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PASTOS DE ZONAS ÁRIDAS Y SEMIÁRIDAS DEL SURESTE IBÉRICO

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SURESTE IBÉRICO

ARID AND SEMIARID RANGELANDS IN THE SOUTH-EASTERN SPAIN Robles Cruz, A.B.1, J.L. González Rebollar1, C.B. Passera2 y J. Boza López1 1Estación Experimental del Zaidín. CSIC. 18008 Granada. España.

E-mail: jboza@eez.csic.es; abrobles@eez.csic.es; toza@eez.csic.es

2Facultad de Ciencias Agrarias. Universidad Nacional de Cuyo, C.C. 7. 5505 Mendoza. Argentina.

E-mail: cpassera@fca.uncu.edu.ar

PALABRASCLAVEADICIONALES

Pastos. Sistemas silvopastorales. Clima medite-rráneo. Evaluación. Medioambiente. Diversidad. Capacidad sustentadora.

ADDITIONALKEYWORDS

Rangelands. Silvopastoral systems. Medite-rranean climate. Assessment. Environment. Diversity. Carrying capacity.

RESUMEN

El presente trabajo es una síntesis de los estudios que venimos realizando desde 1986, en agrosistemas silvopastorales del sudeste espa-ñol. Se presentan algunos de los datos obtenidos en la evaluación de los pastos de estas zonas áridas y semiáridas sobre: diversidad florística (bits), fitovolumen (m3/ha), producción de forraje

(kg MS/ha/año), energía (MJ EM /ha/año) y capacidad sustentadora (UG/ha/año).

SUMMARY

The aim of the present work was to discuss some results about arid and semiarid rangelands in South-eastern Spain. We show data of plant diversity (bits), phytovolume (m3/ha), forage yield

(kg DM/ha/year), energy (MJ ME/ha/year), carrying capacity (AU/ha/year) in the main rangelands in this areas. These results were obtained from 1986 to 2001.

INTRODUCCIÓN

Silvopastoralismo puede definirse como la asociación de actividades fo-restales y ganaderas, en orden a una mejor gestión de los espacios natura-les, aumentando la eficiencia del siste-ma al diversificar la producción. En el ambiente mediterráneo de nuestro en-torno, los montes han evolucionado En el cincuentenario de la publicación de Archivos

de Zootecnia, no queríamos que faltara nuestra modesta aportación a dicha efemérides, ya que nos acompañó a lo largo de nuestra carrera investigado-ra; en dicha Revista publicamos los primeros traba-jos en 1960, y en el transcurso de estos años hemos mantenido una asidua colaboración aportando 23 publicaciones sobre diferentes aspectos de la Nutri-ción Animal. Queremos también agradecerle inclu-yeran a varios miembros de este Centro en su Comi-té de Expertos.

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disminuyendo su actividad forestal frente al progreso del pastoralismo (Etienne et al., 1994). Es más, en nues-tro país Montoya (1983), manifiesta que en este medio la utilización pasto-ral es más interesante que la silvícola, quedando esas estructuras de creci-miento lento para ampliar las áreas pastables.

La actividad ganadera en relación con la vegetación de estos espacios pastorales, especialmente con la con-servación de los mismos o su posible transformación, es una temática del mayor interés para los gestores de los mismos, que precisan la planificación de los usos más convenientes y una valoración integral de la producción animal. En este sentido se revaloriza hoy la importancia de la ganadería en la conservación de pastos y paisajes, en el aumento de la diversidad e inclu-so su empleo en la tareas de tipo pre-ventivo.

En relación con estas consideracio-nes, recogemos en este trabajo una síntesis de nuestras líneas de investi-gación, estudios y resultados en el SE español, desde 1986.

TERRITORIO

El sudeste español es el territorio más árido del continente europeo. Su clima, mediterráneo, abarca desde la categoría de árido (100-400 mm), a la de semiárido (400- 600 mm) al subir en montaña. Se caracteriza por su fuerte estacionalidad intranual y ele-vada variación interanual: con lluvias en invierno y un verano caluroso (Le Houérou, 1993). En las zonas de mon-taña la sequía es menos acusada, pero

aumenta el efecto limitante de las ba-jas temperaturas durante gran parte del año, lo que acorta el periodo vegetativo de las plantas.

Estas características climáticas de-terminan, entre la flora herbácea, el abundante desarrollo de plantas anua-les y, entre las especies leñosas, el dominio de las esclerófilas: adaptadas a soportar condiciones climáticas ex-tremas. La vegetación dominante con-figura un espacio abierto en el que coexisten distintas etapas sucesionales y pastos vivaces, lo que proporciona gran diversidad florística y estructu-ral. Este tipo de formación forestal es lo que habitualmente denominamos

monte mediterráneo (Morales, 1993)

y ha sido resultado de la degradación del bosque originario, como conse-cuencia de la intensa actividad huma-na en el paisaje (cultivo, talas, que-mas, sobrepastoreo, etc.).

Uno de los usos tradicionales, es-trechamente ligado al monte medite-rráneo ha sido siempre la ganadería extensiva. Los pastos naturales que estos animales aprovechan, están com-puestos mayoritariamente por arbus-tos y herbáceas perennes, siendo el ganado caprino el mejor adaptado al consumo de la flora lignificada, aun-que también cabe mencionar, por su similar rusticidad, a la oveja de raza

Segureña (Boza et al., 1998).

ESTUDIOS Y RESULTADOS Utilizamos el concepto de pasto desde una perspectiva silvopastoral, en la que se integra el animal (domés-tico o salvaje) en el aprovechamiento de los recursos vegetales autóctonos.

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Nuestros trabajos en el sudeste espa-ñol (Robles, 1990; Fernández García, 1995; Boza et al., 1998; González Rebollar et al., 1998a; Passera, 1999) incluyen en el término pasto no sólo a las especies herbáceas (que es lo co-mún), sino también, a las leñosas. Este es, también, el sentido que la Sociedad Española para el Estudio de los Pastos (SEEP) tiene en cuenta hoy, en su propuesta actual de nomenclatura de pastos ( Ferrer et al., 1997). Igualmen-te, con el mismo significado amplio, se emplea en el mapa de pastos de España que en este momento se está elaboran-do (INIA, 2000-2003).

La definición de pasto sería, por tanto, como sigue: cualquier

produc-ción vegetal (natural o artificial) que proporciona alimento al ganado, a diente o como forraje. Por extensión,

se suele utilizar también cuando los consumidores son otros mamíferos salvajes, especialmente ungulados (Ferrer et al., 1997). La definición recoge básicamente la formulada por Montserrat (1960), que consideraba

pasto como el nombre genérico que comprende todos los demás,

definién-dolo como agrupación vegetal

(natu-ral o artificial) que proporciona ali-mento al ganado, a diente, como fo-rraje o bien henificado.

Si consideramos está definición de

pasto (prados naturales, pastizales,

monte abierto, monte leñoso, erial a pastos, cultivos forrajeros, mieses, bar-bechos, etc.), prácticamente, todo el territorio del sudeste ibérico podría considerarse con vocación ganadera, destacando las zonas de montaña, agrosistemas marginales y zonas desfavorecidas (González-Rebollar et

al., 1998b). En todo caso, son pocos

los estudios que han abordado la eva-luación de los recursos pascícolas en los ambientes áridos (Robledo et al., 1990-91). Lo frecuente es encontrar-los orientados a evaluar pastos herbá-ceos, en climas húmedos y subhúmedos. Como consecuencia de esta caren-cia documental, buena parte de la in-vestigación llevada a cabo por noso-tros ha debido centrarse en desarrollar metodologías específicas que permi-tieran evaluar la oferta de las forrajeras leñosas que dominan en ambientes semiáridos del SE. Ello ha obligado a poner a punto diversas técnicas para medir, en campo, la fitomasa disponi-ble y la producción de estos pastos. La integración de las mediciones en cam-po (sobre la producción de las espe-cies forrajeras, expresada en kg MS/ ha) con los procedentes de los análisis de laboratorio (valor nutritivo, expre-sado en energía metabolizable, y en MJ/ kg de MS ) y con las necesidades

energéticas de los animales

(expresa-das en energía metabolizable, y en MJ/ UG/año) permiten evaluar la receptividad ganadera de los mismos (en términos de animal/ha/año)(González-Rebollar et

al., 1993). La importancia de valorar

los pastos en términos energéticos ha sido puesta de manifiesto por Passera (1999) y Passera et al. (2001).

La metodología descrita permite evaluar en campo la aportación de las principales forrajeras, en términos de cobertura, densidad, fitovolumen, pro-ducción y energía metabolizable (bles, 1990; Robles et al.; 1991, Ro-bles, 1993; Fernández-García, 1995; Robles et al., 1995; Robles y Passera, 1995; Boza et al., 1998). El tamaño de cada pasto y su composición florística cuantificada, componen la oferta

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dis-ponible por unidad de superficie. El muestreo y la evaluación de la oferta se estratifica según los tipos biológi-cos, y el valor de la energía metabo-lizable se obtiene a partir de análisis de la digestibilidad in vitro.

La tabla I (a y b) muestra los resul-tados obtenidos en la evaluación de la oferta forrajera de las comunidades más representativas del sudeste ibéri-co. Los datos recogidos en ellas pro-vienen de los estudios realizados en Andalucía Oriental desde hace más de 15 años. Hemos seleccionado los pro-cedentes de cuatro áreas muy repre-sentativas: desde los ambientes más áridos y costeros del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, hasta los medi-terráneos de las montañas que propor-cionan Sierra Nevada y Sierra de Castril. Representando una posición intermedia hemos añadido los de la media montaña, en la Sierra de los Filabres (Almería).

La figura 1 muestra la variabilidad altitudinal que abarca el conjunto de nuestras áreas piloto. Los diagramas

bioclimáticos recogidos en la figura

(Montero de Burgos y González Rebollar, 1974) permiten ver la fuerte estacionalidad de estos ambientes es-tudiados. Una constante en todos ellos, es la variación del período de activi-dad vegetativa (que en los diagramas viene mostrada en color gris claro). La mencionada actividad se intercala en-tre los períodos en los que las bajas temperaturas imponen una parada vegetativa (áreas rayadas) y aquellos en los que el déficit hídrico limita el crecimiento (áreas negras). Esta catena bioclimática altitudinal explica bien la variación de la oferta en cada sitio y en cada época del año e, indirectamente,

el recurso a la trashumancia de una parte de la cabaña ganadera local.

Sintetizando, la tabla I (a y b) muestra cómo los tres tipos de pastos con mayor oferta (en términos energé-ticos), son los presididos por dos legu-minosas arbustivas de porte alto. Pas-tos que se caracterizan no sólo por su gran producción sino notablemente por el elevado valor nutritivo de sus domi-nantes (Retama sphaerocarpa, 10,4 MJ/kg MS y Genista cinerea, 9,7 MJ/ kg MS, Robles y Boza, 1993; Fernández, 1995). Junto a estos datos de valor pastoral, sobresalen otras característi-cas de gran valor técnico, por ejemplo su indudable interés forestal (que jus-tificaría su inclusión en la revaloriza-ción de tierras marginales), su adapta-ción a los ambientes secos, su papel como sucesional en la dinámica vege-tal, su porte resistente, su sistema radicular desarrollado y su capacidad como fijadoras del nitrógeno atmos-férico.

Igualmente, cabe destacar algunas comunidades de herbáceas de los pisos de montaña. Por ejemplo los denomi-nados prados orófilos y edafo-higró-filos (pastos húmedos de montaña), si bien, su notable valor pastoral se debe más a la calidad de las especies que componen estos pastos que a la pro-ducción de los mismos. En el caso de los matorrales de las tierras bajas (ma-torrales termomediterráneos, tabla Ib), hay que destacar cómo, muchas veces, estos pastos, que presentan un valor pastoral interesante, tienen sólo una importancia estacional, pues lo mejor de su oferta corresponde a la aporta-ción de las herbáceas anuales (otoño-primavera).

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arbó-Tabla Ia. Energía metabolizable (MJ/ha/año), producción forrajera (kg MS/ha/año), cober-tura vegetal total (p.100), fitovolumen (m3/ha), precipitación (mm) y piso bioclimático de los

pastos del sudeste español. (Metabolizable energy (MJ/ha/year), forage yield (kg DM/ha/year), phytovolume (m3/ha), precipitation (mm), bioclimatic belt of rangelands in the South-eastern Spain.

(Passera et al., 2001). Tipo de pasto Piso biocl. PP mm Volumen m3/ ha Cobertura total (p.100) Producción forrajera kg MS/ha/ año Energía MJ EM/ha/ año Complejo de Gipsícola T 193,9 30,2 301,3 410,86

Complejo de Rosmarinus officinalis T 193,9 37,0 287,0 485,60

Complejo de Stipa tenacissima Caliza T* 193,9 51,0 211,4 560,26

Complejo de Stipa tenacissima Volcánic T* 193,9 45,2 241,3 560,26

Formaciones mixtas Periploca-Stipa T 193,9 52,7 218,8 709,66

Tomillar nitrófilo S 786,5 150,03 12,0 96 825,25

Espartal (Stipa tenacissima) M* 324,4 1319,66 25,2 429,2 973,6

Tomillar nitrófilo supramediterráneo S 621,7 366,00 27,0 934 1037,73

Tomillar silíceo mesomediterráneo M 554,1 20,0 1456 1037,73

Tomillar nitrófilo mesomediterráneo M 554,1 26,0 838 1037,73

Formac mixtas Chamaerops-Stipa+Per T 193,9 48,7 529,1 1045,80

Complejo de Genista umbellata T 193,9 62,5 370,1 1232,57

Sabinar rastrero O 849,9 215,22 16,0 425 1298,34

Complejo de Stipa tenacissima Esquisto T* 193,9 47,7 520,7 1456,67

Prado oromediterráneo O* 764,9 1598,28 18,0 638 1556,60

Lentiscares (Pistacia lentiscus) T 193,9 67,7 252,6 1680,77

Albaidar espartal M 324,4 1615,86 33,5 699,5 1774,0

Albaidar claro (Anthyllis cytisoides) M 324,4 854,60 37,7 437,7 1898,1

Tomillar calizo S 786,5 515,76 18,0 298 2030,90

Formación mixta Encina y Pino S+ 621,7 400,33 35,0 831 2075,46

Aulagar calizo (Ulex parviflorus) M 554,1 8236,59 52,0 1581 2075,46

Tomillar silíceo supramediterrán S 621,7 31,0 1446 2594,33

Pinar mosaico con aulagar silíce M+ 554,1 1188,97 34,0 1535 2594,33

Escobonal de Cytisus reverchonii S 786,5 701,68 39,5 435 2706,57

Complejo Ulex parviflorus T 193,9 53,1 747,6 2763,94

Encinar de Quercus rotundifolia M+ 572,1 2367,14 43,2 412 2820,27

Romeral (Rosmarinus officinalis) M 324,4 3924,80 48,3 1574,7 2893,2

Pinar en mosaico con piornal S+ 621,7 128,94 53,0 1624 3113,20

Pinar de Pinus halepensis M 572,1 1893,38 41,7 575 3172,77

Pastizal de gramíneas vivaces O* 849,9 -- 43,3 446 3343,93

Esplegar (Lavandula lanata) S 786,5 1408,40 42,0 561 3359,55

Aulagar claro silíceo M 324,4 2415,85 49,0 905,4 3407,9

Complejo de Anthyllis cytisoides T 193,9 65,5 696,1 3436,25

Tomillar M 324,4 1038,49 40,7 863,0 3586,3

Encinar abierto con piornal S+ 621,7 372,48 45,6 1694 3632,06

Encinar cerrado con aulagar silicícola M+ 554,1 67,3 1024 3632,06

Romeral (Rosmarinus officinalis) M 572,1 2118,83 53,7 599 3713,56

Pinar de Pinus nigra O+ 849,9 952,42 55,4 1104 3733,89

Encinar cerrado con piornal S+ 621,7 472,28 67,3 1047 4150,93

Albaidar denso (Anthyllis cytisoides) M 324,4 3156,57 52,6 1087,2 4243,9

Piornal (Erinacea anthyllis) O 849,9 787,27 61,9 1843 4458,90

Palmitares (Chamaerops humilis) T 193,9 70,8 1951,3 4482,10

Estepas y tomillares litorales+ Ziziphus T 193,9 41,7 609,7 4482,10

Espinar S 786,5 2467,61 54,0 2030 4487,25

Lastonar O* 849,9 -- 55,3 886 4519,79

Matorral de Ononis fruticosa M 572,1 3576,13 55,4 919 4645,03

Volcánic = Volcánico, Per = Periploca angustifolia) (Passera et al., 2001). * = Pastos herbáceos (vivaces o anuales), + = Pastos arbóreos.

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reas, nuestros datos destacan la pre-valencia de los encinares semiabiertos. Al tratarse de montes tipo dehesa, son los arbustos los que aportan más a la oferta forrajera del conjunto. Los pro-pios pinares en mosaico (formaciones muy abiertas intercaladas de matorral) permite el desarrollo de especies de interés forrajero y con ello la comple-mentariedad de los usos. Frente a esta situación, el dato de los pinares den-sos, que se han estudiado, no se inclu-ye en las tablas: en ellos, la oferta de especies forrajeras es prácticamente nula.

Entre los pastos con menor calidad destacan los diversos complejos de

esparto que hemos evaluado (comuni-dades presididas por Stipa

tena-cissima). El esparto es una especie

característica en las tierras medias-bajas pero aporta muy poca fitomasa forrajera. La poca que aporta es estacional (en invierno). No obstante, la gran cantidad de fitomasa que tiene y su valor como fijadora del suelo, la hace importante en la protección de estos medios frágiles.

ALGUNAS SORPRESAS En las líneas anteriores hemos re-cogido una síntesis de los resultados Tipo de pasto Piso biocl. PP mm Volumen m3/ ha Cobertura total (p.100) Producción forrajera kg MS/ha/ año Energía MJ EM/ha/ año

Complejo de Thymus hyemalis T 193,9 31,5 1008,9 4668,80

Encinar semiabierto:

- con piornal S+ 621,7 157,47 66,3 2613 4669,79

- con aulagar silíceo M+ 554,1 1143,21 52,6 1310 4669,79

Encinar abierto con aulagar silíceo M+ 554,1 1398,49 49,0 1326 4669,79

Pinar en mosaico con aulagar calizo M+ 554,1 198,44 37,0 1753 4669,79

Complejo de humerales de barbecho T* 193,9 49,3 964,5 4706,20

Complejo de Ziziphus lotus T 193,9 60,5 1285,2 4780,90

Complejo de Launaea arborescens T 193,9 39,2 1106,7 4818,20

Complejo halófilo T 193,9 29,3 1060,7 5154,40

Complejo halonitrófilo T 193,9 19,3 906,6 5191,70

Aulagar silíceo M 554,1 706,19 63,0 2454 5707,53

Prado orófilo edafo-higrófilo O* 849,9 -- 86,6 927 5905,30

Espinar en prado orófilo O 849,9 3621,87 84,8 2222,9 6509,94

Prado nitrificado S* 621,7 2574,60 68,0 3511 6745,26

Escobonal de Genista cinerea S 786,5 4204,59 68,1 1069 7090,27

Complejo de Retama sphaerocarpa T 193,9 69,0 2228,5 8777,40

Escobonal de Genista cinerea M 554,1 569,92 84,0 3264 11415,05

Promedio del total de pastos 1633,84 47,54 1067,01 3426,79

* = Pastos herbáceos (vivaces o anuales); + = Pastos arbóreos

Tabla Ib. Energía Metabolizable (MJ/ha/año), producción forrajera (kg MS/ha/año), cober-tura vegetal total (p.100), fitovolumen (m3/ha), precipitación (mm) y piso bioclimático de los

pastos del sudeste español. (Metabolizable energy (MJ/ha/year), forage yield (kg DM/ha/year), phytovolume (m3/ha), precipitation (mm), bioclimatic belt of rangelands in the South-eastern Spain.

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de estos años de trabajo. Se han eva-luado unas 70000 ha de tierras en pas-toreo, catalogado y analizado muchas de las más importantes especies forrajeras de la flora autóctona, y eva-luado un representativo conjunto de los diversos parques naturales andalu-ces1. Pero nos parece que el sentido de

esta participación nuestra en el cincuentenario de Archivos de

Zootec-nia, debería también recoger algunas

de las sorpresas que fueron aparecien-do en el camino. Resultaaparecien-dos

inespera-dos que condujeron a revisar muchas veces nuestros puntos de vista, duran-te estos años de trabajo. Dudas y plan-teamientos que, sin embargo, están hoy en consonancia que el debate sobre el papel de la ganadería en otros marcos de referencia.

Por ejemplo:

Al estudiar, mediante fotografías aéreas, retrospectivas (1956-1988) , la evolución del uso de la tierra en un agrosistema piloto de montaña en la Sierra de los Filabres (Robles et al., 1997) llamó poderosamente la aten-ción cómo, en el proceso que llevó de una ganadería de ovino asociada a bar-Figura1. Áreas de estudio en el sudeste español: Pisos bioclimáticos, diagramas bioclimáticos (Montero de Burgos y González Rebollar, 1974). (Study area in the South-eastern Spain: bioclimatic belt, bioclimatic diagrams (Montero de Burgos y González Rebollar, 1974)).

Los recuadros identifican las zonas de estudio. (We mark the study areas with square).

1Parques naturales de Cabo de Gata-Nijar, Castril y

Sierra Nevada. Cabo de Gata Parque Natural Sierra Nevada Sierra de Filabres

Sierra de Castril

Sierra de Castril

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Parque Natural Laujar (Bonaya) Benizalón (Los Pajares) Altitud (m.s.n.m)

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bechos y rastrojeras, a una de caprino extensivo, presionante del matorral, no solo no impidió la recuperación de la vegetación natural, sino que la co-bertura de la misma, que podía medir-se en las imágenes, pasó de un 36 p.100 en 1956 a un 78 p.100 en 1988. Todo ello coincidiendo con el cambio a un pastoreo con cabra. Esto redunda-ba con lo que también habían recogido las encuestas en la zona, que confirma-ban que el arroyo que drena la cuenca, a partir de ese cambio, vio descender la tasa de sedimentos que arrastraba. Aquel estudio acabó por evidenciar que la carga de animales que pastaban en la zona había sido ajustada sensata-mente por el ganadero (el cual también era propietario de la tierra) a la receptividad calculada por nosotros. Pero fue la primera vez que pudimos testificar la inconsistencia de vincular pastoreo con erosión y también la primera que aportaba explicaciones sostenibles. En todo caso, este resulta-do permanece uniresulta-do al recuerresulta-do del grupo de investigación como una de las primeras invalidaciones de los pre-juicios con los que iniciamos los estu-dios.

Otras de las sorpresas la proporcio-naron los trabajos que, con el auxilio del índice de Shannon-Webber (Ro-bles, 1990), habíamos planeado con diversos fines. Queremos decir que no lo habíamos hecho con el objetivo de medir la biodiversidad de los pastos, que es lo habitual cuando se utiliza este índice. En 1986 apenas se empe-zaba a valorar este aspecto y no podía ser prioritario en lo que, de hecho, constituían las primeras evaluaciones en campo de este tipo de agrosistemas del SE. Lo que tratábamos de hacer

con este conocido índice2 era decantar

un criterio objetivo que nos permitiera decidir la longitud de los transectos en que se apoyarían las evaluaciones de fitomasa. Pensamos que un criterio razonable era ir aumentando paulati-namente la longitud del transecto, de forma que abarcase un sector repre-sentativo del pasto a evaluar. Emplear un índice de diversidad era una de las posibilidades a ensayar y eso fue lo que justificó hacerlo. Se esperaba que, a través de las sucesivas ampliaciones del transecto, cuando los datos del ín-dice se hubiesen equilibrado, alcanza-ríamos la longitud mínima de muestreo. Con este objetivo se ha venido usando por nosotros en la mayoría de las oca-siones. En aquellos primeros estudios, el índice de diversidad se equilibró, en general, mucho antes de los 30 metros, y esa fue la distancia que se usaría para todo el trabajo de campo. Lo que no podíamos imaginar es que las cifras resultantes del índice de Shannon se equilibraran frecuentemente entre 3 y 4 bits (en ocasiones por encima de 4 bits). Es decir, estábamos muestreando zonas de pastoreo que, frente a lo que habíamos imaginado, presentaban una diversidad florística muy superior de la que cabría esperar en una comuni-dad vegetal de latitudes medias. La

tabla II, con datos de otra zona de

estudio, recoge también una muestra de estos elevados índices de diversi-dad.

En relación con esta tabla II sinté-tica (Fernández, 1995) es igualmente relevante advertir la inconsistencia de enfrentar, simplistamente, las

practi-2Nuestras fórmulas realizaban el cálculo logarítmico,

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cas de reforestación con las de pasto-reo. La tabla, en lo que se refiere a casi todos los parámetros analizados (receptividad ganadera, oferta forrajera y diversidad florística), muestra una prevalencia de las áreas desarboladas, frente a las arboladas. Pero es fácil ver cómo, entre las arboladas, aun cuando las mayores cifras corresponden a los

encinares frente a los pinares, las que

corresponden a los pinares en

mosai-co, manifiestan unos niveles de oferta

y receptividad muy superiores a los que habitualmente se les supone. En definitiva, (salvados los primeros años de la plantación) la pregonada incom-patibilidad de ambas practicas se debe mucho más al propósito de establecer una plantación masiva, que la de ser de una incompatibilidad inherente a am-bos usos. Una reforestación en mosai-co, que respete un ajedrezado de mato-rrales, es perfectamente compatible con el mantenimiento de usos ganaderos y

responde mucho mejor a los plantea-mientos de uso múltiple que deberían presidir las acciones silvopastorales más propias del monte mediterráneo.

En relación con algunos aspectos de la biología reproductiva de nuestra flora -un tema sobre el que cada vez se trabaja más- fueron relevantes los re-sultados del estudio que nuestro equi-po realizó sobre Anthyllis cytisoides, la albaida. Se intentaba verificar en el mismo lo que parecían advertir las observaciones de campo e incluso era

del dominio público entre muchos de

los pastores encuestados: la responsa-bilidad de los propios ganados en la dispersión y germinación de ciertas especies. Anthyllis cytisoides es una de estas especies. Adicionalmente, pre-senta un gran valor de tipo técnico: como leguminosa mejoradora del sue-lo, especie invasora, capaz de coloni-zar abundantemente muchas tierras po-bres, y de hacerlo bajo condiciones

Tabla II. Diversidad florística, producción forrajera, capacidad sustentadora, ganaderaen pastos del sudeste español (Sierra Nevada, Almería). (Plant Diversity, forage yield, carrying capacity in the rangelands South-eastern Spain (Sierra Nevada, Almería).

Pinares Matorral Encinares Continuos Mosaico Desarbolado Abiertos Cerrados

Diversidad 1 1,74 2,95 3,06 3,20 2,70 (bits) 2 2,10 3,05 3,63 3,81 3,00 Oferta forrajera 1 < 100 1535 1581 1310 1024 (kg MS/año-1/ha-1) 2 < 100 1753 2995 2613 1047 Receptividad1 1 < 0,1 0,4 0,8 0,7 0,7 (cabras/ha-1/año-1) 2 < 0,1 0,6 1,1 0,9 0,8

1 = Pastos de Erinacea anthyllis, 2 = Pastos de Ulex parviflorus.

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ambientales de gran aridez. Desde nuestros primeros trabajos esta espe-cie se había revelado como una de las de mayor importancia forrajera. Ibañez y Passera (1997) pudieron publicar los resultados de su estudio, sobre esta especie, sobre el efecto de escarifica-ción ruminal en la germinaescarifica-ción de sus semillas. A partir de un ensayo direc-to, con ovejas canuladas de raza

Segureña, los autores mostraron la ventaja reproductiva que, para la

plan-ta, representa que sus semillas pasen por el tracto digestivo del rumiante.

Pueden documentarse en nuestra bibliografía algunas otras sorpresas más, relativas a la incidencia que tie-ne, en el buen manejo, la propiedad de la tierra (González Rebollar et al., 1996), o sobre el pernicioso efecto de las subvenciones al número de cabezas de ganado (González Rebollar et al., 1993b). Crece además, desde ámbitos muy diversos de la ciencia y de la técnica (naturalistas, conservadores, etnólogos, gestores, etc.) el interés por analizar las implicaciones de la gana-dería en el mantenimiento de otros recursos . Incluso la PAC muestra cada vez más su preocupación por las implicaciones medioambientales de esta actividad (González Rebollar et

al., 1998b). En la actualidad

plantea-mos diversos ensayos de silvicultura preventiva, con auxilio del ganado (González Rebollar et al., 1999), pero muy poco (o nada) de esto estaba en nuestros planteamientos en 1986: cuan-do iniciábamos el estudio de los siste-mas silvopastorales de Andalucía Oriental. Al contrario: los primeros trabajos se inscribieron en el proyecto LUCDEME, acrónimo de Lucha

con-tra la desertificación del

Mediterrá-neo, programa de las Naciones Unidas

para el Medio Ambiente, ratificado por España en 1980. Aquellos estu-dios, como hemos explicado al princi-pio, se orientaron a medir el impacto del ganado en las frágiles tierras del SE español, documentar sus recursos forrajeros, desarrollar una metodolo-gía refutable, capaz de evaluar la receptividad ganadera de cada zona en función de la energía metabolizable, disponible; pero también, indirecta-mente, a colaborar en decisiones que, en el año 1986, se preveían

restriccio-nes sobre el papel del pastoreo en una

España moderna. Una España apenas ingresada en la CEE3 y notoriamente

afectada por la reclasificación de sus agrosistemas marginales en la catego-ría de espacios desfavorecidos por la PAC.

DISGRESIÓN FINAL

Si difícil es proponer nuevos pun-tos de vista sobre cualquier tema, mu-cho más difícil resulta hacerlo sobre los considerados antiguos. Y para mucha personas la ganadería ya no es un tema de nuestro tiempo. No es nues-tra manera de pensar, ni es este el lugar para recordar los frecuentes y trascen-dentes problemas que ha generado, incluso en la salud pública, este me-nosprecio. Sin embargo, no quisiéra-mos desaprovechar estas líneas finales para alejarnos un poco de los aspectos esencialmente agropecuarios o gana-deros, cobrar algo de perspectiva so-bre nuestros pastos, soso-bre los

herbívo-3España firma el Acta de Adhesión el 12 de junio de

(11)

ros que los aprovechan hoy (o lo hicie-ron ayer) y sobre la auténtica dimen-sión de nuestra sabiduría colectiva.

Si los modelos de uso sostenido asumen que la actividad agraria debe permitir mantener los procesos ecoló-gicos esenciales y los sistemas vitales, preservando la diversidad genética y asegurando la gestión sostenida de es-pecies y sistemas, enjuiciar las reper-cusiones y características de una de-terminada actividad (en este caso la silvopastoral) requiere también una visión integrada, y global, pues mu-chas veces es en la comprensión del contexto global al que responde donde mejor se entienden algunas claves del buscado sostenimiento. Démosle, por tanto, a los pastos a sus herbívoros y al tiempo una última mirada, desde una perspectiva que sólo aparentemente es alejada:

En el verano de 1970 entró en el Mediterráneo el buque oceanográfico

Glomar Challenger. Su objetivo era

realizar una serie de campañas de in-vestigación en el subsuelo marino. Apoyados en modernos sistemas de posicionamiento geográfico y en una potente capacidad de prospección, los sucesivos sondeos de este barco y los del que le siguió, a partir de 1986 –el

Joides Resolution-, revolucionaron

gran parte del conocimiento geológico y paleoclimático de la época. Pero, a los efectos de este capítulo sobre pas-tos, la aportación más relevante de aquellas exploraciones quizá haya sido la de proveer de datos precisos sobre la historia del Mediterráneo, sobre las conexiones biogeográficas de su flora; y -muy especialmente- sobre el mo-mento en que los dominios ibéricos de la misma se vieron separados de los del

norte de África (Hsü, 1983).

Los sondeos, frente a Baleares, re-cogieron un sedimento inesperado: una secuencia de anhidritas y estroma-tolitos, que hablaban claramente de un proceso de deposición en ¡aguas so-meras!. A casi 3000 metros de profun-didad el Glomar Challenger encontra-ba la prueencontra-ba de que el mediterráneo, en varios momentos del Messiniense, ha-bía configurado un paisaje desértico. El hecho venía a aportar luz sobre algunas observaciones polémicas. Geólogos franceses e italianos habían llamado la atención sobre los cañones

submarinos que seccionan la

platafor-ma y el talud continental de la cuenca. Profundos valles encajados, de difícil interpretación, que en la desecación del mar encontraban una nueva lógica. Los propios ingenieros rusos, que bus-caban una cimentación firme en el Nilo para la presa de Aswan, habían notado el encajamiento del valle subyacente. Un cañón que prospecciones petrolí-feras posteriores documentarían en 2500 m. a la altura de El Cairo.

En todo caso, al final del

Messi-niense se abrió la comunicación con el

Atlántico y en poco tiempo4 la cuenca

recuperó la condición de mar, que casi siempre tuvo, y hoy conserva. Desde entonces -hace 5 millones de años- el estrecho de Gibraltar separa los domi-nios botánicos de ambas orillas. Las mismas que aún testifican una flora común.

Es decir, lo que llamamos nuestros pastos, matorrales, árboles o hierbas:

4El volumen de la cuenca es de unos 4.240000 km3.

El caudal atlántico compensa el déficit de 1600 km3

/año, que genera la evaporación. De modo que bas-tan unos 2650 años para cerrar el balance (apenas un instante, en la escala geológica).

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las plantas que pueblan nuestras tie-rras, lo vienen haciendo desde (¡al menos!) 5 m. a5. Un entorno natural, el

nuestro, ubicado al sur de Europa, que hasta el Neolítico (hace unos 8-10000 años) no empezó a transformarse en un paisaje agrario. Pero, sobre todo, un paisaje que: I) desde hace (¡aproxima-damente!) 1 millón alberga la presen-cia del hombre; II) desde hace (¡al menos!) 450000 padece el dominio del fuego; y III) hasta hace (¡única-mente!) 10-15000 años podía contar con la participación de grandes herbí-voros salvajes, hoy extintos6.

Estos son jalones temporales sobre los que conviene detenerse, pues son muchos los elementos conceptuales que barre la simple enumeración, y no pocas las banalidades y prejuicios so-bre los pastos, los herbívoros, o el pastoreo, que alimenta el olvido.

Al estudiar nuestro entorno botáni-co, no lo hacemos de una de las floras más viejas del planeta. Al contrario, los 4,5 a 5 millones de años, que nos permiten atribuirle las exploraciones del Glomar Challenger, son una edad bastante juvenil si la comparamos con la de otras floras del mundo. Sin em-bargo, 5 millones de años es un lapso enorme en comparación con el que -frecuentemente decimos- respalda toda

nuestra experiencia. La misma en la

que nos basamos al hablar de la

voca-ción del territorio, de la sostenibilidad

de nuestras acciones, o de las

previsi-bles respuestas del entorno.

El neolítico es, en efecto, el refe-rente más antiguo de nuestra

sabidu-ría. Lo mencionan, con frecuencia

muchos divulgadores al hablar de nues-tro entorno -confundiendo el origen de sus rasgos agrarios con el de su flora autóctona-, y lo hacen, con mucha más frecuencia, los publicistas de la mani-pulación genética -que identifican la experiencia adquirida por el hombre en la selección de razas y ecotipos naturales, con la que nos permite valo-rar el riesgo de altevalo-rar los genes. Algo

habremos aprendido –dicen- ¡desde las ancestrales culturas mesopotámicas!.

¿Tanto sabemos ya?. ¿Tan solvente

experiencia proporciona el 0,2 p.100

del tiempo trascurrido?.

Pero las comparaciones no mejoran mucho si, en lugar de medir nuestra

formación neolítica respecto al tiempo

de nuestra flora, lo hacemos respecto al de nuestra presencia en el entorno que habitamos. Varios yacimientos paleoantropológicos disputan hoy la primacía de los restos más antiguos de Europa. Entre ellos, Atapuerca y Orce se han hecho un lugar en los medios de comunicación. La datación de 800000 años para el propuesto Homo

antece-sor goza del suficiente crédito para ser

mencionada aquí; mientras el debate sobre los controvertidos hallazgos a Orce parece respetar, cuando menos, la datación de industrias de una edad parecida, si no superior (próxima al millón de años).

¿Estamos, así, en condiciones de evaluar toda la impronta de Homo, en nuestro entorno, a partir de lo que

hemos aprendido desde las ancestrales

5Afectados por los cambios del clima (que los han

movido por el paisaje) o respondiendo a la dinámica sucesional, biología reproductiva, y agentes catas-tróficos (que hayan podido condicionar su presencia en cada momento), los elementos botánicos de nues-tro paisaje actual están ahí, básicamente, desde finales del Mioceno.

6Los paleolíticos aún los pudieron plasmar en

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culturas mesopotámicas?. Es decir,

¿podemos hablar de los últimos 8-10000 años como de la etapa que me-jor ilustra las interacciones

hombre-paisaje?. ¿Podemos despreciar que tal

lapso (agrario) apenas logra documen-tar el 1,3 p.100 del tiempo en el que flora y fauna hubieron de acoger la huella del hombre?. ¿Lo podemos ha-cer, verdaderamente, olvidando que el fuego es un poderoso recurso técnico desde hace 500000 años?.

En definitiva, ¿estamos en condi-ciones de valorar la sostenibilidad de expulsar al hombre y a sus animales domésticos de nuestros titulados

espa-cios naturales, con el argumento de

mejorar sus expectativas de conserva-ción? ¿Podemos permitirnos subesti-mar que, sobre este asunto nos falta el 98,7 p.100 de casi toda su historia en común?.

Por ejemplo -lo que a los efectos de este capitulo sobre la ecología de los pastos mediterráneos es trascendente-¿podemos permitirnos subestimar que muchos de nuestros yacimientos paleontológicos documentan una de las faunas de herbívoros más ricas de

Eurásia?: una presencia permanente, solo recientemente extinta, que por si sola permitiría entender la frecuente zoocória de nuestra flora, la biodi-versidad y valor de muchas zonas de pastoreo7, o la estabilidad de muchos

agrosistemas que han logrado llegar a nuestros días8.

Un enfoque alternativo, como este, sobre la edad de nuestro paisaje, sobre la impronta de los herbívoros que lo dominaron durante millones de años (y a cuya presencia hubo de ajustar nuestra flora buena parte de su biolo-gía reproductiva, ecolobiolo-gía y dinámica natural), sobre las acciones del hom-bre, desde hace 1 millón de años, y del fuego que aprendió a manejar desde hace casi 500000, permite valorar otros aspectos no zootécnicos de la ganade-ría y de los pastos, en un momento en el que probablemente la pregunta es si nuestros objetivos de conservación de la diversidad, del paisaje y de la cali-dad de vida no nos obligará a tener que

inventar lo que ahora estamos ya a

punto de perder por negligentemente

sabios ¿desde nuestras ancestrales cul-turas mesopotámicas?.

7La mayoría de nuestros espacios naturales

protegi-dos o son o albergan extensas zonas de pastoreo tradicional.

8Paradigmáticamente, las dehesas, los bardales, el bocage, etc.

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Referencias

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