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Psalm 15 [Psalm 15] Fundación Editorial de Literatura Reformada (FELIRE) With permission of the license/copyright holder

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Authors van Deursen, Frans

Publisher Fundación Editorial de Literatura Reformada (FELIRE) Rights With permission of the license/copyright holder Download date 15/11/2021 02:56:18

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(2)

Capítulo 6

SALMO 15: ¿QUIÉNES PUEDEN SER FAMILIA DE DIOS... AHORA Y SIEMPRE?

S

E

celebra un culto dominical.

El pastor ha escogido como texto el Salmo 15.

La predicación es “reveladora”. A la congregación se le recuerda su condenabilidad ante Dios. “¿Quién de ustedes puede cumplir estas exigencias?” -se oye preguntar desde el púlpi- to. “No se trata de cumplirlas más o menos ni de caer y le- vantarse, sino de cumplirlas perfectamente”. Sin vacilar, si- gue la respuesta desde el púlpito: -”¡Nadie!”

Los rostros están serios.

¿Quién se atreve a contradecir esto?

El predicador sigue: “Hay uno que ha cumplido perfectamente las exigencias del Salmo 15: nuestro Salvador Jesucristo. Cuando creemos en él, Dios quiere perdonarnos nuestra incapacidad-para hacer-bien, y aceptarnos en su gracia. Amen.”

1. LA LEY NO ES UN LÁTIGO QUE NOS CONDUCE A JESÚS.

No consideremos demasiado duramente la explicación del

Salmo 15 por parte de este pastor, pues ¿qué había leído al

respecto en sus libros de consulta? -Que aquí sale a relucir

claramente, que el Antiguo Pacto, en riqueza de administra-

(3)

ción, va a la zaga del Nuevo Pacto, puesto que en este sal- mo no se habla expresamente de gracia y fe. En la forma en que aquí es expuesta la ley, el salmo muestra la forma ex- ternamente legal en que el pacto de gracia era ensalzado an- tiguamente en muchos sentidos. El tono del Salmo 15 es realmente serio, pero, sin embargo, carece del “conocimiento evangélico de que el hombre, por si mismo, no posee el poder para ser suficientemente obediente, y por eso no puede llegar a la comunión con Dios por el esfuerzo propio, sino sola- mente por la gracia de Dios”

1

.

No es, pues, extraño que, de la mano de tales comenta- rios bíblicos, se hagan predicaciones como la que acabamos de oír. Este nuestro pastor podía haber elaborado su caricatura del Salmo 15 mucho más angustiosa aun de lo que lo hizo.

En este clima de pensamientos se pueden emplear expresiones chocantes y enternecedoras como: “¡Este salmo llama al Cristo!

¡Mediante él somos empujados al pie de la Cruz!”, y otras muchas más frases “edificantes”.

Pero, ¿habrá sido esa la intención de David? Los prime- ros lectores del Salmo 15 no conocían aún al Señor Jesucristo ni su muerte en la cruz. ¿Quería David mediante su poema cargarles con un sentimiento de desesperanza presentándo- los algo así como el fracaso de su vida? ¿Es verdad que no habla expresamente de gracia y fe, como acabamos de oír afirmar?

Aquí volvemos a chocar con los famosos gemelos, cuya mala influencia podemos observar desde el tiempo Apostó- lico hasta hoy día: el Judaísmo y el Gnosticismo.

Las gafas del judaísmo.

¡Cómo es posible! Ahora, en el Sinaí, Dios había elevado hasta el cielo a los Israelitas. ¡Como descendientes de Abra- ham ya estaban en una relación de pacto con Dios, y allí cerró Dios un segundo pacto sobre este primer pacto de gracia! Los documentos de estos pactos están en la Thorá o Ley. Pero,

¿qué posibilidad han visto en esto los fariseos? ¡El leer esta

enseñanza de la ley acerca de los pactos de gracia de Dios

como la serie de condiciones de trabajo para un acuerdo de

renumeración! “A algo (nuestras prestaciones religiosas) co-

rresponde algo (la propina Divina de la salvación)”, -razo-

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naban ellos. En esta caricatura de la Ley no quedaba ni pizca de la gracia de Dios. La buena y enteramente evangélica Ley de Dios era trucada en un religioso acuerdo de trabajo. Hi- jos de Dios comenzaron a comportarse como sus esclavos, o como su personal en servicio religioso de paga, en el que la Ley actuaba como el contrato de trabajo.

Por desgracia, este espíritu se ha instalado en la iglesia Cristiana. En el llamado Judaísmo encontramos ahora una forma

“Cristiana” de fariseísmo con una visión un tanto legalista sobre toda la Palabra de Dios. A pesar de la obra de la vida del apóstol Pablo, muchos cristianos fueron torciendo también el evangelio de nuestro Señor Jesucristo en un conjunto de estériles reglamentos. El mar de miseria que este malentendido ha traído sobre la Cristiandad, es indescriptible. Parece realmente un tumor canceroso que tiene sus ramificaciones por todo el cuerpo de la Cristiandad.

Si por una vez se lee la Palabra de Dios como una “ley”, como un contrato de trabajo, entonces quedas preso, durante toda la vida, de angustia e incertidumbre. Se continúa deduciendo ulteriores cláusulas de tal “ley”, y nunca se obtiene paz a la pregunta de si se ha “hecho” bastante, y si te has atenido realmente a la “ley”. En la Edad Media, hombres como To- más de Kempis, Taulero y Eckehart escribieron libros llenos de lo que un cristiano debía haber “hecho” y “experimenta- do” antes de que pudiera creer de sí mismo, que se salva- ría. Pero Martín Lutero, quien tomó muy seriamente las cláusulas de esta “ley”, no llegó por ellas a encontrar seguridad. Después de la Reforma, volvió a rebrotar esta planta venenosa. Tam- bién entre los reformados no siempre se habló con simpa- tía acerca de la Ley de Moisés (y el predicador que sí lo hacía, no lo tenía fácil). Se hablaba de la dulce Ley de Dios como sobre un látigo que primero desesperanzaba a los pecado- res descubriéndolos su “impotencia”, para después empujarlos hacia Cristo. Como si el apóstol Pablo diera a entender eso, cuando a la Ley la llamó “nuestro ayo, para llevarnos a Cristo”, Gá. 3: 24.

Así se había leído más tarde en las sinagogas el Salmo 15.

Como una “ley”. Eran los huelguistas. Pues, si se lee la Ley

de forma legalista, antievangélica, entonces esto se venga ine-

vitablemente en los otros libros de la Biblia. Como toda una

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imagen cae por tierra, cuando su pedestal se inclina; y la Ley de Moisés forma ahora en la Sagrada Escritura la base don- de todo descansa. Si a esa parte básica se la lee a través de unas gafas judaizantes, al Salmo 15 también se lo ve en una luz “contractual”, como una poesía que, como caricatura de ley judaizante, nos descubre nuestra “impotencia”, y nos lleva hacia Cristo. Y así, la pregunta se vuelve angustiosa: “Jeho- vá, ¿quién habitará en tu tabernáculo?” También en torno a nuestro pastor mencionado había un ambiente angustiosamente silencioso en la iglesia cuando hizo la pregunta: -”¿Quién de ustedes puede cumplir estas exigencias?” Y, a pesar de que es la Ley de Dios... la incertidumbre sigue remordiendo. En el siglo XVIII, cuando la masa en la Holanda protestante había abandonado el Pacto de Dios, aparecieron volúmenes llenos de normas desde las que se podía deducir si sería posible permanecer invitados eternamente cerca de Dios. Aquellos volúmenes contenían muchas más normas que el Salmo 15, pero la incertidumbre permanecía inquietando: -”¿Quién se atreve a decir de sí mismo, que las cumple perfectamente?”.

Los falsamente tranquilizados no fueron de esta manera des- cubiertos, y los creyentes sinceros tampoco fueron consola- dos así.

Esto ocurre cuando al Salmo 15 se lo lee como una ley.

Entonces se cae automáticamente en consideraciones acerca de nuestra “impotencia y condenabilidad”. Este Salmo, a lo sumo obtiene la misma función que la Ley-caricatura desde cuyo espíritu, a saber, el de aquel matón religioso que nos asusta mucho ante la aparentemente inevitable condenación, para indicarnos ese “abandono” en Jesús (tema preferido para muchos viejos y nuevos “descriptores de caminos”). Nuestro pastor referido pertenecía a éstos.

Pero, ¿cómo entender entonces Lv. 18: 5 -objetará alguien-

donde el mismo Moisés dice: “Por tanto, guardaréis mis es-

tatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá

en ellos?”. En efecto, pero, por favor, tampoco lea usted estas

palabras a través de unas gafas fariseas. Antes de que se dé

cuenta, usted se halla en un canal de pensamiento fariseo,

y considera la Ley como un reglamento sin gracia. Pero Moisés,

en las palabras arriba mencionadas, se refería igualmente a

(6)

todos aquellos estatutos y ordenanzas de la Ley que habla- ban de reconciliar, lavar y recibir perdón de pecados y re- novación de vida. “Así el sacerdote hará por él la expiación de su pecado, y tendrá perdón”, Lv. 4: 26, tales mandatos (:ir al sacerdote con una víctima) y tales promesas de la doctrina de los sacrificios en Levítico 1-7, por sólo citar algunos, per- tenecían también a aquella Ley de la que Moisés dijo: “El hombre que los cumpla, vivirá”. A este respecto, ¿quién tenía dere- cho a dejar fuera de consideración mandatos tales como el gran día de la reconciliación, el sacrificio propiciatorio y el sacrificio de paz, si comenta Lv. 18: 5? Moisés quería decir:

“El hombre que haga (no farisaicamente, como un religioso contratista de trabajo, sino con fe, lleno de confianza de las promesas y sacramentos de la Thorá) todas estas cosas (que cumpla también las ordenanzas que acabamos de mencionar:

buscar perdón de pecados cerca del sacerdote y altar), por ello (por esa fe, por ese cumplimiento creyente de la Ley) vivirá”. El camino de la salvación nunca fue otra cosa que el que Moisés indica en Levítico 18: 5.

Las gafas del gnóstico.

Naturalmente que el gnóstico de todos los siglos encon- tró en el bosquejado espíritu fariseo o judaizante una estu- penda pareja, pues, ¡de qué goza más el gnóstico que de “an- títesis” o contrastes! cf. 1 Ti. 6: 20. ¡Cuántas antítesis no han creado ya estas “doctrinas de demonios”!, 1 Ti. 4: 1. Una de sus antítesis más peligrosas es ciertamente la defendida an- títesis entre el Antiguo y Nuevo Testamento. El primero se- ría más bajo, más exterior, más duro e incluso desamorado en contraste con el Nuevo Testamento como la parte más elevada, más querida y más “íntima” de la Palabra de Dios.

Si, pues, al Salmo 15 se lo lee sin recelo a través de unas

gafas empañadas de gnosticismo, entonces se llega a las

caracterizaciones que ya dimos de algunos comentarios

exegéticos: una “forma externa legalista”, falta de “conocimiento

evangélico sobre que el hombre no tiene por sí mismo el poder

para ser suficientemente obediente”, etc. Así pues, el Salmo

15 también es reducido al sistema del “conocimiento antité-

tico” (1 Ti. 6 : 20)

(7)

Y todo esto mientras que, primero, la Ley de Moisés es realmente todo un evangelio, y segundo, que el Libro de los Salmos, como eco de esa Ley, sólo puede hacer oír una re- sonancia evangélica (cf. cap. 1, 2.). ¿Que otra cosa forma- ban los pactos de Dios con Abraham e Israel que pruebas evidentes de la incomparable gracia de Dios? ¿Qué otra cosa puedes esperar del Libro de Himnos de aquellos pactos? No hay una sola línea en la Thorá que no esté impregnada del amor de Dios por Israel y ninguna página sin la marca trans- parente de las promesas de vida del SEÑOR. En este fundamento han sido cantados todos los Salmos, cf. cap. 1, 1. Por eso nos atrevemos tranquilamente a afirmar: ¡Interpretar mal la Thorá supone no entender los Salmos!

Un himno del Pacto

Pero si, en primer lugar, leemos la Ley como correspon- de, es decir, como Evangelio para Israel con la promesa de justificación, santificación y glorificación por gracia por la fe y con el imperativo de perseguir la justicia como fieles aliados del SEÑOR, entonces también nosotros, de una vez por siempre, salimos de las dificultades en la posterior lectura de las Sa- gradas Escrituras. Y así, vemos claramente, que tanto la Ley y el Salmo 15 y los mandatos de nuestro Señor Jesucristo y sus apóstoles están en una sola línea; o, dicho con otras palabras:

el poeta del Salmo 15 no se vio a sí mismo y a sus oyentes estar totalmente “libres de compromiso” ante el SEÑOR, para ahora preguntarse: ¿Cómo entramos en contacto con un Dios tan santo? Este es el cañamazo de toda religiosidad caprichosa, cf. cap. 1 , 1d. No, el salmista habla sobre la base de la Thorá como co-aliado del SEÑOR su común Aliado de todos ellos.

Así debemos cantar el Salmo 15: como un himno del Pacto.

2. QUIEN ASÍ ACTÚA, NO RESBALARÁ ETERNAMENTE.

¿El Salmo 15 fue compuesto como “Introito” o “canto de

entrada” en el Santuario? Muchos comentaristas responden

afirmativamente a esta pregunta. Lo presentan así: cuando una

comitiva de peregrinos se había acercado hasta las puertas

del templo, cantaban el versículo 1: “Jehová, ¿quién habita-

rá en tu tabernáculo?” A lo que un coro sacerdotal les res-

pondía con los versículos 2 al 5

2

.

(8)

Sin embargo, las Sagradas Escrituras no nos relatan nada acerca de semejante ritual de recibimiento. Como es natural, es posible que el Salmo 15 haya sido cantado como canción alternada en el culto del templo, pero, ¿qué salmo no pue- de ser cantado en el culto? Por eso tampoco es preciso que hayan sido hechos especialmente para el culto, como una determinada opinión en la exposición de los Salmos lo afir- mó de uno de ellos. También puedes cantarlos en casa, in- cluso mientras lavas la vajilla o, como el labrador israelita, durante la vendimia; y por qué no hablar de la lectura de los Salmos o de su uso como oración en la cámara secreta.

Por consiguiente, nos parece improbable, que el Salmo 15 esté compuesto especialmente para comitivas de peregrinos que estuviesen a punto de entrar en el templo

3

. ¿Por qué el autor no puede haberlo escrito como poema de sabiduría, ya sea como materia de lectura, ya sea como materia de doc- trina, por ejemplo, para hacerlo aprender de memoria a los niños, como ocurre también en nuestros colegios? La forma de pregunta y respuesta, así como el número de los man- damientos (también aquí: ¡diez!) podría indicar este objetivo didácticamente chocante, pues maestros de sabiduría aplicaron mucho esa forma, cf. Sal. 34: 11-14 (también de David), Pr.

31: 2-9, 30: 4, Ec. 1: 3, 6: 13

4

. El sabio Predicador, pues, ya estuvo ocupado con la marcha del templo: “Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie”, Ec. 4: 7, Ec. 5: 1, cf. v.

2. Pues, la pregunta del v. 1 del Salmo 15 ni siquiera está dirigida a sacerdotes, sino al SEÑOR, que ya había dado la repuesta en la Thorá. Todas las exigencias que se pueden leer posteriormente, se las puede corroborar con la Ley de Moisés.

Ha llamado la atención, que el Salmo 15 no presente ninguna exigencia religiosa, por ejemplo, que se sea puro. Pero también este Salmo deja oír el eco de la Thorá, y como ya vimos (cf.

cap. 1, 2) la Thorá ya no es un libro puramente religioso,

de manera que su resonancia tampoco puede tener acento

alguno puramente religioso. La demanda del Pacto de Dios

concierne también a la vida diaria de Israel, y no sólo a estar

ocupado con el culto del SEÑOR. Pues el Israelita tampoco

conocía ninguna antítesis entre el sábado y los demás días.

(9)

Las condiciones precisas para la pureza levítica y similares eran recuerdos pedagógicamente simbólicos de la gran exi- gencia de la Ley para caminar santamente en toda la vida.

Una vida diaria impía anularía incluso el culto más estricto a Dios, Sal. 40: 6 y ss., 50, 51:16 y ss., Is. 1:10-20, Jer. 7:1-15, Os. 6:6, Am.5:21, Mi. 6: 6-8, Mt. 23. David como discípulo de Samuel, sabía de sobra, que “el obedecer es mejor que los sacrificios”, 1 S. 15: 22.

Ahora, pues, ¡el salmo mismo!

Versículo 1:

“Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo?

¿Quién morará en tu monte santo?”

¿Cómo es posible que se haya osado afirmar de este Sal- mo, que en él “no se habla expresamente de gracia y fe”?

El nombre “Jehová”, la primera palabra de este Salmo, rezuma ya, por así decirlo, gracia. En esas cuatro letras hebreas J H W H, los salmistas vieron microfilmado todo el Evangelio de Dios para Israel. Toda la fundamental obra de salvación de Dios del tiempo de Moisés resonó en ese nombre Jehová o Yahvé: Abraham-Egipto-Horeb. Sin esta “fundación del mundo”

(israelita-cristiano)

4a

, ya habría desaparecido Israel unos mil años antes de escribirse el Salmo 15. Israel vivía de gracia ya desde Abraham y Egipto.

El salmista habla luego del “tabernáculo” del SEÑOR. Con ello no tiene que referirse precisamente al monte Sión, pues también en el himno de Moisés junto al mar Rojo ya se usan paralelamente la “morada” de Dios y “el monte de tu here- dad”, Ex. 15: 17

5

. No; el morar Dios entre su pueblo habla- ba ya de su gracia para con Israel. El honraba a este pue- blo con su residencia, donde los sacerdotes, en su Nombre, bendecían y enseñaban, y donde todo -colores, sacrificios, vestimenta, materiales, etc.- hablaba del amor del SEÑOR a la vida de Israel y de su rechazo a la muerte. Un salmo acerca del tabernáculo o Morada de Dios que no hable de gracia,

¿cómo se puede afirmar algo así?

¿Quiénes pueden ahora ser invitados cerca del SEÑOR, según

los criterios de la hospitalidad Oriental? Pues, tal invitado se

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sentía obligado a muchísimo más que nosotros; lo cual puedes verlo tú mismo en Lot, quien prefirió dejar que fueran des- honradas sus hijas antes que sus invitados, Gn.19: 8. Inclu- so después de su partida, un invitado podía contar con la protección de su anfitrión aun dentro de un círculo de mu- chos kilómetros

6

.

¿Quiénes pueden encontrarse tan seguros bajo el techo del SEÑOR?

Los versículos siguientes dan respuesta a esta pregunta. Quien la lee legalísticamente, suspirará acerca de nuestra “impotencia”

con el pastor con que empezamos este capítulo. Pero quien lee las Sagradas Escrituras como un libro del Pacto y los Salmos como himnos del Pacto, leerá en el Salmo 15: 2-3 una des- cripción corta de lo que el Salmo 103 llama: “los que guar- dan su pacto, y los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra”, v. 18. Los Israelitas que ya desde hace mucho tiempo viven en la comunión con el SEÑOR, pueden aprender breve y llanamente lo que deben hacer para per- manecer fieles aliados del SEÑOR, cf. Is. 33: 14-16.

La pregunta también podría ser presentada así: “Jehová, ¿qué has prometido a tu pueblo”? A lo que David, en la continuación del Salmo, va a confesar, que él cree lo que Dios ha pro- metido. En la Thorá, por ejemplo, en Lv. 18: “El hombre que hace estas cosas, por ello vivirá”, v. 5. El Salmo 15 cree lo que Dios promete allí, en Levítico 18. El suma algo de las obras de justicia de Dios, para luego concluir con la firme confesión: “El que hace estas cosas, no resbalará jamás”, v.

5.

Versículo 2:

“El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón”.

Cuando el SEÑOR nuevamente hizo presente a Abraham qué clase de comportamiento esperaba de sus aliados, usó la misma palabra que encontramos en este v. 2; véase Gn.

17: 1 : “Anda delante de mí y sé perfecto (en hebreo: tamim)”.

Otras versiones traducen: “y sé autentico, verdadero”. Nosotros preferiríamos traducir: “Anda con un corazón perfecto” o “con

- -

(11)

un corazón indiviso” en mi presencia. El SEÑOR no quería ser servido por aliados cuyo corazón estaba dominado por motivos divergentes, como el de un “hombre de doble áni- mo”, Stg. 1: 8, 4: 8. Nuestros ojos deben estar dirigidos sólo a Dios. El SEÑOR pide integridad

7

. No apartarse de sus ca- minos. Es algo diferente tropezar en el buen camino, que andar por un camino equivocado. El Salmo 19 expresa muy bien el significado de andar-tamim en integridad: “Preserva tam- bién a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí, entonces seré integró, y (a saber) estaré limpio (libre) de gran rebelión”, v. 13. La expresión “el que anda en integridad”

es realmente una indicación para los justos.

Aquí el espíritu de la religiosidad cristiana universal pro- voca un cortocircuito con la Sagrada Escritura: andar íntegra- mente, con un corazón perfecto, ¿quiénes pueden hacerlo?

¿Acaso nuestras mejores obras en esta vida no son todas im- perfectas y manchadas de pecado? ¿No somos todos misera- bles pecadores? Ya hablamos sobre estas cosas en el cap. 3, 6a., y volveremos sobre ello más detenidamente en el Sal- mo 26, también acerca de la palabra “integridad”. Ahora bástenos con lo que sigue.

De hecho, esta religiosidad pone en el mismo montón a todos los hombres como “todos pecadores”, a lo sumo dis- tinguiéndolos en creyentes pecadores e incrédulos pecadores.

“Pero de esta manera tan aparentemente piadosa es como se

difumina la profunda línea divisoria que el SEÑOR, en su Palabra,

hace entre los justos y los impíos (Ez. 13: 22)”, según se expresa

A. Janse en el prólogo de su libro “Los Justos en la Biblia”,

(tomo I, FELiRe 1984). “En nuestro tiempo, no es fácil pro-

fesar las palabras de Dios al respecto”, había observado an-

tes A. Janse; y añade: “nos amenaza el peligro que no nos

atrevamos a hablar de los “justos”, porque el mundo nos

considere directamente como “fariseos” que piensan ser mejor

que los demás. Y entonces no sólo nos ataca el “mundo”,

sino que también lo hará la “Cristiandad”, cuando nos atre-

vamos a hablar de los “justos” tal y como lo hacen las Sa-

gradas Escrituras. Un enorme arsenal de modernas expresiones

religiosas y de palabras que están de moda se hallan dispuestas

a hacer temblar con los juicios de Dios a los justos, a los

cuales Dios declara bienaventurados, mientras que acerca de

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“otras religiones” y de los impíos se habla con mucha indul- gencia”.

Pero, ¿existen esos “íntegros de conducta” también en realidad?

-¡Ya lo creo! La Sagrada Escritura, concretamente los Salmos y Proverbios, están llenos de ellos; véase Sal. 7: 8, 18: 23-32, 19: 7, 25: 21, 26: 1, 37: 18, 41: 12, 84: 11, 101: 2 y 6, 119:

1 y 80, Pr. 2: 7 y 21, 10: 9 y 29, 11: 20, 19: 1, 28: 10

8

. In- cluso algunos son citados por su nombre: “Noé, varón jus- to, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé”

Gn. 6: 9. También Job: “era este hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”, Job 1: 1. David, en 2 S. 22: 23 y ss. (= Sal. 18) dio una bonita descripción de lo que es “ser integro”: “Pues todos sus juicios estuvieron delante de mí, y no me he apartado de sus estatutos. Fui recto para con él, y me he guardado de mi maldad”, cf. Sal. 18: 22 y ss. En nuestro comentario del Salmo 26 abundaremos más ex- tensamente en el hecho que ¡David se atrevió a apelar a su propia integridad! Y, finalmente, Zacarías y Elisabeth, de quienes leemos: “Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todo los mandamientos y ordenanzas del SEÑOR”, Lc. 1: 6.

Todos estas gentes fueron llamadas “íntegros” a pesar de las cosas equivocadas que la Escritura sabe decir igualmen- te de ellas. Andar irreprensiblemente no es, pues, cuestión de impecabilidad, sino un asunto del corazón, de la direc- ción de vida u orientación de vida. Si esa es buena, enton- ces en la Biblia se le puede llamar generosamente “íntegro”.

Quién murmura de esto acudiendo ahora a hablar de “de- bilidad sobreviviente” (¡una verdad, por lo demás!), parece querer ser aun más piadoso que la Biblia misma.

Y si no tenemos cuidado, llega a pender involuntariamente, bajo todo este razonamiento, una cortina de humo, para la exigencia de que el SEÑOR ya presentó a Abraham como exigencia-del-pacto-por-antonomasia, y que aquí es repetida por David como fruto inevitable y necesario de fe en la promesa del Pacto de Dios, y como condición para la permanente comunión con Dios el SEÑOR: “Anda delante de mí y sé perfecto”, Gn. 17: 1.

¡Tales creyentes pueden ser eternamente familiares de Dios!

Para una buena compresión al respecto, y tal vez para

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mayor abundamiento, lo siguiente. Naturalmente los justos viven en comunión con Dios no en base a su andar íntegro.

El único fundamento de la salvación de Israel yacía en el hecho que Dios los había aceptado en gracia como sus hijos. Ahora diríamos nosotros: únicamente en base al sacrificio de Cristo en la Cruz somos aceptados por gracia como familiares de Dios. No hay otro fundamento para nuestra salvación. La gracia de Dios y la justicia y santidad de Cristo, nos son regaladas en la promesa del Evangelio, y son recibidas por la fe. Tal fe, como es natural, debe producir frutos; pues, de otro modo, estaría muerta, cf. Stg. 2. Ahora bien, esos frutos son tratados con más precisión en algunos párrafos en la continuación de este salmo.

Justicia y Verdad.

La traducción que la “Versión Estatal Neerlandesa” hace de este v. 2, dice: “quien anda rectamente y obra justicia, y quien habla la verdad con su corazón”. Tan frecuentemente como la Biblia use la palabra “justicia”, así de raramente lo hace la voz popular cristiana. Y si lo hace, también la carga con un contenido pagano. Como si justicia significase: aplicar la ley fríamente y sin piedad como un juez estricto e inquebran- table

9

. Pero como ya hemos visto en el cap. 2, 1., “justicia

“ es en la Sagrada Escritura precisamente una cosa amable.

Por “justicia del justo”, la Escritura entiende: su leal perse- verar en el Pacto de Dios en todos los momentos de la vida, y ciertamente no sólo en la sala del tribunal. Justicia es prác- ticamente otra palabra más para significar obediencia a los mandamientos de Dios, vivir en fe con el SEÑOR.

Y quien no simplemente algunas veces, sino constantemente

hace justicia, ese es un aliado con el que el SEÑOR no re-

sulta engañado, alguien sobre el que se puede edificar. Al-

guien así se llama, en el lenguaje de las Escrituras, un

hombre-de-verdad. En nuestro lenguaje hablamos de “verdad”,

cuando algo encaja exactamente con los hechos. Esta llamada

verdad “desnuda” puedes transmitirla a tu prójimo sin amor

alguno. Pero, cuando la Biblia usa la palabra “verdad”, po-

(14)

demos cambiarla tranquilamente para nosotros mismos por:

firmeza, solidez. Comparamos la mentira con hielo hueco, entonces la verdad es granito. Y esto es lo que el SEÑOR exige de sus familiares: se debe edificar sobre sus palabras, sin que pronto o tarde se abra una brecha. Si nos atenemos a la versión Reina-Valera (“habla verdad en su corazón”) aquí se exigiría, que también nuestras reflexiones deben estar selladas por nuestra fidelidad aliada, cf. Dt. 6 : 5 y s. (“amarás a Je- hová tu Dios de todo tu corazón”). Por lo demás, el israeli- ta hacía poca diferencia entre pensar y hablar.

Versículo 3:

“El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo,

ni admite reproche alguno contra su vecino”.

Naturalmente, también aquí se trata del rumbo de nues- tra vida. “Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo”, dice el apóstol Santiago (3: 2), el cual, por lo demás, ha avisado atinadamente contra los pecados y la indomabilidad de nuestra lengua, cf.

Stg.3: 5-8. Quien quiere permanecer viviendo en la comunión

con Dios, nunca deberá usar este pequeño pero poderoso

órgano, para blasfemar. Un familiar de Dios “no anda por ahí

con calumnias en su lengua”, también se puede traducir así

el v. 3. También se ha presentado está versión: “quien no

tropieza respecto a lengua”

10

. El versículo 3c habla de car-

gar afrenta sobre su prójimo. Expresado gráficamente. El escarnio

puede ser una carga pesada. De ello podía hablar David por

propia experiencia: ¡padecer bajo lenguas malignas! Estas estaban

en el entorno de Saúl, 1 S. 23: 19 y ss, 1 S. 24: 10, 26: 1 y

ss., 1 S. 19. Más tarde, el propio hijo de David, Absalón, preparó

una revolución con su lengua, 2 S. 15: 1-6. Cuánto debe haber

temido David también la lengua de Ahitofel, 2 S. 15: 31. Y

qué palabras tan blasfemas cargó el vil Simei sobre el rey que

huía. Incluso en su vejez, la vida de David fue entristecida

por lenguas malignas, 1 R. 1. Este padecer de David se ha

cumplido en la vida de muchos justos después de él, sobre

todo en la de nuestro Señor Jesucristo. ¡Cuánto escarnio le

han cargado falsos hermanos!

(15)

Los ejemplos muestran enseguida, que no es normal que miembros del pueblo de Dios se abstengan de difamación.

Sin embargo, esto deberá ocurrir, pues, de lo contrario, ¡no podemos permanecer familiares de Dios! A aliados tan fie- les les corresponde distinguirse favorablemente de Saúl y su camarilla, los falsos testigos de Nabot, los hermanos de Anatot que calumniaban a su paisano Jeremías, y los líderes eclesiales que escarnecieron a Jesús y sus apóstoles.

Ya hicimos notar, que en nuestro tiempo aún se ha veni- do a añadir el poder avasallador de la palabra escrita e im- presa. El poder que atribuimos a la pluma, el israelita se lo otorgaba a la lengua. “Quien no calumnia con su pluma, y en su periódico no carga afrenta sobre su prójimo”, pode- mos parafrasear alguna vez este versículo 3.

Versículo 4a:

“Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado, pero honra a los que temen a Jehová”.

¡He aquí nuevamente la barrera que los Salmos 1 y 2 nos han dibujado tan profundamente! La línea de demarcación entre los aparentemente píos, ricos impíos y sus hermanos justos perseguidos en la iglesia israelita. ¿Quieres poder permane- cer eternamente en la casa de Dios? Entonces debes esco- ger, ya ahora, posición, dice el v. 4 del Salmo 15. No excu- ses, pues, a los impíos (“viles”, se llaman aquí), pero honra a los justos (“los que temen a Jehová”), aunque no encuentres allí ni “muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles”, 1 Co. 1 : 26, cf. cap. 2, 3. Si el SEÑOR rechaza a los impíos, sus aliados deben mostrarse solidarios con El.

Recusables.

¿Había, pues, el SEÑOR rechazado, sin más ni más, a es-

tos impíos ya “desde la eternidad”? Acerca de esto habla muy

claramente la Escritura: “He aquí, Dios no aborrece al per-

fecto”, Job 8: 20. “Con el misericordioso te mostrarás mise-

ricordioso. Limpio te mostrarás para con el limpio, y severo

serás para con el perverso”, Sal. 18: 25-26. El SEÑOR, pues,

no obra caprichosamente. “Ciertamente él escarnecerá a los

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escarnecedores, y a los humildes dará gracia”, Pr. 3: 34 (cf.

acerca de los escarnecedores, cap. 3, 5). De los necios y perversos, de los que prácticamente no buscan a Dios y de los israelitas que persiguen al pueblo de Dios, el Salmo 53 dice: “... porque Dios los desechó”, v. 5. Aunque esto ya lo eran muchos en tiempos del Salmo 53, pues el poeta vio esta imagen de la iglesia israelita: “Dios desde los cielos miró sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido que buscara a Dios. Cada uno se había vuelto atrás; todos se habían corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni aún uno”, vs. 2-3. Por eso les había rechazado Dios, v.

5. Hubo tiempos en que el SEÑOR, excepto a un resto, re- chazó a todo Israel, 2 R. 17: 20, Jer. 31: 37 y ss. Uno de los rechazados citado por su nombre es Saúl, 1 S. 15: 23, 16: 1.

Sin embargo, allí se nos habla también de una motivación ex- presa: “Porque desechaste la palabra de Jehová, y Jehová te ha desechado para que no seas rey sobre Israel”, 1 S. 15: 26.

¿Quiénes, pues, pueden permanecer como familiares del SEÑOR, según el Salmo 15: 4? Aquellos que como fieles aliados del SEÑOR rompen con quienes su mismo Gran Rey ha roto.

También se ha propuesto traducir este v. 4, así: “El hombre despreciable es apartado de Su presencia, pero se deleita en aquellos que temen a Yahvé”

11

.

Así han actuado siempre los fieles aliados de Dios. Samuel amó mucho a Saúl, pero, esto no obstante, por mandato de Dios, debió tratarlo públicamente como un rechazado por el SEÑOR, 1 S. 15: 26, 16: 1. A los rechazados debemos des- preciarlos

12

; esto es lo que también muchos levitas, sacerdotes e israelitas temerosos de Dios llevaron a la práctica contra Jeroboam, 2 Cr. 11: 13 y ss. “Despreciaron” a este hombre

“rechazado”, abandonando sus bienes y trasladándose de Israel a Judá y Jerusalén, “para ofrecer sacrificios a Jehová, el Dios de sus padres”, 2 Cr. 11: 13 y ss., cf. 15: 9. Y cuando Josafat no “despreció” suficientemente a su “rechazado” cuñado Acab, llegó el vidente Jehú, hijo de Hanani, a reprenderle: “¿Al impío das ayuda, y amas a los que aborrecen a Jehová?”, 2 Cr. 19:

2, cf. 20: 35-37, 25: 7. Los paisanos de Jeremías eran “hom-

bres despreciables”, léase Jer. 11. Esto no obstante, ¿debía

Jeremías intentar, a costa de todo, permanecer un buen ami-

(17)

go con ellos? -No; el SEÑOR dio este consejo a su siervo: “Con- viértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos”, Jer. 15: 19.

No se califique esta actitud como “típicamente veterotes- tamentaria”. ¿Qué hizo nuestro Salvador cuando la masa de la iglesia israelita no le “acepto”? -Hablar en parábolas, “para que no vean con sus ojos (...) y ... entiendan y se convier- tan ...,” Mt. 13: 15. También el Señor Jesús respetó la anti- gua línea divisoria.

Y sus apóstoles siguieron su ejemplo mediante Su llama- da: “Sed salvos de esta perversa generación”, Hch. 2: 40. La división entre los enemigos de Jesús y sus seguidores discurrió a través de Israel. Pues, previamente había dicho que había venido a traer división (en la iglesia judía), Mt. 10: 34 y ss.;

cf. 10: 11-14. Quienes quieren permanecer viviendo con el

SEÑOR deberán respetar esta marcha de las cosas y actuar

según esta regla: “¿No negaría yo, Señor, a los que te nie-

gan?”

13

. Pero, según el Salmo 15: 4, ¡al mismo tiempo hon-

rar a aquellos que temen al SEÑOR! Aunque éstos sean los

pobres y despreciados en el mundo. Como David respondió

a su injuriosa mujer Mical: “... y seré bajo a tus ojos; pero

seré honrado delante de las criadas...”, 2 S. 6: 20-22. “Para

los santos que están en la tierra, y para los íntegros, es toda

mi complacencia”, Sal. 16: 3. Por eso Moisés rehusó pasar por

un hijo de la hija de Faraón, y aun cuando era algo así como

príncipe en la corte egipcia y doctor en ciencias egipcias, escogió

el lado de los trabajadores esclavos, “teniendo por mayores

riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egip-

cios”, He. 11: 24 y ss. Ejemplos como éste aun da más la Sagrada

Escritura; por ejemplo, Abdías mayordomo de la corte de Acab

y Jezabel. “Abdías era en gran manera temeroso de Jehová”,

1 R. 18: 3, y eso en aquel podrido entorno palaciego. Pero

aquel boato no le había apartado del SEÑOR y tampoco de

sus perseguidos correligionarios: “Porque cuando Jezabel destruía

a los profetas de Jehová, Abdías tomó a cien profetas y los

escondió de cincuenta en cincuenta en cuevas, y los sustentó

con pan y agua”, 1 R. 18: 4. Una actitud semejante tomó Isaías

en su tiempo. El era cronista en el palacio del rey Uzías (2

Cr. 26: 22) y debe haber sido un hombre de gran erudición

según sus profecías. Pero, a pesar de su formación cultural

y alta posición, no se avergonzó de pertenecer al pobre Resto

(18)

que en sus días aún temía al SEÑOR. Pero el ejemplo más hermoso de todos es el mismo Hijo de Dios. En la carta a los Hebreos, cap. 1, se le llama: “Heredero de todo”, y por quien asimismo hizo el universo... “el resplandor de su glo- ria”, He. 1: 2-3. Así como tampoco se avergonzó de llamar- nos sus hermanos, cf. He. 2: 11. El hizo lo que el Salmo 15 dice: “Honrar a quienes temen al Señor”, y esa actitud de vida espera de nosotros.

Versículo 4b y 5:

“El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia;

quien su dinero no dio a usura;

ni contra el inocente admitió cohecho.

El que hace estas cosas, no resbalará jamás”.

El dinero es un sensible instrumento de medida para quien hace justicia y ama la verdad. ¿Quieres permanecer eterna- mente en la casa del SEÑOR? Sé, pues, verdad (firmeza, so- lidez), no retrocediendo jamás a una promesa nociva; o, en otra forma, aprovechándote de tu prójimo. En el Antiguo Oriente, los porcentajes de renta entre el 20-33 % eran normales. No es extraño, pues, que la palabra hebrea para indicar renta, significase “mordisco” o “bocado”. Pedir renta era algo así como morder a tu deudor

14

. A este respecto, observamos que, en el Antiguo Oriente, aún no se conocía nuestra costumbre de prestar dinero con el fin de poder comerciar con él. Antigua- mente, quien tomaba dinero prestado lo hacía por necesidad.

¿Aprovecharse entonces de aquella necesidad? Para eso no había libertado el SEÑOR a sus israelitas de sus opresores egipcios, para que ahora se dedicasen a oprimirse mutuamente, Ex. 22:

25, Lv. 25: 35-38, Dt. 23: 19 y s. También frente a un her- mano en necesidad, un israelita debía perseguir la justicia, cf. Sal. 15: 2, no pidiendo renta de un co-israelita. ¿Quieres permanecer huésped cerca del SEÑOR? Pues no te hagas jamás un “nose’ ” (prestamista), como el mundo pagano lo cono- cía; y también Israel bajo el reinado de Saúl, 1 S. 22: 2; cf.

2 R. 4: 1; y sé incorruptible. También en esto remedaba el salmista a Moisés, cf. Ex. 23: 8, Dt. 16: 19, 27: 25. “Porque el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las pa-

˘

(19)

labras de los justos”, Dt. 16: 19. “Ciertamente la opresión hace entontecer al sabio, y las dádivas corrompen el corazón”, Ec.

7: 7

15

. Los familiares de Dios deben poder decir con Samuel:

“Atestiguad..., si de alguien he tomado cohecho para cegar mis ojos con él”, 1 S. 12: 3. Entonces están bajo la prome- sa: “Quien actúa así, no resbalará jamás”.

Los intachables jamás tropezarán.

En lo que llevamos dicho, mencionamos aposta en cada versículo algunos ejemplos de justos que cumplían estas exigencias. Pues, si “andar en integridad”, según ciertos cristianos debe ser imposible, por los mencionados ejemplos puede ser que dentro del pueblo de Dios, sin duda alguna, sea una realidad, y, según el Salmo 15, constantemente necesario.

Es curioso, que el salmista, en la última línea, no se re- monta a su pregunta en el v. 1: “¿Quién morará...?”, pero formula su conclusión así: “El que hace estas cosas, no resbalará jamás”.

Evidentemente, esto venía a decir lo mismo para él. Quien está del lado del SEÑOR, tiene una posición segura en el malecón de cemento de su Pacto y promesas, sobre los tor- bellinos de la muerte y de la corrupción. Sobre esa plataforma,

“no se resbala jamás”.

En el capítulo siguiente, al considerar el Salmo 16, vere- mos aun más detenidamente que también los creyentes del Antiguo Pacto creyeron sin duda alguna, que su vida esta- ba segura y escondida en el SEÑOR, más allá de la muerte.

También ellos creyeron ya en la resurrección de los muer- tos y en la vida del siglo venidero; cf. Dn. 12: 13. Pues, si no, ¿cómo Marta -una mujer que aún vivió bajo el Pacto Antiguo, cuando ya estaba a punto de envejecer y morir, He. 8-, re- pito, cómo Marta, si no, podría haber dicho de su hermano Lázaro muerto: “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero”?, Jn. 11: 24. No necesitamos en modo algu- no que expliquemos esto por el hecho que ella vivió en el umbral de dos economías, pues también Abraham ya consi- deró, que Dios tiene poder para resucitar muertos, He. 11:

17 y ss.; pues miraba más allá de la tierra prometida Canaán,

He. 11: 10-16; cf. 2 R. 5: 7. Recordamos estos hechos, para

(20)

que sobre todo el final del Salmo 15 -”no resbalará jamás”- no se lea con unas gafas gnóstico-marcionistas, de manera que aquí se vuelva a hacer notar una “antítesis” entre “jamás”

(eternamente) en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Tes- tamento. David, según la última línea de su salmo, ya supo muy bien, que un hombre en el camino de un cumplimien- to creyente (no farisaico o “legalista”) de los mandamientos de Dios, y observando lealmente su Pacto, no resbalaba ja- más (eternamente).

Con lo cual mira hacia la vida en el siglo venidero.

El Salmo 15 se parece un poco al Sermón del Monte de nuestro Señor Jesucristo. En el mismo, nuestro Salvador dio parecidos y concretos mandatos como David en este Salmo, cf. Mt. 5: No hacer injusticia ni impureza, refrenar la lengua...

Ambos textos deben ser leídos como promesa del Rey para nosotros, los ciudadanos de su Reino: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, ese entrará en su Reino.

Pero quien no las hace, como cristiano o como iglesia en la vida diaria, su caída será grande”, Mt. 7: 24-27. El final del Sermón del Monte y el del Salmo 15 hablan en la misma lí- nea. Como Juez de toda la tierra, Jesucristo confirmará el final de este salmo en el día del Juicio, sea bueno, sea malo. Pero quien ahora hace lo que dice el Salmo 15, no “perecerá fuera”

bajo el peso de la sentencia de Jesús: “Apartaos de mí...”, Mt.

25: 41.

(21)

NOTAS

1. A. Weiser, Die Psalmen (ATD), Göttingen 1950, I 107. También R. Kittel, Die Psalmen 1914, 49, pierde aquí en primer lugar el sentido de la impotencia moral que ciertamente sabe del “querer”, pero no conoce el “realizar”. Una sorprendente manifestación de impotencia, y esto de la pluma liberal de R. Kittel.

2. H. J. Kraus, Psalmen I, 1960, 111: El tema “preguntas de la Thorá” como en 2 S. 21: 1 y ss., Ag. 2: 11 y ss., Zac. 7: 1 y ss., habría llegado a su completo desarrollo en una “liturgia de la Thorá” o “liturgia de Introito”. Sin embargo, de esta forma se concluye, sin prueba de las Escrituras, desde una semejante costumbre egipcia o acádica, en una israelita. J. L. Koole, Psalm XV (OTS, XIII, Leiden 1963, 99) se plantea el Salmo XV como preparación de la instalación de un rey, tam- bién en base a la poco menos que perfecta santidad que aquí se exige.

3. H. Keszler, Die Psalmen, Munchen 1899, a. l. Por nada se evidencia que este salmo fuera compuesto originalmente para su uso en el culto.

4. H. Schmidt, Die Psalmen, Tübingen 1934.

4a. Véase cap. 1, 1b.

5. Las palabras “tienda” y “monte santo” son tomadas como metáforas o len- guaje figurado por muchos autores, entre otros, por: Valeton, De Psalmen I, 89 s., A. Cohen, The Psalms, London-Bournemouth, 1950: “El significado es: ¿quién está justificado (para acercarse a Ti)?” Con lo cual, caen también las objeciones cronólogicas contra la paternidad literaria de David. Por lo demás, David mismo arregló el traslado del arca a la nueva tienda en Sión, 2 S. 6: 12 y ss., 1 Cr. 16:

1 y ss.

6. L. Köhler, Lexicon s. v. gr. (pues así está escrito literalmente en el Lexicon en cuestión). El idioma hebreo se escribe frecuentemente sin vocales. La palabra

“geer” es la versión popular de la correspondiente hebrea “gr”.

7. M. Dahood, Psalms I, a. l.

8. En la Nueva Versión Neerlandesa de la Biblia es traducida por: piadoso, inocente, sincero.

9. Mr. H. M. Bianchi, Ethiek van het straffen, Nijkerk 1964, 36-64, manifiesta que la opinión bíblica de la justicia en la jurisprudencia nunca ha podido ocu- par el lugar de la justicia de los antiguos grecorromanos, y eso a pesar de que la opinión bíblica de la justicia es mucho más saludable.

10. M. Dahood, a. l.

11. M. Dahood, a. l.

12. También se traduce: “El (el piadoso) es despreciable en sus (propios) ojos”;

dicho de otra manera: él es humilde, cf. R. F. Edel, Hebräisch-Deutsche Präparation zu den Psalmen, Marburg 1966, a. l.

13. Una alusión al Salmo 139: 21-22. B. Holwerda, en su serie de artículos titulada

“Populair-wetenschappelijke bijdragen”, Goes 1962, acerca de la palabra “odiar”, hizo notar lo siguiente: “En ella se hallan para nosotros ahora los momentos de aversión, hostilidad y pasión. Cuando “odiamos” a alguien, estamos opuestos in- cluso muy violentamente al mismo. Pero en la palabra “sane’ ” (usada también en el Salmo arriba mencionado, F. van Deursen) que es traducida frecuentemente por

“odiar”, las cosas están de otra manera. En ella no se precisa contener, que se ha mordido pasional y mortalmente a alguien. Pero puede ser, que se sea más o

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(22)

menos indiferente para con él; e incluso esto no es preciso que sea en todos los casos. También puede ser, que, frente a alguien así, se sea algo descuidado y negligente, de modo que se le desdeñe algo; asimismo, que aun sintiendo simpatía por al- guien, al estar éste junto a otro, se le pone detrás; y otras cosas por el estilo. Pero ahora tampoco es cuestión de traducir “sane’ ”, sin más, por “odiar”, en otros lugares en los que el texto original tiene esa palabra, cf. o. c. pág. 74 y 199, donde B.

Holwerda, con ocasión de una pregunta hecha por escrito acerca de esta cues- tión, se opuso al “momento-del-decreto-de-condenación colocado muy deprisa en Mal. 1: 3 por conducto de Ro. 9, mientras que el texto no da motivo para ello, y también que Ro. 9 nada dice al respecto, cuando la cita de Malaquías viene allí a colación. Estoy de acuerdo, pues, con quien afirme, que se debe tener cuida- do en no convertir aquí la palabra “odiar” en un “odiar-de-eternidad” o algo pa- recido. Sólo añadiré una cosa: a mi propio entender, ese momento no está en el

“odiar” como tal. Con tal que a la palabra “odiar” se la deje tener su significado histórico, este término es el preferido en Malaquías capítulo 1".

14. H. J. Kraus, Psalmen I, p. 115.

15. “Las querellas o acusaciones por aceptar regalos por parte de los jueces ya son antiguas. Estaban originadas mayormente por la falta de un salario fijo de los jueces. Como tales actuaban inicialmente los ancianos”. Así opina B. Duhm, a. l.

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