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Leopoldo Zea y la búsqueda de una filosofía mexicana universal

Introducción

“La filosofía americana”, según Leopoldo Zea, “ha de interesarse por los problemas clásicos de la filosofía (Dios, mundo, vida, conocimiento…) pero, en virtud de planteárselo hombres de América, las soluciones serán americanas y, por ende, diferentes y peculiares, teñidas de americanidad, por así decirlo”.268 Como esta cita subraya, a pesar de sus importantes contribuciones a la filosofía latinoamericana, Zea no era un filósofo iconoclasta que hubiera descartado la filosofía europea para plantear una filosofía puramente independiente y mexicana. De hecho, Zea recibió una formación filosófica clásica en la UNAM, valoraba el pensamiento europeo y casi optó por escribir su tesis de doctorado sobre los sofistas griegos porque valoró que “ellos hablaron del hombre como medida de todas las cosas”.269 Fue sólo cuando su asesor José Gaos le preguntó, “¿Por qué no trabaja usted sobre algún tema de la filosofía en México?”,270 que Zea empezó a investigar seriamente el pensamiento

267 Leopoldo Zea, El pensamiento latinoamericano, Ariel, Barcelona, 1976, p. 282.

268 Francisco Larroyo, La filosofía iberoamericana, p. 232.

269 Leopoldo Zea, El Nuevo Mundo en los retos del nuevo milenio, Cuadernos Americanos, Ciudad de México, 2002, p. 21.

270 Idem.

latinoamericano. En esta tónica, la filosofía de Zea representa una síntesis del pensamiento europeo y mexicano que integra valiosos aportes de una multiplicidad de fuentes.

Después de haber escrito su tesis sobre el positivismo en México, Zea llegó a la conclusión de que la filosofía eurocéntrica propuesta por Comte no había tenido el efecto deseado sobre la sociedad mexicana durante el porfiriato. En esta línea, se nota un hilo conductor en sus esfuerzos académicos para desarrollar una filosofía —así como intentó Ramos con su antropología filosófica— que tomaría en serio los contextos concretos de la sociedad y que afirmaría el papel de las letras, la filosofía primera y la axiología en la realización de una sociedad plena.

Desde mi punto de vista, esta contextualización es una tarea absolutamente necesaria para cualquier filosofía que espera servir como una matriz para lograr una cultura integrada; se sigue como un corolario, si la finalidad de la formación es el bien común de la sociedad, que la verdadera educación debe mantener estas consideraciones siempre presentes. Esta sección analiza el conflicto entre el positivismo y la cohesión social, y ––aplicando el pensamiento de Samuel Ramos y Leopoldo Zea–– plantea la tesis de que la herencia humanística, la ética y la metafísica son tres elementos indispensables para el florecimiento social.

La educación humanística y la vinculación social

En su libro La cultura y el hombre de nuestros días, Leopoldo Zea presenta una defensa apasionada de la educación humanística. En el análisis de Zea, la formación holística que ofrece la educación clásica abre el horizonte del ser humano y promueve la integración social. Para tomar un ejemplo concreto, un futuro científico se enfrentaría en un programa de artes liberales con varios interlocutores de la historia, la filosofía y la sociología que impulsarían un diálogo con personas que se dedican a otros estudios. En lugar de los silos aislados que frecuentemente resultan de la educación tecnocrática, la formación humanística tiende puentes entre una gran pluralidad de profesiones y estilos de vida.

Reflexionando en este punto, Zea explica que “una universidad, si ha de merecer tal nombre, debe conciliar, las unas con las otras, a las humanidades con las ciencias, dentro del único plano de conciliación posible: el hombre”.271 Es por medio de la integración humanística que la educación superior recibe su marca universal. “El hombre”, continúa Zea, “fuente de toda universalidad asequible a nuestra conciencia, es el lazo de unión de unas ciencias con las

271 Leopoldo Zea, La cultura y el hombre en nuestros días, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1959, p. 32.

otras”.272 En la educación humanística, todos los ámbitos del ser humano están involucrados y puestos en diálogo con las ciencias, las artes y varias otras disciplinas que ejercen una influencia sobre la vida humana. Consecuentemente, esta formación integradora construye vínculos con otros que se especializan en estas disciplinas variadas, promoviendo la cohesión social.

Hay un área de esta formación humanística que merece un enfoque especial: la enseñanza ética. El humanismo transmite no sólo conocimiento, sino también los relatos morales; es decir, la tradición oral y escrita capaz de dirigir los pasos de las civilizaciones hacia un objetivo común. En su articulación de las convicciones más profundas, lo moral ocupa un espacio en la condición humana más allá de lo físico. Samuel Ramos, en su libro El perfil del hombre y la cultura en México, subraya elocuentemente esta importancia de lo moral explicando que si fuera posible satisfacer todos los deseos materiales del mundo,

Queda todavía uno sin resolver: hallar el sentido de la existencia humana. ¿Cómo debo vivir? ¿Cómo debo amar? ¿Cómo debo morir? Porque estas preguntas seguirán planteándose y acaso con más fuerza que nunca. Esa humanidad utópica que vive en el mejor de los mundos, se preguntará angustiada y doliente: ¿Qué es el hombre? ¿Qué es lo humano? ¿Cómo haremos de la vida del hombre algo profundo y radiante?273

Esta explicación de la gran importancia de la ética también demuestra la cercanía entre las preguntas acerca de los valores y la antropología filosófica; un análisis antropológico demuestra que hay dimensiones humanas que, aunque no son biológicamente necesarias, son esenciales para la vida. La observación de que “no sólo de pan vive el hombre” sigue siendo verdadera el día de hoy. Aunque el desarrollo económico ha posibilitado la autosuficiencia material, el afán ético mantiene su fuerza normativa en la sociedad y aumenta la interdependencia comunitaria.

¿Y cuál es la esencia de las cuestiones éticas que conectan con las raíces de la experiencia humana y por ende pueden formar una base para la unión social? En una palabra, es la metafísica.

En México en el siglo XX, fue el deseo de recuperar la metafísica que impulsó el surgimiento de la filosofía del espiritualismo y los movimientos antipositivistas como el Ateneo de la Juventud. Refiriéndose al porfiriato, Ramos sostiene que “el positivismo es, como crítica de la religión, poco satisfactorio, y muy inferior a ésta como sucedáneo, por su falta de sentido metafísico”.274 Leopoldo Zea concuerda con este análisis: “El positivismo terminó en

272 Idem.

273 Samuel Ramos, El perfil del hombre y la cultura en México, p. 103. Es una cita de E. Curtis.

274 Ibidem, p. 74

una logomaquia que en nada tenía que envidiar a la que había sustituido”.275 Al quedarse en la superficie de la experiencia humana, la formación positivista sería incapaz de formar una sociedad cohesionada que pudiera aguantar las tormentas políticas y sociales dirigidas hacia el espíritu humano.

Ahora bien, esta metafísica no sólo forma lazos sociales durante un momento específico de la historia, sino que también puede servir como una transversalidad entre el pasado, el presente y el futuro. Ésta es la conclusión de Samuel Ramos al observar que el estudio de la historia y la cultura mexicana nos permite “comprender que el humanismo no pertenece exclusivamente a una determinada época del pasado y que su esencia es, por decirlo así, extratemporal”.276 En un sentido real, la educación humanista que integra la metafísica es eterna. Un ejemplo de la religión en Mesoamérica subraya este punto.

Ricardo Falla, en su libro El Popol Wuj: una interpretación para el día de hoy, concuerda con este punto de vista de Ramos sobre el carácter transversal de la expresión metafísica y espiritual en la cultura no sólo en la sociedad iberoamericana, sino también en la vida comunitaria prehispánica. Falla explica que un “factor central de la cohesión social de las comunidades ha de ser la espiritualidad maya hereda de los abuelos y abuelas, pero creativamente adaptada a las circunstancias actuales, es decir, transformándolas activamente”.277 La religión para los ki’che’ es una herencia transmitida en el espíritu, y a causa de este carácter metafísico, tiene una temporalidad cósmica. San Agustín de Hipona en la conclusión de su Confesiones captura bien este carácter trascendental de la religión en sus famosas palabras: “Tarde te amé, Belleza tan antigua y tan nueva”. Para Agustín y los ki’che’, la experiencia de Dios es más extensa que los límites de la historia.

Como la educación humanística, los relatos en el Popol Wuj integran la fe, la ética y la antropología filosófica. Comentando sobre el relato maya de la creación, Falla explica que “los primeros seres humanos… fueron hechos de maíz”,278 una afirmación del ámbito de la antropología filosófica que da sentido para la vida y promueve la vinculación social. En contraste con el desencanto occidental que ha surgido después de la reducción de la vida humana a procesos bioquímicos, los mayas están animados por su creencia en que “la creación del ser humano parece ser un hecho necesario, porque los seres humanos son los alimentadores

275 Leopoldo Zea, La cultura y el hombre en nuestros días, p. 44.

276 Ibidem, p. 104.

277 Ricardo Falla-Sánchez, El Popol Wuj: una interpretación para el día de hoy, Instituto AVANSCO, Ciudad de Guatemala, 2013, p. 161.

278 Ibidem, p. 113.

de los Dioses”.279 Los mayas entienden la vida en términos de la cooperación con lo inefable, y esta amplia metafísica ayuda a formar la comunidad integrada.

Integrador, ético y extratemporal: He aquí tres elementos del pensamiento humanístico que permiten el avance de la cohesión social de una manera inaccesible al positivismo. Con estas características éticas y antropológicas, las comunidades son capaces de romper el provincialismo y sanar las heridas de la fragmentación. Las consecuencias para la educación y la política son claras: hay una urgente necesidad de una nueva formación que englobe todos los ámbitos del ser humano. En cuanto a lo moral, Zea explica que:

… lo que importa en nuestros días es la creación de una ética que ponga al hombre a la altura de los adelantos técnicos. Una ética que permita al hombre reconocer a sus semejantes, cualquiera que sea la posición social o geográfica de éstos; cualquiera que sea el color de su piel o la orientación de su religión e ideas. Una ética que, por encima de todas esas diferencias, vea al hombre en relación con hombres.280

En cuanto a la antropología filosófica, es necesario recuperar las dimensiones despreciadas de los seres humanos, y que estas dimensiones sean integradas en una educación que reconoce que la finalidad de la vida no es sólo el bienestar material, sino también el florecimiento afectivo y espiritual. En mi análisis filosófico y cultural, es sólo con tal nuevo humanismo, alimentado por la rica tradición de la filosofía clásica, que surgirá la sociedad cohesiva y armoniosa, capaz de aguantar los desafíos del futuro.