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El Origen Del Lenguaje - Angel Lopez Garcia 2010

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Valencia, 2010

EL ORIGEN DEL

LENGUAJE

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PRÓLOGO ... UN PROBLEMA DE NUESTRO TIEMPO ... EL ORIGEN DEL LENGUAJE, ¿FUE GRADUAL O REPENTINO? ... EVOLUCIÓN DE LAS LENGUAS Y EVOLUCIÓN BIOLÓGICA ... ¿EXISTE UNA SOLUCIÓN INTERMEDIA? ... EL PROTOLENGUAJE, PRIMERA FASE DE LA EVOLUCIÓN LIN-GÜÍSTICA ... EL CÓDIGO DE LA VIDA COMO ORIGEN FORMAL DEL LEN-GUAJE ... OTRA VEZ LA SOCIEDAD Y LA CULTURA ... BIBLIOGRAFÍA ... 9 13 21 43 73 85 109 145 165

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El presente manual se escribe a priori y a posteriori al mis-mo tiempo. Lo normal es que, cuando un tema resulta polé-mico, cuando las evidencias científicas todavía son pobres o ambas cosas, los estudiosos prefieran abordarlo de manera relajada y, en el fondo, menos comprometida, mediante el género ensayístico, un género que mira hacia adelante. Pero también existe la posibilidad contraria, que es la propia de la divulgación científica, un género que mira hacia atrás: des-tinados a un público amplio y no especializado, se escriben textos que no dicen nada nuevo, nada que en los artículos científicos no se haya demostrado sobradamente, pero que se justifican por la forma didáctica de presentarlo1. Este texto

quiere ser las dos cosas a la vez: lo he concebido como un

en-sayo de divulgación científica sobre el origen del lenguaje. Y es que últimamente nuestros conocimientos sobre el origen del lenguaje han crecido de manera espectacular al tiempo que la polémica ha salido de las aulas y de los laboratorios para instalarse en las páginas de los periódicos y en la red. Parece que si algún tema monográfico del ámbito humanístico puede interesar hoy en día a los estudiantes y al público en general es el del origen del lenguaje.

No está claro empero desde qué ángulo habríamos de abor-darlo. Antaño fue un asunto del que se ocuparon las religio-nes, más tarde, los filósofos, hoy interesa a los lingüistas y a los biólogos. Parece, pues, que el tema del origen del lengua-je surge en la típica encrucijada interdisciplinar, que es una

1 Hay una abundante bibliografía de ensayos sobre el origen del lengua-je, así como de manuales divulgativos. Entre los libros más recientes accesibles en español pueden citarse el de Kenneally (2009) y el de Ola-rrea (2005) respectivamente. Hay una buena revisión de bibliografía re-ciente en A. Alonso-Cortés (2009): Language Origins: a review of recent research, e-prints Complutense.

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cuestión que debería abordarse en las Facultades de Letras y en las de Ciencias al mismo tiempo. No obstante, llevamos algunos años en los que la frontera que separa las Ciencias de las Humanidades no ha hecho sino ahondarse. Se suele creer que la razón estriba en la creciente especialización que hace impensable que ahora exista alguien que, como Leonar-do, se llegó a mover cómodamente en ambos dominios. Sin embargo, contra lo que pueda parecer, la razón de que el foso se vaya ensanchando no es que las Humanidades se hayan vuelto poco científicas, sino, al contrario, que con el pretexto de ser más científicas, han dejado de interesar al ser humano. O sea que la dificultad no radica en el objeto de investigación, sino en la imposibilidad de encontrar investigadores motiva-dos. Las Ciencias cada vez apasionan más a la gente, vivimos el siglo del interés por la ciencia. Y mientras tanto, paradóji-camente, las Humanidades languidecen porque se han con-vertido en una labor burocrática rutinaria o, lo que es peor, en una práctica sectaria.

Ya va siendo hora de poner las cosas en su sitio. La in-vestigación en el ámbito humanístico carece de sentido si lo que se investiga, el objeto humano, no interesa al ser humano como sujeto al mismo tiempo. Las Ciencias buscan la verdad del mundo natural, por lo que no necesitan preocuparse por lo que puedan pensar los científicos, los estudiantes o el gran público. Las Humanidades nunca han funcionado así. Su pa-pel, el de Sócrates y el de Marx, el de Piaget y el de Erasmo, ha sido ofrecer análisis que ayudaran al hombre y a la sociedad a conocerse mejor y a obrar en consecuencia. Pero curiosamen-te, mientras que del lado de las Ciencias cada vez nos preocu-pamos más de la socialización y de la legitimación social del conocimiento —en esto consiste la divulgación científica—, del lado de la Humanidades nos hemos empeñado en cons-truir un tipo de investigación carente de interés humano, par-cial y decididamente árida. Si algún ámbito disciplinar puede considerarse prototípico en esta —disparatada— tendencia es la Lingüística, identificada abusivamente demasiado a

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menu-do con la Lingüística formal. ¿Para qué sirve?: nadie ha sabimenu-do responder todavía esta pregunta. Dicen que porque la teoría no necesita justificarse. Es posible. Pero entonces cabría plan-tear esta otra: ¿qué clase de contrastación empírica es capaz de aportar una disciplina que cambia de modelo cada década y en la que la justificación de este zarandeo epistemológico se reduce a las palabras de algún gurú al que, por razones de poder académico y pereza intelectual, acostumbran a seguir ciegamente los profesores de la materia?

No es de extrañar que la Lingüística se halle en decadencia, en una profunda decadencia. Abandonada por los estudian-tes, ignorada por la sociedad, nos debatimos en los estertores de su desaparición como disciplina académica. O es capaz de ocuparse de los temas que de verdad interesan o morirá como murieron otras materias que alguna vez llegaron a parecer indiscutibles. Por eso, el presente manual se ocupa monográ-ficamente del origen del lenguaje: porque es un tema que nos toca de cerca a todos los seres humanos y porque no puede ser abordado tan sólo desde los desprestigiados paradigmas de la Lingüística, incapaces de dejar de mirarse el ombligo, sino que tiene que echar mano igualmente de otras discipli-nas del ámbito de las Ciencias como pueden ser la Genética o la Bioquímica.

Dudo que el lector pueda asomarse ideológicamente a las líneas que siguen de manera neutral, pero esto es más bueno que malo en un tema humanístico. El contexto histórico en el que surge el libro, marcado por la polémica entre el creacio-nismo y la ciencia, lo convierte por su propia naturaleza en un reto intelectual que no puede dejarle indiferente. Así que este no quiere ser sólo un manual que enseña, también se ha con-cebido como un texto que aspira a motivar. Sin embargo, bue-no será dejar claro desde el principio que el presente trabajo asume la posición de la ciencia y que es, por tanto, contrario al creacionismo, aunque no se solaza, como suele ocurrir, en fustigar a los creacionistas. Por expresarlo de alguna manera, es como un tratado de Física que se ocupa del origen del

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uni-verso partiendo de la teoría del Big Bang, hipótesis que no tie-ne nada de religiosa, pero que ha servido de consuelo a perso-nas religiosas igualmente porque no la ven incompatible con sus creencias. Y es que el lenguaje representa para nosotros un estallido primordial: el que dio lugar al género humano.

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Esta época consumista que nos ha tocado vivir se carac-teriza por el tono apagado de las disputas intelectuales. En otros tiempos, mucho más duros desde el punto de vista ma-terial, las cosas del pensamiento suscitaron apasionados de-bates, tal vez porque las conciencias no estaban adormecidas entre el último modelo de coche y la play station. Se deba-tía el modelo de sociedad, las ideas artísticas y literarias, las pulsiones nacionales, las opciones religiosas, prácticamente todo lo divino y lo humano. Hoy día lo humano ha pasado a un discreto segundo término: quien ahora mismo pretendiese reclamarse ferviente comunista o fascista, clasicista o barro-co, anglófilo o germanófilo, sería motejado inevitablemente de fanático, anticuado y un punto ridículo. También lo divino está sometido a un descrédito creciente, aunque sólo dentro de la sociedad occidental: el Islam renace con fuerza, pero en Occidente nadie se molesta en polemizar con sus postulados, a la manera de Ramón Llull, tan sólo se le combate cuando es reclamado como legitimación de facciones terroristas porque en Occidente —léase en Europa y en América— proclamarse creyente, ya no digamos practicante, ha llegado a ser de mal gusto, algo socialmente propio de las devociones más o me-nos folclóricas de las clases populares. Lo que se lleva es la in-diferencia o un agnosticismo elegante, ni siquiera el ateísmo. que recuerda demasiado al pasado.

Un solo rescoldo de polémica permanece encendido: la disputa que enfrenta al evolucionismo con el creacionismo. Disputa asimétrica donde las haya: de una parte se alinea toda la ciencia moderna con el enorme peso social e ins-titucional que la avala, precisamente en este siglo XXI de-finido como “el siglo de la ciencia”; de otra parte, una se-rie de instituciones surgidas del llamado cinturón bíblico de los EEUU, las cuales se han propuesto demostrar que la Biblia, y en particular los primeros capítulos del

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Géne-sis, deben tomarse en sentido literal. A primera vista parece el típico enfrentamiento entre la civilización y la barbarie, como cuando la medicina es retada por la parapsicología o cuando la astronomía se cuestiona desde la astrología. Sin embargo, las personas con cierto nivel intelectual que se to-man realmente en serio la metempsicosis o los horóscopos pueden contarse con los dedos de la mano, mientras que el creacionismo rebrota una y otra vez y empieza a extenderse fuera de los EEUU. Tengo la sospecha de que este vigor no es casual y que la obsesión por presentar como científico lo que no es sino un credo religioso expresado de manera metafórica esconde un hondo sentimiento de orfandad en el hombre occidental. El sentimiento religioso responde a una necesidad psicológica evidente, la de poder contestar tres preguntas acuciantes: ¿quiénes somos, de dónde venimos y

adónde vamos? Los seres humanos nos las hemos formula-do y nos las formularemos siempre, precisamente porque somos seres históricos con conciencia de su condición mor-tal. Los animales no necesitan creer en Dios, los humanos sí. Pero esta necesidad tan acuciante encierra en sí misma la semilla de su ilegitimidad: si necesitamos la divinidad psicológicamente, tal vez se reduzca a un mero constructo mental carente de verdad, algo así como las historias agra-dables y falsas en las que nos gusta pensar cuando estamos cogiendo el sueño.

No es que la ciencia sea incapaz de plantearse dichas pre-guntas. Como dice Richard Dawkins (1976, 1), el polemista que con mejores argumentos ha sabido defender para el gran público la postura darwinista:

“La vida inteligente sobre un planeta alcanza su mayoría de edad cuando re-suelve el problema de su propia existencia. Si alguna vez visitan la Tierra criaturas superiores procedentes del espacio, la primera pregunta que formularán, con el fi n de valorar el nivel de nuestra civilización, será: «¿Han descubierto ya la evolu-ción?». Los organismos vivientes han existido sobre la Tierra, sin saber nunca por qué, durante más de tres mil millones de años, antes de que la verdad, al fi n, fuese comprendida por uno de ellos. Por un hombre llamado Charles Darwin”.

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El camino no fue fácil. Desde que en 1859 se publicó El

ori-gen de las especies, admirable libro del que ahora celebramos el sesquicentenario, las ideas de Darwin fueron criticadas, ridiculizadas o prohibidas. Lo tacharon de ateo, lo caricatu-rizaron como un mono, condenaron a maestros que osaban enseñar su doctrina y hasta hace poco era obligatorio impar-tir creacionismo junto a la teoría de la evolución en algunos estados de EEUU. Inútilmente. Hoy la ciencia biológica re-sulta inconcebible sin la evolución, sabemos que la vida fun-damentalmente consiste en organismos que evolucionan, del embrión al individuo adulto y de unas especies a otras. La postura creacionista, para la que el cuadro pintado por los primeros versículos del Génesis resulta indiscutible, no tiene ninguna posibilidad de imponerse, pues dicho cuadro supone la inmutabilidad de cada especie en sus caracteres primiti-vos, esto es, que el perro de Adán y Eva es como el de Juan y María, matrimonio limeño del siglo XXI. Sin embargo, el propio Darwin recogió testimonios empíricos que probaban lo contrario en su viaje de varios años en el Beagle y desde en-tonces las pruebas de la evolución son abrumadoras, en can-tidad y en calidad. Tanto es así que la propia Iglesia católica acabó rindiéndose a la evidencia y el papa Pío XII aceptó el darwinismo en la encíclica Humani generis en 1951. Con un matiz, eso sí: el cuerpo de la especie humana —dice— proce-de por evolución proce-de otras especies anteriores, pero el alma fue creada por Dios.

¿Es irrelevante este matiz? O dicho de otra manera: la evo-lución resulta probada —no es una mera “teoría” científica, como dicen los creacionistas—, pero el ámbito de las creen-cias religiosas es ajeno a este mundo y, por lo tanto, los cre-yentes están en su derecho de postular la existencia de un alma inmortal creada por Dios. No, no me parece un matiz irrelevante. Porque hay un aspecto que la teoría de la evolu-ción todavía no ha resuelto y que tiene que ver con el alma. Y es que lo que en la terminología escolástica se conocía por “alma”, frente al “cuerpo”, era la vida intelectual en oposición

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a la vida sensitiva. ¿Acaso los animales no poseen inteligencia? Los superiores, desde luego, sí manifiestan comportamientos inteligentes, pero cuando se habla de inteligencia-alma se está hablando de una propiedad exclusiva del ser humano, porque alma, lo que se dice alma, sólo la posee la especie humana y de ahí que sea exclusivamente suya la responsabilidad de relacionarse con la divinidad, según las religiones monoteís-tas. Y aquí entramos ya en un terreno de juego plenamente moderno. Los científicos no hablarían hoy de alma, pero sí de otra propiedad cognitiva que es exclusiva de nuestra especie: el lenguaje. El ser humano es el único animal que tiene len-guaje, o lenguaje-alma, para entendernos. Pero el surgimiento del lenguaje no está claro en términos evolucionistas, por lo que desentrañar esta cuestión resulta importante tanto para el creyente como para el no-creyente: para el segundo porque mientras no se demuestre que el lenguaje pudo surgir igual que las demás capacidades cognitivas de la especie humana, es decir, mediante evolución por selección natural, todo el edi-ficio biológico estará bajo sospecha; y para el primero, porque si se alcanzase una explicación evolutiva y no simplemente inefable, se podría, bien derrumbar el edificio de la fe, bien asentarlo en convicciones científicamente comprobadas.

Los creacionistas son conscientes de la importancia del lenguaje para sus postulados. Por eso, mientras que los divul-gadores de esa doctrina se conforman con crear (es lo suyo) parques temáticos con maquetas de animales que simulan la fauna del paraíso terrenal, los creacionistas más serios, que también los hay, repugnan estos procedimientos y echan el resto en ponderar el obstáculo casi insalvable que el lenguaje representa para sus adversarios ideológicos, los evolucionis-tas. Considérense, por ejemplo, los argumentos manejados por Henry Morris (2001):

1) El lenguaje es la más importante propiedad exclusiva que diferencia al ser humano de los demás animales;

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2) La gramática generativa y, en particular, su fundador Noam Chomsky, que para el no iniciado se ha converti-do en el prototipo de autoridad lingüística indiscutida, reconocen el hecho anterior y, por consiguiente, recha-zan cualquier intento de explicar su aparición con el modelo evolucionista;

3) Todos los seres humanos normales llegan a hablar, no existe ninguna sociedad humana sin lenguaje;

4) Los intentos de enseñar a hablar a chimpancés y a otros animales nunca han superado la etapa inicial;

5) Incluso los evolucionistas más ortodoxos son conscien-tes de la dificultad de postular un desarrollo gradual del lenguaje. Por ejemplo Dawkins (1998, 294)escribe:

“Mi mejor ejemplo es el lenguaje. Nadie sabe cómo comenzó … Igual de os-curo es el origen de la semántica, de las palabras y sus signifi cados … Estoy inclinado a pensar que fue gradual, pero no resulta obvio que lo haya sido. Algunas personas creen que comenzó repentinamente, más o menos inventado por algún genio en algún lugar y en un determinado momento”

6) El lenguaje propició una capacidad intelectual que es la responsable de la superioridad de la especie humana sobre las demás, lo que lleva a Lieberman (1997, 27), un acreditado lingüista que se ha ocupado de estos temas, a recordar el evangelio de San Juan con su célebre versí-culo: “En el Principio era el Verbo y el Verbo era Dios”. Bueno, pues todo esto es cierto. Hablar es algo exclusivo de la especie humana y nadie puede ser ajeno al hecho de que representa una ventaja adaptativa incuestionable. Si los seres humanos hemos llegado a imponernos sobre las demás es-pecies animales —otra cosa es si acabaremos dando al traste con el planeta entero— es sin duda gracias a las redes socia-lizadoras que el lenguaje ha propiciado y al enorme acervo cognitivo que nos permite legar a las generaciones siguientes. En ausencia de lenguaje, la sociedad y la tecnología serían imposibles y estaríamos todavía en el paleolítico. Faltos de

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lenguaje, no seríamos nada, una especie más de primates (el

mono desnudo, como reza el título de un célebre best seller), la cual tal vez se habría extinguido hace muchos siglos, acosa-da por los depreacosa-dadores y por los fenómenos naturales.

Pero a partir de aquí, Morris cambia radicalmente el tono de su discurso y se convierte en un predicador. Así, comentan-do la cita de Lieberman, escribe:

“Nuestro distinguido evolucionista británico se acerca aquí a un punto de vista bíblico, si bien evidentemente rechazaría indignado esta imputación … Aunque Lieberman no se proponía nada parecido cuando cita a Juan 1:1 de esta manera, realmente está dando la verdadera explicación del origen del lenguaje. En efec-to, fue por “la Palabra” como “todas las cosas” fueron creadas en el comienzo (cfr. Juan 1:3), y esto incluye el lenguaje humano. No existe mejor —ni de hecho, otra— explicación viable y plausible”.

Y la cuestión es: ¿de verdad no existe otra explicación? En lo que sigue se examinará el problema del origen del lenguaje desde una perspectiva científica. Pero esto no significa por fuerza un rechazo de la postura religiosa. El tema del origen del lenguaje es sólo una de las preguntas que podemos formu-larnos sobre la cuestión del inicio. Los seres humanos tam-bién le damos vueltas al asunto del origen del mundo y aquí ciencia y religión no están necesariamente enfrentadas. Como dice John Gribbin (2007, 63):

“Está ahora ampliamente aceptado que el Universo donde habitamos surgió de una bola de fuego caliente y densa llamada Big Bang. En los años veinte y treinta, los astrónomos descubrieron por primera vez que nuestra Galaxia es sim-plemente una isla de estrellas dispersa entre muchas galaxias similares, y que grupos de estas galaxias se están apartando una de la otra a medida que el es-pacio entre ellas se estira. Esta idea de un universo en expansión fue realmente predicha por la teoría general de la relatividad de Einstein, terminada en 1916, pero no se tomó en serio hasta que los observadores hicieron sus descubrimientos … Es la combinación de la teoría y de la observación lo que hace que la idea del Big Bang sea tan convincente; en los años sesenta llegó una clara evidencia, con el descubrimiento de un siseo débil de ruido de radio, la radiación cósmica de fondo, que viene de todas las direcciones del espacio y se interpreta como la radiación restante del mismo Big Bang”.

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Por supuesto la teoría, razonablemente confirmada, del Big Bang no es una demostración del punto de vista religioso sobre el origen del mundo, simplemente resulta compatible con él. De hecho, el propio Gribbin (2007, 77) sostiene un punto de vista que espeluznaría a un creyente ingenuo:

“Personalmente mi favorita es la idea (que adquiere muchas formas diferentes) de que el tipo de fl uctuación cuántica que dio nacimiento a nuestro Universo podría pasar en cualquier lugar de nuestro Universo en la actualidad … La implicación, naturalmente, es que nuestro Universo nació (o brotó) de este modo desde el es-pacio-tiempo de otro universo, y que no hubo un principio y no habrá un fi nal, sólo un mar infi nito de universos burbuja interconectados. Es incluso posible … que nuestro Universo pueda haber sido creado deliberadamente por seres inteligentes en otro universo, como un experimento de algún tipo”.

Dejo a la imaginación del lector las inferencias de todo tipo que se siguen de estas palabras. Sin embargo, una cosa es lo que sabemos —la radiación cósmica de fondo como prueba del Big Bang— y otra, lo que imaginamos. En lo que sigue y por relación al origen del lenguaje procuraré atenerme a los datos evitando las reflexiones de tipo ideológico, sobre las que volveremos en el último capítulo.

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O REPENTINO?

No es que varias ciencias no puedan ocuparse de un mismo objeto de estudio, pero que esté ausente la que le correspon-de propiamente resulta increíble. En la fabricación correspon-de avio-nes intervienen, junto a la Ingeniería aeronáutica, la Física y el Diseño, p.ej., pero aquella resulta imprescindible. Por eso llama la atención que la Lingüística no se haya ocupado tan apenas del origen del lenguaje. Históricamente el tema lo sus-citó primero la Religión y luego, la Biología. Casi todas las re-ligiones suponen que el ser humano fue creado por algún dios y que, para hacerlo, le insufló el lenguaje. Así en el Génesis, cuando Adán da nombre a los animales. También en el Popol Vuh de los mayas y en tantos otros relatos de los orígenes. En cambio, la Filología o la Lingüística están ausentes. Peor aún: en 1866 los estatutos de la Société de Linguistique de Paris prohiben tratar el tema del origen del lenguaje. Poco después en la Linguistic Society of America un acuerdo de caballeros resuelve lo mismo. Para los lingüistas se trataba hasta hace poco de un tema tabú.

La razón es que la respuesta de la Biología se enfrentaba a la Religión. Darwin, que en su gran obra fundacional (Da-rwin, 1859) no se había atrevido a enfrentar el problema re-presentado por la especie humana para su teoría, lo hará doce años más tarde (1871, cap. 3) cuando postule explícitamente que el ser humano procede de los antropoides superiores y que el lenguaje viene de los gritos de los animales:

“Respecto al origen del lenguaje articulado, después de haber leído, por un lado, los interesantísimos trabajos de Mr. Hensleigh Wedgwood, del Rev. F. Farrar, y del Prof. Schleicher y, por otro lado, las apreciadas conferencias del Prof. Max Müller, no tengo ninguna duda de que el lenguaje se originó en la imitación y modifi cación de varios sonidos de la naturaleza, de las voces de otros animales y de los propios gritos instintivos del hombre, con el auxilio de señas y gestos”.

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Sin embargo, mientras que la cuestión de la descendencia genética de la especie humana está hoy resuelta, no pasa lo mis-mo con el lenguaje. No es obvio ni mucho menos que Darwin tuviese aquí razón. Y, si no la tenía, ¿de dónde viene el lengua-je, al fin y al cabo la única propiedad que diferencia de manera radical al ser humano de los animales? Curiosamente, hoy que no existe autocensura ideológica, la ciencia del lenguaje sigue sin pronunciarse sobre su origen. Derek Bickerton (2003, 77), en su contribución a un libro colectivo sobre el tema, señala:

“Me acerco al tema de la evolución del lenguaje como lingüista. Esto me pone inmediatamente en minoría, y antes de seguir adelante creo que merece la pena refl exionar sobre la rareza de este hecho. Si un físico se encontrase en minoría entre los que estudian la evolución de la materia, si un biólogo se encontrase en minoría entre los que estudian la evolución del sexo, nos sorprenderíamos, cuando no quedaríamos estupefactos. Pero una situación similar relativa a la evolución del lenguaje no impresiona a nadie”.

Por su parte, J. Newmeyer (2003, 58), otro acreditado lin-güista que participa en el mismo volumen, se pregunta:

“Para alguien que no sea lingüista la pregunta planteada al comienzo de este capítulo [¿qué puede decirnos la Lingüística sobre los orígenes del lenguaje] tiene que sonar extrañísima. Nuestra primera reacción sería preguntarnos quién sino la Lingüística se encuentra en posición de teorizar sobre el origen y la evolución del lenguaje. Después de todo, difícilmente encontraríamos artículos titulados “¿Qué puede decirnos la Botánica sobre el origen de las plantas?” o “¿Qué puede de-cirnos la Geología sobre el origen de las rocas?”. Sin embargo, al menos hasta hace muy poco, los lingüistas no tuvieron entre sus objetivos el de preguntarse por los orígenes de la facultad que constituye su objeto de estudio. La tarea ha sido emprendida por personas pertenecientes a un amasijo de áreas, desde los antropólogos hasta los neuropsicólogos pasando por los zoólogos”.

Y señala ejemplos concretos de Readings recientes sobre el tema en los que las contribuciones de los lingüistas son ab-solutamente minoritarias. Lo interesante son las razones que aducen para justificar esta falta de interés:

a) Según Bickerton, la ciencia tiene miedo al vacío, y como no lo llenaron los lingüistas, acudieron otros;

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b) Según Newmeyer, lo que ocurrió es que la postura que debería haberse interesado más por el tema, la innatista (la de Chomsky), excluyó desde el principio cualquier explicación funcional darwiniana (esto es, adaptacionis-ta), con lo que el interés de los lingüistas se cortó desde el principio.

No estoy de acuerdo, creo que eligen un símil equivoca-do. Sería raro que un biólogo estuviese en minoría entre los que estudian la evolución del sexo (Bickerton) y sería raro que un botánico se preguntase sobre lo que puede decir su ciencia del origen de las plantas (Newmeyer), pero es que los lingüistas:

a) Ni están en minoría entre los que estudian la evolución de las lenguas, puesto que prácticamente sólo lo hacen ellos y en el XIX (comparatismo) no hacían otra cosa; b) Ni se han planteado qué puede decir su ciencia sobre

el origen de partes o categorías lingüísticas, porque entienden que es la pregunta elemental de la filología (¿cuándo y cómo surge el artículo en español?, etc.). Existe otra explicación para este malentendido: lo que los lingüistas no nos solemos plantear es algo más general, es el

origen de la facultad lingüística. Pero en esto no diferimos tan apenas de las demás ciencias:

Aunque la Biología sea la ciencia de los seres vivos, el ori-gen de la vida (de los primeros organismos unicelulares au-torreplicantes, muy parecidos a los virus) se lo plantean en realidad los químicos. Fueron los experimentos de Stanley Miller los que permitieron reproducir en el laboratorio, me-diante la aplicación de la chispa eléctrica a una mezcla de va-por de agua, amoníaco, hidrógeno y metano, las condiciones de los tiempos primitivos y obtener así alanina, glicina, ácido aspártico y ácido glutámico, cuatro aminoácidos esenciales para la vida. Y no hay que olvidar que en ese mismo año de 1953 James Watson y Francis Crick, otra vez dos químicos,

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descubrieron la estructura del ADN apoyados por Rosalind Franklin, una físicoquímica.

Aunque la Física es la ciencia de la materia y de la energía, hay que decir que la cuestión del origen no la han resuelto los físicos, sino la teoría de supercuerdas, la cual permite unificar las interacciones que ocurren en el interior de la materia y que tienen lugar en cuatro niveles energéticos muy diferentes (inte-racciones fuertes de fusión nuclear, inte(inte-racciones electromag-néticas, interacciones radioactivas débiles e interacciones gra-vitatorias): la forma de las leyes naturales sólo es la misma en estas cuatro interacciones por encima de 1018 GeV, situación en la que las partículas se conciben como cuerdas, esto es, como binomios con una tensión entre sus extremos. Pero la teoría de cuerdas, resulta innecesario decirlo, es una teoría matemática.

Así pues, que la cuestión del origen de la facultad del len-guaje casi no haya preocupado a los lingüistas era de esperar: es habitual que el problema de cómo se originó el fenómeno que constituye el objeto de estudio de una ciencia sea resuelto por otra ciencia. ¿Por qué?: porque un nuevo nivel es siempre una emergencia y, en cuanto tal, resulta de las condiciones existentes en el nivel inmediatamente inferior. Por ejemplo, los productos químicos que caracterizan a los seres vivos, no son ajenos a la Química: pero son los más complejos de la mis-ma e implican una nueva dimensión, la de la Bioquímica. Los organismos están hechos de proteínas, que son cadenas de decenas de aminoácidos, que son estructuras bastante com-plejas de átomos de carbono y de nitrógeno: en comparación con ellos, la molécula de H

2O, de ClNa o de SO4H2 parecen un

juego de niños.

Por tanto, que el origen del lenguaje lo deban resolver otros es lógico. También la Biología es una Meta-Química y la Quí-mica es una Meta-Física. Lo sorprendente es que haya tres candidatos para resolver el problema del origen del lenguaje, según refleja la siguiente tabla en la que se resumen las tres principales propuestas que se han hecho:

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LINGÜÍSTICA=META-GENÉTICA El lenguaje surge en los se-res vivos superiose-res como una consecuencia de la com-plicación de sus genomas

LINGÜÍSTICA = META-FÍSICA El lenguaje surge en el ce-rebro de los seres vivos superiores como una conse-cuencia formal derivada de la complejidad de sus circuitos cerebrales

LINGÜÍSTICA=META-SOCIOLOGÍA El lenguaje surge en las sociedades de homínidos cuando aumentan su tamaño y la complejidad de sus rela-ciones

Esto es extraño no porque varias ciencias puedan hablar sobre un mismo objeto de estudio, sino porque todas ellas pa-recen suministrar la base para que este emerja, lo cual resulta increíble: Biología Química Física Lingüística Genética Sociología Física

La candidatura de la Genética y la de la Sociología eran esperables; la de la Física es más sorprendente. Voy con las dos primeras. En realidad, este empate técnico deriva de una dualidad relativa a la naturaleza del lenguaje, que seguimos sin resolver. Es evidente que:

i) El lenguaje es un procedimiento para representar el co-nocimiento;

ii) El lenguaje es un procedimiento para comunicarnos con los demás seres humanos;

Esto no lo discute nadie. Lo que se discute es qué fue pri-mero y qué fue después: ¿Representamos el mundo y luego lo comunicamos? o ¿Entablamos relaciones sociales y al enta-blarlas surge la representación de un mundo compartido?

Los lingüistas que me lean saben que esta dualidad nos di-vide inexorablemente y que, lo queramos o no, se nos clasifica (y nos autodefinimos) como cognitivistas o como funciona-listas:

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CONOCIMIENTO COMUNICACIÓN __________________ vs. _________________

comunicación conocimiento

No voy a entrar en esta discusión irresoluble. Cuando le aviso a mi hermana de que tenga cuidado al cruzar la calle porque se acerca un coche, por una parte la estoy informando de un contenido conceptual elaborado en mi mente, pero al mismo tiempo estoy entablando una relación comunicativa con ella que tal vez le salve la vida. El uso del lenguaje con-lleva ambos aspectos y es inútil pretender dejar uno de ellos al margen. Pero sí señalaré que el planteamiento cognitivista incide, no por casualidad, en la Biología a la hora de hablar del origen del lenguaje, mientras que el planteamiento funcio-nalista inevitablemente busca sus raíces en la Sociología y en la Psicología social:

cognitivista funcionalista

 

Biología Sociología

Esta es la diferencia epistemológica fundamental entre dos referentes de la lingüística que son los únicos que conocen los no especialistas, un Noam Chomsky y un Ferdinand de Saus-sure. Pero la cosa viene de lejos, de los orígenes mismos de nuestra disciplina. Cuando se habla de los primeros lingüistas decimonónicos, parece olvidarse que estaban tan enfrentados como nosotros y que August Schleicher (1865) era fanática-mente biologista, en tanto que Heyman Steinthal (1871) fue, no menos fanáticamente, sociologista. El primero defendió con calor la idea de que las lenguas tienen las propiedades de los seres vivos: el segundo que cada idioma muestra las características de la nación y de la cultura en que ha nacido. Así seguimos. Aquí no me ocuparé de los planteamientos que buscan la explicación fuera del ser humano individual, en el mundo. Es obvio que casi todo lo que constituye a las lenguas

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les viene de fuera (del referente y de la sociedad). Sin embar-go, soy de los que piensan que en el lenguaje existe un fondo irreductible a cualquier explicación culturalista y como no quiero confiar la respuesta a vagas especulaciones metafísi-cas —en el sentido popperiano— me ceñiré a las dos propues-tas más relevantes, la genetista y la fisicalista.

EL ORIGEN DEL LENGUAJE DESDE

LA BIOLOGÍA: APARICIÓN GRADUAL

Suponer que lo fundamental es la Biología está muy bien mientras podamos aducir peculiaridades biológicas que sólo se dan en el ser humano y que le permiten tener lenguaje, algo que no posee ningún otro ser vivo. El problema es que, hoy por hoy, no está nada claro que sea así:

Las grandes esperanzas cifradas en la posición de la laringe, que al estar muy baja permitiría formar un tubo de resonan-cia capaz de articular sonidos, se han venido abajo cuando se han descubierto especies animales, como el ciervo, a las que les ocurre lo mismo. Quiero recordar lo que se insistió en el riesgo que corremos al respirar y trasegar comida por el mis-mo conducto y que esta disfuncionalidad siempre se explicó como un tributo pagado al servicio de una finalidad superior: la capacidad lingüística.

El argumento del tamaño del cerebro parece conclusivo (el ser humano habría desarrollado enormemente el neocórtex hasta alcanzar un cerebro de 1.500 c.c. frente a los 400 c.c. de los antropoides) y se completaba tradicionalmente con el descubrimiento de las áreas de Broca y de Wernicke, aunque existen animales, como el elefante, con un cerebro todavía más desarrollado en relación con su tamaño. El problema es que el descubrimiento de las llamadas neuronas especulares (mirror neurons) por G. Rizzolati y otros (1996) lo ha puesto

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en entredicho: en el área cortical F5 de los monos se activa el mismo grupo de neuronas cuando hacen algo y cuando ven a otro hacerlo (es decir, re-presentan la realidad visual) y, sor-prendentemente, el área F5 coincide con el área de Broca del ser humano.

Naturalmente, que el ser humano no posea especifici-dad biológica relativa al lenguaje, según creía E. Lenneberg (1967), sino que los rasgos biológicos que lo hacen posible puedan retrotraerse a otras especies, no es un inconveniente en sí mismo: podría aducirse que el ser humano ha desarro-llado más dichos rasgos, sobre todo, combinándolos de for-ma adecuada, lo cual explicaría que sea el único ser vivo con lenguaje, como los murciélagos son los únicos seres vivos que poseen un sistema de ondas parecido al radar. No obstante, ello traslada la responsabilidad al plano mental, pues es este requisito el que los animales no parecen satisfacer.

Pero ello equivale a trasladar la responsabilidad a la Gené-tica: en algún momento, dichas propiedades se combinaron en algún descendiente de los antropoides para permitirle ha-blar. Lamentablemente, el desciframiento de los genomas de varias especies nos ha conducido a la conclusión de que com-partimos el 98,5 % de nuestros genes con el chimpancé (!).

Esto no quiere decir, empero, que la vía genética tenga por qué abandonarse. En realidad, los argumentos manejados ha-bitualmente por los generativistas para justificar el carácter innato de la facultad lingüística me siguen pareciendo impac-tantes:

a) Todos los seres humanos normales poseen lenguaje y sólo los seres humanos lo poseen. El lenguaje es una

condición necesaria y suficiente para que se pueda ha-blar de ser humano. El hombre no es ni el único animal racional (los delfines tienen inteligencia) ni el único ani-mal social (las hormigas viven en sociedad), pero sí el único animal lingüístico, es el homo loquens.

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b) Argumento de uniformidad: todas las lenguas revisten idéntico grado de complejidad, la cultura de las socieda-des que se sirven de ellas no es determinante.

c) La lengua materna se adquiere en un periodo crítico (en-tre los 2 y los 10 años) con unos auxilios exteriores cla-ramente insuficientes en relación a su complejidad: es el llamado argumento de la pobreza del estímulo. Además, aunque las distintas culturas varíen en relación con la ayuda prestada por los adultos (el llamado maternés), el resultado es siempre el mismo.

d) El argumento de la disociabilidad. El lenguaje y la cogni-ción son disociables: puede estar afectado el primero y no la segunda (como en las afasias) o al revés (como en muchas enfermedades mentales).

e) Los niños adquieren el lenguaje siguiendo fases o etapas muy parecidas en todos ellos y en todas las lenguas. Este

desarrollo prefijado es típico de las capacidades genéti-cas, como el volar en las aves.

f) Los enunciados lingüísticos tienen una estructura jerár-quica formal que no resulta inmediatamente de la ca-dena lineal, la cual la enmascara. Es el argumento de la

estructura latente. A pesar de ello, los niños infieren di-cha estructura con notable habilidad, habilidad que no demuestran para captar otras secuencias estructurales más simples, como la estructura tonal de las canciones, por ejemplo.

g) Y lo más importante de todo, la gratuidad: dichas estruc-turas formales carecen de justificación funcional.

Según esto, parece obvio que la facultad del lenguaje no sólo es específica del hombre, sino, además, que es innata. Adviértase que innato supone: que ciertos genes son respon-sables de que aparezca; que lo sustentan ciertos circuitos neu-ronales (que es modular). No hay que decir que los partida-rios de derivar el lenguaje de nuestras capacidades cognitivas

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generales se oponen a esto, aunque sean incapaces de dar cuenta de los puntos a)-f).

Pero si el lenguaje es una capacidad innata (como el vo-lar en los buitres y el nadar en las sardinas) y no algo que aprendemos en el medio social (como aprendemos a leer, a conducir, a multiplicar o a comportarnos en la mesa), debió

originarse evolutivamente, pues somos un animal que procede de otros animales, los cuales, sin embargo, no poseen lengua-je. Y aquí, los supuestos evolutivos de la Biología se revelan problemáticos.

Es evidente que el lenguaje resulta adaptativo para la espe-cie humana, tanto desde el punto de vista cognitivo (permite recordar experiencias pasadas y proyectar las futuras) como desde el punto de vista funcional (permite constituir la socie-dad). Es lógico pensar con S. Pinker y P. Bloom (1990) que el lenguaje resultó de la selección natural, del proceso por el que los distintos descendientes de una pareja están mejor o peor adaptados al entorno y los que se acomodan mejor viven más y tienen más ocasión de reproducirse, con lo que a la larga triunfan sus mínimas diferencias genéticas respecto a los demás.

Sin embargo, hay dos dificultades para sustentar dicho punto de vista adaptacionista, las cuales parecen insalvables. Una se refiere al cuándo, la otra al cómo.

¿Cuándo? El lenguaje es algo muy complejo y, sin embar-go, parece haberse originado en poquísimo tiempo y sin eta-pas intermedias. Ambos factores son importantes. Mientras que el paso de los antropoides al primer representante del gé-nero homo se lleva cuatro millones de años (el Homo habilis surge hace 2,5 millones de años), las evidencias del lengua-je, que son fundamentalmente productos semióticos como el arte o los ritos funerarios, no tienen más de 50.000 años con el Homo sapiens. Ha habido quien ha intentado salvar este escollo hablando de fósiles lingüísticos (del Homo erectus, del

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amanen-sis, etc.) que quedarían esclerotizados en las lenguas como las branquias lo están en el feto humano. Esta postura, sustenta-da por R. Jackendoff (2002), es muy discutible, pues, según él, dichos fósiles serían las interjecciones y los adverbios de modo: lo primero podría aceptarse con matices —ya lo había propuesto el propio Darwin—, pero lo segundo es un dispa-rate porque en los niños aparecen muy tarde dado su valor semántico intelectualizado (palabras como, sin duda,

sutil-mente, incomprensiblesutil-mente, etc. se consideran, contra toda lógica, fósiles lingüísticos).

¿Cómo? Por lo que respecta al cómo se han propuesto dos explicaciones:

1) Una mutación gigantesca del genoma que transformó de repente un animal sin lenguaje en un animal con él. Es una explicación impensable, pues en la naturaleza las mutaciones que sobreviven son retoques puntuales (alteraciones de unas pocas bases nucleotídicas), mientras que las mutaciones radi-cales ocasionan la muerte del individuo. Además, dicha mu-tación radical tendría que haber afectado a varios individuos a la vez, pues de lo contrario no se habrían comunicado entre sí. No es sorprendente que los darwinistas ortodoxos atribu-yan hoy el lenguaje al ámbito de la cultura, ya que en la teoría de Darwin la evolución es siempre suave y gradual: es lo que ha hecho R. Dawkins (1976) cuando opone genes a memes y dice que los memes (las ideas religiosas, políticas, la moda, los hábitos lingüísticos) se replican igual que los genes, pero no en el seno de un organismo, sino en el de la sociedad.

2) Una exaptación baldwiniana. Lamarck propuso la heren-cia de los caracteres adquiridos, es decir, que lo que aprende-mos a lo largo de la vida (como tocar el piano o hacer raíces cuadradas) lo incorporamos al genoma y lo heredan nuestros descendientes, lo que obviamente es falso. La exaptación bald-winiana se llama así porque la propuso Baldwin, un contem-poráneo de Darwin, y viene a ser un lamarckismo suave que se produce por casualidad, porque una mutación aleatoria se

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adecua a las nuevas capacidades, La exaptación consiste en que un rasgo se desarrolla para una función diferente y luego termina sirviendo para otra cosa: por ejemplo, si un grupo de animales se desplaza a zonas frías, la selección natural privi-legiará a los que tienen más grasa, pero con el tiempo dicha grasa les dará un aspecto fusiforme facilitándoles la natación, según ocurrió con las ballenas, las cuales, pese a ser mamífe-ros, tienen genes (efecto Baldwin) que les permiten nadar. Es el fundamento de la explicación de W. Calvin y D. Bickerton (2000) para el lenguaje, quienes proponen la exaptación de un cálculo social (con papeles como Agente, Paciente, Instru-mento, etc.) de cohesión de grupo entre los antropoides hasta habilitarlo para efectos comunicativos en el hombre. Lo malo es que así se explica precisamente lo que no hacía falta ex-plicar. Sabemos hace tiempo que las estructuras predicativas de la oración reflejan las relaciones sociales del entorno: por ejemplo Tesnière (1959) analizó la oración como un peque-ño drama en el que el sujeto desempeña un papel, el objeto directo, otro, etc. El problema es que esto lo hacen también muchos otros productos culturales como el folklore (Propp, 1968), los mitos (Greimas, 1968) o la literatura (1969) que no están incorporados al genoma. Lo problemático no son las estructuras del lenguaje en las que este se limita a reproducir la estructura de los intercambios sociales, la cual puede ad-quirirse culturalmente, sino todo lo demás, es decir, todas las propiedades del lenguaje que no se explican desde el exterior: las oraciones de relativo, la concordancia del verbo con el su-jeto, las preposiciones, etc.

Sin embargo, de lo que llevo dicho hasta ahora no debe inferirse que la contribución de la Biología al problema del origen del lenguaje sea desdeñable ni mucho menos. Una cosa es que el mantenimiento del punto de vista darwinista resul-te problemático y otra que la solución, cuando se encuentre, pueda prescindir de las explicaciones biológicas. Por lo pron-to, no puede negarse que los genes y el organismo guardan algo más que una mera relación accidental, de hardware,

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con el lenguaje. Así lo demuestra el famoso gen FOXP2 de la rama corta del cromosoma 7 cuyas alteraciones han provoca-do problemas lingüísticos obvios (facilidad con los nombres, pero no con los verbos, etc.) en la célebre familia K de habla inglesa y que, últimamente, se ha detectado en otras fami-lias de otras lenguas también (Gopnik y Crago, 1991). En otro nivel habría que mencionar las investigaciones del genetista L. Cavalli-Sforza (1996), quien ha puesto de manifiesto que existe una coincidencia fundamental entre el árbol genético de las lenguas del mundo y el árbol étnico al que se llega con los datos del ADN mitocondrial (transmitido sólo por línea materna).

Sea como sea, incluso las posturas explícitamente cultura-listas no pueden prescindir de un cierto soporte biológico. Por ejemplo, cuando se especula sobre si un grupo de homínidos fue desarrollando habilidades comunicativas y las fue trans-mitiendo y ampliando de generación en generación vía apren-dizaje es inevitable plantear de manera correlativa la cuestión del aumento de volumen del cerebro. Un dato que parece con-firmar dicho supuesto es la relación estadística establecida por L. Aiello y R. Dunbar (1993) entre el tamaño del grupo social y el de la masa cerebral: al aumentar las necesidades comunicativas, crecen las conexiones neuronales y el lenguaje termina por emerger.

Por lo demás, una cosa es afirmar que el lenguaje no tiene una base genética y otra renunciar a explicarlo como resulta-do de la transformación (evolutiva, ¿qué si no?) de capacida-des orgánicas que sí la tienen. Así ocurre en la teoría del

ges-to, desarrollada ya por Condillac (1746) y actualizada, entre otros, por Corballis (2002). La idea es que con el desarrollo del bipedalismo las manos quedaron libres para aumentar el nú-mero de gestos y llegaron a enlazarlos creando una incipiente narrativa; luego, conforme las manos se fueron ocupando en fabricar instrumentos, los gestos tuvieron que ser sustituidos por muecas a las que pronto se añadirían vocalizaciones (es el efecto McGurk (McGurk y MacDonald, 1976): si se graba un

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sonido ga en un video de una boca que dice ba, se oye da, algo intermedio): estas muecas terminaron siendo gestos internos a la boca y condujeron a una evolución notable del aparato fonador. También se basa en supuestos orgánicos la teoría

vocal, alternativa de la anterior y mucho más próxima al sen-tido común ingenuo: ya aparece en el Cratilo platónico, vuelve a cobrar fuerza con el romanticismo alemán (Herder, Fichte) y hoy la postulan autores como Dunbar (1996). Señala con razón esta estudiosa que los gestos tienen el inconveniente de que sólo se ven a corta distancia y no se pueden ver de noche; ello le lleva a desarrollar una teoría vocal considerando que el lenguaje simplemente continúa procedimientos de cohesión social desarrollados por el grupo de chimpancés, como el es-pulgado (grooming) o el cotilleo (gossip), los cuales habrían sido reemplazados por una especie de canto coral: en efecto, los chimpancés invierten un 30 % de su tiempo en acicalarse mutuamente y en establecer relaciones sociales jugueteando, pero al aumentar el grupo hubo que trasladar estas prácticas a algo más colectivo como el canto coral.

Es fácil ver las limitaciones de estas dos propuestas, las cua-les se resumen en la sorprendente contribución de Carstairs-McCarthy (1998) cuando supone que, más tarde, la estructura de la sílaba acabó prefigurando la de la frase y, con ella, la de la sintaxis. Porque el problema no estriba en la modalidad del vehículo de comunicación, los propios seres humanos pue-den hablar oralmente o por gestos (lenguas de signos de los sordos), pero lo que los convierte en hablantes (y, por ello, en seres humanos) es otra cosa. Desgraciadamente la sintaxis consiste en mucho más que en una estructura asimétrica del tipo “margen+núcleo+margen”, la cual se basta y se sobra para explicar una sílaba como /kan/ de cantar, por ejemplo. Pero en el enunciado aquellos de los que te hablé no sabían ni

cantar ni nada que se le parezca, una expresión que podemos oír perfectamente por la calle, coexisten estructuras formales muy complejas que no se pueden explicar así. Y mientras no se explique cómo llegaron a producirse dichas estructuras, el

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origen del lenguaje será un misterio. Mejor dicho: el origen de muchos aspectos del lenguaje como los sonidos o los signi-ficados de las palabras no tiene (casi nada) de misterioso: el sonido [f] se explica porque el aire pasa rozando entre el labio inferior y los incisivos superiores, el sentido “manzana” vien-do cómo son las manzanas del munvien-do y así sucesivamente. Lo verdaderamente enigmático es la sintaxis porque ninguna propiedad del mundo la justifica y sus características princi-pales son universales, lo cual excluye desarrollos culturales como sustento de las mismas.

EL ORIGEN DEL LENGUAJE DESDE LA FÍSICA:

APARICIÓN REPENTINA

El inconveniente con el que nos tropezamos es siempre el mismo: las lenguas tienen una estructura formal muy compli-cada y esta es en gran parte disfuncional, esto es, inexplicable desde el mundo. Chomsky y sus discípulos han aducido este hecho como prueba del innatismo de la facultad del lenguaje, pero ante la evidencia de que ello aísla a la Lingüística de la ciencia, acercando sus postulados a la vieja idea creacionista del origen divino del lenguaje, han terminado por acudir a una fuente bastante sorprendente: la Física. ¿Qué se quiere decir con esto? Lo que se pretende sugerir es que la sintaxis es una consecuencia de la complejidad de las relaciones establecidas entre las palabras o, según afirma Chomsky, el resultado de comprimir millones de conexiones neuronales en un espacio no mayor que una pelota de baseball. Como dice Chomsky (2003, 117)en una entrevista reciente:

“Tal vez toda la evolución esté modelada por procesos físicos en un senti-do profunsenti-do, dansenti-do lugar a muchas propiedades equivocadamente atribuidas a la selección … Pongamos la observación de que la serie de Fibonacci aparece por todas partes. Nadie cree que se trate de Dios o de la selección natural: todo el mundo supone que es el resultado de las leyes físicas”.

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Ha sido Jenkins (2000)quien ha desarrollado este argu-mento por extenso buscando sus antecedentes en la teoría de la Urpflanze de Goethe y más recientemente en la obra de D’Arcy Thompson (1917). En lo relativo a la serie de Fibona-cci, una serie de números en la que cada uno es el resultado de la suma de los dos anteriores (1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34…), la pregunta es por qué nos la encontramos una y otra vez en la naturaleza, tanto orgánica (p. ej., las espirales de los gira-soles) como inorgánica (los cristales de ciertos minerales); y la respuesta es que se trata de una propiedad de la materia, la cual no tiene más remedio que producir estos resultados. Naturalmente, de cara a la explicación de las propiedades for-males de las gramáticas esto es poco más que una petición de

principio, pues la serie de Fibonacci no tiene nada que ver con el lenguaje. A donde sí se ha acudido es a la moderna teoría

de la complejidad. La teoría de la complejidad es una ciencia emergente cuya primera manifestación práctica no tuvo lu-gar hasta los sorprendentes descubrimientos realizados por François Jacob y Jacques Monod en los años sesenta del si-glo pasado relativos a cómo los genes se activan y desactivan mutuamente. Esto planteó una revolución en embriología. A partir de una sola célula, el zigoto, se producen hasta 50 di-visiones, lo cual conduce al ser humano adulto que tiene mi-llones de células. Sin embargo este es un proceso que parece dirigido, puesto que en cada tejido se realiza sólo un tipo de células. La solución de Jacob y Monod fue la

auto-organiza-ción: los genes se expresan diferenciadamente en cada lugar dependiendo de complejas interacciones entre las células y el entorno extracelular.

Estos son los hechos. Todavía estamos muy lejos de poder entender cómo funciona el genoma. Pero hay otras situacio-nes más accesibles a la observación de la complejidad. Pronto se sumaron datos procedentes de otros ámbitos. Por ejem-plo, las sociedades de hormigas y termitas, ¿cómo es posible que parezcan actuar coordinadamente y lleguen a recolectar exhaustivamente un territorio o a construir termiteros

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com-plejos, a pesar de que cada insecto sólo se relaciona por el olor con los que lo rodean, sin un jefe o un equipo que coor-dine todo? Las unidades individuales, las hormigas, no reco-gen, almacenan ni procesan información por sí mismas. Por el contrario, lo que sucede es que interactúan de forma que es la colectividad en su conjunto, la colonia de hormigas, la que manipula dicha información. Curiosamente esta forma de proceder, sin un organismo que centralice la información, permite a la colonia responder adecuadamente a los retos del entorno. También resultan notables los comportamientos colectivos de las termitas, otro insecto social. Según advir-tió ya el naturalista francés Paul Grassé, la construcción de los nidos termiteros parece seguir, como en el caso de arriba, una pauta misteriosa que emerge (he aquí un término clave) de la propia configuración del nido en cada fase del proceso constructivo: una cierta distribución local de las partículas (hojas, espinas, piedrecillas) que las termitas van trayendo pa-rece guiar el comportamiento del insecto que trae una nueva partícula, con lo que, al colocarla en un cierto lugar y no en otro, vuelve a modificar la distribución del nido y así sucesi-vamente. La dinámica de todo el proceso es la siguiente: al principio, las termitas colocan las partículas, junto con una cierta cantidad de feromona, al azar en una superficie dada; pero al llegar nuevas termitas, las concentraciones elevadas de feromona estimulan nuevos aportes, y así se van elevando muros en ciertos sitios y dejan de alzarse en otros.

Recientemente la teoría de la complejidad se ha revelado como una disciplina matemática (Kauffman, 1995), pero con implicaciones psicológicas, según han demostrado las investi-gaciones realizadas por el físico Hermann Haken (1996)para explicar pruebas psicológicas de reconocimiento de patro-nes visuales por medio de modelos matemáticos dinámicos de sistemas alejados del equilibrio. La idea es que los siste-mas complejos, en los que un elevado número de unidades interactúa de forma no lineal, conocen transiciones de fase. Las transiciones de fase son inestabilidades que se producen

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en los puntos críticos de una cierta simetría y que conducen bruscamente a otra simetría. Por ejemplo, una pelota, que se encuentre exactamente en lo alto de la loma que separa dos valles, tras haber ascendido uno de ellos, podrá pasar brusca-mente al fondo del otro con un leve impulso del viento. Haken sugiere que los cerebros humanos, como sistemas complejos alejados del equilibrio que son, presentan las características propias de las transiciones de fase. Una de estas propiedades es la histéresis, Si se considera la serie de dibujos de abajo:

se advertirá que al mirar las figuras de izquierda a derecha llega un momento en el que se pasa bruscamente de ver un rostro a ver una mujer (punto de inestabilidad). Pero esta transición no siempre ocurre en el mismo punto, en la serie de la izquierda es más tardía que en la de la derecha. Tal vez el lenguaje surgiese de manera parecida, como una transición de fase en el cerebro de un homínido que intentaba comuni-car a sus semejantes pensamientos complejos y no lo lograba con los medios rudimentarios —gestos y gritos— de los que su tribu había dispuesto hasta ese momento.

Las estructuras emergentes de las situaciones más dispa-res tienen, sin embargo, las mismas propiedades formales, son predecibles. La tentación de los lingüistas de derivar la sintaxis universal como un conjunto de leyes de la comple-jidad ha sido inmediata: Berwick (1998), ha logrado derivar matemáticamente la propiedad sintáctica fundamental del programa minimalista de la gramática generativa, merge, y supone, que una vez obtenido merge, lo demás resulta auto-máticamente. Permítaseme expresar mi escepticismo ante es-tos planteamienes-tos. Si cualquier sistema de símbolos, por el mero hecho de existir, produjese necesariamente una sintaxis

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como la de las lenguas naturales, uno tiene derecho a pregun-tarse por qué todos los demás sistemas simbólicos del ser hu-mano (la moda, los códigos sociales de protocolo, los mitos, etc.) no han generado algo parecido. Y si lo característico no está en la fusión de símbolos, sino en el llamado principio de

lo discreto (particulate principle), el cual permite generar se-cuencias infinitas con medios finitos, habría que preguntarse por qué otros sistemas que presentan dicha propiedad y que han sido comparados con el lenguaje, como los números o los elementos químicos (Abler, 1989), no han desarrollado tam-poco una sintaxis lingüística.

Y es que el problema, a mi modo de ver, consiste en que Berwick (y con él Chomsky) resultan demasiado optimistas. Porque, en definitiva, ¿en qué está basado merge?: es un ope-rador de concatenación que combina dos palabras en una nueva superpalabra que tiene las propiedades funcionales de una de ellas tan sólo. Por ejemplo, un nombre y un adjetivo dan lugar a una frase nominal: come patatas fritas y come

pa-tatas tienen un valor equivalente (frente a come patatas com-parado con no come patatas) porque patatas fritas es el re-sultado de fusionar (merge) patatas —como núcleo— y fritas —como modificador—. Yo no diré que el descubrimiento de la base matemática de esta operación no sea interesante. En realidad estriba en lo que se llama función booleana de

canali-zación, esto es, en una situación en la que, dadas dos entradas (inputs), cualquiera que sea el valor (on / off) de una de ellas, el resultado de la salida (output) coincide siempre con el valor de la otra: on on on/off on/off off off

Dicha función booleana resulta de manera automática cuando se alcanza un cierto nivel de complejidad y, natural-mente, debió surgir en la red de conexiones neuronales del

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cerebro conforme este se desarrolló. Pero esta situación no es específica del lenguaje. Cualquier acto perceptivo, como notaron hace casi un siglo los psicólogos de la Gestalt, se basa justamente en esto, en que dadas dos unidades, una de ellas (FIGURA) se impone sobre la otra (fondo), con lo que el

resul-tado de la percepción es la FIGURA. Por ejemplo, una mujer

delante de una cortina se ve como una mujer, es la imagen de una mujer, en el mismo sentido en el que la suma de patatas más fritas es una clase de patatas y no una clase de fritas.

La explicación que se apoya en la Física encierra, contra lo que pretenden sus defensores, muchos puntos oscuros. En realidad, es la consecuencia de los derroteros epistemológicos de la gramática generativa, un movimiento que comenzó rei-vindicando —y practicando— el más riguroso método cientí-fico y que hoy anda mucho más cerca de la cábala que de la ciencia. Las propiedades sintácticas que se describen en este modelo están ahí, guste o no guste a los lingüistas funciona-listas, con todo el peso aplastante de su gratuidad y falta de justificación icónica. En otras palabras: que parecen univer-sales arbitrarios a los que ninguna explicación evolucionista de un instrumento de comunicación adaptativo puede hacer justicia. Pero como resultaba evidente que remontar dichos principios a la pura aleatoriedad de un sistema complejo era una solución ad hoc, se intentó simplificarlos al máximo hasta llegar a merge, con el resultado indeseado de que para dicho viaje sobraban esas alforjas, pues merge se explica per-fectamente en términos de teoría de la percepción. Los gene-rativistas insisten en que la sintaxis de las lenguas no puede explicarse por evolución gradual, pero yerran el tiro cuando afirman que es un desarrollo espontáneo de una base com-putacional común a otros sistemas como el de los números. Desgraciadamente los números, que diría Galileo (es decir, las Matemáticas), están en la base del mundo natural, pero el lenguaje es exclusivo del ser humano. Con lo que, pienso, el filósofo Dennett (1999, 658) tenía toda la razón al acusar a los generativistas de confundir una grúa con un gancho

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divi-no, esto es, una explicación científica con otra de naturaleza metafísica:

“Pero aunque Chomsky nos descubrió la estructura abstracta del lenguaje —la grúa que es más responsable de la elevación [del ser humano] hasta su posición [entre las especies], más que todas las otras grúas de la cultura—, nos ha desani-mado enérgicamente a considerarlo una grúa. No es extraño que los que anhe-lan la existencia de ganchos celestes con frecuencia hayan aceptado a Chomsky como su autoridad”.

¿Qué escenario parece, pues, verosímil para el origen del lenguaje? En mi opinión una re-presentación del mundo que no deje de tener en cuenta que, como organismo, el actor len-guaje ya había incorporado previamente parte de lo represen-tado. En un primer momento es muy probable que los actos perceptivos, sobre todo los visuales y los acústicos (los más desarrollados en los animales superiores), se hiciesen extensi-vos a la asociación de símbolos, esto es, que surgiese una

pri-mitiva sintaxis perceptiva basada en merge. Pero de aquí a las complejidades de la sintaxis formal desarrollada de cualquier lengua sigue mediando un abismo. Un abismo que no puede salvar la cultura, pese a su obvia influencia, pues estos rasgos formales son comunes a todas las lenguas —son, pues, una cuestión genética—, mientras que las diferencias entre ellas se explican, y muy bien por cierto, en términos icónicos, esto es, por la Sociología y por la Semiótica.

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BIOLÓGICA

Aun así, algunos lectores podrían pensar que la evolución del lenguaje se explica perfectamente desde la cultura y que la pretensión de buscarle un fundamento en las leyes de la natu-raleza es algo enteramente gratuito. Al fin y al cabo, eso que llamamos el lenguaje se reduce a las lenguas. Lo que existe son las lenguas, el lenguaje es algo que suponemos subyace a los distintos idiomas, pero realmente no podemos asegurarlo. ¿Y si sólo hubiera lenguas? ¿Podríamos seguir sosteniendo en-tonces que las lenguas tienen un fundamento biológico? Sin embargo, parece difícil escapar al sortilegio naturalista. Por-que lo biológico del lenguaje no sólo se refiere a la cuestión del origen, como suelen afirmar los estudiosos (Li y Hombert, 2002, 175):

“En los últimos años ha habido un aluvión de actividades académicas sobre el origen del lenguaje. Se han creado sociedades científi cas nuevas; se han orga-nizado congresos; se han escrito y publicado libros. En todas estas actividades predomina un mismo tema que aparece en el título de congresos, artículos y libros: “La evolución del lenguaje”.

En efecto, el lenguaje es lo que nos distingue de los ani-males de los que procedemos y tuvo que comenzar alguna vez. Unos (casi siempre, los funcionalistas) piensan que es una adaptación comunicativa y otros (casi siempre, los gene-rativistas) que es una emergencia secundaria de habilidades cognitivas, pero nadie duda que el origen del lenguaje tiene que ver con la Biología.

Hay otro ámbito de estudio que también se suele caracte-rizar con el rótulo “evolución del lenguaje”. La cuestión del desarrollo de la facultad del lenguaje en los niños. El tema es antiguo, comienza con los Stern (1907) y con Grégoire (1937), pero lo cierto es que la estrecha dependencia de la propuesta chomskiana respecto a lo que se conoce como el problema de

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Platón lo ha convertido en uno de los temas estrella de nues-tra disciplina. Este tema se relaciona con el anterior, pues la propuesta de Haeckel en el sentido de que la morfogénesis de los individuos de una especie recapitula la evolución de las especies que la precedieron sigue constituyendo una provo-cación intelectual abierta, cien veces rechazada y cien veces vuelta a admitir a regañadientes.

Pero, junto al origen del lenguaje y al desarrollo de la facul-tad del lenguaje en los niños está la cuestión de la evolución de las lenguas. Por supuesto que el tema es antiguo: lo susci-taron los comparatistas del XIX, nada menos. En realidad, no es que el estudio de la evolución de las lenguas sea una rama de la Lingüística, es que prácticamente constituye la mitad de nuestra disciplina. Curiosamente, sin embargo, esta tercera posibilidad evolutiva, la de las lenguas, no se suele relacionar con las dos anteriores. Para el paradigma moderno de la lin-güística diacrónica la evolución de las lenguas responde a una serie de leyes internas (Heine y otros, 1991; Traugott y Heine, 1991) combinadas con obvias influencias de la sociedad y de la cultura en las que dichas lenguas se asientan. Es verdad que en el siglo XIX sí se llegó a considerar la evolución de las lenguas desde el punto de vista biológico, porque Darwin lo propuso y los neogramáticos recogieron el guante que les lanzó. Por ejemplo, el autor de El origen de las especies llegó a escribir cosas como esta en la continuación que dedicó al origen del hombre (Darwin, 1871, 465-466):

“La formación de diferentes lenguas y de diferentes especies … [son} … curio-samente fenómenos paralelos … Encontramos en diferentes lenguas homologías llamativas debidas a una descendencia común y analogías debidas a un proceso de formación similar”.

Nada tiene de sorprendente, por tanto, que August Schlei-cher (1863, 68), escribiese a su vez:

“Está claro que son solamente los rasgos principales de la teoría de Darwin los que encuentran aplicación en las lenguas. El dominio de las lenguas difi ere dema-siado del mundo vegetal y animal como para que todas las particularidades de la

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visión de Darwin les resulten aplicables. Pero el origen de las especies lingüísticas por una diferenciación insensible, y la conservación de los organismos más aptos en la lucha por la existencia son incuestionables. Los dos puntos principales de la teoría de Darwin comparten así, junto con algunas otras nociones importantes, el privilegio de verifi carse en un dominio en el que no se las había considerado anteriormente”.

Incurable optimismo el de nuestro neogramático. Hoy en día algunos autores generativistas hablan de biolingüistica (Jenkins, 2000)o, para diferenciarse, hay funcionalistas (Gi-vón, 2002) que prefieren el término de bio-lingüística, pero muchos otros siguen pensando que lo nuestro está más cer-ca de las Humanidades que de las Ciencias de la naturaleza. Incluso hay bastantes que, aspirando a conformar el método de la Lingüística sobre el patrón hipotético-deductivo de las ciencias naturales, no por eso creen que su objeto de estudio sea un organismo. No importa, de momento nuestro objetivo es más modesto, sólo nos proponemos averiguar si la evolu-ción de las lenguas es como la de las especies y, en caso afir-mativo, qué significado atribuiríamos a este hecho.

En la actualidad, son contados los autores que aceptarían un paralelismo entre los tres procesos evolutivos citados. En-tre ellos está T. Givón (1998, 102), cuando escribe:

“En cada uno de los tres procesos de desarrollo relativos al lenguaje humano —evolución, adquisición, diacronía— parece darse la misma secuencia de acon-tecimientos”.

Mas, con independencia de que este paralelismo haya sido cuestionado con buenos argumentos empíricos por Slobin (2002), lo cierto es que Givón habla de etapas formales simila-res, no de sustancias equivalentes. Y, es que —bien mirado—

el lenguaje está dentro, las lenguas, fuera. Dicho de otra mane-ra. Sea lo que sea lo que ocasionó la emergencia del lenguaje, se trata de una conducta que apareció en un organismo, es decir, de algo biológico. A su vez, cuando un niño adquiere su lengua materna, puede que la aprenda haciendo uso de

Referencias

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