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La dialéctica del deseo en el amor. El agalma en El banquete La transferencia - sem. 8 ( )

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1 20/27. 5. 17 La dialéctica del deseo en el amor.

El agalma en “El banquete”

La transferencia - sem. 8 – (1960 – 61)

Después de trabajado el amor, vamos a retomar el deseo desde un sesgo en el que está más presente el falo, por tratarse del deseo que el análisis tiene que hacer aparecer.

Aquí el falo está más presente de lo que lo estaba en los dos seminarios anteriores, porque el deseo está tomado en relación a la transferencia y por tanto al amor de transferencia. Lacan habla de analizantes adultos y no está trabajando el surgimiento del sujeto y del deseo, sino del objeto en juego en el análisis que está resignificado por el falo.

Se trata, en análisis, de hacer surgir el deseo a la realidad, eso es la realización del deseo, no la posesión de ningún objeto; por eso el objeto del deseo es un señuelo, el objeto que importa es el objeto causa, aunque el señuelo es necesario para que el deseo haga de motor.

Después de “El banquete”, Lacan trabaja la oralidad, la analidad y la genitalidad, para articular el deseo y la pulsión. Fíjense que no se mete con la mirada y la voz, eso no lo hará hasta el seminario 10.

Lacan lee en la doctrina de Freud que éste implica al deseo en una dialéctica, a partir de plantear que para él el deseo no es una función vital como no lo era la pulsión, que dependen del lenguaje. Luego va más allá al proponer que está tomado en una dialéctica porque está suspendido en forma de metonimia de una cadena significante que en cuanto tal constituye al sujeto.

La cadena constituye al sujeto -un significante representa al sujeto para otro significante, eso es la cadena- ese sujeto que aparece en un significante de más o de menos, en tanto no puede articularse como tal.

De esa cadena está suspendido en forma de metonimia el deseo; en tanto el deseo tampoco es articulable, tampoco hay un significante que lo nombre. La metonimia es ese tropo que no genera significación, que sólo es un desplazamiento. Así tenemos que pensar el deseo como una significación que no llegamos a atrapar, que siempre se nos desliza un poco más allá. Veíamos que el amor es la significación que se produce en un movimiento metafórico, el amor sí se puede decir.

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2 En este seminario Lacan llama al objeto, siguiendo a Sócrates, agalma; que traducimos por joya, objeto precioso pero invisible, y parcial, dentro de un camafeo. El ejemplo típico sería un mechón de pelo del ser amado. Eso es lo que dice Alcibíades de Sócrates que es un camafeo, un sileno sin belleza, pero que dentro guarda un agalma, que no le quiere dar; como así es, pues Sócrates le dice claramente que no está a la altura de ese objeto que pide, aunque sabe que él no lo tiene. Lo que Sócrates no puede saber aún es que es imposible de dar.

El agalma, en tanto objeto del deseo, es eso que encontramos en el otro, que despierta un sentimiento que no sabemos definir, frente a un objeto que no podemos ni nombrar. Nadie sabe dar cuenta rigurosamente, a menos que haya descubierto su fantasma en análisis, de porque desea y ama a su objeto.

Lo encontramos en el otro porque el objeto del deseo es compuesto: por un lado, del objeto perdido que nunca existió a cuya falta vendrá el objeto que viene del futuro, y por otro, por la imagen libidinizada del yo transferida al otro.

Cuando en el análisis llegamos a un punto donde aquello de lo que querríamos hablar, sin saberlo, es el objeto del deseo, nos quedamos sin palabras.

“Ese ser [el objeto] (…) eternamente perdido, es el que tratáis de encontrar por los caminos de vuestro deseo; sólo que ese ser es el vuestro”, dice Lacan, mostrando esa vertiente doble del objeto.

“Si el sujeto se encuentra en esta relación singular con el objeto del deseo, es porque él mismo fue en primer lugar un objeto del deseo.”

El amor está relacionado con la pregunta dirigida al Otro por lo que puede darnos, de lo que puede respondernos; pero el amor se sitúa más allá de esa demanda en la medida en que el Otro puede no sólo darnos o no, sino respondernos o no como última presencia. El Otro no es sólo el Otro de la demanda, es también el Otro del deseo.

Aquí Lacan ya aclara el más allá y más acá de la demanda, en el más acá de la demanda aparece el deseo, en el más allá, en tanto significación del deseo redoblado, sitúa al amor.

Todo el problema consiste en darse cuenta de la relación que vincula al Otro, al que se dirige la demanda de amor, a la aparición del deseo; porque entonces el Otro ya no es el Otro del amor, ya no es nuestro igual, se ha convertido en un objeto, un objeto ante el que desfallecemos, porque al haberlo convertido de sujeto en objeto somos

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3 nosotros quien cargamos con el desvanecimiento de ser un puro efecto del significante.

El discurso al o del Otro de la demanda produce un deslizamiento sin fin en la cadena, porque, como ningún significante nos nombra, no hay un significante especial que detenga la búsqueda; en cambio el objeto al ser sobrevalorado, al permitirnos identificarnos al objeto del deseo del Otro, detiene el deslizamiento indefinido de la cadena, y como nos identificamos con ese objeto, conseguimos convertirnos en un objeto único, irremplazable, el punto donde podemos salvar nuestra dignidad de sujetos.

Contra lo que dice la doxa de que sería una falta de respeto ser tratados como un objeto, precisamente como objeto es como conseguimos hacernos respetar.

En el campo del Otro, el sujeto encuentra las imágenes de su propia fragmentación y los objetos del deseo del Otro. “En el campo del deseo del Otro, el objeto subjetivo encuentra ocupantes identificables, respecto a cuya tasa tiene que hacerse valer.”

Lacan insiste en que la raíz del deseo es el deseo del Otro, pero como vimos el año pasado, al trabajar la constitución de la pulsión, comprobamos que el Otro también es la raíz de la demanda y del amor; por eso Lacan retoma aquí las pulsiones para mostrar que para situarnos como sujetos del deseo tenemos que decir no al Otro de la demanda, lo que no deja de acarrearnos dificultades.

Pommier señala ese origen del deseo en el decir no al Otro como una de las dificultades fundamentales del deseo, por el miedo al Otro que esa negativa despierta; pienso con Vappereau que la dificultad mayor está más en la esencia misma del deseo, pero señalo ese planteamiento de Pommier porque puede aparecer muy claro en la clínica.

Aparentemente lo que mejor respondería a la demanda de ser alimentado sería dejarse alimentar, sin embargo como no se trata del encuentro de dos tendencias sino de dos demandas, el encuentro fracasa porque la demanda se encuentra con un deseo que la desborda, y que no podría ser satisfecha sin que ese deseo se extinguiera.

En cuanto el grito se articula como demanda, el seno se convierte en objeto erótico, en sede del placer. No es el hambre lo que da el valor erótico a ese objeto; el deseo excava su lugar en la demanda, de modo

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4 que si no hubiese demanda con su más allá del amor, no habría ese más acá del deseo que se constituye en torno a un objeto privilegiado.

La demanda no se extingue precisamente porque el deseo lleva a que ese dejarse alimentar no se acople perfectamente a la demanda de ser alimentado, a que haya un cierto “no” como respuesta.

Nuevamente ese primer “no” es estructural, surge de la propia estructura significante “en una anticipación lógica” antes de que haya sujeto.

Esta es la explicación de algo tan poco natural como la anorexia; en el límite de una demanda de ser alimentado aparece la anorexia, que es la elección de morir antes de dejar aplastar el deseo. Pero fíjense que la anorexia no aparece en la primera infancia, salvo que estemos hablando de algo mucho más grave, sino generalmente a partir del Edipo, cuando ya el sujeto ha hecho suyo ese “no” y el objeto oral se ha recubierto por la mirada y el falo.

Toda demanda implica la ambivalencia primordial de que el sujeto no quiere que sea satisfecha porque apunta a la salvaguarda del deseo innombrable.

Toda demanda, en tanto atañe al cuerpo, implica una demanda sexual –que en este caso apunta al canibalismo y al vampirismo-, y la libido es un excedente que allí donde se instala hace vana toda satisfacción de la necesidad. Es así que el sujeto rechaza la satisfacción de la necesidad con tal de preservar la función del deseo.

Pero lo que da el valor erótico al pecho o al plato más suculento no es el hambre sino la relación de lenguaje, de demanda, con el Otro; sólo en el interior de la demanda del Otro se constituye como reflejo el hambre del sujeto, y más allá hambre articulada, hambre de demanda.

“De esta manera, dice Lacan, el sujeto está dispuesto a convertirse en objeto, pero de un hambre que él elige.”

Por eso también el “si” de la bulimia es un modo de salvaguardar el deseo, más allá de la aparente sumisión a la demanda del Otro.

Es notable como ya aquí Lacan sabe que el apoyo en la necesidad es una construcción que va a tener que cambiar.

Con la demanda anal el funcionamiento no es tan simple, porque la demanda de retener no puede frenarse simplemente con el deseo de expulsar que está en su fundamento, porque, como vimos, esa expulsión también es demandada en su momento por el Otro, de modo que el excremento adquiere una significación de regalo, pero que deviene resto a tirar, con lo que toda la situación se vuelve muy

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5 ambivalente; y así “el deseo se va por el W.C. junto con el excremento”, dice Lacan.

Aquí nace el objeto como don, el sujeto puede dar o puede retener. Esto explica la oblatividad del obsesivo siempre tratando de hacer un regalo que lo sea, pero que sabe que es mierda; hay un punto en que el Otro ocupa exactamente el lugar del vertedero. Ese es el fantasma del obsesivo: todo para el otro, pero como ese todo tiene al mismo tiempo la significación de una agresión, tiene que estar siempre salvándolo de sí mismo.

Como hemos visto, la analidad es el lugar del dominio del Otro por antonomasia, y el sujeto al construir el fantasma anal queda identificado al excremento. Es el punto en que el deseo del sujeto queda en mayor grado bajo la dependencia de la demanda del Otro. Por eso Lacan en el seminario 101 asocia este momento con el del espejo, con la imagen que para el fantasma es fundamental en tanto tiene una vertiente de imagen. La imagen yoica como identificación y como objeto libidinal le da al sujeto la posibilidad de no quedar atrapado en el objeto excremento, con la fantasía que esto acarrea de su propia eliminación.

Es en el momento de la articulación anal cuando el sujeto puede reconocerse por primera vez en un objeto alrededor del que gira la demanda del Otro, en un objeto que puede ceder o no. Puede reconocerse o no, precisamente porque la educación esfinteriana coincide con la experiencia especular y el sujeto es ya “un sujeto de pleno derecho”.

A nivel anal ya no hablamos sólo de un aspecto sexual, sino de la instauración de un partenaire sexual, de una pareja sexual que será el fundamento de la teoría sádica de la sexualidad.

La coincidencia de la analidad con la especularidad proporciona al sujeto los recursos para construir un fantasma donde no quede necesariamente identificado a una mierda: un sujeto que se sabe faltado a partir de la experiencia del espejo, tiene la posibilidad de reconocerse en el objeto que el Otro demanda, donde el deseo siempre rebalsa; y la posibilidad de anudar esos dos elementos mediante el deseo, de forma que sus identificaciones dejen de deslizarse por una cadena sin fin.

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6 Lacan articula analidad y especularidad -donde se genera la pulsión escópica pero que no es todavía la pulsión escópica- para hablar del obsesivo; pero en la mayoría de los fantasmas de pacientes neuróticos lo más frecuente es una oralidad y/o una analidad revestidas de pulsión escópica y/o invocante, para luego resignificarse fálicamente.

Cuando llegamos al estadío genital el objeto del deseo se complica, porque el deseo aparece como lo que no se puede decir al no depender de ninguna demanda. El objeto falo no es homólogo del a imaginarizado de la demanda oral o anal, donde el sujeto ve la falta de plenitud del Otro. El falo es un objeto privilegiado, que hace del Otro un Otro castrado. Aquí demanda y deseo están marcados por un rasgo de división, de una fragmentación especial que es el complejo de castración, que a partir de su aparición resignifica los objetos anteriores.

En este momento el sujeto pregunta al Otro ¿qué me quieres? Y ante la falta de respuesta del Otro, se pierde a si mismo y aparece la angustia.

Tampoco las pulsiones escópica e invocante dependen de la demanda, pero esos deseos apuntan a objetos que sí son nombrables; en cambio el falo no puede demandarse de ninguna manera.

En el plano del deseo genital de la fase de la castración a es A menos . Aquí  simboliza lo que le falta al A para ser el Otro en la medida que se podría dar fe de su respuesta a la demanda. El deseo de este Otro es un enigma que está anudado a la castración.

 no puede nunca prestarse a revelar de forma completa el fantasma fundamental, porque éste no es un objeto al que podamos identificarnos en tanto no es objeto del deseo del Otro más que como falta.

La función que adquiere el falo en tanto se lo encuentra en el campo imaginario no es la de ser igual que el Otro en tanto designado por la falta de un significante, sino la de ser la raíz de esa falta. No hay que confundir la falta de respuesta del Otro, la falta de un significante con la castración, que dice aquí Lacan que es su raíz.

Pienso que la manera de entender esto, de articular falta y castración, es recordar la identificación 1ª con el padre que es la aceptación de la ley del lenguaje pero sostenida precisamente en que el padre se ha sometido a la ley de la castración.

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7 El Otro genital se constituye en una relación con  privilegiada pero compleja.

El punto donde el deseo se presenta propiamente como deseo es en la función sexual; eso es lo que Freud percibió, pero, aunque no desarrolló el concepto de deseo, si dijo que hay que entender por sexual algo mucho más amplio que lo que se entiende habitualmente y situó esa identificación 1ª dependiendo de la función del padre a pesar de ser tan temprana.

El objeto del deseo, para aquel que experimenta dicho deseo, es algo no está a su disposición, es algo que no posee, de lo que está desprovisto; es por esta clase de objeto por la que se siente tanto deseo como amor.

De aquello que se desea sólo se puede tener su falta, por un lado porque nunca será lo que esperábamos, porque el deseo no apunta a la posesión de ningún objeto sino al propio desear, pero por otro, porque si fuese alcanzable significaría la muerte del deseo, el fin de cualquier proyecto de vida.

(Me parece que el deseo se dice un poco mejor con un verbo que con un sustantivo)

Cuanto más desea el sujeto más se convierte él mismo en deseable, porque en realidad es la falta lo que es atractivo, lo que es percibido como motor, a pesar de la dificultad del neurótico para asumirlo.

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