EL JUEGO DE LA COMPASIÓN
Más allá de lo aparente
Echa una red bien grande
Un hábito que cultivar
Yo llegué primero
¿Egoísmo o altruismo?
Bajo la lupa
Mi nueva vida
C A M B I A T U M U N D O C A M B I A N D O T U V I D A
Año 23 • Número 9
1. V. Lucas 19:10 2. Lucas 23:34
A NUESTROS AMIGOS seamos bondadosos
Inquietud, incertidumbre, desazón, son palabras que expresan mis sentimientos sobre el estado actual del mundo y que probablemente reflejan también los que abrigan ustedes. Cuando apenas se vislumbraba una salida a la devastadora pandemia de COVID 19 y las subsecuentes estrecheces y privaciones —temas que abordamos a fondo en anteriores números de la revista—, estalla la guerra de Ucrania que ha dejado por los suelos nuestras esperanzas de alivio a tanto malestar y tensión.
Teníamos la ilusión de que las cosas mejoraran, pero no ha sido así. Y es que como reza el refrán: La esperanza luenga aflige el corazón. La brutal invasión de Ucrania, traducida en la mayor guerra de agresión librada en el continente Europeo en 75 años, ha dejado nuevamente en suspenso nuestras esperanzas.
(En el presente número publicamos un artículo de una de nuestras colabora- doras habituales que trabajó allí muchos años con los refugiados hasta que en marzo de 2022 tuvo que huir del este de Ucrania.) Pero esa no ha sido la única causa de angustia, ya que en otras partes del mundo la violencia sigue haciendo de las suyas y la situación de pobreza y desamparo de millones nos sigue atormentando. A la luz de todo aquello, ¿de qué manera podemos responder nosotros como individuos? La bondad y la compasión son un buen punto de partida; pero ¿cómo expresarlas?
Sin ir más lejos, el mejor ejemplo de bondad lo encontramos en esa Biblia que yace dormida en las estanterías de muchos hogares. Según el Evangelio, Jesús llevó una vida de perfecta bondad. Se pasó tres años, casi ininterrumpida- mente, curando a los enfermos, dando de comer a los hambrientos, enseñando a la gente, cuidando a las viudas y dedicando atención a los niños.
Obró con total abnegación en todo lo que hizo. Cuando advertía alguna necesidad, se abocaba a satisfacerla, aun cuando Él mismo estuviera cansado y desprovisto de fuerzas. Era benévolo, aun con quienes no se lo merecían. En su misión de buscar y salvar a los perdidos, Jesús fue la viva expresión de la bondad divina, y finalmente entregó Su vida para que nosotros accediéramos a la vida eterna.1 Hasta en la cruz manifestó compasión orando por sus verdugos: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».2
¿A qué huelen entonces la bondad y la compasión? Pues a Jesús. Que Él sea nuestro modelo de conducta y la bondad, nuestro estilo de vida, hoy y cada día.
Gabriel García V.
Director
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Utilizados con permiso.
Año 23, número 9
Hace varios años una de mis vecinas era una niña tímida de 10 añitos con ojos muy curiosos y una enorme sonrisa.
Un día Eva mencionó su sueño de aprender a tocar el piano. Por desgracia, sus padres apenas lograban llevar comida a la mesa para una familia de ocho, y no podían permitirse comprarle un piano, mucho menos pagarle las clases. Nuestra conversación pronto pasó a otras cosas, pero no conseguía pensar en otra cosa que mi viejo y pol- voriento teclado guardado en el armario durante muchos años y en todas las clases de piano que había recibido de niña, que no había agradecido en aquel momento. Me acordé del versículo bíblico «De gracia han recibido; den de gracia».1
Le pregunté a Eva si quería que yo le enseñara a tocar, y sus ojos se iluminaron. «¡Me encantaría!», exclamó.
Y así fue que empezó a venir a dar clases y a ensayar gratis. Compartimos momentos maravillosos juntas,
EVA Y SU SUEÑO DEL PIANO
Irena Žabičková
1. Mateo 10:8
2. http://www.perunmondomigliore.org
durante los cuales también pude presentarle a Jesús. Los días de clase, cuando yo volvía del trabajo, ella siempre me esperaba ansiosamente en la puerta de mi casa con sus hojas de música.
Con el tiempo, nuestros caminos se separaron, pero hemos mantenido contacto a lo largo de los años. Ahora tiene su propia familia, y aunque no llegó a ser pianista profesional, toca lo suficientemente bien como para alegrar su propia vida y enseñar a sus hijos.
Y lo que es más importante, ha puesto a Jesús en el centro de su vida. Él es su ancla y su amigo, y ella transmite su fe a los demás.
Estoy muy agradecida de que Dios haya traído a Eva a mi vida y de que yo haya podido añadir mi pieza al mosaico de su vida. Esta experiencia me enseñó la impor- tancia de dar, y que donar nuestro tiempo a veces puede tener un efecto mayor del que podemos imaginarnos.
Irena Žabičková trabaja de lleno como voluntaria de Per un Mondo Migliore2 en Croacia y en Italia. ■
EL JUEGO DE LA
COMPASIÓN
subyacentes que motivan a alguien a actuar o responder de cierta manera.
A mi juicio esta debilidad tan común en los seres humanos de suponer lo negativo o sacar conclusiones desfavorables resalta la importancia de esmerarnos con- tinuamente por adoptar la mente de Cristo. Es necesario hacer un esfuerzo concentrado para evitar caer en esas tendencias negativas. A menudo pensamos que conoce- mos la situación y que podemos evaluarla acertadamente, cuando la verdad es que solo vemos parte del panorama global.
¿Podemos acaso conocer los pensamientos de una persona o saber lo que alberga en su corazón? ¿Podemos auscultar su alma y determinar los detalles íntimos de su vida? Claro que no.
1. Romanos 7:15 2. 2 Corintios 10:5
3. V. Filipenses 4:8; Romanos 9:15
Es natural hacer suposiciones sobre las personas.
Lamentablemente las cosas que suponemos, en muchos casos, son negativas. En lo personal, he visto que es muy fácil hacer eso. Constantemente pido al Señor que me detenga ante el primer pensamiento de crítica o senti- miento de fariseísmo y superioridad moral que me nazca por los demás. Todos sabemos que según las Escrituras no es bueno pensar así de otras personas. No refleja la natura- leza de Jesús. Por muy técnicamente acertadas que sean esas apreciaciones, puede que sean poco benevolentes o superficiales. Quizá ni tengan en cuenta todos los factores María Fontaine
Cuando se desconocen los motivos que tiene alguien y no estamos de acuerdo con sus actos o sus puntos de vista, o nos caen mal, es fácil resolver que sus móviles están más equivocados que acertados. En cambio, cuando acudimos a Jesús y le permitimos que dirija nuestros pensamientos, puede hacernos ver las cosas como Él las ve.
Sabemos que está mal criticar a otras personas.
Sabemos que desagrada a Dios y es contrario a Su Palabra.
No obstante, como dijo el apóstol Pablo: «Lo que hago, no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago».1
Superar nuestra naturaleza pecaminosa es un proceso continuo. Vivir inmersos en este mundo también incide en nuestro carácter; de ahí la importancia de esforzarnos para que nuestras actitudes sean acordes con las enseñan- zas de Jesús. Forma parte del principio bíblico de llevar
«cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.»2 Creo que todos recordamos momentos en que nuestras palabras se juzgaron errónea o arbitrariamente, u ocasiones en que nuestros actos se malinterpretaron y en que nues- tros esfuerzos sinceros se rechazaron debido a sospechas o ideas preconcebidas. Duele. Puede ser muy desalentador.
O tal vez nos acordamos de algo que hicimos o dijimos y que resultó ser un torpe y burdo intento de ser compren- didos, amados o reconocidos, pero que otras personas no entendieron y consideraron que pretendíamos herirlas intencionalmente a ellas o a terceros. Sabiendo lo que se siente en esos casos, quizá debamos mirar a los demás y darnos cuenta de que ellos se podrían sentir de la misma manera. De ser así, tenemos la oportunidad de hacer algo para aliviar su dolor.
Independientemente de que la persona a la que critiquemos esté en lo cierto o se equivoque, nosotros nos equivocamos al caer bajo el influjo de un espíritu de crítica. Sé que yo he sido culpable de emitir juicios pre- cipitados acerca de las personas, y a menudo esos juicios resultaron ser equivocados.
Así pues, hice un esfuerzo por cambiar esa costumbre negativa en una positiva pidiendo al Señor que me
revelara cuál era Su parecer sobre la situación. Él me recuerda que practique una especie de juego, El juego de la compasión, que consiste en pensar en situaciones hipoté- ticas o posibles razones que aclaren que lo que me parece negativo tal vez en realidad sea un grito de auxilio por parte de esa persona. Es posible que con la guía del Señor yo pueda satisfacer de algún modo esa necesidad. Quizá la ayuda que pueda ofrecer sea principalmente por medio de la oración, pero eso no la hace menos eficaz.
La Biblia nos exhorta a pensar en lo bueno, en todo lo que es de buen nombre, lo bello, lo amable, lo amoroso, y a ser compasivos y misericordiosos en vez de suponer lo peor.3 Mientras más dejo que el Señor guíe mis pensa- mientos hacia el bien, más me voy formando el hábito de reaccionar positivamente.
Otra forma de crearse el hábito de ver lo positivo es poner en práctica lo que alguien sensatamente dijo:
«Enseñando aprendemos mejor». Cuando estamos con nuestros hijos y nietos, los padres y abuelos podemos valernos de las experiencias que hemos tenido como oportunidades de impartir enseñanzas. Instruir a los niños a que participen en El juego de la compasión no solo los ayuda a cultivar un corazón tierno hacia los demás, sino que también les enseña humildad y comprensión.
Además aprenden acerca de la oración y cómo emplearla para ejercer una influencia positiva en la vida de las personas. Puede ayudarlos a aprender a tratar a los demás del mismo modo en que quieren que se los trate a ellos y hasta mirar sus propias dificultades y defectos desde una perspectiva más favorable.
Lo más probable es que empieces practicando El juego de la compasión en solitario. Sin embargo, las bendiciones y beneficios que reporta van aumentando a medida que transmitimos a otros lo que hemos aprendido.
María Fontaine dirige juntamente con su esposo, Peter Amsterdam, el movimiento
cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original. ■
Conocí a una pareja de abuelos cuya casa estaba amueblada con sillones antiguos y decorada con adornos florales y alfombras de color burdeos. Además de ser una experimentada ama de casa, cantante de ópera y diligente jardinera, la anciana, de contextura muy pequeña y esbelta, a la que llamábamos cariñosamente abuela, era una excelente cocinera.
Uno de sus platos favoritos era el delicioso pollo asado que preparaba con papas al vapor, hierbas y guarniciones.
La abuela se había criado con la idea de que el muslo de pollo era la parte más deseable del mismo, ya que producía la carne más jugosa y suculenta. Le encantaban los muslos, pero cuando dividía el medio pollo que compartía con el abuelo, siempre se los daba a él.
El abuelo, un destacado juez, era tranquilo por naturaleza, y pasaba la mayor parte del día estudiando archivos relacionados con su trabajo y leyendo en su copiosa biblioteca.
Cada vez que la abuela le servía la comida, él respondía con un sosegado «gracias».
Eso, hasta que un día, a los pocos años de casados, él le preguntó amablemente:
—¿Sería posible que esta vez me quedara con la otra presa? —y procedió a explicarle que en realidad él prefería la carne blanca.
Lo que él pedía sorprendió a la abuela. Durante todo ese tiempo ella había dado por sentado que el muslo de pollo era la mejor parte y se la había dado de buena gana al abuelo. Del mismo modo, él había supuesto que ella debía de preferir la pechuga de pollo y se la había cedido de buen grado. Ambos se rieron mucho del incidente y, a partir de entonces, cada uno tuvo su presa preferida.
Su matrimonio duró más de 50 años, puesto que ambos se comprometieron a vivir el siguiente principio:
«No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a uste- des mismos. Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás.1
La sinceridad y la amabilidad son cualidades primordiales para el éxito de las relaciones.
Li Lian es una profesional licenciada en tecnología de la información y trabaja como administradora de sistemas de una organización humanitaria de África.■ Li Lian
LOS ABUELOS Y LAS PRESAS DE POLLO
Probablemente la bondad sea mi atributo número uno en un ser humano. La antepondría a cualquier otra cosa, fuere el coraje, la valentía, la generosidad o cualquier otra. Roald Dahl (1916-1990) Irradia el amor allá donde vayas. Que nadie se acerque a ti sin irse más contento. Madre Teresa (1910-1997)
1. Filipenses 2:3,4 NVI
La adaptación de 2015 de La cenicienta retrata a una joven que vive su vida según el lema que le enseñaron sus padres antes de morir: «¡Ten valor y sé amable!».
Mientras pensaba últimamente en lo que Dios espera de la humanidad, me acordé de este mensaje. En esencia,
¿por qué nos puso Dios aquí? Los teólogos nos explican que según la Biblia Dios ya constituía una comunidad de tres personas en un solo ser —Padre, Hijo y Espíritu Santo— que tenían un amor perfecto e infinito entro de Ellos y no necesitaban más. Nos crearon para que más seres pudieran ser partícipes de ese amor. El corazón de Dios rebosaba de tanto amor que anhelaba compartirlo con más personas.
Jesús dijo que lo más importante de nuestra existencia es amar a Dios con todo el corazón, el alma y la mente, y amar al prójimo como a uno mismo1. Y la valentía es casi igual de importante, porque a menudo se necesita valor para ser cariñoso, para hacer lo correcto, para proteger a los demás de daños y simplemente para afrontar los avatares de la vida cotidiana.
Dios requirió de un amor infinito, amén de una infinita valentía, para enviar a su Hijo a nuestro resque- brajado mundo, encarnado en un niño pequeñito, a fin de caminar por nuestros caminos polvorientos y compartir nuestras penas y enfermedades. Jesús igualmente requirió de un amor y un coraje infinitos, para soportar el dolor de la vida y el suplicio de la muerte en la cruz a fin de poner a nuestro alcance la vida eterna.
La moraleja de la película era que Cenicienta no podría haber soportado todas las penalidades que tuvo que pasar sin aquellas dos importantes virtudes. Estoy
Rosane Pereira
convencida de que nosotros tampoco podemos. Debemos optar por andar de la mano de la bondad con los demás, aun cuando no sepamos el camino a seguir. Y debemos ser valientes para afrontar lo que se nos presente, con la fe de que nuestro Padre celestial nos guía con Su amor y sabiduría.
Rosane Pereira es profesora de inglés y escri- tora. Vive en Río de Janeiro (Brasil) y está afiliada a La Familia Internacional.■
1. V. Mateo 22:37-39
TEN VALOR Y SÉ
AMABLE
C O M P A S I Ó N I N D I S C R I M I N A D A
[La] insistencia en la naturaleza absolutamente indiscriminada de la compasión dentro del Reino es la perspectiva predominante de casi todas las enseñanzas de Jesús.
¿Qué es la compasión indiscriminada? Fíjate en una rosa. ¿Es posible que la rosa diga: «Ofreceré mi fragancia a la gente buena y la retendré de la gente mala?» ¿O te imaginas una lámpara que retenga sus rayos de una persona malvada que quiere caminar a su luz? Solo podría hacerlo dejando de ser una lámpara. Y observa cómo un árbol brinda impotente e indiscriminadamente su sombra a todos, buenos y malos, jóvenes y viejos, altos y bajos; a los animales y a los seres humanos y a toda criatura viviente, hasta a quien pretende cortarlo. Esa es la primera cuali- dad de la compasión: su carácter indiscriminado.
Anthony de Mello (1931-1987)
1. Mateo 25:40 NVI
Entro y oigo voces a mi alrede- dor, pero no entiendo nada.
¿Cuántas veces estuve en un lugar simi- lar? En las instalaciones de una asociación o de una organización sin fines de lucro que trabaja con personas necesitadas: discapacitados, niños con necesidades especiales, madres solteras, huérfanos, ancianos y, por supuesto, refugiados de todos los rincones imaginables del planeta.
En esos lugares reina un ambiente especial. No es fácil describirlo. Con nuestros propios ojos vemos de cerca vidas destrozadas y un increíble sufrimiento, ese dolor cotidiano que se suele sobrellevar en silencio y soledad.
Nos vemos frente a almas traumatizadas y corazones adoloridos, y nos damos cuenta de que cuando la deses- peración se encuentra con la esperanza, la indiferencia se torna en acción y la depresión se puede superar gracias a los actos de bondad de personas que se interesan.
He participado en muchas iniciativas de ese tipo en distintas partes del mundo y con frecuencia me pregunto qué motiva a mis compañeros voluntarios —estudiantes universitarios, padres y madres de mediana edad, jubila- dos—, la gente corriente que hace un aporte sustancial.
¿Será empatía? ¿Fe en Dios? ¿El deseo de hacer el bien, de ser útil, de generar cambios? Quizá un poco de todo.
BAJO LA LUPA
Mila Nataliya A. Govorukha
He trabajado años en obras humanitarias en Rusia, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Alemania, Rumanía, Filipinas, Moldavia, Irak y, huelga decirlo, en mi propio país, Ucrania. A mediados de los noventa pasé cinco años en la región ucraniana de Járkov, trabajando en orfanatos, presentando teatros de títeres, organizando la distribución de regalos de Navidad y convocando estudiantes para que hicieran voluntariado con nosotros. Más recientemente
—entre 2015 y 2017— participé durante dos años en campamentos para niños de familias desplazadas de la región de Donetsk, algunos de los cuales también dirigí.
Antes de la pandemia de Covid-19 estuve trabajando con un grupo en la creación de murales para instituciones infantiles. Nuestro último mural se pintó en diciembre
de 2021, una época que parece ya parte de un pasado remoto. Una vida anterior. Antes de la guerra.
¿Podré volver algún día a mi tierra amada, mi magnífica y atormentada tierra? ¿Se me pasó alguna vez por la cabeza que saldría huyendo de allí para salvar la vida? ¿Y que tendría que reunir toda la información disponible sobre mi condición de refugiada, derechos, posibilidades y las limitaciones del régimen de protección temporal?
¿Que tendría que trazarme por lo menos el bosquejo de un plan? ¿Extrañada sin saber cuándo acabaría la guerra?
Así pues, entro al recinto.
Me dicen que puedo solicitar información en tal y tal asociación, ubicada en una calle secundaria de un pequeño pueblo de Europa Occidental, a donde llegué en mi huida. Una persona muy amable me saluda en la puerta —¡gracias a Dios, en inglés!— y me ofrece un té o café. ¡Ah, se puede elegir!, y si se prefiere con azúcar y leche. Me extiende una galleta envuelta en plástico transparente.
Me encuentro luego esperando en la cola dentro de un pequeño patio con personas de al menos 15
nacionalidades: hombres, mujeres y niños de Oriente Medio, África y Ucrania.
Cuando llega mi turno, otra persona con una placa me lleva al interior de una pequeña oficina con dos mesas y seis sillas. ¿Qué necesito? ¿Comida? ¿Zapatos? ¿Champú, cepillo de dientes? ¿Clases de idiomas? ¿Y un corte de pelo gratis?
Valery, la peluquera de 52 años que habla inglés, me lleva a la siguiente habitación, del tamaño de un armario grande. Me abraza cuando le digo que soy de Ucrania, luego me sienta en una modesta silla, me cubre con una capa negra para cortar el pelo y me pregunta qué peinado me gustaría.
Ahí se me salen las lágrimas. ¿Por qué lloro? Ya no estoy segura. Lo único que sé es que mi vida nunca volverá a ser igual.
Valery mantiene una animada conversación mientras trabaja. Me cuenta un poco sobre su vida. Prefiere el café negro sin azúcar. Tiene un hijo mayor que vive en Italia.
Y no deja de preguntarme cómo me gusta mi pelo en la parte de atrás y mi flequillo. Dice que es una contable que trabaja en la ciudad vecina y que sirve de voluntaria aquí una vez al mes.
Me siento cuidada, acogida, desahogada y compren- dida. Al final me da una pequeña tarjeta azul con sus datos.
—Escríbeme. Para cualquier cosa que necesites. O simplemente para juntarnos a tomarnos un café y charlar.
Agradezco profundamente a Valery, a la señora que me inscribió y me explicó cómo podía recibir ayuda aquí, a los voluntarios del pasillo, al señor de la entrada.
Caminando lentamente por las calles de esta ciudad nueva para mí, un versículo de la Biblia que aprendí de memoria cuando era más joven cobra nuevo sentido: «En verdad os digo que todo lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicisteis»1.
Con la atención de personas bondadosas como esas, y con el amor y el amparo de Dios, estaré bien.
Mila Nataliya A. Govorukha es consejera juvenil y voluntaria ucraniana. ■
EL MEJOR REGALO
1. 1 Juan 5:14 NVI
Keith Phillips
La vida abunda en dificultades y empresas que ponen a prueba nuestra fe y determinación. En algún momento u otro, todos nos encontramos en una situación particularmente angustiosa. Aunque en esos momentos solemos acudir a Dios, en muchos casos nos parece que nuestras plegarias resultan insuficientes. A veces ello obedece a que hemos perdido la práctica; otras a que nos consideramos faltos de fe o indignos del favor divino, y otras al infun- dado temor de que aun nuestras más sentidas súplicas se quedarán cortas. En circunstancias así es cuando más apreciamos el amor, el interés y las oraciones de los demás.
Esto, naturalmente, es recíproco. El hecho de respaldar a alguien en su momento de necesidad y traducir el amor y la preocupación que sentimos por una persona rezando por ella son dos medios muy eficaces de llevar a la práctica la Regla de Oro: Haz con los demás como te gustaría que hicieran contigo.
Además de ser lo más indicado, orar por alguien es también lo más inteligente que podemos hacer. Nada sacamos con preocuparnos de la situación. Intervenir personalmente en el asunto en muchos casos tampoco sirve de mucho. En cambio, endosarle el problema a Dios en oración sí garantiza que obtendremos los mejores resultados, ya que
«esta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que, si pedimos conforme a Su voluntad, Él nos oye.1
No hay medio más asequible y eficaz de ayudar al prójimo que la oración. Sin duda es el menos costoso y el que mejores resultados acarrea. Si bien es posible que al orar Dios nos indique algo con- creto que hacer con miras a paliar la situación, nuestra reacción inmediata ante un apuro o conflicto debiera ser ponernos a rezar.
Tengámoslo presente la próxima vez que un ser querido o alguien próximo necesite de nuestras plegarias. Y como nos enseñó Jesús, el prójimo es cualquiera que precise nuestra ayuda.
Keith Phillips fue jefe de redacción de la revista Activated, la versión en inglés de Conéctate, durante 14 años, entre 1999 y 2013. Hoy él y su esposa Caryn ayudan a personas sin hogar en los EE.UU. ■
O R A C I Ó N PA R A
E N T R E G A R T U C O R A Z Ó N A D I O S
Te agradezco, Jesús, que hayas dado Tu vida por mí para perdonar todo lo malo que he hecho. Te abro ahora la puerta de mi corazón y te pido que entres en mí. Perdóname todos mis pecados, lléname del Espíritu Santo y concédeme Tu don gratuito: la vida eterna. Amén.
YO LLEGUÉ PRIMERO
buen empleo se lo cediera a otro que está cesante y justo de dinero.
Tales ejemplos son un tanto extremos, pero ¿qué hay de los pequeños actos de consideración? ¿Con qué frecuencia las personas que van sentadas en el bus o en el metro ceden su asiento a los que acaban de montarse y todavía no han tenido ocasión de descansar los pies? ¿Es mucho pedirnos que hagamos esos pequeños sacrificios?
¿Será que no los hacemos simplemente porque no vemos que otros los hagan y nadie nos los exige?
Bien pensado, actuamos así llevados por el egoísmo, por nuestra naturaleza pecaminosa. El amor de Jesús, en cambio, nos da fuerzas para romper con el inmovilismo.
Él enseñó: «Den, y se les dará; porque con la medida con que miden se les volverá a medir.»1 Desde luego hoy en día esos son conceptos que rompen con los esquemas imperantes. ¡Vaya manera de aferrarnos a nuestros derechos! Sin embargo, Dios desde un principio quiso que fuéramos generosos y altruistas, y con Su amor podemos serlo. Si practicáramos esa clase de amor, el mundo sería bien distinto.
Jorge Solá es traductor y tiene nueve hijos.
Está en la junta directiva de Arriba las Manos2, organización colombiana sin ánimo de lucro dedicada a mejorar la educación en comunidades costeñas y promover
programas de desarrollo personal para niños desfavorecidos. ■
Jorge Solá
Mi hijo —que en aquella época tenía 3 años— estaba haciendo un juego educativo en la computadora cuando su hermana —entonces de 6— reclamó que la dejara jugar también a ella un rato. La respuesta del más pequeño fue típica:
—Yo llegué primero.
No sé de dónde lo había aprendido él, pero me di cuenta de que ese es un principio muy aceptado en la sociedad, eso de que el que llega primero tiene más derechos por la sencilla razón de que llegó antes. El que pisa por primera vez una isla virgen tiene derecho a tomar posesión de ella. El que primero encuentra una perla en el mar, una mina de oro o un yacimiento petrolífero puede reclamar propiedad del mismo. El primero en inventar algo o hacer un descubrimiento científico puede patentar su hallazgo y lucrar con él. El que primero se instala en una parte de la playa se convierte en dueño de esos metros cuadrados hasta que los abandona al final de la jornada.
En el caso de mis hijos, yo les enseño que si uno lleva media hora jugando en la computadora, ya es hora de que le deje un turno al siguiente. Me imagino que la mayoría de los padres hacen lo mismo. Pero menudo caos se produciría si aplicáramos ese principio a todo aspecto de la sociedad. Sería insólito que un propietario dijera: «He disfrutado de estas tierras durante un buen tiempo; ya es hora de que se las deje a otro». O que uno que tiene un
1. Lucas 6:38
2. http://www.arribalasmanos.org/
PROCURA
COMPRENDER
Marie Story
La oración atribuida a San Francisco dice: «Maestro, que yo no busque tanto... ser compren- dido, como comprender». No siempre es fácil comprender a los demás. Cada persona tiene una formación cultural, experiencias, esperanzas y sueños muy distintos; y lo que a mí me parece perfectamente lógico, puede que no lo sea para otra persona.
Puesto que todos estamos configurados de distinta manera, puede ser bien complicado entender por qué cada cual piensa y actúa como lo hace. Me parece que la tendencia natural es asumir que los demás son iguales a uno. O esperar que nos imiten. Eso nos puede llevar a sacar conclusiones precipitadas. El problema que acarrea eso es que muy a menudo no llegamos a la conclusión acertada. Las acciones y palabras de una persona pueden parecer estúpidas, arrogantes o poco amables cuando se desconoce lo que las impulsa o sus circunstancias.
Es muy fácil hacer suposiciones. Lo difícil es tomarse el tiempo para entender el motivo detrás de ciertas
1. Mateo 7:1
2. Santiago 4:11,12 NLT 3. V. Juan 4:4-42
acciones o actitudes. Significa que debemos salirnos de nuestro propio pellejo —nuestros conocimientos, expe- riencias y gustos y aversiones particulares— y meternos en el de otra persona. Debemos abocarnos a comprender y procurar ir más allá de nuestras propias sospechas y conjeturas.
La Biblia nos insta a no juzgar.1 No obstante, cuando nos parece que alguien está equivocado o simplemente es distinto o lidia con circunstancias desconocidas para nosotros, puede ser difícil no actuar con estrechez de miras. Antes incluso de tratar de entender a otra persona, con demasiada frecuencia tenemos la tendencia a encasi- llarla y rotularla. Si bien somos conscientes —hasta cierto punto— de que nosotros mismos no somos perfectos, rápidamente olvidamos ese detalle al vernos ante las aparentes imperfecciones ajenas.
Cuando veo una tara en otra persona rara vez pienso:
En fin, yo tampoco soy perfecta. Ahora bien, supongamos que yo sí fuera perfecta. ¿Me podría dar entonces la atri- bución de juzgar? No según la Biblia. «Solo Dios, quien ha dado la ley, es el Juez. Solamente él tiene el poder para salvar o destruir. Entonces, ¿qué derecho tienes tú para juzgar a tu prójimo?»2
No ha habido más que una Persona perfecta y esa es Jesús. Si hay alguien que pueda atribuirse la facultad de juzgar es Él. Así pues, ¿de qué manera trataba Él a los demás cuando metían la pata? ¿Qué ejemplo nos dio para interactuar con todas esas personas que de perfectas no tienen un pelo?
Cuando Jesús se encontró con la samaritana junto al pozo de Sicar,3 tuvo una excelente oportunidad de aleccionarla. Su objetivo, sin embargo, no era ese. No la juzgó ni la desechó de buenas a primeras, basándose en su apariencia o su historial. Todo lo contrario, la miró en el alma.
Jesús se sentó con esa mujer y escuchó sus preguntas, sus dudas, sus recelos. Se tomó el tiempo para responder a sus interrogantes. Comprendió lo que ella era y lo que podía llegar a ser. Obviamente Jesús la entendió tan bien como para comunicarse con ella en su mismo plano.
Prueba de eso es que la mujer corrió al pueblo para hablarles a todos de Jesús. Conocía a Jesús menos de un día; sin embargo, su confianza en Él era tal que ya iba señalándolo como el Salvador. Jesús la comprendió de verdad, a tal punto que no solo llegó al corazón de ella, sino al de muchos otros en aquella población samaritana.
Señor, haz de mí un instrumento de Tu paz.
Que donde haya odio, yo lleve amor;
que donde haya rencor, yo lleve el perdón;
que donde haya discordia, yo lleve la unión.
que donde haya error, yo lleve la verdad.
que donde haya duda, yo lleve la fe;
que donde haya desesperación, yo lleve esperanza;
que donde haya tinieblas, yo lleve la luz;
que donde haya tristeza, yo lleve alegría.
Oh Maestro, que yo no busque tanto ser consolado como consolar;
ser comprendido como comprender;
ser amado como amar;
porque es dando que se recibe;
olvidándose de sí mismo que uno se encuentra;
perdonando que se alcanza el perdón, y muriendo que se resucita para vida eterna.
Anónimo, aunque atribuido popularmente a San Francisco de Asís (n. 1226)
¿Con cuánta frecuencia juzgamos a las personas en función de su aspecto o sus acciones sin antes tratar de entender qué las motiva? ¿Cuántas veces etique- tamos a los demás y luego los tratamos de acuerdo con esas etiquetas, sin detenernos antes a escuchar su historia?
Quién sabe qué amistades podemos forjar o qué oportunidades de anunciar el Evangelio tendremos si optamos por amar y comprender en vez de etiquetar y suponer. Quizás esa persona a la que hemos rotulado y evitado se encuentra en una situación crítica en la que una palabra de aliento o un gesto amistoso le podría venir de perlas. Es fundamental que dejemos de lado las etiquetas y las suposiciones para poder llegar a comprender y valorar de verdad a una persona por lo que es: un ser humano creado a imagen de Dios, alguien por quien Jesús murió en la cruz, alguien que necesita Su amor y nuestra comprensión.
Marie Story vive en San Antonio (EE.UU.), donde trabaja como ilustradora inde- pendiente. Es consejera voluntaria en un albergue para los desamparados. ■
¿Cómo debe reaccionar un cristiano ante un mal o un agravio? Como reaccionó Cristo en circunstancias similares. Jesús optó por vencer el mal por medio del bien.
Nosotros podemos hacer lo mismo, toda vez que la Biblia nos enseña: «No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien».1
En Su famoso Sermón del Monte, Jesús dijo: «Ustedes han oído que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrece- rás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen; de modo que sean hijos de su Padre que está en los cielos, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injus- tos. Porque si aman a los que los aman, ¿qué recompensa tendrán?»2
Más adelante en ese mismo sermón Jesús explicó que obtenemos perdón y misericordia en la misma medida en que usamos de perdón y misericordia con los demás:
LA REACCIÓN
Alex Peterson
1. Romanos 12:21 NVI 2. Mateo 5:43-46 3. Mateo 6:14,15 4. 1 Pedro 2:20-23 NTV 5. Filipenses 4:7
«Porque si perdonan a los hombres sus ofensas, su Padre celestial también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre les perdonará sus ofensas».3
Al sufrir ultrajes algunos de los primeros cristianos, el apóstol Pedro les aconsejó que siguieran el ejemplo de Jesús. «Si sufren por hacer el bien y lo soportan con paciencia, Dios se agrada de ustedes. Pues Dios los llamó a hacer lo bueno, aunque eso signifique que tengan que sufrir, tal como Cristo sufrió por ustedes. Él es su ejemplo, y deben seguir Sus pasos. Él nunca pecó y jamás engañó a nadie. No respondía cuando lo insultaban ni amenazaba con vengarse cuando sufría. Dejaba su causa en manos de Dios, quien siempre juzga con justicia.»4
Quienes se resienten, dan lugar a impulsos de venganza y se toman la justicia por su mano en vez de confiar en que Dios resuelva las cosas, normalmente, acaban armando un lío peor. En lugar de obtener satisfacción y ver aliviado su dolor, terminan llenos de remordimientos y con gran necesidad de ser perdonados ellos mismos.
En cambio, quienes dejan el asunto en manos de Dios y confían en que Él enmendará las cosas a Su tiempo, encuen- tran «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento»5■
PROPIA DE UN
CRISTIANO
ECHA UNA RED BIEN GRANDE
Me encanta hacer algo ama- ble cuando tiene el efecto deseado. Me paso
horas buscando el regalo de cumpleaños perfecto para un amigo, o un buen tiempo viendo qué términos usar en un mensaje de texto o la forma precisa de ayudar a una amiga atareada a salir airosa de la jornada. A menudo, sin embargo, me quedo paralizada y ansiosa, y abandono mis buenas intenciones, porque cuesta demasiado saber exactamente qué hacer. Creo que estoy aprendiendo que la bondad no es una cuestión de precisión.
La Biblia dice que los que siembran escasamente cosecharán también escasamente, pero los que siembran generosamente cosecharán generosamente1. En la época del apóstol Pablo los campos se solían sembrar genero- samente, con la expectativa de que no todas las semillas sembradas echarían raíces o madurarían, pero que si se sembraba bastante, habría cosecha.
Cuando se trata de la amabilidad, no lo pienses demasiado. Textea un saludo, llévale una comida a alguien, abre gentilmente una puerta, envía un regalo al azar, invita a alguien a tu casa, saca a una persona a tomar un café, pregúntale cómo puedes rezar por ella, hazle un cumplido. Extiende la mano, no esperes nada a cambio, cultiva el hábito de la amabilidad sin complicaciones.
Echa una red bien grande.
Ser amable no siempre resulta cómodo o conve- niente. Uno tiene que hacerse un espacio para practicar
la amabilidad. Es preciso concentrar esfuerzos para ser más pausado y prestar atención. Oigo comentarios de ese tipo todo el tiempo. Francamente, lo más difícil para mí es que con frecuencia no me doy cuenta de la necesidades de otras personas, o a veces ni siquiera me doy cuenta de su presencia. Culpabilizarse por eso es una pérdida de tiempo; he aprendido que de todas maneras me voy a perder algunas oportunidades. Poner atención a las cosas que sí noto es un buen punto de partida.
Mi marido siempre lleva una multiherramienta.
Lo he visto utilizarla para ayudar a alguien a abrir una caja, atornillar la puerta de un armario, sacar una astilla y mil cosas más. Es muy bueno para ver esas pequeñas necesidades y atenderlas. Yo no tengo una multiherramienta —y aunque la tuviera, lo más probable es que no sería muy diestra en su uso—, pero tengo otros medios de demostrar amor, como por ejemplo escuchar a la gente o indicarles una fuente de información.
Ninguno de nosotros es incapaz de demostrar algo de bondad, aunque no sea otra cosa que mostrar respeto y dignificar a quienes nos rodean, recordando que todos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios.
Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE. UU. ■
1. V. 2 Corintios 9:6.
Marie Alvero
RAYO DE
ESPERANZA
De Jesús, con cariño
No puedo prometerte que te libraré de las tormentas de la vida, pero sí que te acompañaré cuando las atravieses. Puede que Mi ayuda no siempre se manifieste tal y como esperabas, pero siempre te llegará.
Nunca te abandonaré ni te desampararé.1 No te libraré a tu suerte, para que bregues por tu cuenta.
Cuando me pidas auxilio, responderé tus oraciones. Cuando te preocupes o tengas miedo, te infundiré fe para confiar en Mí, paz interior y valor para seguir adelante. Cuando estés débil y te invada el agotamiento, apóyate en Mí: te transmitiré energía. Cuando tengas el corazón hecho pedazos, Yo te lo recompondré.
No puedo impedir que sufras contrariedades y pesares, pero sí puedo darte fuerzas para sobrellevar las tribulaciones de la vida y sacar provecho a cada circunstancia que enfrentes. Puedo hacer que tu espíritu se eleve por encima de las borrascas de la vida hasta alcanzar Mi reino celestial, donde el sol siempre brilla.
En un día gris, Yo soy tu rayo de sol y el arco iris que aparece tras la tempestad. Soy el refulgente rayo de esperanza que devuelve el brillo a tu mirada.
1. V. Hebreos 13:5