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Introducción a la

SOCIOLOGÍA

P E T E R L. B E R G E R

UMUSA

NORlKiA EDITORES

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Berger, Peter L.

Introducción a la sociología = Irivitation

to sociology : A humanistic perspective / Peter L. Berger. Atóxico: Limusa, 2006. 269 p . ; 14 em.

ISBN: 968-18-0929-7 Rústica

1. Sociología • Fundamentos I. Galofre llanos, Sara, tr.

LC: HM51 Dewey: 301 - dc21 Ve r s i ó n a u t o r i z a d ae ne s p a ñ o l d el ao b r a p u b l i c a d a EN INGLÉS CON EL t í t u l o: INVITATION TO SOCIOLOGY A Hu m a n is t ic Pe r s p e c t i v e © Pe t e rL. Be r g e r. Ed ic ió np u b l i c a d ap o r An c h o r Bo o k s,

DOUBLEtMV & COMPANV, INC., G aRD EN ClTV, Ne w YORK.

Co l a b o r a d o r ae nl at r a d u c c i ó n:

SARA GALOFRE LLANOS

La PRESENTACION Y DISPOSICIÓN e nc o n ju n t od e

INTRODUCCIÓN A LA SOCIOLOGIA

SON PROPIEDAD DEL EDITOR. NINGUNA PAflTE DE ESTA 06RA PUEDE SER REPRODUCIDA D TRANSMITIDA, MEDIANTE NINGÚN SISTEM A O MÉTODO, ELECTRÓNICO O MECÁNICO (INCLUYENDO EL FOTOCOPIADO, l a GRABACIÓN O CUALQUIER SISTEMA DE RECUPERACIÓN Y ALMACENAMIENTO DE INFORMACIÓN), SIN CONSENTIMIENTO POR ESCRITO DEL EDITOR.

De r e c h o sr e s e r v a d o s:

© 2006, EDITORIAL LIMUSA, S.A. d eC.V. GRUPO NOR1EGA EDITORES

Ba l d e r a s9 5 , Mé x i c o, D.F. C.P. 06040 m 5130 0700 fi¡ 5512 2903 www.noriega.com.mx CANIEM Núm. 121 H e c h o en M é x ic o ISBN 968-18-0929-7 2 4 . 3

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INDICE

Pr ó l o g o 7

I. La sociología como un pasatiempo individual 11 II. La sociología como una forma de conciencia 43 III. Apéndice explicativo: Alternación y biogra­

fía (o: Cómo adquirir un pasado fabrica­

do de antemano) 81 IV. La perspectiva sociológica: El hombre en la

sociedad 97

V. La po-spectiva sociológica: La sociedad en

el hombre 133

VI. La perspectiva sociológica: El drama de la

sociedad 173

V II. Apéndice explicativo: Maquiavelismo y ética

sociológicos (o: Cómo adquirir escrúpulos

y mantener el engaño) 21J V III. La sociología como una disciplina humanís­

tica 229

Co m e n t a r i o s b i b l i o g r á f i c o s 247 In d i c e a l f a b é t i c o 2 6 1

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E s t e l i b r o a s p i r a a s e r

leído, no estudiado. No es un libro de texto ni un intento de crear un siste­

ma teórica Es una in-

P R O L O G O

v ita c ió n a un m undo

intelectual que personal­ mente considero profun­ damente excitante y sig­

nificativo. Al hacer una invitación como ésta, es necesario describir el mundo al que estamos invitando al lector, aun­ que es evidente que este último tendrá que ir más allá de este libro si se decide a tomar en serio la invitación.

En otras palabras, el libro está dedicado a quienes, por una u otra razón, han llegado a sentir curiosidad o a hacerse preguntas acerca de la sociología. Supongo que entre estas personas se encontrarán estudiantes que pueden estar acariciando la idea de dedicarse seriamente a la so­

ciología, al igual que miembros más maduros de esa entidad algo mitológica llamada “el público educado”. Supongo también que algunos sociólogos pueden sentirse atraídos por el libro, aunque éste podrá decirles muy pocas cosas que no sepan ya, puesto que todos nosotros sentimos cierta satisfacción narcisista cuando observamos un cuadro en el que aparece nuestra imagen. En vista de que el libro está dedicado a un público bastante amplio, he evitado en cuanto me ha sido posible el dialecto técnico por el que los sociólogos se han ganado una dudosa notoriedad- Al

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mismo tiempo, he evitado el hacer callar al lector, princi­ palmente porque considero que esto nos coloca en una posición repugnante, pero también porque particularmente, no deseo invitar a este juego a personas, incluyendo estu­ diantes, a quienes nos sentimos obligados a tratar de re­ ducir al silencio, levantando más la voz. Debo admitir francamente que entre las distracciones académicas de que disponemos en la actualidad, considero la sociología una especie de “juego superior” : generalmente, no invita­ mos a un torneo de ajedrez a aquellas personas que son incapaces deju g ar dominó.

Es inevitable que en una empresa como ésta se pongan de manifiesto los prejuicios del autor respecto a su propio campo de acción. También esto debemos admitirlo fran­ camente desde el principio. Si otros sociólogos leyesen este libro, especialmente en los Estados Unidos, es un hecho inevitable el que algunos se irriten por su orientación, que desaprueben algunos de los puntos de su argumento y que sientan que las cosas que ellos consideran importantes han sido excluidas. Todo lo que puedo decir es que me he esforzado por mantenerme fiel a una tradición central que data de los clasicos de esta disciplina y que creo firmemente en el valor ininterrumpido de esta tradición.

MÍ preocupación especial en el campo ha sido la socio­ logía de la religión. Tal vez esto se ponga de manifiesto por los ejemplos que uso a causa de que son los que vienen más fácilmente a mi- memoria. Sin embargo, fuera de esto, he tratado de evitar hacer hincapié en mi propia especia­ lidad. Pie querido invitar al lector a una región bastante extensa, no a la aldea particular en la que casualmente vivo.

Al escribir este libro me enfrenté a la alternativa de intercalar miles de notas a pie de página, o no insertar

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absolutamente ninguna. Me decidí por esto último, con* siderando que se ganaría muy poco con dar al libro la apariencia de un tratado teutónico. En el texto se citan nombres allí donde las ideas no forman parte de un amplio consenso en el campo. Estos nombres se mencionan de nuevo en los comentarios bibliográficos al final del libro, en donde el lector encontrará asimismo sugerencias respec­ to a lecturas adicionales.

En todos mis conceptos sobre el campo de estudio de mis preferencias se reflejan las enseñanzas de mi maestro Cari Mayer, con quien he contraído una inmensa deuda de gratitud. Si él leyese este libro, me imagino que habrá algunos pasajes que lo hagan arquear las cejas. Sin em- bargOj espero que no juzgará el concepto de la sociología que presentamos aquí como algo muy parecido a una pa­ rodia de la idea que él ha transmitido a sus alumnos. En uno de los capítulos subsiguientes afirmo que todas las fases del mundo son el resultado de conspiraciones. Lo mismo puede decirse de los aspectos que atañen a una disci­ plina humanista. Por último, me gustaría expresar mi agradecimiento a tres personas que fueron mis compañeros de conspiración a través de muchas conversaciones y con­ troversias: Brigitte Berger, Hansfried Kellner y Thomas Luckmann. En más de un lugar de las siguientes páginas encontrarán los resultados de esas ocasiones.

Hartford, Connecticut

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1

Ex i s t e n m u y p o c o s

chistes respecto a los so­ ciólogos. Esto ha de pro­ ducirles cierta decepción, e s p e c ia lm e n te si se comparan con sus primos segundos más favorecidos, los sicólogos, quienes casi han llegado a ocupar por

completo ese sector del humorismo estadounidense que solían ocupar los clérigos. U n sicólogo, presentado como tal en una reunión, se convierte inmediatamente en el blanco de una gran atención y de una molesta hilaridad. En la misma circunstancia, es probable que un sociólogo no despierte más reacción que si le hubiese presentado como un vendedor de seguros. Tendrá que conquistar la atención con grandes dificultades, exactamente como cual­ quier otra persona. Esto resulta molesto e injusto, pero también puede ser instructivo. Por supuesto, la escasez de chistes acerca de los sociólogos indica que no participan en tan gran medida en la imaginación popular como han llegado a hacerlo los sicólogos. Pero probablemente indica también que existe cierta ambigüedad- en las imágenes que de ellos se ha formado la .gente. Así pues, puede ser un buen punto de partida para nuestras consideraciones el observar más detenidamente algunas de estas imágenes.

Si preguntamos a los estudiantes aún no graduados por qué se están especializando en sociología, a menudo

La sociología como

un pasatiempo

individual

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recibimos la respuesta: “Porque me gusta trabajar con la gente”. Si seguimos entonces preguntando a estos estudian­ tes respecto al futuro de su ocupación, tal como ellos la imaginan, a menudo escuchamos que se proponen partici­ par en el trabajo o acción social. De esto hablaremos en breve. Otras respuestas son más vagas y generales, pero todas indican que el estudiante en cuestión preferiría tratar con gente que con cosas. Las ocupaciones mencionadas a este respecto incluyen manejo de personal, relaciones humanas en la industria, relaciones públicas, publicidad, planificación de la comunidad, o labor religiosa del tipo seglar. La suposición común es que en todas estas clases de esfuerzos se podría “hacer algo por la gente”, “ayudar a la gente” o “hacer una labor provechosa para la co­ munidad”. La imagen del sociólogo implicada aquí podría describrise como una versión secularizada del liberal Cle­ ro Protestante, proporcionando quizá el secretario de la YMCA (Asociación de Jóvenes Cristianos) el vínculo de enlace entre la obra sexual sagrada y la profana. La so­ ciología se considera como una moderna variación a la tesis clásica estadounidense dé la “elevación del nivel de vida”. Se sobreentiende que el sociólogo es una persona interesada profesionalmente en actividades edificantes a favor del individuó y de toda la comunidad.

Uno de estos días tendrá que escribirse una gran no­ vela estadounidense sobre el desengaño brutal que este tipo de motivación está destinado a sufrir en' la mayoría de las ocupaciones que acabamos de mencionar. Existe un rasgo patético que infunde compasión en el destino de estos simpatizantes de la gente que participan en la direc­ ción de personal y se enfrentan por primera vez a las rea­ lidades humanas de una huelga que deben combatir permaneciendo en un lado de la linea de batalla fieramente

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trazada'; o de quienes, entran en un trabajo de relaciones públicas y descubren exactamente. qué es lo que se espera de ellos en lo que los expertos en este campo han llamado “Ja ingeniería del consenso”.; o de quienes ingresan en obras de la comunidad para empezar una instrucción cruel en la política de especulación en bienes raíces. Pero lo que estamos interesados en tratar no es el despojo de la inocen­ cia, sino más bien una imagen particular del sociólogo, imagen que es al mismo tiempo errónea y engañosa.

Naturalmente, es cierto que algunos tipos de explorador (Boy Scout) se han Convertido en sociólogos. También es cierto que un interés benévolo en la gente podría ser el punto de partida biográfico para los estudios sociológicos. Pero es importante señalar que una actitud malévola y misantrópica podría servir exactamente para el mismo fin. Los conocimientos sociológicos resultan valiosos para cualquier persona interesada en una actividad dentro de la sociedad. Pero esta actividad no necesita ser particular­ mente humanitaria. En la actualidad, algunos sociólogos estadounidenses sen empleados por organismos guberna­ mentales que tratan de proyectar comunidades más ha­ bitables para la nación. Otros sociólogos estadounidenses son empleados por organismos gubernamentales interesa­ dos en borrar del mapa a las comunidades de naciones hostiles, siempre y cuando fuese necesario. Cualesquiera que puedan ser las inferencias morales de sus respectivas actividades, no existen motivos para que no se puedan practicar en ambas interesantes estudios sociológicos. De manera similar, la criminología como un campo- especial dentro de la sociología, ha puesto al descubierto una valio­ sa información acerca de los procesos criminales en la sociedad moderna. Esta información resulta igualmente valiosa para las personas que tratan de combatir el delito

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y para las que están interesadas en fomentarlo. El hecho de que haya sido empleado un número mayor de crimi- nólogos por la policía que por los “gangsters” puede atri­ buirse al prejuicio ético de los propios criminólogos3 a las relaciones públicas de la policía y tal vez a la falta de refinamiento científico de los “gangsters” . En resumen, “trabajar con la gente” puede significar mantenerla ale­ jada de los barrios bajos o meterla en la cárcel, venderles propaganda o quitarle el dinero (ya sea legal o ilegal­ mente), haciendo que fabriquen mejores automóviles o que sean mejores pilotos de bombarderos. Por lo tanto, como imagen del sociólogo, la frase deja algo que desear, aun cuando pueda servir para describir al menos el im­ pulso inicial, como resultado del cual alguna gente recurre al estudio de la sociología.

Se requieren algunos comentarios adicionales a propó­ sito de una imagen estrechamente relacionada del sociólogo como una especie de teórico de la labor social. Esta imagen resulta comprensible en vista del desarrollo de la sociología en los Estados Unidos. Cuando menos una de las raíces de la sociología estadounidense ha de encontrarse en los apuros de los trabajadores sociales al tener.que afrontar los problemas masivos que surgieron a raíz de la revo­ lución industrial: el rápido crecimiento de las ciudades y de los barrios -bajos que surgieron dentro de ellas, la inmigración en masa, los movimientos masivos del pueblo, la desorganización de los medios de -vida tradicionales y la desorientación resultante de los individuos atrapados en estos procesos. Se h a estimulado gran parte de la inves­ tigación sociológica debido a esto. Y así, aún es- bastante habitual que los estudiantes no graduados planeen ingresar en el trabajo social para especializarse en sociología.

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En realidad, el trabajo soda] estadounidense ba reci­ bido mucha más influencia de la sicología en el desarrollo de su “teoría”. Es muy probable que este hecho tenga cierta relación con lo que dijimos antes acerca de la posi­ ción relativa de la sociología y la sicología en la ima­ ginación popular. Los trabajadores sociales han tenido que librar durante tiempo una penosa batalla para que se les reconozca como “profesionales” y para lograr el prestigio, el poder y (no menos importante) la renumeración que entraña tal reconocimiento. Buscando en tomo suyo un modelo “profesional” que emular, encuentran que el del siquiatra es el más natural. Y por ello los trabajadores so­ ciales con temporáneos reciben a sus “clientes” en una ofi­ cina, mantienen con ellos “entrevistas clínicas” con una duración de cincuenta minutos, archivan las entrevistas por cuadruplicado y las discuten y analizan con una je­ rarquía de “supervisores”. Al adoptar las galas externas del siquiatra, adoptaron también, naturalmente, su ideo­ logía. Asi, la teoría del trabajo social estadounidense con­ temporáneo consiste en gran parte en una versión algo mutilada de la sicología sicoanalítica, una especie de freudianismo de los pobres que sirve para legitimar el derecho del trabajador social a ayudar a la gente de ma­ nera “científica”. En este libro no estamos interesados en. investigar la validez “científica” de esta doctrina sintética. Nuestra opinión es que esta no solamente tiene muy poco que ver con la sociología, sino que en realidad demuestra ser singularmente obtusa en relación con la realidad social. La identificación de la sociología con el trabajo social en la mente de muchas personas es hasta cierto punto un fenómeno de “retraso cultural”, que se remonta a la época en que los trabajadores sociales “pre-profesionales” se ocu­

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paban todavía de la pobreza en vez de abordar la frustra­ ción libidinosa y lo hacían sin valerse de un dictáfono.

■Pero aun cuando el trabajo social estadounidense no hubiera seguido la corriente de la sicologia popular, la imagen del sociólogo como el mentor teórico del trabajador social resultaría engañosa. £1 trabajo social, cualquiera que sea su justificación racional teórica, es una práctica positiva en la sociedad. La sociología no es una práctica, sino un

intento por comprender. Indudablemente, esta compren­

sión puede ser de utilidad para el practicante. A este respecto, afirmaríamos que una comprensión más profunda de la sociología sería de mayor utilidad para el trabajador social y que tal comprensión evitaría la necesidad de que éste descienda a las profundidades mitológicas del “subcons­ ciente” para explicar cuestiones que por regla general son totalmente conscientes, mucho más simples y, en realidad, de una naturaleza social. Pero no existe nada inherente a la empresa sociológica de tratar de comprender a la sociedad que lleve forzosamente a esta práctica o a cualquiera otra. La comprensión sociológica puede recomendarse a los trabajadores sociales, pero también a los vendedores, a las enfermeras, a (os evangelistas y a los políticos: en realidad, a cualquier persona cuyos objetivos comprendan el manejo de gente, con cualesquier propósito y justifica­ ción moral.

Esta concepción de la actividad sociológica se encuentra implícita en la afirmación clásica de Max Weber, una de las figuras más importantes en el desarrollo de este campo, en el sentido de que la sociología está “exenta de valores”. Puesto que más tarde será necesario retomar ‘varias veces a este punto, conviene explicarlo más am­ pliamente a estas alturas. Evidentemente la declaración de

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tener valares. En todo caso, resulta casi imposible para un ser humano existir sin poseer valores algunos, aunque pueden haber enormes variaciones en los valores que poda­ mos mantener. Normalmente, el sociólogo poseerá tantos valores como un ciudadano, un particular, el miembro de un grupo religioso o como un adepto de alguna otra aso­ ciación de personas. Pero dentro de los límites de sus actividades como sociólogo, existe únicamente un valor fundamental: el de la integridad científica. Por supuesto, incluso en este respecto, el sociólogo como ser humano tendrá que tener en cuenta sus conviccioncs, sus emociones y prejuicios. Pero forma parte de su disciplina intelectual el que trate de comprender y controlar estas tendencias como predisposiciones que deben ser eliminadas, hasta donde sea posible, de su trabajo. Se sobreentiende que esto no siempre es fácil, pero no es tampoco imposible. El sociólogo trata de ver lo que hay. Puede abrigar esperan­ zas o temores respecto a lo que pueda averiguar. Pero tratará de observarlo todo sin tomar en cuenta sus espe­ ranzas o temores. Por tanto, este es un acto de percepción pura, tan pura como lo permiten los recursos humanamente limitados, que la sociología se esfuerza en llevar a cabo.

Una analogía puede servir para dejar esto un poco más claro. En cualquier conflicto político o militar, re­ sulta ventajoso capturar la información empleada por los organismos de espionaje del bando contrario. Pero esto es así únicamente porque un buen conocimiento se compo­ ne de información libre de prejuicios. Si un espía presenta su informe en términos de la ideología y ambiciones de sus superiores, sus informaciones carecen de utilidad no sólo para el enemigo, en el -caso de que éste las capturase, sino también para el propio bando del espía. Se ha sostenido que uno de los puntos débiles del mecanismo de espionaje

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de los estados totalitarios es que los espías no informan lo que descubren sino io que sus superiores desean oír. Este es, sin duda alguna, un mal espionaje. El buen espía in­ forma la verdad. Otros deciden lo que deberá hacerse como resultado de su información. De manera muy simi­ lar, el sociólogo es un espía. JSu labor consiste en informar, tan correctamente como le sea posible, acerca de un medio social determinado. Otras personas, o él mismo, en una función diferente a la de sociólogo, tendrán que decidir los pasos que deben darse en este campo. Quisiéramos recalcar enérgicamente que el decir esto no significa que el sociólogo no tenga obligación alguna de averiguar los objetivos de sus superiores, o el partido que éstos sacarán de su trabajo. Pero esta no es una averiguación sociológica. Equivale a formular las mismas preguntas que debe formu­

larse cualquiera respecto a sus actos en sociedad. De la misma manera, el conocimiento biológico puede emplearse para curar o para matar. Esto no quiere decir que el biólogo esté exento de toda responsabilidad respecto al uso que se dé a sus conocimientos. Pero cuando se interroga a sí mismo acerca de esta responsabilidad, no está for­ mulando una pregunta biológica.

Otra imagen del sociólogo, relacionada con las dos que ya hemos expuesto, es la del reformador social. Esta imagen tiene también raíces históricas, no sólo en los Esta­ dos Unidos, sino también en Europa. Augusto Comte, el filósofo francés de principios del siglo xix que inventó el nombre de la-disciplina, pensaba que la sociología era la doctrina del progreso, una sucesora secularizada de la teología como la maestra de las ciencias. Según este punto de vista, el sociólogo desempeña el papel de árbitro de todas las ramas del saber para el bienestar del ser humano., Esta idea, aunque despojada de .sus pretensiones más

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fan-tásticas, dejó una huella profunda en el desarrollo de la sociología francesa. Pero tuvo también sus repercusiones en los Estados Unidos, cuando en los albores de la socio­ logía estadounidense, algunos discípulos transatlánticos de Comte sugirieron formalmente en un memorándum al pre­ sidente de la Universidad de Brown que todas las secciones de esta última deberían ser reorganizadas como subordina­ das de la facultad de sociología. Actualmente muy pocos sociólogos, y probablemente ninguno en este país, consi­ derarían de esta manera su papel. Pero algo de este con­ cepto sobrevive cuando se espera que los sociólogos aparez­ can con copias de unos mismos planos para hacer reformas en cierto número de problemas sociales.

Desde ciertos puntos de vista valiosos (incluyendo algu­ nos del autor) resulta satisfactorio que las ideas sociológicas hayan sido de utilidad en algunos casos para mejorar la suerte de algunos grupos de seres humanos, poniendo al descubierto circunstancias moralmente ofensivas, disipando ilusiones colectivas o demostrando que podrían obtenerse resultados socialmente convenientes en forma más humana. Por ejemplo, podríamos indicar ciertas aplicaciones del conocimiento sociológico en el sistema penitenciario de los países occidentales. O podríamos mencionar la utilidad que se ha dado a los estudios sociológicos en la decisión adoptada por la Corte Suprema en 1954 respecto a la segregación racial en las escuelas públicas. O podríamos considerar las aplicaciones de otros estudios sociológicos a la planificación humana del nuevo desaraollo de zonas urbanas. Indudablemente, el sociólogo moral y política­ mente sensible obtendrá grandes satisfacciones de estos ejemplos. Pero, u n a vez más, conviene tener presente que lo que se encuentra en disputa en este libio no es una comprensión sociológica como ésta sino ciertas aplicaciones

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de esta comprensión. No es difícil imaginar la manera en que podría aplicarse la misma comprensión con intenciones opuestas. Por Jo mismo, Ja comprensión sociológica de la dinámica del prejuicio racial puede ser aplicada eficaz­ mente tanto por las personas que estimulan el odio entre los grupos, como por las que desean propagar la tolerancia. Y la comprensión sociológica del carácter de ía solidaridad humana puede emplearse al mismo tiempo al servicio de los regímenes totalitarios y de los democráticos. Resulta sensato darse cuenta de que los mismos procesos que ori­ ginan un, consenso pueden ser manipulados por un trabaja­ dor social de grupo en un campamento de verano en los macizos Adirondacks y por un comunista lava-cerebros en un campo de prisioneros de China. Fácilmente podemos admitir que en algunas ocasiones el sociólogo tiene la obli­ gación de presentar su consejo cuando se trata de cambiar ciertas condiciones sociales que se consideran poco conve­ nientes. Pero la imagen del sociólogo como un reformador social adolece de la misma confusión que su imagen como trabajador social.

Si todas estas imágenes del sociólogo suponen a su respecto un elemento de “retraso cultural”, podemos pasar ahora a algunas otras imágenes de fecha más reciente y atribuirlas a los desarrollos actuales de la disciplina. Una de estas imágenes es la del sociólogo como un recolector de estadísticas acerca de la conducta humana. En este punto el sociólogo se considera esencialmente como un ayudante de una máquina IBM. Va a su asunto con un cuestionario, entrevista a personas seleccionadas a l azar, después regresa a casa, asienta sus tabulaciones en innumerables tarjetas que acto seguido son introducidas en una máquina. Por supuesto, en .todas»estas operaciones es asistido por un equipo numeroso y por un presupuesto muy grande. En

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esta imagen está comprendida la deducción de que los resultados de todo este esfuerzo son de-poca monta, una reafirmación pedante de lo que de cualquier manera todo el mundo sabe. Como señaló expresivamente un obser­ vador, un sociólogo es un individuo que gasta 100,000 dólares para descubrir el camino que lleva a una casa de mala reputación.

Esta imagen del sociólogo ha sido fortalecida en la mente del público por las actividades de muchos orga­ nismos que bien podrían llamarse parasociológicos, prin­ cipalmente organismos interesados en la opinión pública y en las tendencias del mercado. La persona encargada de hacer encuestas se ha convertido en una figura muy co­ nocida dentro de la vida estadounidense, importunando a la gente acerca de sus opiniones desde la política exterior hasta el papel higiénico. Puesto que los métodos emplea­ dos en las tareas de la persona que realiza encuestas mues­ tran un gran parecido con la investigación sociológica, el desarrollo de esta imagen del sociólogo es bastante compren­ sible. Los estudios Kinsey de la conducta sexual estado­ unidense probablemente han aumentado muchísimo la influencia de esta imagen. La pregunta sociológica fun­ damental, lo mismo si atañe a los contactos amorosos antes del matrimonio que a los votos republicanos o a la incidencia de los acuchillamientos entre las pandillas, se supone siempre que es: “¿cuántas veces?” o “¿cuánto?” Inciden taimen te, las-escasas bromas o chistes circulantes acerca de los sociólogos, generalmente se relacionan con esta imagen estadística (es-mejor dejar a la imaginación del lector cuáles son éstos chistes).

Debemos ahora admitir, aunque con pesar, que esta imagen del sociólogo y de su oficio no es enteramente producto de la fantasía. Comenzando poco después de la

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Primera Guerra Mundial, la. - sociología estadounidense se desvió bastante-: resueltamente de la teoría h a d a una intensa preocupación por los estudios empíricos estrecha­ mente circunscritos. £n relación con este giro, los soció­ logos perfeccionaron cada1 vez más sus técnicas de inves­ tigación. Naturalmente, entre éstas, las técnicas estadísticas ocuparon un lugar prominente. Desde poco más o menos la mitad de la década de 1940, h a habido un renacimiento del interés en la teoría sociológica, y existen indicadones de que esta. tendenda. a alejarse de un empirismo estrecho continúa ganando impulso. Sin embargo, sigue siendo derto que una parte considerable de la labor sociológica en este país consiste, aún en estudios insignificantes de frag­ mentos oscuros de .la vida social, .irrelevantes para cual­ quier interés teórico más amplio. U na mirada al índice de las principales revistas sociológicas, o a la lista de disertaciones leídas en las convenciones sodológicas, con­ firmará esta afirmación.

La estructura política y económica de la- vida esta­ dounidense estimula esta norma y no sólo er lo que se refiere a la sociología. Los colegios supeiíores y universi­ dades son administrados normalmente por gente muy ocu­ pada que dispone de poco tienpo o inclinación a ahondar en las cuestiones esotéricas introducidas por sus doctos em­ pleados.,. No obstante, esos administradores están obligados a tomar decisiones acerca de contratadones y despidos, ascensos, y posesión de cargos del personal de su facultad. ¿Q ué criterios deberían usar para-tomar estas decisiones? No puede esperarse que lean todo lo que escriben sus profesares, en vista de que no tienen tiempo para estas actividades, especialmente en las disciplinas más- técnicas, careciendo de. los requisitos necesarios para juzgar -el material. Las opiniones de.los colegas inmediatos de.los

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profesores en cuestión resultan sospechosas n priort, - por ser la institución académica normal una selva donde se escenifican luchas enconadas entre los bandos- del profe­ sorado, en ninguno, de los cuales puede confiarse para que emitan un juicio objetivo de los miembros de su propio grupo o de alguno de los bandos opuestos. Averiguar las opiniones de los estudiantes seria un procedimiento aún más inseguro. Así pues,, se deja a los administradores cierto número de opciones igualmente malas. Estos pueden re­ currir al principio de que la institución es una familia feliz, cada uno de cuyos miembros asciende constantemente la escala de posiciones haciendo caso omiso de sus méritos. Este sistema se ha venido ensayando bastante -a menudo, pero cada vez se toma más difícil en una época de com­ petencia por el favor del público y por los fondos de las fundaciones. Otra de las opciones es contar con el consejo de una camarilla, seleccionada sobre ciertas bases más o menos racionales. Esto origina claras dificultades políticas para el administrador de un grupo crónicamente a la de­ fensiva de su independencia. La tercera alternativa, la más común en la actualidad, es la de echar mano del cri­ terio de la productividad tal como se utiliza en el mundo de los negocios. Puesto que es realmente difícil juzgar la productividad de un erudito en cuya especialidad no se está 'lo suficientemente familiarizado, se debe tratar de descubrir de alguna manera lo grato que es el erudito para sus colegas imparciales en este campo. En tal caso, se da por sentado que dicha aceptabilidad puede deducirse del número de libros o artículos que los editores o directores de publicaciones profesionales están dispuestos a aceptar del erudito en cuestión. Esto obliga a los eruditos a con­ centrarse en un trabajo que puede convertirse fácil y rá­ pidamente en un artículo bastante bueno que probable­

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mente sea aceptado para su publicación en una revísta profesional. Para los sociólogos esto significa un estudio empírico insignificante de un tema estrechamente limitado. En la mayoría de los casos, tales estudios exigirán la apli­ cación de técnicas estadísticas. Puesto que se sospecha que la mayor parte de las revistas profesionales en esta espe­ cialidad publican artículos que no contienen siquiera cier­ to material estadístico, esta tendencia se ha fortalecido aún más. Y así, jóvenes e impacientes sociólogos varados en instituciones en alguna parte del interior del país, anhelando las praderas más ricas de las mejores universidades, nos abastecen con una continua corriente de pequeños estudios estadísticos de las costumbres computadas de sus estudiantes, de las opiniones políticas de los nativos circunvecinos, o del sistema de clase de alguna aldea situada a cierta distancia de los terrenos de la Universidad. Podríamos añadir aquí que este sistema no es tan terrible como pudiera parecer al recién llegado a este campo de la ciencia, puesto que sus condiciones rituales son bien conocidas para todos los inte­ resados. En consecuencia, la persona sensata lee las publi­ caciones sociológicas principalmente por las críticas de libros y las noticias obituarias, y asiste a las reuniones sociológicas exclusivamente cuando busca un trabajo o quiere ocuparse de otras intrigas.

La prominencia de las técnicas estadísticas en la socio­ logía estadounidense de nuestros días tiene, por tanto, cier­ tas funciones rituales fácilmente comprensibles en vista del sistema de gobierno dentro del cual tienen que practicar su profesión la mayoría de los sociólogos. En realidad, la mayor parte de los sociólogos poseen un conocimiento de las esta­ dísticas un poco mayor que el de un libro de cocina, dis­ curriendo sobre ellas poco más o menos con la misma mezcla de temor reverente, ignorancia y tímido manipuleo

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con la que discurriría el sacerdote de una pobre aldea sobre las potentes modulaciones latinas de la teología tomista. Sin embargo, una vez que nos damos cuenta de las de estas cosas, deberá ser evidente que la sociología no debe juzgarse por estas aberraciones. En tal caso, nos tomamos, por, decirlo así, sociológicamente refinados respecto a la sociolo­ gía y capaces de observar más allá de las señales externas cualquier virtud interna que pueda esconderse debajo de ellas.

Los datos estadísticos en si mismos no forman la socio­ logía. Se convierten en sociología únicamente cuando son interpretados sociológicamente y colocados dentro de un marco de referencia tfcórico que sea sociológico. El simple cómputo, o incluso la correlación de las diferentes cláusulas que numeramos, no es sociología. No existe prácticamente ninguna sociología en los informes Kinsey. Esto no quiere decir que los datos de estos estudios no sean auténticos o que no puedan resultar pertinentes para la comprensión sociológica. Considerándoles por sí mismos, estos datos son materias primas que pueden emplearse en la interpretación sociológica. Sin embargo, esta interpretación debe ser más liberal que los propios datos. De esta manera el sociólogo no puede fijar su atención en los índicos de frecuencia del contacto premarital o de la pederastía extramarital. Estos detalles son significativos para él sólo en términos de sus inferencias mucho más amplias para una comprensión de las instituciones y valores de nuestra sociedad. Para llegar a tal comprensión, a menudo el sociólogo tendrá que aplicar técnicas estadísticas, especialmente cuando se ocupa de los fenómenos populares de la moderna vida social. Pero la sociología se compone de estadísticas tan poco como la fi­ lología consiste en la conjugación de verbos irregulares o

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la química de elaborar perfumes desagradables en tubos de ensayo.

O tra imagen del sociólogo bastante común en la actua­ lidad y relacionada muy estrechamente con la del estadístico, es la que lo concibe como un hombre interesado principal­ mente en el desarrollo de una metodología científica que puede imponer después a los fenómenos humanos. Esta es la imagen que guardan frecuentemente los humanistas y que se presenta como prueba de que la sociología es una forma de barbarie intelectual. Una parte de esta crítica de la sociología por parte de los littérateurs es a menudo un comentario severísimo sobre la extraña jerga en la que se expresan muchos escritos sociológicos. Por supuesto, en con­ traste, aquél que hace estas críticas se presenta como un guardián de las tradiciones clásicas de la sabiduría humana.

Sería bastante posible refutar estas criticas por medio de un argumento ad hominem. Parece que el barbarismo intelectual se distribuye bastante impardalmente en las principales disciplinas eruditas que abordan el fenómeno “hombre” . Sin embargo, es indecoroso argumentar ad

hominem, así que admitiremos de buena gana que, en

realidad, es mucho lo que se admite hoy día bajo el mem­ brete de sociología que con toda justicia puede calificarse como bárbaro, si es que esta palabra intenta denotar una ignorancia de la historia y la filosofía, una pericia limi­ tada sin horizontes más amplios, una preocupación por las habilidades técnicas y una total insensibilidad a las apli­ caciones del lenguaje. U na vez más, estos elementos pueden sobreentenderse .sociológicamente en términos de ciertas características de la vida académica contemporánea. La competencia que existe por el prestigio y por empleos en campos que se toman cada vez más complejos, obliga a una especialización que con demasiada frecuencia conduce

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a un deprimente jurísdicdonalismo de los intereses. Pero, una vez más, .sería erróneo identificar la sociología con esta tendencia intelectual mucho más penetrante.

Desde sus principios, la sodologia se ha comprendido a sí misma como una ciencia. Han habido muchas con­ troversias acerca del significado preciso de esta autodefini- ción. Por ejemplo, los sodólogos alemanes han subrayado la diferencia entre la ciencia sodal y la natural mucho más enérgicamente que sus colegas franceses o estadouni­ denses. Pero la fidelidad de los sodólogos al genio den- tífico ha significado en todas partes una buena voluntad a verse limitado por cientos cánones dentificos de con­ ducta. Si el sodólogo permanece leal a su profesión, debe deducir sus afirmaciones por medio de la observadón de ciertas reglas de testimonio que permitan a otros compro­ bar lo hecho por él, repetir o ampliar más sus descubri­ mientos. Es esta disdplina científica la que a menudo pro­ porciona el motivo para leer una obra sociológica en vez de, digamos, una novela sobre el mismo tema, que podría describir los problemas en un lenguaje mucho más eficaz y convincente. Cuando los sodólogos trataron de desarro­ llar sus reglas científicas de testimonio, se vieron obligados a reflexionar en los problemas metodológicos. Esta es la razón de por qué la metodologia es una parte válida y necesaria de la actividad sociológica.

Al mismo tiempo, es totalmente cierto que algunos sociólogos, especialmente en los Estados Unidos, han lle­ gado a interesarse en las cuestiones metodológicas a tal grado que han dejado de interesarse absolutamente en la sociedad. En consecuenda, no han descubierto nada de importancia acerca de algún aspecto de la vida social, puesto que en la ciencia, como en el amor, el concen­ trarse en la técnica es bastante probable que conduzca

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a la impotencia. Gran parte de esta fijación en la metodología puede explicarse en razón del apremio de una disciplina relativamente nueva para encontrar acep­ tación en el escenario académico. En vista de que la cien­ cia es una entidad casi sagrada entre los estadounidenses en general y los académicos en particular, el deseo de emular la conducta de las ciencias naturales más antiguas es muy fuerte entre los recién llegados al mercado de la erudición. Cediendo a este deseo, los sicólogos experimen­ tales, por ejemplo, han tenido un éxito tal que general­ mente sus estudios no tienen nada que ver con lo que los seres humanos son o hacen. La ironía de este proceso radica en el hecho de que los propios eruditos en ciencias naturales han renunciado al mismo dogmatismo positivista que sus imitadores están esforzándose aún por adoptar. Pero esto no nos interesa aquí. Basta decir que los sociólogos han logrado evitar algunas de las exageraciones más gro­ tescas de este “metodismo”, en comparación con ciertos campos de estudio estrechamente relacionados con éste. Como cada vez están más seguros en su condición acadé­ mica, puede esperarse que este complejo de inferioridad metodológico disminuirá aún más.

La acusación de que muchos sociólogos escriben en un dialecto barbárico también debe admitirse con reservas si­ milares. Toda disciplina científica debe desarrollar una terminología. Esto se hace patente en cuanto a una disci­ plina tal como, digamos, la física nuclear, que aborda ma­ terias desconocidas para la mayoría de la gente y para las cuales no existen palabras en el lenguaje común. Sin em­ bargo, posiblemente la terminología es aún más importan­ te para las ciencias sociales, simplemente porque la materia de que trata es muy conocida y porque sí existen palabras .para designarla. Debido a que conocemos bien las

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institu-clones sociales que nos rodean, nuestra percepción de ellas es imprecisa y a menudo errónea. De manera muy pareci­ da, la mayoría de nosotros se verá en grandes dificultades para dar una descripción exacta de nuestros padres, esposos o esposas, hijos o amigos íntimos. Además, a menudo nuestro lenguaje (tal vez afortunadamente) es vago y confuso en sus alusiones a la realidad social. Tomemos, por ejemplo, el concepto de clase, el cual es muy importante en sociología. Deben haber docenas de significados que pueda tener este término en el lenguaje común: categorías de acuerdo con los ingresos, razas, grupos étnicos, camari­ llas del poder, clasificaciones de acuerdo con la inteligencia y muchos otros. Es obvio que el sociólogo debe tener una definición precisa e inequívoca del concepto si desea pro­ seguir su trabajo con cierto grado de exactitud científica. En vista de estos hechos, podemos comprender que algunos sociólogos hayan sentido la tentación de inventar un con­ junto de nuevas palabras para evitar las trampas semánticas del uso vernáculo. Por lo mismo, afirmaríamos que algu­ nos de estos neologismos han sido necesarios. Sin embargo, sostendríamos también que la mayor parte de la sociología puede exponerse en un inglés inteligible con muy poco esfuerzo y que una buena parte del “sodologismo” con­ temporáneo puede considerarse una mixtificación afectada. Esto no obsta a que nuevamente nos enfrentemos aquí con un fenómeno intelectual que afecta también otros campos. Puede haber cierta relación con la gran influencia de la vida académica alemana en un período de formación en el desarrollo de tas universidades estadounidenses. La pro­ fundidad científica fue evaluada por la aridez del lenguaje científico. Si la prosa científica resultaba ininteligible para cualquiera, excepto para el círculo reducido de adeptos al campo en cuestión, esto era una prueba ifiso fa d o de su

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respetabilidad intelectual. Muchos escritos eruditos esta­ dounidenses se leen aún como una. traducción del alemán. Sin duda alguna, esto es lamentable. Sin embargo, esto tiene poco que ver con la legitimidad de la actividad sociológica como tal.

Finalmente, quisiéramos considerar una imagen del so­ ciólogo no tanto en su papel profesional como en su exis­ tencia, es decir, como se supone que es un determinado tipo de persona. Esta es la imagen del sociólogo como observador destacado y sardónico y como un frió mani­ pulador de hombres. Donde esta imagen prevalece, puede representar un triunfo irónico de los propios esfuerzos del sociólogo para ser aceptado como un científico genuino. Aqui, el sociólogo se convierte en un hombre que se designa a si mismo como superior, manteniéndose apartado de la cálida vitalidad de la existencia común, encontrando su satisfacción no en vivir, sino en valorar Mámente las vidas de los demás, archivándolas en pequeñas categorías y, por lo mismo, pasando por alto posiblemente el significado real de lo que observa. Además, algunas personas opinan que, cuando se implica de alguna manera en los procesos sociales, el sociólogo lo hace como un técnico sin compro­ miso, poniendo sus habilidades manipuladoras a la disposi­ ción de las autoridades.

-Esta última imagen probablemente no esté muy gene­ ralizada. Es sostenida principalmente por las perdonas interesadas por razones políticas en los abusos existentes o posibles de la sociología en las sociedades modernas. No hay mucho que decir a manera de. refutación acerca de esta imagen. Gomo un retrato general del sociólogo con­ temporáneo es, sin duda alguna, una crasa tergiversación. Corresponde a muy pocos individuos que alguien pueda encontrar en nuestro país actualmente. Con todo, el pro­

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blema del papel político del científico social es auténtico. Por ejemplo, el empleo de sociólogos por parte de ciertas ra­ mas de la industria y el gobierno suscita problemas morales a los que debe hacerse frente mucho más que hasta ahora- Sin embargo, existen problemas morales que incumben a todos los hombres que ocupan posiciones de responsabilidad en la sociedad moderna. L a imagen del sociólogo como observador despiadado y como manipulador sin conciencia no necesita retener más nuestra atención. De manera ge­ neral, la historia produce muy pocos Talleyrands. Por lo que toca a los sociólogos contemporáneos, la mayoría de ellos carecerían de la aptitud emocional para desempeñar tal papel aun cuando lo ambicionasen en momentos de fantasía calenturienta.

Entonces, ¿cómo debemos imaginar al sociólogo? Al exponer las diversas imágenes que abundan en la concep­ ción popular respecto a su persona, ya hemos puesto de relieve ciertos elementos que tendrían que entrar en nuestra configuración. Ahora podemos reunimos. Al hacerlo, edi­ ficaremos lo que los propios sociólogos llaman un “tipo ideal”. Esto significa que lo que describimos no podrá encontrarse en la realidad en su forma pura. En lugar de ello encontraremos, en diferentes grados, aproximaciones y desviaciones de él. No debe considerarse que esto es un término medio empírico. Ni siquiera pretenderíamos que todos los individuos que se califican actualmente como sociólogos, se reconozcan a sí mismos sin reservas en nues­ tro concepto, ni refutaríamos el derecho de los que no se reconocen en él a emplear el calificativo. Nuestra ocupa* ción no es la de excomulgar. Sin embargo, afirmaremos que nuestro “tipo ideal” corresponde a la concepción que tienen de si mismos la mayoría de los sociólogos que se encuentran dentro de la corriente principal de la disciplina,

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tanto históricamente (al menos en este siglo) como en la actualidad.

Entonces, el sociólogo es una persona que se interesa por comprender la sociedad de una manera disciplinada. La naturaleza de esta disciplina es científica. Esto signi­ fica que lo que el sociólogo descubre y dice acerca de los fenómenos sociales que estudia ocurre dentro de un deter­ minado marco de referencia definido bastante estrictamen­ te. Una de las características principales de este marco de referencia científico es que las operaciones se encuentran limitadas por ciertas reglas de prueba. Como científico, el sociólogo trata de ser objetivo, procura controlar sus pre­ ferencias y prejuicios personales y percibir claramente en lugar de juzgar de acuerdo con una pauta. Por supuesto, esta limitación no abarca toda la existencia del sociólogo como ser humano, sino que se reduce a sus operaciones, en su condición de sociólogo. El sociótogo no pretende que su marco de referencia sea el único dentro del cual puede considerarse a la sociedad. A este respecto, muy pocos científicos pretenderían en la actualidad que la manera correcta de observar el mundo es únicamente la científica. El botánico que mira un narciso atrompetado (daffodil) no tiene razones para refutar el derecho del poeta a mirar el mismo objeto de manera muy diferente. Hay muchas maneras de llevar el juego. La cuestión no es negarse a ver los juegos de otras personas, sino que estemos seguros de las reglas de nuestro propio juego. Por consiguiente, el juego del sociólogo emplea reglas científicas. Como resul­ tado de ello, el sociólogo debe estar interiormente seguro del significado de estas reglas; o sea, que debe interesarse por los problemas metodológicos. La metodología no consti­ tuye su objetivo. Recordemos una vez más que éste último es el intento por comprender a la sociedad; la metodología

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ayuda a alcanzar esta meta. Con el fin de comprender la sociedad, o la parte de ella que esté estudiando en ese momento, el sociólogo se valdrá de muchos medios; entre éstos se encuentran las técnicas estadísticas. Las estadísticas pueden ser de gran utilidad para responder ciertas pregun­ tas sociológicas. Pero las estadísticas no constituyen la sociología. Como científico, el sociólogo tendrá que preo­

cuparse por el significado exacto de los términos que emplea; esto es, tendrá que ser muy cuidadoso respecto a la terminología. Esto no significa necesariamente que debe inventar un lenguaje nuevo propio, sino que no puede usar ingenuamente el lenguaje de todos los días. Finalmente, el interés del sociólogo es primordialmente teórico; o sea; que está interesado en comprender por su propio bien. Puede estar enterado o inclusive interesado en la aplicabili- dad práctica y en las consecuencias de sus descubrimien­ tos, pero con este fin abandona el marco de referencia sociológico y se traslada a los dominios de los valores, las creencias y las ideas que comparte con otros hombres que no son sociólogos.

No tenemos dudas de que este concepto del sociólogo encontraría un consenso muy amplio dentro de la disciplina actual. Pero quisiéramos ir un poco más adelante y formu­ lar una pregunta un poco más personal (y por tanto, sin duda alguna, que se presta más a controversias). Nos gustaría preguntar no sólo lo que el sociólogo hace sino también qué es lo que lo empuja a hacerlo. O, .para emplear la frase que usó Max Weber respecto a algo parecido, queremos investigar un poco la naturaleza del demonio del sociólogo. Al hacerlo, evocaremos una imagen que no es un ideal tan típico en el sentido en que emplea­ mos el término anteriormente, sino más confesional en el sentido de compromiso personal. Además, no nos interesa

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excomulgar a nadie. El juego de la sociología se desarrolla en un campo muy amplio. Tan sólo estamos describiendo un poco más íntimamente a aquellos que quisiéramos in­ citar a incorporarse a nuestro juego.

Quisiéramos decir además que el soáólogtf (esto es, la persona a la que realmente nos gustaría invitar a nuestro juego) es una persona que se interesa intensa, incesante y descaradamente por las acciones de los hombres./ Su am­ biente natural son todos los sitios de reunión humana en el mundo, dondequiera que los hombres se congregan. El sociólogo puede interesarse en muchas otras cosas. Pero el interés al que se entrega por completo continúa en el mundo de los hombres, en sus instituciones, su historia, sus pasiones. Y puesto que se interesa por los hombres, nada de lo que éstos hacen puede resultarle tedioso. Estará naturalmente interesado en los acontecimientos que com­ prometen las creencias fundamentales de los hombres, en sus momentos de tragedia, de grandeza y de éxtasis. Pero también se sentirá fascinado por lo trivial y lo cuotidiano. Conocerá la veneración, pero ésta no le impedirá que desee observar y comprender. En algunas ocasiones puede sentir revulsión o desprecio- pero tampoco ésto lo detendrá de desear una respuesta para sus preguntas o sus dudas. En su búsqueda de comprensión, el sociólogo se mueve a través del mundo de los hombres sin respeto por las fronte­ ras comunes. La nobleza o la degradación, el poder o la oscuridad, la inteligencia y la tontería, todos son igualmen­ te interesantes para él, independientemente de lo diferentes que puedan ser de sus valores o gustos. Así, sus preguntas pueden conducirlo a todos los niveles posibles-de la socie­ dad, a los lugares más conocidos y a los menos conocidos, a los más respetados y a los más despreciados. Y si es un buen sociólogo, se encontrará en todos estos lugares, porque

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sus propias preguntas habrán tomado posesión de él basta el punto de que su única alternativa es buscar respuestas.

Sería posible decir las mismas cosas en un tono más bajo. Podríamos decir que el sociólogo, a no ser por el privilegio de su título académico, es el hombre que, a pesar suyo, debe escuchar murmuraciones, que se siente tentado a mirar por el ojo de la cerradura, a leer la correspondencia de otras personas y a abrir los armarios cerrados. Antes de que algún sicólogo que de otra manera no tendría nada que hacer se prepare ahora a inventar una prueba de capacidad para los sociólogos sobre la base de una capacidad de investigación sublimada, permítasenos decir rápidamente que estamos hablando sólo pór vía de analogía. Quizá algunos niños muertos de curiosidad por espiar a sus tías solteras en el baño se conviertan más tarde en sociólogos empedernidos. Lo que nos interesa es la curiosidad que se apodera de todo sociólogo frente a una puerta cerrada tras la cual se escuchan voces humanas. Si es un buen sociólogo deseará abrir la puerta y saber lo que dicen esas voces. Detrás de cada puerta cerrada presentirá alguna faceta nueva de la vida humana de la que aún no se había percatado ni la había comprendido.

El sociólogo se ocupará de cuestiones que otros consi­ deran demasiado sagradas o demasiado desabridas para investigarlas de manera desapasionada. Encontrará, re­ compensa en la compañía de sacerdotes o de prostitutas, no según sus preferencias personales sino según las pregun­ tas que se encuentre formulando en ese momento. También se ocupará de cuestiones que otros pueden encontrar dema­ siado aburridas. Se interesará en Ja interacción humana que acompaña a la guerra o a los grandes descubrimientos intelectuales, pero también en las relaciones que existen en­ tre los empleados de un restaurant o entre un grupo de

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niñas que juegan con sus muñecas. Su foco de atención principal no es el significado esencial de lo que hacen los hombres, sino de la acción en sí misma, considerándola como un ejemplo más de la infinita riqueza de la conducta humana. Eso en cuanto a la imagen de nuestro compañero de juego.

Eñ estas jomadas a través del mundo de los hombres, el sociólogo encontrará inevitablemente otros fisgones profe­ sionales como él. Estos se sentirán ofendidos por su presen­ cia, presintiendo que está invadiendo furtivamente sus co­ tos de caza. En algunos lugares el sociólogo se encontrará con el economista, en otros con el científico político, y en otros más con el sicólogo o el etnólogo. No obstante, hay probabilidades de que las cuestiones que han llevado al sociólogo a los mismos sitios sean diferentes de las que impulsaron a sus compañeros transgresores. Las preguntas del sociólogo son siempre esencialmente las mismas: “¿Qué está haciendo aquí la gente?” “¿Cuáles son sus relaciones recíprocas?” “¿De qué manera se organizan estas relaciones en las instituciones?” “¿Cuáles son las ideas colectivas que impulsan a los hombres y a las instituciones?” Por supuesto, al tratar de responder a estas preguntas en casos específicos, el sociólogo tendrá que habérselas con asuntos políticos o económicos, pero se enfrentará a ellos de una manera totalmente diferente que el economista o el científico polí­ tico. La escena que contempla es la misma escena humana en la que se interesan estos otros científicos. Pero el ángulo de visión del sociólogo es diferente. Cuando entendemos esto, se tom a evidente que time poco sentido tratar de demarcar un territorio especial dentro del cual el sociólogo se ocupa de sus asuntos por derecho propio. Como Wesley, el sociólogo tendrá que confesar que su parroquia es el mundo. Pero a diferencia de algunos wesleyanos de

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núes-tros dias, él se sentirá contento de compartir con onúes-tros su jurisdicción. Sin embargo, existe un viajero cuyo camino tendrá que cruzar el sociólogo con mucha más frecuencia en sus viajes que el de cualquier otro. Este viajero es el historiador. En realidad, tan pronto como el sociólogo se aleja del presente para internarse en el pasado, es tnuy difícil distinguir sus preocupaciones de las del historiador. Sin embargo, dejaremos esta relación para tratarla des­ pués. Baste decir aquí que la jomada sociológica será muy menguada a menos que la salpique frecuentemente con conversaciones con este otro viajero particular.

Cualquier actividad intelectual produce cierta emoción desde el momento en que se convierte en Ja pista de un descubrimiento. En algunos campos de la ciencia, este es el descubrimiento de mundos inesperados e inconcebibles. Es la emoción que siente el astrónomo o el físico nuclear en los límites opuestos de las realidades que el hombre es ca­ paz de concebir. Pero también puede ser la emoción de la bacteriología o de la geología. De manera diferente, puede ser la emoción del lingüista que descubre nuevos dominios de la expresión humana; o del antropólogo que explora las costumbres humanas en lejanos países. En tales descu­ brimientos, cuando se acometen con ardor, se produce una ampliación del conocimiento y algunas vece» una verdade­ ra transformación de la conciencia. El universo resulta mucho más asombroso que alguna vez pudimos soñar. Ge­ neralmente, la emoción que. produce la sociología es de un tipo diferente. Es cierto que en algunas ocasiones el soció­ logo penetra en mundos que anteriormente habían sido del todo desconocidos para él: por ejemplo, en el mun­ do del crimen o en el mundo de alguna grotesca secta religiosa, o en el mundo formado por los intereses de cierto grupo tal como el de los especialistas médicos o los líderes

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militares o los funcionarios publicitarios. Sin embargo» la mayor parte del tiempo el sociólogo se mueve en sectores de experiencia que son conocidos tanto para él como para la mayoría de la gente dentro de su sociedad. Investiga comunidades, instituciones y actividades acerca de las cuales podemos leer todos los días en los periódicos. No obstante, existen otros motivos de emoción por los descubrimientos que realiza en sus investigaciones. No es la emoción de encontrarse con lo totalmente desconocido, sino más bien la que produce descubrir lo conocido transformándose en su significado. La fascinación de la sociología radica en el hecho de que su perspectiva nos hace contemplar desde un nuevo punto de vista el mismo mundo en el que hemos pasado toda nuestra vida. Esto constituye también una transformación de la conciencia. Además, esta transforma* ción es más pertinente para la existencia que la que se lleva a cabo en muchas otras disciplinas, ya que e* más difícil sepárala en cierto compartimento especial de la mente. El astrónomo no vive en las remotas galaxias, y, fuera de su laboratorio, el físico nuclear puede reír y comer, casarse y votar sin pensar en las interioridades del átomo. El geólogo estudia las rocas sólo en los momentos apropiados y el poliglota habla inglés con su esposa. El sociólogo vive en la sociedad, en el trabajo y fuera de él. Inevitable­ mente, su propia vida es una parte de la materia que estu­ dia. Gomo hombres que son, las sodólogos también pro* curan separar sus conocimientos profesionales de sus asun­

tos diarios. Pero esta es una hazaña muy difícil de llevar a cabo en buena ley.

El sociólogo se mueve en el mundo común de los hom­ bres, muy cerca de lo que la mayoría: de ellos llamaría real. Las categorías que emplea en sus 'análisis son única­ mente refinamientos de las clases por las que viven otros

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hombres: el poder, la clase, la condición social, la raza y- ios orígenes étnicos. Como resultado de ello, existe una simplicidad y una evidencia engañosa respecto a algunas investigaciones sociológicas. Leemos acerca de ellas, dor­ mitamos ante la escena familiar, observamos que ya sa* bíamos todo esto desde antes y que la gente tiene cosas mejores que hacer en lugar de perder su tiempo en axio­ mas: hasta que de repente adquirimos un discernimiento que nos hace poner en duda radicalmente todo lo que antes suponíamos acerca de esta escena familiar. Este es el momento crítico en que el que comenzamos a sentir ia emoción de la sociología.

Permítasenos emplear un ejemplo específico. Imagine­ mos una clase de sociología en una escuela superior del Sur en donde casi todos los estudiantes son blancos. Ima­ ginemos una lección sobre el tema del sistema racial del Sur. El catedrático habla en ese momento de cuestiones que sus alumnos conocen desde su infancia. En realidad, puede ser que los alumnos estén más al tanto de las minu­ cias de este sistema que el propio catedrático. Por lo tanto, están totalmente aburridos. Consideran que el profesor únicamente está empleando palabras más presuntuosas para describir lo que ellos ya saben. En este caso puede usar el término “casta”, empleado comúnmente en la actualidad por los sociólogos estadounidenses para describir el sistéma racial de los estados del Sur. Pero al explicar el término se desvía hacia la sociedad tradicional hindú, tratando de aclararlo. Continúa después analizando las creencias má­ gicas inherentes en los tabús de casta, la dinámica social de la comensalía y el sistema conyugal, los intereses eco­ nómicos ocultos dentro del sistema, la manera en que las creencias religiosas se relacionan con los tabús, los efectos del sistema de casta sobre el desarrollo industrial de la

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sociedad y viceversa: en fin, todas las características de la India. Pero de repente, la India no parece estar tan lejos. Entonces, la lección retorna al tema del Sur. Ahora lo conocido ya no parece tan conocido. Se han suscitado preguntas nuevas, formuladas quizá airadamente, pero, de todas maneras, formuladas. Y cuando menos algunos de los estudiantes han empezado a comprender que en este asunto de la raza se encuentran comprometidas funciones acer­ ca de las cuales no habían leído en los periódicos (al menos no en los de sus ciudades natales) y que sus padres no les habían explicado, en parte porque ni los periódicos ni los padres sabían nada de ellas.

Puede decirse que la máxima principal de la sociología es ésta: las cosas no son lo que parecen. Esta afirmación también es engañosamente simple. Pero poco después deja de ser simple. La realidad social pasa a tener muchos estratos de significado. El descubrimiento de cada nuevo estrato cambia la percepción del conjunto.

Los antropólogos usan el término “choque de civili­ zación” para describir la conmoción de una cultura total­ mente nueva sobre un recién llegado. En un caso extremo, tal conmoción la experimentará un explorador occidental a quien se le dice, a mitad de la cena, que se está comiendo a la gentil anciana con la que estuvo charlando el día anterior, conmoción a la que pueden pronosticarse conse­ cuencias psicológicas, si no morales. En la actualidad, la mayoría de los exploradores ya no tropiezan con casos de canibalismo en sus viajes. Sin embargo, los primeros en­ cuentros con la poligamia o con los ritos de la pubertad, o incluso con la manera en que se manejan los- automóviles en algunos países; pueden constituir realmente una con­ moción para un visitante estadounidense. A esta conmo­ ción pueden acompañarla no solamente la desaprobación

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o el disgusto, sino una sensación excitante al comprobar que las cosas pueden ser en realidad tan diferentes de lo que son en nuestro país. Cuando menos hasta cierto punto, esta es la emoción que experimenta cualquier persona la primera vez que viaja al extranjero. La experiencia del descubrimiento sociológico puede describirse como el “cho­ que de civilización” sin un desplazamiento geográfico. En otras palabras, el sociólogo viaja en casa, con resultados sorprendentes. Es poco probable que descubra que se está comiendo en la cena a una agradable anciana. Pero, por ejemplo, el descubrimiento de que la iglesia a la que per­ tenece tiene invertido mucho dinero en la industria de proyectiles dirigidos, o que a unas cuantas cuadras de su casa existen personas que se entregan a orgías dedicadas a algún culto, no puede ser demasiado diferente en cuanto al choque emocional que produce. No obstante, no de­ seamos significar que los descubrimientos sociológicos son siempre, o incluso generalmente, ultrajantes para el senti­ miento moral. En absoluto. Lo que tienen en común con la exploración en tierras distantes es, sin embargo, la súbita iluminación de nuevas e insospechadas facetas de la exis­ tencia humana en sociedad. Esta es la excitación, y como trataremos de demostrar posteriormente, la justificación humanista de la sociología.

La gente a la que le gusta evitar descubrimientos desagradables, que prefiere creer que la sociedad es exacta­ mente lo que le enseñaron en la Escuela Dominical, a la que' le agrada la seguridad de las reglas y m áx im as de lo que ha llamado Alfred Schuetz el “mundo que se da por supuesto”, debe permanecer alejada de la sociología. La gente que no siente, tentación-alguna ante las puertas ce­ rradas, que n o tiene curiosidad respecto a los seres huma­ nos, que se siente contenta de contemplar el paisaje sin

Referencias

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