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Sueño y primeros conocidos

In document Walter Benjamin - Sueños (página 105-108)

L . . . J Cuanto más frecuento esos recuerdos, menos accidental se me aparece el papel subalterno que en ellos desempeñan los hombres: pienso en París en una tarde a la que debo ciertas intuiciones en mi vida que me llegaron igual que los relámpa­ gos, con la fuerza de la iluminación. Fue aquella tarde cuando mis relaciones b iográficas con las personas, mis amistades y mis compañeros, como mis pasiones y querencias, se manifes­ taron en sus imbricaciones más vivas y secretas. Y me digo : tenía que ser en París, en donde los muros y los

quais,

el asfalto, las galerías, los escombros, verjas y

squares,

pasajes y quioscos enseñan un lenguaje tan singular que nuestras relaciones con los hombres en la soledad que nos cerca, en nuestro ensimis­ mamiento, alcanzan, en aquel mundo de cosas, la profundi­ dad propia del sueño, en la cual las aguarda esa imagen onírica que les muestra su rostro verdadero.

(GS V1, 490]

HÁBITO Y ATENCIÓN

La primera de todas las facultades es la atención, dice Goethe. Sin embargo, comparte rango con el hábito, que desde los pri­ meros días le disputa el terreno. Toda atención tiene que rema­ tar en hábito, si es que no quiere disolver al hombre, si no ha de alterar ya todo hábito, si no debe paralizar a quien la ejerce. El atender y el habituarse, tomar impulso y dejarse ir son como las crestas y los valles de las olas en el mar del alma. Mas también este mar tiene sus calmas. Que alguien que se concentre total­ mente sobre una idea torturante, o en un dolor y sus lanzadas, pueda resultar presa del más ligero ruido , de un murmullo o

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del vuelo de un insecto, que acaso un oído más atento y agudo no percibiría tan siquiera, es por cierto indudable. El alma, según se cree, se puede más fácilmente distraer cuanto más concentrada la tenemos. ¿Pero no es justamente este estar a la escucha menos el fin que el máximo despliegue en el que se tensa la atención -el momento en que ésta hace surgir de su propio seno la costumbre? Ese silbido o zumbido es el umbral,

y el alma lo ha dejado traspasado, mas sin darse cuenta. Como si ya no quisiera regresar al mundo habitual, pues ahora vive en uno nuevo en el que el dolor le da aposento. La atención y el dolor son complementarios de este modo. Mas la costumbre tiene un complemento, cuyo umbral cruzamos al dormirnos. Pues lo que en los sueños se opera en nosotros es la aparición de un sentir nuevo y bien singular que se desata ahí, en la cos­ tumbre. Vivencias cotidianas y palabras banales, el poso que ha quedado en la mirada, el pulsar de la sangre : todo esto que antes no notábamos constituye -alterado y aguzado- el material propio de los sueños. Pues en el ensueño no hay asombro , ni en el dolor olvido ; ambos llevan en sí a su contrario, como en el mar en calma las crestas están embutidas en los valles.

[GS IV, 407s.; 1932]

POBR EZA DE EXPERI ENCIA 29

[. .. ] Pobreza de experiencia: esto no hay que entenderlo en el

sentido de que la gente desee una experiencia nueva. No, bien

29 Benjamin había titulado el texto «Eifahrungsarmut» [Pobre<.a de experiencia], pero la redacción del periódico cambió este título por el de <<Eifahrung und Armut>> [Experiencia y pobre<.a].

11 -3. NOTAS Y TEXTOS DESDE 1930 109

al contrario : quieren librarse de las experiencias, desean un entorno en el que puedan manifestar sin más, pura y clara­ mente, su pobreza (exterior e interior), es decir, que surja algo decente. No son siempre ignorantes o inexpertos y a menudo se puede decir lo contrario : ellos han <<devorado» todo eso, <<la cultura>> y, con ella, el <<ser humano» , y se encuentran ahítos y cansados. Nadie se siente pues más afectado que ellos por las palabras de Scheerbart: <<Estáis muy cansados, porque no con­ centráis todos vuestros pensamientos alrededor de un plan grandioso y sencillo>> . Al cansancio le sigue siempre el sueño, y no es nada raro el que el sueño compense la tristeza y desaliento del día, y muestre realizada aquella vida sencilla y grandiosa para la cual, durante la vigilia, nos faltan las fuerzas. Al respecto, la vida del ratón Mickey es uno de esos sueños de los seres huma­ nos de nuestros días. Esa vida está llena de prodigios que no sólo superan a los prodigios técnicos, sino que, además, se ríen de ellos. Pues lo más llamativo es que ellos surgen sin maquina­ ria, improvisadamente, desde el cuerpo mismo del ratón, de sus amigos y sus perseguidores; desde los más cotidianos de los muebles, igual que de los árboles, de las nubes o el mar. La naturaleza y la técnica, el primitivismo y el confort, se han unido aquí ya por completo ; y dado que la gente se ha cansado de ese sin fin de complicaciones propias de la vida cotidiana y percibe la meta de la vida como el punto de fuga lejanísimo de una perspectiva infinita de medios, le parece redentora una existencia que se satisface a cada instante de la manera más sim­ ple y más sencilla y, al mismo tiempo, la más confortable ; aque­ lla en la cual un automóvil no pesa un gramo más que un som­ brero de paja, y en la que los frutos de los árboles se redondean con tanta rapidez como las barquillas de los globos. Pero ahora vamos a apartarnos, a dar un paso atrás.

Nos hemos vuelto pobres. Hemos ido perdido uno tras otro pedazos de la herencia de la humanidad ; a menudo hemos

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tenido que empeñarlos en la casa de préstamos por la centésima parte de su valor, a cambio de la calderilla de lo <<actual>> . Nos espera a la puerta la crisis económica, y tras ella una sombra, la próxima guerra. Hoy el aguantar se ha convertido en cosa de unos pocos poderosos, que Dios sabe que no son más humanos que la mayoría; suelen ser más bárbaros, pero no en la buena forma. Y los otros tienen que arreglárselas, una vez más, con poco. Recurren a los hombres que han hecho su causa de lo completamente nuevo y que, además, lo basan en el conoci­ miento y la renuncia. En sus edificios, sus cuadros y sus histo­ rias, la humanidad se prepara para sobrevivir a la cultura, si es que esto le fuera necesario. Y lo más importante es que lo hace riendo. Y tal vez esa risa pueda sonar bárbara en uno u otro sitio. Bueno. El individuo puede ceder a veces algo de humani­ dad a esa masa que, un día, se la devolverá con intereses.

[OC Il/1, 221ss.]

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