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Los dones del Espíritu

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Los dones del Espíritu

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Después de ser bautizados, a cada uno de nosotros se nos puso las manos sobre la cabeza para que recibamos el don del Espíritu Santo y, si somos fieles, podremos tener Su influencia conti-nuamente con nosotros. Por medio de Él, cada uno de nosotros puede ser bendecido con ciertos poderes espirituales llamados dones del Espíritu. Esos dones se les dan a quienes son fieles a Cristo. “…todos estos dones vienen de Dios, para el beneficio de los hijos de Dios” (D. y C. 46:26). Nos ayudan a saber y a enseñar las verdades del Evangelio, a bendecir a otras personas y serán una guía en nuestro camino de regreso a nuestro Padre Celestial. Para utilizar esos dones con sabiduría, necesitamos saber cuáles son, cómo podemos desarrollarlos y la forma de reconocer las imitaciones que Satanás hace de ellos.

Las Escrituras mencionan muchos dones del Espíritu. Esos dones se han dado a los miembros de la Iglesia verdadera cuando ésta ha estado sobre la tierra (véase Marcos 16:16–18). Entre los dones del Espíritu se incluyen los siguientes:

El don de lenguas (D. y C. 46:24)

A veces es necesario comunicar el Evangelio en un idioma que no conocemos; cuando eso sucede, el Señor puede bendecirnos con la habilidad de hablarlo. Muchos misioneros han recibido el don

A los maestros: Considere pedir a cada uno de los miembros de la clase o de la familia que

repasen la lista de dones espirituales de este capítulo y que elijan dos de los cuales les gus-taría aprender más. Como parte de la lección, deles tiempo para que estudien por su cuenta los párrafos y los pasajes de las Escrituras que se relacionan con los dones que hayan ele-gido. Una vez que hayan tenido tiempo para estudiar, pídales que compartan lo que hayan aprendido.

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de lenguas (véase la ilustración que figura en este capítulo). Por ejemplo: el élder Alonzo A. Hinckley estaba sirviendo una misión en Holanda pero comprendía y hablaba muy poco el idioma del país a pesar de que oraba y estudiaba mucho. Un día en que fue a una casa que ya había visitado antes, una señora le abrió la puerta y le habló en forma airada en holandés. Asombrado, se dio cuenta de que podía comprender todo lo que la mujer le decía y tuvo un gran deseo de expresarle su testimonio en ese idioma. Entonces, comenzó a hablar y las palabras brotaban de su boca en un claro y perfecto holandés; pero cuando regresó a contarle a su presidente de misión que ya podía hablar esa lengua, esa habilidad lo había dejado. Muchos miembros fieles de la Iglesia han sido bendeci-EPTDPOFMEPOEFMFOHVBT 7©BTF+PTFQI'JFMEJOH4NJUI Answers

to Gospel Questions DPNQJMBDJ³OEF+PTFQI'JFMEJOH4NJUI+S 

5 tomos, 1957–1966, tomo II, págs. 32–33).

El don de interpretación de lenguas (D. y C. 46:25)

Este don lo recibimos algunas veces cuando no comprendemos un idioma y tenemos que recibir un mensaje importante de Dios. Por ejemplo, el presidente David O. McKay tenía un gran deseo de hablarle a los miembros de la Iglesia de Nueva Zelanda sin la ayuda de un intérprete. Él les dijo que esperaba que el Señor los bendijera para que pudieran comprender lo que iba a decirles y les habló en inglés. Su mensaje duró 40 minutos y, a medida que hablaba, podía ver por la expresión de muchos y por las lágrimas que corrían por los rostros, que estaban recibiendo su mensaje. (Véase Answers to Gospel Questions, tomo II, págs. 30–31).

El don de traducción (D. y C. 5:4)

Si los líderes de la Iglesia nos han llamado para traducir la palabra de Dios, podemos recibir un don para traducir que va más allá de nuestra aptitud natural. Lo mismo que con cualquier otro don, para recibirlo debemos vivir rectamente, estudiar mucho y orar. Cuando hacemos eso, el Señor hace que nuestro pecho arda dentro de nosotros para indicarnos que la traducción es correcta (véase D. y C. 9:8–9). José Smith tenía el don de traducción cuando

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tradujo el Libro de Mormón. Ese don lo recibía sólo cuando se encontraba en armonía con el Espíritu.

El don de sabiduría (D. y C. 46:17)

A algunos de nosotros se nos ha bendecido con la facultad de comprender a la gente y los principios del Evangelio y la forma en que éstos se aplican a nuestra vida. Se nos ha dicho:

“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. “Pero pida con fe, no dudando nada, porque el que duda es seme-jante a la ola del mar, que es movida por el viento y echada de una parte a otra.

“No piense, pues, ese hombre que recibirá cosa alguna del Señor” (Santiago 1:5–7).

El Señor dijo: “no busquéis riquezas sino sabiduría; y he aquí, los misterios de Dios os serán revelados...” (D. y C. 6:7).

El don de conocimiento (D. y C. 46:18)

Todo aquel que llegue a ser como nuestro Padre Celestial finalmente conocerá todas las cosas. El Espíritu Santo es quien revela el cono-cimiento de Dios y de Sus leyes (véase D. y C. 121:26). Es imposible que nos salvemos si ignoramos esas leyes (véase D. y C. 131:6). El Señor reveló: “y si en esta vida una persona adquiere más conocimiento e inteligencia que otra, por medio de su diligencia y obediencia, hasta ese grado le llevará la ventaja en el mundo venidero” (D. y C. 130:19). El Señor nos ha mandado que apren-damos todo lo que esté a nuestro alcance acerca de Su obra. Él desea que aprendamos acerca de los cielos, de la tierra, de lo que ha sucedido o sucederá, de las cosas que existen en el país o en el extranjero (véase D. y C. 88:78–79). Sin embargo, hay personas que tratan de obtener conocimiento solamente por medio de su estudio personal sin solicitar la ayuda del Espíritu Santo; son quie-nes están siempre aprendiendo sin llegar nunca a la verdad (véase 2 Timoteo 3:7). Cuando recibimos conocimiento por medio de la

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revelación del Espíritu Santo, Él habla a nuestra mente y a nuestro corazón (véase D. y C. 6:15, 22–24; 8:2; 9:7–9).

El don de enseñar sabiduría y conocimiento (Moroni 10:9–10)

A algunas personas se les da la habilidad especial de explicar y tes-tificar sobre las verdades del Evangelio. Ese don lo puede utilizar un maestro cuando enseña una clase, y los padres cuando enseñan a sus hijos. Este don nos ayuda también a impartir instrucción a otras personas para que ellas puedan comprender el Evangelio.

El don de saber que Jesucristo es el Hijo de Dios (D. y C. 46:13)

Este don se le ha otorgado a los profetas y apóstoles, a los cuales se ha llamado como testigos especiales de Jesucristo. Sin embargo, otras personas también han recibido este don. Toda persona puede tener un testimonio por medio de la inspiración del Espíritu Santo. El presidente David O. McKay enseñó: “El Señor dice en Doctrina y Convenios que a algunos se da el saber por el Espíritu Santo que Jesús es el Hijo de Dios y que fue crucificado por los pecados del mundo [véase D. y C. 46:13]. Me refiero a los que permanecen fir-mes sobre la roca de la revelación en el testimonio que expresan al mundo” (Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: David O.

McKay, 2004, pág. 182).

El don de creer en el testimonio de los demás (D. y C. 46:14)

Mediante el poder del Espíritu Santo podemos conocer la verdad de todas las cosas. Si deseamos saber si alguien más está diciendo la verdad, debemos preguntar al Señor con toda nuestra fe y, si aquello por lo que oramos es verdadero, el Señor hablará paz a nuestra mente (véase D. y C. 6:22–23). De esa forma sabremos cuando alguien más, aun el profeta, ha recibido revelación. Nefi le pidió al Señor que le permitiera ver, sentir y saber que el sueño de su padre era verdadero (véase 1 Nefi 10:17–19).

El don de profecía (D. y C. 46:22)

Quienes reciben revelaciones verdaderas acerca del pasado, el pre-sente o el futuro tienen el don de profecía. Los profetas poseen ese don; sin embargo, nosotros también podemos tenerlo para que nos

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ayude a gobernar nuestra vida (véase 1 Corintios 14:39). Podemos recibir revelaciones de Dios concernientes a nuestra vida y a nues-tros llamamientos, pero nunca con respecto a la Iglesia y a sus líderes. Es contrario al orden de los cielos que una persona reciba revelación a favor de una persona a quien no preside. Si realmente tenemos el don de profecía, no recibiremos ninguna revelación que no esté de acuerdo con lo que el Señor ha dicho en las Escrituras.

El don de sanidad (D. y C. 46:19–20)

Algunas personas tienen la fe necesaria para sanar y otras tienen la fe para ser sanadas. Todos podemos ejercitar esa fe para ser sanados cuando estamos enfermos (véase D. y C. 42:48). Muchos poseedores del sacerdocio tienen el don de sanar a los enfermos, y a otras per-sonas se les puede dar el don de saber cómo curar enfermedades.

El don de efectuar milagros (D. y C. 46:21)

El Señor ha bendecido muchas veces a Su pueblo en forma mila-grosa. Cuando los pioneros mormones plantaron sus primeras cosechas en Utah, una plaga de langostas casi termina con ellas. Los pioneros oraron suplicando al Señor que salvara sus cosechas, y Él envió una bandada de gaviotas que devoraron a las langostas. Cuando necesitamos ayuda y pedimos con fe, el Señor hará mila-gros si lo que suplicamos es para nuestro bien (véase Mateo 17:20; D. y C. 24:13–14).

El don de fe (Moroni 10:11)

El hermano de Jared poseía una gran fe, debido a la cual recibió otros dones. Su fe fue tan grande que se le apareció el Salvador (véase Éter 3:9–15). Sin fe, no se puede recibir ningún otro don. Moroni promete: “…quien crea en Cristo, sin dudar nada, cuanto pida al Padre en el nombre de Cristo, le será concedido...” (Mormón 9:21). Debemos procurar aumentar nuestra fe, descubrir nuestros dones y utilizarlos.

Algunas personas no tienen fe y niegan que realmente existan esos dones del Espíritu. Moroni les dice a tales personas:

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“Y también os hablo a vosotros que negáis las revelaciones de Dios y decís que ya han cesado, que no hay revelaciones, ni profe-cías, ni dones, ni sanidades, ni hablar en lenguas, ni la interpreta-ción de lenguas.

“He aquí, os digo que aquel que niega estas cosas no conoce el evangelio de Cristo; sí, no ha leído las Escrituras; y si las ha leído, no las comprende” (Mormón 9:7–8).

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Podemos desarrollar nuestros dones

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El Señor ha dicho: “Porque no a todos se da cada uno de los dones; pues hay muchos dones, y a todo hombre le es dado un don por el Espíritu de Dios. A algunos les es dado uno y a otros otro, para que así todos se beneficien” (D. y C. 46:11–12).

Para cultivar nuestros dones, debemos saber primeramente qué dones poseemos, lo cual podemos lograr por medio del ayuno y la oración. Debemos procurar recibir los mejores dones (véase D. y C. 46:8). En ocasiones las bendiciones patriarcales nos ayudan a saber qué dones se nos han concedido.

Debemos ser obedientes y fieles para que se nos concedan nues-tros dones; luego debemos utilizarlos para hacer la obra del Señor. No se nos dan para satisfacer nuestra curiosidad ni para probar algo en lo cual no creemos por nuestra falta de fe. Hablando de los dones espirituales, el Señor dijo: “…se dan para el beneficio de los que me aman y guardan todos mis mandamientos, y de los que procuran hacerlo...” (D. y C. 46:9).

Н1JFOTFFOBMHVOPTEPOFTFTQJSJUVBMFTRVFMFGPSUBMFDFS­BOQFS-sonalmente o que le ayudarían a servir al Señor y a los demás. 2V©IBS¡QBSBQSPDVSBSFTUPTEPOFT

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Satanás imita los dones del Espíritu

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Satanás puede imitar los dones de lenguas, de profecía, de visio-nes, de sanidad y otros milagros. Moisés tuvo que competir con las imitaciones de Satanás en la corte del faraón (véase Éxodo 7:8–22). Satanás desea que creamos en sus profetas, sanidades y obradores de milagros falsos. Éstos pueden aparentar ser tan reales que el único medio que tenemos de saber si lo son es pedirle a Dios el don del discernimiento. El diablo mismo puede aparecerse como un ángel de luz (véase 2 Nefi 9:9).

Satanás desea cegarnos ante la verdad e impedir que busquemos los verdaderos dones del Espíritu. Los médiums, los astrólogos, los adivinos y los brujos o hechiceros son inspirados por Satanás aun cuando declaren que siguen a Dios. Sus obras son abomina-bles ante el Señor (véase Isaías 47:12–14; Deuteronomio 18:9–10). Debemos evitar todo contacto con los poderes de Satanás.

Debemos tener cuidado con nuestros dones del Espíritu

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El Señor dijo: “Pero un mandamiento les doy, que no se jacten de estas cosas ni hablen de ellas ante el mundo; porque os son dadas para vuestro provecho y para salvación” (D. y C. 84:73). Debemos recordar que los dones espirituales son sagrados (véase D. y C. 6:10). A fin de corresponderle por darnos esos dones, el Señor pide que “...[demos] gracias a Dios en el Espíritu por cualquier bendición con que [seamos] bendecidos” (D. y C. 46:32).

Pasajes adicionales de las Escrituras

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