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Jacques-Alain Miller - La Psicósis Ordinaria

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1 LA PSICOSIS ORDINARIA

LA CONVENCIÓN DE ANTIBES JACQUES ALAIN MILLER Y OTROS Nota a la edición castellana

Primer tiempo: aislar sorpresas; segundo tiempo: casos raros, el inclasificable; tercer tiempo: casos frecuentes. Son tres momentos de una elaboración realizada en el marco de Secciones Clínicas de Francia y Bélgica. La serie que se inició con «El conciliábulo de Angers» y «La conversación de Arcachon» -ambos publicados en esta colección como Los inclasificables de la

clínica psicoanalítica- ahora se completa con «La convención de Antibes» que lleva por título La psicosis ordinaria. Los informes que se presentan en este volumen recogen el producto de un

trabajo colectivo. Las discusiones se realizaron en el dispositivo de la conversación. Esta modalidad permite que el punto de llegada se transforme en un nuevo punto de partida; y la discusión revela nuevos problemas para debatir.

Por ejemplo, es habitual manejamos con la idea de discontinuidad entre psicosis y neurosis. Este marco ofrece una certeza diagnostica. Pero también se puede percibir una continuidad. Jacques-Alain Miller se pregunta: «¿cuál es la verdad de las cosas humanas? Es la curva de Gauss». Esta concepción en el campo de la aproximación, del más y del menos, permite leer en una continuidad lo que se llama, ya no clases, sino modos de goce. Hay un vector que se puede trazar desde el pensamiento aproximativo al matema.

También la referencia al neologismo y el riesgo de reducir a este todo trastorno del lenguaje. ¿A qué llamamos trastorno del lenguaje? ¿Qué alcance tiene su definición? ¿A qué llamamos

significación personal? ¿Cuál es el uso que hacemos de estas nociones?

Quizá este volumen permita dar un paso más respecto de los casos más conocidos para

sumergirnos de lleno en nuestra práctica corriente. Así, la lengua por su propio movimiento ofrece el recurso para volver a pensar sobre algunos conceptos que damos por sabidos. Abrir el camino a nuevos interrogantes autoriza la ampliación del horizonte que trazamos convencionalmente sobre nuestra práctica.

Silvia Geller Prefacio Pág. 11

Dos libros en uno: la primera parte consta de nueve informes elaborados de manera colectiva por las secciones clínicas del Campo Freudiano; la segunda parte es una larga conversación sobre esos textos que se prolongó durante tres medias jornadas, los días 19 y 20 de septiembre de 1998.

Los textos se dividen en tres capítulos: «El neodesencadenamiento» (se trata de las formas de «desenganche», que se diferencian del desencadenamiento clásico); «La neoconversión» (los fenómenos del cuerpo no interpretables de manera clásica); «La neotransferencia» (la maniobra de la transferencia en las neopsicosis). En el intercambio de opiniones todo se simplificó para dar lugar a un único título: La psicosis ordinaria.

Con este volumen llamado La convención de Antibes (que tuvo lugar en Cannes) se cierra un ternario que se inició con «El conciliábulo de Angers» (1996) y siguió con «La conversación de

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Arcachon» (1 997), publicados en la misma colección1. Son tres momentos de una misma

investigación sobre la psicosis. Si bien es muy pronto para hacer un balance, ya puede decirse que el estilo gustó y se transmitió, que el esfuerzo continúa y se diversifica: los institutos brasileños del Campo Freudiano mantuvieron el año pasado su primera conversación en Campos do Jordao, en el Estado de San Pablo; la sección de Burdeos se reunió para conversar en enero de este año; las secciones de habla francesa se juntaron en París a principios de julio para tratar la estilística de las psicosis. Se lanzó un movimiento. 27 de julio de 1999 I LOS TEXTOS EL NEODESENCADENAMIENTO Enganches, desenganches, reenganches (PÁG. 17)

Sección Clínica de Aix-Marseille y Antena Clínica de Niza2 1. INTRODUCCIÓN

La comunidad analítica es convocada hoy a un aggiornamento de su elaboración teórica de la clínica. Jacques-Alain Miller3 emprendió esta tarea en varias oportunidades dando especialmente lugar en el estudio de la psicosis a los elementos que Lacan forjó después de El seminario 3, y que deben servirnos de apoyo en ese registro de nuestra práctica.

La participación que puede tener en este aggiornamento el encuentro de las secciones clínicas se basa en la dialéctica entre la experiencia clínica y los marcos conceptuales.

En cuanto a nosotros, con el término «neodesencadenamiento» nos propusimos estudiar la necesaria actualización del concepto de desencadenamiento, tal como está enunciado en su forma canónica por Lacan en «De una cuestión preliminar...».

Esta actualización se apoya en la experiencia analítica acumulada desde entonces, tal como la esclareció la enseñanza de Lacan. Esa experiencia nos lleva a incorporar a nuestras herramientas conceptuales los desarrollos ulteriores de Lacan referidos a la psicosis, que consisten esencialmente en considerar la «polaridad»4 entre «sujeto del goce» y «sujeto del significante». Así se vio

definida la orientación creciente de la clínica por la cuestión de lo real y el aparejamiento del goce. Lacan insistió particularmente en ese cambio de enfoque en su «Discurso de clausura de las

jornadas sobre psicosis infantil»5.

Esta vía da paso a la clínica borromea, contemporánea de los seminarios «RSI» y «Le

sinthome», más allá de la clínica estructural, que distingue neurosis y psicosis en función de la presencia o ausencia de ese operador que es el Nombre del Padre.

Nos parece más fácil, gracias a estas herramientas, dar cuenta de numerosos casos clínicos, y de sus posibilidades de tratamiento, preguntándonos qué mantiene juntos los tres registros R, S e I d e la estructura, o qué podría mantenerlos juntos, que orientándonos solamente por la forclusión.

1 Ambos textos se reunieron y publicaron en castellano con el título Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires,

ICBA-Paidós, 1999.

2 Expositores: Hervé Castanet y Philippe De Georges.

3 J.-A. Miller, «Suplemento topológico a "De una cuestión preliminar..."», en Matemas 1, Buenos Aires, Manantial, 1987, pp. 135-154. 4

J. Lacan, «Presentación de la traducción francesa de las Memorias del Presidente Schreber», en Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1988, p. 30.

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De un modo empírico, lo que orienta la clínica puede consistir en localizar eso que en

determinado momento para un sujeto se «desengancha» en relación con el Otro. Esta localización aclara, retroactivamente, el elemento que hacía de «enganche» para ese sujeto, y permite dirigir la cura en el sentido de un eventual «reenganche». Esta noción estrictamente empírica puede entonces revelarse operativo para la dirección de la cura.

La clínica a la que nos referimos da un lugar a casos que podemos calificar -con el modelo de la nosología médica- de «formas clínicas», en el sentido de variantes, incluso a veces de modos atípicos, en relación con la «forma tipo» del desencadenamiento que Lacan determinó en «De una cuestión preliminar...». Notamos que desde esa época Lacan hacía de su forma paradigmático un modelo susceptible de ser declinado según diversas variables. La literatura abunda en entidades como «manía», «melancolía», «erotomanía», «autismo infantil», etc., en las que, por ejemplo, la eclosión de los fenómenos elementales no sigue el encuentro de Un-padre u obedece a una

temporalidad diferente. Los nuevos síntomas, la evolución de la patología a merced de los cambios del Otro, son otras tantas oportunidades para observar formas clínicas más o menos inéditas.

Creemos que entre estas «formas clínicas» se puede proponer una clasificación según las

variaciones respecto del paradigma conciernan a la temporalidad (diacronía) o a la estructura del desencadenamiento mismo, su «Coyuntura», Como decía Lacan (sincronía).

A. Formas clínicas según la diacronía (PÁG. 19)

En Arcachon, Éric Laurent recordaba una fórmula de François Leguil que hacía del

desencadenamiento un «momento de concluir»6. Aun cuando el desencadenamiento no sea más que

el tiempo cero de un proceso evolutivo en el transcurso del cual se plantea la cuestión -crucial para nosotros- de los acomodamientos y suplencias posibles (el tiempo de la certeza futura), es

efectivamente el término en el que concluye una historia que no siempre puede describirse como «un cielo sereno» donde irrumpiría el rayo. A posteriori, después de revelada la psicosis, es posible localizar en un buen número de casos premisas, signos precursores y trastornos de evolución

progresiva, tanto continua como discontinuo. Entre estos últimos Lacan había descripto los «fenómenos de «franja» y los estados que no dudaba en calificar de «prepsicóticos».

Algunos de nuestros colegas (Pauline Bernard7, por ejemplo) describieron recientemente la aparición o la revelación de fenómenos elementales y de psicosis probadas en personas que habían sido privadas por tratamiento de sustitución después de años o decenios de práctica toxicómana. Estos sujetos testimoniaron entonces que esta práctica encubría dificultades pertenecientes al campo de la psicosis, sin desencadenamiento típico. En términos de sintomatología, estos sujetos habían permanecido «asintomáticos» todo el período de su toxicomanía. Además de los efectos ansiolíticos y neurolépticos de la sustancia, ya es clásico describir el tapón que puede colocar la droga en la división subjetiva, y la solución identificatoria que autoriza con la imposición del significante «toxicómano» en el campo social. Acto seguido, confrontados nuevamente con sus interrogaciones y su división subjetiva, estos sujetos pueden, por ejemplo, valerse de trastornos alucinatorios que se remontan a la infancia, con una vivencia de despersonalización y

descorporización, experimentada en momentos de desamparo y de gran soledad. Los fenómenos que marcaron a estos sujetos por su intensidad emocional, la pérdida de referencias corporales e identificatorias, su extrañeza y la imposibilidad tanto de participárselo a alguien como de

desprender de ellos una significación, son muchas veces reinterpretados a posteriori en términos de experiencia parapsicológica, «viaje cósmico» o vivencia mística inefable. La convicción de estos

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E Leguil, «Le déclenchement d'une psychose», en Ornicar? Nº 41, París, Navarin, verano de 1987.

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sujetos sobre su experiencia cenestésica de abolición de los límites de la realidad sensible solo es comparable con el carácter enigmático y angustiante de ese goce.

Acto seguido refieren un empobrecimiento de sus relaciones y de los lazos efectivos y sociales, y una creciente marginalización escondida por tiempos de rupturas progresivas repetitivas y de

creciente intensidad del lazo social.

Este recorrido nos recuerda lo que Éric Laurent definía en Arcachon como «progresivo

desenganche del Otro». Más adelante presentamos viñetas clínicas que, a nuestro entender, reflejan este ejemplo.

B. Formas clínicas según la sincronía Pág. 20

En algunos casos resulta atípica la estructura del momento de concluir. Los efectos de

desencadenamiento parecen ciertos y habituales, con la regresión especular, la invasión de un goce deslocalizado y los cambios ulteriores por el delirio y la búsqueda de una solución personal.

Lo que domina el cuadro del momento mismo de desencadenamiento es el encuentro fortuito de un goce -goce del Otro y/ u Otro goce- y la imposibilidad con la que el sujeto se encuentra

confrontado para simbolizarlo y encontrarle un modo de subjetivación.

Ante la irrupción de este goce, el tejido simbólico parece roto -recuerda el «texto roto en el que él mismo se convierte», del que habla Lacan a propósito de Schreber. El sujeto parece experimentar el agujero como tal, y se manifiesta la desaparición radical de todo aparejamiento significante del goce. Freud mostraba este rasgo en la melancolía distinguiendo el modo de identificación con el objeto perdido -nosotros hablaríamos de su «realización»- del que se observa en la histeria, donde la identificación con el objeto está atenuada porque el sujeto dispone, como forma de mediación, de lo que él llama una «relación de objeto», es decir, de una posibilidad de aparejamiento

fantasmático.

Si nos remitimos a «De una cuestión preliminar ... »8 y al esquema I de Lacan, Φ0 resulta

evidente en estos casos. Toda significación fálica parece abolida. Pero no parece legítimo suponer P0, fundamentalmente en la ausencia de encuentro con Un-padre y de triangulación de la situación, y sí, en cambio, en presencia de una aparente eficiencia, por otra parte, de la figura paterna. A lo sumo podría deducirse P0 a partir de la suposición teórica, que es la condición lógica y necesaria de la ausencia de significación fálica.

Grivois9 describía la psicosis como articulado en torno a un «punto central» que consiste en una «experiencia vivida por el sujeto fuera de toda posibilidad de comunicarlas. Los casos de los que hablamos aquí, donde no predominan los trastornos de la relación con lo simbólico, se centran, pues, en una experiencia que debe entenderse como confrontación con un goce del Otro que el sujeto considera totalmente enigmático, que solo le asigna el lugar de objeto y lo pone en extremo peligro. De manera retroactiva, el sujeto podrá decir que, más que la vida propiamente dicha, lo que se veía amenazada era su vida psíquica, su «propia existencias -como dice uno de nuestros

analizantes. En ese punto nuestros sujetos son bastante «schreberianos».

Conocemos por lo menos tres casos en los que el neodesencadenamiento consiste en la vivencia apocalíptico de una joven en una primera relación sexual en un contexto a priori no traumático. El trauma solo se constituye en estos casos si damos un sentido amplio al término; a saber, el

encuentro de un real sin acomodamiento simbólico posible. Los efectos pudieron tener un aspecto melancólico, incluso catatónico. Enseguida aparece la insuficiencia del lazo del sujeto con su ser vivo. La imposibilidad de producir una significación fálica para dar cuenta de la situación vivida

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J. Lacan, «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1987, p. 553.

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confronta al sujeto con un desamparo; ya no puede hacer nada con ningún tema, como dice Lacan de los aullidos de Schreber. P0 es aquí una simple hipótesis que solo se basa en la sensación de ausencia de todo fundamento de su ser con la que el sujeto se enfrenta, y de ausencia de cualquier llave que permita una simbolización y un aparejamiento de este goce enigmático y sin límite.

Nuestra hipótesis es que este desencadenamiento puede leerse en una clínica borromea como un desanudamiento de la estructura ocasionado por la insuficiencia de la relación imaginaria con el cuerpo, que desnuda la imposibilidad de limitar el goce y también su carácter totalmente

xenopático.

II. VIÑETAS CLÍNICAS

A. Desenganches sucesivos: dos ejemplos (PÁG. 22) 1. Primer caso

La perspectiva de tener que interrumpir el curso de su análisis indujo a este hombre a consultar con otro analista para evaluar lo bien fundado de su intención. Sin embargo, le resultaba muy difícil enunciar los motivos de su desconfianza respecto del analista. Creía haber percibido en él gestos de hostilidad que explicarían desencadenamientos de angustias catastróficas inmediatamente

después de algunos levantamientos de sesiones. No obstante, lo detenía en su cometido la

experiencia de haber interrumpido otras curas, o tentativas, de un modo similar. Por eso, a pesar de no poder subjetivar la repetición, no deseaba que se reprodujera.

Considerar una clínica en cuya mira está el «desenganche» del Otro en diversos puntos de la estructura permite entender la posiciónde este sujeto que, cuando se acerca a una ruptura reiterada del lazo con el analista, intenta reengancharlo por un rodeo que mantiene el significante del

análisis. En suma, con un mismo movimiento de denuncia y de identificación intenta dar un nombre a las innombrables irrupciones de goce.

Podríamos decir que este sujeto obtuvo algún saber en sus diversas empresas analíticas, pero ese saber nunca le permitió situar el goce devastador con el que tiene que vérselas de manera periódica. La solución cada vez más presente en sus invasiones catastróficas consiste en producir en la

realidad conductas que dejan planear la inminencia de un acto de carácter médico-legal que haría irreversible el rechazo de su posición en el lazo social.

En su análisis él daba crédito a las construcciones que articulaban los puntos importantes de su infancia, particularmente los que señalaban el carácter «sin recurso» del surgimiento de lo real a partir de ciertos acontecimientos. Sin llegar al reconocimiento, puede decirse que validaba, que adoptaba la idea de una problemática organizada en tres tiempos: el duelo imposible de su madre respecto de su exilio de una tierra marcada por la soledad de los marinos, la inexistencia en toda ocasión de la palabra del padre, y los intentos precoces de encontrar una solución sexual a la perplejidad provocada por los malentendidos. Recuerda incansablemente tres anécdotas como las marcas de su destino: en su infancia, la negativa absoluta de su madre a dejarlo solo para hacer sus necesidades, ligada a la magnitud de goce de su mirada cuando estas se efectuaban; en su

adolescencia, la extraña petrificación del padre cuando lo llamó para que lo protegiera de una seducción homosexual; y para terminar, en el momento de convertirse él mismo en padre, la irrupción mortificante de una compulsión pedofílica.

Estos rasgos clínicos, distintos en el tiempo, sugieren un desenganche escalonado en la historia del sujeto y están referidos a situaciones diferentes. El intento de resistir a la captación de la mirada materna cedió ulteriormente ante el desmoronamiento de la llamada al padre.

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Más que relatar en detalle el caso de esta joven de veinticinco años, vamos a aislar algunos momentos de su cura y a analizarlos.

a) Los desenganches sucesivos

El término «neodesencadenamiento» no designa solamente el desencadenamiento psicótico, nos permite además interrogar cómo el sujeto se desengancha del lazo social. Se desengancha del lazo social si nos ubicamos en posiciónde otro, de álter ego, para engancharse, podríamos decir extremando esta metáfora de enganche-desenganche, con su goce.

Este es un ejemplo paradigmático. Enfrentado con su anorexia, este sujeto desarrolla un síntoma de cleptomanía que interroga en la cura. Lo presenta en sus distintas vertientes:

- Se trata de robar ya sea cosas que no sirven para nada, ya «sustitutos de comida» a fin de armar reservas. Estas reservas no deben disminuir, «por miedo a que falte». En la vertiente significante, asistimos a ese deslizamiento entre comer nada y robar sustitutos de comida.

- El acto se declina en términos de «provocación». «A veces, cuando robo y paso por la caja con una cartera un poco transparente, las personas, atrás, pueden ver algo. Si me denunciaran, eso no me impediría empezar de nuevo. Es un desafío: me agarrarán una vez, pero no todas.» Es una manera de provocar al Otro y de interrogar la ley.

- En la vertiente pulsional, lo que empuja al acto no solo se sostiene en la afirmación «es más fuerte que yo», sino también en un «es una bulimia-cleptomanía», un «nunca es suficiente. Cuando vuelvo a mi casa, me doy cuenta: ¡¿robé solo esto?!»; mientras que en el proceso anoréxico lo que está cuidadosamente pesado y vuelto a pesar, como previsión de comida, es siempre reducido y considerado como demasiado.

Uno de más que marca la falta de la simbolización. Con respecto a la oralidad, a la pulsión oral, la demanda al Otro no está simbolizada. Algo se desenganchó, si se lleva esta secuencia a la

estructura misma.

b) «La voltereta»

¿Qué ocurre cuando esto responde en el Otro del lado de la ley?

+«Por más que mis padres digan que si me agarran perderé mi libertad, hoy no la tengo.» La mención de la ley y de los riesgos corridos no logra apaciguar «la deriva». «En la cárcel estaré mejor que en un hospital psiquiátrico, donde me obligarían a prescindir de mis síntomas. Mientras que en la cárcel no podrían obligarme a comer.»

+ En una primera llamada de atención, en la que el personal de vigilancia amenaza-. «¡La próxima vez mandaremos los perros!», la paciente responde lo que se le pasa por la cabeza. «Solo tendrán un hueso para roer».

+ Finalmente, en una segunda oportunidad, cuando es llevada a la comisaría e interrogada, ella dirá: «Nunca les tuve miedo a los policías, me sentía fuera de peligro, no me afectaba; lo que me molestaba era llegar tarde a casa para comer».

En estos tres recuerdos asistimos a un cambio de posicióndel sujeto, quien, según los términos empleados precedentemente, se desengancha del lazo social para engancharse en lo que cifra en secreto el goce. Con un movimiento de balanceo, con esas volteretas, se sustrae a la ley.

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La anorexia se constituye verdaderamente como un partenaire- síntoma, hasta tal punto que el sujeto se interroga: «A veces me pregunto qué me quedaría si me saco de encima este síntoma». Sacar lo que encierra esa nada, en esta búsqueda en la que se afana por comer nada, es verse confrontada con lo real. La anorexia bordea ese agujero de lo real. Es un borde en relación con lo que se inscribe como pulsión de muerte. Obtendremos la medida de lo que está en juego por una «confesión» que enuncia de este modo: «¡Me fascina la violencia!». Se trata de una fas cinación por la violencia que se dirige a inocentes, víctimas, al azar. Esas víctimas que están allí le recuerdan, a la vez, su propia posición de víctima cuando se hace detener en el momento de sus pasajes al acto cleptomaníacos. Mirar escenas de violencia le sirve para «exorcizar (su) propia violencia»: «Me fascinan los dramas en directo por televisión; me hubiera gustado ver el derrumbe del estadio de Heizel, o incluso los terremotos, donde se muestran cantidades de imágenes de muertos y de heridos. Me parece que nunca hay suficientes muertos».

Da testimonio de aquello que la carcome interiormente: la pulsión de muerte. La invade ese «nunca suficiente» de la pulsión de muerte, lo cual da la medida de lo que es para ella esta anorexia. Asistimos a un desenganche del lazo social y a un enganche en la pulsión.

Así como en la cura del neurótico síntoma y fantasma mantienen una relación de proximidad -el síntoma solo cobra sentido si es referido a la clínica del fantasma-, en la psicosis existe una relación entre síntoma y delirio. Y, precisamente, el goce constituye la articulación entre estos términos diferentes.

B. Formas atípicas de la coyuntura de desencadenamiento Pág. 26

Cuatro casos clínicos nos permitirán interrogar la existencia de desencadenamientos cuyo momento fecundo no parece depender del encuentro con Un-padre.

1. Una enfermedad de la mentalidad

Los meandros de la queja de un sujeto, las dificultades encontradas en la localización estructural, la conducción de la cura y el manejo de la transferencia, hacen que su analista lo recuerde en

términos de «enfermedad de la mentalidad» -Jacques-Alain Miller menciona esta expresión de Lacan en sus reflexiones sobre la presentación clínica10.

Esta joven había llegado al análisis después de diecisiete años de cuidados psiquiátricos que ponían en juego todo el arsenal antidepresivo, diecisiete años escandidos por largas internaciones. Cada una de ellas correspondía a un paroxismo de lo que marcaba la tonalidad general de su existencia: la sensación de estar ausente de ella misma, de «deshabitar su vida». Trataba

valientemente de representar los papeles «normales», de responder a lo que se esperaba de ella, de hacer lo conveniente, pero fracasaba cada vez que llegaba a la conclusión de que esos papeles eran perfectas imitaciones, que solo vestía como atuendos ajenos, puros semblantes. La identificación común la abandonaba entonces por impropia: «que intente ser esposa, hermana, amante, madre», como diría Apollinaire.

El análisis le parecía su última oportunidad porque el regreso inexorable de esos estados

depresivos se le presentaba como la elección de un refugio respecto del carácter insostenible de su relación con el mundo y, a la vez, como un descenso al reino de la muerte. Habla, por ejemplo, de su primera internación -a los diecisiete años- como de un retorno a la matriz y percibe, al mismo

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J.-A- Miller, «Enseñanzas de la presentación de enfermos», en Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, ICBA-Paidós, 1999.

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tiempo, la naturaleza mortífera de ese retorno: «Cuando mi madre venía a verme, yo veía avanzar mi muerte hacia mí». Muchas veces circunscribe así la superposición de las figuras de lo mismo, la madre y la muerte.

Su recorrido la condujo a una profunda desocialización enmascarada por su dependencia con respecto al medio familiar: vive en un departamento que pertenece a sus padres, en el mismo piso que ellos. Resarcidos por el subsidio de adulto discapacitado que le consigue su psiquiatra, ellos garantizan su supervivencia. Cuidan a su hijo, a quien ella solo ve unos minutos por día. Aunque se quejó mucho de este desposeimiento, en el que los padres efectivamente tienen una parte muy activa, llegará a decir que fue ajena al nacimiento de su hijo, como si hubiera sido su propia madre quien lo trajo al mundo.

Entre una crisis y otra, su vida está marcada por el ritmo de sus intentos de enfrentar la situación que originó su primera descompensación: la relación con los hombres. Si bien percibe cada vez que el engranaje la conducirá a los mismos efectos, se dirige a ese lugar como la mariposa al fuego. No deja de confrontarse con la no relación sexual y su imposibilidad de inventar una solución que pueda suplirla. Tropieza una y otra vez con la ausencia de un fantasma capaz de enmarcar su relación con lo real y taponar sus efectos.

En la cura intenta construir algo que funcione como fantasma, de un modo que no deja de ser estrictamente imaginario. En los libretos que presenta trata de recuperar un relativo poder sobre el otro, cierta presencia suya, y de asumir una «masculinidad» o lo que llama una «femineidad» transfiguradas. Esos libretos solo se sostienen a costa del borramiento efectivo de todo partenaire,

de todo hombre, salvo solapado a título de espera. Se trata de intentos de restaurar la imagen del

cuerpo propio, de erigir una figura narcisizada envuelta por un aura fálica de recuerdos donde se ve de niña, radiante en la luz del desierto. Para eso juega con los semblantes de la mascarada y de la «naturaleza».

Se describe así: «fuera de la civilización, donde se borran las marcas de lo masculino y lo

femenino, pero donde repentinamente puede manifestarse la verdadera femineidad: seria mujer, sin maquillaje, sin zapatos, sin hombre, lejana, sola, única en mi especie, feliz de serlo, mujer de

cuerpo con cuerpo de mujer, sin necesitar "más" para expresarlo».

A pesar de la contundencia de los episodios melancoliformes, su compromiso en el análisis me llevó a pensar en una neurosis grave. Su discurso a lo largo de las sesiones reviste todas las

apariencias del discurso de un sujeto histérico capturado por el enigma de lo que es una mujer para un hombre. Dice con mucho humor: «¡Los hombres son hermosos como amos! No son realmente amos, ¡pero es tan lindo verlos creérselo!»; o también: «¡De todos modos, no me voy a acostar con un tipo que no me caliente!».

Las circunstancias de la descompensación inicial, clásicas incluso en la clínica psiquiátrica, no hacen aparecer un desencadenamiento típico, en el sentido del encuentro con Un-padre. Sin embargo, la «coyuntura dramáticas la muestra de repente ajena a su vida, desubjetivada. El

momento de oscilación ocurre en su primera relación sexual, con un muchacho del que creía estar enamorada, puesto que era lo que los otros le mostraban. Lógicamente había que pasar por eso, con ese partenaire ideal, verdadero doble de su propio hermano. El momento de la penetración se corresponde con un balanceo en la nada. En varias oportunidades retomó el análisis de ese momento crucial y de sus repeticiones. Adopta un estilo clínico, ya horrorizado, ya irónico, para describir como observadora las maniobras que hacen los hombres con su cuerpo, su relación tan extrañamente interesada por los pedazos de su anatomía, que parecen separados unos de otros. Siente a la vez una desfalicización radical y un rebajamiento insostenible. De repente está fuera de un cuerpo al que se le levanta una estatua. Lo que convierte sin duda a esta escena en un

desencadenamiento es su carácter de cataclismo inicial que produce una regresión especular masiva. Pág. 28

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Una fórmula aparecida en una sesión de control determina finalmente bastante bien la figura paterna: «El padre es insignificante». Esta in-significancia sería la forma mínima que asume aquí P0, si quisiéramos aplicar a toda costa la lógica del esquema I, P0, que solo podría deducirse como lo que está al principio de lo que se deja ver. Lo que se ve es la elisión del falo, la ausencia de significación fálica, tal como se revela súbitamente en cada penetración. Esta elisión es, según Lacan, la responsable de la regresión «a la hiancia mortífera del estadio del espejo»11. Puede verse aquí en la petrificación de Marie-Pierre un puro efecto de Φ012. Ella misma subraya tanto el «como una piedra» [comme une pierre] que anuncia su nombre, como también las identificaciones con la Virgen santa y madre, que la sustentaba hasta el desgraciado encuentro con el órgano masculino.

Lo que otorga a este trabajo analítico una tonalidad de peligro incesante es que ella avanza en su «¿qué soy ahí?» (pregunta que, según Lacan, el sujeto se formula en relación con «su sexo y su contingencia en el ser»)13, siempre al borde del abismo, sin que sus dichos se fijen nunca en un referente fuera del significante, un objeto que le haga de lastre. Habla de su «ser desertados, de su «pura ausencia» y termina por definirse así: «soy una media dada vuelta».

En este sentido, nos recuerda ese caso de la presentación clínica por el que Lacan hablaba de «la excelencia de la enfermedad mental». Se trataba de una persona que se decía «interina de sí

misma» y afirmaba que le gustaría «vivir como un vestido». Lacan señaló entonces: «No hay nadie para habitar el vestido»; y Jacques-Alain Miller subrayó ese «ser puro semblante», sin «significante amo y, a la vez, nada que venga a darle el lastre de ninguna sustancia»14.

Lo poco de esta identificación -una media dada vuelta- ilustra a contrario que el falo constituye el término «en que el sujeto se identifica con su ser vivo». La enfermedad de la mentalidad, si retenemos aquí la indicación, y la elisión del falo hacen de la enfermedad de Marie-Pierre un atentado a «la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el Sujeto»15.

2. Encuentro con un goce enigmático (PÁG. 30)

Esta joven fue vista hace varios años durante una internación causada por un acceso delirante. Como el control se interrumpió prematuramente, este caso no podrá ser objeto de una elaboración detallada. Sin embargo, nos interesa por las circunstancias particulares del desencadenamiento psicótico. No existían antecedentes psiquiátricos.

Durante las entrevistas de la internación y las inmediatamente posteriores no había sido posible determinar las circunstancias exactas de la aparición del delirio. Se trataba de un delirio de

influencia: ella se decía físicamente manipulada por sus vecinos de la ciudad universitaria. El episodio psicótico se inicia a continuación de una primera relación sexual, que ella describe como la invasión de una sensación extraña en su cuerpo. Así descripto, el orgasmo no es

reconocido como tal. Parece que ese modo de desencadenamiento no responde a la configuración clásica del encuentro con Un-padre, tal como es referida en «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis». Más bien parece tratarse del encuentro con un goce enigmático por falta de significación fálica; es decir que aquí se trata más del encuentro con Φ0 que con P0. Ciertamente, es posible referir Φ0 a P0; sin duda la forclusión del Nombre del Padre es la

condición de la ausencia de significación fálica. Sin embargo, el encuentro del goce es aquí el modo de desencadenamiento.

La pregunta que plantea este caso es cómo responde el sujeto a este encuentro.

11 Ob. cit., n. 6, p. 552.

12 A. Lysy-Stevens, «Articulations cliniques de Φ0», Feuillets du Courtil Nº 1 1989. 13 Ob. cit., n. 6 p. 531. 14 Ob. cit., n. 8: P. 165. 15 Ob. cit., n. 6, p. 540.

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En efecto, podríamos evocar el Otro goce tal como lo encontraría una mujer sin poder decir nada al respecto. Aquí se trata más bien de la experiencia de un real que deja al sujeto desprovisto en cuanto a sus posibilidades de respuesta simbólica. El desencadenamiento estaría referido -es una hipótesis- a este encuentro que desenmascara los efectos de la forclusión del Nombre del Padre, o sea, la ausencia de significación fálica. El sujeto produce como respuesta una nueva realidad delirante: una manipulación corporal persecutoria.

La modalidad de desencadenamiento no es nueva en el sentido de la clínica psiquiátrica, que ya se valía de este modo de desencadenamiento del delirio, lo nuevo es su lectura que acentúa el encuentro con un goce. Este acercamiento tiene la ventaja de acentuar el modo generalizado del tratamiento del goce por el hablanteser. El modo de responder da cuenta aquí de la estructura: el sujeto dispone o no del Nombre del Padre como significante para articular su respuesta.

3. El siguiente caso también es discutible (PÁG. 31.)

Se trata de una mujer joven enviada por un psiquiatra, que había tenido un episodio delirante que se volvió quiescente después de la administración de neurolépticos. Esta joven demandaba poder atravesar la barrera de una inhibición en las relaciones sociales que reapareció debido al episodio delirante. Debe señalarse que esta cura estará marcada desde el principio por la extremada defensa de la paciente, quien manifestaba poca curiosidad por las producciones de la cura. No se encontraba en relación con un sujeto supuesto saber. Su certeza tenía como corolario una gran indiferencia a las producciones de la cura. Planteaba, de entrada, que no quería recordar las ideas ridículas que la habían asaltado durante el episodio delirante, considerado como un paréntesis en su vida.

Durante el año y medio de seguimiento, se hablará poco de un primer desencadenamiento que presenta, sin embargo, características interesantes. Se enamoró de un joven con quien se habían establecido relaciones banales y, al mismo tiempo, pasionales. La pasión en este caso está definida por ella de la siguiente manera. Esta mujer proviene de un medio modesto pero muy conformista; ella no había cuestionado hasta ese momento, ni tampoco después, los valores familiares. Había tenido anteriormente dos relaciones oficiales, que terminaron de manera anodina, y por las que no había sido marcada. Esta tercera relación presentaba, según sus palabras, un carácter extraño, que residía, a su entender, en que ese muchacho no le correspondía. Era un marginal que había

conocido una noche, y al que designaba así: «No era un muchacho como es debido».

La paciente no produce nada en cuanto a las razones del lazo que la unía a este hombre a quien

creyó un dealer16. Lo cierto es que la relación transcurre en la clandestinidad, y con un malestar

que irá en aumento para la paciente. Al mismo tiempo, se desarrolla un sentimiento de recelo hacia él. Ella no sabe qué quiere este hombre para ella. La respuesta -elaborada de un modo delirante- al enigma de su deseo es que él está metido en la mafia y que no le desea el bien. No dice nada

preciso sobre este punto. Nada en sus actos podía testimoniar ninguna hostilidad. Muy por el contrario, su insistencia en continuar la relación e intentar verla a la salida de su trabajo, después que ella decidiera una ruptura, le había agudizado la idea de un complot en su contra. Percibía el carácter delirante de esta construcción que calificaba de ridícula, y por la que tenía una profunda vergüenza. Nada podía librarla del carácter de evidencia que adquiría para ella. En el mismo período aparecen alucinaciones verbales en las que oye comentarios de una voz femenina que la condena a un destino funesto. La elaboración delirante da lugar aquí a una figura femenina -que es la reina de un mundo paralelo al nuestro- y la condena al dominio de ese hombre convertido en el instrumento de una persecución organizada.

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Las dos elaboraciones delirantes contradictorias, la mafia y la reina del mundo paralelo,

coexisten. Por eso, aunque este hombre desaparezca completamente de su vista, queda la inquietud inconfesable de que resurja de ese pasado que ella se propone borrar tanto como se pueda. El delirio está marcado aquí por el mismo sello que el fantasma del neurótico. Lejos de querer desarrollar esta construcción, no sin dificultad aceptará revelar, llegado el caso, los pocos elementos delirantes precedentes. Incluso hubo que insistir discretamente. La cura se convertirá entonces en el lugar de restauración que ella esperaba (una posibilidad de relación social), ya que era el elemento pacificador de una relación delirante con el mundo.

Después de algunos meses en que había podido retomar el trabajo, se producirá un nuevo

desencadenamiento. Esta vez tendrá lugar durante la cura y estará ligado a una observación fortuita. A la salida del trabajo, en un autobús que la lleva a su casa, se encuentra con una ex compañera que le pregunta por sus cosas. Y ella puede mostrarse satisfecha por el restablecimiento esperado; todo anda bien: dejó la casa familiar para vivir en un departamentito que arregló a su gusto, y su trabajo marcha bien, hasta tal punto que acaba de obtener un reconocimiento profesional y un aumento de salario. Lo que no funciona es la cuestión que vuelve a presentarse ahora, por esta amiga

demasiado amable. «Y bien, ¿cuándo vas a enamorarte?». La pregunta plantea un problema. Puede contestar que el establecimiento de una pareja es la etapa normativa esperada de su recuperación. Sin embargo, esta frase se presenta de entrada como heterogéneo al propósito apaciguador

mantenido hasta ese momento. Algo no anda bien.

Aparece un segundo episodio delirante, con un tono persecutorio, en los lugares de trabajo donde, esta vez, es la inspectora de su departamento quien se muestra, en su opinión,

malintencionada. La queja no presenta ninguna modalidad francamente delirante, pero esa relación hasta el momento llevadera se vuelve intolerable. También se torna desafiante la relación con el analista, en la que si bien tampoco hay ningún discurso delirante, se observa una hostilidad muy evidente. La cura se interrumpe brutalmente. Reivindica una libertad para conducir su vida que permite percibir todo el contexto de sugestión potencial que encubre la situación analítica. La

certeza, presente a lo largo de todo este trabajo, se manifiesta nuevamente en esta decisión

terminante.

En este caso, el enigma del deseo del Otro parece confrontar al sujeto con una dimensión a la que no puede responder. En un primer momento, el enigma del deseo de un hombre suscita el delirio de una malevolencia organizada desde el mundo-Otro, donde reina una figura femenina todopoderosa. En el segundo tiempo de la repetición delirante, la pregunta de la amiga despierta el tema aplazado, despierta sobre el carácter real, por imposible de decir, del deseo del Otro. En

ambos casos, el encuentro con un real es el modo de desencadenamiento de una respuesta psicótica.

4. «Ante todo que nada cambie» (PÁG. 33)

Esto es lo que surgió en el transcurso de una cura que parecía empezar sin sorpresas y en la que rápidamente se planteó la pregunta sobre la cuestión de la estructura. No presentaba problemas lo dicho, sino lo que no se decía, y la manera en que se desarrollaba la cura.

La historia de la señora P. puede resumiese en un momento de sesión en que cuenta el primer encuentro con un terapeuta: «Fue cuando vi la película Les mots pour le dire [Las palabras para decirlo]; me reconocí y eso desencadenó todo». Puede puntualizarse allí una primera identificación, que será el modelo sobre el cual construirá todo su trabajo ulterior. Inicia entonces con un(a)

psiquiatra entrevistas que seguirán durante varios años. Después ella pensó que ya había alcanzado los límites de lo que podía avanzar con esta terapeuta y pidió ir un poco más lejos con otra mujer. Su terapeuta la deriva para un análisis. En ese momento no se plantea la cuestión de la estructura, es enviada como una histérica y el analista se introduce de entrada en lo anunciado.

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Desde hace cuatro años concurre regularmente a sus sesiones, que se desarrollan siempre de la misma manera. Empieza con: «Todo bien» o «No ando nada bien», a lo que sigue una explicación de ese estado en función de los acontecimientos de los días transcurridos desde la última sesión, y luego un largo silencio que solo cede con una intervención; vuelta al silencio; sonido; interrupción, etc.

La variabilidad de su estado siempre responde a sus dificultades con los otros, en primer lugar, con su madre. «Hace de todo para alienarme, yo no puedo controlarlo y exploto.» Su vid a está marcada por enojos o peleas con su madre o con su entorno: «Estoy mal porque me encuentro en un posenojo con mi madre -el problema es la pospelea. Repito lo mismo con todo el mundo. Los tomo, los dejo, los tomo, los dejo». Su posición en el trabajo está calcada de este modelo; se siente a la vez manipulada y manipuladora respecto de sus jefes y sus colegas. Plantea de este modo lo referente a su entorno: sus vecinos hacen ruido. ¿Es por ella, o es ella que no soporta? La pregunta está planteada. Termina mudándose, abandonando el lugar donde vive, porque allí no se es

«anónimo». Veremos más adelante lo que representa este término para ella.

Va a vivir a un departamento, pero al poco tiempo la vecina reemplaza a sus anteriores vecinos. Es ruidosa. «No soporto el ruido. ¿Lo hace a propósito? No entiendo por qué oigo todo; estoy muy alerta, al acecho.» Al escuchar esta frase, uno podría interrogarse sobre lo que hay o lo que no hay para oír, y, efectivamente, encontramos en su historia un acontecimiento traumático que podría relacionarse con eso. Pág. 34

Es una niña no deseada; antes nació un hijo y ella llega quince años después. Su madre le dirá sobre su venida al mundo: «Tienes suerte, pudiste elegir» -en una oportunidad en que la paciente se provoca un aborto. Sus padres tenían un bar almacén en un pueblo. Cuando ella tenía quince años (su hermano ya se había ido de la casa y ella vivía sola con sus padres), una noche oyeron ruidos abajo, en el negocio, su padre bajó, y de lo que ocurrió después conserva el recuerdo de un gran grito. Su padre acababa de ser asesinado por el hombre al que había descubierto robando. Este período permanece un poco confuso para ella, y también tendrá dificultades para situarlo en el tiempo; lo hace variar en unos cuantos años según los relatos, y solo atando cabos podrá ubicarse alrededor de los quince años.

Ante esta confusión y esta dificultad para ubicar este acontecimiento en el tiempo, podría

pensarse en los olvidos de la histérica. Pero no es un trauma que ulteriormente prepararía el lecho a la neurosis lo que nos detiene, ya que la forma en que avanzará hace pensar en la psicosis. ¿Se trata de un neodesencadenamiento, es decir, una forma particular de entrada en la psicosis? En efecto, nada se desencadena, nada cambia; al contrario, todo se congela, de modo que a partir de allí sigue construyendo su vida de una manera muy normativa.

La relación con su madre se vuelve insoportable. Su madre la rechaza y al mismo tiempo le pide ayuda. Termina el bachillerato, y la única solución que encuentra es irse lo más rápido posible. Rinde un examen administrativo y se va a París. Los siente aliviados -a su madre y a su hermano- por su partida. A partir de ese día, vive de su oficio. Todo marcha bien, encuentra un compañero con el que todavía vive y tiene un hijo. No emerge nada en su ser, ningún deseo, solo angustia. «Qué hizo, que en determinado momento mi cabeza saliera disparando...Pfüit17...Sin embargo, tengo posibilidades, pero no las manejo...Me falta ese coso para manejarlas.»

Siempre se encuentra en su posición respecto del Otro una identificación-alienación situada completamente en lo imaginario; el otro le permite vivir: su madre, la primera terapeuta, el analista. En varias oportunidades quiere disminuir el número de sesiones y venir solo una vez por semana, pero casi inmediatamente cae en una angustia indescriptible.

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Si entonces hay una negativa a recibirla de nuevo más seguido, se rebela y se vuelve sumamente agresiva, cuando, en realidad, siempre se presenta muy sonriente, con una sonrisa muy congelada. Esta actitud tan extrema sorprende, y entonces ella da a entender que no debió cambiarse nada en el ritual de sesiones, que el analista no tenía mucha importancia. Dice claramente que si no vuelve todo a ser como antes, se verá obligada a buscar a otro, que acepte reconstruir ese marco lo más rápidamente posible.

Volvamos a lo que significa ser anónima: «Para poder vivir tendría que ser anónima. Quizá la solución sea vivir en la casa de mi marido». Desde hace varios años vive con su compañero, pero con eso estaría indicando desaparecer detrás de este hombre cuyo apellido no lleva y de quien el único elemento que conoce es que es eurasiático. Nunca refiere la sexualidad como un problema; de vez en cuando desea tener relaciones sexuales con algún colega, sin ningún estado de ánimo. Nuevamente se subraya su posición en relación con las palabras (las palabras para decirlo), porque recientemente fue a ver una película que, según dice, la tentó. Se trata de Mejor imposible con Jack Nicholson. «Es un escritor, y eso me da vueltas en la cabeza, me dio ánimo, un soplo de vida; con mi historia haría una novela, me encantan las palabras, me alivian, me gustan mucho. Las palabras me calman.»

Pero esas palabras no permiten la metaforización, operan de manera metonímica, brotando sin parar, sin pausa posible. No llama a una respuesta del lado del Otro, a un saber supuesto que e permitiría trabajar del lado del significante. No hay exclusión de la genitalidad, sino forclusión de la significación fálica.

¿Qué actitud puede tener el analista frente a este discurso? Parece -y por eso «ante todo que nada cambie»- que ser el receptáculo complaciente de sus males y palabras, de sus quejas, es la única actitud que acepta por el momento del analista, sin dejar de chapucear soluciones que le permiten mantenerse al día.

C. El caso particular de la clínica del autismo (PÁG. 36) 1. El pequeño Noël

El niño al que llamaremos Noël fue un bebé normal hasta los seis meses, cuando aparecieron algunas salabas que se repetían, entre ellas un «mama». Luego, el silencio; el lenguaje, que se estaba poniendo en marcha, se detuvo, y la mirada se perdió. Parece no notar la presencia de su madre, pero, paradójicamente, lanza alaridos durante sus ausencias. Hay desencadenamiento de una psicosis cuya expresión sintomático será autista. Este momento se localiza clásicamente en la

clínica infantil entre los seis y los dieciocho meses. Se sitúa cuando la madre hubiera podido articular sus respuestas con el primer «ma-ma», cuando tendría que haberse constituido la

experiencia en el espejo, después de los primeros intercambios de miradas, cuando el deseo hubiera debido orientarse. El rechazo de la voz y la mirada puede recordarnos un desenganche del Otro del significante y del Otro del cuerpo y de la imagen. Los primeros signos patológicos de Noël -que ignora la presencia, pero lanza alaridos en la ausencia- nos sugieren que se trata de lo concerniente al primer intervalo simbólico de la presencia y de la ausencia de la madre. La psicosis se inicia con una falta radical de todo «proceso primario» de simbolización. La falla de la Bejahung primordial podría corresponder al desencadenamiento.

El niño ve por primera vez a un analista a los seis años: no mira, de vez en cuando emite

graznidos a media voz, padece alucinaciones, pero dibuja planos. Dos secuencias localizadas en la transferencia le permitieron salir de su repliegue autista. En el transcurso de una de las numerosas sesiones vacías, sin atención de su parte, el analista salió de la habitación para buscar en un cuarto vecino la lapicera que le faltaba. Al finalizar la sesión, Noël quiso precipitarse en este con gran

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júbilo. En el siguiente encuentro, la sesión no puede realizarse por un retraso. El analista recibe a Noël para decírselo. Cierta preocupación lo lleva a mirar por la ventana a la calle para verlo irse con su madre. La sorpresa del analista es grande cuando ve que Noël lo mira por primera vez. En adelante, la mirada es de vez en cuando intencional y el niño observa su imagen en el vidrio en la sesión de la noche. El graznido da paso a un lenguaje esquizofrénico, y la lapicera le sirve para dedicarse a un trabajo de escritura y de delimitación de tipo geográfico: traza incansablemente un contorno que es, se supone, ya el del litoral de la región, ya el de partes de su cuerpo.

Se puede plantear la hipótesis de que esas sesiones confrontan al niño con cierta transferencia, con una falta que percibe en el analista y que refiere a un objeto: la lapicera, que entonces investirá. Esta se convierte en la herramienta de un trabajo de logificación de su psicosis. Presencia y

ausencia parecen así no ser más experimentadas como puro real insubjetivable.

2. Mickael Pág. 38

El neodesencadenamiento abordado a partir del desenganche nos conduce a una clínica del

funcionamiento. Ya el caso Joey, de Bettelheim, nos invitaba a considerar en ese sentido el

acercamiento a la psicosis. Lo interesante del empleo del término «desenganche» es que en un primer tiempo nos permite reunir casos clínicos que sostienen esta orientación, sin tropezar de inmediato con las dificultades inherentes al embrollo de las modalidades de anudamiento de la clínica borromea. Sin embargo, nos vemos conducidos a preguntarnos si ese desenganche no debe abordarse de dos maneras; una que consiste en localizar el desenganche a partir del reenganche que se opera o se operó retroactivamente, y otra que reuniría estados de desenganches sin que se haya realizado todavía un desenganche. Un caso de autismo -clásico, por otra parte, en esta clínica- ilustrará este segundo punto.

Mickael tiene ocho años, no habla, y presenta algunos rasgos clásicos del autismo. Puede

acercarse a los ojos como para quedar pegado, taparse los oídos, y agitarse mientras se desplaza del espejo a la ventana, antes de quedar postrado en un rincón de la habitación. Su historia implica una fecha que constituye un antes y un después, luego, un acto. Según sus padres, tuvo una evolución normal, empezó a decir algunas palabras, pero toda su evolución se detuvo alrededor de los dos años y medio, desde el día en que su madre lo dejó por primera vez en el jardín de infantes. Lloró toda la mañana, durante cuatro horas, tanto que las maestras, sorprendidas, no lograron consolarlo. Al llegar su madre a mediodía para buscarlo, manifestó su cólera hacia ella, y desde ese momento no habló más. Todas las tentativas de localizar otras coordenadas en esta historia conducen siempre a este relato minimalista excepto por un detalle. Efectivamente, su madre dirá un día, después de este relato tantas veces repetido, que era la primera vez que lo dejaba por tanto tiempo. Señaló que antes nunca lo había dejado por más de cinco minutos de tiempo real. Entonces, ante esta

experiencia desproporcionado de abandono se operó en este ser una insondable decisión. Su

desenganche debe atribuirse a una elección de la psicosis en su polo extremo, el autismo. No hay mutismo en este caso. El mutismo consistiría en una palabra reservada. Aquí hay una detención en el funcionamiento de la palabra expresada en una lengua.

El desenganche se refiere precisamente al uso de la lengua, y de la palabra que se le une para establecer lazo social. Estos casos frecuentes de autismo pueden muy bien subrayar la observación de Jacques-Alain Miller que indicaba que la psicosis nos permite designar el verdadero nudo traumático en la relación con la lengua. No solo Joyce puede mostrárnoslo, sino también los casos que rechazan el nudo traumático de la lengua en la medida en que, por su rechazo, intentan

desengancharse de las consecuencias que produce en ellos el funcionamiento de la lengua.

En este caso podría formularse así: si hablar la lengua materna conduce necesariamente a ir a la

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15 prefiero desengancharme de la lengua materna para evitar las consecuencias. La madre indica,

además, que incluso mucho tiempo después seguirá manifestando signos de agitación cada vez que pase delante del edificio de la escuela. Si bien no está en la lengua, está en el lenguaje, como lo indica el hecho de taparse los oídos. Por otra parte, muestra algunos efectos del lenguaje en su cuerpo, como su interés por los agujeros de la nariz, que tapa con un movimiento complicado de los dedos. El problema para este sujeto es saber cómo podría operarse una tentativa de enganche, sabiendo que, de todas maneras, este tratamiento consistiría en introducirlo en el nudo del

traumatismo del que quiso liberarse.

D. la melancolía (PÁG. 39)

No toda psicosis implica un desencadenamiento irreversible como en el caso del presidente Schreber. Para la melancolía, anticiparemos el término «suplencia intercrítica». La cuestión es saber qué tratamientos del nombre en las estructuras psicóticas prevendrán el desencadenamiento e inscriben la posicióndel sujeto.

No hay una respuesta unívoca, y, sin duda, cada caso debe ser considerado en su singularidad. Sin embargo, en sujetos con tendencia a la melancolía, no se trataría de transformar la carencia simbólica con respecto al nombre en triunfo de la función del enigma, como en Joyce, sino de camuflar ese no borramiento del nombre en lo simbólico. La sobreidentificación intercrítica con los papeles sociales -ampliamente demostrada por Tellenbach con la descripción de los rasgos del

typus melancholicus18 y retomada en los trabajos de Alfred Kraus19- traduce, por el contrario, una voluntad de borramiento, de relleno del agujero de la forclusión que presentifica el nombre propio no metaforizado por el falo simbólico. «Ser nadie» o ser un «Sin Nombre» bajo la forma de la función fálica le es estructuralmente negado en lo simbólico. Es más bien un «quererse ser nadie» a falta de «ser nadie», que lleva al melancólico a elaborar esta «sobreidentificación», confundida durante mucho tiempo con los rasgos compulsivos de los obsesivos.

El término «sobreidentificación», distinto de lo que sería la identificación en el registro simbólico, podría concebirse así:

(GRÁFICO PÁG. 40)

¿Cómo escribir en la estructura esta estabilización intercrítica reversible? Proponemos la siguiente escritura20: imaginario logrado y eficaz del significante desencadenado. Es decir, la inscripción directa, la captura en lo imaginario de una serie de rasgos (S', S'’, S’’’ ..., colección de sentencias superyoicas) que dan una cohesión imaginaria al sujeto premelancólico. La captura de estos rasgos en lo imaginario -y es un hecho clínico comprobado- es capaz de encauzar el desborde de goce inherente a la no falización del nombre. Si bien pertenece al lenguaje en el sentido de una escritura, esta inscripción no es sin embargo simbólica, dado que no está sostenida por la función del ideal del yo, I(A), a diferencia de lo que elabora -simbólicamente- el neurótico. En un sentido, esta fórmula de suplencia traduce que «la sombra del objeto cayó sobre el yo»21.

1. Sobreidentificación e ideal del yo

18 H. Tellenbach, Melancolía: visión histórica del problema, Madrid, Morata, 1976.

19A. Kraus, Identity and psychosis of the maniac-depressive, «El delirio melancólico desde el punto de vista de la teoría de la identidad»,

«Terapia de la identidad», tres tiradas separadas.

20 La escritura de estas fórmulas se inspiró en la lectura del curso inédito de Colette Soler «Los poderes de lo simbólico», 1989, cuyas

primeras lecciones están dedicadas a la melancolía: (GRAFICO PIE DE PÁG. DE PÁG 40) Es aquí una «cataplasma», expresión que tomo de Jacques -Alain Miller (entrevista privada).

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Lo que diferencia esta «sobreidentificación» -término utilizado por Tellenbach y desarrollado por Kraus- del ideal del yo es:

- Por un lado, su carácter estrellado -existe toda una serie de rasgos distintos con los que el premelancólico debe conformarse, lo que no deja de recordar «el cielo estrellado» de las

identificaciones del sujeto japonés descripto por Lacan en «Lituraterre»22, y que hace a este, según él, inanalizable. Estos rasgos son más bien normativos. No tienen el carácter de excepción del ideal del yo, lo que explica la ausencia de orgullo en el sujeto premc4ancólico, al revés de lo que puede constatarse en el paranoico. Una contradicción entre dos de estos rasgos es a menudo una causa de desencadenamiento del acceso.

- Por otra parte, su carácter no dialéctico- estos rasgos son para el sujeto no relativizables en la elaboración simbólica; de allí la inclinación por lo serio y la relativa incapacidad para el humor del sujeto premelancólico23. Este humor implicaría la posibilidad de una mediación, un distanciamiento con respecto a esos valores preotorgados. Se trata de rasgos impregnados del rigor psicótico. Es una identificación con el ser literal del rasgo significante y no con su función de representación. Digamos que el sujeto premelancólico debe ejercer sus identificaciones «al pie de la letra».

Notemos, por otra parte, que esos rasgos son tomados del Otro; traducen la copia de una suerte de ideal, no del yo, sino de una norma social. Es concebible entonces que las personalidades premelancólicas sean más fácilmente tipificadas y reconocibles en las culturas donde las normas sociales están más claramente definidas, incluso impuestas, como en el caso del Japón y Alemania.

2. El desencadenamiento del acceso (PÁG. 42)

Basta que uno solo de estos rasgos deje de ser efectuado imaginariamente por el sujeto para que nos encontremos en una coyuntura de desencadenamiento del acceso de melancolía (psicótico). Hablaremos aquí de efectuación imaginaria para decir que no es en absoluto en el discurso, en tanto elaboración simbólica, donde el sujeto debe responder por esos rasgos, sino en sus actos en la vida común, en la realidad.

No es una articulación identificatoria diferencial, en el sentido de la identificación simbólica que implica el valor diferencial del significante. Es una realización de identidad, donde el sujeto es equivalente a cada uno de estos rasgos, compatibles con el registro imaginario, en que es posible la correspondencia biunívoco del sujeto y su imagen. Esa es la condición del typus, donde la

condición de suplencia no es simbólica, pero se sitúa en la juntura de lo imaginario, y lo real. Por eso, su posibilidad de montaje, desmontaje y la relativa inestabilidad de esta forma de suplencia; por eso, también, el desencadenamiento del acceso a posteriori de causas que pueden parecer estrictamente menores o ser llamadas, con razón, «insignificantes», en el sentido de los life-event de los anglo-sajones.

Por eso, igualmente, la posibilidad de desencadenamiento por razones que se encuentran en lo imaginario y no en lo simbólico. Un perjuicio en el campo imaginario puede descompensar la estructura y dejar que «se exprese» en lo real esta colección superyoica antes bien encapsulada, lo que explicaría que no necesariamente se encuentre la coyuntura de desencadenamiento de las psicosis que describe Lacan en «De una cuestión preliminar...». Una simple gripe es a veces el origen de un nuevo acceso. La pérdida de la cobertura imaginaria vuelve a desencadenar el proceso simbólico, siempre latente.

22

J. Lacan, «Lituraterre», en Ornicar? Nº 41, París, Navarin, 1987.

23

A. Tatossian, Phénoménologie des psychoses (informe del Congreso de Neurología y Psiquiatría de Lengua Francesa), París, Masson, 1979.

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La curación del acceso no es un asunto de proceso simbólico -cuyo carácter grave se conoce en el acceso y cuyo carácter latente, por fuera de él-, sino más bien de restauración de esa cataplasma imaginaria. Se tratará de dejar que el sujeto reconstruya identificaciones de objeto capaces de enmascarar suficientemente la abyección de su nombre propio sin desbordarlo.

III. CONCLUSIÓN Pág. 43

Podemos proponer ahora una definición de lo que nos vemos llevados a calificar de

«neodesencadenamiento»: conviene reagrupar bajo ese título las formas clínicas variadas que se distinguen de la forma típica de desencadenamiento, cuyo paradigma es, en la psicosis

schreberiana, el encuentro con Un-Padre. Estos «neodesencadenamientos» corresponden al

desprendimiento del broche24, sea cual fuere, a la desaparición de lo que antes constituía un punto de basta para un sujeto. Más allá incluso de la pluralización del Nombre del Padre, está en juego aquí, con el nombre de broche, lo que Lacan califica de síntoma, en el sentido en que el Nombre del Padre se considera una forma tradicional y heredada, sin duda particularmente adecuada a la neurosis. En los casos que nos conciernen, una clínica de los nudos rodea la imposibilidad de decidir entre P0 o Φ0. Esta invita a privilegiar sin ninguna duda la localización clínica de la

relación con lo real y con el goce. Pero abordar la estructura joyceana, que le permite a Lacan esta clínica de los nudos, invita también a estudiar sin jerarquización la función para el sujeto de cada uno de los tres registros (R, S, e I) y la parte que corresponde a cada uno en el anudamiento sintomático.

Clínica del suspenso

Sección Clínica de Clermont-Ferrand, Antena Clínica de Dijon y Sección Clínica de Lyon25 1. LOS LÍMITES DE LA TEORÍA CLÁSICA DEL DESENCADENAMIENTO (PÁG 45)

Lacan elabora la doctrina que llamaremos clásica del desencadenamiento de las psicosis en El

seminario 3 y en «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», es decir,

en el marco de su retorno a Freud a partir del punto de Arquímedes «el inconsciente estructurado como un lenguaje», y de la colocación en primer plano de la función del Nombre del Padre como garantía de la ley en el Otro. Es una vuelta al Edipo freudiano, un ordenamiento de la distinción neurosis-psicosis en relación con esta norma edípica. La referencia a esta norma como criterio estructural aclara las clasificaciones psiquiátricas proponiendo un robusto principio de distinción y de división de las patologías, pero sin diferir en verdad, ya que la cuestión de la causa sexual no está incluida en esta lógica.

A partir del debate entre Freud, los psiquiatras suizos (especialmente Bleuler) y Jung, sobre autismo o autoerotismo, sabemos que la consideración de la causalidad, sexual o no, permite trazar una línea divisoria radical entre clínica psiquiátrica y clínica psicoanalítica. Si desde 1906 Bleuler -y después la psiquiatría en general- admite la significación freudiana de la psicosis porque da un modelo de lo normal y de lo patológico, es a costa de forcluir la cuestión de la causalidad sexual, la elección sobre el modo de goce.

24

J.-A. Miller, «La conversación de Arcachon», en Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, ICBA-Paidós, 1999, p. 331.

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Teorizar el desencadenamiento de las psicosis en el marco de la forclusión del Nombre del Padre permite, sin embargo, dar cuenta estructuralmente de lo que los psiquiatras clásicos identifican con el término «descompensación», con sus fenómenos súbitos y radicales: «Truenos en un cielo

sereno». Esa conceptualización introduce igualmente una diferencia entre estructura psicótica y fenómenos psicóticos clínicamente muy manifiestos en el momento del desencadenamiento.

La paranoia, psicosis de defensa Pág. 46

La máxima pertinencia de esta teoría se presenta en el marco de la paranoia. Desde el comienzo de El seminario 3, Lacan recuerda que era la psicosis de referencia para Freud, quien seguía en este punto a Kraepelin. Según Lacan, es especialmente adecuada para destacar la función del Otro y de los mecanismos (forclusión, metáfora delirante) que él sitúa allí para dar cuenta de la psicosis en ese momento de su enseñanza.

El lugar central de la cuestión paterna en la paranoia se verifica tanto en el determinismo simbólico del desencadenamiento -falta un significante en el Otro- como en las modalidades de reconstrucción del mundo por el sujeto en la metáfora delirante, que consisten en reconstruir hasta hacerse garante de una figura del padre mucho más radical (Dios, el orden del universo, etc.) que la del neurótico. Dado que el punto de basta no está asegurado por la significación fálica común, el sujeto lo suple -por una construcción mucho más apremiante, que radicaliza la consistencia y la exigencia del Otro destacando la vertiente real del padre antes que su dimensión de semblante y de uso.

A la luz de esta inclinación del paranoico por dar consistencia al Otro y al padre, puede uno preguntarse si el cambio del modo de discurso dominante, es decir, el pasaje del discurso del amo al discurso de la ciencia, tiene consecuencias en el tipo de soluciones que los sujetos psicóticos encuentran para suplir la forclusión. ¿Puede decirse que el neo del que se trata concierne primero a nuestra época o a un simple cambio conceptual en la enseñanza de Lacan? Sin duda a las dos cosas, porque nosotros pensamos que la última axiomático lacaniana -que se centra en la inexistencia del Otro- permite justamente circunscribir con más rigor los fenómenos clínicos actuales y la expresión contemporánea del síntoma. Al discurso del amo responde la prevalencia de cierta solución

psicótica por la metáfora y el delirio; al discurso de la ciencia, que divide las figuras del Otro en una multitud de insignias, correspondería otro tratamiento del goce, más por la letra que por la significación.

Límites del modelo paranoico Pág. 47

Efectivamente, es incuestionable que se encuentran cada vez más psicóticos en análisis y que sus síntomas están cada vez menos marcados por el predominio de los grandes delirios de estilo

schreberiano. Sin duda, se debe en parte a los tratamientos medicamentosos; pero el aumento reconocido por todos los practicantes de los casos inclasificables según la lógica clásica -y que comenzamos a estudiar en Arcachon bajo el título «Casos raros»- nos lleva a considerar gran

número de casos en los que el desencadenamiento es muy discreto, incluso hasta no identificable, y los fenómenos elementales (neologismos, alucinaciones, etc.) están completamente ausentes. Es lo que ocurre muy regularmente en la esquizofrenia, así como en la clínica de niños, donde la

hipótesis misma de un desencadenamiento muy precoz es con mucha frecuencia inverificable. No es entonces una casualidad que Lacan tome la referencia de Joyce, psicótico pero no loco, para dar cuenta de esas neopsicosis.

El carácter radical de la teoría «clásica» del desencadenamiento se explica por su dependencia respecto de una lógica del significante concebida en términos de todo o nada. Puramente binaria,

Referencias

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