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La profesionalización del Trabajo Social. Los inicios en Navarra en la segunda mitad del siglo XX

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La profesionalización del

Trabajo Social

Los inicios en Navarra en la segunda mitad del siglo XX

ALUMNO: Iñaki Romero Torres DIRECTORA: Sagrario Anaut Bravo TRABAJO FIN DE MÁSTER Pamplona, 24 de septiembre de 2015

Máster Universitario en Intervención Social con Individuos, Familias y

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Este Trabajo de Fin de Máster no podría haber sido posible sin el compromiso y el amor demostrado al Trabajo Social por Teresa Celaya. Asistente Social de la primera promoción de la Escuela de San Vicente de Paúl de Pamplona, ha estado ligada a esta profesión desde que tras terminar su formación en 1963, comenzase a trabajar en el campo de la Asistencia Social en la empresa. Su vinculación con la propia Escuela la llevó a ejercer como docente e incluso a ostentar el puesto de Directora Técnica de la Junta de Promoción entre los años 1976-1977. Será pieza clave en la consecución del merecido reconocimiento universitario de la disciplina en 1984 en Navarra e, incluso, seguirá su labor docente en la universidad. Como mujer activa y pionera dentro del colectivo profesional, fue vicepresidenta de la primera Junta Directiva de la Agrupación de Asistentes Sociales de Navarra “Santa María la Real” en 1966, representando al trabajo social navarro tanto en acontecimientos nacionales como internacionales. Gracias a su generosidad cediendo un material tan valioso, recopilado durante toda una vida, he podido ir atando cabos sobre la profesionalización del Trabajo Social en Navarra.

También es de agradecer las facilidades concedidas por el Colegio de Trabajadoras/es Sociales y Asistentes Sociales para acceder a su archivo, del que he dispuesto de cantidad de material trascendental para el Trabajo Social y, por ende, para esta investigación.

Finalmente, agradecer a dos personas que fueron las que depositaron su confianza en mí para tratar de llevar a buen puerto un trabajo que considero de gran significancia para la disciplina en Navarra y, sobre todo para mí propio bagaje académico y personal:

A Camino Oslé Guerendiáin, por aportar la idea inicial que me ha permitido bucear, conocer y disfrutar de la historia y orígenes de mis estudios y por contagiar su pasión por una profesión que compartimos.

Y a Sagrario Anaut Bravo, guía de mi iniciación en la historiografía, apoyo en los momentos de inquietud e intranquilidad, aliento ante el desánimo y la fatiga y ayuda inestimable en este camino en la profundización de medio siglo en el Trabajo Social de Navarra.

Gracias a todas y cada una de vosotras, porque sin vuestro apoyo no habría sido posible la realización de este trabajo.

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Í ndice

Introducción ... 3

Marco Teórico ... 7

El concepto de pobreza y su evolución desde el siglo XVIII ... 7

La pobreza: en un contexto cambiante ... 10

Asistencialismo: una respuesta de control social ... 19

Trabajo social y pobreza del siglo XX ... 22

Metodología ... 25

Fuentes ... 27

Archivo privado de Teresa Celaya ... 27

Archivo privado del Colegio Oficial ... 30

Resultados ... 33

Introducción: la complejidad del contexto histórico ... 33

La intervención: de la resignación a la garantía de derechos ... 40

Profesionalización, visión social y reconocimiento ... 62

Conclusiones ... 85

Bibliografía ... 93

Anexos ... 99

Anexo 1: Lista de normativas del archivo del Colegio de Trabajadores Sociales de Navarra. ... 99

Anexo 2: Juntas Directivas de la Agrupación y Colegio de Asistentes Sociales de Navarra. ... 103

Anexo 3: Urgen “profesionales” del amor (y se llaman “asistentes sociales”). ... 104

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Anexo 5: Primera promoción de Asistentes Sociales de la Escuela “San

Vicente de Paúl”. ... 112

Anexo 6: Registro de la Agrupación de Asistentes Sociales Santa María la Real. ... 113

Anexo 7: Estatutos de la Escuela Diocesana de Asistentes Sociales “San Vicente de Paúl” de la Archidiócesis de Pamplona. ... 114

Anexo 8: “Argumentación para la clasificación de los estudios de Asistente Social en Escuelas Universitarias de Trabajo Social”. ... 116

Anexo 9: Borrador del Decreto Creando los Colegios Oficiales de Asistentes Sociales. ... 134

Índice de tablas

Tabla 1: Publicaciones periódicas utilizadas ... 28

Tabla 2: Legislación utilizada del archivo privado de Teresa Celaya ... 29

Tabla 3: Material no publicado del archivo privado de Teresa Celaya ... 30

Tabla 4: Contenido curso 1962/1963 ... 45

Tabla 5: Asistentes Sociales contratados en los 60 y su puesto de trabajo ... 46

Tabla 6: Asistentes Sociales en Navarra en la década de los setenta y comienzos de los ochenta ... 50

Tabla 7: Reglamentación del Área de Servicios Sociales de Navarra ... 53

Tabla 8: Ámbitos laborales para profesionales del trabajo social en Navarra (1985) ... 56

Tabla 9: Campo de actuación de los/as Trabajadores Sociales en Navarra ... 60

Índice de figuras

Figura 1: Emblema oficial de Asistentes Sociales ... 65

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Íntroduccio n

Hoy en día, si se echa una mirada al Trabajo Social en Navarra se puede ver como una disciplina que académicamente cuenta con el mismo reconocimiento de Grado que el resto de carreras, un Departamento propio y con Master y especializaciones propias dentro de la UPNA. Una oferta que también es posible encontrar en la UNED.

Pero es preciso recordar que todo esto no ha surgido de la nada, que viene de un esfuerzo previo de todo un colectivo que un día se empeñó en proclamar la necesidad de una profesión que requería de una mayor formación y tecnificación para poder atender las necesidades de las personas y a su bienestar de una manera más eficaz y adecuada.

De esta manera, esta investigación pretende profundizar en el proceso de profesionalización del Trabajo Social en Navarra que arranca en la segunda mitad del siglo XX. Es entonces cuando se perfilan los principales factores que darán entidad y contenido a la asistencia social y cuando despuntan algunas protagonistas de la configuración de la profesión. Todo ello ha de ayudar a entender lo que es hoy el Trabajo Social en Navarra y su lugar dentro del conjunto de España.

La idea de elaborar este trabajo surge como propuesta de las profesoras Camino Oslé y Sagrario Anaut, tras haberse cumplido los 50 años de la primera promoción de la Escuela de San Vicente de Paúl de Pamplona. La coincidencia de este hecho con la cesión del archivo privado de Teresa Celaya, trabajadora social y profesora en la UPNA durante años, abrió la posibilidad de un acercamiento documental a la historia de la Asistencia Social/Trabajo Social en Navarra. Además, se proponía concluir este trabajo fin de máster con la elaboración de una comunicación para el II Congreso Internacional de Trabajo Social en abril de 2016 (Logroño). Viene motivado por el interés que supone un estudio historiográfico para el propio Trabajo Social navarro, ya que prácticamente no se dispone de publicaciones sobre esta materia.

Tras una primera revisión bibliográfica se detecta el escaso interés que ha suscitado el conocimiento de la evolución de la Asistencia Social/Trabajo Social entre trabajadores sociales, sobre todo tomando fuentes primarias. Es cierto que desde la Historia Social y, en particular, desde la Historia de la Asistencia Social se ha trabajado

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mucho desde los años ochenta del siglo XX, pero no así desde el Trabajo Social. Este punto se convertía en un aliciente más para reflexionar y ahondar en la materia.

Por tanto, los objetivos que se plantean son:

Objetivo general

Profundizar en el proceso de cambio de la profesionalización del Trabajo Social en Navarra en la segunda mitad del siglo XX.

Objetivos específicos

 Detectar los factores influyentes en la profesionalización en Navarra durante el periodo concretado.

 Reconstruir la historia del trabajo social en Navarra mediante el archivo privado de Teresa Celaya y del Colegio Oficial de Diplomadas/os de Trabajo Social y AA.SS. de Navarra.

 Comparar la evolución de la profesionalización del trabajo social de Navarra con la de España.

 Determinar la influencia de las primeras promociones de la Escuela de AA.SS. de Pamplona en la historia del Trabajo Social navarro. Este documento pretende, por tanto, ayudar a comprender los porqués de una profesión que se ha ido fraguando, atendiendo y dando respuesta a diversas demandas sociales, muy diferentes en el tiempo. Se atenderá a las respuestas dadas a esas necesidades y al cómo se ha llegado al punto en el que actualmente se encuentra la disciplina. Este aporte es necesario para poder mirar al Trabajo Social desde una perspectiva histórica que ayude a reflexionar sobre los errores cometidos y a ensalzar los aciertos realizados en el proceso de profesionalización pudiendo trazar un camino adecuado que refuerce la profesión.

Se ha partido, no obstante, de cuatro premisas que encuentran su origen en la formación adquirida durante los estudios de la Diplomatura en Trabajo Social. Se pretenden corroborar o desmentir:

 El retraso en la profesionalización de la asistencia social vendrá marcado por los cambios políticos y económicos vividos a lo largo del siglo XX, ya que de ellos dependerá el ritmo de aparición, desarrollo y consolidación de la asistencia social.

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 Es posible detectar impulsos de cambio en la asistencia social al margen de las grandes trasformaciones político-económicas y sociales.

 A medida que se va definiendo el proceso de profesionalización y de especialización del Trabajo Social, se va tecnificando e institucionalizando hasta confundirse con los Servicios Sociales.

 La actual feminización de la profesión de Trabajo Social viene marcada desde su origen por cuanto se entendía que era una salida laboral diferente para la mujer sin romper, en exceso, con el rol tradicional de proveedora de cuidados de proximidad.

A continuación se presenta lo resultante de analizar, sobre todo, el valioso archivo privado de Teresa Celaya, siendo todo un privilegio haber sido la primera persona en acceder y bucear en él. Han sido muchos los acontecimientos y nombres que han ido aflorando, pero sobre todo se denota un continuo espíritu de reivindicación por alcanzar el reconocimiento que se merecía una profesión que irá encontrándose con diversos escollos. Por eso, este trabajo está hecho desde el cariño, el respeto y la admiración a todas aquellas personas que, con su esfuerzo y compromiso, han sido clave para llevar al Trabajo Social a recorrer un largo camino que le ha llevado a alcanzar un mayor reconocimiento académico, legal, institucional y, sobre todo, social.

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Marco Teo rico

Autores como Milagros Brezmes (2010a), Sagrario Anaut y Remedios Maurandi (2010) y Ezequiel Ander-Egg (1992) insisten en que cuando se habla de trabajo social da la sensación de que hablamos de algo actual, que es una profesión que se ha ido gestando en las últimas décadas del siglo XX. En esa misma centuria, los diferentes acontecimientos políticos, una tardía industrialización y la fuerte influencia de la acción social no profesional de la Iglesia, harán que la profesionalización del trabajo social en España haya sido bastante más tardía e incluso convulsa. Es más, se puede añadir que aun todavía es una disciplina que está por concretarse.

El Trabajo Social se ha ido gestando a lo largo de varios siglos de tensiones y de cambios sociales, viéndose la acción social como una necesidad para hacer frente a los grandes cambios sociales, económicos y demográficos provocados por una época contemporánea (siglos XIX-XX) en la que se pasará de la hegemonía del Antiguo Régimen a la aparición de un nuevo sistema basado en las clases sociales y en las que ostentará el poder la nueva burguesía liberal. De esta manera y en este contexto, surgirán diferentes actores e instituciones que, por un lado, demandarán una ayuda vital para poder subsistir a la miseria y a unas situaciones de escasa dignidad y, por otro, aquellos que traten de dar respuesta con diferentes métodos, ideologías y doctrinas. De esta relación de poder entre demandante y provisor, se irá fraguando, con el paso del tiempo, los inicios de una disciplina difícil de concretar por su carácter dinámico y cambiante debido a su deber de adaptación a una sociedad caracterizada por esos mismas rasgos (Carasa Soto, 2010a; Miranda Aranda, 2003; Santolaria, 2010).

El concepto de pobreza y su evolución desde el siglo XVIII

La historia de la asistencia social y el trabajo social gira entorno a la pobreza y a los diferentes significados que ha podido ir tomando este concepto a lo largo del tiempo. Si se atiende a lo que dice Felix Santolaria (2010), se podría definir la pobreza como un concepto “relativo y variable”, que cambia dependiendo del contexto social e histórico en el que se presente. De ahí la dificultad de universalizar el término. No obstante, aprecia dos aspectos comunes que se repiten en todos los casos: “la carencia de bienes y la incapacidad para cubrir las propias necesidades del individuo o su familia y una inferioridad y falta de consideración sociales”. El mismo autor añade que los factores

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que generan esta pobreza serán coyunturales, estructurales y accidentales. De esta manera, aporta una definición generalista del concepto: “carencia relativa de los medios y recursos que determinan la calidad de vida de las personas”.

Por su parte, Pedro Carasa llega a profundizar más en esta idea. Concreta el paso de ser algo necesario y divino para poder salvar el alma de los ricos mediante la limosna de la caridad (los pobres debían aceptarla con resignación), a ser lo que los liberales moderados entienden, desde una visión plutocrática, como una desigualdad necesaria ya que debía existir la pobreza para que hubiera una acumulación de riquezas (Carasa Soto, 2004). Por tanto, la pobreza será concebida como un completo fracaso humano asociándolo a ociosidad y vagancia y al desapego al trabajo que permitía el progreso social. De esta manera, se convertía en una responsabilidad individual culpando al pobre de su situación y criminalizándolo. Es decir, era algo que había que erradicar mediante represión y su penalización (Carasa Soto, 2010a).

Por otro lado, el propio Carasa (2010b) habla de una concepción diferente y menos estudiada de la pobreza, centrándose en aquellos conflictos inmateriales que la rodean. Es posible explicar la pobreza como la privación de ciertos aspectos intangibles: conocimiento, información, influencia, prestigio, redes sociales, autodefensa o elaboración de discursos propios.

Pero lo que parece evidente es que “la pobreza será el motor del desarrollo de profesiones como los asistentes sociales y el objeto prioritario del trabajo social hasta hoy” (Anaut Bravo, 2010). En cada época irá requiriendo un cambio de la respuesta social e irán llevando a la acción social a desarrollar medidas más efectivas de manera paulatina para ir haciendo frente a las necesidades multidimensionales de una pobreza cambiante y dinámica con mayor eficacia. Esto permitirá una tecnificación y profesionalización de la ayuda, dejando de ser medidas de carácter asistencial, centradas en mitigar las necesidades de aquellas personas que vivían en la miseria, a convertirse en derechos de toda la ciudadanía:

“De las bienaventuranzas evangélicas hasta la marginación contemporánea, los humanos hemos ido rebajando en la jerarquía de valores la pobreza y su entorno y paralelamente hemos ido ascendiendo de categoría conceptual la respuesta social que debía darse a los problemas de las necesidades humanas. Desde la pobreza como modelo de vida cristiana, pasando por considerarla luego un riesgo, creyéndola más tarde un fracaso social, finalmente marginándola con la exclusión de la sociedad, la pobreza ha sido progresivamente orillada en nuestra cultura social. Para ello se han elaborado a lo largo de la historia una serie sucesiva de teorías religiosas y sociales que justificaban esos conceptos y esas instituciones. Paralelamente,

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los conceptos que han jalonado las respuestas a ese problema social han pasado de la caridad como respuesta moral y religiosa, a la filantropía como solución ética y racional, a la beneficencia como defensa de un modelo de vida burgués, a la asistencia social como primera toma de posición del Estado Providencia, al Bienestar como red de servicios sociales que el Estado tiene obligación de prestar y los ciudadanos el derecho de recibir” (Santolaria, 2010).

Se puede apreciar cómo a medida que el fenómeno va en aumento y que adquiere mayor visibilidad, generará nuevas respuestas colectivas tanto a nivel legislativo, institucional y de modelos de acción asistencial (Santolaria, 2010).

A continuación se irán presentando los diferentes postulados aportados por distintas disciplinas científicas, académicas y profesionales sobre la pobreza una vez que la consideraron digna de estudio debido a su, cada vez, mayor visibilidad y al considerarla un problema que había que solucionar.

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La pobreza: en un contexto cambiante

En los comienzos de la historiografía, dentro del sistema feudal y después en el capitalista, se intentaba “ensalzar la obra caritativa y religiosa de personas e instituciones” que eran aquellas que gobernaban o dominaban diferentes áreas socio-políticas (Carasa Soto, 2010b). Por tanto, los historiadores, marcadamente de un ámbito religioso, utilizaban la historia de la pobreza y su relación con la asistencia para elogiar la obra realizada por la Iglesia en este aspecto.

Más tarde, y con la aparición y consagración del Estado liberal, institucionalistas y positivistas “interpretaron la pobreza como productos lógicos bien insertos en los organigramas administrativos y como subproductos de la construcción administrativa del estado liberal” (Carasa Soto, 2010b). Se centraría en la “identidad local” y en los rasgos y características propias. Por tanto atribuían a la pobreza y asistencia social ciertos rasgos locales con el fin de aflorar la identidad del lugar.

A partir del siglo XVIII y con los cambios que se producen en la sociedad, comenzarán a desarrollarse diferentes ciencias sociales que tratarán de explicar un nuevo contexto impulsado por la incipiente Revolución Industrial. La necesidad de entender el porqué del auge de la pobreza, las enfermedades, tensiones sociales etc., en un momento de aumento de la riqueza, impulsará un análisis en torno a la industrialización y sus consecuencias con el fin de controlar una nueva realidad que sobresalía del conocimiento actual y las leyes de la razón humana (Miranda Aranda, 2003; Focault, 1999; Greenwood, 2002).

Con una mirada antropológica, una parte de las élites ilustradas del siglo XVIII no solo se centrarán en conocer teóricamente los nuevos y profundos acontecimientos, sino que buscarán intervenir para contrarrestar problemas como la muerte, enfermedades o pobreza, y luchar contra la desigualdad, buscando diferencias culturales y rasgos distintivos entre comunidades (Comelles, 2002; Barnard, 2000). La antropología aportará entonces un enfoque holístico que une el uso de un análisis cualitativo, la socio-historia, la combinación de datos de forma directa por el investigador, el énfasis en un enfoque ideológico-cultural, (Menéndez, 1991; Miranda Aranda, 2003), el trabajo de campo y la etnografía (Roca, 1998).

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La mayor preocupación por todo lo surgido con las transformaciones de la Revolución Industrial inquietará a pensadores como Adam Smith, Malthus, Marx, Durkheim o Simmel, entre otros, que comenzarán a meditar y a escribir examinando los hechos acontecidos entre el siglo XVIII y el XIX, siendo la pobreza uno de sus focos de atención principales (Giddens, 1998; Macionis, Plummer, 2000; Escohotado Espinosa, 1998; Anaut Bravo, 2010). Trabajos en esta dirección harán que la naciente disciplina sociología estudie “las reacciones sociales e intelectuales a la revolución francesa y a la revolución industrial” (Miranda Aranda, 2003), es decir, los cambios acaecidos y sus consecuencias en todas las dimensiones sociales.

Como se comenta en el epígrafe anterior, en épocas previas al liberalismo (siglo XIX), la pobreza era algo necesario para poder ejercer la doctrina cristiana. La caridad era la manera en la que el rico ayudaba al pobre a subsistir, generando una interdependencia que no cuestionaba este “orden socioeconómico” y que frenaba la creación de una asistencia organizada (Anaut Bravo, 2010).

El pensamiento que aflorará, movido por los pensadores liberales del XVIII, estará relacionado con el nuevo orden social generado por la revolución industrial, en el que serán las clases sociales quienes convivirán en un constante tira y afloja de relación de subordinación del obrero hacia el patrón. Economistas y sociólogos como Malthus, Smith y Ricardo sostendrán que la pobreza es conveniente para que se genere riqueza. Afirmarán que la escasez de recursos o el hecho de pagar los salarios mínimos que solo cubran las necesidades básicas, será suficiente para que sean las “leyes naturales” las que equilibren y estabilicen la sociedad por el bien del progreso obviando las desigualdades existentes (Anaut Bravo, 2010).

En el siglo XIX es posible encontrar estudios positivistas sobre legislación y las instituciones benéficas. De esta manera se intentaba plasmar la gestión de la pobreza y la asistencia de manera descriptiva, pero científica. La historiografía liberal querrá enseñar su progreso y sus aportaciones cuantificando las acciones en materia de asistencia social, vinculándola, de esta manera, con el Estado y resto de administraciones (provincias y municipios) y no tanto con las necesidades o carencias de la época. Esto traería consigo la discusión sobre las competencias sociales de un nuevo Estado que quería ser más visible y más capaz de determinar las políticas sociales en función de su ideología. Como añade Carasa Soto (2010b): “Desde entonces, las

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políticas sociales han sido vistas sólo como derivaciones del poder del Estado desde arriba, no como demandas nacidas abajo desde los desequilibrios de la sociedad”. La historiografía eclesiástica, por su parte, seguirá dando una visión de la pobreza en la que seguía siendo fundamental el “buen hacer” de la Iglesia para mitigarla, ante un Estado cada vez más intervencionista y un hervidero de nuevos movimientos sociales anticlericales como eran el anarquismo y el socialismo.

Estaba plenamente interiorizado en el Antiguo Régimen que era menester que quienes disponían de riquezas otorgasen limosnas a personas necesitadas sumidas en la miseria. Este “modo de ayuda”, realmente, era lo que les salvaba de los pecados y limpiaba las almas caritativas para llegar a ser iguales en el más allá. De esta manera, el rico encontraba la salvación mediante la gracia de su gesto generoso y, a su vez, el pobre lo haría recibiendo estas limosnas con resignación.

Pero con la crisis del Antiguo Régimen y el auge del liberalismo (S. XIX), la burguesía considerará la pobreza como un fracaso humano y como algo a erradicar, por estar ligada a una vida ociosa e inútil. Por tanto, se criticará la caridad cristiana, ya que era fuente de mendicidad y un freno para el progreso económico que la nueva clase social burguesa tanto ansiaba. Por tanto, como dice Carasa Soto (2010a), la pobreza pasa de ser un “instrumento de salvación” a “un desastre económico y social lleno de riesgos, que debe tener una solución también humana y utilitaria”.

El objetivo de una vida útil se traducirá en el hecho de ser productivo para un mercado laboral que genere plusvalía y acumulación de riquezas y propiedades. De esta manera se profundizará en penalizar y reprimir la irresponsabilidad y la vagancia, como se planteaba en el siglo XVIII. Se insistió en la reclusión de mendigos en hospicios u hospitales y en la elaboración de un nuevo discurso de legitimación del trabajo. De esta manera, se pasa de un interés por concebir las causas de la pobreza desde un punto de vista humanista y de la doctrina cristiana en el siglo XVI o incluso del arbitrismo del XVII a abandonar la idea religiosa de caridad para centrarse en un análisis direccionado hacia la economía (Anaut Bravo, 2010).

En síntesis, durante el siglo XVIII irán tomando fuerza las ideas de los ilustrados en las que las élites gobernantes e intelectuales comenzarán a centrarse en su aspecto multidimensional en el que recaerá el mayor peso en la responsabilidad individual y de la propia familia y esa visión de pobreza como fracaso. Ya en el XIX, las causas de la

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pobreza se empezarán a centrar en la ausencia de trabajo y se debatirá sobre la necesidad de proteger a las personas ante la falta o incapacidad laboral. Así pues, surgen debates en torno a la necesidad o no de la intervención pública ante esta problemática, los efectos de las “desviaciones morales” (prostitución, delincuencia, locura abandono, violencia, etc.) que surgen a raíz de la pobreza y la posibles intervenciones que se deberían realizar en torno a mejorar la higiene pública y la sanidad.

Con el fin de controlar y erradicar los problemas que derivaban de la pobreza y de dar respuesta a las necesidades de una sociedad que está sufriendo continuos y severos cambios demográficos, urbanísticos, económicos y sociales, se pondrán en marcha medidas sociales de carácter intervencionista de la mano de los poderes económicos, políticos y religiosos. Estas respuestas tendrán el fin de mejorar la vida del segmento de población más frágil, a la vez que tratarán de contener a una masa proletaria cada vez más descontenta y en la que empiezan a emerger nuevos movimientos sociales debido a la decadencia del modelo político del Antiguo Régimen (Anaut Bravo, 2010).

Es así como surge la necesidad de una respuesta organizada a las necesidades sociales y comienza el proceso de profesionalización de la asistencia social, impulsado por intereses políticos y de control social del estrato dominante de aquellas épocas y por miedo a perder su estatus, ya que “el Estado liberal tenía que construir otros consensos y legitimarse de otra manera o estaría en peligro” (Miranda Aranda, 2003).

La demanda de este control social dentro del Estado ilustrado de España se convertirá en un constante adoctrinamiento del pobre dentro de una sociedad que requiere de personas productivas y que solo serán realmente útiles mediante su actividad laboral. De esta forma, los grupos dominantes utilizarán la asistencia social como vía para insertar o reinsertar laboral y socialmente a quienes estaban en situación de pobreza o eran vulnerables a ella. Carasa Soto (2010b) lo expresa en la siguiente cita:

“Había que presentar las políticas sociales como reflejos que proyectaban los miedos e intereses de los grupos dirigentes que la modelaban, había que insistir en que se configuraban a base de esquemas económicos. Simples medios para reforzar con ello sus programas políticos, para hacer pedagogía social y educar a la sociedad en sus representaciones mentales, para afianzar a sus sistemas de comportamiento o sus nuevos hábitos de trabajo y previsión”.

A raíz de los drásticos cambios político-económicos que se producen a lo largo del siglo XIX, un nuevo sistema de vida liberal va tomando forma. Se dan y estudian

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nuevos problemas de carácter demográfico, social, urbanístico, sanitario, etc., que hacen que las personas tengan que luchar por su supervivencia ante una realidad que les llena de carencias y necesidades. Así, la pobreza reconocida y aceptada se transforma en un pauperismo que va acumulando cada vez más víctimas en su seno, hasta el punto de poder hablar de indigencia generalizada en todos los estratos tradicionales de la sociedad.

Capellán de Miguel (2004) conceptúa el pauperismo como “una nueva dimensión de la pobreza”, pero más secularizada, definida por un cambio en la mentalidad burguesa. Sitúa sus orígenes en el comienzo de la industrialización del inicio de la centuria de 1800 en Gran Bretaña y Francia. Miranda Aranda (2003) también habla de una “nueva pobreza” que va extendiéndose, afirmando que “el pauperismo forma parte indisoluble del proceso de industrialización”.

Castel (1997) achaca esos desajustes sociales con la ruptura del orden del Antiguo Régimen feudal y el comienzo de un sistema que permite un acceso libre al trabajo, pero que trae consigo un cambio de relaciones de poder. Se acabará con la tutela del señor hacia el siervo para originar un nuevo contrato entre patrón y obrero que originará nuevas y desconcertantes desigualdades. Así lo expresa:

“Bajo el régimen del contrato se expandió, pero paradójicamente, la condición obrera se debilita en el momento mismo de su liberación. Se descubre entonces que la libertad sin protección puede llevar a la peor de las servidumbres, la servidumbre de la necesidad”

Ante este conflicto que involucra a obreros y patronos, dentro de las élites burguesas comienza a hablarse de la “Cuestión Social”. Como dicen Carasa y Maza (2010), este es el nombre dulcificado que se le da a los problemas surgidos con este repentino cambio socio-económico y al debate que comienza sobre las soluciones que deberían aplicarse para sufragar una situación en la que la miseria no dejaba de crecer (Miranda Aranda, 2003; Carasa 2004). Gonzalo Capellán (2004) lo acota de la siguiente manera:

“Por el contrario, el concepto cuestión social (<question sociale>, <Soziale Frage>) supone un nuevo acercamiento a esa misma realidad, la de la tradicional pobreza que afecta a una parte de la población o de la moderna miseria universalizada que se denuncia bajo el nombre de pauperismo. Primero porque se realiza desde posturas ideológicas más avanzadas y que lejos de partir de análisis estáticos de la realidad –que en parte evitan adoptar nuevas actitudes ente el fenómeno- creen que la causa de la pobreza ni es natural, ni debe dejarse en manos del voluntarismo o de los propios individuos por ese mal afectados (es un problema colectivo, de toda la sociedad, no individual). Para los pioneros autores de la cuestión social en Europa se trata de un mal de la sociedad fruto de una mala organización bien de esa sociedad, bien simplemente

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del sistema de trabajo resultante de la nueva economía industrial y, por tanto, se adentran en el estudio social con las manos rebosantes de fórmulas, utópicas o no, para resolver el problema”. Ya en el siglo XIX, Spencer dará una visión evolutiva de la pobreza (Anaut Bravo, 2010), en la que dice que los que se ven afectados son aquellos que carecen de habilidades y son incapaces de adaptarse a la nueva realidad. Se centra en la supervivencia de los más aptos, responsabilizando a cada individuo de su situación y liberando a las nacientes élites de cualquier responsabilidad al respecto. Por tanto, se daba forma a una visión en la que se niega cualquier deber de intervenir ante las carencias y necesidades existentes.

El alcance del pauperismo y la cuestión social inquietará en diferentes foros y, como afirman Álvarez Uría y Varela (2000) impulsará estudios con enfoque sociológico. De cómo la clase obrera, sometida a una vida en la que la pobreza era símbolo de fracaso social y de degeneración, se comenzará a considerar un problema y un peligro que cuestiona el orden social establecido. Bentham, por ejemplo, sugerirá postulados como “un hombre vale lo mismo que cualquier otro hombre”, dejando claro su idea de equidad o no desigualdad entre personas. Stuart Mill será crítico con la idea de individualidad y aportará que “la conciencia de la sociedad y el sentido de la conducta individual están socializadas” (Anaut Bravo, 2010) y será partidario de buscar soluciones para paliar la pobreza.

También habrá voces que busquen una solución a esta cuestión social y que pondrán en entredicho el status quo de la época. Karl Marx planteará una revolución que suprima las clases sociales y que acabe con ese orden social, principal generador de pobreza. Hablará de cómo unos pocos contarán con los medios de producción generando desigualdad, en la que la clase obrera será la principal damnificada siendo obligada a trabajar para sobrevivir (Anaut Bravo, 2010). Además, existe un desequilibrio entre aquellos que tienen trabajo y los que no (ejército de reserva), dando paso a una lucha entre asalariados. Marx presenta una realidad en la que el capitalista genera desigualdad debido a la propiedad privada y a la acumulación de riquezas obtenida mediante la plusvalía conseguida mediante la explotación de la clase obrera e incrementando la pauperización.

Torqueville será el primero en relacionar la pobreza directamente con la cuestión social y se centrará en unas causas, que varían dependiendo del contexto histórico y social. Se fija en cómo la riqueza aumenta a la vez que lo hace la pobreza. Sugiere que

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el progreso trae la subordinación de una parte de la sociedad y comenzará a oponerse a ello. Es la sociedad quién genera pobreza y la asociara a un “estatus social asistido”, porque viven de la asistencia recibida del entorno (Anaut Bravo, 2010).

Simell irá desarrollando estas ideas y creerá conveniente la introducción de la asistencia pública y privada. Hablará del estigma que supone depender de la misma y tener el estatus de asistido y, de cómo la dependencia a la ayuda asistencial encasilla y desvaloriza socialmente. Aparece la idea de una pobreza institucional como una construcción social. Criticará el papel de la beneficencia, pero no se opondrá a ella, ya que la ve necesaria y como una obligación de la sociedad hacia los pobres. Será el Estado quien auxilie a los pobres cubriendo la incapacidad de protección de las familias mediante leyes e instituciones de intervención social.

Otro enfoque del pauperismo, la pobreza y la cuestión social será el de la psiquiatría. La incipiente medicina psiquiátrica tendrá el objetivo de distinguir a los “normales” de los “diferentes” (Miranda Aranda, 2003). A estos últimos se comenzará a criminalizar y recluir por incumplir los nuevos cánones socioeconómicos (vínculo entre pobreza y fracaso individual). Los avances dados convertirán al loco en enfermo y, por tanto, su reclusión pasará de la cárcel al manicomio. Este nuevo establecimiento actuará de mecanismo de control social de aquellas personas potencialmente peligrosas (Peset, 1983; Focault, 1990). Surgirá la figura del alienista, que tendrá la capacidad de recluir a las personas y privarlas de libertad “hasta que, recuperada la razón, dicho <especialista> lo juzgase en condiciones de abandonar el encierro y volver a la sociedad” (Miranda Aranda, 2003). Próximo al enfoque psiquiátrico, se definirá la psicología como “ciencia de los aspectos sociales de la vida mental” (Miranda Aranda, 2003). Durante los siglos XIX y XX, aplicará técnicas científicas para buscar un conocimiento psicológico válido (Sanz de Acedo Lizarraga, 1997; Tortosa Gil, 1998).

Por tanto, la pobreza dejará de ser un hecho aislado e individual para dar pie a un fenómeno masivo o social, que por su rápida expansión a todos los estratos de la sociedad, inquietará a las élites dominantes, ya que pone en peligro sus ideales, sistema económico y orden burgués (Carasa Soto, Maza, 2010; Miranda Aranda, 2003; Capellán de Miguel, 2004; Carasa Soto, 2004; 2010b). El pauperismo cambiará las viejas condiciones de la pobreza y sus factores girarán en torno al trabajo (Carasa Soto, 2004; 2010; Carasa Soto, Maza, 2010): “edad, matrimonio, familia, accidente, enfermedad,

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género y desempleo”. El nuevo pauperismo es un hecho colectivo en el que estaban tomando partido diferentes instituciones (Iglesia, Estado y movimientos sociales), ya sea porque las élites lo entienden como una amenaza o porque se considera un problema para todo el conjunto de la sociedad. Como dice Castel (1997):

"Ya no es un accidente, sino la condición obligada de una gran parte de los miembros de la sociedad. Por ello, el pauperismo era una amenaza al orden político y social. De hecho planteaba la nueva cuestión social".

Como dice Carasa Soto (2010b), estas incipientes políticas sociales podían ser “sacralizadas o secularizadas, particulares o generales, pacificadoras o conflictivas, privadas o públicas, y religiosas o estatales”. El mismo autor, nos habla de tres diferentes maneras utilizadas desde la asistencia social para acabar con la pobreza (Carasa, 2004; 2010b):

A) Armonizadora: continuista con el Antiguo Régimen. Con marcado carácter religioso, buscaba la salvación del alma de los ricos mediante la limosna a los pobres. Estos se salvaban mediante la aceptación resignada de esta ayuda y de su condición desfavorable, generando una relación armónica que perpetuaba la pobreza. La igualdad no llegaría hasta el más allá.

B) Liberalismo: Proponen como solución la no intervención del Estado. Debido a la prosperidad y a las riquezas que genera el capitalismo, no hace falta ningún tipo de intervención. Los desequilibrios se reajustarán por sí mismos. Se aportará una asistencia informal y voluntarista impregnada de paternalismo filantrópico.

C) Nueva cultura social: Surge junto a los movimientos obreros socialistas. Consideran que los problemas sociales deben pasar de manos privadas a públicas, siendo el Estado quien debe corregir las desigualdades, redistribuyendo las riquezas mediante mecanismos fiscales y legales. Es decir, “la asistencia social se convierte en un derecho que asiste al ciudadano y una obligación que compete al Estado (Carasa Soto, 2010a)”.

Estas formulaciones de las respuestas dadas a lo que se denominó Cuestión Social desde finales del siglo XIX, se materializaron de maneras diversas. Por ejemplo, se trató de “difundir una moral del trabajo en todas las capas de la sociedad y proteger a la familia como reproductora y proveedora” (Anaut Bravo, 2010). Se insistirá en un

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modelo de familia nuclear, desechando la extensa, en la que será el hombre el sustentador económico como cabeza de familia, mientras la mujer será relegada a la esfera privada como principal proveedora de cuidados y promotora de la moral y decencia familiar. Se puede ver la incidencia que tendrá la familia en este nuevo modelo de beneficencia como una de las principales unidades asistenciales, ya que las principales instituciones estarán configuradas en orden al ciclo vital familiar, como apunta Carasa Soto (2014):

“Maternidades, Casas Cuna y Casas de Expósitos protegen el nacimiento y la legitimidad. Cocinas económicas, Tiendas Asilo, Roperos y Dispensarios cuidan la alimentación y el vestido. Escuelas de los hospicios, la educación benéfica municipal y las instituciones benéfico-docentes particulares se dedicarán a la educación. Talleres en los hospicios y contratos de hospicianos con artesanos atienden la introducción en el mundo del trabajo y la formación laboral. Casas Galera y fundaciones de dotes a doncellas cuidan la moral y el acceso al matrimonio. Padrones de pobres, alguaciles, refugios de vagos y transeúntes y la asistencia domiciliaria buscan reforzar el valor al domicilio. Hospitales, Casas de Socorro, reparto de medicinas, médicos de la beneficencia municipal, medidas de higiene y vacunas benéficas resuelven la salud y la enfermedad. Finalmente, Socorros mutuos, cofradías y entierros de pobres cuidan el definitivo tránsito a la muerte”.

Quienes quedaban fuera de este nuevo ideario, se les recluirá en instituciones que recalcarán la idea del trabajo, la formación y la moralidad dentro de sus paredes. Estos centros de asilo para personas “desviadas”, como “hospitales, correccionales, inclusas, misericordias, manicomios, cárceles, asilos, etc.”, servirán para “mantener la disciplina y la moral” (Carasa Soto, 2010a). También se crearán mecanismos que actúen dentro de la esfera privada entrando a domicilios particulares a proporcionar ayuda.

De esta manera, será necesaria la figura de un dispensador de estos recursos, que sirva de enlace entre asistente y necesitado. El primero determinará los benefactores del sistema benéfico en razón del merecimiento de quien los reclama y que será parte de un mecanismo de control que evite la sublevación delas masas manteniendo el estatus quo liberal. Estas figuras de visitadores domiciliarios serán precursores de lo que hoy se conoce como trabajadores sociales. Que, como dice Anaut Bravo (2010):

“Moralizar y disciplinar, utilizando la opción de una ayuda selectiva y discriminatoria, son dos rasgos que se incorporan al trabajo social desde su origen y que, todavía hoy, le acompañan. Esta constatación supone entender que en el curso de la historia moderna y contemporánea han variado los métodos e instrumentos adoptados para asistir a los pobres, pero no lo ha hecho su finalidad última: educar, moralizar y disciplinar a quienes se encuentran en situación de pobreza o exclusión social”.

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Asistencialismo: una respuesta de control social

Las ciudades experimentaron fuertes crecimientos demográficos, sobre todo por los flujos migratorios a la par que iban surgiendo diferentes movimientos sociales que comenzarán a expresar su malestar socio-político mediante huelgas. La creciente inestabilidad socioeconómica preocupará y, sobre todo, cuando se detecte la incapacidad de las redes de apoyo primarios para cumplir con algunas de sus tareas de protección. La vieja caridad y la filantropía eran insuficientes y, por tanto, serán inevitables nuevas estrategias de intervención social, tanto de carácter privado como público, teniendo que ser el Estado quien empiece a mediar ante una pobreza generalizada que ayude a subsistir a sus ciudadanos.

Se impulsarán planes de socorro que hagan frente a las necesidades de los pobres, pero condicionándolos a una buena conducta de estos, convirtiendo la ayuda institucional es una herramienta de socialización y de habilitación moral que generaba una nueva relación entre “el que ayudaba y el ayudado” (Castel, 1997). Aquel que evaluaba las necesidades y a los propios necesitados podría ser uno de los primeros antecedentes del trabajador social profesional y principal encargado de velar por el orden social establecido.

Serán los valores liberales los que permitan el acceso a dichas ayudas de la beneficencia, inculcando el respeto por la propiedad, impulsando el valor del trabajo como un factor económico decisivo convirtiéndolo en un instrumento coercitivo y educador, utilizando el domicilio como instrumento de integración y radicación exigiéndolo como condición previa, etc. En definitiva, educando en los diferentes valores de la burguesía (Carasa Soto, 2010a).

Mención especial merece la introducción de la sanidad y la higiene pública, que fue impulsada para hacer frente a los numerosos problemas epidémicos del siglo XIX y que generarán nuevas redes sanitarias creando servicios con carácter municipal. Se incidirá en la educación por la limpieza y el cuidado del cuerpo entre los pobres y se les aportará una atención sanitaria básica. De la misma manera, se incentivará el ahorro y la previsión, mirando hacia el futuro y tratando de acabar con el vicio y la inmoralidad que rodeaba a la pobreza (Carasa Soto, 2010a). Como apunta Pedro Carasa:

“Porque la actividad asistencial ofrece posibilidades de descubrir en ella trasfondos simbólicos importantes de la sociedad. Por un lado muestra cómo se define todo un proyecto social, se

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consolidan posiciones hegemónicas en la sociedad, y por tanto imbuye en el pueblo menudo todo un esquema de valores propios de los privilegiados del Antiguo Régimen y luego de la burguesía. El mensaje cultural de la asistencia tenía una importancia decisiva no sólo para crear espacios simbólicos muy activos capaces de transmitir valores desde la élite al pueblo, producía también un viaje de vuelta, desde la cultura de la pobreza del pueblo hacia la élite, no menos rentable. Y no sólo se mezclaban las señales culturales entre los diversos grupos, se mistificaban también dentro de cada uno de ellos las actitudes materiales y las simbólicas. De ahí la riqueza expresiva que tienen, es una doble dirección complementaria, los comportamientos de la cultura de la pobreza del pueblo y de los valores de la cultura de la beneficencia de la élite. En este último sentido, permite percibir el papel de las élites en la creación de los modelos sociales (en el sentido general del término), los miedos e intereses que proyectan, la configuración de las instituciones como trasuntos de sus propios esquemas económicos, el refuerzo de sus programas políticos, la consolidación de su hegemonía social, las estrategias de control, la proyección sobre el resto de la sociedad de sus representaciones mentales y sus códigos de comportamiento. En el sentido popular, aparejados a la cultura de la pobreza, el pueblo recibía y asimilaba importantes mensajes, se transmitían los nuevos hábitos de trabajo y previsión, se diseñaban moldes de deferencia y dependencia, se potenciaba el primer nivel de clientelismo y sumisión personal, producía efectos de identidad y cohesión de determinados grupos sociales, y se difundían llamadas de religiosidad y sociabilidad” (Carasa Soto, 2004).

Por tanto, se llega al punto en el que se ha pasado de una acción social basada en los principios de la protección, en la que se ayudaba al pobre ante una situación de necesidad puntual, al concepto de la previsión. Como dicen Carasa Soto y Maza (2010) la previsión “intenta crear desde arriba unas condiciones sociales en que la necesidad sea imposible”. En este giro adquiere protagonismo el Estado, siendo garante de las medidas asistenciales. El fuerte cambio de contexto social, ligado como se ha expuesto a la industrialización, generó que la familia, la iglesia, la comunidad, etc., demandaran nuevas figuras profesionales.

En respuesta ante una situación de penuria y pobreza en aumento, de una sociedad que rebosa de problemas y que, en ese momento, demanda soluciones inmediatas nacerán profesiones como la enfermería y la asistencia social/trabajo social. Ambas profesiones comparten el hecho de que realizan tareas de cuidado de proximidad o personal (Anaut Bravo, Oslé Gurerendiáin, Urmeneta Marín, 2005; Miranda Aranda, 2003). Asimismo se constata un trasfondo e impulso en un origen, por ejemplo el socorro que dieron a pobres y enfermos las Hermanas de la Caridad o su presencia como visitadoras sanitarias o domiciliarias durante las guerras. Su camino hacia la profesión siguió pasos muy similares de la acción voluntaria y vocacional a la profesionalización (se abren escuelas). Como dice Miranda Aranda (2003) sobre esta nueva profesión:

“Incorporará cuestiones ideológicas, de género, de clase social y una visión concreta de la naturaleza y el tratamiento de las enfermedades. Se vinculan los cuidados de la enfermería con la feminidad, con la cualificada sensibilidad de las mujeres de clase media que habrían de aportar orden y moralidad a las salas de los hospitales. Para ellas en el proceso de restaurar la salud el

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entorno y la moral y las condiciones materiales eran tan importantes como la acción de los médicos y la prescripción de medicamentos”.

En esas palabras se puede apreciar grandes similitudes entre la enfermería y la asistencia social, que también será asociada al cuidado y, por tanto, a mujeres, teniendo ambas profesiones un marcado carácter feminizado. La figura de la “visitadora sanitaria” del siglo XIX y primeras décadas del XX, será un antecedente de las asistentas sociales. Se acercará a los hogares de las familias necesitadas para ejercer una labor social, proporcionarán cuidados sanitarios, además de imbuir su imagen de moralidad y pulcritud. Con todos estos antecedentes, nacerá la asistencia social/trabajo social con la voluntad de ser una disciplina aplicada.

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Trabajo social y pobreza del siglo XX

Durante el siglo XX el Estado irá tomando cada vez más peso dentro de las políticas sociales y esto concluirá con la consolidación del Estado de Bienestar en la mayoría de países occidentales. Precisamente, es en este entorno en el que comienza a brotar el trabajo social. Una disciplina que tratará de indagar en la realidad, pero que a su vez, buscará un cambio social por su vocación de ciencia aplicada. Su apuesta por las reformas sociales desde el mundo de la acción, potenciará su ser de profesión (Greenwood, Levin, 1998; Miranda Aranda, 2003, Brezmes Nieto, 2010a). Debido a su alma práctica ha mermado, durante algunas décadas, su producción académica teniendo que tomar prestados conocimientos de otras ciencias (Caballero de Aragón, 2006; Moreno Pestaña, 2004; Moix Martínez, 2006). Se ha ido nutriendo de diferentes ámbitos para poder ir concretando su objeto a lo largo de la historia social, que serán clave para entender los posicionamientos del Trabajo Social. Véase una cita de Milagros Brezmes como aclaración:

“Es preciso, por tanto, acotar el objeto de estudio, saber que cuando se habla de Trabajo social se habla de una profesión y una disciplina que tienen entidad en sí mismas y, como consecuencia, su propia historia” (Brezmes Nieto, 2010a)”.

La pobreza en el siglo XX comienza a tornarse en un fenómeno dinámico que requiere de un mayor análisis debido a las múltiples caras que puede ir adquiriendo dependiendo el contexto social e histórico en el que se encuentre. Este cambio añadido a la nueva figura del trabajador social invitará a un cambio de relación entre asistente y asistido. Será necesaria una intervención social como respuesta a la cuestión social que suscita la pobreza e irán adquiriendo mayor interés las vivencias del propio pobre y sus comportamientos (Anaut Bravo, 2010). Serge Paugam (2007) hablará de tres tipos de pobreza en relación a su configuración social:

A) Integrada: situada en el contexto preindustrial, es una situación de pobreza generalizada que da pie a su reproducción entre generaciones y a que esta se perpetúe. Los lazos familiares, la economía sumergida y la asistencia social evitan la exclusión social.

B) Marginal: grupo diferenciado y estigmatizado por el resto de la sociedad debido a su incapacidad de adaptación a la realidad socio-económica en la que viven. Afecta a grupos o personas de manera minoritaria, pero perciben

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gran atención de las instituciones asistenciales que tienden a su invisibilización.

C) Descalificadora: personas que van acumulando desventajas asociadas a su salida del mercado laboral, que les lleva a la precariedad. Se busca dar respuesta acompañando en este proceso de exclusión-reinserción.

El mismo autor clasifica a la pobreza según su experiencia y los vínculos de los afectados con la intervención social que recibe de los sistemas de protección social. Presenta la pobreza como proceso, muestra tres fases de un proceso de descalificación social:

1) Fragilidad: el sujeto, tras sufrir dificultades para acceder al mercado laboral, se da cuenta de que está en desventaja con el resto de personas. Su actitud es la de evitar caer en el sistema de protección social, ya que este supondrá perder el estatus alcanzado.

2) Dependencia: tras aceptar la necesidad de acudir al sistema de protección, se va cada vez con mayor asiduidad para garantizar unos mínimos de vida dignos.

3) Ruptura: se rompe con los Servicios Sociales debido a una acumulación de fracasos que les lleva a perder toda esperanza de salir adelante. Al desligarse del sistema de asistencia se encontrarán en una situación de marginalidad. En la década de los 80, como dice Sagrario Anaut (2010), “se ha de dar el salto definitivo de una concepción estática de la pobreza a una dinámica, de proceso”. Se acuñará el término de exclusión social, desligando a la pobreza de la elemental visión economicista que había tenido y aproximándola hacia un horizonte multidimensional. Ahora al hablar de pobreza se referirá a una carencia de recursos para satisfacer las necesidades básicas del individuo. Mientras que al hacerlo de exclusión se alude a un proceso que limita a las personas a ser partícipes de la sociedad en los ámbitos económicos, políticos y sociales, teniendo en cuenta el conjunto de la población o su origen estructural (Laparra, Pérez, 2008).

Ahora se habla de un objeto de estudio que amplía el abanico de problemáticas que acarreaba la pobreza, que distancia a las personas de la integración en el actual

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Estado de Bienestar. Es un conjunto de factores de vulnerabilidad social que puede afectar tanto a individuos como a grupos y que pueden terminar en desigualdad y marginación (Subirats, 2004).

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Metodologí a

A tenor de la propuesta a nivel teórico y teniendo en cuenta el objetivo de la investigación: conocer el proceso de cambio de la profesionalización del Trabajo Social en Navarra en la segunda mitad del siglo XX, se cree adecuado utilizar una metodología de carácter cualitativo.

La visión cualitativa, como dicen Pértegas y Pita (2002) tiene el objetivo de “identificar la naturaleza profunda de las necesidades, sus sistema de relaciones, su estructura dinámica”. Además, según los mismos autores, se caracteriza por estar centrada en la fenomenología y comprensión, utilizar la observación naturista, su subjetividad, contener inferencias en sus datos, ser exploratoria, inductiva y descriptiva, estar orientada al proceso, contar con datos ricos y profundos, no ser generalizable, ser holística y partir de una realidad dinámica.

De esta manera, es ineludible hablar de los problemas procedimentales hallados durante la elaboración de este trabajo que pudieran, en cierto sentido, haberlo sesgado. Por un lado, se encuentra la carga subjetiva que se le supone a la metodología seleccionada, que ni el investigador más minucioso podría eludir debido a los muchos condicionantes que le rodean. A continuación se explica gracias a un aporte de Francisco Alía (2005):

“Los historiadores, como los fotógrafos, los directores de cine, los pintores… no ofrecen un reflejo de la realidad sino representación de la misma. Los documentos no hablan por sí mismos. Los hechos raramente vienen preparados de antemano, y ningún historiador puede escapar de ciertos condicionamientos, como las ideas preconcebidas individuales, las preocupaciones contemporáneas y el conocimiento de la historiografía previa sobre el tema. Nuestra vinculación con el pasado es, u no debe dejar de ser –según Hayden White- emotiva, por lo que la dimensión poético-expresiva del escrito histórico no solo aparece como inexpugnable sino, más aún, como determinante de todas las demás. Los conflictos valorativos no pueden dirimirse apelando exclusivamente a la evidencia; siempre será la conformidad o no con nuestros intereses, compromisos y temores lo que captará nuestra adhesión a uno u otro relato en conflicto”.

Por otro, se encuentra la falta de recursos que ha constreñido el universo de la investigación al análisis de los documentos seleccionados, ya que, el tiempo limitado disponible para la realización del trabajo del fin de master provoca no poder abarcar y bucear en tanto material como el que se desearía para elaborar un trabajo sin ninguna fisura. También sucede que la documentación para realizar la investigación está condicionada a su disponibilidad y, que debido a los continuos cambios de locales de la

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Escuela y de la Agrupación de Asistentes Sociales, se hayan perdido algunos que podrían iluminar puntos opacos de la historia del Trabajo Social de Navarra.

A pesar de lo indicado, la metodología seleccionada es adecuada ya que consigue lograr un diálogo fluido entre la Historia de la Asistencia Social y el Trabajo Social, campos científicos de referencia en este trabajo. Ambas disciplinas comparten técnicas de investigación, aunque sus enfoques no sean coincidentes. Desde la Historia de la Asistencia se aportará el concepto del tiempo histórico, imprescindible para entender el devenir de los acontecimientos, contextualizar hechos y tendencias, y detectar los cambios y continuidades que se producen en un quehacer social como el del Trabajo Social en Navarra. Como dice Julio Aróstegui (1995), “el verdadero tiempo de la historia es, pues, aquel que se mide en cambio frente a duración”.

Por tanto, el tiempo histórico es esencial en esta investigación, ya que se busca sintetizar la evolución de la profesión del Trabajo Social en Navarra desde sus inicios, con la creación de la Escuela de Asistentes Sociales “San Vicente de Paúl” de Pamplona, hasta su reconocimiento universitario en la Comunidad Foral, con la absorción de la Escuela Universitaria por parte de la Universidad Pública de Navarra.

La historiografía sobre asistencia social aportará todo un corpus de conocimiento que servirá para entender el contexto general y el de Navarra sobre la materia. Las referencias más recientes y accesible quedan recogidas en la bibliografía final. Por último, la Historia social y, en concreto, la Historia de la asistencia social/trabajo social ha ayudado en el análisis de las fuentes primarias y secundarias a las que se ha tenido acceso. En este caso, se ha podido acceder a dos archivos privados: el de Teresa Celaya y el del Colegio Oficial de Diplomadas/os en Trabajo Social y Asistentes Sociales de Navarra. El primero, pertenece a una trabajadora social de la primera promoción y su valor está en que recopila una documentación heterogénea, pero que de otro modo hubiera estado dispersa. Además, se ha de pensar que apenas hay información histórica sobre la profesión. Es la primera vez que se tiene acceso al mismo.

El archivo del Colegio resulta más accesible, aunque apenas se hace uso de él. Será de interés para este trabajo por completar algunas informaciones que no aparecen en el archivo que ha servido de eje vertebrador.

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Los documentos de ambos archivos se han analizado siguiendo el método de Análisis Documental del Contenido (Alía Miranda, 2005; Aróstegui, 1995) y que María Pinto (2002) la define como “el proceso cognitivo de reconocimiento, descripción y representación del contenido documental”. En el presente trabajo se han seguido las tres fases que configuran el análisis documental del contenido:

A) Lectura/comprensión: el propio investigador decodifica, interpreta y representa la información de manera interactiva. Como dice Aróstegui (1995) “en la actualidad no basta para el progreso técnico de la investigación histórica con la mera lectura temática de las fuentes escritas”. Es pertinente atender al lenguaje y los discursos ya que de ellas se pueden extraer gran cantidad de elementos históricos. El mismo autor añade que “los cambios sociales son también cambios de lenguaje”.

B) Análisis del contenido: se analizan los documentos procediendo a su segmentación dividiendo el texto en partes más manejables y atribuyendo diferentes categorías que permitan codificar la información (proceso cuantitativo). A continuación, se seleccionan las más relevantes para la investigación atendiendo a la intención, interés, situación o importancia del contexto social de los documentos. Finalmente, se interpretan los contenidos en función de los objetivos de la investigación. De esta manera, se hará inferencias, o lo que es lo mismo, “averiguar otras cosas que la observación primaria de los datos no nos dice en sí mismas” (Aróstegui, 1995) con el objetivo de buscar conclusiones sobre la documentación analizada.

C) Síntesis: plasmar la información obtenida del análisis, sintetizando la interpretación obtenida del análisis realizado.

Fuentes

Las fuentes manejadas son documentales y de naturaleza tanto primaria como secundaria. Se han localizado en los archivos indicados. Por su diversidad se diferenciará a continuación por archivo.

Archivo privado de Teresa Celaya

Del archivo privado de Teresa Celaya se ha contado con dos archivadores contenedores de cerca de 200 documentos escritos relacionados con el proceso de

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profesionalización y con la Agrupación de Asistentes Sociales “Santa María la Real”, posteriormente Colegio de Trabajadores Sociales de Navarra. En el mismo archivador abundan aquellos documentos relacionados con la Escuela de Asistentes Sociales de Pamplona debido a la implicación de Teresa con la misma desde su apertura como alumna de la primera promoción en 1960 y hasta su cierre, siendo entonces profesora.

Después de proceder al reconocimiento de todos los documentos, se han organizado en carpetas y portafolios de plástico y digitalizados para su mejor conservación. A continuación, se ha procedido a una primera depuración del material, descartando todos aquellos que no entrasen dentro del periodo temporal objeto de estudio. Tras una segunda lectura en profundidad, se han seleccionado aquellos que resultan de mayor interés de cara a esclarecer las consideraciones e hipótesis del trabajo para realizar un esquema narrativo del objeto de estudio. Se ha optado por utilizar 107 documentos de distinta índole:

Tabla 1: Publicaciones periódicas utilizadas

Territorial Nacional

Cuatrovientos ABC Diario de Navarra Arriba España

Egin El País

El pensamiento navarro Fedea

HABE La verdad

Navarra Hoy Mundo social

Noticias obreras (HOAC) Sábado Gráfico Unidad Ya

Fuente: elaboración propia mediante el archivo de Teresa Celaya.

A) Prensa: La prensa es fuente imprescindible para la realización de investigaciones socio-históricas, ya que es un medio de comunicación que existe desde el siglo XVIII. Como dice Alía Miranda (2005) guarda “texto e imagen, opinión e información, revelaciones trascendentales y pequeñas minucias de la vida cotidiana, artículos de grandes personalidades y cartas de autores anónimos. Es, por tanto, un registro de la sociedad, de la historia”. De este modo, es indicada para obtener información de hechos, sucesos, opiniones y corrientes ideológicas (Aróstegui, 1995; Alía Miranda, 2005). Para contrastar su información y conocer el contexto en el que se desarrollan los hechos recogidos, se ha accedido a bibliografía específica. Además, se ha

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contado con diversas publicaciones periódicas (tabla 1), tanto de tirada regional (un total de seis) como nacional (diez). Los criterios de selección han sido el ajuste al periodo investigado, la consonancia y adecuación con el objetivo general, por su facultad de continuidad como engranaje cronológico y por lo significativo de la misma en el estudio. En cuanto a su tipología, se ha de destacar su riqueza debido a que se ha podido contar con noticias, entrevistas, reportajes, críticas, crónicas y columnas y cartas de opinión.

Tabla 2: Legislación utilizada del archivo privado de Teresa Celaya

Fecha Título Publicación

25/10/1966 ORDEN de 25 de octubre de 1966 por la que se aprueba el emblema correspondiente a los estudios de

Asistentes Sociales.

BOE

18/01/1967 RESOLUCIÓN de la Dirección General de Enseñanza Profesional por lo que se dictan normas para la

tramitación del título de Asistente Social.

BOE (nº15)

07/07/1971 Orden 25 mayo 1971 (M.º Educación y Ciencia). ESCUELAS DE ASISTENTES SOCIALES. Prueba final de

estudios.

BOE (Nº160)

26/09/1973 Decreto 17 de agosto 1973, num. 2293/73 (M.º Educación y Ciencia). Escuelas Universitarias. Regulación. BOE

04/01/1977 Ley 3/1977, de 4 de enero, sobre creación del Cuerpo Especial de Asistentes Sociales. BOE

26/04/1982 Ley 10/1982, de 13 de abril, de creación de los Colegios Oficiales de Asistentes Sociales. BOE (Nº99)

19/04/1983 ORDEN de 12 de abril de 1983 por la que se establecen las directrices para la elaboración de los Planes de

Estudio de las Escuelas Universitarias de Trabajo.

BOE

26/10/1984 REAL DECRETO 1888/1984, de 26 de septiembre, por el que se regulan los concursos para la provisión de

plazas de los cuerpos docentes universitarios.

BOE

28/01/1987 Decreto Foral 11/1987, de 16 de enero, por lo que se regulan los Servicios Sociales de Base de la Comunidad

Foral de Navarra.

BON

Fuente: elaboración propia mediante el archivo privado de Teresa Celaya.

B) Material publicado: Dentro de este apartado se ha recogido la normativa aprobada por organismos gubernamentales y legislativos de las Administraciones Públicas (tabla 2). Permiten ver la actitud de los organismos oficiales hacia todo aquello relacionado con el reconocimiento de la profesión y los aspectos legales que pueden afectar a la intervención social. Alía Miranda (2005) añade que “la documentación producida por el Estado es un fiel reflejo de su estructura organizativa a través del tiempo”. En este trabajo se utiliza legislación del órgano central como del territorial y local. Así, se pueden determinar los asuntos de interés de cada uno de ellos y ver su compromiso e implicación en la búsqueda de eficacia y eficiencia en la atención a las necesidades sociales.

C) Material no publicado: Se dispone de gran cantidad de material no publicado de diversa índole, en su mayoría documentación interna de diferentes instituciones (tabla 3). Ha servido para reconstruir la historia del Trabajo Social de Navarra aportando fechas, acontecimientos y datos precisos. Informes, cartas, versos o comunicados han sido esenciales para

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