De l a cr ea
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De l a cr eati
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Las leyes de la nat u raleza nos ense-ñan que sólo consiguen sobrevivir aque-llas especies cu ya f isiología o condu ct a dispone de unas dot es que les perm it en en f ren t arse con éxit o a la lu cha por la vi da.
En algu n as especies, est as dot es se hacen evident es en su propia anat om ía. Será u n caparazón du ro o hirient e qu e pr ot ege su cu er po, o su capaci dad de cam u f laje o su sola corpu lencia, lo qu e les propicia u n a def en sa qu e diríam os «pasiva». En ot ras, en cam bio, son su s perform ances físicas en velocidad, agili-dad y reflejos las que, posibilit ándoles la huida, las salvaguardan. Si, por el cont ra-rio, la nat uraleza las ha dot ado de fuerza y de «arm am ent o», será m ediant e u na act it ud ofensiva, haciendo frent e, que se def ien den y sobreviven , dom in an do en su t errit orio. En ot ras será el hábit at es-pecíf ico en el qu e viven o su alim ent a-ción peculiar lo que les perm it e m ant e-nerse al m argen de las pugnas por el ali-m en t o con las deali-m ás. En ot ras, en f in , será su enorm e capacidad reproduct ora la que posibilit a la persist encia de la es-p eci e. En t od as el l as, se evi d en ci an siem pre unas dot es genét icas que per-m it en su supervivencia, de un per-m odo que podríam os llam ar «nat ural».
Siendo ést as las paut as nat urales de la supervivencia, es evident e que la espe-cie hum ana carece de cualquiera de es-t as facules-t ades fisiológicas descries-t as, cuan-t o m enos, en grado suficiencuan-t e, com o para explicar el hecho de que siga exist iendo com o especie. Su piel es frágil, no le pro-t ege ni abriga, sus perform ances físicas y su arm am en t o of en sivo n at u ral (u ñ as, dient es y fuerza) m ediocres frent e a la que poseen la m ayoría de los anim ales. Vive y se alim ent a en el m ism o m edio nat ural qu e su s com pet idores irracionales; y su capacidad reproduct ora es lent a y poco product iva. Nada hay en t odo ello, pues, que explique cóm o ha podido sobrevivir du ran t e m ilen ios u n a especie t an m al dot ada fisiológicam ent e por «nat ura».
ANDRÉ RICARD es Diseñador Indust rial, escrit or y profesor. Ha sido president e de la Agrupación de Diseño del Fad, President e Fundador de la Asociación de Diseñadores Profesionales, Vice-President e del Consejo Int ernacional del Diseño, Vice-President e del Barcelona Cent ro de Diseño y M iem bro de la Facult ad del Art Cent er de Suiza.
Es Pat rono de la Fundación Eina, Pat rono de la Fundación Loew e y President e del DESIGN FOR THE WORLD (la ONG del diseño).
Ha publicado varios libros sobre diseño, el últ im o recién
publicado: “ En resum en...” Ha m erecido num erosos prem ios nacionales e int ernacionales, ent re ellos, Prem io Nacional de Diseño, Creu de Sant Jordi, Ordre Olym pique, M edalla de Oro al m érit o art íst ico de Barcelona, Chevalier des Art s et des Let t res. La Fundació M iró dedicó la exposición “ El diseño cot idiano” al conjunt o de su obra.
Para que llegara a consolidarse la es-t irpe hum ana, la selección naes-t ural es-t uvo qu e ir ret en ien do el lin aje de aqu ellos esp ecím en es d e u n ci er t o t i p o d e p r i m at es qu e, dot ados de u n a m ayor cef ali zaci ón , i n t u yeron qu e u t i li zan do guijarros desport illados o ram as, a m odo de t osco herram ent al, podían defender-se y sobrevivir. De est e m odo, fue perfi-lándose el código genét ico específico de est a nu eva especie en el qu e persist ían y se perf eccion aban esas n u evas dot es indispensables para su supervivencia: la creat ividad.
En cada gen eración sobrevivían y se reproducían preferent em ent e aque-llos individu os qu e m ejor se las inge-n i abainge-n par a det ect ar einge-n su einge-n t or inge-n o m at erial aquello que podía ayudarles a def enderse y alim ent arse. A lo largo de u na dilat ada criba genét ica se alcanzó así la fam ilia de los hom ínidos quienes, yendo m ás allá del m ero inst int o anim al de su s ant ecesores, desarrollaron t odo u n arsen al de obj et os qu e su plían su s carencias nat urales. Fue est a capacidad de saber invent ar en cada m om ent o las «prót esis» qu e precisaba, la qu e perm i-t ió al hom bre af in carse com o especie. Un a esp eci e qu e i n t r odu ce u n n u evo género en la t ierra: lo art ificial. Es decir,
cosas que no crea la nat uraleza y que sur-gen com o frut o de la necesidad.
Est a art ificialidad con la que ha sabi-do rodearse el hom bre const it uye un fon-do de dat os y conocim ient os qu e se ha ido am plian do de gen eración en gen e-ración. La especie hum ana sobrevino gra-cias al const ant e increm ent o de ese le-gado cu lt u ral qu e cada gen eración ha recibido de sus ant ecesores. Esa m em o-ria colect iva que es la cult ura hum ana es, en ciert o m odo, así equiparable al cono-cim ient o innat o que el genom a t ransm i-t e por vía genéi-t ica.
Siendo así que, si no le result a fácil a u n joven anim al sobrevivir f alt o de su s progenit ores -y ello a pesar de la riqueza de la inf orm ación genét ica qu e le dic-t an las paudic-t as de com pordic-t am iendic-t o pro-pias de su especie- resu lt a im pen sable que un niño abandonado a sí m ism o, so-breviva. El hom bre, incluso adult o y cul-t o, necesicul-t a de los dem ás y de los conoci-m ient os acuconoci-m ulados durant e generacio-nes para vivir. Cada individuo no puede rein ven t ar t odo el bagaje de experien -cias acert adas que llam am os «cult ura».
có-digos genét icos, lo que conlleva un lent o ciclo de m iles de generaciones hast a ha-llar la fórm ula que perm it a consolidar una nueva alt ernat iva. En el área abst ract a del proceso de reflexión-im aginación propio de la creación, en cam bio, los plant eos y los descart es se hacen en m ilésim as de segundo, por la sinápsis de las neuronas. Del m i sm o m odo las com pr obaci on es práct icas que precisa una nueva idea im a-ginada puede llevarse a cabo en un cort o espacio de t iem po. A veces bast an unos días. Adem ás, cada generación part e de ese legado que supone la experiencia for-jada por sus ant ecesores. Un legado cul-t ural que le evicul-t a repecul-t ir errores y al que cada generación aport a nuevos dat os y co-nocim ient os. En est e sent ido el proceso d e evol u ci ón d e l o ar t i f i ci al es m ás lam arckiano que darviniano.
Esa rapidez en el proceso select ivo de las obras de f act u ra hu m ana explica el desarrollo fulgurant e de lo art ificial y de la propia int eligencia de la especie hu-m ana, en cohu-m paración con la lent a evo-lución biológica. La creat ividad hum ana ha perm it ido una proliferación de alt er-nat ivas, a la vez qu e se ha acelerado la valoración de las m ism as. Veam os sino, lo poco qu e sign if ican los 30 .0 0 0 añ os t r an scu r r i dos desde las h er r am i en t as neolít icas hast a la m ás sofist icada elec-t rónica, frenelec-t e a los m illones de años que t u vieron qu e t ran scu rrir para qu e, por m edio de la adapt ación n at u ral, u n a escam a de rept il se t ornara plum a de ave.
El hom bre llegó a crear t odo u n ins-t r u m en ins-t al ar ins-t i f i ci al a m edi da qu e i ba com prendiendo e infiriendo lo que ocu-rría en su alrededor. Si prim ero supo ob-servar que un guijarro desport illado po-día servirle para cort ar aqu ello qu e su s u ñas y su s dient es no lograban rasgar, lu ego acert ó en reprodu cir y perf eccio-nar ese cant o cort ant e hast a crear el filo. Sigu iendo est e proceso llegó a desarro-llar, en pocos siglos, un am plio surt ido de elem ent ales herram ient as y, a su vez, un m odo de or gan i zar su p r op i a m en t e. Crear supone, en efect o, una «gim nasia
int elect ual» que exige observar, inferir e im aginar. Los ant ropólogos se int errogan hast a qué punt o la habilidad m anual ha ayudado a la m ent e a racionalizarse o ha sido la razón la que ha dot ado a esa m ano de habilidad.
Lo ciert o es que esa pot encialidad in-t el ecin-t i va f u e cr eci en d o d e f or m a geom ét rica y pront o desbordó su m arco prim it ivo que la circunscribía al ám bit o de lo esencialm ent e práct ico. Est a capa-cidad de REFLEXIONAR e IM AGINAR qu e le dio al hom bre acceso a la CREACION no es una pot encialidad unidim ensional que sólo había de servirle para elaborar objet os y discernir conduct as. Es, por su propia esencia, una capacidad abiert a y versát il que, una vez act ivada, no podía lim it arse a la t area prim aria de velar por la su bsi st en ci a. Un a vez sat i sf ech a la acuciant e y prim ordial necesidad de so-brevivir, esa capacidad de razonar para com prender lo que ocurre, est aba dispo-nible para lanzarse a ot ros m enest eres, m ás allá de los problem as m eram en t e práct icos del vivir.
Ese m ism o m ecanism o reflexivo le lle-vó a preguntarse sobre sí m ism o, llegando a t om ar así conciencia de su propia exis-tencia com o ser efím ero, capaz de gozar y sufrir, am ar y odiar. Vivir, para un ser irra-cional, no tiene otro significado que resol-ver el present e inm ediat o. «Vivir» es en-tonces un acto que se rige por los dictados del innat o program a genét ico. Esa paut a im presa en sus crom osom as no le facilita al ser irracional m ás que una m uy lim itada capacidad de deducción, aplicada a la su-pervivencia. Del ayer sólo retienen unos re-flejos condicionados. El m undo orgánico, anim al o vegetal, vive en la ignorancia de que existe futuro. No sólo no puede incidir conscient em ent e en su dest ino, sino que no es consciente de que este destino exis-te. El anim al o la planta viven en un estado de perm anente noconciencia. Esta im -posibilidad de inferir el m añana es la suer-te de lo irracional.
rea-lidad cot idiana que le rodea. Sabe de su propi a degradaci ón y de su i n elu di ble m uerte. Esta revelación es en sí desoladora. Es el gran secret o que el Hom bre ha des-cubierto. Com o la caja de Pandora, una vez abiert a, cam biaría su m odo de ent ender su vida. Su ingenio o su intuición le llevan ent onces a buscar una explicación, una esperanza o, en últ im o ext rem o, una for-m a de olvidar lo fatal del desenlace. Desde hace m ilenios, buena part e de la capaci-dad int elect iva e int uit iva del hom bre no sólo se dedica a negociar la supervivencia, sino que intenta explicar, justificar o m iti-gar su destino.
Con el Hom bre se ha int rodu cido en la t ierra a u n ser qu e sabe qu e ha sido cr eado, qu e es m or t al y qu i er e ah or a com prender el cóm o y el por qu é. Las re-ligiones of recen u na razón y signif icado a la aparen t e sin razón de la vida. Ese ¿por qu é? se t rasciende y explica ent on-ces m ás allá de la vida m ism a. La cien-cia, por su lado, por cam inos racionales, bu sca explicación o rem edio a est a f a-t alidad hu m an a. Para m u chos la sabi-du r ía les lleva a acept ar su dest i n o y, para ot ros, hallan en la evasión, en su s m ú lt iples f orm as, el ú lt im o ref u gio para olvidar, au nqu e sea u nos inst ant es, esa m ism a f at alidad.
La prim era t eoría f ilosóf ica hedonis-t a, de Aríshedonis-t ipo y de Epicuro, que buscaba en los placeres «nobles» un m edio para elevar al hom bre, perseguía ya esa eva-sión. El placer com o el deport e exalt an nuest ros sent idos y provocan em ociones qu e, au n deján don os con scien t es de la realidad, la sublim an. No son un fin en sí, sino un m edio para desconect arse de esas pregunt as que plant ea nuest ra pro-pia realidad com o seres efím eros, cono-cedores de su fragilidad y de su t ránsit o fu gaz. Tam bién lo lú dico, qu e involu cra habilidad y dest reza, exige una concen-t ración m enconcen-t al qu e aleja cu alqu ier oconcen-t ra preocu pación exist encial. Los éxit os, en esa esfera lúdica, son alicient es que per-du ran inclu so de ret orno a la vida real. Los fracasos en ese t erreno jam ás llegan
a t ener el caráct er irrem ediable que t ie-n e ie-n u est ro dest i ie-n o. Eie-n ellos, si em pre cabe la esperanza de una segunda opor-t unidad. Buscam os aquellas acopor-t ividades qu e perm it en evadirse, perder de vist a la cru da verdad exist encial. Act ividades que no sólo est im ulan nuest ro int elect o sino adem ás logran que nuest ro cuerpo segregue sus propias drogas: adrenalinas o endorfinas y de un m odo nat ural ayu-dan a crear esa dist ancia con la proble-m át ica realidad. Cualquier «diversión» o «d i st r acci ón » p or l o q u e su p on e d e inat ención al present e, es út il para alcan-zar ese f in . Y esa descon exión se hace n ecesar i a, au n qu e sea m om en t án ea, pues una cont inua const at ación de nues-t ro desnues-t ino podría resnues-t arle sennues-t ido al pro-pio hecho de vivir. La const ant e percep-ción de la realidad result aría insoport a-ble. Tal est ado de alert a ha de relajarse, de m odo que cuando volvem os a consi-derar nu est ra condición hu m ana, des-p u és de u n des-p er i odo de ol vi do, des-p ar ece com o si t u vi ér am os m ayor cap aci dad para m at izar, m it igar o reen f ocar su s prof u ndas im plicaciones.
La creat ividad, en fin, se sit úa ent re el juego y el placer. Ese int enso esfuerzo de con cen t r aci ón qu e se p r eci sa p ar a desenvolverse con solt u ra en el espacio m ent al en que las ideas se forjan, supo-ne un aut ént ico «despegue» de la reali-dad, a la qu e se rebasa hast a acceder a un nivel ot ro, superior. Esa órbit a «ot ra» en la qu e la dim ensión de nu est ra pro-pia vida, con t odo lo que puede t ener de desesperado, adquiere un calibre relat i-vo ant e lo que est am os creando. Por unos inst ant es som os dioses. La obra creada just ifica y t rasciende así nuest ra propia vida. El hom bre en su facet a creat iva se sobrepasa a sí m ism o dando vida a algo cu ya esencia concept u al deviene im pe-recedera. Algo qu e ju st if ica y, en ciert o m odo, com pensa lo efím ero de su vida.