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Si no guapeábamos juntos había que guindar los guantes

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En la Paquito González quieren irse por arriba de los 232 000 quintales de viandas, granos y hortalizas. Autor: Luis Raúl Vázquez Muñoz Publicado: 25/08/2018 | 09:02 pm

Si no guapeábamos juntos había que guindar los guantes

¿Puede una cooperativa de producción agropecuaria donde casi la mitadde sus miembros son jóvenes convertirse en una entidad eficiente?

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La respuesta se encuentra en la Paquito González, de Ciego de Ávila

Publicado: Sábado 25 agosto 2018 | 09:36:57 pm.

Publicado por: Luis Raúl Vázquez Muñoz

BARAGUÁ, Ciego de Ávila.— En el corazón del platanal no hay bulla. Lo que sí se siente en el lote 1 por riego de goteo de la cooperativa de producción agropecuaria (CPA) Paquito González es un calor grande y una sombra permanente, por la densidad de las hojas de plátano, que no dejan pasar los rayos de sol. En ocasiones suena el chasquido de un machetazo y se oye una mata caer, y se ve a unos muchachos con gorra o sombrero que se mueven entre los racimos, los cargan y acomodan. En medio del silencio —a ambos lados de los surcos— se ve una hilera larga de racimos de plátano inmensos —algunos maduros, otros pintones, la mayoría verdes,

relucientes—, y uno piensa que se parecen a una larga cordillera.

Yusbel González Jérez, un muchacho flaquito, con aretes en las orejas, sombrero de alas anchas y unos guantes de goma que le llegan a los codos, se incorpora de uno de los racimos donde está sentado. Por el rostro le caen gotas de sudor. «Tomando un diez, compadre», dice con una sonrisa y levanta los brazos. De la boca de los guantes salen chorros de sudor; se los aprieta para escurrirlos bien y dice jadeando: «Hay calor, ¿verdad?».

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Se apoya en una mata y junto con el movimiento del cuerpo, al compás de la

respiración, se ve un colgante. «¿Y eso qué es?», preguntamos. «¿Eso? Na’, un collar. Me lo hice cuando estaba en el Servicio para matar el aburrimiento en las guardias», responde. El collar es sencillo: un cordón de colores con un colgante de goma. Pero ahí hay un detalle. Prendida a la goma hay una pieza de metal brillante. Y allí, bañada también de sudor, está la imagen del Che.

«Aquí lo que hacemos es transitar por el sueño de Fidel con las cooperativas», asegura José Alberto González Sánchez, presidente de la Paquito González.

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Como tres kilómetros más al oeste, por una carretera que desde hace rato necesita de una buena reparación y que pone a gritar a los amortiguadores de cualquier carro, se llega a la comunidad de la CPA Paquito González. Al filo del mediodía, por esta fecha

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de agosto, el lugar parecería un pueblito de campo dormido por el golpe del calor: apenas se ve a alguien por las calles sin asfalto o alguna persona que se asoma al portal.

Juan Quinquín en Pueblo Mocho, piensa uno; pero el parecer tiene siempre algo de ilusión. Detrás de esa tranquilidad      —excelente para dormir una siesta después de una buena potajada de frijoles negros (como hacen en los días festivos en ciertos hogares de la zona) con viandas y chicharrones, lechón asado (pellejito incluido), acompañado de una yuca tiernecita con mojito, plátano vianda hervido y tostones rellenos con ajo y picadillo del bueno—, se encuentra una tradición de trabajo de 40 años.

Fundada el 25 de abril de 1979, por el entusiasmo de 16 campesinos —de ellos, dos mujeres—, la Paquito González ha sido rentable y en cierto sentido ha roto esa

imagen de las CPA de pueblito con oficinas que son cuarticos, tractores viejos y poca o ninguna tecnología de riego eficiente. Su dirección es una instalación de dos plantas con un salón de reuniones, oficinas con aire acondicionado y computadoras

modernas, algunas con impresoras láser.

Sin embargo, esa imagen de modernidad se sustenta en la eficiencia económica. Todos los años la CPA, que cuenta con un fondo de tierra de 1 656 hectáreas,

promedia ingresos en el orden de los 20 millones de pesos a un costo, actualmente, de 0,50 centavos por peso. Sus ventas al turismo, a través de la empresa agropecuaria La Cuba, se mueven entre los 300 000 y 500 000 CUC al año, y mantiene un récord de producción de 232 000 quintales de viandas, granos y hortalizas que, si bien no se ha roto desde 2002, en varias ocasiones se ha puesto a temblar.

La Paquito González, además, atiende la escuelita, el consultorio del médico de la familia y un círculo de interés, junto con el apoyo al Instituto Politécnico Agrícola de la

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zona. Pero hay un detalle. De los 360 asociados, 117 son jóvenes. Hay que atenderlos —se reconoce— y sin embargo, en un tiempo, el comité de base estuvo a punto de desaparecer.

En una mañana fácilmente se sacan mil racimos de un campo. ****

En esta visita a Yudismar Zaldívar Martínez, el secretario general del comité de la UJC, lo encontramos «pinchín»: camisa de rallitas rojiazules de botones cómicos, cinto de caché, pantalones de pinzas con zapatos avellanados y puntifinos, ya usted sabe. En estos casos, la pregunta es inevitable: «Yudismar, ¿le pediste permiso a tu mujer para salir así?».

Y después de una larga disertación de principios —como aquella de que él sí es un hombre y no tiene que dar muchas explicaciones— aparece el motivo del look: Yudismar se dirige a Ciego de Ávila para contratar un ómnibus de Transmetro, como

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parte de una actividad de la UJC de la cooperativa en el verano y así llevar a un grupo de jóvenes a las playas de Cayo Coco.

En verdad es un acontecimiento verlo vestido «de traje». Porque este joven, quien es delegado de circunscripción y jefe de Seguridad Física y Protección de la cooperativa, siempre anda pegado al trabajo.

Hoy la UJC en la CPA cuenta con 32 militantes organizados por un comité, integrado por dos comités de base, además de una Brigada Técnica Juvenil que soluciona no pocos dolores de cabeza. Pero cuando Yudismar asumió el cargo de secretario general, la Juventud en la Paquito contaba con cinco militantes y andaba camino a desaparecer. Los jóvenes no querían ingresar y hasta los miembros de la organización andaban disgustados, porque lo único que hacían era pagar la cotización.

Cuenta Yudismar: «Yo le dije a la tropa: si no andamos juntos y guapeamos, hay que guindar los guantes. Y empezamos a hacer cosas. Lo primero fue un trabajo voluntario en la chapea de marabú, que terminó con una caldosa. Luego fue mantener el paso con visitas al mausoleo del Che, organizar juegos de pelota, ponernos a trabajar

donde hacía falta y, sobre todo, conversar mucho. Al joven del campo háblale directo y a solas, nada de público, y escúchale bien las razones. Eso fue una cosa del diario y de trabajar unidos: nosotros, el Partido y la Junta Directiva. El resultado es de todos, no de una persona. Sí, porque en estas cosas uno solo nunca resuelva nada». 

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Yudismar, el secretario del Comité de la UJC, está hoy de «traje". Va a Ciego a contratar un ómnibus para un viaje a la playa de los muchachos de la cooperativa.

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¿Usted sabe qué cosa es «burrear»? «¿Cómo, cómo…, cómo es eso?» Los muchachos de la brigada del lote de goteo sueltan unas carcajadas: «Burrear, compadre. Mire, despacito: Bu-rre-ar». «Traduzcan al español, que no entiendo ni papa». Y Yusbel y otro muchacho, Daniel Pérez Companioni, toman cada uno un racimo inmenso, se calcula que deben de andar por las cien libras, y Daniel dice: «Burrear es esto: cargar el racimo, y llevarlo sin que se desbarate para la calle donde lo van a montar en la carreta. Los primeros, por la mañana, los coges sabroso; pero al mediodía imagínate cómo están los brazos».

Y los números. En estos momentos en la zona de La Cuba hay una superproducción de plátano. Las plantaciones habían sido arrasadas por el huracán y ahora todas están pariendo al mismo tiempo. A diario se sacan 600 toneladas en 45 vehículos y,

específicamente, de los campos de la Paquito González se están cortando no menos de 2 000 quintales de distintas variedades de plátano.

En el lote 1 los muchachos sacan una cuenta más al directo. En ocho horas de trabajo se llenan varios remolques medianos y en cada uno se van entre 60 y 70 tallos. En una mañana fácilmente se sacan mil racimos, que antes se tuvieron que «burrear». Contra salario los jóvenes hablan de ingresos cercanos a los mil pesos, contando la

estimulación por los resultados, más los puntos, más la distribución de ingresos a final de año, que al concluir 2017 promediaron,    aproximadamente, a 20 000 pesos por trabajador.

«Aquí la oportunidad de trabajo es buena —dice Daniel—. Fíjese, yo era informático en el Gobierno de Bolivia; pero en la casa hacía falta un refrigerador y la cuenta no daba con un salario de 335 pesos y tres hijos. Así que arranqué para acá».

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Los muchachos, sin embargo, tienen preocupaciones y ellas apuntan a la necesidad de atender las comunidades agrícolas. Mencionan los problemas de la recreación y con el transporte. Salir de la comunidad para una gestión muchas veces se vuelve una

odisea, cuando no un imposible los fines de semana.

«¿Y la vivienda?», preguntamos. Adnier Gómez Milián, cortador en la brigada, cruza los dedos. «Oiga, ni hable de eso», advierte y cuenta que hace poco adquirió un terreno de un familiar. La cabeza, dice, se le aturde cuando piensa en el papeleo con

Planificación Física y las carreras que hay que dar. También está contando como los niños de primaria. En la zona no hay una tienda de materiales de la construcción, hay que ir a Baraguá a comprarlos —como a 30 kilómetros— y alquilar el transporte para traerlos cuesta, por lo bajito, 200 pesos, sea la cantidad que sea.

Los muchachos preguntan, casi en un coro: «¿Por qué no abren una tienda de materiales en la zona de La Cuba? La gente por acá está ganando dinero, están

dispuestos a pagar para construir su casa; pero el papeleo y la transportación y caerle atrás no es fácil. Ese pitcheo sí está duro. Póngalo ahí».

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En el collar de Yusbel González Jérez, también bañado en sudor, está la imagen del Che. ****

«La vivienda es un problema difícil», reconoce José Alberto González Sánchez,

presidente de la Paquito González. A este hombre, de estatura mediana y fornido, se le nota la pasión por la cooperativa, pese a su hablar pausado. Su familia es oriunda

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de la zona, de un batey llamado Los Borges, que ya no existe—; lleva 12 años como presidente y trabaja en esta desde 1989, cuando se graduó como ingeniero pecuario. En la conversación José Alberto, quien además es miembro del Comité Central del Partido, se refiere al programa para celebrar el próximo año el aniversario 40 de la cooperativa. Para celebrarlo se espera construir igual número de viviendas que el onomástico, montar una minindustria, el acueducto de la comunidad, erigir la Casa del Destacado, un parque infantil, asfaltar las calles y quizá lo más difícil: superar el récord de 232 000 quintales de viandas, granos y hortalizas implantado en 2002.

«Algunas van a estar difíciles, como irnos por arriba del récord —explica José

Alberto—. Irma dañó mucho, pero las lluvias de Alberto nos inundaron muchas tierras y perdimos unos cuantos cultivos. Ha sido freno, pero no renunciamos al propósito. Si no lo superamos, lo vamos a dejar temblando».

—Presidente, ¿cómo es posible que una cooperativa pueda llegar a los niveles de la Paquito González y plantearse sistemas de riego avanzados y ventas crecientes al turismo con ingresos importantes en moneda convertible?

—Diría que estamos transitando hacia la visión que Fidel tenía de las CPA. El

Comandante en Jefe las soñó como unidades donde se socializaran la producción y la vida del campesino, y se fuera a niveles mayores de integralidad. Si se ha logrado algo ha sido gracias a esa visión y al apoyo del Partido y del Gobierno en la provincia, además de una fuerte herencia de trabajo que hay aquí. En eso desempeñó un papel importante  Edelio González Guerra, «Pipo», quien la dirigió desde su fundación hasta 2006. Él fue un gran presidente.

—Casi la mitad de los asociados son jóvenes. En algunos lugares eso es fuente de recelos, y en otros afirman que es una oportunidad. Para usted, ¿en qué medida ese elemento complejiza el trabajo de la dirección?

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fija más si usa arete o tatuaje, y no en cómo tienen los sentimientos. Yo le digo que los muchachos más nobles del mundo son los campesinos. Con ellos se pueden lograr todas las cosas buenas que uno se proponga. Lo que hay es que priorizarlos y atenderlos.

«Aquí nosotros ponemos al joven al lado de personas con experiencia, para que ayuden en su formación. Y le digo algo: a la hora de estimular entre un joven y un veterano que están en igualdad de condiciones, nosotros, por lo general, priorizamos al muchacho, porque lo necesita más. Él no tiene casa, está formando una familia, necesita un reconocimiento y, por otra parte, el joven siempre es una oportunidad». —El montaje de la minindustria, ¿en qué sentido puede significar un vuelco en la vida de la cooperativa?

—No quisiera aventurarme en ese sentido, porque todavía estamos evaluando muchas cosas. Lo que sí nos va a quitar unos cuantos dolores de cabeza. Hemos perdido producciones al no recogerlas por falta de envases o de transportación. Las hemos tenido que mandar hacia las cochiqueras, algo muy duro para el campesino. La minindustria nos va a permitir darle una salida a ese embrollo y, por supuesto, todos los beneficios que trae consigo diversificar las producciones y obtener mayor valor agregado.

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http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2018-08-25/si-no-guapeabamos-juntos-habia-que-guindar-los-guantes

—Tenemos un proyecto de desarrollo de áreas de frutales y el incremento de nuevas áreas de cultivos con sistemas eficientes de riego. Sin embargo, no queremos

quedarnos solo en esa línea y tenemos la intención de acercarnos a los centros de investigación, lo cual nos permirá introducir nuevas tecnologías en nuestra agricultura. Yo le podría hablar en detalle de eso y lo que estamos logrando. Eso es importante, aunque hay algo también imprescindible.

—¿Qué es?

—El cariño que uno le ponga a la tierra. Eso es lo que decide.

Juventud Rebelde | Diario de la juventud cubana

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