En 1966 —el 28 de marzo para ser precisos—, el examen doctoral de AdolfoSánchezVázquez fue un verdadero acontecimiento dentro de la Facultad y en la Universidad: presidía José Gaos, y replicaban Wen- ceslao Roces, Eli de Gortari, Ricardo Guerra y Luis Villoro. En un salón de los más amplios de la Facultad nos apretujábamos bastante más de cien personas, profesores y estudiantes, a cerca de tres horas de iniciado, el presidente del jurado, Gaos, acordó que era necesario un receso para reponernos, “los asistentes, los sinodales y el examinado”, pues apenas habían participado dos o tres de los jurados. Pudo carac- terizarse dicho examen por dos hechos, escribe el propio examinado, “por su duración que —por lo menos hasta 1985 si no es que hasta la fecha— tuvo el record en la unam y por la dureza de las réplicas de los
Es un hecho que los doce años transcurridos entre 1967 y 1980 se distinguen por una densa red de acontecimientos cuya presencia a lo largo y ancho del mundo provocó en lo inmediato y lo mediato consecuencias de toda índole, las más de ellas significativas y profundas. A ese respecto pueden ser ejemplares los movimientos estudiantiles de Francia, México y otros países en 1968; la “primavera de Praga” ese mismo año; el ascenso y la caída de la “vía pacífica al socialismo” en Chile entre 1970 y 1973; el inicio de una fase decreciente en los ciclos históricos de capital en 1974; la derrota de Estados Unidos en Vietnam en 1975; la “Revolución de los claveles rojos” en Portugal y la muerte de Franco también en 1975; el auge del movimiento obrero mexicano e internacional que se verifica entre 1969 y 1976 y sus estrepitosas derrotas a partir de 1977; el “eurocomunismo”; la revolución sandinista en Nicaragua y el viraje hacia la derecha de los gobiernos de las grandes potencias occidentales a partir de 1980. Tales hechos son solamente algunos de los rasgos más evidentes de los nuevos contenidos de la realidad que no podían haber pasado desapercibidos a una mirada atenta y crítica como la de SánchezVázquez, de modo que, aun cuando esos fueran los únicos motivos que lo impulsaron a subrayar la ver- tiente política de su obra, ello estaba plenamente justificado. En un contexto histórico-concreto en donde una importante suma de eventos ilustran el ascenso de las luchas de clases revolucionarias —pero en donde otra serie de hechos, igualmente abultada, ya anuncia en sentido contrario y de manera in- equívoca la presencia de una suerte de reflujo en el proceso de la revolución—;
En esos planteamientos, recogidos en numerosas obras de divulgación del marxismo, la praxis suele reducirse a una ca- tegoría gnoseológica como contrapolo de la teoría. Pues bien, contra esas propuestas del naturalismo dogmático, hay que insistir en que la obra de Marx no alienta de ningún modo las pretensiones de la metafísica. Para entenderlo es preciso dete- nerse en el análisis de la praxis social, que es a nuestro entender la principal categoría teórica del marxismo y la que le brinda su más alto sentido crítico, como señala SánchezVázquez siguiendo la estela de Gramsci. Pero eso significa, como veremos, que contra aquella perspectiva naturalista, que hace del materia- lismo una especie de dogmatismo metafísico, hay que decir que lo decisivo del materialismo de Marx es que coloca en el centro a la sociedad. Solo que lo hace al modo que lúcidamen- te comprende SánchezVázquez, indicando que es la praxis social, la sociedad como totalidad dinámica de las actividades humanas, lo que explica la mediación de todas esas dimensio- nes humanas y funda el proceso social.
concepto de enajenación pero sin condicionamiento histórico porque así podía criticar las condiciones prevalecientes en laURSSy en Yugosla- via pero todavía sin denunciar, de fondo, la inexistencia de socialis- mo en esos países. Era la de Gajo Petrovic otra manera distinta de cri- ticar a la URSS y a la vez limitar la crítica. De tal manera, Adolfo Sán- chez Vázquez parece tomar la interpretación que Petrovic hace de la concepción de enajenación de los Manuscritos como si fuera la idea de Marx; y como es incorrecta la de Petrovié, SánchezVázquez pa- sa a criticar al joven Marx en lugar de radicalizar la crítica. desde Marx a los presuntos países socialistas, en verdad capitalistas de nuevo tipo. Según pienso, esta intervención del filósofo español opone a Sán- chez Vázquez contra SánchezVázquez. Es decir, AdolfoSánchez Váz- quez fue contra su propia Filosofía de la praxis en vista de defender a un pseudosocialismo que se pretendía marxismo.
En efecto, no vuelve a reanudar sus estudios, esta vez de filosofía, hasta 1950, fecha en la que inicia su Maestría en Filosofía en la Fa- cultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Este periodo coincide con los años de la Guerra fría, momento en el que México iniciaba un fuerte desarrollo capitalista, bajo el mandato presidencial de Miguel Alemán que supone también un viraje político hacia posiciones de derecha distanciándose así del cardenismo, estrategia política que ya se había operado en el gobierno anterior. A pesar de ello, "esto no afectó a la política exterior de México y, en particular, a su repu- dio del Estado franquista"4 2 Pero con todo, la Guerra fría y la ayuda de Estados Unidos a Franco alejó las perspectivas de poner punto final al exilio y obligó a enfocar de forma distinta la actividad polí- tica en la emigración. En el caso de AdolfoSánchezVázquez, la idea de un largo exilio fue llevándole a la determinación de que era in- dispensable una mayor dosis de teoría para abordar los problemas políticos del momento: "Sentí por ello la necesidad de consagrar más tiempo a la reflexión, a la fundamentación razonada de mi actividad política, sobre todo cuando arraigadas creencias —en la `patria del proletariado'— comenzaban a venirse abajo. De ahí que me propusiera por entonces elevar mi formación teórica marxista y, en consecuencia, prestar más atención a la filosofía que a las le- tras". 43 Nuevamente la praxis, esta vez fundamentalmente política, le conduciría a la exigencia de profundizar en el terreno de la teo- ría, pero a su vez ésta quedará contagiada de la actividad dinámica de aquélla. A partir de este momento sus trabajos e investigaciones posteriores, tanto en el campo de la estética como de la teoría polí- tica o la revisión teórica del marxismo, serán vislumbrados princi- palmente desde la noción de "praxis". Su vuelta a la Universidad mexicana, al viejo edificio de Mascarones, no supuso, sin embargo, un contacto directo con la teoría marxista; en sus aulas "se escucha- ba todavía, como un eco lejano, las voces vitalistas e irracionalistas que había escuchado en Madrid. Mucho Heidegger, bastante vitalis- mo e historicismo, una dosis de tomismo y otra no menor de neo-
Carlos Oliva Mendoza La obra de SánchezVázquez, como se sabe, es más que relevante en la revisión crítica del marxismo y esto, lamentablemente, es sólo reconocido en el mundo del pensamiento en español; se sabe, también, que su trabajo en el área de la estética no sólo es seminal y pionero en muchos aspectos, sino de una vigencia poco reconocida en la actualidad. El filósofo marxista exiliado en México a causa del franquismo español puede ser un excelente índice para conocer el estado de la estética en el siglo XX. Sus debates no sólo se centraron en las tradiciones marxistas, materialistas y formalistas de la estética, sino que debatió puntualmente con las estéticas de corte idealista, las estéticas analíticas y, en los últimos años de su vida, con las estéticas de la recepción. Nunca abandonó, además, los estudios de caso sobre poéticas específicas, en especial, las concernientes a las artes pláticas y la literatura. Bajo la idea de la filosofía de la praxis, en la que una relación vital entre la práctica y el ejercicio de la teoría determina la viabilidad y demarcada la objetividad de nuestros juicios, siempre se preguntó por las condiciones de existencia y recepción del arte, así como las condiciones de socialización del fenómeno estético en lo que consideró el hostil mundo del capitalismo.
utopía a través de la crítica permite a SánchezVázquez culminar una operación filosófica decisiva. Los enlaces tejidos entre utopía, ética, polí- tica y crítica han permitido eludir los peligros del determinismo po- sitivista y del pragmatismo político —el achatamiento “realista” de lo real sobre lo dado. Y, asimismo, los que acechan desde el utopismo y el voluntarismo abstractos. Así, ahora es posible decantar una concepción de la historia, de la praxis y de lo real de índole inmanente, axiológica- mente jerarquizada y orientada, realizable y, al mismo tiempo, abierta a las vicisitudes de la construcción de lo humano.
Deslindándose con vehemencia del marxismo de Althusser, SánchezVázquez insiste en que la obra marxiana es indivisible. Si en sus análisis filo- sóficos sobre el concepto de praxis se basa principalmente en el Marx joven e intermedio, no lo hace necesariamente porque considere ahí a Marx como ‘más filosófico’, sino porque el tema de la praxis política y creativa está más en primer plano que en la crítica a la economía política, en la que, ante todo, está en discusión la forma de praxis reproductiva, que sostiene el mundo de los humanos. Esta posición privilegiada que la praxis creativa y sobre todo la político-revolucionaria ocupa en la Filosofía de la praxis de SánchezVázquez frente a otras formas de praxis, debe entenderse más por la historia de su propia vida que por reflexiones internas de pura teoría. Si se ocupa de Marx, ello se debe ante todo a su actividad política de la temprana juventud.
Daba la impresión, al principio, de que Sánchez V á z q u ez estuviera sólo interesado por los pro b l e m a s estéticos, pero al cabo de un corto tiempo advertimos que en ellos encontraba un asunto decisivo: lo que había escrito Ma rx a ese pro p ó s i t o. Sánchez V á z q u ez se c o m- placía en hallar problemas y formular preguntas, en r a s- trear en algunos textos extraños (en los que acaso se podría encontrar, de manera poco sistemática) algunas ideas a las que se encargaría de otorgarles forma. A esta tarea se dedicó SánchezVázquez y, de manera paralela, al estudio central de un concepto: el de praxis. Pe ro además, como si semejara una fundación, al estudio de la ética, el tema que aquí y ahora nos reúne. La ética y junto con ella el otro eje del pensamiento de Sánchez
La situación filosófica de SánchezVázquez era verdaderamente un dilema: el marxismo dominante resultaba estrecho y dogmático; la filosofía alemana, francesa y anglosajona que predominaba en la academia carecía de relevancia para la crítica y transformación de la realidad social. Ante este dilema encontró su propia alternativa: la de un marxismo crítico, ilustrado por un amplio y plural diálogo filosófico con otras tradiciones, a la par científico y humanista, al igual justificado teóricamente y comprometido políticamente. Esta alterna- tiva fue precisamente el rasgo distintivo de su filosofía de la praxis, tema que constituyó su tesis doctoral, dirigida por José Gaos. Este trabajo dio origen al libro Filosofía de la praxis (1967), al que el propio SánchezVázquez considera su obra más importante y del cual hablaremos más adelante.
Conocí a AdolfoSánchezVázquez en 1972, en un corto viaje que hizo a España, el primero desde 1939. Antes había leído sus libros, sus Ideas estéticas de Marx, la Filosofía de la praxis, su Ética. Nos cono- cíamos epistolar, pero no físicamente. Me sorprendió profundamen- te. SánchezVázquez escapaba por completo a la idea establecida del exiliado. Después vino otra vez a España en 1975, pero tuvo que abandonar el país ante el clima de tensión y violencia que los fusila- mientos del 27 de septiembre desataron. Mientras, había publicado dos libros de considerable importancia, Estética y marxismo, la antolo- gía más completa sobre el tema con considerables aportaciones per- sonales, y Del socialismo cientgico al socialismo utópico, un texto pro- fundamente polémico.
Las ideas estéticas de Marx Ensayos de estética marxista. México, Era, 1965.293 pp. [Reed.: La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1966.] Filosofía y praxis. México, Grijalbo, 1967.383 pp. (Ciencias económi- cas y sociales) [Reed., rev, y ampl.: 1980; 5a. ed.: 1991; reed.: Bar- celona, Crítica, 1980.]
Sigue intocado, en el reino de la política, el dogma de la infalibili- dad de la “mano oculta del mercado”, de su sabiduría insuperable, que hablaría desde las cosas mismas, desde la economía, y sigue firme la convicción de que el proyecto socialista de sustituir esa inexcrutable “mano sabia” por la decisión democrática de una política racional es un proyecto condenado necesariamente al fracaso. Sobre todo, sigue intocado el dogma mayor que deifica al valor capitalista del mundo de las mercancías, al capital o valor que se autovaloriza, poniéndolo en calidad de sujeto metafísico de la historia, de creador —y no de ene- migo, como lo veía Marx— del valor de uso de las cosas que pueblan el mundo de la vida humana.
sí que reduce ilegítimamente la visión estética marxista de la reali- dad artística. La otra corriente que mencionas y que llamas ontológica —yo la llamaría más bien praxeológica—, que concibe el arte como forma de producción de una nueva realidad, enlaza estrechamente con el lugar central que ocupa la praxis en el pensamiento marxia- no. Y ésta es justamente la corriente en que me inscribo en estética y que he tratado de impulsar. Hay también otras dos corrientes im- portantes en nuestros días: una, sociológica, que centra su atención en las condiciones sociales de la producción, distribución y consu- mo de la obra de arte y no sólo en la ideología como mediadora de la relación arte-sociedad. Esta corriente reduce el enfoque estético marxista a una teoría social del arte con el riesgo de caer en un nuevo sociologismo, aunque no se puedan desdeñar sus aportacio- nes. Y, finalmente, está una vigorosa corriente que fija su atención en aspectos ignorados tradicionalmente por la estética marxista; el arte como forma, sistema de signos o lenguaje específico, tratando de aprovechar las aportaciones de la lingüística estructural, la teoría de la información y la semiótica. Todas las corrientes que hemos mencionado tienen por base algún aspecto relevante de la produc- ción artística —o relevante en el arte de un periodo histórico deter- minado— y son fecundas en la medida en que no absolutizan ese aspecto (conocimiento, condicionamiento social o lenguaje) y no lo vuelven excluyente. Pero, en conclusión, de todas esas corrientes la que hemos llamado praxeológica —o concepción del arte como activi- dad práctica creadora específica— nos parece la más provechosa ya que puede englobar las aportaciones de ellas, pues al subrayar como esencial el aspecto práctico-creador que cambia histórica y socialmen- te, puede constituir una estética marxista abierta a todo tipo de arte sin cerrarse en los valores, categorías e ideales de ninguno de ellos.
Arranca su aportación de una indagación en los contenidos filosó- ficos que aparecen en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y en otras obras del joven Marx. Originariamente la idea de trabajo, y a través de ella, la categoría filosófica de praxis, permite a AdolfoSánchezVázquez una reconstrucción de la concepción de la filosofía y del marxismo, en tanto que forma singular de la filosofía. La praxis se convierte en la categoría central desde la que se interpretan las dis- tintas modalidades de la acción humana. La praxis humana es, ante todo, creación, anticipación imaginativa, actividad libre, social, uni- versalizable, en una palabra, paradigma de lo específicamente humano. Además la categoría de praxis interviene de una manera definiti- va para una nueva forma de ejercer la filosofía, ésta no sólo tiene una función gnoseológica, sino a la vez crítica y política, siendo una for- ma de racionalidad integradora. En concreto, el marxismo como filosofía de la praxis desarrolla de un modo unitario su triple dimen- sión de conocimiento de la realidad, crítica de lo existente y proyecto de emancipación.
La obra de AdolfoSánchezVázquez se ha desplegado principalmente en direcciones como la ética, la estética, la filosofía política y la filoso- fía contemporánea, aunque no ha dejado de abordar otras problemáti- cas. En el caso de la ética, frente al apriorismo, utopismo y moralismo, intenta fundar una ética desde el punto de vista científico. En el terre- no de la estética su reflexión se inicia con el libro Las ideas estéticas de Marx (1965) y se continúa en la antología sobre Estética y marxismo (1970), así como en otras obras en donde se despliega un abanico de opciones frente a las tesis cerradas o normativas. Sostiene una concep- ción abierta de la relación estética entre el hombre y la realidad, conci- biendo al arte como una forma de praxis.
“En mi opinión [continúa Muguerza] el marxismo de AdolfoSánchezVázquez ha sido siempre bastante más epimeteico que prometeico. Y eso permite desvelar la entrañas ética de su ‘filosofía de la praxis’, haciendo de ella una auténtica filosofía de la praxis y no, o no sólo de la poiesis. Pues esa forma de praxis que es la acción moral, a diferencia en esto de la acción productiva, nunca se mide por el éxito y no tiene tampoco, en consecuencia, por qué arredrarse ante el fracaso, aunque obviamente esté obligada a tomar nota de los fracasos y a evitar que los errores que los originaron se repitan”. (“A modo de introducción. AdolfoSánchezVázquez: filósofo español en México, filósofo mexicano en España”, en SánchezVázquez, Filosofía y circunstancia. Anthropos-unam, España, 1998, pp. 20-21.)
Otra puntualización. Porque —según dice— SánchezVázquez lee mi texto viendo ambigüedades en él. Yo creo que no es ambiguo, pero me interesa, sobre todo, puntualizar lo que él leyó como ambi- güedad. Yo no digo que la Filosofía de la praxis de AdolfoSánchezVázquez asuma la disyuntiva entre praxis y relaciones de producción como postura de principio. Me parece que SánchezVázquez, más bien, asume dialécticamente la unidad entre producción y relacio- nes de producción, entre trabajo y propiedad privada, etcétera. Lo que digo es que al momento en que interpreta los Manuscritos, Sán- chez Vázquez sugiere que en Marx hay esta disyuntiva. Y que Marx se decide a favor del trabajo enajenado contra la propiedad privada, aunque mantiene cierta ligazón entre trabajo enajenado y propiedad privada. Por lo anterior es que insisto en que la interpretación gene- ral del marxismo que hace la Filosofía de la praxis de Sánchez Váz- quez es correcta; lo que es incorrecto es su interpretación de los Manuscritos de 1844. Insisto en que ambas cosas se contraponen. En lo que respecta al punto discutido aquí, SánchezVázquez no leyó los Manuscritos de 1844 desde la perspectiva de su Filosofía de la praxis. Acerca de la disyuntiva entre relaciones de producción, por un lado, y producción o trabajo eñajenado, por otro, AdolfoSánchezVázquez dice que esta proposición carece de sentido y esto es, justa- mente, lo que yo sostengo en el texto de mi ponencia. Subrayo que, más bien, el concepto de relaciones de producción está incluido en el de trabajo enajenado; que el concepto de trabajo enajenado es, justamente, el concepto de modo de producción capitalista. Asimis- mo, afirmo que para determinar el modo se requieren ciertas rela- ciones no sólo con la naturaleza sino con los hombres. Por cierto, cito a SánchezVázquez en este punto para mostrar cómo su postura respecto de los Manuscritos en un pasaje de la Filosofía de la praxis es correcta; pero, contrariamente, en un pasaje de su texto de Filosofía y economía en el joven Marx de 1982, coincidiendo con el momento en que perdió virulencia la discusión contra Althusser, el juicio, de SánchezVázquez sobre el joven Marx es más severo.
AdolfoSánchezVázquez (Algeciras, 1915), profesor de filosofía con- temporánea, estética y ética, es un marxista español que desde 1939 desarrolla en México su vida académica, docente y de investigación. Esta vida, que le fue impuesta por el exilio que siguió a la Guerra civil española, ha sido enormemente productiva. El último resulta- do del trabajo incansable del profesor SánchezVázquez es su libro Ciencia y revolución. (El marxismo de Althusser), que acaba de ser pu- blicado por Alianza Editorial en Madrid. Antes, este mismo año, AdolfoSánchezVázquez vio publicada en la colección Crítica (Edi- torial Grijalbo, Barcelona) la nueva edición de su famosaÉtica. Antes también el autor de esos dos libros publicó: Las ideas estéticas de Marx (1965), Filosofía de la praxis (1962; 2a. ed., 1972), Rousseau en México. (La filosofía de Rousseau y la ideología de la independencia) (1969), Estética y marxismo (dos volúmenes, 1970), Textos de estética y teoría del arte. Antología (1972) y Del socialismo científico al socialismo utópico (1975).
Ciertamente, fue la concepción del marxismo como filosofía de la praxis, cuyos orígenes rastreé en el joven Marx, particularmente en el de los Manuscri- tos de 1844 y que asumí abiertamente en mi tesis doctoral, lo que me llevó a enfrentarme tanto al dia-mat soviético en los años sesentas, como a la nueva versión científica y positivista del marxismo de Althusser, a la crítica del cual dediqué en los años setentas una obra entera. El ontologismo universal del dia- mat constituiría una ideologización del marxismo que acabó por desnaturali- zarlo, al convertirlo en la justificación de una práctica política acorde con los intereses del partido y del Estado en la ex Unión Soviética. Con la reivindicación de la praxis como eje categorial frente a su metafísica materialista y a la proyec- ción determinista y teleológica de ésta, tanto en su concepción de la sociedad como en su filosofía de la historia, se reivindicaba a su vez, la vocación práctica del marxismo, rotundamente afirmada por Marx: “de lo que se trata es de transformar el mundo”. Con este enfoque praxeológico me enfrenté asimismo a la versión cientifista y estructuralista del marxismo que disfrutaba de cierto auge en nuestros medios académicos. Aunque el empeño de Althusser de resca- tar el lado científico del marxismo no dejaba de ser saludable, acabó por enviar al limbo de la ideología todo el contenido humanista de su proyecto de emanci- pación. Por otro lado, su teoricismo —del que nunca logró zafarse— desvinculaba la teoría como praxis autosuficiente de la praxis real, política. En suma, la concepción de la praxis que adopté —como actividad teórico-práctica, subjetiva y objetiva a la vez—, permitía restablecer los aspectos medulares del marxismo —como proyecto de emancipación, crítica, conocimiento y vocación prác- tica— que el dia-mat soviético, con su ideologización, desnaturalizaba. Por otra parte, permitía mantener, en su unidad teórico-práctica, lo que el marxismo de Althusser, con su teoricismo y cientifismo, desvinculaba. En pocas palabras, se podía entender el marxismo como creemos que lo entendía Marx: como inter- pretación e intervención teórica en la transformación efectiva del mundo.