo cierto es que aún un gráfico que contenga sólo dos factores de producción (como las isocuantas neoclási-cas), puede expresar distintos tipos de ren-dimientos a escala con sólo variar las canti-dades de factores y mostrar sus efectos en la variación —igual, menor o mayor— del producto. La representación geométrica acepta las tres posibilidades sin implicacio-nes aparentes para el razonamiento econó-mico. Sin embargo, si nos fijamos en las

curvas de costos medios de largo plazo, los resultados pueden ser más contundentes ante todo porque integra la realidad mone-taria que no puede —ni debe— desvincular-se de las condiciones técnicas y físicas de la producción. Por ejemplo, el ritmo de expan-sión de la demanda en un mercado particu-lar tendrá repercusiones totalmente contra-rias si la industria en cuestión tiene rendi-mientos crecientes a escala (los precios tenderían a bajar), a que si tiene rendimien-tos decrecientes (los precios tenderían a subir).

Ahora bien, la teoría neoclásica recono-ce la existencia de rendimientos crecientes a escala, aún cuando sus modelos de equili-brio se construyen principalmente sobre la suposición de rendimientos constantes. El problema radica en que su visión estática, basada en el equilibrio, no le permite reco-nocer y poner en el centro de su análisis el hecho de que el impulso del cambio econó-mico dentro del proceso de producción, y también fuera de él, está dado por la obten-ción de rendimientos crecientes a escala.

¿Producción o distribución?

Pero tal vez las fallas que le atribuimos a la teoría neoclásica de la producción no se deban tanto a sus propias limitaciones y lagunas, sino a que las respuestas que pro-porciona no son las que le preocuparon en sus orígenes y entonces tenemos que replan-tear, como hace Shackle, la siguiente inte-rrogante: “¿A qué pregunta da respuesta la teoría de la producción?” [Shackle, 1976: 66]. En sus propias palabras: “Cuando con-sideramos esta 'teoría de la producción' y su procedimiento maximizador o minimiza-dor, vemos que quedan completamente su-mergidas y menospreciadas todas las de por

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qué o cómo conjuntos particulares de canti-dades de agentes proporcionan canticanti-dades particulares de producto. La teoría no se ocupa de las artes del agricultor, del carpin-tero o del sastre como tales. No es, en ninguna acepción plena del término, una teoría de la producción. Es una teoría de la determinación de los valores del cambio marginal de los servicios productivos, una determinancia cuya demostración hace po-sible la solución del problema de cómo el valor del producto puede distribuirse preci-samente y exhaustivamente entre los agen-tes de la producción de acuerdo con un principio que puede pretender contar con la 'sanción del mercado'.” [Shackle, 1976: 67]. De acuerdo con lo anterior, la teoría de la producción neoclásica es en realidad una teoría de la distribución. Su propósito no es únicamente explicar por qué determinadas cantidades de insumos se convierten en de-terminadas cantidades de productos, sino ante todo, solucionar el problema de los mecanismos mediante los cuales el produc-to es repartido entre los que participan en su elaboración. Y no se trata sólo de aclarar los mecanismos, sino de justificar teóricamente por qué a cada agente o factor de la produc-ción le toca la parte que le toca, estando todos los ingresos sancionados por el impo-luto mecanismo del mercado.

En este sentido se puede afirmar, que la teoría de la producción neoclásica es el eslabón que enlaza el mercado de los insu-mos o factores de la producción, con el mercado de los bienes y servicios que pro-ducen las empresas.

La teoría de la producción neoclásica explica cómo se construye la oferta indivi-dual y por tanto la oferta del mercado con pendiente positiva, pero también resuelve el

problema de la demanda de factores de la producción y la determinación de su precio (el salario y el beneficio). En otras palabras, así como existen leyes técnicas que definen la asignación óptima de los recursos en el proceso de producción, también existen le-yes que determinan la contratación (canti-dad y precio) de los insumos. Éstas últimas se basan en la productividad de los factores de la producción. Es la productividad del trabajo y del capital la que resuelve el problema de la distribución del ingreso.

La teoría de la producción es en realidad una teoría de la desutilidad

En la óptica neoclásica, la teoría de la utilidad marginal es suficiente, para expli-car los intercambios de los individuos. Guia-dos por el principio de la maximización de la utilidad subjetiva, estos individuos opti-mizan sus decisiones y concomitantemente determinan los precios relativos de las mer-cancías para alcanzar el equilibrio. El lado de la demanda en el mercado se resolvió homogeneizando a los individuos consumi-dores mediante su búsqueda de la máxima utilidad al comprar bienes y servicios. Con la teoría de la utilidad marginal se estableció el vínculo entre el precio de las mercancías, la demanda de las mismas y la satisfacción del consumidor. Pero faltaba el lado de la oferta. Se requería una teoría que explicara la oferta del mercado tomando en cuenta los diversos costos de producción, y ésta ten-dría que ser compatible con la teoría de la utilidad.

Para construir una teoría de la produc-ción se recurrió a establecer que los costos eran en realidad una desutilidad. El costo de los factores de la producción es una desuti-lidad para los empresarios que los compran,

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teniendo una magnitud equivalente al sacri-ficio de la utilidad de los bienes que podrían adquirir con ese gasto (de aquí nace la idea del costo de oportunidad). En efecto, según Blaug, “La teoría del costo alternativo ha-cía depender de la utilidad tanto la demanda como la oferta, al imputar todos los costos a las utilidades sacrificadas” [Shackle, 1976: 610]. Pero se justificaba porque con esos factores productivos se crean bienes que tienen utilidad. Esta capacidad para generar bienes útiles tiene que ser recompensada. ¿Cómo? El sacrificio por la desutilidad tiene que recibir a cambio una parte de la utilidad creada. Según la aportación margi-nal de cada factor de producción, será lo que se reciba del valor total producido.

Lo que aparenta ser un problema de costos y de producción, es en verdad un problema de distribución. Con el principio de la productividad marginal, los factores de la producción adquieren significado eco-nómico porque producen utilidad (conteni-da en los bienes y servicios). Los factores de producción son tomados en cuenta en la teoría de la producción no porque sean un costo (desutilidad), sino porque son un in-greso futuro es que en realidad, lo que se construyó así fue una teoría de la distribu-ción de esos ingresos futuros. Como bien lo afirma Franco Donzelli: “...el principio de la utilidad marginal, en el momento en que explica el fenómeno de los costos, explica también automáticamente el problema de la formación de las rentas o de la distribución; dentro de la teoría neoclásica la distribución deja de ser considerada un capítulo aparte (como era dentro de la teoría clásica) y pasa a ser, para todos los efectos un aspecto de la teoría de los precios, carente de toda auto-nomía” [Donzell, 1985: 85].

La “teoría de la producción” basada en los principios de la utilidad y la desutilidad marginal, del beneficio del consumo y de los costos de la producción, es una teoría del intercambio en donde si se quiere una utili-dad se paga por ella y si se enfrenta una desutilidad se recibe un ingreso. La teoría de la producción es, entonces, una teoría de los precios de las utilidades y desutilidades que se intercambian. No es en absoluto una teoría de la producción basada en las condi-ciones físicas o humanas del proceso y por tanto no responde a las circunstancias rea-les en las que transcurre la producción. Por ello sus creadores no tomaron en cuenta la realidad productiva de su época, ni mucho menos sus seguidores incorporaron los cam-bios que han tenido los procesos de trabajo a lo largo del siglo XX.

Ni en el corto plazo existen los rendi-mientos decrecientes del factor variable (nor-malmente el trabajo), ni en el mediano o largo plazo existen necesariamente los ren-dimientos decrecientes a escala. Éstos últi-mos pueden existir en algún tipo de produc-ción que generalmente no es la producproduc-ción más dinámica, ni es la producción que co-manda estratégicamente el proceso de creci-miento, ni siquiera es la producción en serie que realiza la producción en masa o la tan en boga, especialización flexible.

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