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EL PROCESO DE

AUTODETERMINACION DEL SAHARA

FRANCISCO VILLAR

Pr6logo de FERNANDO MORAN

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Colecci6n

EL DERECHO Y EL ESTADO

Dirigida por

ELÎAS DIAZ y el Departamento de Filosofîa del Derecho de la Universidad Autônoma de Madrid .

Fernando Torres-Editor, S. A.

Reina, 105 - Cirilo Amoros, 71 VALENCIA

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EL PROCESO DE

AUTODETERMINACION DEL SAHARA

I~TRANCISC() VILL1ffi

~ - --- - -- --. --

Pr6logo de FERNANDO MORAN

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Disefio de la cubierta: forge Ballester

© Francisco Villar

© De esta ediciôn: Fernando. Torres - Editor, S. A. - Valencia

ISBN: 84-7366-148-9 Depôsito legal: V. 1.419-1982

Qui/es, Artes Gràficas - Grabador Esteve, J 9 - Valencia

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A Maribe/, Juan e Isabel

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Pro logo

L

A cuestiôn del Sahara planea sobre la acciôn exterior espaiiola, condtctona una de sus principales dimensiones y manifiesta las li- mitaciones de una diplomacia que no ha renovado satis( actoriamente sus anteriores supuestos. Condiciona, puesto que imposibilita una polî- tica equilibrada respecta al Norte de Africa. Nos vincula a la dificil situaciôn marroqui y, sin embargo, crea fricciones y malentendidos entre Rabat y Madrid. Es, en su nive[ actual, la herencia -que no ha sabido asumirse a beneficio de inventario- de una actitud respecta al vecino del sur caracterizada por la cesiôn ante los hechos consumados y por el desconocimiento, en los periodos de relativa distensiôn, de aquellos temas en que Marruecos esta motivado por los objetivos ge- nerales, y vitales, de un pais del Tercer Munda en busca de un siste- ma y presa de las contradicciones tipicas de la pugna por el desarro- llo. En su gestaciôn -que tan bien describe Francisco Villar en este li- bro- imperan malentendidos, miopias; abundan tâcticas -por parte de Espaiia y de Marruecos- de corto alcance; sabra la politica de expe- dientes; hay exceso de f dei les habilidades; domina una carencia de anâlisis intelectual suficientemente riguroso y escasea la fidelidad im- prescindible a los principios.

La falsa soluciôn de los Acuerdos de Madrid, en 1975, lejos de clarificar la relaciôn con Marruecos -esencial para Espaiia, parece ob- via consignarlo- ha condicionado nuestra acciôn no ya en el Magreb, sino en el mismo Marruecos. Una clarificaciôn cada vez mas dificil de realizar a medida que el Reina Alauita se adentra en un problema de dificil resoluciôn, situaciôn que, sin duda, deriva de sus propios erro- res, pero en la que los gobiernos espaiioles del régimen anterior tienen su parte de responsabilidad.

La actitud de la mayor parte de la opiniôn espaiiola respecta a los Acuerdos de Madrid en el momento de la transiciôn a la democracia constituyô un elemento de Io que podriamos denominar cultura polîti-

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ca de la ruptura. La repu/sa a la anexiôn y, sobre todo, la condena a la politica de claudicaciôn y connivencia del ultimo Gobierno de Fran- co, forma parte, con un europeismo acritico y la simpatzà hacia los pueblos oprimidos por las dictaduras latinoamericanas, de la vision mas general de los demôcratas espanoles en los anas que van de 1976 a las elecciones de 1979. Esta cultura de la ruptura subsiste y alimen- ta la capacidad de profundizaciôn de la democracia, siempre necesaria y hoy urgente ante las amenazas involucionistas. Pero, subsiste coma motor ideolôgico; no coma inspiradora de politicas concretas ejecuta- das, porque nuestro proceso ta! vez se caracterice por la vigencia de los objetivos no realizados, que se sentian coma inaplazables en la época de la maxima esperanza. En Io que al Sahara se refiere ninguna formaciôn politica del arco parlamentario -tampoco la UCD, ni expli- citamente AP- ha asumido la soluciôn arbitrada. No obstante, la amalgama rupturalreforma ha colocado el tema en el estante de los principios que son incômodos, dificiles, si no imposibles de trasladar a la realidad. Es una situaciôn poco sana, con manifestaciones sobrada- mente entorpecedoras para cualquier practica politica, por mucha que alguna se reclame del maxima pragmatismo y de una admirable capa- cidad de distanciaciôn.

Frente a la situaciôn heredada se adopta por el primer Gobierno de la Monarquia una posiciôn muy en congruencia con la tactica re- formalruptura: no se denuncian los Acuerdos de Madrid, pero se defi- ne su alcance supeditando la descolonizaciôn del territorio a la reali- zaciôn de una verdadera autodeterminaciôn, conf orme a los principios y procedimiento de las Naciones Unidas. Esta· operaciôn, realizada por el equipo Areilza-Oreja en Exteriores -con la incomodidad de ser Pre- sidente del Gobierno el autor de los Acuerdos, Arias-, toma forma en la comunicaciôn del Representante Permanente de Espana, Piniés, al Secretario General de la ONU, el 26 de febrero de 1976. Villar, en la ultima parte de su libro, analiza esta posiciôn, con la que se cierra el periodo por él historiado y con la que se abre una nueva fase.

La vigencia moral y politica del tema del Sahara, su virtualidad de creador de nuevas situaciones, exigia que un autor se inclinase sobre el proceso con la dotaciôn de un historiador, con la experiencia de la propia actuaciôn profesional en algunos de sus momentos, con la vi- sion de un hombre de su tiempo, con la pasiôn controlada de quien no encuentra incompatibilidad entre la def en sa de los intereses concre- tos de su pais y las causas de un orden mundial asentado en princi- pios claros, entre los que destaca el derecho de los pueblos al autogo- bierno. Hada fa/ta un libro que rebasase el testimonio, la denuncia exaltada y que no se quedase prendido en la necesaria erudiciôn.

Francisco Villar ha escrito ese libro.

Es la de Villar una obra sobria, disciplinada, pero a la vez genero- sa y comprehensiva. Deja el autor hablar a los hechos y éstos se pro- nuncian con enorme fuerza. Definen situaciones y actores. Casi son innecesarios los juicios sobre conductas, posturas, ideologias. Surgen los juicios del proceso en un engarce inherente a la tragedia. No hay destina, porque en cualquier circunstancia queda abierta la dimension de la libertad. Incluso desde estructuras coma las que definian al fran- quismo y a Palacio en Marruecos cabia hacer otra polîtica. 2Cabia realmente? No es el menor mérita de la obra no caer en condenas globales y apreciar motivaciones y conductas. No entiende la objetivi- dad el autor coma un reparto de reproches, excusas, méritas, consta- taciôn de esfuerzos; sino coma el encuadre de actores y circunstancias en relaciôn con las estructuras sociales, culturales, histôricas. Yo, que no hago en estas paginas tarea de historiar, me atreveria a decir que la tragedia del pueblo marroqui en esta hora es haber encauzado un nacionalismo legitimo -motor de la cohesiôn nacional, coma en todo pais emergente de la colonizaciôn o la protecciôn- hacia una causa que dana a otro nacionalismo legitimo. Haber reducido su explicable nece- sidad de seguridad en el sur a una acciôn directa. Hay otro naciona- lismo, legitimo también, y otra sociedad emergente que no han podido afirmarse sino mediante otra dominaciôn: Israel. La culpa de Espana -de sus gobiernos, de su clase dirigente- ha sida moverse entre el re- sentimiento (rente a la presiôn marroqui y la incapacidad de def ender con firmeza sus unicos derechos legitimados por la moral que consis- tian en la custodia del futuro libre del pueblo saharaui.

Los hechos hab/an en el libro de Villar. No han sida elegidos se- lectivamente para probar una tesis previa. No hay exclusiones, oculta- ciones, omisiones. Por haberme ocupado coma funcionario diplomati- co de los asuntos que estaban relacionados con el tema del Sahara, de alguna manera de 1968 a 1971, sin interrupciôn y muy directamente desde principios de 1971 a diciembre de 1973, he podido cotejar la exactitud de los datas aportados.

El libro aborda el tema desde varias perspectivas complementarias.

En primer lugar, la general que caracteriza a la época: la descoloniza- ciôn. Francisco Villar ha sida delegado de Espana en el ôrgano de las Naciones Unidas que se ocupa del tema, de 1973 a 1978; ha asistido, pues, coma espectador privilegiado al momento de aceleraciôn de la cuestiôn del Sahara y, no sin asumir riesgos, ha tratado -coma un numero considerable de funcionarios diplomaticos espanoles- de evitar errores y de suministrar la informaciôn que hubiese servido para un planteamiento mas correcto.

Alcanza el libro perspectiva desde otros enfoques. Entre ellos, me-

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diante el analisis de las relaciones hispano-marroquies. El tema del Sa- hara no se agota en el/as; pero pasa inevitablemente por el/as. Los datos de las mismas, incluso las imagenes que los gobernantes de cada pais obtenian del otro; las afinidades y rechazos, prejuicios, in- comprensiones; la astucia a corto plazo; incluso las intoxicaciones de los distintos grupos de presion; la dmamica del nacionalismo marro- qui, desviado hacia una causa de un grupo o de una institucion; todo ello va tejiendo una te/a que conducira a un desenlace que, lejos de ser un fin, es el comienzo de una situacion dificil de desenmaraiiar. A través de la relacion hispano-ma,rroqui puede seguirse ademas la evo- · lucion del pais vecino y la utilizacion del irredentismo coma fa et or de sustitucion en los momentos de crisis del sistema: primero, la crisis de los partidos nacidos de la independencia; luego, tras Sjirat y Tetuan, las dudas y sospechas sobre la lealtad a la Corona de las FAR. En el tema del Sahara, con retrocesos, correcciones de rumbo, altibajos, la lînea marroqui es, no obstante, constante: internacionalizar el tema para forzar la admision por Espaiia del planteamiento bilateral, coma si se tratase de un contencioso tradicional.

Por parte de Espaiia, por el contrario, la utilizacion de las Nacio- nes Unidas para ganar tiempo, la pérdida del momento oportuno para proceder, prudente pero inequivocamente, a fijar el rumbo de la desco- lonizacion. Aqui se inserta otra dimension de la que Villar da sobrada noticia: las oposiciones entre Presidencia -Carrero- y Exteriores --Castiella-, la incomprension de Franco respecto al mundo post- colonial moderno y su reluctancia respecto al Rey de Marruecos; la ideologizacion absurda que veia en el Trono Alauita un semejante ideologico-incomodo e irritante y en Argelia un factor revolucionario sin matizaciones; la ignorancia general de la clase politica y la misma desinformacion de la oposicion democratica. El libro de Villar no bus- ca el éxito con revelaciones, desde el interior, de Io que se cocia; pero hay algunas importantes. Especial interés me ha despertado el analisis de la evolucion de las fuerzas politicas marroquies. En especial de la izquierda, que pronto pierde la palanca de la acciOn y que se mueve en el tema entre el deseo de obtener gracia y seguridad -inclus a f isi- ca- y de colocar al Trono ante una dinamica nacionalista que le pue- da rebasar.

Otra atalaya en la que el libro se yergue para ganar vision es la de las relaciones intermagrebies (en especial, la complicada relacion argelino-marroqui). El lector interesado en los temas norteafricanos -de cuyo buen encauzamiento depende la viabilidad de una dimension esencial de nuestra propia situacion internacional general, la medite- rranea- encontrara datos nuevos y, sobre todo, un enfoque general.

La pérdida del apoyo de Mauritania -que, como en una ocasion me confirma su Presidente Uld Daddah, necesitaba un arbotante para mantenerse en pie, antes Francia, luego, hubiese sido posible, Espa- iia-es uno de los acontecimientos decisivos. Corno las indecisiones de Argelia desde el otoiio de 1974 al verano de 1975. Los falsos calculos, las limitaciones en la libertad de accion, van engrosando el cauce que conducira al error y la dejacion.

El tema del Sahara encuentra su faro formai en las Naciones Uni- das. Es preciso, pues, seguir su desarrollo en el/as, asamblea tras asamblea. En algunas, los cambios de posicion son de matiz y el lec- tor, en algûn momento, tendra la sensacion de tiempos muertos. No es asi: el tema sigue su curso y en la jerga onusiana se traslucen de- sarrollos internos e internacionales de los protagonistas. Villar, sin ol- vidar dar cuenta de como se desarrolla cada etapa -cada Asamblea de la ONU-, las conecta con el clima politico imperante en cada pais. El objetivo de Villar no es explicarnos la dinamica interna de las Nacio- nes Unidas y de sus organos; pero es la suya una de las escasisimas obras espaiiolas que nos introduce en sus pasillos, donde, amortigua- dos por el formalismo del procedimiento, se reflejan los dilemas y las tensiones de un mundo aûn muy crudo.

Tras la dimension regional, tras la anécdota de los conflictos in- ternos en las direcciones politicas de los paises del conjunto, la reali- dad del poder a escala mundial: el final, y decisivo, apoyo de los Es- tados Unidos y de Francia a la accion reivindicativa marroqui; la abs- tencion en un momento clave del bloque socialista dirigido por la URSS; la quiebra de la politica arabe espaiiola y la solidaridad de los paises arabes con Marruecos, incluso, y mas claramente, en la inci- dencia ante el Comité de los 24 de la tactica marroqui de presionar a Espaiia haciendo surgir el tema. de Ceuta y Melilla.

Otro aspecto <JUe me parece destacable es que, en obras anteriores, o la f ormacion de la conciencia nacional saharaui era mero instru- mento de acusacion al régimen de Franco o sus autores eran militan- tes de su causa que utilizaban la comprensible mitificacion como arma de combate. Villar sigue paso a paso la formacion de las orga- nizaciones nacionalistas, estudia la estructura étnica y la tendencia de sus fundadores y termina por situarnos al Frente Polisario en su ver- dadera dimensiOn. Un Frente. que se va configurando ante la miopia del Gobierno espaiiol y la alarma de Rabat (alarma que intenta

-~logra?- transmitir a Washington y a Paris) como protagonista de una descolonizacion que fue posible y de una lucha que es real y dra- matica. Una lucha que af ecta a los intereses exteriores de Espaiia y que se recoge en la conciencia de profundizacion democratica que

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apuntaba vigorosa en 1976- 77 y que aûn hoy, en estos comienzos de 1982, es la ûnica garantia real de paz y estabilidad nacionales. Un problema, el del Sâhara, del que Espaiia no puede ni debe sentirse a;e- na, puesto que de su encauzamiento y solucion depende, en alguna medida, y en medida importante, no ya nuestro buen nombre interna- cional, sino una po?ible, y muy necesaria, po/itica en el Norte de Afri- ca.

FERNANDO MORAN Madrid, 5 de enero de 1982

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Introducciôn

1. EL TERRITORIO Y SUS RECURSOS NA TURALES

E

L territorio del «Sahara occidental» 1, antiguo «Sahara espaiiol», constituye la mayor parte de la fachada atlantica del «Gran De- sierto» africano y una buena porciôn de su parte occidental 2Limita al oeste con el Océano Atlantico (1.062 km. de costas), al norte con Ma- rruecos (445 km. de frontera), al nordeste con Argelia (30 km.) y al este y al sur con Mauritania (1.570 km.). Sus 2.045 km. de fronteras terrestres, delimitadas convencionalmente entre 1900 y 1912 por Fran- cia y Espaiia, son totalmente artificiales. Las dos potencias coloniales de la region trazaron clichas fronteras sobre el mapa con tiralfneas, si- guiendo por Io general determinados meridianos y paralelos, salvo en dos curiosos tramos dibujados para dejar a los franceses la posesiôn de las salinas de lyil y el control de la bahfa del Galgo respectivamente (v. infra).

La colonizaciôn dividiô el territorio, cuya superficie es de 266.000 km.2 -3/5 de la de Espaiia, aproximadamente-, en una zona norte, la

«zona de libre ocupacion» de Sequia-el-Hamra, desde el paralelo 27°

40' N (al sur de cabo Juby) hasta el paralelo 26° N (justo al sur del cabo Bojador), y una zona sur, la «colonia de Rio de Oro».

A lo largo del litoral del Sahara se extiende hacia el interior una plataforma llana, de anchura variable, bruscamente cortada por el bor-

1 Esta denominaci6n -reciente, no en el sentido geogrâfico, pero sî en el polîtico del término- ha tenido mâs fortuna que otras "como «Sâhara atlântico», «Sario», etc.

2 Los geôgrafos suelen dividir el Sâhara en tres partes: occidental, central y oriental, sobre cuya precisa delimitaciôn el consenso es mucho menor. Algo semejante ocurre cuan- do se tratan de establecer los lîmites septentrional y meridional del «Gran Desierto».

Todo depende del criterio que se adopte: geolôgico-morfolôgico, climatol6gico (100 mm.

anuales de precipitaciôn), hidrogrâfico, botânico-geogrâfico (de los ultimos oasis a los ul- timos palmeraies, a las primeras estepas del Sudân y del Niger, a las primeras praderas de

«initî» o ((cram-cram»), antropol6gico, etc.

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SAHARA OCCIDENTAL de alto del acantilado 1. Unos largos regueros de arenas voladoras en el norte, varias cadenas de dunas f6siles en la comarca del Guerguer, en Rio de Oro, y las tipicas «Sebjas», grandes depresiones de fondo plano, que a veces contienen dep6sitos salinos, constituyen los principales ac- cidentes en esta plataforma litoral. A partir de ahi se elevan las «ha- madas» o mesetas: el Gaada, en el noroeste, y la «hamada» del Draa, en el angulo nordeste del territorio; el Haded y la amplia planicie del Tiris, la comarca mas puramente desértica del Sahara occidental, en Rio de Oro. Al este y al sur de Smara, sobre el gran angulo formado por el paralelo 26°-N y el meridiano 12°-0, se extiende el macizo de Zemmur, regi6n muy accidentada, de colinas graniticas; al suroeste del territorio, por fin, el Adrar Sutuf, macizo de colinas basalticas seme- jante a un archipiélago de islotes negros en pleno desierto.

Una serie de «Uadi», rios f6siles sin caudal permanente, forman la red fluvial del Sahara. Solo reviven cuando, como consecuencia de cualquier gran aguacero, su cauce se llena de agua y ésta corre torren- cialmente hasta que la tierra la absorbe, permaneciendo luego a Io sumo algûn que otro charco. El mas importante es la Seguia el-Hamra («La Acequia Roja»), cuyo cauce de mas de 600 km. de longitud atra- viesa practicamente, de este a oeste, la zona septentrional del territorio a la que da nombre.

La costa sahariana, tradicionalmente peligrosa para los navegantes -por los fuertes vientos, la corriente de las· Canarias, los bajos fond os, los altos acantilados, las nieblas, la casi total ausencia de puertos natu- rales, si se exceptûan la bahia de Rio de Oro y la caleta de La Güe- ra-es muy poco articulada. De norte a sur encontramos el cabo Boja- dor, el angra de los Ruivos, la peninsula de Dajla y la bahia de Rio de Oro, la ensenada de Sintra y, finalmente, la peninsula de La Güera y el cabo Blanco, que protegen la bahia del Galgo, ésta ya en Maurita- nia.

Climatol6gicamente, deben distinguirse dos zonas: litoral, que gracias a la acci6n de los vientos y corrientes marinas y al influjo atemperante del océano goza de un clima de tipo atlantico, templado;

y la interior, donde se registran unas oscilaciones térmicas estacionales y diurnas verdaderamente brutales (de los 60° de algunos <lias estivales a las temperaturas inferiores a los 0° de las noches invernales) y que sufre de modo intermitente los efectos del viento del SE, el temible

3 U na descripciôn fisica del territorio puede encontrarse en E. Hernandez-Pacheco y orros: El Sahara espaiio/. Estudio geolàgico, geogrâfico y botânico, CSJC, Madrid, 1949;

Informations et Documents que presente le Gouvernement espagnol à la Cour ... , Livre 1, Chapitre 1, MAE, Madrid, 1975.

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«irifi,,, extremadamente seco y caluroso, que suele arrastrar nubes de polvo. Las lluvias son escasfsimas e irregulares.

A algunas acacias y un limitado mimero de arbustos y matojos se reduce la vegetacion del territorio, siendo las palmeras casi inexisten- t~s .. En cuanto a la fauna, en un pais habitado por una poblacion tra- d1c1onalmente ganadera hay que resefiar, claro esta, los rebafios de ca- bras Y de camellos (progresiva e implacablemente sustituidos estos ulti- mos, desde finales de la década de los sesenta, por los «Land Rover», como consecuencia de la sequîa y de la sedentarizacion de los saha- rauis). En tiempos no tan lejanos habfa algunas avestruces en el sur y abundaban las gacelas en todo el territorio. De unas y otras dio cuenta la colonizacion.

, . Las pesquerîas y los fosfatos son, al menos hoy por hoy, los dos umcos recursos naturales importantes del ex-«Sahara espafiol». Conoci- do ~ explo~ado de antiguo el primero de ellos, el segundo por el con- trar.10 ha s1do descubierto en época relativamente reciente, pudiendo dec1,rs~ que su explotacion no comienza hasta la vfspera -pract1camente- de la salida espafiola. El motivo primordial de la fre- cuente presenci~ hispana en las costas del Sahara a partir del siglo xv, desde la conqmsta de Las Canarias, e incluso del inicio a finales del XIX de la colonizacion (que no paso del establecimiento de unas case- tas-factorf~) no es otro que la actividad pesquera; en segundo término, el comerc10. o razo~es de orden polftico, estratégico, etc. El banco pes- quero canano-sahanano, pese a que estas ultimas décadas las flotas de un pufiado de pafses Io estén esquilmando, continua siendo uno de los mas. ricos del n:undo, contando con una ingente variedad de peces, manscos y cefalopodos. Baste decir que en 1974 las capturas efectua- das en agua.s del Sahara ascendieron a 270.000 toneladas, por un valor de 1.320 millones de pesetas. Pocos beneficios ha obtenido sin embar- go, el

terr~torio

de esta extraordinaria riqueza. Las dos

pe~uefias

fabri- cas de hanna de pescado de La Güera tan solo podfan absorber como es logico, una fnfima parte de la pesca en aguas saharianas. '

La exi~tencia de fosfatos en el Sahara 4 fue descubierta por el geo- logo es~anol Manuel Alîa Medina a rafz de una serie de expediciones Y estud10s efectuados en el territorio durante la década de los cuaren- ta. Sobre la ,base de los inf?rmes de Alfa, en 1947 el Gobierno encarga al INI la busqueda ~e yac1m1entos cuya explotacion sea rentable y el INI, a su vez, encom1enda la tarea a la E. N. Adaro de Investigaciones Mineras .. ,Esta llev~ a_ cabo, entre 1948 y 1955, cuatro campafias de prospecc10n, las mas mtensas en la zona de Izic, con resultados poco

4 Sobre el, tema de los fosfatos puede verse A. Garda Abad: «El Sâhara espanol. Pers- pecnvas econom1cas: los fosfatos,,, Memoria de la Escuela Diplomàtica, Madrid, J 971.

prometedores (por la baja ley de los fosfatos o por su localizacion subterranea, Io cual hacfa muy costosa su explotacion). En vista de ello, en 1956 el INI decide suspender los trabajos.

Sin embargo, en 1961-62, ya en plena «era tecnocrarica», el Go- bierno reconsidera el asunto y ordena reanudar las investigaciones a gran escala. Con ta! finalidad, el 4 de julio de 1962, se crea la «Em- presa Nacional Minera del Sahara, S. A.» (ENMINSA), plenamente de- pendiente del INI. De octubre de 1962 a enero de 1965 ENMINSA realiza una serie de campafias geologicas en el territorio. Durante la segunda de ellas, en 1963, se descubren en Bu-Craa, a unos 90 km. al SE de El Aaiun, unos importantes yacimientos, de las siguientes carac- terfsticas:

- superficie mineralizada: unos 268 km.

- potencia media (grosor de la veta): 3,65 m.

tonelaje total (reservas): 1.715 millones de toneladas.

ley media (riqueza): 32 por 100 de P2 05 y 70 por 100 de fosfato tricalcico.

- potencia del recubrimiento (profundidad): entre 0 y 60 m.

- extension: franja de 38 km. de longitud y entre 2 y 12 km. de anchura.

En conjunto, pues, el yacimiento de Bu-Craa presenta unas caracte- rfsticas muy positivas con vista a una explotacion rentable. El coste total de las investigaciones habîa superado los cien millones de pesetas.

Después de unos intentos fallidos con varios monopolios extranje- ros (britanicos, franceses, alemanes, japoneses), en septiembre de 1966 el INI comienza a negociar con un consorcio de compafifas qufmicas y petroleras americanas (IMC, Gulf, Texaco, Grace, etc.) un proyecto de explotacion de los fosfatos de Bu-Craa. La financiacion correrîa a car- go del consorcio y para la ejecucion se constituirîa una empresa, de la que el INI (ENMINSA) se reservarîa la mayorfa del capital. En mayo de 1967 prosiguen las negociaciones, pero ya exclusivamente con la

«International Minerals and Chemicals Corp.» (IMC) de Chicago.

Tampoco se llega a un acuerdo y el 30 de enero de 1968 se anuncia la ruptura de las negociaciones. Evidentemente, el monopolio americano no ha aceptado las condiciones economicas ofrecidas por el INI, mas qui- zas la incertidumbre sobre el futuro del territorio haya influido tam- bién en la dureza de su postura negociadora.

Ante la fracasada atraccion del capital extranjero, el INI tendra que arrostrar solo la explotacion. La Junta General de accionistas de ENMINSA, reunida en Madrid el 23 de abri! de 1969, decide ampliar el capital social a 5.000 millones de pesetas; cambiar la denominacion

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de la sociedad, en Io suces1vo «Fosfatos de Bu-Craa, S. A.» (FOSBU- CRAA), con domicilia social en Las Palmas; y asignarle como objeto fondamental la explotacion, concentracion y comercializacion de los fosfatos. Rapidame11te, FOSBUCRAA adquiere un modernisimo mate- rial (a tal efecto, obtiene unos importantes créditas del EXIMBANK y del First Wisconsin National Bank) y emprende el montaje de unas instalaciones realmente notables desde el punto de vista tecnologico:

inmensas dragalinas para hacer aflorar y extraer el fosfato; planta de trituracion y primer tratamiento del minerai en Bu-Craa; cinta trans- portadora (montada por Krupp) para llevar el minerai, a una veloci- dad de 4 m. por segundo, desde el yacimiento hasta la playa de El Aaiun (unos 90 km. de recorrido); planta de desalinizacion y concen- tracion del fosfato (instalada en la playa por Belwin, Lima, Hamilton y Babcock & Wilcox); silos; pantalan de mas de 3 km. de longitud y muelles de carga (construidos por Strabag, Hersent y Dragados y Construcciones), capaces de recjbir, por fuera de las barras de arena de El Aaiun, buques de hasta 100.000 toneladas.

En 1973 FOSBUCRAA, cuya inversion supera los 24.000 millones de pesetas, inicia la fase experimental de explotacion, produciendo mas de 600.000 tonèladas. En el verano de 1974, se pasa ya a la fase in- dustrial de explotacion, alcanzandose ese afJ.o una produccion superior a los dos millones de toneladas, la mayor parte de la cual se coloca en Espana (los principales consumidores son S. A. Cros, Fosforico Es- pano! S. A., U. E. de Explosivos y Fertilizantes Iberia). Y el resto se exporta a Japon, a la R. F. de Alemania y -cantidades menores- a Méjico, Uruguay, Estados Unidos, etc. Los beneficios --este afJ.o se han disparado los precios del fosfato en el mercado mundial- ascienden a unos 877 millones de pesetas. En 1975 se producen 2.800.000 tonela- das, muy por debajo de las previsiones iniciales, obteniéndose -han vuelto a descender los precios- poco mas de 400 millones de pesetas de beneficios. En total, en el perfodo de 1972-75 FOSBUCRAA aporta a las finanzas del territorio, en concepto de canon (a ello habrian de afJ.adirse los impuestos

y

las cuotas de la seguridad social), 860 millo- nes de pesetas. Parece obvio entonces que la gran compafüa fosfatera esta destinada a convertirse, una vez que se alcancen unos volumenes de produccion mas elevados, en el corazon de un eventual ente saha- riano independiente (ésta fue la funcion desempenada por la MIFER- MA en el nuevo Estado mauritano).

Por otra parte, debe resefJ.arse que en 1973-75 el Sahara irrumpe, siquiera sea tîmidamente (se prevé que hasta 1980 no se alcanzara un ritmo normal de produccion de diez millones de toneladas anuales), en el mercado mundial del fosfato y Io hace en unos momentos de pro- fundas perturbaciones. Efectivamente, después de no haber experimen-

tado apenas oscilaciones durante dos décadas, en 1974 se cuadruplica (de 14 a 63 $) el precio del fosfato marroqui (Marruecos es el tercer productor y primer exportador mundial, ya que los dos primeras pro- ductores, EE. UU. y la URSS, consumen la mayor parte de su produc- cion). Sin embargo, en 1975, la retraccion de los consumidores y la feroz competencia entre los productores (pese a su concentracion, no han constituido ningun cârtel similar a la OPEP) obligan a Rabat a bajar el precio a 40 $. Las caracterfsticas del mercado mundial del fos- fato relativizan la importancia de que Marruecos se haga con el con- trol de los yacimientos de Bu-Craa (insignificantes, por otra parte, si se les compara con las inmensas reservas marroquies). Frente a Io que a veces se ha dicho, no son factores economicos, sino mas bien politi- cos y estratégicos los que subyacen al desencadenamiento de la ofensi- va anexionista marroqui sobre el Sahara (v. infra).

Sea como fuere, entre los llamados «acuerdos de Madrid» de 14 de noviembre de 1975, figuran las bases para la compra por el «Office Chérifien des Phosphates» (O. C. P.) del 65 por 100 del capital social de FOSBUCRAA (valorado en enero de 1976 en 5.850 millones de pe- setas y pagadero en cuatro plazos, anuales), conservando el INI el 35 por 100 restante. La guerra del Sahara, sin embargo, paraliza practica- mente la produccion en 1976, por Io que la compafüa sufrira 1.722 millones de pesetas de pérdidas, a repartir entre los dos propietarios (OCP-INI). No puede decirse que la operacion de venta de FOSBU- CRAA haya sido un gran negocio para el Estado espanol.

Por Io que respecta al petroleo, sobre la base de la Ley espanola de Hidrocarburos de 29 de diciembre de 1958, que abre las puertas al capital extranjero en materia de prospecciones, Madrid otorga en el territorio 43 concesiones a once grupos. Tidewater-Sohio Iberian y CEPSA-Spanish Gulf Oil se llevan la mayor tajada. Las prospecciones se inician en 1960. En 1964, ante la falta de éxito, se han abandonado ya casi todas ellas. En 1973-74 se conceden permisos a CEP?A, a E.

N. de Petroleos de Aragon y a las filiales espanolas de Commentai y de Gulf para efectuar prospecciones «off-shore», en la plataforma del Sahara. Cuando en 1975 estalla la crisis no parece que se hubiese ha- llado aun indicio alguno prometedor. Otro tanto puede decirse de la busca -no muy intensa, desde luego- de minerai de hierro (no debe olvidarse la proximidad de los ricos yacimientos de Gara Yebilet, en Argelia, y de Zuerat, en Mauritania).

Para concluir este epîgrafe, deseo ins1st1r en que las riquezas del Sahara occidental (hoy por hoy, la pesca y los fosfatos), no siendo en absoluto desdenables, constituyen, a mi juicio, un factor muy secunda- rio de la reinvindicacion marroqui y, asimismo, como ha senalado Elsa

(13)

Assidon, «no bastan para explicar el interés que el imperialismo presta a esta regiôn» 5

2. LA POBLACION

El substrato mas importante de la poblaciôn del noroeste africano Io constituyen los bereberes (de «barbari»), conjunto de grupos étnicos diversos que hablaban dialectos procedentes de una lengua hamîtica co- mun 6 Aun hoy puede decirse que la mayorîa de los habitantes del Magreb son bereberes arabizados, permaneciendo incluso algunos re- ductos nada o apenas arabizados en el Sahara central o en las zonas mas montafiosas de Argelia y Marruecos.

Se sabe que al menos desde los siglos li-III de nuestra era uno de los grandes grupos de bereberes, los sanhaya 0 zenaga (esta ultima de- nominaciôn corresponderfa mas bien a su dialecto y habrfa dado nom- bre al rio Senegal), se hallan instalados en el Sahara occidental, cuyo control quizas se haya visto facilitado por la introducciôn, hacia esa época, del camello. Los sanhayas -principales ancestros de moros y tuareg- se dividen en varias tribus: lèmta, gedala (o gezula), messufa, lemtuna 7 Los pueblos autôctonos, negroides y sedentarios, o bien les quedan sometidos -como tributarios- en los oasis, o bien son despla- zados hacia el sur, hacia zonas mas fértiles. Otros grandes grupos de bereberes, los masmuda y los zenata, ensefiorean mas al norte --en el Atlas- y mas al nordeste que los sanhayas, respectivamente.

A este substrato bereber viene a agregarse después la aportaciôn arabe, mas importante cualitativa (por la profunda impronta cultural con que que~ara definitivamente marcada la regiôn) que cuantitativa- mente. La primera oleada arabe, la acaudillada por Oqba ben Nafi, lle- ga al noroeste de Berberfa -futuro Magreb- a fines del siglo VII y con ella el Islam. Pese a que estos arabes no penetraran en el desierto la islamizaciôn -bastante superficial aun- del Sahara occidental a tra~

vés de las caravanas de bereberes que Io recorren, es muy te~prana.

T am poco llega al «Gran Desierto» una segunda oleada arabe, las tribus Beni Hilal, que, procedentes de Egipto, se lanzan sobre el Magreb en

e!

siglo XI. A fines del primer tercio de este mismo siglo arranca pre- c1samente la epopeya almoravide, cuyos protagonistas van a ser los be-

197~)\~SaL'~ara

Occidental,_ un peuple et ses droits,,, Colloque de Massy (! et 2 avril , . Harmattan, Pans, 1978, p. 33 y ss.

6 v. G. H. Bousquet: Les Berbères, P. U. F., Paris, 1961.

7

v. G. H. Bousquet: op. cit.; F. de Chassey: L'étrier, la houe et le livre. Societés tra- ditionnel/es au Sahara et au Sahel occidental, Ed. Anthropos, Parîs, 1977.

24

reberes del Sahara occidental. Por esta época, debido a la necesidad vi- tal que del oro sudanés tienen las economias del mundo arabe y del mundo europeo, el comercio transahariano es ya muy intenso. Junto al oro las caravanas traen del Sudan esclavos negros, especias, marfil, cue;o, pieles, etc. y llevan al Africa negra la preciada sal (de las sali- nas saharianas de Iyil, Teghasa, Taudeni), datiles, higos, cereales, teji- dos, caballos, baratijas y ... el Coran. Con ello, la posiciôn estratégica de los divididos nômadas sanhaya se toma privilegiada. El principal mérito de los «almoravides» («los de la rabida»), movimiento religioso- militar surgido en el seno de los lemtuna, es el de haber sabido agluti- nar a las tribus sanhaya en torno a un interés econômico comun --el control del trafico transahariano- mediante una fe --el Islam- renova- da, puritana y conquistadora 8 Uno de sus mas destacados caudillos, Abu Bakr, se hace con el reino sudanés de Ghana; su primo, Yussef Ibn T achfîn, se apodera del Magreb occidental, primero, donde fonda Marraquex, y de Al-Andalus, después. Toledo y Zaragoza caen en sus manos. En su apogeo (comienzos del siglo XII), el imperio almoravide se extiende, al menos nominalmente, desde el alto Niger y el Senegal hasta el Ebro. El enorme esfuerzo realizado y las Juchas intestinas, sin embargo, van a provocar su pronto declive. Otros bereberes, los «al- mohades» -masmuda del Atlas, éstos-, acaban con el imperio almora- vide a mediados del siglo XII. De nuevo, las tribus sanhaya, plenamen- te islamizadas ya, se dividen y, mientras los ejes comerciales transaha- rianos se desplazan cada vez mas al este (la ruta caravanera mas occi- dental, Siyilmassa-Tinduf-Iyil-Uadan, etc., entra en decadencia), van aislandose progresivamente del Magreb 9•

Con posterioridad a los Beni Hilal llega al noroeste africano una nueva oleada arabe. Se trata de los maquil, quienes en el siglo XIII ayu- dan a las tribus zenata a imponer otra dinastia bereber, la de los Beni Merines, sobre las ruinas del imperio almohade. No duraran mucho, sin embargo, sus buenas relaciones con los Beni Merines. Estos, aparte de resistir con éxito la creciente presiôn de los maquil sobre las fron- teras orientales y meridionales del reino de Fez, les obligan a despla- zarse lentamente hacia el sur, hacia el desierto. En el siglo XV las tri- bus mas numerosas entre los maquil, los Ulad Hassan o «hassanes», controlan ya el Sahara occidental. Pobres e incultos, pero buenos gue- rreros, terminan imponiéndose, al menos desde un punto de vista poli- tico-militar, a los sanhaya, con quienes iran mezclandose, dando lugar a la actual poblaciôn arabobereber de la regiôn. Con la llegada de los

8 v. F. de Chassey: op. cit., pp. 26-35.

9 Una buena sîntesis hist6rica puede encontrarse también en J. Mercer: Spanish Saha- ra, G. Allen & Unwin, Londres, 1976.

(14)

hassanes se produce la definitiva arabizacion -mucho mas tardia, por tanto, que la islamizacion- del Sahara occidental (de ahî que el dialec- to arabe hablado en toda la zona que va del Nun al Senegal se deno- mine «hassanfa») 10 El prestigio de los nuevos senores del Sahara occi- dental hara que, posteriormente, todas las tribus guerreras de la region se consideren arabes ( «arab» ), aunque muy pocas -quizas solo los Ulad Delim- desciendan realmente de los hassanes. Por otra parte, no todas las tribus sanhaya quedaran sometidas ni se convertiran en tributarias de los invasores. Algunas, amparandose en su superioridad cultural (los

«Zaufa»), compartiran con los guerreros la cupula de la sociedad saha- riana. En esta época crucial (siglos XV a XVIII), a través de la compleja interaccion (Juchas, alianzas, fusiones, divisiones) de arabes y bereberes, se fragua la peculiar estructura social que encontrara la colonizacion en el Sahara occidental y que se caracteriza por una marcada division funcional (economica, ideologica, polftico-militar) entre las distintas tribus o fracciones; se constituyen, ademas, las principales tribus con- temporaneas.

Pero tra~emos de describir, siquiera sea breve y someramente, los rasgos esenc1ales de la «sociedad tradicional» mora, para Io cual segui- ré fundamentalmente a F. de Chassey n. Veamos, ante todo, cuales son l~s estruc.turas socio-economicas basicas. Tradicionalmente -y hasta epoca rec1ent~, l~ .actividad economica principal en el Sahara, impues- ta por el .med10 f1S1co, ha sido la ganaderia nomada. El ganado (came- lla_r, caprmo y, en menor medida, ovino) es, pues, medio de produc- c10n Y de reproduccion -casi el unico «capital»-, producto de consu- ma y, eventu~lmente, medio de pago, medida de valor. Este «capital»

se reparte des1gualmente entre las diversas categorfas sociales (v. infra), a~nque ~a naturaleza y la vida nomada impiden, claro esta, que se den d1ferenc1as notables en el nive! de vida de los saharianos. Junto a esta economfa pastoral, casi de auto-subsistencia, existen otras actividades secu~darias anexas, como la artesanfa, o conexas, como la guerra (los

«gaz!» o «rezzu»), el comercio (el trafico transahariano entra en deca- dencia a partir del siglo XV) o la agricultura (insignificante en el «Sa- hara espanol»). A estas actividades economicas corresponde una deter-

10 Sobre los Ulad Hassân v. J. Mercer: op. cit.; J. Caro Baroja: Estudios Mogrebies

!DEA, CSIC, Madrid, 1957, p. 109 y ss. '

11 Sobre la sociedad tradicional mora contamos con los magistrales estudios, efectua- dos con distinta metodologia y mâs de veinte ai\os de distancia, de J. Caro Baroja: Estu- dzos Saharianos, !DEA, CSIC, Madrid, 1955 y Estudios Mogrebies, idem., 1957; y de F.

de Chassey: op. cit. en nota 7 e intervenciôn en «Sahara occidental, un peuple et ses droits», Colloque de Massy (1 et 2 avril 1978), L'Harmattan, Paris, 1978. Otros trabajos p1oneros en este terreno, realizados en la década de los cuarenta, son los de S. Alcobé, M.

Mulero, A. Doménech, A. Flores, etc.

minada organizacion social, fundada en el parentesco e integrada -en una estructura piramidal- por una serie de grupos patrilineales y pa- triarcales: familia, fraccion, tribu. La célula social primaria es la fami- lia simple o conyugal, simbolizada por la tienda ( «jaima») donde habi- ta, pero la unidad elemental de produccion (y de consumo) es la fam1- lia amplia, clan o segmenta de linaje («aial»). Sin embargo, el «aial»

no puede subsistir en el desierto sin incorporarse a grupos mas am- plios: la fraccion ( «fajad») y la tribu ( «cabila» ), conjunw de varios

«aial>,, la primera, y de varias fracciones, la segunda, cuyos iefes proce- den de un antecesor comun. Esto no significa, ni mucho menos, que numérica o politicamente las tribus sean siempre mas importantes que las fracciones. Una diferencia radicarfa en el hecho de que aquellas se aglutinan por una exigencia de orden politico, la defensa frente al e~­

terior (solidaridad externa), mientras que las segundas Io hacen mas bien por razones de orden economico (solidaridad interna). En todo caso, unas y otras son propietarias y ejercen la defensa colectiva de los principales pastizales y pozos de agua. A su vez, las fracciones suelen dividirse en subfracciones ( daraa» en singular) y las tribus pueden constituir -por Io general, de manera coyuntural- confederaciones.

Al igual que esta estructura social vertical brevemente descrita, también la estructura de poder correspondiente es de parentesco.

Asamblea («Yema'a») y jefe («chej», pl. «chiuj») de fraccion o de cabila son los organos polîticos fondamentales de la sociedad tradicional mora. Formalmente, la «yemaa» es la reunion de todos los jefes de fa- milia de la fraccion o de la tribu, siendo el «chej» un mero ejecutor de sus decisiones. De hecho, aquella suele estar dominada por la voz de algunos notables y el «chej», elegido -segun el modelo patriarcal- por los criterios prioritarios de la sangre y de la edad, impone con frecuencia su autoridad a la «yemaa».

Ahora bien, ni las actividades economicas, tipicas de cualquier pue- blo de pastores nomadas, ni las estructuras socio-polfticas basicas, co- munes por ejemplo a todo el Magreb, son, por supuesto, privativas del Sahara occidental. Si lo es, en cambio, segun F. de Chassey, la pe- culiar estratificaci6n social horizontal, resultado de una dura, larga Y compleja Jucha por la apropiacion de unos medios escasos de subsis- tencia. En los niveles inferiores de la jerarquia se encuentran los si- guientes estamentos o categorias sociales:

a) Categorias serviles: Esclavos ( «abid») y libertos ( «haratin» ).

Proporcionan la fuerza de trabajo necesaria para el pastoreo; son los

«criados para todo» de las familias moras.

b) Profesionales (muy poco importantes numéricamente): Artesa- 27

(15)

nos («maalemin», también llamados «majarreros» por Ios espanoles) y bardos ( «iggauen» ).

Siervos Y profesionales pueden constituir familias enteras integradas en determi~adas fracciones o tribus.

c) Tri~utarios (llamados «zenaga>>, aunque no sean Ios unicos, ni mijcho menos, de origen sanhaya): Familias, fracciones o tribus de pas- tores o de pescadores ~ue dependen de algunas tribus «zaufa» 0 guerre- ras, a las que pagan tnbuto a cambio de proteccion. Tribus tributarias eln el . «SahMara espaiiol» son los Ulad Tidrarin i2, Foikat, Imraguén,

_amm1ar, eyat y Mnasir.

En los niveles superiores de la jerarqufa se encuentran dos clases de tribus:

d) "~a~ia» (much.o menos importantes en el «Sahara espaiiol» que en Mauntama): Las tnbus marabuticas o «gentes de libros» monopoli- zan la funcion ideologica, legitimadora del orden establecido. «Zaufa»

son los. Ahel Be~ikalah y, originariamente, los Ulad Tidrarfn (antes de convemrse en tnbutarios de los Ulad Delim).

e) Guerreros: Las «gentes del fusil», verdaderos seiiores del desier- to, monopolizan la funcion politico-militar. Mencionaremos a Ios Er- guibat, los. ~lad Delim y las tribus Tekna (Ait Lahsen, Ait Ussa, Iag- gut, Izargmen Y Ait Musa u Ali). La mayorfa de las tribus guerreras pretenden descender directamente de los conquistadores «hassanes»

(por eso se denominan «arab,,, arabes), Io cual, sin embargo, solo esta- ria mas o menos justificado en el caso de los Ulad Delim. Otra «ilu- sion genea~ogica» es la de rodas aquellas tribus, «chorf a» (pl. de «che- nf,, o «xenfe») que pretenden . descender del Profeta: Erguibat, Arosién Ahel chej Ma el-Ainfn, Filala, Taubalet y Ulad Bu Sbaa. ' Se ~rata, P?r tant.o, . de un sistema de estratificacion social en el que cada. tnbu esta es.~ec1ahzada en una funcion social casi exclusiva que Je confiere, en relac1on con las demas, un rango desigual. Desde 1934, fe- cha en que los franceses concluyen la «pacificacion» de Mauritania y los espaiioles se deciden por fin a ocupar el interior del Sahara, el sis- tema entra en crisis. A partir de entonces, rodas Ios moros (saharauis o mauritanos) pasan a ser «zenaga», es decir, sometidos u.

12

«Ulad,, (.sing .. "Uld,,), hijos de, es el equivalente en hassanîa del «Beni" (sing. «Ben») arabe o del »Alt» (smg. «Un) chelja.

13 lronia saharaui recogida por ]. Caro Baroja en Estudios Saharianos, p. 33.

Estas peculiares estructuras intertribales y la existencia de una len- gua comun -el «hassanfa»- permiten hablar 14 de una cierta identidad socio-cultural, ya que no racial y muchfsimo menas nacional, en el Sa- hara occidental (en su sentido amplio, geografico). Ahora bien, dentro de esta identidad socio-cultural de todas las tribus nomadas hassanofo- nas, Io especffico de los verdaderos antepasados de los actuales saha- rauis -«ahel es-Sahel», las «gentes del Sahel», es decir, de la zona mas occidental del Sahara, la cual comprenderfa aproximadamente el terri- torio de la R. A. S. D., Tarfaya, la region de Tinduf y las regiones mauritanas de Zemmur y Tiris- es la permanente ausencia de un po- der supratribal, centralizado 15 A diferencia de Io ocurrido en el resto del Sahara occidental (centro y sur de la actual Mauritania), donde a partir de los siglos XVII-XVIII se constituyen poderes de este tipo (los emiratos del Adrar, Tagant, Trarza y Brakna) en torno a algûn clan guerrero, en el «Sahel» ninguna tribu se impone a todas las demas ni queda sometida tampoco a los emiratos meridionales (ni siquiera al del Adrar, el mas proximo) ni, por supuesto, a los sultanes marroqufes 16 Esto hace que el sentimiento de solidaridad, ofensiva y defensiva, entre los miembros de un clan, fraccion o tribu -la «assabfa» o solidaridad agnatica- sea mucho mas fuerte que en otras zonas vecinas. El «hecho colonial» -colonizacion espaiiola de casi todo el «Sahel» y francesa del resto del Sahara occidental- vendra a cimentar, después, estas caracte- rfsticas especfficas.

Si, como hemos visto mas arriba, ya desde 1934, con la ocupac10n efectiva del interior del territorio, entra en crisis la estratificacion so- cial horizontal (relaciones intertribales), durante la década de los sesen- ta se vendran abajo las propias estructuras socio-economicas y politicas basicas de la sociedad tradicional saharaui. El inicio de la colonizacion propiamente clicha -reforzamiento del aparato administrativo y del dis- positivo militar espaiiol, intensa actividad constructora (obras publicas, edificaciones civiles y militares), prospecciones petrolfferas y mineras, etc.- desencadena el proceso de sedentarizacion de una poblacion hasta entonces nomada en su casi totalidad. La sedentarizacion va erosionan-

14 f. de Chassey: Colloque de Massy, p. 14.

15 f. de Chassey: Colloque de Massy, p. 15 y ss.; A-B. Miské: Front Polisario, l'âme d'un peuple, Ed. Rupture, Parîs, 1978, p. 258.

16 Antes de 1956 el interés marroquî por el Sahara occidental se manifiesta ûnicamen- te, y de modo esporâdico, durante los reinados de tres grandes sultanes -Ahmed El- Mansur (1578-1603), Muley Ismail (1672-1727) y Muley Hassân (1873-1894)-; tiene un m6vil econ6mico -intentar controlar, en alguno de sus tramos; el comercio transaharia- no-; se traduce en expediciones militares aisladas, cuyos resultados son efimeros, y, en todo caso, no afecta al «Sahel,, sino a los reinos sudaneses, a los emiratos mauritanos o al insumiso Sus.

(16)

do y socavando implacablem·ente la organizaciôn social tradicional: au- mentan los intercambios y la movilidad, la «assabfa,, (solidaridad agnâ- tica) comienza a diluirse, ciertos «roles» se desvirtûan, otros se poten- cian. Cuando al final de la década y primeros afios de la siguiente -establecimiento de FOSBUCRAA, sequfa, etc.-el proceso de sedentari- zac1on se acelere de manera espectacular, la vieja sociedad tribal salta hecha pedazos y -aunque no parece que los responsables espafioles del gobierno y administraciôn del territorio se enteren de ello- una nueva sociedad hace eclosiôn. Aparece por primera vez un auténtico senti- miento nacional, superador del periclitado tribalismo y aglutinador de todo el pueblo saharaui. El Frente Polisario sabrâ potenciar y canalizar polîticamente este joyen, pero pujante, nacionalismo (v. infra).

Algunas cifras, extraîdas de informaciones oficiales espafiolas, darân idea de este rapido proceso de sedentarizaciôn que tan hondas conse- cuencias de distinto tipo va a traer al territorio.

Después de unos notables trabajos de campo efectuados en el Sâha- ra en 1952, en colaboraciôn con

J.

Caro Baroja, M. Molina Campuza- no 17 elaborô un completo esquema de las cabilas 18 que nomadeaban en el territorio, estimando, sobre el calculo de unas 6.500 tiendas («jai- mas» ), que la poblaciôn total saharaui (incluida la de Tarfaya) deberia de rondar las 30.000 personas. Pese a ello, afios después, el Gobierno espafiol suministra al secretario general de la O. N. U. cifras muy infe- nores (probablemente, a la polîtica inmovilista de Madrid le interesa que el territorio aparezca como prâcticamente despoblado):

1958: unos 17.500 nativos.

1959-60: cerca de 19.000 nativos 19•

Aûn en 1963 20 se habla de 24.000 y en 1966 21 de 25.000 habitan- tes, no especificândose, por otra parte, si en estas cifras se incluye a la poblaciôn europea, que en 1959 (puede decirse que este afio empieza la colonizaciôn propiamente clicha) ha saltado de unas 1.700 a 5.681 per- sonas.

P Contribuciôn al Estudio del Censo de Poblaciôn del Sâhara espafiol, !DEA, CSIC, Madnd, 1954.

. 18

Con anterioridad habian aparecido otros esquemas mucho menos completos. Por

ejem~lo, en las obras de A. Doménech: A/go sobre Rfo de Oro y de A. flores: El Sâhara espanol, pubhcadas ambas en Madrid en 1946.

19

Estos datos aparecen recogidos en el informe del «Comité de los 24,, de 1963 (A/ AC. 109/L. 90).

30

20 lntervenci6n espanola ante el «Comité de los 24", 18-9-66.

21 lnformaci6n transmitida al S. G. el 28-6-66.

El primer censo de poblaciôn mfnimamente serio no se efectûa has- ta 196722 Este censo contiene datos muy significativos. Por de pronto, se estima que el 50 por 100 de la poblaciôn nativa esta ya sedentariza- da y asentada fundamentalmente en los siguientes nûcleos: El Aaiûn (mâs de 6.000 saharauis), Tifariti, Villa Cisneros, Mahbes, Guelta Zemmur, Bojador, Smara y Auserd. El otro 50 por 100 son «nÔmadas puros» (al no existir en el territorio oasis propiamente dichos, no hay

«seminômadas»). La poblaciôn censada directamente es de 26.325 per- sonas, pero la total estimada (mediante câlculos a partir de 176 unida- des censales) se cifra en 46.546. La piramide de edades revela que es la saharaui una poblaciôn extremadamente joven (mas de la mitad tiene menos de veinte afios). Finalmente, por Io que respecta a la poblaciôn europea, ésta, concentrada en El Aaiûn y Villa Cisneros, supera ya la cifra de 9.000 personas (incluidos mas de mil jefes y oficiales, pero no las tropas, del Ejército espafiol).

Lo que resulta absolutamente sorprendente es que, pese a los datos del censo de 1967, la delegaciôn espafiola en las N. U. continûe ha- blando en 1968 y 1969 2·1 de unos 30.000 o 33.000 habitantes.

El censo de 1970 arroja una poblaciôn nativa de aproximadamente 60.000 personas (59.777 de hecho y 59.793 de derecho) y una pobla- ciôn europea superior a las 16.000 personas. El proceso de sedentariza- ciôn sigue su curso acelerado. Tan sôlo en El Aaiûn, cuyo crecimiento es espectacular, se han asentado ya mâ.s de 12.000 saharauis (mâs del doble que en 1967).

Para concluir, los datos. del censo de 1974, el ûltimo y mas com- pleto de los realizados por la Administraciôn espafiola, me parecen Io suficientemente elocuentes por sf mismos como para requerir comenta- rio adicional alguno:

- POBLACION SAHARAUI: 73.497 (38.336 varones y 35.161 mu- jeres).

Poblaciôn sedentarizada: 81,9 por 100.

- Principales nûcleos: El Aaiûn (28.499), Smara (7.295), Vi- lla Cisneros (5.413), Guelta Zemmur (2.500), Auserd (2.474), Tifariti (l.814), Aargub (1.732), La Güera (1.463), Mahbes (l.411), Bir Nzarân (1.400), Echdeiria (l.067).

22 Publicado por el Gobierno General.

2.l Carta de Piniés al S. G. de 17-10-68 e intervenci6n ante el «Comité de los 24,, el 23-4-69.

(17)

- Poblaci6n n6mada: 18,1 por 100 - Principales tribus:

- Erguibat: 38.523.

Charg (orientales): 20.276 (fracci6n mas numerosa:

Boihat).

- Sahel (occidentales): 18.247.

Izarguién: 7.984.

- Ulad Delim: 5.382.

- Ulad Tidrarin: 4.842.

- Ait Lahsen: 3.540.

- Arosién: 2.858.

- Ahel Berikallah: 1.810.

POBLACION ESPANOLA (sin incluir las tropas): 20.126 (12.702 varones y 7.424 mujeres).

3. LA COLON!ZACIÔN

No es mi prop6sito describir en este epfgrafe la historia detallada de la colonizaci6n del Sahara occidental, tema sobre el que, por Io de- mis, existe abundante bibliograffa 24 Me limitaré a dejar constancia de algunos de los hitos mas destacados de Io que quizas con mayor pro- piedad habrfa que denominar «prehistoria de la colonizaci6n», pues, aunque pueda parecer pura paradoja, la verdadera colonizaci6n del Sa- hara no comienza hasta 1958-59, es decir, dos o tres afios después de la apertura del proceso de descolonizaci6n.

A la hora de buscar lejanos antecedentes a la colonizaci6n, es tra- dicional referirse a la presencia espafiola en las costas saharianas en la segunda mitad del siglo XV 25. A medida que va consumandose la con- quista de las Canarias los castellanos pretenden extender también sus dominios a las vecinas costas continentales. Las lucrativas «cabalgadas»

(expediciones a la caza y captura de esclavos, ganado, etc.), los «resca- tes» (posibilidad de hacerse con alguno de los flecos del comercio transahariano) y las ricas pesquerîas de la Hamada «Mar Pequefia de

24

Entre las obras màs recientes puede verse la de ]. B. Vilar: El Sàhara espaiiol.

Historia de una aventura colonial, Sedmay, Madrid, 1977. La misma contiene una extensa bibliografia hist6rica.

25 Sobre este tema veàse la clàsica obra de A. Rumeu de Armas: Espaiia en el Africa Atlàntica, 2 vol. !DEA, CSIC, Madrid, 1956.

Berberfa» (espacio marftimo situado entre el archipiélago canario y el continente africano) son los primordiales intereses subyacentes a esta pretensi6n. Ya en 1449, el duque de Medina Sidonia habla obtenido de Juan II el sefiorîo de las tierras que se extienden entre el cabo de Aguer (al norte de la actual ciudad marroquf de Agadir) y el cabo .de Bojador, si bien nunca hizo efectivo ta! sefiorîo. Sî Io hara, en camb10, bastantes afios después, Diego Garda de Herrera, quien consigue que en la confirmaci6n que en 1468 le haga Enrique IV de su sefiorîo so- bre las Canarias se incluya «la Mar Menor, en las partes de la Berbe- rîa». Garda de Herrera construira en aquellas costas varias torres- factorîa, la mas famosa y duradera de las cuales fue la de «Santa Cruz de la Mar Pequefia» (1478-1527), que Rumeu de Armas ha ubicado en la desembocadura del uad Shebika, al sur del Draa, en T arfaya. Al amparo de esta torre parece que se desarroll6 una intensa actividad comercial (esclavos, ganado, cueros, orchilla, miel, cera, etc.) tanto en vida de su fundador como en los ûltimos afios de la centuria, conver- tida ya en torre realenga tras su reconstrucci6n en 1496 por el gober- nador de Gran Canaria, Alonso Fajardo. Por estos mismos afios (1499) tiene lugar, por otra parte, la sumisi6n, efîmera y puramente nominal, a Castilla del denominado «reino de la Bu Tata», en el Nûn. Natural- mente, estos intereses castellanos chocaban con los de la otra gran po- tencia atlantica de la época, Portugal, cuyos marinos -Gil Eanes, Gon- çalves Baldaia y Nuno Tristào- habîan sido los primeras en explorar el litoral sahariano, doblando en 1434 el mitico cabo Bojador y llegan- do en 1443 a la isla de Argüin, al sur del cabo Blanco, y en 1446 al rio Senegal. El largo y enconado litigio luso-castellano va resolviéndose a duras penas por vîa convencional -tratados de Alcaçovas (1479), Tordesillas (1494) y Sintra (1509)- o recurriendo al arbitraje pontifi- cio. Castilla consolida su soberanîa sobre las Canarias, pero ha de re- n~nciar primero al comercio, luego a la pesca, mas tarde a las «cabal- gadas», al sur del cabo Bojador, terminando por ceder incluso su do- minio sobre las costas situadas enfrente del archipiélago, en las que solo conservara -y por pocos afios- la torre de la Mar Pequefia, si bien es verdad que a ella se reducîa ya practicamente su dominio efec- tivo sobre el litoral occidental africano después de las fracasadas em- presas (1500-1502) del adelantado Alonso de Lugo. Al menos en su vertiente atlantica, la ambiciosa polftica africana de los Reyes Cat6li- cos o bien es fruto de la imaginaci6n calenturienta de nuestros moder- nos africanistas o bien no fue, en realidad, nada mas que un proyecto frustrado. Después, y mientras Espafia se vuelca en América, el comer- cio de Cadiz con el noroeste africano, antafio nada desdefiable, langui- dece; la torre de la Mar Pequefia desaparece definitivamente (1527); las

«cabalgadas» depredadoras se vuelven cada vez mas arriesgadas; la ûni-

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