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Lo que más nos conduzca al fin para el que fuimos creados (Programa MAGIS III)

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Academic year: 2021

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David Martínez Mendizábal

Coordinador de la publicación

Ma. Esther Bonilla

Corrección de estilo

Clara Keys

Diseño editorial

Publicación del Programa de Formación para Laicos y Laicas en América Latina y El Caribe.

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En los trabajos de índole comunitario es complicado resaltar la par-ticipación de algunas personas; sin embargo, extendemos un reconoci-miento a las y los profesores del Magis que han puesto sus ideas y sus afectos al servicio de la formación laical y al Centro Ignaciano de Forma-ción Humanista de la Universidad Iberoamericana León, por su apoyo durante todo el proceso de la tercera generación del Magis.

En particular queremos agradecer a José Luis Caravias, S.J., Franklin Ibáñez y Mauricio López su trabajo en la dictaminación de los trabajos que les correspondieron. También a Clara Keys por el diseño del libro y a María Esther Bonilla por la corrección de estilo de los ensayos.

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Introducción

Cuando el «tú» y el «yo» se hicieron «nosotros» Érika Zárate Baca y Danilo Barragán Galarza Con el libro en las manos, los pies en el barro y el corazón abierto

January N. Gómez V.

Aprender a nacer desde el dolor Sofía Montañez

Profesión y fe: mi experiencia Gloria L. Servín Barrios ¿Por qué soy laico? Denis Coronado Pineda

El amor y el servicio como proyecto laical de vida Palmiro Pável González

La encíclica “Caritas in veritate” y el desarrollo económico en nuestro tiempo: ¿hay convergencias? Víctor Roca Buiza

ÍNDICE

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El compromiso político-social como punto de encuentro entre creyentes y no creyentes Clara Keys Alonso de Florida

Los laicos y su necesidad de formación Luzmila Galván Huaman

Liberándome para amar y servir Margoth Paguay Guacho

El matrimonio: una opción para crecer juntos en el amor de Dios

Sol Beatriz Bedoya de Palacio Sexualidad y espiritualidad Gloria María Soto Marín

El espíritu de Dios en el amor de la pareja Boris Araujo

Noviazgo y vida en pareja, una alianza de amor Mauricio Jesús Centeno Sánchez

139 149 165 183 195 221 241

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Pocos meses después del asesinato brutal de sus seis hermanos jesuitas y de dos trabajadoras, ocurrido en noviembre de 1989 en El Salvador, Jon Sobrino, S.J. concedió una entrevista a la televisión española. Sobre una pregunta expresa de la entrevistadora al respecto de la vigencia de la Teo-logía de la Liberación en América Latina, el jesuita salvadoreño-español señaló que le repateaba la descalificación que se hacía desde Europa sobre la falta de sistematicidad de tal producción teológica porque “podía ser que nos faltara tiempo de reflexión, quizá no tengamos tantas bibliotecas y a lo mejor ni seamos tan inteligentes como allá, pero no se puede afirmar que la liberación es una moda que puede quedarse atrás”.

Daba en el clavo Jon Sobrino y sirva esta remembranza para colocar en el horizonte adecuado los espléndidos trabajos que a continuación com-partiremos. Puede que nos falte tiempo de reflexión o formación teológica más sistemática, pero de lo que no se puede dudar es de la necesidad en los laicos y las laicas de reflexionar, a la luz de la fe, la vida cotidiana. El extraordinario mundo del laicado es el lugar propio para encontrarnos con el Dios de la vida y maravillarnos de su obra. El punto de partida y de llegada en la construcción del Reino, para el laico y la laica, es la compleja interacción entre dimensiones tan variadas como la familia y el trabajo; la sexualidad y la política; el ocio y la economía. La realidad cotidiana como lugar de encuentro con Dios.

Las reflexiones que integran este libro son los trabajos finales de algu-nos y algunas de los participantes de la tercera generación del programa

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de formación Magis, promovido fundamentalmente por las Comunida-des de Vida Cristiana (CVX) de Latinoamérica, apoyado permanentemen-te por el Consejo Ejecutivo Mundial (ExCo) de las CVX y con auxilio de la Compañía de Jesús.

Por estos días, este programa cumple trece años de haberse gestado en Santiago de Chile, con base en una iniciativa de los Consejos Nacionales de las CVX y con el acompañamiento cálido y exigente de Jose Luis Cara-vias, S.J. Hasta el momento ha habido tres generaciones de laicos y laicas, poco más de 180 personas, que han puesto como tema de discernimiento sus propias vidas. En unos meses, en Bogotá, Colombia, inicia la cuarta generación. El esfuerzo ha sido, en muchos sentidos, comunitario. El fi-nanciamiento ha recaído en las comunidades nacionales, particularmente las que han fungido como sedes de los encuentros intensivos y en las pro-pias personas que han participado. Hemos recibido ayuda de Porticus, de la Compañía de Jesús, del ExCo y de varias personas generosas que de a poco, hicieron mucho.

Magis no es un curso, ni tampoco una serie de momentos puntuales y aislados. Es un programa hecho de etapas intensivas y extensivas, que busca dar al participante la oportunidad de integrar en su vida las cua-tro dimensiones de la formación ignaciana: la espiritual, la intelectual, la comunitaria y la apostólica. El proceso dura tres años y medio, y abarca todos los espacios de la vida humana y de fe.

El programa Magis busca profundizar en los fundamentos de la iden-tidad cristiana desde la perspectiva de las CVX, esto es, refuerza el carisma ignaciano, que consiste en conocer, amar y seguir más de cerca a Jesucristo y su Iglesia a fin de amar y servir mejor a los demás. La dimensión social de la fe y el compromiso con la justicia forman parte central de los con-tenidos, pues el talante propio de la espiritualidad ignaciana, el sentido apostólico, se encuentra en la base de la formación.

¿Cuánto ha pasado en América Latina durante estos años del Magis? Hemos visto golpes de Estado frustrados, el carrusel de la pobreza sin lógica alguna, triunfos electorales que avivan la esperanza, retornos al poder de los grupos desplazados, movimientos sociales que reclaman

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con toda justicia el abatimiento de la desigualdad étnica, racial, sexual, cultural y económica, el aumento —aún insuficiente— de la presencia de las mujeres en los espacios de decisión, los organismos de la sociedad civil que testimonian la emergencia del poder ciudadano —tan necesario en nuestros países— , el deterioro ambiental producido por un capitalismo enceguecido por la obtención de ganancias, las migraciones dolorosas que se enfrentan a riesgos cada día mayores, la disputa por la vinculación a través de diversos tratados comerciales, políticos y económicos que tienen detrás modelos de países y formas de interrelación humanas diferentes, en fin, los escenarios diversos donde se han movido nuestras vidas como laicos y laicas.

La tercera generación del Magis se reunió en 2007 en Asunción, Para-guay; en 2008 en Lima, Perú, y en 2009 en Buenos Aires, Argentina. Du-rante estos tres años de convivencia humana, se abrieron espacios para compartir de forma muy profunda las vidas de decenas de personas que buscan de forma honesta seguir mejor a Jesús, desde su opción por la espiritualidad ignaciana. En estas vidas, como todas aquellas que se vi-ven con intensidad, se han escrito páginas importantes. Divorcios, matri-monios, nacimientos, muertes, abandonos, graduaciones, reencuentros y más, han formado parte del vaivén de nuestro Magis. La frase más recu-rrente en las evaluaciones que se han hecho durante este tiempo es que “el Magis ha sido pieza clave en mi vida”.

Quienes han experimentado el Magis son laicos y laicas que atienden sus ocupaciones familiares, están ligados a un grupo de inspiración igna-ciana, generalmente las CVX y ejercen su profesión para vivir. Las edades oscilan entre los veinte y los setenta años, aunque la media de edad se sitúa hacia los cuarenta. Muchos jóvenes, ahora ya de edad madura, han visto fortalecida su vocación laical y se encuentran al frente de proyectos de intervención comunitaria, en un campo de lucha educativa o a favor de los derechos humanos.

Desde esta condición el Magis ha invitado a que laicos y laicas

ma-gistas arriesguen sus ideas y las plasmen en blanco y negro. No es tarea fácil arrancar varias horas al estudio, al descanso, al trabajo que nos da el

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sustento o al cuidado de un hijo, para hacer los trabajos del Magis. Y más cuando las religiosas, los jesuitas y los laicos y laicas que han formado parte del profesorado, nos animan a utilizar marcos conceptuales ade-cuados a la hora de pensar sobre los problemas de laicos y laicas.

Pierre Bourdieu propone el término habitus para aludir a un conjun-to de relaciones históricas depositadas en los cuerpos individuales bajo forma de esquemas mentales y corporales de percepción, apreciación y acción. El habitus es un mecanismo estructurante, principio generador de las estrategias que permiten a los agentes enfrentar situaciones diversas y operar desde dentro de los agentes. A hacer teología sin sotana, nos ha dicho permanentemente José Luis Caravias. Habrá que deconstruir el habitus con el que nos acercamos a analizar nuestros nodos existenciales. La teolo-gía que se hace profesionalmente es necesaria, pero esto no sustituye los esfuerzos de laicos y laicas que con presupuestos vitales distintos hacen reflexiones teológicas a partir de los problemas de la vida cotidiana.

Y esto es precisamente lo que el lector y la lectora encontrarán en las siguientes páginas. Frente a sus ojos desfilarán distintos planteamientos sobre sexualidad, identidad laical, relaciones de pareja, ética de las profe-siones, formación y compromiso socio político. Lo importante es consta-tar que son diferentes dimensiones de la vocación laical. No son pedazos de historias aisladas de las otras dimensiones existenciales, son formula-ciones que enfatizan un eje discursivo, pero ligadas al resto del todo que le proporciona sentido de unidad.

Se notarán diferencias conceptuales y perspectivas incluso contradic-torias, pero tenemos ante nosotros y nosotras básicamente a un grupo laical que con arrojo presenta sus reflexiones en el ánimo de colaborar a la construcción de una Iglesia más congruente, más al servicio de las rea-lidades de dolor e injusticia y ante todo, más cercana a la que Jesús desea en esta primera década del siglo XXI.

David Martínez Mendizábal Coordinador General del Magis III. Guanajuato, México. Noviembre de 2010.

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CUANDO EL «TÚ» Y EL «YO»

SE HICIERON «NOSOTROS»

Érika Zárate Baca Danilo Barragán Galarza

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Erika Zárate Baca

Ecuatoriana. Estudió ingeniería comer-cial, está cursando un diplomado en gestión cultural. Actualmente coordi-na un programa de comercio justo en Pastoral Social Cáritas de Ecuador y además colabora en el programa de li-derazgo ignaciano de la Pontificia Uni-versidad Católica de Ecuador. Tiene 8 años en CVX.

Danilo Barragán Galarza

Ecuatoriano. Licenciado en Relaciones Internacionales, es director del Servicio Ignaciano de Voluntariado (SIGVOL). Tiene 10 años en CVX.

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1. Introducción

«De su boca oímos, de su vida aprendimos que quien no vive para servir no sirve para vivir».

Leonardo Boff,

Los sacramentos de la vida, 27-29

El desafío que la elaboración de este ensayo ha significado es considera-ble, sin embargo, no se compara con la gratitud y la alegría que también ha hecho brotar en nosotros. Hemos buscado construir un texto testimo-nial, que reúna nuestras experiencias, ideas y mociones sobre nuestra vida como cevequiana y cevequiano, tratando de «bajar» la fundamen-tación teológica a nuestras individualidades, pero también a nuestra vo-cación de pareja, que nosotros la distinguimos como parte importante de nuestra identidad laical.

La motivación de realizar este trabajo en pareja es parte de esa vi-vencia. Las circunstancias de nuestra vida y el seguimiento, con aciertos y errores, con que hemos respondido al llamado de Jesucristo, nos han llevado a compartir experiencias profundas que marcaron esa vocación: el voluntariado ignaciano, la comunidad local e incluso la vivencia del programa Magis son espacios que hemos vivido conjuntamente y sobre

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los que siempre hemos dialogado, nos hemos acompañado y hemos in-terpelado nuestros puntos de vista. A partir de estos antecedentes, sen-timos que podía ser un aporte significativo el redactar un ensayo que reúna esa vivencia que se hace en la persona individual y a la vez en la comunidad que formamos como pareja laical en la CVX, en la Iglesia y hacia la sociedad.

Nuestro compartir sobre esta identidad, moldeada por el carisma de la CVX, es precisamente el punto de partida. Es la manera que encontramos de describirnos, de ubicarnos; no sólo desde nuestra particularidad como personas, sino como miembros de la Comunidad de Vida Cristiana. Una identidad que da un nuevo color a nuestra condición de pareja, pues le abre a la dimensión de una vocación laical claramente dirigida hacia el servicio, por y con la gente, como la realización de la existencia humana. A partir de los Principios Generales (PP GG) de la CVX, realizamos una des-cripción de los elementos que componen esta vocación que es nuestra.

Luego de haber descrito lo que significa esta vocación CVX para noso-tros, en la dimensión de pareja, pasamos a reflexionar acerca del sentido de su misión. El «en todo amar y servir» resume la finalidad de la persona ignaciana, la mediación por la que ésta, sea laica o religiosa, descubre su realización como creatura, su felicidad. En tal sentido, se entiende que la concreción de ese llamado al «...cambio de estructuras...», «...al estilo de

vida sencillo...» y a tantos otros matices con que la CVX caracteriza esta vocación, tenga sus propios problemas y limitaciones, así como sus ri-quezas y retos, que al final terminan enriqueciendo y complementando al cuerpo eclesial.

Por último, sentimos que es necesario aclarar que la intención de las mociones y reflexiones que compartimos en este ensayo no es la teoriza-ción o la instructeoriza-ción, sino más bien el debate y la discusión, la orateoriza-ción y la interpelación, frente al llamado que recibimos y en compañía con nuestra comunidad. Sentimos que al ser parte de esta comunidad lai-cal nuestras impresiones no constituyen el todo, pero sí un componente que puede aportar en su camino de servicio apostólico y seguimiento a Jesucristo.

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2. Nuestra identidad: el carisma de la CVX

Nosotros reconocemos en la Comunidad de Vida Cristiana nuestra vo-cación laical. Compartimos además la manera en que comenzó a entrar en nuestras vidas: a través de la experiencia de voluntariado en realida-des de marginación, donde vimos y reconocimos la divinidad que hay en la humanidad, especialmente, cuando ésta se presenta tan vulnera-ble como libre. Así mismo, la hemos ido conociendo y descubriendo en compañía de nuestra comunidad local, como un mismo cuerpo, con una historia común que se ha ido escribiendo en la frecuente convivencia. No obstante, tal vez el hecho de mayor fuerza es que compartimos un llamado cuyos caminos se juntan en la lucha por la dignidad de la per-sona y en la comprensión de que la defensa de la vida, en su integrali-dad, es el sentido más profundo de la misión cristiana.

Estas experiencias, externas e internas, son la «carne» en que para nosotros se ha ido materializando la espiritualidad de San Ignacio y, más concretamente, el carisma de la CVX. Por esta razón, partimos de los Principios Generales (PP GG) de nuestra comunidad para ir encontran-do esos vínculos que atan todas estas múltiples Gracias en cada una de nuestras vidas. Consideramos que el PG 4 nos ayuda mucho a abordar esta vinculación, para lo cual queremos compartir las mociones que nos surgen a partir de su lectura y reflexión:

Nuestra Comunidad está formada por cristianos —hombres y mujeres, adultos y jóvenes, de todas las condiciones sociales—...

Ser cristiana, ser mujer...

Ser cristiana es la primera de las características que definen mi identi-dad. En palabras muy simples, que procuraremos ampliar a lo largo de este trabajo, ese Cristo no es más que la encarnación del más profundo Amor de nuestro Dios, que nos ha sido dado (de maneras muy diversas) y que nos llama a darlo y multiplicarlo.

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En un segundo momento, la afirmación «ser cristiana» me define como mujer, rasgo a partir del cual se han generado en mí varias re-flexiones y mociones: desde el auto reconocimiento, la aceptación y el aprecio por mi feminidad, que han implicado la profundización y el afianzamiento de características propias pero no exclusivas— de una mujer, así como el desprendimiento de otras impuestas o auto impues-tas y que limitan mi crecimiento. Procura además el reconocimiento de la marginación que las mujeres han vivido o siguen viviendopor el hecho de ser mujeres; hasta los procesos de revalorización, inclusión y equilibrio no sólo en la sociedad sino dentro de la Iglesia.

El objetivo de esta identificación no es el de buscar elementos dife-renciadores para evidenciar superioridad, es simplemente un ejercicio de auto definición y ubicación que permite profundizar en mi integra-lidad para de esta manera proyectarme y complementarme con los y las demás.

Ser cristiano, ser hombre...

Ser cristiano para mí es una identidad descubierta a través de distintas experiencias de vida y que tuvo un punto de «quiebre» en el volunta-riado con poblaciones indígenas, donde identifiqué un rostro humilde, marginado y empobrecido de Jesús, pero que a la vez es profundamente humano, libre y misericordioso. El mismo que está presente hasta hoy en mi vida, enriquecido por otras personas e historias que «encarnan» el Amor de ese Dios liberador.

Ser cristiano, a la vez, también define mi identidad como hombre. Una característica que se convierte en un desafío ante el hecho de que el cristianismo ha sido por lo general etiquetado como una religión con «mentalidad» machista y que, aunque es muy triste, la Iglesia católica ha caído de hecho en muchas posiciones que sustentan esta definición. Por eso, ser un hombre y cristiano es para mí un reto ante la experiencia de un Jesucristo incluyente y misericordioso, cercano a las personas marginadas, incluso por sus propios fieles, entre

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nes se encuentran mujeres muy cercanas a mi vida. Ante esto, ser un hombre en la Iglesia me exige aportar a la erradicación de esas lógicas de discriminación.

Mujer y hombre, jóvenes...

Al momento en que escribimos este ensayo, tenemos 24 y 29 años, nos consideramos jóvenes, personas sujetas de derechos y deberes específi-cos. Sin embargo, más allá de las definiciones etáreas o políticas, «ser jo-ven» es una especificidad que también define nuestra identidad cristiana. En este punto resulta interesante mencionar que la concepción que se tiene de la juventud responde a construcciones sociales y culturales, marcadas por la historia, los modos de vida, los sistemas económicos y los imaginarios que se generan alrededor. Aquí incluimos una noción de Adriana Soto: «La imagen que en la actualidad se tiene de los [y las]

jóve-nes hace de éstos, sujetos sin proyecto y sin futuro, nihilistas que atraviesan la vida adoptando la violencia y el rencor. Delincuencia, drogadicción, destruc-ción, irresponsabilidad, desesperanza, etc., son algunas de las palabras que en nuestra sociedad, acompañan y definen a la juventud1».

Adriana Soto presenta estos estereotipos en contraposición a los imaginarios que en otras épocas se mantenían sobre la juventud como símbolo de valor (guerreros), arte, continuidad, contracultura y cambio. Por momentos, el tiempo de la juventud es el de «persona no-adulta», que hasta cierto punto define a los y las jóvenes como «seres intos» y que deben entrar a un determinado camino para poder comple-tarse. Esta idea se fortalece cuando en un sistema como el nuestro in-dividual, racional, productivistaquienes no pueden aportar para este «fin social» se consideran como «no personas».

1 Soto Martínez, Adriana. Características psicológicas y sociales del adulto, 2001. http://www.

google.com/search?ie=UTF-8&oe=UTF 8&sourceid=navclient&gfns=1&q=adriana+soto +%2B+caracter%C3%ADsticas+psicol%C3%B3gicas+y+sociales+del+adulto.

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Si bien es en medio de este imaginario, por cierto bastante generali-zado, en donde se define nuestra identidad joven; también encontramos otros acercamientos que lo complementan. Por un lado, está el compren-der que la vivencia de la juventud al contrario de la adolescencia, se centra en proceso sociales, de interrelaciones, de retos y de descubri-mientos. De ahí que se tomen como rasgos característicos de este tiempo la vivacidad y la fuerza, la creatividad y el entusiasmo, que desembocan en múltiples concreciones. Por otro lado, se encuentra también la noción de que éste no es un «no ser», es más bien un momento histórico-social en el que somos y vivimos.

Sentimos que este proceso histórico-social, en lo concreto, puede de-finirse en lo que Jesús Corella entiende como «La edad del deseo2» en

referencia al Itinerario Espiritual de Ignacio: «La edad del despertar del corazón, del dejarse enamorar por alguien». El terreno de los ideales, si se quiere. Esto es lo que comprendemos como nuestra juventud: este tiempo de salir, de encontrar, de probar, de aprender, de equivocarse, de enamorarse y, con base en ese amor, fundamentar el resto del camino, aunque el ideal inicial vaya transformándose por la fuerza de ese mis-mo amis-mor. Un camino que no lo hacemis-mos solos, sino que se alimenta de la interrelación con los y las demás, de la reflexión y la asimilación de esos encuentros y desencuentros. Un aprendizaje personal en el que el voluntariado ignaciano ha tenido un rol protagónico.

...que desean seguir más de cerca a Jesucristo y trabajar con Él en la construcción del Reino... En nuestra experiencia, el descubrimiento de ese «deseo» por el segui-miento a Jesucristo nace del descubrisegui-miento de su causa primera: la per-sona de Jesús. Luego una formación religiosa tradicional, que no termi-nó de enraizar en nosotros esa imagen del Dios que castiga o del Dios

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etéreo y todopoderoso, tuvimos la suerte de encontrar en los rostros de la gente al Dios de la vida y de la liberación: humanizado, misericor-dioso y creador. A través de testimonios de gente que vive situaciones difíciles que atentan contra su vida, pero que en esa misma realidad ha-cen visible toda la profundidad de su riqueza. Así como por medio de los testimonios de gente que, por vocación, acompañan a quienes sufren esta marginación, pero que en conjunto son testigos de Jesucristo y anti-cipan lo que en nuestra experiencia personal se ha ido delineando como «el Reino».

Esta certeza en la vocación cristiana es una invitación a «conocer,

amar y seguir a Jesucristo». Tres pasos que exigen «una entrega integral

hacia ese amor». Lo que significa no sólo un entendimiento intelectual ni un seguimiento fundamentalista ni una experiencia romántica. No es una interpretación de estos verbos llevada al extremo y en total des-articulación. La vocación cristiana demanda un entrelazamiento pro-fundo entre los tres; unión que, a su vez, requiere responder a esta pre-gunta como punto de partida: ¿a quién vamos a conocer, amar y seguir?

Al Jesús histórico...

Al hombre de Nazareth, al hijo, al amigo, al carpintero, al bautizado por Juan, al Amor Encarnado. Al hombre que busca y encuentra a Dios en un contexto específico y en ese camino nos muestra actitudes, pala-bras y acciones concretas: amar, reconciliar, perdonar, servir, no juzgar. Así también, al Jesús que pone un especial acento en sus acciones para con las personas más necesitadas: pecadoras, marginadas, enfermas, niños y niñas, viudas. A quien nos enseña sobre la benevolencia, la misericordia, la comprensión y el acercamiento a cada uno de ellos y ellas.

Además, solamente por la condición humana de Jesús sabemos que padece de verdaderos sufrimientos, interpretando con esto su pasión y muerte y el profundo significado de éstas para la Resurrección. Por

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tal motivo, entre Cristo y la persona cristiana existe un paralelismo de fondo: en Jesús el sufrimiento da paso a la Gloria, con lo que se alimen-ta de esperanza a quienes lo siguen, para iluminar su soledad y tristeza a partir de la resurrección en Jesús. La finalidad de todo cristiano debe ser vivir, morir y resucitar como Jesús, pero no se trata de «reproducir» sus acciones sino de «revivirlas» en nosotros. El conocimiento y segui-miento de este Jesús humano nos lleva a concluir que «...tan humano,

sólo Dios...».

Al Cristo, el Mesías...

Al Dios que por amor se hace hombre, que muere y Resucita. Verdades de fe como la afirmación de que «es Dios», de que dejó los cielos para habitar entre nosotros y de que en su Resurrección radica el misterio de la Salvación de todos nosotros y todas nosotras, son las que complemen-tan nuestro seguimiento a Cristo.

Centrarse en este misterio de Salvación fue lo que unió, fortaleció y profundizó la experiencia cristiana de las primeras comunidades, las que a través de su Fe, Esperanza y Amor difundieron el mandamiento de Cristo, aun en las condiciones más crueles de pasión y muerte. Ese Cristo no murió en la cruz, está presente y actuante en cada persona y en nuestra comunidad eclesial.

Reconocer el Misterio de Dios y su encarnación en Jesucristo como elementos clave de nuestra fe implica el reconocimiento de una relación entre el Creador y la criatura que trasciende a la simple lógica sujeto-objeto. Es el Misterio del Amor, por el cual, quien crea, comparte con su obra su misma esencia y sentido último. Un acto de liberación que le descubre su existencia, compartiendo su condición de humana y que le invita a multiplicar esa vocación por el Amor hacia la integralidad de su creación, al ser humano como parte de la Naturaleza. Una comprensión del ser humano que se ubica cercana a la ecosofía de la que habla Leo-nardo Boff.

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...y que han reconocido en la Comunidad de Vida Cristiana su particular vocación en la Iglesia... ...para preparar más eficazmente a nuestros miembros para el testimonio y el servicio apostólico, especialmente en los ambientes cotidianos, reunimos en comunidad a personas que sienten una nece-sidad más apremiante de unir su vida humana en todas sus dimensio-nes con la plenitud de su fe cristiana según nuestro carisma... En verdad, reconocer a la CVX como nuestra vocación particular ha sido fundamental para encausar y asentar las experiencias vitales de «el Rei-no» y de Jesús que nos ayudaron a identificar en nuestro interior ese lla-mado a ser fieles activos de la Iglesia Católica. Retomamos lo expuesto sobre los testimonios personales que conocimos en nuestros primeros años de voluntariado, hombres y mujeres que desde un compromiso discreto en palabras pero muy elocuente en acciones mostraban su co-herencia con el servicio como centro de su vocación. Cevequianos, ceve-quianas y jesuitas, con quienes empezamos a sentir una identificación en lo más esencial de ese «estilo de vida», que nos predisponía a ser sensibles ante la divinidad que existe en todo lo creado.

A partir de ahí, iniciamos un proceso de asimilación sobre esta di-mensión comunitaria que, como el PG 4 lo define claramente, no es fin en sí misma sino un medio privilegiado para adentrarse en la espiritua-lidad ignaciana y en consecuencia ser más eficaces en el servicio apostó-lico. Este llamado de amor que sentimos nos plantea la inquietud acerca de la manera en que vamos a concretar nuestra respuesta: ¿en dónde?, ¿cómo?, ¿con quién?, son las preguntas que enseguida se nos cruzan por la mente. En ese sentido, la espiritualidad ignaciana, fuente en el carisma de la CVX, es el medio que hemos recibido para ir encontrando las respuestas: el descubrimiento del paso y llamado de Dios en nuestro diario caminar.

La formación seria, el compartir, el acompañar y el confrontar la vida en comunidad, a los que se añade la vida como misión

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tólica, son los componentes que a diario nos retan, nos confrontan con nosotros mismos y con nuestro entorno. Es ésta la dinámica en la que vivimos nuestro encuentro diario con el Dios de la vida y con su amor. Este camino dentro de la CVX es también un desafío de crea-tividad que nos exige «hacer carne» todas las letras escritas en los

Principios Generales, en Nuestro Carisma y en los demás documentos que definen nuestra identidad. Ésta es nuestra manera concreta, pero no reducida, de ser Iglesia, de vincularnos con el Cuerpo de Cristo.

...nuestro propósito es llegar a ser cristianos comprometidos, dan-do testimonio en la Iglesia y en la sociedad de los valores humanos y evangélicos esenciales para la dignidad de la persona, el bienestar de la familia y la integridad de la creación...

...como respuesta a la llamada que Cristo nos hace, tratamos de rea-lizar esta unidad de vida desde dentro del mundo en que vivimos... Gracias al llamado que sentimos por esta «vocación particular» dentro de la Iglesia, fuimos asimilando un elemento clave en este camino ecle-sial: el compromiso y el testimonio de la gente de CVX que habíamos conocido no estaban fundamentados en una rígida interpretación de normas estrictas o en el seguimiento acrítico a una figura carismática. El seguimiento cristiano de estas personas partía más bien del discerni-miento sobre la realidad, de la vivencia de los problemas e incoherencias del día a día, era una «vocación laical», vivida para el servicio y desde la libertad, que en esa condición sentía la ambigüedad entre riqueza y desafío, por vivir en favor de la dignidad de la persona y la integridad de la creación.

Una vocación totalmente abierta a la cotidianidad, entendida como la frontera de «estar en el mundo, sin ser del mundo», ahí donde los valores humanos y evangélicos son más difíciles de mantener y, por lo mismo, más necesarios. Este aspecto, a nuestro entender, ilustra muy

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bien «las oportunidades apostólicas» que nuestra condición de laicos y laicas nos otorga, a las cuales hace mención Pedro Arrupe, S.J. , en su alocución a la Asamblea General de la CVX en 1979.

«Estar en el mundo, sin ser del mundo» resume lo que estas líneas del PG 4 reflejan en nosotros. Nada más claro y más desafiante que este llamado a dejarse afectar por lo que pasa a nuestro alrededor, no por unas pequeñas salpicaduras, sino por una profunda inmersión que nos permite sentir y conocer las raíces y los frutos, las causas y las conse-cuencias del mundo en que vivimos. Al mismo tiempo, sentimos el reto por ser germen de esperanza para la transformación, desde nuestras pe-queñas realidades familiares y locales hasta las más profundas estructu-ras sociales, culturales y económicas.

La fuente de la que esta esperanza y esta transformación se nutren no es otra que el Evangelio de Jesús. La Palabra, que contrastada y con la realidad cotidiana, amplia y social, permite ir discerniendo las respuestas y acciones necesarias, inspiradas en los valores humanos y cristianos, que se resumen en ese mandamiento que parece simple pero del que solemos desviarnos con frecuencia: «Ámense los unos a los

otros como yo los he amado3». Una frase tan corta que «cuesta» una vida

hacerla realidad.

...con particular urgencia sentimos la necesidad de trabajar por la justicia, con una opción preferencial por los pobres y un estilo de vida sencillo que exprese nuestra libertad y nuestra solidaridad con ellos. En nuestra experiencia, la apertura a dejarse «tocar» o interpelar por la realidad, como elemento fundamental en la espiritualidad ignaciana, se materializa en esta «particular urgencia» con la que sencilla pero di-rectamente se identifica nuestra vocación cevequiana con la justicia. No una justicia «en el aire», sino vinculada explícitamente con la opción por

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los pobres, faceta del testimonio de Jesús que fue malinterpretada por largo tiempo, pero que toma un nuevo impulso desde el Vaticano II y, de manera especial, desde Medellín y Puebla.

Esta posición fue luego ampliada, superando aunque no negando a la pobreza económica. Como lo señala Franklín Ibañez4, el concepto se

extiende hacia toda clase de exclusión que atente contra la dignidad de la persona, o, en palabras de José María Castilo5, la propuesta de

Jesu-cristo no se reduce a «ricos contra pobres», pues va en contra de quienes se sitúan o intentan situarse por encima de los y las demás. Es un mundo de tristezas y esperanzas como señala la Gaudium et Spes y en él estamos llamados a vivir y ser sal que defienda la vida en su integridad y su dig-nidad por ser creación del amor de Dios.

Como hemos mencionado, ser cristianos y cristianas es ser testimo-nio del Amor de Cristo en el mundo, en esa realidad de profundo desequi-librio: abundancia y escasez, libertad y esclavitud, unidad y división, progreso material y retroceso espiritual. Pero en nuestro mundo no sólo habitan crisis temporales, sino también las aspiraciones profundas de la humanidad, de la «criatura política» que busca justicia social, cambios estructurales, dirigidos especialmente hacia los derechos de los grupos marginados o vulnerables y el reconocimiento que ante la desesperanza del hombre, nace la esperanza en Cristo.

Estamos llamados a vivir nuestra vida desde la comprensión de que «...el ser humano no puede encontrarse plenamente a sí mismo más que en la

entrega de sí...6». Por ello, el principal reto es comprender qué significa

esa opción por los pobres: no es una prioridad en la lista de beneficencia, una actitud paternalista o benevolente o un gesto de caridad

momentá-4 Ibáñez, Franklin, charla sobre la Opción por los Pobres en la CVX, durante la tercera fase

de la etapa intensiva del programa Magis III en Buenos Aires, Argentina, 2009. Audio en DVD Fe y Vida del programa Magis.

5 Castillo, José María, «La dimensión social de nuestra misión: ¿cómo responder». Artículo

del DVD Fe y Vida del programa Magis.

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REFLEXIONES DE LAICAS Y LAICOS DESDE LOS DESAFÍOS COTIDIANOS 27

neo para luego regresar a la rutina. La vocación cevequiana nos llama hacia la actitud que Jesús mismo vivió: siendo con ellos, estando con ellos, dejarlos “ser” y aprender a “ser” desde su profunda humanidad. Así es que, en nuestra experiencia, esta opción por los pobres no se la interpreta como un «dar» a los pobres para que dejen de serlo, sino que, por el contrario, nos invita a vivir «...un estilo de vida sencillo...», muestra concreta de la libertad y de la solidaridad con la gente excluida. Es un «compartir» antes que un «dar».

3. El desafío: ¿cómo «hacer carne» esta vocación?

En la sección anterior, hemos presentado una síntesis de lo que para nosotros ha significado el llamado y la experiencia de este «estilo de vida» que es la CVX. Es una representación de lo que ha fundamen-tado nuestra vocación y vivencia espiritual, apostólica y comunitaria, pero no es el fin mismo de nuestra vida, tan sólo es nuestra identidad. Una identidad transversal a todo lo que hacemos o dejemos de hacer; lo que define los medios para llegar a ese fin último que es la Plenitud del Amor de nuestro Dios. Ahora, queremos repasar tres aspectos por don-de sentimos que puedon-de irse construyendo esa misión don-desdon-de la idon-dentidad laical que asumimos:

Ser Pareja...

Cuando el yo y el tú se hicieron nosotros7

Dos vidas. La tuya y la mía. dos vidas como dos riachuelos. cada una con su propia agua y su propia corriente.

7 Sobrado, Clemente. “Palabras para el camino”. Artículo del DVD Fe y Vida del programa

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LO QUE MÁS NOS CONDUZCA AL FIN PARA EL QUE FUIMOS CREADOS 28

el uno buscando sediento el agua del otro cual si la propia agua no pudiese calmar nuestra sed personal...

...era ese algo que la gente llama amor. y que mejor diríamos era ese algo vital y existencial que se llama vocación. Nuestra común vocación de ser pareja...8

Partimos justamente con la afirmación de este último verso: ser pareja es nuestra vocación común, que se origina en el encuentro, en la necesidad humana de relacionarse, en la atracción recíproca y que a partir de ahí se vuelve un solo camino que encierra en sí un mundo nuevo, desafiante, profundo y multiplicador. Entender que «mi vocación» pasa a ser tam-bién la tuya, así como «tu vocación» pasa a ser la mía, no significa que se limitan, se cortan o se reparten; compartir la vocación laical significa multiplicarla, fortalecerla y potenciarla.

La vocación de ser pareja, de ser matrimonio, no puede ser entendi-da de manera simplista desde la visión jurídica; es decir, no puede que-dar reducida a un «contrato» con deberes y derechos para cada cual. El mutuo compromiso es el inicio de un proyecto común, de una vida

compartida conyugalmente en la que estamos llamados a alcanzar un ple-no desarrollo personal, humaple-no y cristiaple-no. Como señala la Gaudium

et Spes sobre la pareja cristiana, que «...cumpliendo su misión conyugal y

familiar, animados por el espíritu de Cristo... llegan cada vez más a su pleno desarrollo personal y a su mutua santificación, y por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios9».

La vocación laical implica este entender, aceptar y sentirme a gusto en ser responsable y colaborar en el desarrollo pleno de mi pareja, que termina también por ser el mío y que es la manifestación de Dios en

8 Id.

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esta unión. En la misma línea, vivir esta vocación común nos invita a reflexionar sus fines: al partir de la teología tradicional, vemos que el sentido de esta vocación era la procreación de los hijos, quedando el amor totalmente subordinado a la procreación y el matrimonio reducido a una institución legal necesaria para garantizar la supervivencia de la humanidad y para regular socialmente la actividad sexual10.

Sin embargo, a partir del Vaticano II, el matrimonio se considera an-tes que nada como una comunidad de amor conyugal que se expresa, se realiza y crece en el encuentro sexual. Este amor conyugal tiene valor en sí mismo. Solamente después se dice que esta comunidad de amor con-yugal está llamada a ser fuente de vida11. Es decir el fin último de esta

vocación común es el Amor que vivificará y dará sentido a cada una de las dimensiones de la vida matrimonial.

La definición de esta vocación como una «comunidad de amor» aclara totalmente el llamado que sentimos. No obstante, creemos que es muy importante señalar que esta comunión no diluye nuestras indi-vidualidades, que seguimos siendo una mujer y un hombre, con nuestra historia propia, con nuestras particularidades tanto pasadas como fu-turas, con nuestros propios «buen y mal espíritus» y con una relación personal con Dios. La vocación laical y en pareja no es en función de la otra persona aunque sí se realiza, en parte, con ella, pues la presencia de la otra persona en nuestra vida es una manifestación concreta de ese Amor divino y un don para alcanzar la plenitud de la vida, que tampoco sustituye la fuente del Amor que viene de Dios y la vinculación directa e íntima que nos une con la Trinidad.

Así mismo, creemos que esta vocación común, esta vida compartida, no es una comunidad cerrada en sí misma. Encontramos el pleno senti-do de nuestra unión cuansenti-do ésta se encarna en la comunidad que mul-tiplica su amor hacia afuera, cuando ya no somos tú o yo sino somos nosotros

10 Pagola, José Antonio. La originalidad del matrimonio cristiano. Texto del DVD Fe y Vida del

programa Magis.

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para las demás personas. José Luis Martín Descalzo aborda este tema de una manera mucho más poética:

«Felices los que se multiplican el uno por el otro, felices los que son estímulo

y no freno. Y más felices aún quienes saben transmitir a sus hijos esta obligación de tener despierta el alma. Esas familias son, en rigor, las únicas verdaderamente dignas de la raza humana12».

Además, al ser una vocación laical compartida es necesario también abrirnos a una vivencia espiritual común. El carisma cevequiano y la espiritualidad de Ignacio de Loyola, con sus principios y herramientas, que se fortalecen al ser vividos también en pareja:

• Oración y discernimiento: la convivencia aquí se caracteriza por sa-ber encontrar los espacios individuales y conjuntos, siendo apoyo el uno de la otra y viceversa, para sentir a Dios dentro de cada per-sona. También es necesario reconocer que cambiamos, que lo que fue primero no tendrá que volver a ser y, sobre todo, saber como proyectar nuestras vidas a la Vida de Jesucristo.

• Indiferencia ignaciana: crecer individual y conjuntamente en liber-tad para nuestros discernimientos, es saber que poco a poco poda-mos liberaros de esos apegos que no nos permiten estar más cerca de Dios y ser conscientes de que éstos también pueden ser apegos «de pareja», que no nos dejan hacer el mayor servicio como comuni-dad. El ejercicio como pareja debe estar enfocado en «cultivar» esa libertad en la otra persona y en mí, al tiempo que debo reconocer las crisis que se dan en ese camino, sabiéndolas enfrentar y sobre todo superar.

• Opción cristológica por la gente empobrecida: que parte de lo ex-puesto anteriormente sobre esta opción, pero que además adquiere el desafío de vivirla desde la vocación común de pareja, como

fami-12 Martín, José Luis. Blanco y Negro, del DVD Fe y Vida del programa Magis.

13 Caravias, José Luis. Charla sobre la Espiritualidad laical, durante la tercera fase de la

etapa intensiva del programa Magis III en Buenos Aires, Argentina, 2009. Audio en DVD

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REFLEXIONES DE LAICAS Y LAICOS DESDE LOS DESAFÍOS COTIDIANOS 31

lia. Que esta opción, como lo mencionaba José Luis Caravias, S.J., sea «también profesional13». Una opción que, como afirma José

Ma-ría Vigil, vacía su fuerza al pensarse en términos de «preferencial» y «no excluyente14», pues exige siempre de quien la realiza el tomar

una posición reflexionada pero firme frente a la marginación.

Ser pareja en la CVX... Hemos mencionado ya que esta vocación de pareja está naturalmente vinculada con la vocación laical. El llamado individual a ser un laico y una laica en la Iglesia se complementa, y también se realiza, con el lla-mado a vivirlo como pareja. Es una Gracia que enriquece esa identidad, pero que recibe un valor agregado al poder hacerlo desde el carisma de la CVX. El laicado es un primer «lugar» eclesial que nos permite plantear-nos nuestro «ser y hacer» ante la comunidad cristiana y la espiritualidad ignaciana nos aporta unas características y unas mediaciones específi-cas para dar nuestro aporte, como una de las partes de ese «cuerpo de Cristo» que es la Iglesia.

Este aporte es de hecho un componente de nuestra misión como «co-munidad apostólica y co«co-munidad de apóstoles» que se realiza en varios niveles: desde la denominada comunidad pequeña, grupo o comunidad local hasta la dimensión eclesial más amplia. Son pequeñas contribucio-nes, concreciones específicas de nuestra vocación, pero que se concate-nan de un nivel a otro haciendo «carne» ese llamado por el seguimiento a Jesucristo, que se proyecta, amplía y fortalece a través de ellas.

En la línea de esta reflexión, nos parece válido abordar uno de los ámbitos más íntimos y concretos en los que sentimos el llamado como pareja dentro de nuestra vocación. Una situación del mundo eclesial que puede ser un «estereotipo» o un «lugar común» pero que a la vez nos

14 Vigil, José María et al. Sobre la opción por los pobres, versión digital incluida en el DVD Fe

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cuestiona bastante: esa percepción de que el matrimonio y la vida en pareja —opción propia del laicado— «eclipsa» la capacidad efectiva del testimonio apostólico. Jóvenes, con gran motivación y compromiso, que «se pierden» una vez que han ingresado «en el grupo de la gente seria». Estos casos, que no son el absoluto en la vida de la CVX, pero tampoco unas pocas anécdotas, mueven mucho en nuestro interior, pues, aunque conocemos con claridad la evolución de las circunstancias de la vida, nos deja la impresión de que aquel sentido último de nuestra vocación cristiana laical, enriquecida por la espiritualidad ignaciana, queda in-completo.

Hemos querido tener mucho cuidado en la aproximación a este tema, pues reconocemos, aunque no estemos aún en ello, toda la dificultad que el construir una familia implica. Actualmente es un tema que nos so-brepasa, pero que en el discernimiento de esta vocación nos sentimos en la obligación de al menos planteárnoslo, para luego compartir nuestras mociones y reflexiones ante interrogantes como éstas: ¿cómo combinar la opción por la gente empobrecida cuando tengo que alimentar y edu-car a mis hijos?, ¿de dónde saedu-car tiempo para las responsabilidades del hogar y al mismo tiempo para participar frecuentemente en la comuni-dad?, ¿en qué tiempo formarme, orar, trabajar, compartir y descansar?

Aunque no sea difícil concluirlo, nosotros no tenemos ninguna de las respuestas a estas preguntas y a muchas otras que pueden seguir sur-giendo. Pero como dijimos, sí son cuestiones que se empiezan a cruzar en nuestro camino y que nacen del llamado común que sentimos. En tal sentido, lo que sí tenemos, son intuiciones, ideas y mociones, que se irán haciendo realidad —o no— a lo largo de nuestras vidas, pero que a la vez sentimos la necesidad de compartirlas en la línea de lo expuesto en este ensayo.

La vocación a la CVX, en sus tres pilares, es la fuente a la que intuiti-vamente acudimos para ir abordando estas interrogantes. Partimos de la dimensión espiritual, cuyos elementos: la oración, la pausa y el dis-cernimiento se entrelazan en la persona ignaciana. Sacar tiempo para un retiro es cada vez más difícil para la vida laical, incluso la modalidad

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de «vida diaria», por eso sentimos que la primera respuesta pasa por la actitud de «ver a Dios en todas las cosas» , por esa propuesta tan ignacia-na de ser persoignacia-nas «contemplativas» en la acción, es decir, uignacia-na actitud orante y discerniente en la cotidianidad, en el día a día, transformando cada momento en un espacio para el agradecimiento y la celebración de la vida, incluso aquellos momentos más rutinarios que considera-mos intrascendentes. Esta propuesta de oración activa y aterrizada en la cotidianidad la desarrolla muy acertadamente Javier Uriarte, S.J. en un artículo dirigido específicamente para la CVX.

Una propuesta de este tipo exige obviamente una rol complemen-tario e importante de la comunidad. La dimensión comunitaria se con-vierte entonces en un espacio clave, que aterriza y contrasta el devenir de las mociones, que apoya ante las dificultades y abre un espacio para desahogarse y refrescarse emocionalmente. Ha habido experiencias de comunidades exclusivas de matrimonios y otras mezcladas con perso-nas solteras, ambas propuestas con sus riquezas y sus limitaciones, pero desde nuestro sentir resulta muy provechoso que la dinámica e interre-lación, que puede ir más allá del intimismo de la comunidad local, se fortalezca con la diversidad de las personas en CVX, característica que para nosotros es una de las fortalezas de nuestra comunidad.

Compartir con parejas o personas solteras, pertenecer a la misma comunidad local o no, incluso acompañarse por una pareja de mayor experiencia, son las mediaciones que enriquecen nuestra identidad ce-vequiana y a las que vale la pena acudir en el proceso de transición que implica el iniciar una nueva familia. Esta dimensión exige, como es ob-vio, una participación y responsabilidad doble: de la comunidad am-pliada y de la pareja que lo vive. Sin embargo, en la CVX, al reconocer la familia humana como uno de los puntos de partida para nuestra misión en el mundo, sí debemos sentir más responsabilidad por formalizar me-jor los medios concretos con que respondemos ante ella. Propuesta por la cual, sólo por mencionar un ejemplo, se puede requerir mucha más motivación y formación para parejas que estén dispuestas a acompañar a otras más jóvenes.

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Fortalecer la dimensión espiritual y la comunitaria sólo cobra sentido en la respuesta que damos a través de nuestro servicio apostólico. Aque-lla dimensión por la que se cuelan esos estereotipos sobre las dificultades en el servicio que conlleva este cambio de estado de vida. Para el efecto, creemos que al menos son necesarias las reflexiones sobre dos aspectos: la familia como el «lugar» de nuestra acción apostólica y el sentido que cobra en esas circunstancias la opción por la gente empobrecida.

El primer punto, centrarse en la familia como el «lugar» de nues-tro apostolado, es una reacción natural de quien ha tomado esa opción, pero que puede generar una contradicción palpable debido a la fuerte demanda de tiempo y energías que exige. Es normal, humana y respon-sable esta concentración hacia la familia, pero puede también caer en una razón «buena aparente», de las que Ignacio de Loyola ubica en la segunda semana de los EE y que termina siendo un señuelo que nos encamina hacia una pérdida de conexiones con la «realidad externa», con el mundo injusto al que se nos llama a transformar. Si a esto añadi-mos una conciencia superficial previa sobre la injusticia y la exclusión, ocasionada por la ausencia de oportunidades de servicio en entornos de marginación, es comprensible por qué nuestra capacidad y testimonio apostólicos terminan por verse entorpecidos.

En paralelo, los escrúpulos propios llevan a una lamentable pero ha-bitual confusión: la opción por la gente empobrecida se mezcla con el llamado a un apostolado de contacto directo con esa misma gente, como si ambas fueran dos sinónimos en lugar de elementos distintos aunque concatenados. Este desconcierto interno termina enredando aún más las posibles soluciones y puede llevar a una actitud de culpa e impotencia o de acomodamiento y apatía, pero que en el fondo terminan por deterio-rar más la capacidad y la motivación para el servicio apostólico.

Con la reflexión sobre estos dos aspectos, hemos querido ilustrar me-jor la importancia de la vivencia de las dimensiones espiritual y comu-nitaria para la vocación laical, que en este caso específico es la de pareja. La actitud cotidiana orante y discerniente junto con el acompañamiento activo y diverso de la comunidad se reconocen como las ayudas

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cretas con las que Dios, por medio de la espiritualidad ignaciana, nos facilita continuar con esta vocación de ser pareja laical y cevequiana, en la Iglesia, con una proyección apostólica hacia el servicio con los y las demás. Todos estos elementos no sirven de punto de partida para abor-dar el tercer y definitivo componente del sentido que encontramos en la misión laical de pareja.

Ser pareja en la Iglesia y hacia el mundo... La espiritualidad ignaciana, el carisma de la CVX, la realización de nues-tra vocación laical y de pareja, junto con todos los demás elementos abordados hasta ahora, pueden quedarse simplemente en una experien-cia intimista, limitada a un enriquecimiento personal profundo, a una rica vivencia espiritual, pero que no van más allá. No obstante, cuando volvemos a recordar los testimonios que encontramos en el voluntaria-do, revivimos la esencial «conexión» que entonces descubrimos entre el seguimiento a Jesucristo y el servicio por la gente, en especial por la más excluida, lo que lo ubica como la verdadera felicidad de la persona humana.

Es por esta razón que nos causa una extraña desolación interna es-cuchar que la realización de esta vocación laical en la pareja, no termi-na de complementarse con la realización de la misma vocación laical en el servicio. Es como si en ciertos momentos la una «estorbara» a la otra. Sin embargo, nosotros creemos que, en este llamado laical, las dos dimensiones —pareja y servicio— encajan perfectamente, puesto que las dificultades no están en el llamado como tal, sino más bien en las interpretaciones que hacemos de él en nuestras vidas y también en las mediaciones que escogemos para ir haciéndolo realidad.

Para profundizar en este punto, consideramos válido partir de algu-nas preguntas que aparecen de manera natural: ¿es que no me realizo en el servicio hacia mi familia?, ¿acaso mi esposa o mi esposo, mi hijo o mi hija, no son ya ese «prójimo» más cercano al que estoy llamado a

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vir?, ¿por qué buscar a gente externa cuando ya tengo necesidades en mi entorno íntimo? En verdad, hay mucha razón en estas interrogantes. El ser humano tiene un llamado natural, podríamos incluso llamarlo ins-tintivo, a cuidar de su familia, su círculo íntimo de personas, como parte de su realización. Esta felicidad encontrada en la familia, en su cuidado y bienestar, es natural, buena, responsable y positiva. Es un espacio de servicio apostólico que reconocemos y valoramos totalmente.

Sin embargo, cuando analizamos las mismas preguntas desde los Evangelios, desde la espiritualidad ignaciana y desde la vocación ce-vequiana sentimos que Jesucristo nos pide ir mucho más allá. Como lo señala José María Castillo15, la familia es una de las instituciones sociales

que Jesús cuestionó en su época por ser fuente de exclusión, y hay va-rios pasajes neotestamentava-rios que recogen posturas que mucha gente definiría al menos como «controversiales». En todo caso, sería un error interpretar esta postura de Jesús como una crítica a la familia como tal, el punto era que Jesús se centraba de tal manera en la defensa de la vida humana que incluso puede objetar los elementos excluyentes de la fami-lia pero, a la vez, ampfami-liar esa dimensión famifami-liar a una comunidad de seguidores y seguidoras, yendo más allá de los lazos de consanguinidad y tradición que su sociedad imponía, precisamente como un signo de inclusión y aceptación total.

En ese sentido, vemos que la misión de Jesús no se queda en la fami-lia, ni siquiera en la familia ampliada que era su comunidad. Por el con-trario, ésta era su punto de partida, su entorno de apoyo, desde donde él se dirigía hacia la sociedad, en una proyección totalmente universal, hacia la persona humana en su sentido más amplio. Así es como al sentir el llamado a seguirlo, desde la identidad de una pareja laical, tampoco nos invita a la resignación de limitar a nuestro círculo familiar el servicio apostólico. Podríamos decir que Jesucristo no actúa dentro de una lógica de «mínimos posibles» o de requisitos por cumplir. El amor siempre va mucho más allá y lo «puede todo» como lo afirma Pablo. En la misma

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línea, Ignacio de Loyola desde una gran sensibilidad espiritual, nos da como referencia el Magis, como criterio de la búsqueda de la entrega total en el servicio apostólico.

Por lo tanto, la pareja laical en la Iglesia, y muy claramente en la CVX, debe tener también esa proyección hacia el mundo, hacia la sociedad. Es ése el sentido de la imagen de la molécula de levadura que hace crecer y trascender a la «masa» eclesial. La familia cristiana debe ser ética en sus trabajos y educar en valores humanos a sus hijos, pero no como su razón de ser en la Iglesia, sino como el punto de partida, los «mínimos necesarios», desde los cuales partir para empezar a ejercer su misión, la cual debe construirse desde el discernimiento ignaciano y desde la lectura orante de los «signos de los tiempos».

Además, el carisma de la CVX y la espiritualidad ignaciana nos da otro elemento, adicional al Magis, para esta acción apostólica: la opción por la gente empobrecida. Como mencionamos previamente, esta op-ción no nos lleva a acciones puntuales y paternalistas, sino a formas de vivir, transversales a todo lo que hacemos. Alguna vez, una amiga ce-vequiana se preguntaba sobre la mejor manera de educar a su hija en la opción por la gente empobrecida. Para la respuesta, tomamos prestada una frase que usamos en el voluntariado. La opción por la gente empo-brecida no es una camiseta, que te la pones un momento y te la sacas según convenga. Es un «color de piel» y por lo tanto, caracteriza trans-versalmente todas las actividades, opciones e ideas que se tienen en el día a día, en la convivencia con la familia y la comunidad. Es el lugar donde se construyen los hábitos diarios, que deben ser inclusivos, no consumistas, sencillos, participativos, solidarios.

Esta opción por la gente empobrecida es también el «lugar» en donde se fundamenta y proyecta el trabajo activo y preciso para el cambio de estructuras de marginación e injusticia. Un elemento presente e impor-tante en los PP GG de la CVX. La opción por la gente empobrecida nos interpela y empuja a la erradicación de todas las prácticas, sean micro o macro, que atenten contra la dignidad del ser humano. Esa opción «am-plia» nos lleva a acciones pequeñas y a decisiones mínimas en nuestra

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propia vida, que apuntan a la solidaridad y al «ser» sobre el «hacer» y el «tener».

Y si bien hay testimonios de parejas que han vivido con sus familias experiencias de inserción profundamente inspiradoras, sabemos que esa vocación a vivir «con» y «como» la gente empobrecida no es generaliza-da y menos aún puede ser la norma. Sin embargo, para que esta opción pueda tener bases firmes sobre la realidad, sí es necesaria una convivencia con gente excluida, por lo cual nos parece muy pertinente la pregunta cen-tral del Día Mundial de la CVX en 2010: ¿cuántos amigos y amigas pobres tenemos? El estilo de vida sencillo necesita alimentarse de gente sencilla, de valores humanos, que no lejos de contradicciones y dificultades, nos facilitan plenamente el seguimiento de la vocación que descubrimos en nuestras vidas. Creemos que la vocación cevequiana pasa por asimilar esta opción como un «modelo» de vida y no sólo como la actividad «del tiempo que me sobra». Ser amigos y amigas en la exclusión, como una una forma de vida, principio ético personal y comunitario además de ser un método de educar en la «contracultura del Amor».

4. Para concluir

Éste ha sido un recorrido de reflexión e interiorización de nuestras vi-vencias y mociones —individuales y comunes— sobre el reconoci-miento de Dios en nuestras vidas y su llamado permanente a seguirlo. Este camino se inició por nuestra identidad, no como un patrón único o inamovible, más bien como una base: cristiana, laical, ignaciana; a partir de la cual se seguirá construyendo y enriqueciendo. Hemos necesitado además tener conciencia sobre las características individuales de género, de edad, así como sobre nuestras historias personales y comunes. Es de-cir reconocernos como criaturas de Dios, hechas a su imagen y semejan-za, cada cual con sus particularidades, a quienes Él ha manifestado su constante y profundo amor de maneras distintas y a quienes ha llamado a ser parte en la Historia de Salvación.

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Así como este ensayo ha requerido de una revisión de las experien-cias y procesos vividos, ha significado también una reflexión sobre los llamados hacia el futuro, como respuesta y reconocimiento de nuestra vocación común como pareja, dentro de la CVX y de la Iglesia y, con ello, proyectada hacia el mundo. En este trabajo se trata de poner sobre la mesa una reflexión constante sobre la dimensión apostólica de nuestra identidad —con todos los criterios eclesiales e ignacianos— dentro de la cotidianidad de la vida laical. La familia como «lugar apostólico», la op-ción por la gente empobrecida como criterio para ese mismo apostolado, la participación activa en la vida comunitaria de la CVX y la correlación de todos estos elementos son el centro de esta reflexión.

Alcanzar esta noción apostólica pasa por reconocer en la familia a la «primera comunidad», en la cual formar y acompañar la vida, pero al mismo tiempo reconocerla inmersa en una comunidad eclesial más grande y que en nuestro caso se la vive desde dentro del carisma igna-ciano de la CVX, a través del cual se confrontarán todas nuestras acciones que terminan por ser «sal y luz» para la sociedad. La participación activa en la vida comunitaria debe entenderse como el espacio necesario para el enriquecimiento de la vocación, y en ese sentido, el esfuerzo es tanto de las familias para que se inserten en la vida comunitaria, así como de la estructura de la CVX que facilite los procesos y mediaciones para esa inserción.

Entendemos también que la acción apostólica no puede concebirse como una actividad «extra» a todo lo demás que tenemos en la lista de pendientes, sino más bien como un «color de piel»: una caracterís-tica, interiorizada y asimilada, en nuestra identidad, marcada desde la ignacianidad por esa opción por la gente empobrecida que nos está per-manentemente invitando a la defensa de la vida humana, en especial de aquella más vulnerada, una característica cuyo ejercicio debe darse a lo largo de toda nuestra vida y no solamente en ese ficticio «ahora, que

tenemos tiempo».

Esta opción no nos lleva a acciones puntuales y paternalistas, sino a formas de vivir, transversales a todo lo que hacemos, a la consolidación

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de un estilo de vida —personal y familiar— sencillo y coherente. De ahí que es dentro de la misma familia en la que debe formarse, funda-mentarse y proyectarse esta opción por la gente empobrecida, pues es el lugar desde donde se construyen los «mínimos necesarios» a partir de los cuales se gesta y se compromete al cambio de esas estructuras de marginación e injusticia que vivimos en el mundo de hoy. Esta vocación común, laical y cevequiana, apunta según nuestra experiencia a la ges-tación de la «contracultura del Amor».

El descubrimiento y formación de la vocación es un camino maravi-lloso. De alguna manera, significa sentir en carne propia ese «...ser barro

en las manos del alfarero...16» y reconocerse creación para su «...mayor

ser-vicio y alabanza...17». La vasija por la que debe correr agua viva para ser

y dar vida. Una Gracia similar, e incluso más profunda y sentida, es reconocer que esa vocación es común, que no es sólo un tipo de barro, sino dos, los que toma el Alfarero para realizar su obra. Es entonces re-conocer que el «tú» y el «yo» se hicieron «nosotros» y es ahora una nueva creación para defender y acompañar la vida de las demás personas, des-de el seguimiento des-de Jesucristo a la manera des-de Ignacio.

16 Jer. 18, 3 - 6. 17 EE, [98], [168], [183].

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Bibliografía

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Castillo, José María. «La dimensión social de nuestra misión: ¿cómo responder». Artículo del DVD Fe y Vida del programa Magis.

Castillo, José María. Teología para comunidades, Ediciones San Pablo, 2004. Corella, Jesús. Itinerario Espiritual de San Ignacio de Loyola.

ENCICLICA Gaudium et Spes: La Iglesia y la vocación del hombre.

Ibáñez, Franklin, charla sobre la Opción por los Pobres en la CVX, durante la tercera fase de la etapa intensiva del programa Magis III en Buenos Aires, Argentina, 2009. Audio en DVD Fe y Vida del programa Magis.

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Vigil, José María et al. Sobre la opción por los pobres, versión digital incluida en el

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January N. Gómez V.

CON EL LIBRO EN LAS MANOS,

LOS PIES EN EL BARRO

Y EL CORAZÓN ABIERTO

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.

Nadie va al Padre sino por mí.” (Jn 14,6)

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January N. Gómez V.

Venezolana. Ingeniera en Computación. Coordinadora de proyectos en una em-presa consultora de tecnología. Participa en las CVX desde de 1998. Actualmente forma parte de una nueva comunidad en Caracas, proveniente de varias co-munidades adultas de esta región. Los primeros 10 años en CVX fue parte de la Comunidad Kerygma.

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“Con el libro en las manos, los pies en el barro y el corazón abierto”, fue la frase con la que concluí la reseña de un libro titulado Laicos

cris-tianos, Iglesia en el mundo1; más que una conclusión es una invitación

que me hago a mí misma y a los demás laicos que viven este “título” (el de laicos), no como lo contrario a una definición (los no-clérigos), sino como una vocación que se define a sí misma, con funciones claras y que pueden vivir un carisma con la misma plenitud que cualquier otra vocación.

Y, ¿qué quiere decir esta frase?, en realidad no es muy complicada, ni muy llena de filosofía, pero creo que es una buena síntesis de las actitu-des que debemos tener los laicos para ser coherentes e integrales.

Este ensayo mostrará con más detalle cada uno de los componentes de esta frase, desde mi experiencia y sin ningún ánimo de dar cátedra a quienes tienen más que enseñarme a mí y que leen pacientemente estas novatas líneas.

Con el libro en las manos

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.” El libro2 en las manos es la invitación a la dimensión discipular que

de-bemos tener los laicos. Una experiencia discipular que se entiende como

1 García de Andoín, Carlos. Laicos Cristianos, Iglesia en el Mundo. Ediciones HOAC. 2004 2 Imagen del ensayo de fotográfico “Luz Trevas Luz” de Andreia Bichara. Magis III

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LO QUE MÁS NOS CONDUZCA AL FIN PARA EL QUE FUIMOS CREADOS 46

un aprendizaje activo, no un aprendizaje pasivo como el que estamos mal acostumbrados en nuestras aulas escolares. La actitud activa del discípulo implica un mayor esfuerzo, pues no existen dogmas sino rea-lidades vividas, ni planificación de temarios, sino procesos personales, y exige además, una relación recíproca entre discípulo y maestro, no se trata de una relación jerárquica y como dije anteriormente no se trata de alguien que da (el maestro) y otro que recibe (el discípulo), tanto el discípulo como el maestro deben sentirse libres de aprender y enseñar, de “ceder su lugar” al otro3.

Pero, además, el discipulado del cristiano, exige el componente emo-cional, no sólo el componente intelectual, exige algo así como “aprender con las entrañas”; no es sólo “comprender” la pobreza, sus fuentes y consecuencia (que es harto escuchado y conocido), es además, “com-padecer-nos” con los pobres, dejar que toda esa comprensión del mundo nos afecte las entrañas, adentro, en lo profundo. En definitiva, el disci-pulado cristiano implica un proceso de transformación no sólo intelec-tual sino también “de entrañas”. Ése era uno de los grandes “jaleos” que había entre Jesús y sus “discípulos”.

El discípulo no se queda solamente con un proceso de aprendizaje desde una única fuente y en un solo momento; entiende con humildad su condición de aprendiz en el mundo y se mantiene atento a la sabi-duría del pueblo, y sobre todo de los pequeños “porque de ellos será el Reino de los Cielos”4.

Pero la imagen de un libro en las manos no hace solamente referencia al consumo que hace el discípulo, es también la posibilidad de dar refle-jo de lo aprendido de acuerdo con su experiencia y contexto histórico y cultural, es como si el lector se convirtiera en escritor, tal y como ocurrió con este trabajo: es una necesidad del discípulo fortificar sus músculos de expresividad para convertirse en “aprendiz de maestro”.

3 Cuando escribo esto, pienso en Mc. 7, 25-29, donde Jesús es aleccionado por la mujer

cananea.

Referencias

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