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Avispas que se enamoran de orquídeas

de Deleuze y Guattari

II. Avispas que se enamoran de orquídeas

En principio, nuestras habituales maneras de pensar nos dirían que dos individuos se enamoran uno del otro de acuerdo con ciertas con-diciones. Se trataría, en primer lugar, de sujetos definidos según una gama finita de posibilidades: varón-varón, mujer-mujer, varón-mujer.

Si nos viésemos forzados por la discusión, podríamos incluir posibi-lidades tales como las que hablan de individuos de la misma especie viviente y de individuos de especies distintas. Por otro lado, el ena-moramiento y el encuentro mismo se producirían en función de cier-tos factores: atracción hacia alguien del mismo sexo, atracción hacia alguien de otro sexo, atracción hacia otra especie, etcétera. Ahora bien: de acuerdo con valores más o menos identificables con la tradi-ción occidental, suele entenderse como contra natura el amorío entre individuos del mismo sexo, o tal vez entre representantes de especies distintas. Es curioso, dicho sea de paso, cómo el psicoanálisis freudia-no freudia-no rehusó la palabra “perversión” para aludir a estas situaciones:

ello muestra que no en todos los casos se requiere explícitamente de

Los amores de la avispa y la orquídea...

la moralidad cristiana –o de una moral religiosa cualquiera– para considerar que un comportamiento resulta “desviado” respecto a la norma (Freud, 1992: 123).

Conviene subrayar los supuestos de una descripción como ésta:

hay individuos o “sujetos” dotados de características más o menos estables, y hay ciertas condiciones que permiten que alguno de ellos se enamore de alguno más. Esas condiciones pueden ser entendidas, diría el propio Deleuze, como “emisión de signos amorosos” que ha-cen que alguien se vuelva único para alguien más (Deleuze, 1989).

Si todo se redujera a esto, llamar contra natura a un tipo peculiar de encuentro amoroso revelaría tal vez una concepción estrecha de lo que natura puede hacer, pues bien podría darse el caso, por ejem-plo, de que “naturalmente” una mujer se sintiese atraída por otra.

Sin embargo, el esbozo ontológico de la sección anterior nos alerta acerca de que las cosas no pueden ser tan simples –no al menos para Deleuze y Guattari.

Aquí puede traerse a cuento, por fin, el ejemplo de la avispa y la orquídea con el que inicia Mil mesetas:

La orquídea se desterritorializa al formar una imagen, un calco de avispa; pero la avispa se reterritorializa en esa imagen. No obstante, también la avispa se des-territorializa, deviene una pieza del aparato de reproducción de la orquídea;

pero reterritorializa a la orquídea al transportar el polen. La avispa y la orquí-dea hacen rizoma, en tanto que heterogéneos. Diríase que la orquíorquí-dea imita a la avispa cuya imagen reproduce de forma significante (mímesis, mimetismo, señuelo, etc.). Pero eso sólo es válido al nivel de los estratos –paralelismo entre dos estratos de tal forma que la organización vegetal de uno imita a la organiza-ción animal del otro–. Al mismo tiempo se trata de algo totalmente distinto: ya no de imitación, sino de captura de código, plusvalía de código, aumento de va-lencia, verdadero devenir, devenir avispa de la orquídea, devenir orquídea de la avispa, asegurando cada uno de esos devenires la desterritorialización de uno de los términos y la reterritorialización del otro, encadenándose y alternándose ambos según una circulación de intensidades que impulsa la desterritorializa-ción cada vez más lejos. No hay imitadesterritorializa-ción ni semejanza, sino surgimiento, a partir de un rizoma común que ya no puede ser atribuido ni sometido a signi-ficante alguno (Deleuze y Guattari, 2004: 15-16).

Carlos Alberto Bustamante Penilla

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¿Qué quiere decir este denso pasaje? En primer lugar, conviene mantenerse alerta frente al riesgo de entender la imagen de la avis-pa y la orquídea como metáfora de algo: por desconcertante que parezca, Deleuze y Guattari hablan aquí estrictamente del insecto y de la flor a las que solemos dar esos nombres. Puede entenderse por qué: mal se avendría una metáfora con una filosofía que emprende una crítica generalizada a la noción de representación. ¿Y bien? La historia de la avispa y la orquídea tiene otra finalidad: hablar de un caso en el que un acontecimiento, en el seno del devenir generali-zado, marca el momento en que dos entidades devienen otra cosa.

Puede anticiparse, claro está, que “devenir otra cosa” es una noción importante a su vez cuando se piensa en procesos de subjetivación.

Sólo se puede hablar de que una planta “imita” la forma de una avispa –o de “imitación” en general– a condición de suponer que una planta es exactamente lo que es y no otra cosa, y que por tanto debe “disfrazarse” de avispa para atraer a un insecto poco perspicaz.

Más aún: una orquídea es lo que debe ser, y entonces definitiva y literalmente engaña a la incauta avispa para lograr la polinización.

Pero esta manera de hablar hace de la orquídea un objeto ontológi-camente estable, tanto que sólo a costa del engaño puede pasar por otra cosa y, claro, la también estable avispa debe ser un insecto capaz de caer en la trampa.

Según la crítica de Deleuze y Guattari, esta situación atrae sobre sí todos los problemas del mundo, pues una realidad que incluye en-tidades que no pueden ser sino lo que son “por naturaleza” es exac-tamente el tipo de escenario filosófico que solicita a gritos un fun-damento que lo organice. Podría invocarse para ello a la “Idea” –en el sentido platónico del término– que hace de la orquídea lo que ella es, o bien a la “esencia” o modo de ser propio de la flor que nunca será un insecto, y la del insecto que no se convierte en orquídea sino falsamente, etcétera. Pero las cosas cambian bastante si se abandona lo que nuestros autores llaman “nivel de los estratos” –donde las entidades aparentan estar constituidas de modo básicamente esta-ble (Deleuze y Guattari, 2004: 512)–. Cuando se mira desde el nivel

Los amores de la avispa y la orquídea...

de los agenciamientos, aparece el devenir y sus transformaciones respecto tanto a los estados de cosas como a los códigos de signos.

Es a propósito de estos movimientos que Deleuze y Guattari in-troducen los términos “desterritorialización” y “reterritorialización”

(Deleuze y Guattari, 2004: 15-17). Una entidad estratificada –avis-pa, orquídea o persona– es básicamente un segmento de “territorio”

ordenado de modo relativo: un estado de cosas que se organiza de acuerdo con un código peculiar, justo el de la “avispa”, la “orquídea”

o el ser humano. Pero los territorios así organizados no son inmó-viles: hay elementos en ellos que tienden a descodificarse, a trazar

“líneas de fuga” –por utilizar otra célebre expresión de Mil mesetas (2004: 213-238). Así, lo que ocurre entre la orquídea y la avispa es que la segunda recodifica la flor, mientras que ésta se descodifica para admitir los signos propios del animal y, claro, el movimiento inverso es también parte del juego: heterogéneos como son, la avis-pa y la orquídea se agencian y devienen otros. Nada será lo mismo después de su encuentro amoroso.

A lo anterior debe añadirse que ni la avispa ni la orquídea –ni las personas, ni el resto de las entidades– son, en tanto avispas, or-quídeas o personas, entidades estratificadas “puras” y ajenas a te-rritorializaciones y destete-rritorializaciones previas. Algo o alguien siempre es lo que resulta de devenires anteriores, devenires que en algún instante de reterritorialización dieron lugar a ese estado de cosas conocido con el nombre “avispa” o con el de “persona”, por ejemplo. La realidad entera, de este modo, se define en términos de procesos que van de la desterritorialización a la estratificación y vi-ceversa. Tal cosa es justamente lo que corre el riesgo de ser olvidado cuando se piensa según los modelos “árbol” o “raicilla”, pues tales estilos llevan a concebir la realidad como un conjunto de entida-des más o menos fijas. Los amores monstruosos, las “perversiones”

contra natura muestran, por el contrario, que la naturaleza nunca determina a algo o alguien para toda la eternidad. El encuentro de la orquídea y la avispa genera una serie de devenires que dan lugar a orquídeas que son insectos tanto como a avispas vegetales. Puestas

Carlos Alberto Bustamante Penilla

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así las cosas, tal vez no cueste demasiado imaginar lo que el ejem-plo de Mil mesetas tendría que decir desde el punto de vista de una teoría de la subjetivación.