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LA “CLEF DE VOÛTE” Y LOS “OMPHALOS”

In document LOS CÓDIGOS OCULTOS (página 54-61)

(El Código da Vinci: Capítulos 48, páginas 255 y 257; y Capítulo 104, página 529) (La Lápida Templaria: Capítulo 41, páginas 259 a 263)

La expresión francesa “clef de voûte” -en castellano, <<clave de bóveda>>- es muy conocida y utilizada en arquitectura. “Voûte” es, precisamente, la bóveda que remata un arco. Y cualquier arco precisa de una dovela, esto es, una piedra en forma de cuña en su parte más elevada que mantiene unidas las demás piedras y aguanta el peso del conjunto. Esa piedra es, en sentido arquitectónico, la clave de la bóveda.

El conocimiento sobre el uso de esta clave para la construcción de un arco abovedado contribuyó a convertir a los constructores que lo poseían en auténticos artistas de la piedra, proporcionándoles, además, notables ganancias pecuniarias. Por ello, no es de extrañar que atesoraran celosamente tal saber, lo que hizo de la “clef de voûte” uno de los secretos mejor guardados de los gremios de canteros y albañiles, rodeandolo de un halo de misterio. Esos gremios fueron el origen de la masonería -en francés, “macon” significa albañil-, lo que se pone de manifiesto en multitud de circunstancias que llegan hasta la propia denominación de varios grados de la jerarquía masónica -el “Grado del Arco Real”, por ejemplo-.

La masonería recogió la herencia iniciática antigua o, por lo menos, sus formas externas, pero la simbología de la clave de bóveda y su secretismo son anteriores a ella y a los gremios medievales, remontándose mucho más atrás en el tiempo, hasta los constructores romanos y, aún antes, a los del antiguo imperio egipcio. Bajo el influjo de todas estas reminiscencias, el Priorato de Sión hizo de la “clef de voûte” una representación cifrada, a modo de mapa codificado, para recordar en el más absoluto sigilo los lugares donde se ocultan sus objetos y documentos secretos más valiosos.

A lo largo del tiempo, numerosos investigadores e historiadores, conocedores de la simbología del Priorato y de su tradición de juegos de palabras y dobles sentidos, se han dedicado a buscar la clave codificada en iglesias, sobre todo francesas, escocesas y españolas. Muchos buscadores del Grial han llegado a la conclusión de que la clave de bóveda debe de ser, literalmente, eso, una cuña arquitectónica, una piedra con inscripciones cifradas inserta en el arco de algún templo <<bajo el signo de la rosa>>. En la arquitectura medieval, las rosas no son escasas. Rosetones en las ventanas y en las molduras, rosas de cinco pétalos rematando arcos o embelleciendo claves de bóveda. Como escondite, aquel punto de una iglesia sería de una sencillez diabólica. El mapa para localizar el Santo Grial se hallaría oculto, así, en la más zona más elevada del arco de algún antiguo y, quizás, poco conocido templo cristiano.

Por influencia del Priorato de Sión, también la Orden del Temple convirtió la clave de bóveda en una de sus referencias, asociándola a las construcciones octogonales, los “omphalos”, de alto significado esotérico.

A este respecto, hay que comenzar indicando que la tradición esotérica ha hecho de la representación gráfica del carro de Elías o Mercaba uno de sus símbolos más notables, aunque su uso, dada su importancia, es muy restringido. Se trata del cuadrado limitado por círculos. Su antigüedad se remonta a las construcciones megalíticas, herederas del culto al círculo. Celtas y druidas mantuvieron su esencia y tuvo forma, igualmente, de piedras redondas que marcaban el centro del mundo. Con esta forma, llamada “omphalos” por los griegos, se adoró en santuarios de distintas culturas. Es, por ejemplo, el Betel donde Jacob apoya la cabeza y ve la escala de ángeles, es decir, la puerta del cielo, la escala de vidas por la que transita el ser verdadero pasando de una a otra modalidad de existencia aparente, cada vez con mayor grado de intensidad vibratoria, en su camino de retorno a la Unidad de la que procede y a la que pertenece. El edificio circular que señala un centro invisible es imagen del centro del mundo. Es una reproducción de la “sabika”, es decir, una caverna -una iglesia, en tiempos más modernos- y encima de ella un espacio sagrado, el “Sanctasanctórum”.

Los templarios basaron en este símbolo, en su significado transcendental y en su influjo positivo en la capacidad sensitiva de los seres, el diseño de sus capillas. Se trata de los célebres recintos octogonales -también el templo de Perceval responde a este dibujo octogonal- que la Orden desparramó por la geografía europea, desde las de París y Londres a las españolas de Eunate, Tomar, Vera Cruz de Segovia o, incluso, la ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga. Todos están construidos en torno a una columna central sobre la que se edifica una minúscula cámara, el lugar donde el aspirante se encierra para cumplir sus ritos de paso. A estas cámaras se les llama <<linternas de los muertos>>, la luz que comunica con los muertos. Es como la “seyiqqah” de Jerusalén, una caverna donde se afirma que se puede escuchar a los espíritus y que está bajo un edificio octogonal, justamente en el solar del primer Templo que dio nombre a los templarios.

En esta arquitectura se contiene la iniciación de la Orden secreta del Temple, correspondiendo a los tres grados de introducción y avance. De esta manera, del pseudocristo, el piso inferior en el que se produce el adoctrinamiento general del aspirante que aún no se ha sometido a las pruebas, se pasa a la cámara o sarcófago, donde acontece la muerte figurada, a la que debe seguir, finalmente, la resurrección del iniciado, el nacimiento del hombre nuevo. El sarcófago es, a veces, una cueva comunicada con la iglesia o templo, como en San Baudelino de Berlanga y en Nuestra Señora del Monasterio de Oviedo, donde se llama <<pozo santo>>. En la prehistoria fue el dolmen sagrado. En este sepulcro se hacía en la Edad Media la vela de las armas.

En los santuarios que no lo heredaron de antiguo se construyó, sobre la columna central, el noveno punto invisible, es decir, en la cámara secreta iniciática donde el aspirante muere y resucita al conocimiento transcendente.

Tras la disolución oficial del Temple, otras órdenes religiosas, como los calatravos, mantuvieron esta tradición. Y aunque ya no pudieron edificar recintos con plantas centrales, prohíbidos por la Iglesia por su connotación templaria, sí construyeron sobre los de planta rectangular o cuadrada torres y campanarios octogonales, sospechosamente estilizados, en cuyo interior dieron cobijo, como ocurre en el santuario de los Santos de Arjona, en Jaén, a la <<linternas de los muertos>>. En distintos lugares de la misma provincia -en Baños de la Encina, el castillo de Locubín, el convento-fortaleza de la Peña de Martos, la torre de Porcuna, los campanarios de Lopera y de la iglesia de San Juan,...- pueden observarse edificaciones calatravas de este tipo.

Por cierto, que haciendo referencia a templos construidos por la tradición templaria tras la disolución oficial de la Orden, es obligatorio citar la capilla de Rosslyn, sita a poco más de diez kilómetros al sur de Edimburgo, en plena Escocia. Llamada también la Catedral de los Enigmas y construida en 1446 sobre los restos de un antiguo templo mitraico, la edificación esta repleta de desconcertantes símbolos de las tradiciones egipcia, hebrea, pagana cristiana y masónica.

En cualquier caso, a pesar de esta sustitución por columnas iniciáticas interiores de iglesias, la función es la misma: ser centros figurados del mundo, “omphalos”, que también incluyen la percepción occidental del yin y el yang. Es decir, el equilibrio de los opuestos, el principio hermético de polaridad como una de las reglas de juego que sostienen todo lo existente, los hechos que nos rodean y las leyes que los explican. Son imágenes del viaje al centro, al atmán, en argot hinduista, que mora en el interior de cada ser y constituye su auténtica realidad y es parte de la Identidad Universal. La forma de las pilas bautismales responde, igualmente, a esta percepción transcendente.

Hay que tener en cuenta que en el esquema del octógono confluyen muy diversos niveles de conocimiento. El ocho es en hebreo la cifra de “Heth”, que corresponde a los sonidos H y J, los dos componentes del nombre divino. Ahora bien, el octógono, aunque aparentemente sólo conste de los ocho puntos visibles de su trazado, contiene otro invisible, el noveno. Concretamente, es el punto del que dependen y equidistan los demás, el que marca el centro y representa la unidad, sin la cual no existiría la construcción. Y el nueve que en realidad encierra el octógono es la

cifra de “Teth”, equivalente a las letras T e I, la serpiente y la sabiduría, lo que nos remite a la Diosa-Madre.

Únase a ello las implicaciones numéricas de los templos con planta central. Todos constan de dos recintos, el cuerpo central y los muros exteriores, lo que supone dos ochos y, con el punto invisible, dos nueves. Ocho por ocho es 64, la cifra cabalística del Cuadrado Terrestre; y nueve por nueve da 81, la cifra del Cuadrante Celeste.

(El Código da Vinci: Capítulo 76, página 392).

(La Lápida Templaria: Capítulo 70, páginas 468 y 469)

Bafomet o Baphomet era un dios pagano de la fertilidad, asociado a la fuerza creativa de la reproducción. Su cabeza solía ser representada por un carnero o cabra, símbolo de procreación y fecundidad usado con frecuencia en las culturas antiguas. Así, la <<cornucopia>> o <<cuerno de la abundancia>> constituyó un homenaje a la fertilidad y dio cuerpo al mito de Zeus amamantando por una cabra a la que se le rompe un cuerno que, milagrosamente, rebosa frutas.

Muchos siglos después y bebiendo de fuentes remotas, la Orden del Temple, sus círculos secretos, adoptaron el Bafomet, la cabeza barbuda, como signo del Dios de la Sabiduría sobre el que pivotaban sus creencias y conocimientos. Se trata de la Cabeza del Anciano, el Chokmak hebrero que significa sabiduría.

Los templarios veneraban a Bafomet situándose alrededor de una réplica en piedra de su cabeza y recitando oraciones. Igualmente, la colocaron en sus templos y edificaciones, siempre en sus lugares más sensibles y delicados -en las claves de los

arcos, en las cornisas y en los ángulos, sobre las ventanas,...-. Y la transmitieron, después, a las logias de constructores y masones, aunque fue perdiendo poco a poco su profundo significado. La cábala la identifica con el Adam Kadmon u hombre celestial. Es la Cabeza de las Cabezas citada en escritos ancestrales que se refieren a las tres cabezas superpuestas la una a la otra, al Anciano constituido por tres cabezas en una sola, al Anciano de los Ancianos que tiene por atributo la sabiduría.

Esta Cabeza del Anciano recibe también dos nombres: el Gran Rostro y, vista desde fuera a través de las veladuras del secreto, la Pequeña Figura, que es la esencia suprema del Creador y uno de los símbolos del Nombre del Poder o Nombre Secreto de Dios. No en balde, sobre la Pequeña Figura se graban tres letras -las tres letras madres del alfabeto hebreo, que son los fundamentos de la cábala- que corresponden a las tres mentes alojadas en tres cráneos (los cultos a las calaveras de santos es otra representación simbólica del Bafomet). De igual manera, hay una importante máxima que indica que <<cuatro son los cerebros que posee la Pequeña Figura>>, en alusión a la combinación de las letras Y H V H con las nueve de la Pequeña Figura que componen el Shem Shemaforash, el <<Nombre Secreto de Dios>>.

La adoración templaria del Bafomet fue convertida por el papa Clemente V, siguiendo instrucciones directas de Felipe IV el Hermoso, en uno de los principales argumentos contra la Orden. En la manipulación de pruebas contra ella, la Iglesia trastocó el significado del Bafomet, que de representación del Dios de la Sabiduría paso a ser símbolo del maligno. Precisamente, la actual imagen del demonio con cuernos tiene su origen en ese Bafomet transfigurado por la Iglesia y en los esfuerzos de ésta para convertir al cornudo dios de la fertilidad en encarnación de Satán.

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