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EL HOMBRE ANTES DE ADÁN

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Academic year: 2022

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EL HOMBRE

ANTES DE ADÁN

EDITORIAL DIANA MÉXICO

Título original: BEFORE ADAM Traductor: René Cárdenas Barrios

1a. Edición, diciembre de 1965

DERECHOSRESERVADOS

©

COPYRIGHT © 1964 BY RORERT SILVERBERG EDICION ORIGINAL EN INGLÉS POR:

MACRAE SMITHCOMPANY

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ISBN 968-13-0761-5

EDITORIAL DIANA, S.A.

Calles, de Tlacoquemécatl y Roberto Gayol, México 12. D. F Impreso en México — Printed in México

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COMENTARIOS A LA EDICION WEB – BIBLIOTECA IRC

Digitalizar un libro de divulgación científica escrito en 1964 parecería una pérdida de tiempo.

La sola fecha de la edición original es prueba suficiente de que el contenido del texto, de alguna manera, ha de estar obsoleto. Y más en el campo de la paleoantropología, que en los últimos cuarenta años ha visto una explosión de descubrimientos, nuevas metodologías y nuevas interpretaciones.

Unas explicaciones previas son entonces obligadas.

En primer lugar, el autor, conocido ampliamente por su obra de ciencia ficción, ha logrado en este libro una exposición de lectura muy agradable de la historia del hombre buscando a sus antepasados. De hecho, esta narrativa particular del siglo XX es considerada hoy día como una especie de subgénero literario, con claras analogías respecto a la narrativa popular de corte heroico.

En segundo lugar, la actualización de este texto con lo sucedido a partir de 1964 y conservando el estilo informal pero respetuoso de la ciencia, no es tarea difícil: existe suficiente bibliografía al respecto, incluidos ciertos escritos un tanto desafortunados que son más un culto a los descubridores de fósiles que una exposición mesurada para el público inteligente.

En las próximas semanas subiré al grupo un “compilado” con las actualizaciones que encuentro más importantes: los descubrimientos de Richard Leakey, Don Johansson y Tim White, Aguirre y colaboradores, entre otros; el debate acerca de los métodos basados en biología molecular y un panorama de conjunto, correspondiente al último capítulo del texto de Silverberg.

Por último, un comentario sobre el material grafico. Se acostumbra digitalizar los libros respetando incluso el diseño gráfico original. En este caso la digitalización ha respetado en su totalidad el texto original, corrigiendo algunos errores muy notorios de impresión. Pero las gráficas se han reemplazado en su totalidad. Las originales eran plumillas de pésima calidad, de manera que se han sustituido una a una por equivalentes fotográficos hallados en la web. Y en muy contados casos se han introducido algunas gráficas adicionales de textos más modernos respetando el espíritu y estilo del libro. Así la versión digital y su posterior actualización podrán ser no solo una lectura agradale sino también un referencia útil para los interesados en el tema.

Las fuentes del material gráfico nuevo son:

a. www.modernhumanorigins.com, página muy recomendable para los interesados.

b. Página web de la Institución Smithsoniana sobre los orígenes de la humanidad.

c. John Reader. Eslabones Perdidos. Fondo Educativo Interamericano. 1982.

d. Michael H. Day. El Hombre Fósil. Editorial Bruguera. 1980.

Feliz lectura.

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"...A LAS NUEVE DE LA MAÑANA"

¿Qué antigüedad tiene el mundo?

¿Cuándo apareció la humanidadpor primera vez?

Hoy creemos tener algunas respuestas bastante aproximadas a esas preguntas. Al escribir estas palabras, el criterio general entre los hombres de ciencia es que la juventud del mundo no es menor de dos mil millones de años y tal vez tenga cuatro o cinco mil millones. En cuanto al hombre, se piensa que él, o una criatura bastante parecida a él, apareció sobre la tierra hace entre uno y dos millones de años.

Éstas son cifras nada más que aproximadas, con bastante margen para el error. Pero no son adivinanzas. Son resultados de análisis, estudios, razonamientos cuidadosos y esfuerzos tenaces.

Las cifras han sido revisadas muchas veces en el último siglo y medio y serán revisadas otra y otra vez. Los hombres que las presentaron las ofrecieron humildemente, sabiendo que no habían llegado a verdades completas, sino a aproximaciones.

Era mucho más sencillo en los días de nuestros antepasados de hace cinco generaciones. Ellos sabían qué antigüedad tenia el mundo y cuándo apareció el hombre por primera vez. Tenían pruebas firmes que no podían ser refutadas... en las páginas de la santa Biblia.

El mejor símbolo de aquellos días inocentes es James Ussher, arzobispo de Armagh, en Irlanda. Vivió de 1581 a 1656 y su nombre sobrevive porque fue quien reveló su edad al mundo. El arzobispo Ussher se sentó a estudiar la Biblia y sumó meticulosamente hasta el menor fragmento de información cronológica. Sumó los seis días de la creación y el día de descanso, los ciento treinta años de la vida de Adán, antes que engendrara a su tercer hijo Set, los ciento cinco años antes que Set engendrara a su hijo Enós, y así hasta la época de Cristo.

En 1650, Ussher publicó sus descubrimientos en un libro llamado Anales del Antiguo y del Nuevo Testamento. El mundo, declaró, fue creado en el año 4004 A. C. Pocos años después, un colega suyo, el Dr. John Lightfoot, vicecanciller de la Universidad de Cambridge, llevó los cálculos del buen arzobispo a un alto grado de refinamiento. El Dr. I.ightfoot computó que "cielo y tierra, centro y circunferencia, fueron creados juntos, en el mismo instante, con nubes llenas de agua", y que en el sexto día de la Creación "el hombre fue creado por la Trinidad el veintitrés de octubre del 4004 A. C. a las nueve de la mañana".

Ussher y Lightfoot no fueron los primeros que intentaron calcular la edad del mundo. Doce siglos antes, los cristianos primitivos habían establecido, empleando los mismos métodos, que el mundo fue creado aproximadamente seis mil años antes de Cristo. El erudito inglés Bede, del siglo VIII, redujo esa cifra en mil años. En el siglo XVI, el reformador protestante Martín Lutero declaró:

"Sabemos, por la autoridad de Moisés, que el mundo no existía hace más de seis mil años." Philip Melanchthon, contemporáneo de Lutero, fijó la fecha de la creación en 3963 A. C.

No obstante, el aserto de Ussher borró a todos los otros. Se concedió generalmente que la fecha de la creación fue en el año 4004 A. C. Nadie se atrevió a poner en duda la erudición teológica del arzobispo. Según un historiador, "Su veredicto fue recibido por muchos como definitivo; sus fechas fueron insertadas en las márgenes de la versión autorizada de la Biblia inglesa y, en efecto, pronto fueron consideradas tan inspiradas como el mismo texto sagrado". Dudar de ellas significaba poner en duda toda la urdimbre de la religión. Era un acto subversivo, pura herejía, argumentar que el mundo era más antiguo.

Puede parecemos divertido o grotesco que nuestros antepasados hayan aceptado con tanta

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siglo XIX nadie la ponía en duda en voz alta. Era confortante y alentador saber la edad del mundo, incluso hasta el día en que Dios creó a Adán. No nos gusta la incertidumbre. Nos agradan los hechos precisos y concretos.

Suponiendo que el mundo tuviera menos de seis mil años, el curso de la historia del mundo habría sido un tanto vertiginoso. El mundo nace el 4004 A. C; en 2349 (fecha de Ussher), un gran diluvio lo ha arrasado todo, excepto a la familia de Noé. Después, en sucesión rápida, vienen Egipto, Persia, Grecia y Roma, y luego, finalmente, Cristo y la iniciación de una nueva era.

¿Pudo haber sucedido con tanta rapidez? ¿Fue suficiente un periodo de seis mil años para todo el lapso del desarrollo del hombre? "¡Sí!" respondió el arzobispo Ussher, y toda Europa estuvo de acuerdo con él.

Pero había ciertas pruebas perturbadoras que argumentaban una antigüedad mayor.

Los hombres cavaban sin cesar en el suelo buscando riqueza o sentando los cimientos para sus casas. Aparecían constantemente reliquias curiosas, que parecían ser huesos de muertos. Y algunas de ellas eran huesos extraños en verdad.

Los hombres las llamaron fósiles, de la palabra latina fossilis, que significa "desenterrado".

Entre los fósiles había conchas marinas sacadas lejos del mar, los huesos gigantescos de criaturas enormes y desconocidas y, lo que era más familiar, huesos humanos reconocibles de los desaparecidos. Uno de los primeros hombres que vieron los fósiles como lo que eran fue Leonardo de Vinci. Mientras cavaba canales en el norte de Italia en el siglo XV, Leonardo encontró las conchas fosilizadas de grandes criaturas semejantes a caracoles. Explicó su presencia tan lejos del mar diciendo que esa parte de Italia había estado cubierta en un tiempo por el mar; la tierra se elevó, dejando a las criaturas marinas estancadas al retirarse las aguas. El légamo que las rodeaba se endureció, convirtiéndose en piedra y preservando las conchas. A través de los años, éstas degeneraron, dejando moldes huecos en la matriz de piedra. Aun más tarde, entró lodo fresco en los moldes, el cual se endureció a su vez, convirtiéndose en una imagen "fósil" de la concha original.

Leonardo descubrió en verdad uno de los procesos por los cuales llegaron hasta nosotros los fósiles, el de los moldes naturales, y también interpretó sabiamente la elevación de la tierra desde el mar. No obstante, otros descubridores de fósiles adoptaron hacia ellos una actitud menos científica.

Algunos dijeron que eran "modelos de las obras rechazadas por Dios", "diseños de creaciones futuras". Otros ofrecieron la sugestión de que el demonio había puesto los fósiles en la tierra para tentar al hombre hacia una curiosidad impía. Una teoría opuesta sostenía que Dios los puso allí para desorientar al hombre y recordarle así su propia insignificancia. Algunos doctos declararon que lo que parecían ser huesos y conchas no eran, en absoluto, restos de seres vivientes, sino caprichos de la naturaleza, productos de una extravagante vis plastica o fuerza moldeadora. La vis plastica imitaba caprichosamente las formas de huesos y conchas, se dijo. Los eruditos hablaron de "una fuerza creadora de piedras", una "cualidad formativa", un "jugo lapidífico", "materia crasa puesta en fermentación por el calor"... mucho ruido que no significaba nada.

Algunos de los fósiles tenían forma extraña y tamaño enorme. No parecían de ningún ser viviente que hubiera visto jamás ningún hombre. La Biblia ofrecía una explicación en el capítulo sexto del Génesis: "En aquellos días, había gigantes en la tierra". Los grandes huesos eran los restos de los hombres gigantescos de hacía mucho tiempo... digamos, los que florecieron alrededor del 3500 A. C, en la escala de tiempo de Ussher.

En tal forma, cinco huesos enormes encontrados en 1613 fueron identificados como los de un antiguo gigante, y un erudito los llamó las reliquias del rey bárbaro Teotoboco, un enemigo de Roma que se suponía que medía 7.62 m. Un diente hallado en Nueva Inglaterra en 1712 pesaba cerca de dos kilos y cuarto y fue identificado como el de un hombre gigantesco de años anteriores.

(Pertenecía realmente a un mamut, una especie de elefante ahora extinguido, igual que la mayoría de los huesos "de gigante" encontrados en Europa).

En 1718, el francés Henrion calculó, utilizando estos fósiles gigantescos como guía, que Adán medía 38.25 m de altura, pero que Moisés no tenía más que 3.96 de estatura. El encogimiento

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hubiera continuado hasta que todos tuviéramos las dimensiones de motas de polvo, argumentó Henrion, sólo que Cristo intervino para salvarnos.

A pesar del caudal de fósiles extraños hallados en el suelo, nadie admitía una antigüedad del mundo mayor de seis mil años. El concepto de evolución, del cambio gradual de las especies en miles de generaciones, no había sido establecido. El mundo tenía únicamente unos cuantos cientos de generaciones de antigüedad y Dios creó todas las formas de vida durante la primera semana.

Ninguna nueva especie apareció desde entonces y ninguna desapareció. O cuando menos eso se creía, incluso ante las pruebas fósiles.

También fueron descubiertos en el suelo ciertos objetos rudimentarios de piedra, que tenían un aspecto muy semejante a herramientas: rudas hachas, armas cortantes y puntas de lanza, fueron encontrados en gran profusión en muchas partes de Europa. Algunos hombres se preguntaron:

¿Podrían ser reliquias de un tiempo antes de que el hombre tuviera los metales, cuando hacía sus instrumentos de rocas desbastadas?

Eso era imposible. La Biblia, la autoridad final, decía claramente que Tubalcaín, descendiente de Adán en octava generación, fue "instructor de todos los artífices en cobre y hierro". Así que, no más de cinco generaciones después de la creación, los hombres ya eran hábiles en el uso de los metales, según la Biblia. ¿Podrían ser estos toscos "instrumentos" de piedra reliquias del breve periodo de antes que el hombre aprendiera a emplear los metales? Muy improbable.

Tenía que pensarse una explicación diferente.

Al principio de la Edad Media, la Iglesia enseñaba que las reliquias de piedra eran armas que habían caído a la tierra durante la "guerra en el cielo" entre Dios y Satán, y llegaron a ser conocidas por un tiempo como "hachas del cielo". Después se ofreció una explicación más científica: las

"hachas del cielo" fueron llamadas ceraunia o "piedras de rayo", y se sugirió que fueron formadas por los rayos al tocar la tierra. Opiniones difusas apoyaron esta teoría. Ulises Aldrovando, uno de los zoólogos más grandes del Renacimiento, opinó que las piedras de rayo "se deben a cierta exhalación de rayos y relámpagos con materia metálica, principalmente en las nubes negras, que se coagula por la humedad esparcida en torno y conglutinada en una masa (como harina con agua) y después endurecida por el calor, como un ladrillo".

Unas cuantas voces protestaron contra esta necedad. A fines del siglo XVI, Michael Mercati, físico del papa Clemente VIII, escribió: "La mayoría de las personas creen que las ceraunia son producidas por los rayos. Los que estudian historia consideran que fueron arrancadas de pedernal muy duro por un golpe violento, en los días anteriores al empleo del hierro para las locuras de la guerra, pues los hombres primitivos sólo tenían astillas de pedernal por cuchillos".

Y en 1723, Armand Jussieu dio una conferencia en la Academia Francesa sobre "El origen y los usos de las piedras de rayo", diciendo a los sabios reunidos: "Al mirar las formas de estas piezas... y sobre todo las que son como cuñas o cabezas de flecha, que hasta ahora han sido tomadas por piedras de rayo y por algo misterioso, ahora difícilmente podemos vacilar en reconocerlas como instrumentos".

Otros estuvieron de acuerdo. En la mitad del siglo XVIII estaba principiando a tomar forma una nueva imagen de la historia primitiva del hombre. Parecía que antes de la edad de los metales hubo una era, tal vez bastante larga, en la que los hombres vivieron existencias bárbaras y salvajes y utilizaron instrumentos hechos de piedra. Si eso era cierto, la fecha del arzobispo Ussher de 4004 A.

C. tenía que ser falsa. El hombre debió de necesitar muchos miles de años para desarrollarse desde la época de los objetos de piedra.

Era una idea atrevida. Desafiaba a toda autoridad aceptada. Fue recibida con desprecio por los custodios de las ideas antiguas.

Para ellos, el mundo no era todavía más viejo de lo que decía la Biblia, que era... poco menos de seis mil años. Estaban dispuestos a aceptar que las piedras de rayo quizá eran instrumentos. Pero

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eran simplemente reliquias del diluvio de Noé, que tuvo lugar en 2349 A. C. Los gigantes no habían podido abordar el arca y desaparecieron. Así era de sencillo.

Una autoridad como Linneo, el gran clasificador de especies del siglo XVIII, cargó su peso del lado conservador. Ni siquiera aceptaba el origen animal de los fósiles. Insistía en que no eran otra cosa que piedras de forma extraña. Amontonó todos los fósiles conocidos en el Regnum Lapideum, el reino mineral, y únicamente les concedió una página en su gran libro. El Sistema de la Naturaleza.

Linneo murió en 1778, casi cuarenta años después de haber desterrado los fósiles al reino mineral. Antes de morir comenzó a tener otras ideas. Llegaron a él pruebas de que no todo era como él decía. Él enseñaba que Dios creó todas las especies de criaturas de un golpe, al principio de los tiempos. Ninguna especie cambió desde la creación y ninguna desapareció. Entonces, alguien le mostró una flor, la Peloria, que era obvio que había cambiado de forma muy recientemente. Hoy llamaríamos a se cambio una mutación, pero Linneo solamente pudo llamarlo una "monstruosidad".

Aún así, amenazaba a todo su sistema. Si las criaturas podían cambiar de forma, su elaborada clasificación de la naturaleza estaba condenada. No existía ninguna estabilidad ni sentido alguno.

Linneo murió preocupado, temeroso de haber desperdiciado su trabajo. Hoy sabemos que su sistema era justo básicamente, pero que no tomó en cuenta el cambio evolutivo. No todas las criaturas aparecieron al mismo tiempo. En los últimos años de su vida. Linneo llegó a creer que "La vida se originó en un solo punto inicial, a partir del cual empezó a extenderse la creación de modo gradual".

Las "piedras de rayo" eran reliquias de una época pasada, antigua en grado inimaginable. Los fósiles no eran extravagancias de piedra, sino restos de seres de un pasado envuelto en la bruma.

Las especies no eran inmutables, sino que alteraban su aspecto con las generaciones. El mismo hombre había sufrido alteración en miles de años.

Hoy tomamos estas afirmaciones por ciertas. Las aceptamos tan fácilmente como aceptaron nuestros tatarabuelos las enseñanzas del arzobispo Ussher. "Por supuesto," decimos, "el mundo es muy viejo. Claro está, se han extinguido muchos seres extraños. Cierto, hubo en un tiempo hombres primitivos que casi eran hombres, pero eran muy diferentes a los hombres de hoy".

¡Por supuesto!

Pero detrás de cada una de esas declaraciones hay una cadena de razonamientos forjada por muchos hombres. La cadena se prolonga hacia atrás durante más de dos siglos. La historia del redescubrimiento de los antepasados de Adán es una de las aventuras más notables de la mente humana. Hombres curiosos, de inteligencia investigadora, inquisitiva, lograron desgarrar la máscara de ignorancia que cubría los orígenes del hombre.

Actualmente no tenemos todas las respuestas. Quedan por resolver muchos misterios. Quizá el logro más importante de toda la empresa ha sitio la comprensión de que no sabemos la historia completa. Nuestros antepasados confiaban en que sabían la verdad y cerraban los ojos a cualquier cosa que no se adaptara al cuadro. Nosotros somos más humildes, más dispuestos a la deliberación y a la duda. Y con cada año que pasa penetramos más profundamente en lo desconocido.

En 1740, Linneo consideró que los fósiles no eran otra cosa que piedras. Ciento veinticinco años después fue publicado en Inglaterra un libro que se convirtió en un éxito editorial inmediato, Tiempos Prehistóricos, de sir John Lubbock. Comenzaba con esta campanuda sentencia: "La aparición del hombre en Europa data de un periodo tan remoto que ni la historia ni la tradición pueden arrojar ninguna luz sobre su origen o modo de vida".

En poco más de un siglo se produjo una revolución en el pensamiento humano. Los viejos ídolos se quebraron y se dejaron en el montón de los desperdicios, como basura intelectual desechada. Ésta es la historia de cómo ocurrió eso.

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CATACLISMOS Y PIEDRAS DE RAYO

El primer eslabón de la cadena de testimonios de la antigüedad del hombre fue forjado en 1715 por un farmacéutico de Londres apellidado Conyers. Desenterró algunos huesos fosilizados en Gray's Inn Lane y halló un hacha de piedra sobre lo que parecían ser huesos de elefante. Conyers juzgó que en alguna época, en el pasado remoto, los habitantes de la Gran Bretaña empleaban instrumentos de piedra... y cazaban elefantes.

Su conclusión lógica fue objeto de risa, ¿Elefantes en Gran Bretaña? Se sabía que en los tiempos del emperador Claudio, los romanos invadieron las Islas Británicas, llevando con ellos elefantes como "tanques" vivientes. Obviamente, algún nativo británico acosado había matado a un elefante de los romanas con un hacha de piedra, alrededor de dieciséis siglos antes de la época de Conyers, y eso era todo.

Conyers volvió a hundirse en la oscuridad. Pero antes sentó una idea: que quizá, hacía mucho tiempo, hombres con extrañas armas de piedra habían combatido contra animales ahora desaparecidos. La idea recibió un fuerte apoyo dos generaciones más tarde, cuando un sacerdote alemán llamado Johann Friedrich Esper exploró una caverna, cerca de la ciudad bávara de Bayreuth.

Esper era un buen cristiano y no tenía ningún deseo de agitar pensamientos heréticos. Pero también era un hombre estudioso y lleno de curiosidad, ansioso de penetrar en los misterios del mundo. Al cavar bajo un grueso saliente rocoso de la cueva, halló una capa de arcilla y descubrió huesos de un animal enorme, que identificó correctamente como un oso. Pero era un oso gigantesco, de un tipo que ya no se veía en la tierra... el extinto "oso de las cavernas" de Europa Occidental. Esper meditó en su hallazgo y llegó a la conclusión de que el oso gigantesco debía de ser un animal antediluviano... esto es, que vivió antes del diluvio de Noé y que fue extinguido completamente por la catástrofe.

Magnífico. Sin embargo, Esper continuó cavando y encontró en el mismo nivel algo que era inconfundiblemente una mandíbula humana. Igual que Conyers en 1715, Esper descubrió pruebas de que seres humanos vivieron al mismo tiempo que animales extintos, antediluvianos.

Fue un descubrimiento inquietante, subversivo. Algunas personas comenzaban a argumentar que hubo varios diluvios en la historia del mundo, no sólo el mencionado en la Biblia. Los seres antediluvianos desaparecidos, decían los argumentos, fueron producto de una creación anterior.

Antes de crear a Adán, Dios limpió la pizarra con un diluvio.

Ahora, Esper había descubierto lo que parecían las pruebas de esta teoría herética, no bíblica.

Su preocupación fue evidente cuando publicó la relación de sus hallazgos en 1774. Escribió, refiriéndose a los huesos humanos: "¿Pertenecieron a un druida, a un antediluviano o a un hombre mortal de tiempos más recientes?" No respondió a su propia pregunta. "No me atrevo a presumir, sin ninguna razón suficiente, que estos miembros humanos sean de la misma edad que las otras petrificaciones animales. Deben haberse reunido allí con ellas por casualidad".

Deben haberse reunido allí por casualidad. Esper no pudo aceptar la conclusión más obvia de su propio descubrimiento. Tuvo que acudir al elemento de la "casualidad" para explicar la presencia de huesos humanos que se hallaban junto con los restos de un oso "antediluviano".

Un cuarto de siglo después, hubo otro más atrevido. Fue un caballero inglés llamado John Frere, quien había efectuado algunas excavaciones arqueológicas en Hoxne, Suffolk, Inglaterra. A una profundidad de cuatro metros, en una capa de grava que se extendía debajo de arcilla y arena,

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son particularmente objetos de curiosidad en sí mismas, pienso que deben ser consideradas bajo esa luz, por la situación en que fueron halladas".

Su opinión fue que las hachas eran "armas de guerra, fabricadas y empleadas por gente que no poseía el uso de los metales". Frere informó que cerca de las hachas yacían "algunos huesos extraordinarios, particularmente una mandíbula de dimensiones enormes, de algún animal desconocido, con los dientes aún en ella". Y añadió con palabras famosas: "La situación en que fueron descubiertas estas armas pueden tentarnos a referirlas a un período en verdad remoto;

incluso más allá del mundo actual".

Una vez más, habían sido encontradas armas en relación estrecha con huesos de animales extinguidos hace mucho, y Frere no vaciló en sacar las conclusiones obvias y hablar de un periodo

"más allá del mundo actual". No obstante, su recompensa fue al principio el desprecio y luego la oscuridad. Publicó un ensayo relativo a sus hallazgos en la revista Archaelogia en 1800, pero nadie tomó en serio sus conclusiones.

En otras partes de Europa, otros repetían la experiencia de Conyers, Esper y Frere. En 1828, el director de un museo francés, llamado Tournal, descubrió huesos humanos y de animales extintos en la Gruta de Bize, en Narbona. En Bélgica, un doctor apellidado Schmerling encontró en cuevas varios cráneos humanos, muchos instrumentos de pedernal y los huesos de seres extinguidos, como el mamut lanudo y el rinoceronte europeo, y declaró: "No puede haber duda de que los huesos humanos fueron enterrados al mismo tiempo y por la misma causa que las otras especies desaparecidas". Un sacerdote católico romano, el padre J. MacEnery, halló en 1824 herramientas de pedernal y los huesos de animales extinguidos, en la Caverna de Kent, en Devon, Inglaterra. Una capa intacta de estalagmita cubría las reliquias, lo cual parecía probar que todo era de la misma edad.

El padre MacEnery dio parte de su descubrimiento a William Buckland, teólogo inglés, deán de Westminster. El mismo Buckland había hecho un hallazgo en una cueva, en la Caverna de Goat's Hole, cerca de Paviland, en Gales, donde encontró el esqueleto de un hombre joven. Pensó que pertenecía a una muchacha y dio a los huesos teñidos de rojo el nombre de la Dama Roja de Paviland. Aunque se descubrieron instrumentos de pedernal con la Dama Roja, Buckland insistió en que "ella" databa nada más que de la época de Cristo, y que no podía ser tan antigua como los huesos de animales extinguidos con los que fue hallada.

Buckland expresó la misma opinión respecto al descubrimiento del padre MacEnery. Eliminó el hecho del piso de estalagmita, diciendo que los instrumentos de pedernal resbalaron en alguna forma hasta el nivel más bajo y antiguo de animales desaparecidos. ¡Buckland insistió en que el hombre, simplemente, no podía ser tan antiguo como los seres antediluvianos de las cavernas!

Sin embargo, los testimonios iban aumentando. Y mientras los hombres que exploraban las cuevas de Europa Occidental encontraban una y otra vez huesos humanos e instrumentos de pedernal, mezclados con los huesos de bestias extinguidas hacía tanto tiempo, como el oso de las cavernas, el rinoceronte europeo y el mamut lanudo, otros hombres discutían acaloradamente nuevas teorías del desarrollo de la tierra misma, que prometían destrozar para siempre la esmerada fórmula del arzobispo Ussher.

Los primeros rumores de subversión llegaron de Francia. Los franceses siempre habían sido un pueblo escéptico, aficionado a los razonamientos, muy dados a discutir los dogmas aceptados.

Uno de los más impertinentes de estos escépticos franceses del siglo XVIII, era Georges Louis Leclerc (1707-1788), más conocido como el conde Buffon.

Buffon era un individuo acaudalado, afable, que frecuentaba los salones de los grandes, hablaba de igual a igual con príncipes y cardenales y era admirado y adorado por la aristocracia francesa. "Tiene el cuerpo de un atleta y el alma de un sabio", dijo el casi siempre satírico Voltaire en elogio de Buffon. Era director del Jardín du Roi, el zoológico y museo del rey francés.

Buffon era demasiado racionalista para tragarse los cálculos del arzobispo Ussher. Fue claro para él que el mundo era mucho más viejo de lo que decía Ussher. En el libro sorprendente, la

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Teoría de la Tierra, Buffon eliminó a Ussher, las doctrinas antifósiles de Linneo y muchas cosas más.

Escribió: "Hace larguísimo tiempo, la tierra era un fragmento salido del sol, que se congeló de modo gradual en el frío del espacio. Mientras esta esquirla del sol no se hubo enfriado hasta cierto grado, no apareció la vida sobre ella. Pues la vida no es la salamandra de las leyendas, que vive sobre el fuego. Existe en una etapa intermedia entre el calor del sol y el frío del hielo. Su supremacía en nuestro planeta no durará mucho".

¿Cuál era la edad del mundo? Buffon tenía una cifra propia, no basada en los estudios de las Escrituras, sino en experimentos de laboratorio. Calentó dos esferas de metal y observó cuánto tiempo tardaban en enfriarse. Luego convirtió estas cifras para aplicarlas a esferas de las dimensiones de la tierra. Calculó que harían falta 168,123 años para que una esfera al rojo blanco del tamaño de la tierra perdiera su calor. Computó que "la tierra tenía 74,832 años de antigüedad y que se había enfriado lo suficiente para permitir la vicia hacía exactamente 40,062 años. Restaban 93,291 para que el último calor se disipara y la vida terrenal pereciera.

Ahora sabemos que las cifras de Buffon estaban muy equivocadas. Pero proviniendo de un hombre de su importancia y autoridad, tuvieron un impacto tremendo en su época. ¡Había multiplicado la edad del mundo de un golpe, por un factor de cerca de treinta!

Las "piedras de rayo", dijo Buffon, eran obra de las razas primitivas de hombres. Los fósiles eran restos de formas de vida desaparecidas. Incluso insinuó una teoría de la evolución, escribiendo:

"Puede suponerse que todos los animales provienen de una sola forma de vida, que en el curso del tiempo produjo el resto por un proceso de perfeccionamiento y degeneración".

Ni el poderoso Buffon pudo lograr el derrumbamiento de los ídolos a mediados del siglo XVIII. Los profesores de teología de la Sorbona, la gran universidad parisiense, se levantaron encolerizados contra él. Fue atacado furiosamente y amenazado con la pérdida de su puesto en el Jardín du Roi.

Para salvarse, Buffon se vio obligado a retirar lo dicho. Emitió esta declaración: "Declaro que no tuve intención de contradecir los textos de las Escrituras; que creo con la mayor firmeza todo lo relatado allí respecto a la creación, tanto en el orden del tiempo como en los hechos. Abandono todo lo publicado en mi libro relativo a la formación de la tierra y, en general, todo lo que pueda ser contrario a la narración de Moisés".

Buffon nunca volvió a hablar enérgicamente sobre el tema del pasado. Durante el resto de su larga vida, mientras las corrientes de la revolución se arremolinaban a través de Francia, Buffon se dedicó al estudio de los animales vivientes, produciendo volumen tras volumen de su gran obra, la Historia Natural. Murió en 1788. a la edad de 81 años. Un año después Francia fue lanzada a una revolución que destruyó sangrientamente las antiguas formas de pensar y a los desposados con ellas.

Antes de retirar sus palabras, Buffon escribió respecto a siete "Épocas de la Naturaleza". La idea de edades sucesivas de la vida había sido expresada también en 1770 por un naturalista suizo llamado Charles Bonnet. Éste propuso la idea de que los fósiles eran los restos de especies extintas destruidas por un cataclismo universal. El diluvio de Noé no era sino el más reciente de muchos de esos cataclismos. Después de cada uno de ellos, sugirió Bonnet, sobrevivían unas cuantas formas de vida, pero la mayoría fueron eliminadas.

Un agrimensor inglés, William Smith, construyó sobre los cimientos de Bonnet y Buffon. En 1791, Smith observó que las rocas estaban dispuestas en capas definidas o estratos. Cada estrato tenía su propio aspecto distintivo y sus propios fósiles especiales, que nunca aparecían en otros niveles. Los estratos de aspecto similar, en muy distantes zonas, tenían fósiles semejantes. De manera que un determinado fósil podía ser la clave de la identidad de un estrato.

Fue el principio del conocimiento de la estructura de la tierra. Cuanto más profundo era el

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cronología relativa. Fue posible determinar que un fósil dado era más antiguo o más reciente que otro... aunque nadie tenía ninguna idea real de cuál era la edad real de uno u otro, en años.

Mientras Stnith, apodado "Estratos" Smith. trabajaba afanosamente para determinar la sucesión de niveles, el gran geólogo y naturalista Georges Cuvier (1769-1832) estaba desarrollando al mismo tiempo una teoría para explicar cómo se formaron los diferentes estratos.

Cuvier era un hombre frágil, diminuto, cuya cabeza, asombrosamente grande, se hallaba coronada por una mata aún más sorprendente de cabellos rojos ondulados. Había llegado a París a la edad de veinticuatro años, para estudiar. Buffon había muerto seis años antes, y desde la revolución, el Jardín du Roi era llamando Jardín des Plantes. El jardín estaba entonces bajo la dirección de Jean Baptiste Lamarck, una figura importante en la historia de la ciencia, a quien volveremos a encontrar.

Lamarck había enunciado su teoría de la evolución. Cuvier estuvo en desacuerdo con ella.

Prefirió creer que las especies eran inmutables, invariables. No evolucionaban para convertirse en otras especies. Solamente desaparecían cuando les llegaba su día. Fue muy natural que Cuvier y su superior tuvieran frecuentes altercados por sus teorías.

El brillante Cuvier ganó rápidamente una amplia reputación. Sus conocimientos de anatomía y sobre estructura del esqueleto eran tan profundos que fue llamado "El Papa de los Huesos". Saltó por encima de Lamarck para alcanzar la aclamación internacional y el poder político. El gobierno lo cargó de títulos: Inspector de Educación, Consejero de Estado, Canciller de la Universidad de París y muchos más.

La reputación de Cuvier como naturalista estaba basada en lo que llamaba la ley de correlación. Esta sostenía que todos los órganos de un animal tienen una consistencia en relación con la forma de vida del mismo. Los animales con garras también tienen dientes agudos, adaptados para rasgar la carne. Los animales con cuernos y pezuñas están hechos para las dietas vegetarianas.

Insistía en que podía reconstruir el cuerpo entero de un animal basándose en una sola característica conocida, y probó repetidamente que podía hacerlo.

La ley de correlación de Cuvier produjo una broma célebre. Uno de sus estudiantes se acopló unos cuernos en la cabeza, calzó zapatos hechos como pezuñas hendidas e irrumpió una noche en la casa de Cuvier intentando asustarlo.

— ¡Despierta, hombre de los cataclismos! —rugió el estudiante—. ¡Soy el diablo! ¡Vengo a devorarte!

Cuvier abrió los ojos y contempló al intruso.

—¿Devorarme? Dudo que puedas hacerlo. Tienes cuernos y pezuñas. Según la ley de correlación, únicamente comes plantas.

Y después le volvió la espalda y siguió durmiendo.

La referencia a Cuvier como "hombre de los cataclismos", señala otra de sus hipótesis científicas principales. Cuvier propuso a principio del siglo XIX su teoría de los cataclismos, adaptando la idea de los diluvios de Bonnet.

Cuvier estudió todos los fósiles conocidos de animales extintos. Su museo en Francia tenía centenares de especímenes originales y reproducciones en yeso. Los fósiles, decía, eran "las medallas acuñadas por la creación", y los arreglaba meticulosamente, identificándolos con ayuda de su ley de correlación.

Fue manifiesto para Cuvier que muchas formas de vida se habían extinguido desde el principio del mundo. No obstante, a diferencia de su predecesor Buffon, aceptaba el libro del Génesis en su valor literal. La tierra, decía, tenía solamente unos cuantos miles de años de edad.

¿Cómo murieron tantos y tan variados seres en tan poco tiempo?

Por los cataclismos, decía Cuvier. Grandes diluvios u otros trastornos naturales limpiaron una y otra vez la pizarra de la vida. Cada estrato geológico era el registro de una sola era en la historia de la vida. El diluvio de Noé no fue más que la más reciente de estas catástrofes. Cuvier no decía

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cuántos cataclismos habían ocurrido en total, pero uno de sus discípulos, d'Orbigny, elaboró un esquema formal de ¡veintisiete actos sucesivos de creación y cataclismos!

En cuanto al hombre, decía Cuvier, era producto de tiempos muy recientes. Fue creado después del diluvio. No existía tal hombre antediluviano. (!La misma Biblia declaraba que Adán fue antediluviano y que muchas generaciones lo precedieron antes de la época del diluvio, pero eso no importaba!) "No hay tal hombre fósil", insistía Cuvier.

Mamut Lanudo (esqueleto)

Rechazaba los testimonios que había en el sentido contrario. Los huesos que habían sido presentados como de hombres antediluvianos, los identificó, acertadamente, como de reptiles o mamutes. Los instrumentos que declaraba Frere haber hallado eran simples; astillas accidentales de pedernal, que se mezclaron de algún modo con huesos de mamut. El hombre, repetía una y otra vez, fue creado después de la última catástrofe. Todos los animales desaparecidos eran de una fecha y nunca habían coincidido con el ser humano.

Cerca del fin de su vida, Cuvier, como Linneo antes que él, experimentó algunas dudas respecto a su teoría. Admitió con vacilaciones la posibilidad de que el hombre pudiera haber vivido antes del último gran trastorno del globo. "Puede haber habitado en ciertas regiones circunscritas", escribió Cuvier, "desde las cuales repobló la tierra después de estos terribles acontecimientos; tal vez hasta los lugares en que habitó fueron tragados completamente, y sus huesos sepultados en la profundidades de los mares actuales, excepto un pequeño número de individuos que sobrevivieron".

Los descubrimientos de Schmerling y Tournal, de MacEnery y Buckland y de muchos otros, parecían contradecir la idea de Cuvier del hombre como producto de tiempos muy recientes. La teoría de las cataclismos o "catastrofismo", como era conocida, alcanzó una gran celebridad a pesar de esos descubrimientos. En muchos aspectos, era una teoría cómoda, que permitía que la gente aceptara en cierta medida las pruebas fósiles, mientras seguía aferrándose a las enseñanzas del Génesis.

Sin embargo, mientras Cuvier predicaba el catastrofismo en Francia, una teoría diferente se estaba creando al otro lado del Canal, en Inglaterra. En 1830. cuando todavía le quedaban a Cuvier dos años de vida, un geólogo llamado Charles Lyell produjo el primer volumen de un libro que iba a demoler completamente a Cuvier y a sus cataclismos.

Para comprender a Lyell tenemos que retroceder cerca de cincuenta años. En 1785, el geólogo escocés James Hutton había publicado un libro titulado Teoría de la Tierra: o una investigación de las leyes observables en la composición, disolución y restauración de la Tierra sobre el globo.

Hutton observó con atención el mundo natural. Vio en las montañas, corrientes que iban ahondando las cañadas a través de las rocas; vio los ríos que perezosamente arrastraban aluviones al océano; observó la acción del viento y de la lluvia que cambiaban el aspecto de la faz de la tierra.

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Le pareció que éstos eran procesos infinitamente lentos, que necesitaban milenios y milenios para efectuar sus cambios.

Hutton sabía de los volcanes y habló de cataclismos ígneos... feroces... levantamiento furioso del fondo del mar, grandes convulsiones en las cuales la lava brotaba de las entrañas de la tierra.

Estos acontecimientos también habían dado forma al mundo. Pero Hutton sostenía que la clave de la geología era el cambio lento, gradual. Se negaba a tomar la salida fácil, adoptada después por Cuvier, de conjurar diluvios y otras catástrofes para explicar el aspecto del mundo. Cuvier necesitó de los cataclismos para explicar el aspecto del mundo. Cuvier necesitó los cataclismos para explicar los muchos cambios en la geología y en el vida animal que, al parecer, habían tenido lugar en sólo seis mil años. Hutton argüyó, descartando la cronología de Ussher, una alteración lenta, constante, ordenada, de la naturaleza, bajo la acción de los elementos. "No son empleados procesos que no sean naturales del globo," escribió. "No debe ser admitida ninguna acción, excepto aquellas cuyos principios conocemos".

La ley de uniformitarismo, de Hutton proporcionaba una manera de calcular la edad de la tierra. Consideraba que los diferentes procesos geológicos habían ocurrido a la misma velocidad todo el tiempo. Podía formarse una idea del tiempo necesario para crear las características geológicas actuales, midiendo la velocidad de los cambios geológicos de nuestros días.

Esto es, supongamos que usted midiera la velocidad con que los ríos llevan aluviones al océano y forman una capa de sedimento. Entonces, si una excavación descubría un nivel de sedimento solidificado bajo la superficie, podía decir cuánto tiempo tardó en formarse, dividiendo su espesor por la velocidad anual de depósito de sedimentos similares. El método, tal como lo propuso Hutton, no era más que aproximado. Pero indicó claramente una edad de la tierra de muchos miles de años.

Hutton murió en 1797 sin haber hecho variar muchas opiniones. Los treinta años siguientes, Cuvier y sus cataclismos dominaron la escena. Sin embargo, las ideas de Hutton maduraron en la mente de Charles Lyell, nacido el mismo año en que murió aquél.

Lyell, también escocés, ponderó el testimonio de las rocas, como había hecho Hutton antes que él. Como a Hutton, le pareció ridicula la idea de un almodrote de cataclismos, cayendo uno tras otro en el periodo de seis milenios. Los testimonios de fósiles, tal como fueron expuestos por

"Estratos" Smith y por el mismo Cuvier, argüían una edad mucho mayor para la tierra. Las pruebas geológicas, las montañas y los ríos apoyaban el argumento.

Hutton se había adelantado a su tiempo. No pudo apoyar su teoría con las pruebas sólidas desenterradas por trabajadores posteriores. Pero Lyell pudo utilizar ese material. Además, Hutton fue un escritor desmañanado y torpe, y su libro era difícil de leer. Lyell ecribió clara y vigorosamente. Así, él y no Hutton, se convirtió en el gran expolíente del "uniformitarismo" y el destructor del catastrofismo.

La obra en tres volúmenes de Lyell, Principios de geología, comenzó a aparecer en 1830.

Atrajo una atención instantánea. Lyell expuso las opiniones de Hutton, amplificadas y modificadas.

Declaró que las fuerzas de la naturaleza operaban más o menos uniformemente a través del tiempo;

que aunque tal vez hubo grandes diluvios y otros cataclismos, no fueron éstos los principales trasmutadores de la superficie de la tierra; que los estratos que había identificado Smith fueron depositados en una forma ordenada, por la acción de los ríos, el viento y la lluvia, en un prolongado periodo de tiempo.

Lyell tuvo sarcasmos hirientes para los catastrofistas. "Hallamos que el hábito de permitirse conjeturas, respetando causas irregulares y extraordiarias, aún está en toda su fuerza. Oímos de revoluciones repentinas y violentas del globo, de elevaciones instantáneas de cadenas de montañas, de paroxismos de energía volcánica... También se nos habla de cataclismos generales y de una sucesión de diluvios, de alternación de periodos de reposo y desorden, de la refrigeración del globo, de la aniquilación súbita de razas completas de animales o plantas y de otros hipótesis, en las cuales

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vemos revivir el antiguo espíritu de especulación y un deseo manifiesto de cortar el nudo gordiano en lugar de desatarlo pacientemente".

En párrafos serenos, bien documentados, Lyell afirmó que el mundo tenía un millón de años de edad y que el mismo hombre tenia una gran antigüedad. Ochenta años antes, Buffon había tenido que arrastrarse v pedir perdón por sostener opiniones menos extremadas. Pero ahora el mundo estaba cambiando de opiniones rápidamente. El libro de Lyell fue una catástrofe para los catastrofistas.

En 1833, el año en que apareció el tercer volumen de Lyell, Tournal, el director del museo francés que había encontrado huesos humanos fósiles en cuevas, mezclados con los de seres desaparecidos, lanzó un atrevido llamamiento para un nuevo estudio de los orígenes humanos, basado en las ideas anticatastrofistas de Lyell respecto a la edad de la tierra:

"Entonces no debemos esperar el descubrimiento de la historia primitiva de la especie humana examinando las viejas crónicas o estudiando las escrituras misteriosas de los pueblos más antiguos.

Solamente la geología puede reconstruir la secuencia del tiempo; pero esta ciencia es nueva todavía... ofrece un inmenso campo de observación y promete proporcionar un suplemento a nuestros breves anales. Aquí, más que en ninguna otra parte, es necesario aplicar la duda filosófica, no adoptar nada a la ligera, no rechazar nada si no es después de un examen severo e imparcial".

El libro de Lyell tenía un gran atractivo lógico. Proponía una explicación racional y aceptable para la geología. El catastrofismo carecía de ella. Después de todo, no había ocurrido una catástrofe, en la escala descrita por Cuvier, en miles de años. Se requería que cualquiera que creyera en la escala de tiempo del arzobispo Ussher, pensara que hubo cataclismo tras cataclismo en los primeros dos mil años siguientes a la creación, y ninguno en los últimos cuatro mil años. Un argumento así tenía poco sentido.

Aún más destructor de la idea de los catastrofistas fue el pormenor creciente de los fósiles encontrados. Ahora podía verse que muchos seres, ciertos cangrejos y caracoles e incluso la cucaracha común, sobrevivieron prácticamente inmutables a través de estrato tras estrato. ¿Por qué no fueron destruidos estos seres por los repetidos cataclismos? ¿Los volvió a crear Dios después de cada diluvio, de cada erupción volcánica? Los antecedentes fósiles mostraban un reino de vida continuo e ininterrumpido. No hubo cuatro, ocho o veintisiete actos separados de la creación, como pensaban Cuvier y sus discípulos. Ciertas especies habían desaparecido a través de los años, pero otras subsistieron.

A la mitad del decenio de 1830, únicamente los obstinados eran los que intentaban defender el catastrofismo. La obra de Hutton, Smith y Lyell dio por resultado una nueva imagen de la historia del mundo. Fue posible asignar nombres a los nuevos estratos, de-notando diferentes condiciones geológicas en edades pasadas.

Fueron señalados cuatro grandes periodos geológicos y se les dieron los nombres de primario, secundario, terciario y cuaternario, incluyéndose este último la época geológica actual. Estas eras fueron sub-divididas en períodos, designados de acuerdo con la formación geológica particular en que fueron encontradas por primera vez las rocas y fósiles "clave" o "tipo" del periodo. Por ejemplo, en 1831, un geólogo llamado Adam Sedwick estudió una gruesa formación de arcillas esquistosas y piedra arenisca en Cales y estableció que era la formación clave de un periodo que denominó cámbrico, de acuerdo con el nombre romano de Gales, Cambria. Una formación en Devon dio su nombre al periodo devónico. Otras formaciones proporcionaron nombres para el silúrico, el ordovícico y otros.

El sistema estructural básico desarrollado a mediados del siglo XIX, aún está en uso. Ha habido algunas modificaciones, por supuesto. El primario es llamado ahora Era paleozoica, o "era de la vida antigua". Antes de ella han sido colocadas las proteozoica y la arqueozoica, durante las cuales aparecieron las primeras formas de vida. El secundario, la edad en que los dinosaurios gigantescos atronaron todo el mundo, es llamado ahora la Era mesozoica o "era de a vida media". El

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término terciario todavía está en uso, pero ahora es empleado en modo intercambiable con Era cenozoica o "era de la vida reciente".

En cuanto al cuaternario, su nombre ha sido conservado también, pero fue dividido en dos eras. La primera, o cuaternaria propiamente dicha, es llamada ahora, por lo general, pleistoceno, refiriéndose a un periodo de alrededor de un millón de años durante los cuales gran parte de la tierra estuvo cubierta por grandes capas de hielo. La retirada final de los hielos, en tiempos relativamente recientes, se considera que marca el fin del pleistoceno y el principio del holoceno o periodo

"reciente". Toda la historia registrada del hombre ha tenido lugar durante el holoceno.

Este sistema está aún siendo modificado en cosas pequeñas. Por ejemplo, hasta 1948, el pleistoceno estaba dividido en dos etapas, la superior y la inferior, en tanto que una época anterior, llamada villafranquense, era considerada como parte del plioceno. En ese año, un Congreso Geológico Internacional redefinió el sistema y apartó el villafranquense del plioceno, haciéndolo la primera etapa del pleistoceno. Lo que había sido el pleistoceno inferior o "primitivo", se convirtió ahora en el pleistoceno medio. Tal vez más adelante serán necesarios reajustes delicados, con la adición de nuevos testimonios fósiles. Sin embargo, por el momento, la escala de tiempo utilizada por la mayor parte de los geólogos es semejante a la de la página 35.

El desarrollo de este sistema elaborado de eras, períodos y etapas, trajo cierto orden al estudio del pasado de la tierra. Por supuesto, no dijo a nadie qué edad tenía la tierra en realidad sino meramente señaló la sucesión de edades geológicas. Un hombre de ciencia del siglo XIX podría estimar el tiempo del silúrico en, digamos, 3,500 años; tal vez otro lo calculara en 350,000 o 35,000,000. La determinación de las duraciones reales de las diferentes épocas ha sido una cuestión compleja y discutida y, las cifras dadas en nuestra tabla representan la opinión de los científicos alrededor de 1960. Como veremos, se han desarrollado nuevos métodos de fechar la tierra y puede haber reservadas algunas sorpresas para los hombres de ciencia en los años próximos. Se llegó a las cifras actuales,incidentalmente,por medio delamedición de la decadencia radiactiva. Por ejemplo, se descubrió a principios de este siglo que el uranio degenera en plomo a una velocidad constante y mensurable. En mil millones de años, 12% de una cantidad determinada de uranio 238 degenera en plomo 206. Otros elementos radiactivos también proporcionan "relojes"; el isótopo U-235 degenera en plomo 207 (63% en mil millones de años) y el torio 232 degenera en plomo 208 (5% en mil millones de años). Los hombres de ciencia han determinado, analizando las proporciones de estos diferentes elementos radiactivos en muestras de rocas, que la edad de la tierra es de entre tres mil y cinco mil millones de años, y han formulado tablas de tiempo para las eras y periodos geológicos individuales.

El trabajo de los geólogos en los decenios de 1830 y 1840, aplicó duros golpes contra las viejas ideas de Ussher sobre la edad de la tierra. Pero la antigüedad del hombre en sí continuó siendo un misterio. Incluso Lyell pensaba todavía que el hombre era un recién llegado a la escena.

Habiendo hecho su mejor esfuerzo para demoler las nociones bíblicas de la historia geológica, Lyell vaciló para abandonar la idea de que Dios había creado a la humanidad unos miles de años antes.

Sin embargo, cerebros diligentes estaban trabajando para completar la cadena de pruebas que establecieran la idea de la antigüedad del hombre.

En Dinamarca, un soltero de edad madura llamado Christian Jurgensen Thomsen se encontraba ordenando laboriosamente "piedras de rayo" en el Museo Nacional de Copenhague y sacando algunas conclusiones. Thomsen, nacido en 1788, era el mayor de los seis hijos de un acaudalado mercader y naviero. Como se esperaba que sucediera a su padre al frente de la compañía de la familia, Thomsen recibió una instrucción sólida en teneduría de libros, balance de cuentas y facturación. Pero fue tentado por intereses menos mercantiles cuando aún era adolescente.

Comenzó a coleccionar monedas y se convirtió rápidamente en uno de los numismáticos más conocedores de Dinamarca.

El interés de Thomsen en las monedas lo puso en contacto con un grupo de estudiosos daneses que deseaban formar un museo en Copenhague. Ya habían reunido una colección enorme

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de antigüedades no sólo monedas, sino también vastas cantidades de viejos cacharros, espadas, hachas de pedernal y otras reliquias de un pasado polvoriento. Los sabios estaban demasiado ocupados para hacer el trabajo de clasificación, y en 1816 aceptaron con gusto el ofrecimiento del joven Thomsen de poner en orden la colección... sin sueldo.

Durante los tres años siguientes, Thomsen trabajó un día a la semana en la colección, caóticamente confusa. Sin el obstáculo de ninguna educación científica formal, empleó su adiestramiento comercial e inventó su propio sistema de clasificación. Su primer paso fue dividir los objetos de la colección en grupos: los de piedra aquí, los metálicos allá, los de cerámica más allá. Luego subdividió cada grupo según su función: herramientas, armas, recipientes, etcétera.

Cuando el museo estaba preparado para ser abierto al público, en 1819, Thomsen había llegado a un concepto definido de la historia primitiva del hombre. Era una idea notablemente sencilla. Según decía en un folleto escrito en 1836, Guía de las antigüedades escandinavas, el hombre pasó primero por "la Edad de la Piedra", o el periodo en que las armas y los instrumentos eran hechos de piedra, madera, hueso y materiales similares, y en el que los metales eran conocidos muy poco o nada en absoluto". Después, vino "la Edad del Bronce, en el cual las armas e instrumentos cortantes fueron hechos de cobre o de bronce y cuando el hierro y la plata eran muy conocidos o desconocidos del todo". Y luego "la Edad del Hierro", el tercero y último período de los tiempos paganos, en que el hierro fue empleado en los objetos para los cuales es particularmente apropiado, así que tomó el lugar del bronce para esas cosas".

Thomsen no dijo que las tres edades se habían desarrollado en una escala simultánea en todo el mundo. Egipto llegó a la Edad del Hierro mientras el norte de Europa estaba aún en la Edad de la Piedra. Hoy, aún existen pueblos de la Edad de la Piedra en luga-

res remotos como Nueva Guinea, en tanto que nosotros hemos entrado en la que podría ser llamada la Edad Atómica o la Época del Espacio. Trataba de establecer que hay una sucesión, una progresión, de la piedra al hierro, pasando por el bronce, en alguna época de toda sociedad humana.

La clasificación es el primer paso hacia la comprensión. El trabajo de toda la vida de Thomsen proporcionó los cimientos para la identificación clara de las edades relativas de muchos utensilios de piedra y de metal encontrados en el suelo. Pronto se hizo evidente que la Edad de la Piedra tenía que ser subdividida; parecía haber existido una época anterior, de rudimentarios instrumentos de piedra tosca, y después una de utensilios de piedra pulimentada. En 1865, el año de la muerte de Thomsen, sir John Lubbock había acuñado las palabras "paleolítica" (piedra antigua) y

"neolítica" (nueva piedra), para distinguir la era de la piedra quebrada de la de la pulimentada.

Ahora podían ser identificadas cuatro etapas del desarrollo primitivo del hombre. Una quinta, la mesolítica, la transición, fue agregada después entre la paleolítica y la neolítica.

Mientras Christian Jurgensen Thomsen trabajaba en Copenhague para clasificar utensilios de piedra, un oficial francés de aduanas estaba aumentando activamente las existencias conocidas. Era Jacques Boucher de Crèvecoeur de Perthes, más conocido como Boucher de Perthes, uno de los hombres más vigorosos y tenaces que jamás haya hundido una pala en la tierra.

Boucher de Perthes nació en 1788, el mismo año que vio la muerte de Buffon y el nacimiento de Thomsen. Su padre era noble de nacimiento y tenía el puesto de director de aduanas en Saint- Valéry-sur-Somme. Su madre hacía ascender su genealogía hasta Juana de Arco.

El frenesí de la Revolución Francesa no dañó la fortuna de la familia. Gracias tal vez a la prosapia de su esposa, el señor Boucher de Perthes no perdió ni la cabeza ni su cargo. Mientras continuaba como director de aduanas, también ayudó a organizar un club local científico y literario en medio de la ferocidad revolucionaria, y el joven Jacques se "acostumbró desde la niñez a oír hablar de fósiles".

Durante el régimen de Napoleón, Jacques se unió a su padre en el servicio público. Antes de los veinticinco años viajó por toda Europa en misiones políticas encomendadas por Napoleón, mientras también probaba su pluma con algún éxito escribiendo comedias y tragedias.

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La caída de Napoleón acabó con los viajes de Boucher de Perthes. Se estableció en París por un tiempo, y en 1825, al retirarse su padre, tomó el puesto de director de aduanas en la población de Abbeville, en el norte de Francia. Era un trabajo tedioso y él estaba acostumbrado a la agitación.

Para matar el tiempo, leyó intensamente obras de varios campos científicos y produjo una obra filosófica de cinco volúmenes sobre el principio de la vida, que fue recibida por el público con un entusiasmo mucho menor que sus obras de teatro.

Mientras estudiaba geología en Abbeville en 1832, Boucher de Perthes hizo un descubrimiento que iba a ocuparlo el resto de su vida. Al examinar una capa geológica que los hombres de ciencia convenían en que databa de "antes del diluvio", Boucher de Perthes descubrió trozos de pedernal que mostraban señales de haber sido quebrados por manos humanas para darles formas útiles. ¿Caprichos de la naturaleza?, se preguntó. ¿Rotura accidental?

Cavó hasta descubrir un objeto de pedernal con forma de pera, redondeado en un extremo y aguzado en el otro, un hacha de mano, marcadamente similar a las que descubrió Frere en Inglaterra hacía más de treinta años. Era indudable que le habían dado forma manos humanas. Con agitación creciente, Boucher de Perthes continuó explorando los lechos de grava a lo largo del valle del río Somme, en las cercanías de Abbeville, cavando en lo que era llamado entonces estrato "diluvial" o de la era del diluvio. Halló más hachas... y con ellas, los huesos de mamutes, rinocerontes, bisontes, leones de las cavernas y otras bestias extintas de la era "antediluviana".

En 1838, Boucher de Perthes puso sus testimonios de la antigüedad del hombre ante la sociedad científica de Abbeville. Les mostró puñales, puntas de lanza, leznas, raspadores y hachas, e insistió en que los había hallado en las capas diluviales y aún más abajo, en las terciarias. Fue recibido con escepticismo cortés en su ciudad natal y con escepticismo rudo cuando llevó sus descubrimientos ante la Academia de Ciencias de París. ¿El hombre en el terciario? ¡Inconcebible!

¿El hombre en el "diluvium"? ¡Imposible!

Boucher de Perthes insistió. Pronto descubrió que estaba equivocado respecto a la edad terciaria de sus hallazgos, en su celo al excavar, había mezclado los estratos. Pero no retiraría su afirmación de que halló reliquias humanas en la grava diluvial. En 1839 publicó el primero de cinco volúmenes titulados Sobre la creación, exponiendo su punto de vista. "Es un soñador, un visionario", declararon sus críticos. Hicieron llover sobre él comentarios sarcásticos al aparecer volumen tras volumen del libro de Boucher de Perthes.

Aislado ante estos ataques, Boucher continuó excavando con obstinación. Desarrolló algunas ideas políticas que eran tan extrañas como sus conceptos científicos. Pensaba, por ejemplo, que las mujeres debían tener derecho de voto y que el nivel de vida de las clases trabajadoras debía ser elevado por la legislación pública. Interrumpió sus excavaciones el tiempo suficiente para lanzar su candidatura con ese tipo de plataforma para un escaño parlamentario, y fue derrotado duramente.

En 1847 apareció otro libro de Boucher de Perthes: Antigüedades celtas y antediluvianas.

Ahora tenía cerca de sesenta años, pero aún no perdía nada de su celo ardiente. Aseguró que el hombre tenía una gran antigüedad y que su lugar de nacimiento había sido Francia, en realidad Abbeville.

Fue una idea que agitó a los patriotas franceses y atrajo la atención popular hacia Boucher de Perthes. Sin embargo, los hombres de ciencia se impresionaron menos. Leyeron su libro y lo encontraron lleno de cosas absurdas. En realidad, Boucher de Perthes se había dejado arrastrar por su entusiasmo. Declaraba haber descubierto inscripciones y dibujos en algunos de sus pedernales.

Sacaba conclusiones descabelladas respecto al lenguaje y la religión del hombre primitivo, basadas sólo en las hachas y puntas de lanza de pedernal. Era imposible tomarlo en serio. "Emplearon contra mi", escribió, "un arma más potente que las objeciones, la crítica, la sátira o aun la persecución... el arma del desdén. No discutían mis datos; ni siquiera se tomaban el trabajo de negarlos. Los desconocían".

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Instrumentos chelenses.

Arriba: La Micoque, Les Eyzies, Dordogne, Francia.

Abajo: East Anglia y Swanscombre, Inglaterra.

Fuente: Fuente: Museo Logan.

Uno de los adversarios más violentos de Boucher de Perthes era cierto doctor Rigollot de Amiens, quien durante un decenio se había reído con desprecio del excéntrico funcionario de aduanas. En 1854, Rigollot decidió aplastar completamente a Boucher de Perthes, conduciendo sus propias investigaciones en el sitio de Abbeville. Cavó allí y en otros dos lugares, Saint-Acheul y Saint Rocheles Amiens. Y Rigollot hizo un descubrimiento desalentador. ¡Boucher de Perthes decía la verdad! ¡Sus hachas y raspadores de pedernal aparecían en realidad en los estratos "diluviales"!

Convertido sobre el terreno por las pruebas de sus propias excavaciones, el aturdido Rigollot publicó la noticia de su derrota. Este paso honrado y valeroso llevó nueva atención a las declaraciones de Boucher de Perthes. Otros hombres de ciencia franceses, puestos en evidencia después de haberse burlado durante años del funcionario de aduanas, hallaron imposible retractarse.

Continuaron mofándose. "A la simple mención de las palabras hacha y diluvio", comentaba Boucher de Perthes, "observo una sonrisa en la cara de las personas con quienes hablo".

Sin embargo, su trabajo recibió más simpatía en Inglaterra. Un maestro de escuela llamado William Pengelly había hecho un descubrimiento importante en 1858: una caverna en Devon, sobre cuyo suelo "se extendía una capa de estalagmitas de siete y medio a veinte centímetros de espesor, y había en y sobre ella vestigios de león, hiena, oso, mamut, rinoceronte y reno". Debajo de esa capa, Pangelly halló instrumentos de pedernal.

El descubrimiento había agitado profundamente a los hombres de ciencia ingleses. Lyell, que dudó en un tiempo de la antigüedad del hombre, empezó a admitir la posibilidad de la existencia humana en la época de los seres antediluvianos. Otro geólogo escocés, Hugh Falconer, tomó la misma decisión y cruzó el canal para ver en persona el trabajo de Boucher de Perthes. Llevó con él

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al geólogo Joseph Prestwich y al anticuario John Evans, cuyo hijo descubriría más tarde el fabuloso palacio de Minos en Creta.

Evans partió con escepticismo hacia Francia. "Pensar que encontraron hachas y puntas de flecha de pedernal en Abbeville, junto con huesos de elefantes, doce metros bajo la superficie, en un lecho de aluvión. En esta caverna de huesos de Devon que está siendo excavada ahora... dicen que han descubierto cabezas de flecha de pedernal entre los huesos, e informan lo mismo respecto a una cueva en Sicilia. Es difícil que lo crea. Mis antiguos británicos serian bastante modernos si el hombre es llevado en Inglaterra a los días en que los elefantes, los rinocerontes, los hipopótamos y los tigres también eran habitantes del país".

En Francia, Boucher de Perthes mostró con gusto sus descubrimientos a los tres visitantes ingleses. Aquí había hachas de pedernal; allá estaban los huesos de mamut y de rinoceronte.

Después, el francés llevó a sus huéspedes a las mismas excavaciones de grava.

Evans escribió: "En efecto, el filo de un hacha era visible en un lecho ele grava completamente intacto, a más de once metros de la superficie. Llevamos un fotógrafo con nosotros para que tomara una vista de eso y corroborara así nuestro testimonio".

El 26 de mayo de 1859, casi todas las luminarias científicas de Inglaterra asistieron a una reunión de la Sociedad Real para oír a Prestwich apoyar las afirmaciones de Boucher. Una semana después, Evans habló ante la Sociedad de Anticuarios de Londres, respaldando también a Boucher de Perthes, y comentó: "Creo que fui creído, en general". En agosto, Lyell fue en persona a Abbeville y volvió convencido. En una reunión histórica de la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia, Lyell arrojó todo el peso de su vasto prestigio tras los descubrimientos de Boucher de Perthes. Poco después, la Academia Francesa de Ciencias se rindió y admitió que Boucher de Perthes había demostrado realmente la antigüedad antediluviana del hombre.

Fue un brillante momento de triunfo para el anciano de barba blanca. ¡Después de años de martirio y burlas, Boucher de Perthes al fin se vio vindicado! Sus años de labor destruyeron para siempre la idea de Ussher-Lightfoot de la creación del hombre "el veintitrés de octubre del 4004 a las nueve de la mañana". Un sacerdote francés, el abate Le Hir, pronunció el epitafio de Ussher al declarar: "No existe tal cronología bíblica. Es incumbencia de la ciencia el establecer la fecha en que apareció el primer hombre sobre la tierra".

Faltaba un eslabón, y entonces la cadena de pruebas estaría completa. Habían sido encontrados fósiles de bestias antiguas, desaparecidas hacía mucho tiempo, como el mamut y el elefante, en todas partes de Europa Occidental. ¿Dónde estaban los del hombre antiguo?

El viejo Boucher de Perthes intentó forjar ese eslabón ... pero el final fue una falsificación.

Regresó a sus excavaciones y ofreció una recompensa de 200 francos ai primer trabajador que descubriera restos de esqueletos humanos en los estratos diluviales. Era una recompensa, en verdad generosa, que equivalía a cuatro meses de salarios.

En 1863, un trabajador llegó sonriendo hasta Boucher, de Perthes, entonces de 75 años de edad, para reclamar la recompensa. ¡Había hallado un diente humano! Cinco días después fue descubierta una mandíbula completa.

El viejo excavador anunció gozosamente el hallazgo tan esperado del hombre fósil. Una vez más, viajaron arqueólogos británicos a Francia para confirmar la autenticidad de un descubrimiento de Boucher de Perthes.

Pero esta vez no hubo confirmación. Los ingleses estudiaron la mandíbula y demostraron que era falsa. Era una mandíbula reciente, robada de algún cementerio cercano y puesta en los lechos de grava para cobrar la tentadora recompensa. Todavía peor, la investigación continuó para probar que los hombres de Boucher de Perthes estuvieron "sembrando" el sitio con hachas de piedra falsas desde 1860.

Fue un golpe demoledor para el anciano. Nadie sugirió que fuera responsable en alguna forma del engaño, ni arrojó sospechas sobre sus hallazgos anteriores. Eran indiscutibles y estaban más allá

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de cualquier ataque. Pero Boucher de Perthes ya no pudo confiar en sus trabajadores, y él era demasiado viejo para cavar en persona. Se retiró para siempre de la arqueología. He aquí las palabras de John Evans: "Estableció, fuera de duda, que en un periodo de antigüedad remota, más allá de ninguna en que se hayan encontrado rastros hasta ahora, esta porción de tierra estuvo poblada por el hombre". Boucher murió cinco años después, a la edad de ochenta años, con la serena convicción de haber ganado la inmortalidad en los anales de la ciencia.

¿Y el hombre fósil?

El viejo Boucher de Perthes no lo sabía, pero ya había sido hallado... no en Francia, sino en Alemania.

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