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Miércoles, 4 de agosto de

In document Diario de Ana Frank (página 72-74)

Querida Kitty:

Ahora que llevamos más de un año de reclusión en la Casa de atrás, ya estás bastante al tanto de cómo es nuestra vida, pero nunca puedo informarte de todo realmente. ¡Es todo tan extremadamente distinto de los tiempos normales y de la gente normal! Pero para que te hagas una idea de la vida que llevamos aquí, a partir de ahora describiré de tanto en tanto una parte de un día cualquiera. Hoy empiezo por la noche.

A las nueve de la noche comienza en la Casa de atrás el ajetreo de la hora de acostarse, y te aseguro que siempre es un verdadero alboroto. Se apartan las sillas, se arman las camas, se extienden las mantas, y nada queda en el mismo estado que durante el día. Yo duermo en el pequeño diván, que no llega a medir un metro y medio de largo, por lo que hay que colocarle un añadido en forma de sillas. De la cama de Dussel, donde están guardados durante el día, hay que sacar plumón, sábanas, almohadas y mantas.

En la habitación de al lado se oye un chirrido: es el catre tipo armónica de Margot. Nuevamente hay que extraer mantas y almohadas del sofá: todo sea por hacer un poco más confortables las tablitas de madera del catre. Arriba parece que se hubiera desatado una tormenta, pero no es más que la cama de la señora. Es que hay que arrimarla junto a la ventana, para que el aire pueda estimular los pequeños orificios nasales de Su Alteza con la mañanita rosa.

Las nueve de la noche: Cuando sale Peter entro en el cuarto de baño y me someto a un tratamiento de limpieza a fondo. No pocas veces -sólo en los meses, semanas o días de gran calorocurre que en el agua del baño se queda flotando alguna pequeña pulga. Luego toca lavarme los dientes, rizarme el pelo, tratarme las uñas, preparar los algodones con agua oxigenada -que son para teñir los pelillos negros del bigote- y todo esto en media hora.

Las nueve y media: Me pongo el albornoz. Con el jabón en una mano y el orinal, las horquillas, las bragas, los rulos y el algodón en la otra, me apresuro en dejar libre el cuarto de baño, pero por lo general después me llaman para que vuelva y quite la

colección de pelos elegantemente depositados en el lavabo, pero que no son del agrado del usuario siguiente.

Las diez de la noche: Colgamos los paneles de oscurecimiento y... ¡buenas noches! En la casa aún se oyen durante un cuarto de hora los crujidos de las camas y el rechinar de los muelles rotos, pero luego reina el silencio; al menos, cuando los de arriba no tienen una disputa de lecho conyugal.

Las once y media: Se oye el chirrido de la puerta del cuarto de baño. En la habitación entra un diminuto haz de luz. Unos zapatos que crujen, un gran abrigo, más grande que la persona que lo lleva puesto... Dussel vuelve de su trabajo nocturno en el despacho de Kugler. Durante diez minutos se le oye arrastrar los pies, hacer ruido de papeles -son los alimentos que guarda- y hacer la cama. Luego, la figura vuelve a desaparecer y sólo se oye venir a cada rato un ruidito sospechoso del lavabo.

A eso de las tres de la madrugada: Debo levantarme para hacer aguas menores en la lata que guardo debajo de la cama y que para mayor seguridad está colocada encima de una esterilla de goma contra las posibles pérdidas. Cuando me encuentro en este, trance, siempre contengo la respiración, porque en la latita se oye como el gorgoteo de un arroyuelo en la montaña. Luego devuelvo la lata a su sitio y la figura del camisón blanco, que a Margot le arranca cada noche la exclamación: «¡Ay, qué camisón tan indecente!», se mete de nuevo en la cama. Entonces, alguien que yo sé permanece unos quince minutos atenta a los ruidos de la noche. En primer lugar, a los que puedan venir de algún ladrón en los pisos de abajo; luego, a los procedentes de las distintas camas de la habitación de arriba, la de al lado y la propia, de los que por lo general se puede deducir cómo está durmiendo cada uno de los convecinos, o si están pasando la noche medio desvelados. Esto último no es nada agradable, sobre todo cuando se trata de un miembro de la familia que responde al nombre de doctor Dussel. Primero oigo un ruidito como de un pescado que se ahoga. El ruido se repite unas diez veces, y luego, con mucho aparato, pasa a humedecerse los labios, alternando con otros ruiditos como si estuviera masti- cando, a lo que siguen innumerables vueltas en la cama y reacomodamientos de las almohadas. Luego hay cinco minutos de tranquilidad absoluta, y toda la secuencia se repite tres veces como mínimo, tras lo cual el doctor seguramente se habrá adormilado por un rato.

También puede ocurrir que de noche, variando entre la una y las cuatro, se oigan disparos. Nunca soy realmente consciente hasta el momento en que, por costumbre, me veo de pie junto a la cama. A veces estoy tan metida en algún sueño, que pienso en los verbos franceses irregulares o en las riñas de arriba. Cuando termino de pensar, me doy cuenta de que ha habido tiros y de que me he quedado en silencio en mi habitación. Pero la mayoría de las veces pasa como te he descrito arriba. Cojo rápidamente un pañuelo y una almohada, me pongo el albornoz, me calzo las zapatillas y voy corriendo donde papá, tal como lo describió Margot en el siguiente poema con motivo de mi cumpleaños:

Por las noches, al primerísimo disparo, se oye una puerta crujir y aparecen un pañuelo, un cojín y una chiquilla...

Una vez instalada en la cama grande, el mayor susto ya ha pasado, salvo cuando los tiros son muy fuertes.

Las siete menos cuarto: ¡Trrrrr..! Suena el despertador, que puede elevar su vocecita a cada hora del día, bien por encargo, bien sin él. ¡Crac...! ¡Paf...! La señora lo ha hecho

callar. ¡Cric...! Se ha levantado el señor. Pone agua a hervir y se traslada rápidamente al cuarto de baño.

Las siete y cuarto: La puerta cruje nuevamente. Ahora Dussel puede ir al cuarto de baño. Una vez que estoy sola, quito los paneles de oscurecimiento, y comienza un nuevo día en la Casa de atrás.

Tu Ana

In document Diario de Ana Frank (página 72-74)