• No se han encontrado resultados

El Valor de La Palabra

N/A
N/A
Protected

Academic year: 2021

Share "El Valor de La Palabra"

Copied!
88
0
0

Texto completo

(1)

UNA PALABRA VIVA Y EFICAZ. LA PALABRA DEDIOS EN LA BIBLIA

IGNACIOROJAS GÁLVEZ 957

LAS PALABRAS FURIOSAS

JOSÉMª RODRÍGUEZOLAIZOLA, SJ 971

LA PALABRA EN LA ERA DIGITAL

XISKYAVALLADARES 985

EXCELSAS PALABRAS

PEDRO RODRÍGUEZPANIZO 1003

RECENSIONES 1015

ÍNDICE GENERAL DEL TOMO 104 (2016)

1025

SUMARIO

Diciembre 2016 | Tomo 104/11 (Nº 1.217)

ESTUDIOS

(2)

Revista de Teología pastoral de la Compañía de Jesús en España

Revista mensual de divulgación científica sobre teología, Iglesia, sociedad, familia, psicología.

Fundada en 1912

ISSN: 1138 - 1094

Año 104 Número 1.217 DICIEMBRE 2016

(3)

José Ramón Busto Saiz, sj Maldonado, 1 / E-28006 Madrid

Tfno.: + 34 917 811 352

E-mail: jrbusto@salterrae.es / revistasalterrae@salterrae.es

CONSEJO DE REDACCIÓN: Antonio Allende (Editorial Sal Terrae)

Ana Berastegui Pedro-Viejo (Universidad Pontificia Comillas) Junkal Guevara (Facultad de Teología de Granada)

Diego Molina (Facultad de Teología de Granada) José Mª Rodríguez Olaizola (Editorial Sal Terrae) Pedro Rodríguez Panizo (Universidad Pontificia Comillas) Abel Toraño Fernández (Pastoral Universitaria - Salamanca)

Javier de la Torre (Universidad Pontificia Comillas)

COLABORADORES HABITUALES: Dolores Aleixandre - Patxi Álvarez de los Mozos Lola Arrieta - Adela Cortina - Cipriano Díaz Marcos

José Mª Fernández Martos - Jesús García Herrero Joaquín García Roca - José Antonio García Rodríguez

Pedro José Gómez - José I. González Faus Luis González-Carvajal - Juan Antonio Guerrero Pablo Guerrero - Daniel Izuzquiza - Mariola López

Luis López-Yarto - Juan Manuel Martín Moreno Xavier Melloni - Fernando Millán

(4)
(5)

En la actualidad es frecuente constatar el escaso valor que concedemos a las palabras. Ni nos tomamos en serio ni damos credibilidad a mucho de lo que nos dicen, mientras las palabras no vengan avaladas por los he-chos. Sin embargo, el modo más excelso de comunicación humana son las palabras, y nuestro mismo pensamiento tiene estructura lingüística. Si no pudiéramos hablar, no seríamos capaces de pensar. Por eso la re-vista SALTERRAEquiere dedicar un número a la Palabra y a las palabras y su valor.

Dios mismo ha querido revelarse a los hombres por medio de palabras, y decimos, siguiendo el evangelio según san Juan, que Jesús es la Palabra de Dios. Por eso el primer trabajo, que ha corrido a cargo de Ignacio Ro-jas, se ocupa de la palabra de Dios en la Biblia. Rastrea los principales lu-gares del Antiguo y del Nuevo Testamento donde podemos contemplar al Dios que se ha hecho accesible al hombre en palabras y espera de nues-tra parte la acogida de su Palabra.

José María Rodríguez Olaizola reivindica en su artículo el valor y el po-der de las palabras. Hay palabras que no son otra cosa que ruido; ocurre cuando las palabras pierden su capacidad de comunicación o de trans-formación de la realidad. El artículo invita a reflexionar sobre la fuerza y las limitaciones de lo que decimos y callamos.

Xiskya Valladares reflexiona sobre los cambios que la tecnología digital ha

producido en el uso del lenguaje y, de resultas, lo que está suponiendo en la estructuración del pensamiento humano.

(6)

Finalmente, Pedro Rodríguez Panizo explora en su ensayo cómo el uso de la palabra propio de la literatura y la poesía llevan el lenguaje a lo excel-so y, al hacerlo así, abren a los seres humanos a nuevas dimensiones de comprensión de sí mismos y del mundo, de diálogo, empatía y compa-sión con los demás.

(7)

Fecha de recepción: octubre de 2016

Fecha de aceptación y versión final: noviembre de 2016

Resumen:

«La palabra de Dios es viva y eficaz» (Hb 4,12) Esta afirmación bíblica evoca la idea de la Palabra de Dios como dinámica y vigorosa en la vida de las perso-nas. Con la presente reflexión-meditación tratamos de acercarnos a la naturale-za de esta Palabra divina, viva y vivificante; para ello rastreamos los lugares principales del Antiguo y Nuevo Testamento que nos ayudan a contemplar al Dios que «habla»; nos acercamos a las formas en que el mensaje divino se hace accesible al ser humano; y, finalmente, nos preguntamos sobre la acogida de esta palabra por parte de los «oyentes de la Palabra».

PALABRAS CLAVE: Escritura, espiritualidad bíblica, teología de la palabra, oyentes de la palabra.

ESTUDIOS

UNA PALABRA VIVA Y EFICAZ

LA PALABRA DE DIOS EN LA BIBLIA

Ignacio Rojas Gálvez*

* Profesor de Cartas apostólicas y Escritos joánicos. Facultad de Teología de Gra-nada. <irojas@teol-graGra-nada.com>.

(8)

An alive and active word. The Word of God in the Bible Abstract

«For the word of God is alive and active» (Hebrews 4:12) This biblical asser-tion brings forth the Word of God as a dynamic and vigorous constant in peo-ple’s lives. With this reflection-meditation we attempt to decipher the nature of this divine, active and alive Word; to this end, we trace the main places of the Old and New Testaments to contemplate the God that «speaks»; we look at the ways whereby the divine message becomes accessible to the human being; and lastly, we question the acceptance of the word by «listeners of the Word».

KEY WORDS: Scripture, biblical spirituality, theology of the Word, listeners of the word.

–––––––––––––––

«Dicen algunos que una palabra muere cuando es dicha. Yo, en cambio, opino que comienza a vivir justo ese día».

– Emily Dickinson, Poemas a la muerte Los conocidos versos de la poetisa americana Emily Dickinson traen a nuestro pensamiento la idea de que las palabras no mueren al ser pro-nunciadas, sino que permanecen en el tiempo y despliegan su vitalidad a pesar del paso de este. De modo parecido se expresaba Cayo Tito ante el senado romano afirmando que la palabra dicha tiene alas y puede vo-lar, mientras que la palabra escrita es silenciosa: «Verba volant, scripta manent». Al acercarnos a la Palabra de Dios lo primero que descubrimos es precisamente eso: su perdurabilidad y su capacidad de «volar» en el tiempo hasta nuestro hoy.

En contraste con estas ideas, en la sociedad contemporánea escuchamos a la sabiduría popular decir que «obras son amores y no buenas razones», para subrayar el hecho de que la verificación de una acción supera con creces la expresión verbal de la misma. Da la impresión de que vivimos una cierta decadencia de la palabra dada y una preponderancia de la ne-cesidad de hechos que demuestren que cuanto se ha dicho se ha obrado.

(9)

1. Piénsese, por ejemplo, en las palabras de Pablo en 1Tes 2,13. En ellas, el após-tol recuerda a la comunidad la acogida de los misioneros y su predicación como Palabra de Dios, operante en la comunidad. Quiere ello decir que hay una identificación entre la predicación de los misioneros y la Palabra de Dios, que actúa en la vida de la comunidad.

Si este es el común sentimiento de nuestros contemporáneos, parece per-tinente que nos planteemos algunas preguntas: ¿qué entendemos por la «Palabra de Dios»?; ¿qué es la Escritura?; ¿qué tiene esta palabra de per-durable en el tiempo?; ¿a quién se dirige esta palabra?; ¿qué significa y qué implica ser «oyentes de la Palabra»? A todas ellas trataremos de res-ponder en las líneas que siguen.

Introducción: Palabra de Dios y Escritura

Cuando hablamos de la Palabra de Dios, nos referimos la autorevelación de Dios, que no se limita a la forma oral hablada, es decir, a la palabra pronunciada. A propósito de esto, el autor de Hebreos inicia su exhor-tación diciendo: «De distintas maneras ha hablado Dios a los hom-bres...» (Hb 1,1). El escritor bíblico ratifica la forma en que Dios se re-laciona con el ser humano: hablando de distintas maneras. A diferencia de los ídolos de las naciones vecinas, que se caracterizan por su mudez (Sal 135,16), el Dios de Israel ha buscado un modo nuevo y único para revelarse a su pueblo: le ha hablado. Este hablar de Dios, en primera ins-tancia, tiene como fin el deseo divino de entablar alianza con Israel y, por su pueblo, con el resto de la humanidad.

Continúa el texto de Hebreos afirmando que este hablar histórico de Dios ha llegado a través de personas concretas. Se trata, por tanto, de una palabra mediada a través de los profetas, que se encargan de acoger la pa-labra divina y transmitirla de múltiples maneras, con oráculos, con ges-tos, con acciones simbólicas. En consecuencia, Dios no se ha revelado únicamente por medio de la palabra escrita que conocemos, sino que ha empleado maneras diferentes de «hablar» en la historia1.

(10)

2. G. GERLEMAN, «Dabar», en E. JENNI – C. WESTERMANN (eds.), Diccionario

teológico manual del Antiguo Testamento, I, Cristiandad, Madrid 1978, 621.

3. «No solo el hecho en su realización histórica, sino también la narración, en la cual queda aprisionada la cosa realizada históricamente, recibe el nombre de palabra»: A. M. ARTOLA– J. M. SÁNCHEZCARO, «Biblia y Palabra de Dios»,

en Introducción al estudio de la Biblia, vol. 2, Verbo Divino, Estella 1990, 38.

Así pues, por «Palabra de Dios» entendemos no únicamente cuanto he-mos recibido y transmitihe-mos de forma escrita, sino cuanto Dios ha ha-blado de diferentes maneras en la historia. En cambio, por «Escritura» entendemos la Palabra de Dios puesta por escrito por los autores inspi-rados por el Espíritu Santo (DV 9). Desde esta clarificación podemos afirmar, sin pretender hacer un juego de palabras, que la Escritura es pa-labra de Dios, pero que la Papa-labra de Dios no es solo la Escritura. Dios ha hablado de distintas maneras, y el rastreo de los textos bíblicos evidencia las formas, los espacios, los acontecimientos y las palabras con que Dios ha establecido diálogo con la humanidad.

1. La palabra en el Antiguo Testamento

En el Antiguo Testamento, el término más común empleado para desig-nar a la «palabra» es dabar y tiene un significado más amplio que nues-tro concepto de «palabra». Para el hombre bíblico, dabar tiene tres sig-nificados: en primer lugar, como en nuestra definición, el acto de hablar. En segundo lugar, es un término que se utiliza para expresar el sentido de una palabra. Finalmente, es la cosa misma denominada por la pala-bra, es decir, un acontecimiento en sí. Así pues, dabar significa «palabra», pero también «cosa» o «acontecimiento»2.

Habiendo clarificado que dabar no es solo el significado o sentido de algo, sino también la cosa, el acontecimiento mismo3, llegamos a la

afir-mación de que para Israel el dabar de Dios es una palabra que se refiere a la acción, al mandato de Dios. La Palabra de Dios realiza cuanto dice, es un acontecimiento, una palabra viva, su actividad comienza en el

(11)

mo-4. J. GUILLÉNTORRALBA, «La fuerza de la «Palabra»: RCatT XIV (1989), 379. 5. Sobre estas tres palabras, veáse: B. COSTACURTA, Genesi 1-4: creazione, peccato

e redenzione, Il Centro culturale Gli scritti (25.01.2007); en línea: http://

www.gliscritti.it/approf/2007/conferenze/costacurta01.htm (Consulta el 1 de octubre de 2016)

mento en que es pronunciada. Dios es el Señor de los acontecimientos4.

Descubrimos así en la «palabra» un carácter dinámico y performativo. Entre los estudiosos, un ejemplo clásico de cuanto estamos señalando lo encontramos en el relato de la bendición de Jacob. El patriarca Isaac, ante la petición de Esaú, refiriéndose a Jacob afirma: «[...] le he bende-cido, y bendito está» (Gn 27,33-35). Las palabras del patriarca negando la bendición a Esaú evidencian el doble valor de la palabra de bendición dicha sobre Jacob: la bendición ha sido pronunciada, y Jacob ha sido bendecido; por tanto, dicha palabra se ha cumplido y tiene un carácter irrevocable.

Son muchas las palabras-dabar con las que Dios se ha revelado a su pue-blo en el Antiguo Testamento. Nos detenemos en las tres palabras esen-ciales que nos ayudan a conocer al Dios que «habla»: palabras creadoras, palabras liberadoras y palabras proféticas.

1.1. Palabras generadoras de vida y bendición, o las tres palabras de la creación

Desde un principio, el Dios de Israel es un Dios-relación, que sale de sí y se comunica realizando su actividad creadora por medio de la palabra. Esta acción creadora de Dios revela el carácter dinámico y eficaz de su palabra.

Tres son las expresiones principales de la palabra que Dios pronuncia, cuyo efecto aparece reflejado en la tradición de los orígenes: crear – lla-mar – bendecir5.

La primera de ellas es la palabra creadora, por la cual llama a la existencia a todo y a todos. Dios dice, y acontece: «Y dijo Dios... y fue» (Gn 1,3). La

(12)

expresión divina «haya...» (Gn 1,3) es la primera forma de entrar en diá-logo con el mundo y contiene tal dinamismo que ordena el caos, trans-formándolo en cosmos. Esta palabra creadora, junto con su aliento vivi-ficador, confiere la vida a cuanto existe (Gn 1,2). Es esta una palabra que contiene en sí la capacidad de convocar a la existencia dotando todo de vitalidad y de verdad. A través de ella, cuanto existe adquiere la poten-cialidad de ser en plenitud.

La Palabra de Dios, además de dar la existencia, da un nombre a lo crea-do. Esta es la segunda palabra divina. Por medio de su palabra, Dios da identidad a las criaturas. En sentido bíblico, «conocer/dar el nombre» su-giere la idea de una relación profunda, es conocer la realidad última de lo nombrado, y es también signo de señorío sobre quien se nombra. Pre-cisamente porque es el Creador de las criaturas, porque las conoce hon-damente, Dios tiene el poder de llamarlas.

La tercera palabra del Creador es la palabra del bien: la bendición. Dios pronuncia una buena palabra al reconocer en cada uno de los seres crea-dos los desbordantes efectos de la vida. Al contemplar a las criaturas, Dios pronuncia sobre cada una de ellas una palabra favorable y benevo-lente y las invita a generar la vida (Gn 1,22), pues la bendición está es-trechamente unida a la vida. Esta palabra buena también será regalada a los seres humanos, que podrán bendecir y maldecir en nombre de Dios. 1.2. Espacios privilegiados de la palabra liberadora

La Palabra de Dios se revela especialmente dinámica cuando guía al pue-blo de los espacios de esclavitud a los lugares de la verdadera libertad. El nacimiento de Israel como pueblo también tiene su fundamento en una proto-palabra de Dios, que hace salir a Abrahán de Jarán en dirección a Canaán.

Jarán es el lugar de las seguridades y del culto idolátrico. Allí, Dios ha-bla a Abrahán: «Sal de tu tierra, de tu patria, de la casa de tus padres...» (Gn 12,1). Dios le dirige una palabra de promesa y de bendición que será la génesis del nuevo pueblo. La palabra exige de Abrahán abandono y confianza radical. «Salir de la tierra» es abandonar la propia zona de confort y encaminarse a un lugar desconocido, el lugar de la promesa.

(13)

De nuevo, la Palabra de Dios es generadora de vida: la promesa de una descendencia. Pero en esta ocasión implica un compromiso: ponerse en camino.

En esta misma línea liberadora, la palabra de Dios se dirige a su pueblo por medio de Moisés. Dios pronuncia una palabra especialmente activa; es su palabra la que baja, la que exhorta, la que acompaña, la que saca al pueblo de la esclavitud. Esta palabra de Dios se revela eficaz en la salida de Egipto, cuando todo parece indicar que se frustra su realización. La ciudad de los egipcios es el lugar de la palabra negada, la palabra esclava de los intereses de los dominadores, y allí donde parecía imposible que germinara la libertad, la Palabra de Dios ofrece liberación.

Pero especialmente relevante es la acción salvífica de la palabra de Dios en el caminar del pueblo por el desierto. En hebreo, el vocablo «desier-to» es mdbr y contiene las mismas consonantes que dabar (dbr). El de-sierto es el lugar de la escucha de la palabra y, a partir de esta, Israel se configura como pueblo. Acogiendo la Palabra de Dios, el pueblo experi-menta sus efectos, es educado en la fe, guiado pedagógicamente hacia un nuevo espacio de vida: la tierra de la libertad. El lugar árido e inhóspito es, paradójicamente, el lugar propicio para la escucha de la palabra. El espacio del límite, la vulnerabilidad y la pobreza dispone de manera par-ticular al ser humano para acoger la Palabra de Dios y situarse de una nueva forma para afrontar los retos de la propia existencia. Israel debe discernir, porque en el desierto, junto a la Palabra, escucha otras palabras tentadoras que niegan la acción salvadora de Dios y que le ofrecen como alternativa la posibilidad de acoger las antiguas palabras de esclavitud. Israel en el desierto recibe una palabra fundacional, recibe la ley de la li-bertad, el Decálogo. El tercer espacio de la palabra liberadora es el Sinaí. Allí, Dios regala a Israel diez palabras destinadas a preservar su libertad. Estas reivindican una justa relación con Dios y con los hermanos; están escritas en tabla de piedra que Dios entrega a Moisés como signo de una alianza permanente e inquebrantable entre partners desiguales. El Mon-te Sinaí es el lugar de la palabra para la vida, el lugar de las palabras de alianza.

(14)

6. G. GERLEMAN, «Dabar», 624.

7. J. GUILLÉNTORRALBA, «La fuerza de la «Palabra», 388.

8. A. M. ARTOLA– J. M. SÁNCHEZCARO, Biblia y Palabra de Dios, 32. 1.3. Las formas de la palabra profética:

«Vino la Palabra del Señor».

Privilegiados mediadores de la Palabra de Dios son los profetas. Llama-dos por Dios, iluminaLlama-dos por el Espíritu para hacer llegar su palabra al pueblo (2 Pe 1,21), a ellos debemos la fórmula «Palabra de Dios»6. En

sus profecías aparece con fuerza la Palabra de Dios, capaz de irrumpir en sus vidas llevándolos por caminos insospechados e incluso no deseados. Son diferentes las formas con que la Palabra de Dios, a través de los pro-fetas, llega a Israel.

El testimonio profético muestra que la primera forma con que la activi-dad de la Palabra llega es ocupando la misma vida del profeta. La Palabra de Dios desciende e irrumpe con toda su fuerza en las historias personales de hombres y mujeres que son sensibles a la escucha. Al tratar de describir esta experiencia, los profetas hablan de una palabra transformadora cuyo ímpetu no puede ser frenado ni por el deseo personal (Jr 20,7-9) ni por la indiferencia más absoluta (Jon 1,3). El hablar de Dios entra en sus vidas desinstalándolos y suscitando en ellos un ardor inusitado por proclamar la Palabra recibida, que los envía a «extirpar y destruir, perder y destruir, reconstruir y plantar» (Jr 1,10).

La Palabra recorre todo el cuerpo del profeta, que «la sienten real y viva en lo más profundo de su ser»7. Arde y los remueve interiormente (Ez 2,9), es

brasa en los labios (Is 6,7), es temblor (Am 3,8), alcanza el gusto (Ez 3,2-3)... Se empodera holísticamente del enviado, de tal manera que el pro-feta queda afectado por ella8.

El profeta asimila la Palabra, la digiere y la entrega al pueblo (Ez 3,1). Asimilar, digerir y entregar son las formas en que la Palabra pasa, de to-car la vida del profeta, a convertirse en mensaje. Entonces es proclama-da al pueblo como mensaje divino de anuncio y de denuncia, bajo la for-ma de acción simbólica o de mensaje explícito. Para alcanzar al pueblo,

(15)

9. Ibid., 31.

10. Para una ulterior profundización, cf. C. H. DODD, La interpretación del cuarto

evangelio, Cristiandad, Madrid 2004.

la Palabra de Dios, a través de los profetas, se convierte en oráculo, pro-nunciamiento profético en nombre de Dios9, destinado a realizarse sin

demora; pero también como palabra que es ley querida por Dios desti-nada a arraigar en lo profundo del pueblo; o como sentencia sapiencial, cuya finalidad es instruir sobre el modo recto de afrontar la vida. Todo este itinerario recorre la Palabra divina hasta alcanzar a su destina-tario último: el corazón del pueblo. La Palabra de Dios desciende, se sir-ve de la mediación de la vida del profeta, de la forma del anuncio, para alcanzar las entrañas del ser humano, transformando los corazones de piedra en corazones de carne (Ez 36,26). Sin esta misión cumplida, la Palabra no vuelve a Dios. La Palabra ha bajado del cielo «como la lluvia y la nieve» (Is 55,10) y está destinada a subir, a volver a Dios, habiendo germinado y fructificado en el compromiso del pueblo. Es una palabra fructuosa que desciende y asciende habiendo cumplido su misión.

2. La Palabra en el Nuevo Testamento

En lengua griega, el término empleado para designar a la «palabra» es lo-gos. No podemos entrar ahora a analizar en detalle sus diversas interpre-taciones10, pues excedería la pretensión del presente artículo. No

obstan-te, conviene apuntar que el Logos-palabra enfatiza el valor comunicativo de esta y que, en el cuarto evangelio, se da una total identificación entre el Logos y Jesús. El Hijo es la Palabra del Padre, no exclusivamente como transmisor del decir del Padre, sino como encarnación del modo de ha-blar de Dios a la humanidad. Jesús es Palabra.

2.1. Jesús, Palabra que revela al Padre

La Palabra de Dios es, en la revelación del Antiguo Testamento, una pa-labra mediada, y así lo recuerda la segunda carta de Pedro: «... hombres

(16)

11. Cf. BENEDICTOXVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini,

Libre-ria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2010, nn.6-21.

como eran, hablaron de parte de Dios» (2 Pe 1,20). La creación, el pue-blo y la profecía nos han mostrado cómo Dios se ha servido de media-dores. El Prólogo de Juan se refiere a esta mediación de la Palabra divi-na cuando afirma que «la ley vino por medio de Moisés» (Jn 1,17). De este modo, el evangelista subraya el papel necesario del mediador huma-no para que la Palabra alcance al pueblo. Este enunciado sirve a Juan para poner de manifiesto la superioridad de la revelación de Jesús; por ello, sentencia: «la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo» (Jn 1,17). Re-afirma así que la revelación de Jesús no es una palabra mediada, sino en-carnada, y enfatiza que el lugar privilegiado para acoger la Palabra de Dios es el mismo Jesús, Hijo de Dios por el que el Padre ha hablado (Hb 1,2), Palabra de Dios encarnada (Jn 1,14).

La lectura del Antiguo Testamento muestra el ardiente deseo de Dios de comunicarse con la humanidad. Dios quiere establecer comunicación. Jugando con la etimología de la palabra «diálogo» (dia-logos), la tradición joánica subraya que esta comunicación se hace carne en Jesús, se realiza por medio (dia) de la Palabra (logos)11. Nos encontramos ante un cambio

de paradigma que pasa de la mediación a la encarnación.

Jesús, Palabra del Padre, revela a la humanidad el deseo profundo de Dios. Al comenzar afirmando que «la Palabra estaba junto a Dios» (Jn 1,1), Juan señala la relación estrecha de Jesús con el Padre conduciéndonos a la eternidad de Dios, al principio sin principio (Jn 1,1). Precisamente porque desde un principio estaban en íntima comunión, Jesús hace ac-cesible a la humanidad la contemplación del rostro de Dios y desvela para ella el ser de Dios. Esta revelación de la pasión amorosa de Dios por la humanidad es comunicada por la Palabra. La vida de Jesús, sus pala-bras y sus gestos, su muerte y su resurrección son Palabra que nos habla del ser de Dios. Todo su ministerio es una exégesis del sentir de Dios, porque es el Hijo Único que está en el seno del Padre, que participa de una especial intimidad con Él (Jn 1,18).

(17)

2.2. Palabra salvadora: vida y luz de la humanidad

El objeto de la revelación, por el que el Padre dirige su palabra a la huma-nidad, es la participación de esta de la vida en plenitud. «En ella [la Pala-bra] estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres» (Jn 1,4). Así pues, la Palabra encarnada ofrece a la humanidad una vida que hemos de en-tender en sentido causativo y dinámico: una vida que produce una vida se-mejante a ella misma. Parece que la pretensión del evangelista es la de su-brayar que la participación en la vida divina es capaz de hacer percibir la existencia de un modo nuevo a la humanidad. Resulta sugerente el hecho de que el ofrecimiento de Dios en su revelación es totalizador. La vida es luz para la humanidad. Es decir, que Dios ofrece su misma vida, y la par-ticipación en esta ilumina el horizonte de la humanidad.

En labios de Jesús escuchamos esta palabra salvadora. En él, Dios revela palabras de «gracia y verdad» (Jn 1,17); es decir, la encarnación de la Pa-labra es la encarnación de la fidelidad amorosa por la humanidad. Jesús es el «sí» de la humanidad a Dios y de Dios al ser humano. De un lado, su persona, sus palabras, sus acciones en favor de la vida del ser humano dejan ver la apuesta decidida de Dios por sus criaturas; de otro, su exis-tencia solidaria en favor de la humanidad es un «sí» a la posibilidad de encarnar el proyecto de Dios.

La Palabra baja, viene al mundo. La Palabra no es pronunciada en la dis-tancia, sino que acampa en medio del pueblo, se hace Dios-con-nosotros. Dios se dice en Jesús hablando al modo humano, según nuestras catego-rías. El espacio de la salvación es el mundo, un escenario en conflicto donde la humanidad se debate entre la acogida y el rechazo de la Pala-bra. El mundo es positivo porque ha sido creado por Dios y es objeto de su atención amorosa; pero también es el escenario negativo, porque es el lugar del rechazo, de la palabra negativa de la humanidad a Dios.

2.3. Palabra filial que se acoge por la fe

La Palabra pronunciada por Dios está destinada a ser acogida. El mismo Hijo es la forma en que Dios pretende alcanzar el corazón de la huma-nidad (Hb 1,2); su existencia es cumplimiento filial del designio

(18)

des-12. K. RAHNER, Oyente de la Palabra. Fundamentos para una filosofía de la religión,

Herder, Barcelona 1972.

bordante del Padre. Por ello, acoger la palabra implica entrar en una nue-va relación con el Padre: la filiación.

La palabra pronunciada tiene como fin suscitar una respuesta en los in-terlocutores. La Palabra de Dios no es palabra anacrónica lanzada al va-cío de la historia y de la que percibimos un leve eco, sino una palabra in-terpelante, viva y actual, que espera una respuesta. El itinerario de la palabra de Jesús, en el creyente, pasa necesariamente por la acogida de la fe como don. La fe es un don que no proviene de la propia voluntad ni de la imposición de otros; no es hereditaria; tiene su origen en la gratui-dad del Padre (Jn 6,44) y su proyecto de amor por el mundo (Jn 3,16). La fe es la libre y personal respuesta del ser humano a la Palabra de Dios dicha en Jesús. Por ello, acoger la Palabra en la fe significa sostener la propia existencia en la palabra irrevocable de Dios que se revela en Jesús. Una fe que tiene como signo la persona de Jesús y que se fundamenta en el poder vivificante de su Palabra (Jn 5,24).

La Palabra penetra en lo más profundo del ser humano, es viva, eficaz, y discierne los sentimientos del corazón (Hb 4,12). Esta actividad purifi-cadora de la Palabra ofrece una nueva vida a quienes están dispuestos a acogerla. El nuevo nacimiento es la acción del Espíritu que actúa en los oyentes de la Palabra. Un nuevo nacimiento implica una nueva forma de disponernos en la vida como hijos del Padre. De este modo, esta palabra, que genera vida, genera hijos. Establece un vínculo de intimidad: es este el deseo último del Dios que se comunica ofreciendo una palabra que orienta y motiva la existencia.

Conclusión: oyentes de la Palabra

El teólogo Karl Rahner popularizó la expresión bíblica «oyentes de la Pa-labra» para subrayar el hecho de que la palabra pronunciada por Dios es capaz de dar respuesta a lo profundo de la existencia humana12. A lo

(19)

lar-13. J. GUILLÉNTORRALBA, «La fuerza de la «Palabra», 389.

go de estas páginas hemos visto la naturaleza de la palabra de Dios, las palabras, los lugares, las formas en que Dios se ha comunicado en el An-tiguo y Nuevo Testamento. Hemos conocido al Dios que habla. Aunque algo queda esbozado, concluimos acercándonos al ser humano como re-ceptor de esta palabra y partícipe activo del diálogo con Dios.

La palabra baja y se ofrece a sus interlocutores. A propósito, apunta J. Gui-llen: «El movimiento “descenso-elevación” es un motivo constante en las relaciones de Dios con los hombres: la katábasis origina una anábasis; la encarnación, una deificación. Dondequiera que la palabra se presenta, crea y salva, no solo recupera»13.

Ser «oyentes de la palabra» significa entrar en la dinámica de la palabra. Acoger su «descenso». Para ello es preciso, primeramente, salir de nos-otros mismos. Continuamente nos preguntamos por las cosas y por las criaturas y buscamos las razones últimas de nuestra propia existencia. Es-tas pregunEs-tas corroboran nuestra capacidad de salir de nosotros mismos y entrar en diálogo. En estas preguntas nos descubrimos capaces de ex-perimentar a Dios, pues en nosotros habita el deseo de Dios.

Ser «oyentes de la Palabra» significa actuar la Palabra. La Palabra no anu-la nuestra libertad, sino que nos abre a anu-la posibilidad de una libertad más honda. Ser «oyentes de la Palabra» nos provoca a poner nuestra historia al servicio de la Palabra, a ser «actuantes» de la Palabra. La acogida de la Palabra encarnada realiza cuanto dice, y hace de nuestra historia historia de salvación.

Una vez acogida la Palabra, «ascendemos», tomamos conciencia de que, como a hijos, es Dios quien nos ha hablado primero, y de que nuestra historia es una continua invitación de Dios al diálogo. Entonces, para-fraseando a E. Dickinson, al igual que la palabra cuando es pronuncia-da, descubrimos que «comenzamos a vivir justo ese día».

(20)

El amor constituye el corazón del cristianismo, y su irrestricto

desborda-miento revela la lógica interna de la fe. Como decía J. Ratzinger, «la

sobre-abundancia es la mejor definición de la historia de la salvación»; porque «la ley del amor es la entrega, solo cuando es excesivo es suficiente». Bajo tal convicción ha sido pensado este libro, en cuyas páginas se ensaya una apro-ximación a la fe desde la perspectiva del infinito exceso del amor, que es la entraña más honda de Dios y la vocación más alta del hombre. El autor ha querido, pues, acercarse a lo más propio del cristianismo en sus núcleos bá-sicos, contemplándolo todo a la luz de un Amor sobreabundante.

Con infinito exceso

La fe cristiana a la luz

de un Amor sobreabundante

432 págs.

Más información, en www.gcloyola@com

Apartado de Correos, 77 - 39080 Santander (ESPAÑA) pedidos@grupocomunicacionloyola.com

(21)

LAS PALABRAS FURIOSAS

José María Rodríguez Olaizola, sj*

* Jesuita, sociólogo. Trabaja en sjoficinadigital. <jmolaizola@yahoo.com>. Fecha de recepción: octubre de 2016

Fecha de aceptación y versión final: noviembre de 2016

Resumen

Hoy en día vivimos en un mundo ruidoso. Las redes, los medios de comunica-ción y la cantidad ingente de personajes públicos que tratan de hacerse notar a base de discursos y declaraciones, todo ello lleva a una inflación de palabras. Y cuantas más palabras hay, más fácil es que pierdan su sentido y su capacidad de transformar la realidad. El autor propone en este artículo varias miradas a la palabra, que oscila entre la palabra domesticada, la palabra liberada y la pala-bra furiosa. Con ello invita a una reflexión sobre el poder y los límites de lo que decimos y lo que callamos para transformar la realidad.

PALABRAS CLAVE: Palabra, profecía, coherencia, corrección política, silencio.

Furious Words Abstract

We currently live in a noisy world. Social networks, media, the huge number of public figures vying for recognition through speeches and statements; all of this leads to an overflow of words. And the more words there are, the easier it is for them to break free from their meaning and ability to transform reality. In this paper, the author proposes various approaches to the word, which wavers

(22)

be-tween the domesticated word, the free word and the furious word. This calls for reflection on power and the limits to what we say and choose not to for the pur-pose of transforming reality.

KEY WORDS: The word, prophecy, coherence, political correctness, silence. –––––––––––––––

«No acostumbro a usar las palabras a la ligera. Si 27 años en pri-sión nos han enseñado algo, ha sido llegar a entender, desde el si-lencio de la soledad, hasta qué punto las palabras son preciosas y hasta qué punto el lenguaje verdadero tiene su impacto en la for-ma en que la gente vive y muere».

– Nelson Mandela Dice San Ignacio de Loyola, en una de las citas más conocidas de sus Ejer-cicios Espirituales, que «el amor se debe poner más en las obras que en las palabras» (EE.EE, 230). Algo semejante se infiere del popular «obras son amores, que no buenas razones».

De estas y otras consideraciones similares podría deducirse que son las obras, y no las palabras, las que muestran lo que de verdad busca tro corazón, lo que construimos o destruimos, y las que reflejan nues-tros auténticos motivos. Pero no es tan sencillo. Porque las palabras sí son importantes. Y necesarias. Y contribuyen a configurar y transformar la realidad. Podríamos completar la sentencia ignaciana diciendo que, aunque el amor haya de ponerse más en las obras que en las palabras, también ha de ponerse en las palabras. Es decir, no podemos despachar de un plumazo las palabras como mero accesorio que adorna los hechos. O no deberíamos.

Hoy en día la palabra está un poco desprestigiada. Porque son demasia-dos los ámbitos en que se utiliza frívolamente, y lo que hoy es afirma-ción contundente mañana puede ser negado con idéntica fuerza, por las mismas personas, sin sensación de estar contradiciéndose. Hubo una época en que empeñar la propia palabra era poco menos que sagrado. «¿Me das tu palabra?» era la exigencia de un compromiso personal; y vio-lar dicha garantía, o traicionarla, se entendía como una ruptura

(23)

absolu-ta de la confianza. La expresión «palabra de honor» ha quedado hoy como definición de un vestido con escote y sin tirantes. Para cualquier otro uso, suena como si estuviéramos en el siglo XIX y no en el XXI.

La palabra domesticada

Veamos algunos ámbitos y dinámicas que contribuyen al descrédito de la palabra en la sociedad contemporánea.

Un tsunami de palabras

Al multiplicarse los medios de comunicación y aparecer las redes socia-les, se ha agigantado el volumen de palabras publicadas. Hoy cualquiera puede lanzar a los medios sus opiniones, ideas, ocurrencias o descalifica-ciones. Ya apenas hay medios de comunicación al estilo convencional, en los que unos pocos profesionales publican lo que les parece oportuno, con la garantía que da el conocer su prestigio, su solidez o su trayectoria probada. Y si aún los hay, deben competir con un rival mucho más po-deroso: las redes. Hoy todos somos productores de contenido. Las redes sociales permiten que todas las voces puedan lanzarse a la arena pública. No hay más filtros que los que uno quiera ponerse, y eso no es fácil. Todo esto lleva a una mezcla de información, análisis y opiniones que se-pulta la realidad bajo una enorme capa de enunciados.

Un ejemplo es lo que ocurre con las declaraciones sobre personajes pú-blicos (o privados). ¿Hasta dónde puede llegar lo opinable? ¿Se puede opinar de todo, con la única puntualización de reconocer que lo que se dice es subjetivo? ¿Cómo entender la libertad de expresión?

Solo ahora empiezan a surgir tímidamente voces que piden una legisla-ción que matice hasta dónde deben llegar los límites de dicha libertad, qué es lo que entra en el terreno de lo opinable, cuándo algo se convier-te en difamación, o sobre qué cuestiones se puede bromear (al margen de si se debe o no hacerlo).

En todo caso, lo que es un hecho es la cantidad de palabras que nos lle-gan a diario en forma de artículos, comentarios en Facebook, tuits,

(24)

ví-deos, blogs... Hasta que llega un punto en que, por pura saturación, se hace muy difícil que alguna de esas palabras rompa la barrera de la ruti-na para dejar huella.

Palabras que se lleva el viento

Consecuencia, en parte, de lo anterior es la facilidad para olvidar. No te-nemos espacio para memorizar tanto como oímos o leemos cada día. Lo que hoy afirma tajante un personaje público en una televisión, en unos días lo podrá contradecir, y la memoria de su primera afirmación habrá quedado sepultada en las hemerotecas. Esto permite que muchas perso-nas –y en especial bastantes figuras públicas– jueguen a resistir, amol-darse y decir en cada momento aquello que creen que quiere oír su pú-blico. Consecuencia de todo ello es el descrédito de los discursos. De hecho, cada vez es más frecuente encontrar análisis gestuales, por ejem-plo, de los políticos en determinados debates, para tratar de dilucidar si se puede deducir de sus gestos la veracidad o falsedad en las palabras –porque en las palabras en sí ya hemos dejado de creer.

Y si no hay memoria del pasado, tampoco parece que las palabras sobre-vivan al futuro. La inflación del presente impide que haya verdadera con-ciencia del significado de algunas afirmaciones que comprometen. El va-lor de un «para siempre» es muy frágil cuando ese siempre se confunde con un «mientras no cambien las circunstancias». Pero esto ocurre en muchos ámbitos de la vida diaria.

La desvinculación de palabras y personas

¿Qué es hoy ser persona? ¿Hasta qué punto queda uno definido y con-dicionado por lo que dice? Estas preguntas pueden parecer abstractas, más propias de un curso de antropología o filosofía. Y, de algún modo, lo son. El problema que tenemos es que hoy en día ni la antropología ni la filosofía parecen interesar, ni en sistemas educativos ni en la mirada al lugar de las personas en el mundo, una mirada más atenta a la habilidad, la utilidad y la integración en el sistema productivo que a otras conside-raciones sobre el ser humano.

(25)

Ya poca gente se pregunta qué define a las personas. Y esto, por más abs-tracto que parezca, tiene consecuencias importantes. ¿Quién soy yo? ¿Soy solo lo que hago? ¿Lo que digo? ¿Lo que siento? ¿Lo que pienso? ¿Soy mi historia o soy tan solo mi presente? Cuanto más se fragmenten las respuestas, más fácil será prescindir de muchas dimensiones de la pro-pia vida como si no fueran esenciales. Y esto es lo que ocurre con la pa-labra. Parece, a menudo, que lo que uno dice es coyuntural, prescindi-ble, efímero. Y por eso no quedas marcado por tus palabras. Las puedes recitar, proclamar o decir sin que signifiquen demasiado.

Resulta paradójica esa desvalorización de lo que se dice, y más en una mentalidad creyente, si tenemos en cuenta que uno de los principales tí-tulos que atribuimos a Jesús es el de «Palabra», la Palabra que se hizo car-ne y plantó su tienda entre nosotros. De este título podría deducirse que uno es lo que hace y es también lo que dice, y que ambas dimensiones deberían estar entrelazadas en un vínculo irrompible. Pero no parece que esto sea así en la mentalidad contemporánea.

La corrección política

Todos hemos oído hablar del «lenguaje políticamente correcto». Hay ex-presiones que no conviene decir. Hay latiguillos que molestan. Hay temas que se convierten en tabú, hasta tal punto que se deja de hablar de ellos. La corrección se persigue en la política, pero también en otros muchos ámbitos: en la iglesia, en el trabajo, en la familia, en la vida religiosa... No hay que hablar de determinadas cuestiones para no herir susceptibi-lidades. Podría parecer que es una cuestión de delicadeza y educación. Pero también es miedo al conflicto. El lenguaje políticamente correcto sirve para evitar la confrontación. Enmascara la diferencia. Pero no la eli-mina. Esa es su trampa.

La falta de reflexión

La opinión está a la orden del día. Hay que opinar de todo, y además hay que hacerlo rápido. La inmediatez es un imperativo contemporáneo. Lo que se convierte en tendencia no espera. Lo imprescindible es dar una respuesta automática a la noticia, en el mismo momento de producirse.

(26)

1. El referéndum tuvo lugar el 2 de octubre de 2016, con un resultado ajustado que dio la victoria a los contrarios al proceso de paz tal y como se estaba formulando.

El problema es que así hay escasas oportunidades de emitir una opinión medianamente informada. Los profesionales de las tertulias y quienes en las redes sociales tratan (o tratamos) de comentar la actualidad corremos el peligro evidente de tocar de oído, conformarnos con lo que nos pare-ce razonable, más o menos creíble, y con ello contribuimos al ruido. Mientras escribo estas líneas, está reciente el referéndum en Colombia sobre el proceso de paz impulsado por el presidente Santos y las FARC1.

La sorpresa por un resultado inesperado –al menos en estas latitudes– in-mediatamente ha dado paso a un estallido de aplausos o lamentos por el resultado, en función de lo que cada uno desease. Pero en los medios de comunicación de masas es difícil encontrar una explicación en profun-didad de lo que de verdad ha ocurrido. Es puro hooliganismo, llevado en este caso a la esfera de los conflictos internacionales. Probablemente cuando lleguen los análisis un poco más sosegados y las explicaciones con mayor carga crítica, el grueso de la opinión pública estará interesa-da en otra historia, otro contexto u otra guerra.

La pérdida de significados

Parece mentira, pero en medio del torrente de expresiones ya señalado resulta paradójico constatar que hay cada vez más pobreza lingüística. Hablamos peor. Y cuando digo «peor» quiero decir «con menos preci-sión». «Cosa», «Rollo», «Guay» vienen a ser conceptos que se usan como comodín y que cada vez sustituyen a más términos. Por otra parte, hay conceptos que, de tanto ser utilizados, y en tantos ámbitos, cada vez tie-nen un significado más impreciso. ¿Qué quiere decir hoy «Te amo»? Hay tantas acepciones del amor que la definición podría ir desde el absoluto egoísmo de un «me gusta estar contigo mientras me hagas sentir bien» hasta la entrega radical del «daría mi vida por hacerte feliz». Esto no es nuevo. Probablemente ha ocurrido siempre. Lo que quizás es más nove-doso es que las personas no se toman tiempo para reflexionar sobre el sentido que uno mismo les está dando a las palabras. Y por eso, a

(27)

me-2. J. R. R. MOEHRINGER, El bar de las grandes esperanzas, Duomo, Barcelona, 2016

nudo encontramos afirmaciones que, analizadas seriamente, resultarían horrendas y que, sin embargo, han sido formuladas sin otra malicia que el ignorar en el fondo lo que uno está diciendo. O encontramos térmi-nos utilizados con excesiva alegría, como llamar «genocidio» a muchas cosas que no lo son, algo que, sin embargo, se hace con frecuencia, con lo que supone de falta de sensibilidad para con las víctimas de los verda-deros genocidios que se han producido en la historia.

Saber utilizar las palabras no es garantía ni de integridad, ni de veraci-dad, ni de ir a construir algo sólido, pero es un punto de partida, no el único, que puede ayudar a ello. En «El bar de las grandes esperanzas» un aspirante a escritor describe con acierto el sugerente universo en el que uno se zambulle cuando aprende a valorar las palabras.

«Steve actuaba como si yo hubiera escrito Finnegans Wake, me dijo que tenía dominio de las palabras, y yo di un paso atrás y lo miré, pues sabía que ese era uno de los mayores cumplidos que podía dedicarte. Steve era un hombre de palabras. Se notaba en el cuidado que había puesto al elegir un nombre para su bar, y un apodo para cada uno de nosotros, y en el tipo de público que su bar congregaba: cuentacuentos con pico de oro, maestros de la labia, floridos narradores...»2.

Liberar la palabra

Adentrémonos entonces en este universo de la gente de palabras, donde lo que se dice puede convertirse en herramienta, semilla o relato carga-do de fuerza.

El poder de las palabras

En un momento del evangelio, Jesús enseña a sus discípulos el valor de las palabras, cuando insiste en «que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no» (Mt 5,37). Si somos capaces de superar los obstáculos que quitan fuerza

(28)

a las palabras, si aprendemos a respetarlas, a valorarlas y a cuidarlas, es posible que descubramos entonces lo importante de tener una actitud leal ante ellas. Lo importante del silencio que antecede a la declaración. Lo necesario de pensar bien lo que uno va a decir, porque al decirlo no solo estás anunciando, anticipando y definiendo la realidad, sino que es-tás adquiriendo un compromiso y estableciendo una relación con los oyentes.

Si todo nos da igual, si vivimos desde un escepticismo básico, y lo mis-mo da ocho que ochenta, es evidente que igual dará decir algo que lo contrario. Pero si reconocemos que con lo que afirmamos o negamos es-tamos implicándonos, entonces todo cambia. Cuando las palabras no importan, entonces la mentira, la declaración que no va a ser cumplida, la falta de intención, o la inadecuación entre lo que se dice y lo que se piensa, todo ello es fácilmente tolerable. Por ejemplo, si no respeto las palabras, no me costará en absoluto decir: «Te querré siempre». Lo digo porque toca, lo digo porque forma parte de un rito, incluso lo digo por-que ahora mismo pienso por-que puede ser verdad, pero en el momento en que no lo sienta igual, ese siempre se convertirá, en el acto, en un «has-ta que dure», es decir, «por ahora». Algo semejante podría decirse de las promesas en el ámbito de las relaciones interpersonales, de los votos re-ligiosos, de los compromisos públicos de los políticos... Nada importa, si la palabra es tan solo la fotografía de un instante y no un compromi-so dispuesto a mantenerse en el tiempo.

Si, por el contrario, con la palabra estás poniendo tu verdad en juego; si te paras a pensar que eres aquello que dices, y que de ese modo estás es-tableciendo relaciones reales y concretas con la realidad, entonces medi-rás mucho más cada afirmación. Por lo tanto, hay que hacer que las pa-labras importen. Hay que devolverles su valor y reconocer su capacidad de configurar a personas, sociedades y pueblos.

Recuperar el valor de las promesas

Hay que devolver a las promesas su poder de generar confianza. No pre-tendo decir que cualquiera que promete hoy algo no tenga la intención de cumplirlo. Estaríamos apañados. Muchas personas probablemente al

(29)

empeñar su palabra empeñan con ello su amor, su querer e interés. Pero, desgraciadamente, hay otras muchas personas que, consciente o incons-cientemente, no lo hacen. Quizás hay dos caminos por los que las pro-mesas van perdiendo fuerza.

El primer lugar lo ocupan, desgraciadamente, las promesas públicas, y en concreto los compromisos políticos. ¿Dónde ha quedado el valor de la palabra dada? Hoy toleramos como inevitable que lo que uno dice en campaña es muy distinto a lo que dirá después. Aceptamos que una cosa son las grandes declaraciones, las promesas electorales, las buenas inten-ciones, y otra bien distinta hacer. Lo justificamos diciendo que luego hay que ser realistas, que no se puede caer en idealismos imposibles, que la política es el arte de lo posible... Y todo eso es verdad. Pero cuando mar-camos una distinción tan tajante entre antes y después, entre escenario y trastienda, entre las promesas de antes y los incumplimientos de después, al final terminamos reventando el valor de las promesas.

El segundo ámbito que tiene que ver con la pérdida del valor de las pa-labras es el desprestigio de la constancia. Una promesa hecha cuando el viento sopla en la misma dirección de tu marcha y te empuja, es fácil. El amor en el matrimonio, los votos de un religioso, la honestidad de un trabajador... en los momentos de máxima convicción no son problemá-ticos. Lo que se va a convertir en la verdadera prueba de fuego es lo que ocurrirá cuando el viento cambie, te dé en la cara y dificulte tu avance. ¿Qué hacer entonces? ¿Estás dispuesto a mantener las promesas? Hoy en día, hay muchas personas que dirán que no hay que agobiarse, esforzar-se de más, ni amargaresforzar-se. El sacrificio tiene muy mala prensa. Si el vien-to ha cambiado, cambia tú también de rumbo, pues la vida son dos días. Parece voluntarismo empeñarse en otra cosa, y hoy apostamos más por el sentimiento y la pasión voluble que por la voluntad y el sentido cons-tante. Tristemente.

Por eso, para recuperar el valor de las promesas necesitamos recuperar el sentido del tiempo y de la propia historia. Vamos construyendo un rela-to. No estamos siempre ante una página virgen en nuestra vida. Hay mu-cho que ya hemos escrito, y es sobre ese discurso –y sobre la realidad que está detrás– sobre lo que vamos avanzando. Necesitamos recuperar el

(30)

va-lor del «siempre». Y aunque no hubiera más testigos que uno mismo y Dios, necesitamos convencernos de la importancia de que esa historia sea coherente, sea peleada y tenga una dirección.

Recordar que las palabras son puentes

No debemos olvidar que las palabras establecen relaciones. Entre quien habla y quien escucha. Entre quienes se están comunicando. Las palabras quieren servirnos a las personas para comprendernos mejor, para recono-cernos, para adentrarnos en la intimidad ajena. A través de ellas hablamos de sentimientos, de intenciones, nos contamos lo ocurrido, hacemos pla-nes, otorgamos –o quitamos– confianza, nos acariciamos o nos golpea-mos. Sea como sea, las palabras establecen una relación.

Pero ¿qué tipo de relación? ¿Es una relación fugaz, idealizada, insincera? ¿O es una relación sólida y verdadera?

Hay mucho que examinar en las palabras. ¿Hay en ellas más crítica o ala-banza? ¿Hay más construcción o destrucción? ¿Nacen del encuentro o de la ignorancia? ¿Hablamos a otros o de otros? Hay palabras que se clavan como puñales, que quisiéramos rectificar una vez que se han dicho, pero no tienen vuelta atrás. Hay palabras que hieren, que llueven sobre mo-jado y destruyen mucho más que los golpes físicos. Hay, en cambio, de-claraciones anheladas que se convierten en bendición, en fiesta, en re-fuerzo y seguridad, cuando quien las acoge entiende que con ellas viene la verdad del otro. ¿Cuántas personas no habrán pasado largas épocas es-perando oír un «Te quiero»? Sin conformarse con que las obras den in-dicios de ello. Se necesita, a veces, oír de los labios de quien nos impor-ta las palabras que confirmen nuestros anhelos más profundos.

Adecuar palabras y obras

Comenzaba este artículo aludiendo a la cita ignaciana sobre el amor que ha de ponerse más en las obras que en las palabras. Y señalaba que esto no significa que las palabras no importen. Es hora de reconducir dicha afirmación. Las palabras importan, pero han de verse refrendadas por los hechos. De otro modo, terminan siendo un puro entretenimiento, un jue-go diletante. Cuando reconocemos que las palabras son un recurso, un

(31)

ta-lento, un arma o una herramienta, entonces nos damos cuenta de que con-figuran la realidad a la vez que lo hacen los hechos. De ahí el tener que buscar la convergencia entre lo que expresamos y lo que hacemos. Hablar menos

Frente al tsunami de palabras que he definido en la sección anterior, la alternativa es recuperar el valor del silencio. Como el mar –en calma o bravo– en el que flotan las palabras importantes. Para evitar la verborrea que termina llevándose por delante reflexión, profundidad y significado. Hoy en día necesitamos tomarnos tiempo para meditar, para dotar a cada concepto de su verdadero significado, para sacudirnos la tiranía de las frases hechas y los latiguillos de moda. Que cuando hablemos de amor, de justicia, de compasión, de Dios, de la misericordia, de los po-bres, del evangelio, etc., no sea todo un recitado de corrido sobre luga-res comunes de los que ya ni recordamos qué significaban. Es importan-te devolver a cada término su belleza, su hondura y su verdad. Y eso solo se consigue en el silencio.

* * *

Breve ensayo sobre la palabra furiosa Prefiero la palabra furiosa a la palabra domesticada.

Prefiero la profecía que, en su dureza, intenta penetrar en la entra-ña de la realidad y trata de romper la costra de la comodidad, el en-tretenimiento o el olvido que se nos ha instalado en la piel de las ciudades, de las familias, de las comunidades. Hay una palabra mortecina y amaestrada que forma parte del paisaje por el que nos movemos demasiado a menudo. Las palabras ya no hieren, conver-tidas en juego de salón o en entretenimiento virtual. Las palabras no inquietan ni incordian. Evitamos hablar de más, y lo hacemos, paradójicamente, a base de no callar. Evitamos la confrontación, en nombre de la prudencia y del tiempo. Evitamos quedar presos de

(32)

declaraciones que puedan pasar factura. Y poco a poco vamos su-cumbiendo a los discursos etéreos, a los malabarismos convertidos en verso, proclama o canción; a las palmadas en la espalda por lo bonito que hablamos; al lenguaje anestesiado, encerrado en una jaula.

La furia tiene verdad. Porque no puede callar. Porque estalla. Por-que se impone, en su urgencia y su inevitabilidad, a conveniencias y cálculos. Porque no entiende de componendas y, aunque acepte la necesidad de negociar, nunca traicionará lo que defiende. Tiene mucha más verdad que las sonrisas estudiadas, que los discursos aprendidos o que el lenguaje políticamente correcto. Más verdad que la rebeldía de diseño de figuras estudiadamente transgresoras, que juegan a ser enfants terribles mientras se limitan a perpetuar la feria de las vanidades, hasta construirse otra jaula de cristal y dar paso al siguiente invento de la sociedad del espectáculo. Más verdad que el silencio que, en nombre de la prudencia, enmascara miedo. Y más verdad que la aparente contundencia de los guardianes de las esencias, que braman molestos contra todo lo que remueve, aunque sea un poco, la cómoda jaula de las certidumbres que han cons-truido a su medida y donde quieren congelar al espíritu humano y al espíritu de Dios.

Admiro a los profetas. Hay pocos en nuestro mundo. Su furia no es un talante airado ni un gesto estridente –eso también puede ser una pose–. Los verdaderos profetas han visto el orden trágico de las co-sas y creen, con esperanza, que es posible otro mundo. Es la suya una mirada herida y atormentada, pero al tiempo portadora de es-peranza. Y eso lo convierten en discurso. Con palabras y obras que bailan juntas. Lo convierten en compromiso y pasión. Lo convier-ten en consagración vital, a la justicia, al estudio, a la ciencia, al diá-logo, a la búsqueda de nuevos caminos para que la humanidad sea más humana. Lo convierten también en denuncia de lo que es in-sostenible. Aunque, a menudo, altavoces de otras lógicas y otras conveniencias intenten silenciarlos.

(33)

El profeta sabe que su palabra es incómoda, pero está dispuesto a arriesgar. Las palabras cómodas granjean aplausos y parabienes, pero no transforman nada, porque no inquietan, no remueven, no descolocan ni ponen en marcha huracanes en el interior de las per-sonas. El profeta remueve. Lo puede hacer hiriendo, provocando o enamorando. O quizás algo de todo. Su palabra despierta la locura o la lucidez más absoluta.

Cuando Rosa Parks se negó a obedecer al chófer de un autobús pú-blico que la urgía a ceder su asiento a una persona de raza blanca, su «no», alto y claro, contundente y definitivo, fue una bofetada ne-cesaria a todo un sistema. Ese «no» fue un recordatorio de la digni-dad arrebatada, de la injusticia convertida en ley y del hartazgo de demasiadas personas ante una discriminación que no se basaba nada más que en actitudes equivocadas del pasado que había que dejar atrás.

Cuando Nelson Mandela prefirió la reconciliación a la venganza que se le reclamaba desde su propio bando, su ejemplo fue profecía viva. Solo así sería posible una reconciliación que habría de bata-llarse persona a persona, memoria a memoria, y que requeriría de mucho tiempo para que las heridas cicatrizasen. La profecía de Mandela era la paz frente al rencor.

Cuando Monseñor Romero gritó, en su última homilía, contra el pecado que estaba atrincherado en todos los estamentos del ejérci-to salvadoreño, se dirigió desde su púlpiejérci-to a los soldados, que lo es-cuchaban a través de la radio en todo el país. No buscó circunlo-quios, ni adornar una exigencia que era un disparo en toda la línea de flotación a un poder establecido que hacía de la represión y el miedo su forma de control: «Hermanos, son de nuestro mismo pue-blo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios, que dice: “No matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y obedezcan antes a su conciencia que a

(34)

la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedar-se callada ante tanta abominación. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión»3. Estas palabras fueron la gota que colmaba

el vaso y le costaron la vida. Porque, tras oír aquello, nada podía se-guir igual.

Cuando el papa Francisco exclama, contundente: «¿Quién soy yo para juzgar...?»4, o cada vez que ha puesto la llaga en heridas y

la-cras de la Iglesia, despierta y agita a muchos que, instalados en se-guridades y convenciones, sienten que se remueven cimientos que creían incuestionables. Y eso provoca y hiere. Pero es necesario. Las palabras pueden romper inercias, movilizar personas, hacer que se eleve el espíritu humano. Pero habrán de ser palabras sinceras, vi-vidas y sufridas, celebradas y convertidas en pan y vino, en tiempo fecundo, en puente que no se pueda levantar a conveniencia. Yo, honestamente, con frecuencia pienso que mis palabras están domesticadas. Ojalá, algún día, consiga romper las cadenas.

3. ÓSCARA. ROMERO, Homilía Dominical, 23 de marzo de 1980.

4. Declaraciones del papa Francisco en su rueda de prensa al volver de la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil, en el verano de 2011, a propósito de las per-sonas homosexuales.

(35)

LA PALABRA EN LA ERA DIGITAL

Xiskya Valladares, rp*

* Licenciada en Filología Hispánica y doctora en Comunicación. Directora del gabinete de comunicación y docente en el grado en Periodismo del CESAG, centro adscrito a la Universidad Pontificia Comillas. <xvalladares@cesag.org>. Fecha de recepción: octubre de 2016

Fecha de aceptación y versión final: noviembre de 2016

Resumen

En estas páginas queremos reflexionar sobre los cambios que el uso de las tecno-logías digitales ha supuesto en la praxis de la palabra. Tanto en su parte más lin-güística, en cuanto a las modificaciones o novedades que ha supuesto con respecto a la palabra analógica, como en otra más neurolingüística y filosófica, que afec-ta a la estructura del pensamiento subyacente al uso de la comunicación digiafec-tal. Trata, pues, sobre las novedades de la palabra digital y el modo en que la prác-tica de la comunicación digital modifica el pensamiento humano.

PALABRAS CLAVE: palabra, digital, comunicación, pensamiento, discurso. Word in the digital age Abstract

Inthis paper, we analyze the impact of the use of digital technology on the prac-tice of the word. In terms of linguistics, insofar as changes or updates to the ana-logical word are concerned, as well the neuro-linguistic and philosophical facet, which affects the structure of thought behind the use of digital communication. Thus, it addresses developments of the digital word and the way in which the practice of digital communication tweaks human thinking.

KEY WORDS: The word, digital, communication, thought, discourse. –––––––––––––––

(36)

1. GERGEN, K. J., El ser relacional. Más allá del yo y de la comunidad, Desclée De Brouwer, Bilbao 2016.

2. SPADARO, A., Ciberteología, Herder, Barcelona 2014. Introducción

Una señal de humo, el tañer de tambores, las pinturas rupestres, los pic-togramas, los signos en papel y ahora también las pantallas digitales. La palabra no es novedad, ha existido desde que existen los seres humanos. Autores como Kenneth J. Gergen1 o como el jesuita Antonio Spadaro2

defienden que el hombre es un ser relacional y, como tal, necesita co-municarse. La novedad de la palabra en la comunicación digital está en las formas, los soportes y sus significados, que van evolucionando con el tiempo y las culturas.

1. Hacia una definición de palabra en la Era Digital

El lenguaje es un sistema de signos que utiliza una comunidad para co-municarse. Lo podemos clasificar como verbal y no verbal. Y el verbal, a su vez, como oral o escrito. Pero en todos los casos estamos ante signos que necesariamente deben ser descodificados mediante claves de inter-pretación para su correcta comprensión. En el lenguaje no verbal, los sig-nos a interpretar son gestos, miradas, tosig-nos, ritmo, velocidad, movi-mientos, etc. Y varían entre una cultura y otra. En el lenguaje verbal, en cambio, la comunicación se produce por unidades lingüísticas dota-das de significado llamadota-das «palabras», que están codificadota-das de modo oral o escrito. Esas codificaciones son las que conocemos como «lenguas» o «idiomas», con toda la complejidad que cada una de ellas encierra. Hasta aquí, parece que bastaría conocer un idioma y una cultura para comprender sus mensajes. Sin embargo, la cuestión se complica cuando el soporte del lenguaje deja de ser solo físico (aun cuando se trata de las ondas de sonido del lenguaje oral) y comienza a coexistir con el soporte digital. Porque llega un momento en que nos encontramos con que los habitantes de un mismo lugar, con una cultura común, ya no dominan

(37)

3. VILCHES, F. Un nuevo léxico en la red, Editorial Dykinson, Madrid 2015, p. 15.

por igual las claves de descodificación del lenguaje digital. Y esto podría ser indicativo del surgimiento de un nuevo lenguaje (una nueva cultura) con unas nuevas claves de descodificación: la palabra digital. Así se ex-plica que hayan aparecido autores como Marc Prensky (2001) que ha-blen de nativos e inmigrantes digitales, aunque algunos consideremos algo simplista este binomio porque no todos los nacidos a partir de los 80 viven rodeados de tecnología y la llevan en su ADN.

Pero ¿cambia realmente la palabra con la llegada del mundo digital? ¿Po-demos definir la palabra digital de un modo distinto de como hemos de-finido la palabra en el mundo físico? Pienso que, en su esencia, no. La palabra sigue siendo un signo que encierra un significado, pero su clave de interpretación ya no proviene de la cultura física de siempre, sino de una nueva cultura que llamamos «digital». Lo que cambia, por tanto, no está tanto en el signo cuanto en las claves de descodificación (matices y usos) de la nueva cultura. Esto significa que «ok» sigue significando «de acuerdo» (aunque su origen venga de «0 Killed» [= cero muertos], que usaban los militares de USA al volver de una batalla para decir que todo estaba bien), pero para los digitales tiene connotaciones negativas (res-puesta áspera) que no tendría para un no digital.

La palabra digital es de carácter multimedial y contiene elementos vi-suales y acústicos y elementos lingüísticos y no lingüísticos. El soporte electrónico e informático ha supuesto modificaciones importantes en el código analógico (código lingüístico verbal, pero también códigos de sig-nos visuales y acústicos, no lingüísticos)3. Por tanto, vuelve más

comple-jo el concepto de «palabra».

En esta reflexión vamos a centrarnos únicamente en el lenguaje verbal de la Era Digital. Como hemos dicho, este es multimedial, por lo que abar-ca textos, sonidos e imágenes. Pero, además, tiene una doble codifiabar-ca- codifica-ción. Por un lado, la codificación tradicional. Y, por otro, su traducción al código binario transmitido digitalmente (es decir, «comunicación di-gitalizada»). Esto no es banal, porque es el conjunto de estos dos tipos de codificación lo que influye en su uso y conforma sus características.

(38)

4. Ejemplo que ofrece un artículo de la Fundéu, en: FUNDÉU, Las redes sociales

también modifican el lenguaje, 2015; en línea, http://www.fundeu.es/noticia/

las-redes-sociales-tambien-modifican-el-lenguaje-6043/ (Consulta el 29 de sep-tiembre de 2016).

2. Novedades de la palabra en la Era Digital

Vemos que la palabra digital amplía su espectro, se modifica su uso y cam-bian sus matices en algunos significantes. Lo más llamativo para alguien no habituado a ella es su brevedad y los cambios en las grafías (abreviatu-ras, faltas de ortografía, uso de emoticonos, etc.). Pero, en cuanto al con-tenido, notaremos, por un lado, neologismos casi siempre introducidos del inglés. Por otro, algunos términos que amplían o incluso cambian sus sig-nificados. Y advertiremos también nuevos usos o prácticas, como abun-dancia de mensajes, variedad de temas, segmentaciones involuntarias en las búsquedas, etc.

En resumen, todas las novedades las podemos clasificar, por tanto, en gráficas, semánticas y pragmáticas. Bien podríamos hablar de una se-miótica de la palabra digital. Recordemos que la sese-miótica es la ciencia que estudia los diferentes sistemas de signos que permiten la comunica-ción entre individuos, sus modos de produccomunica-ción, de funcionamiento y de recepción. No obstante, este texto no se enfoca en la ciencia lingüís-tica, sino en la comunicativa; así que veamos simplemente las caracterís-ticas generales de la palabra digital.

2.1. Novedades gráficas

a) Abundancia de abreviaturas

«Ola amiga. TKM, cdo nos vms a juntar? Te tranio!» No es otro idioma, sino una abreviatura muy frecuente de «Hola amiga, te quiero mucho, ¿cuándo nos vamos a juntar? ¡Te extraño!»4A poco que frecuentemos las

re-des sociales o usemos las distintas aplicaciones de mensajería, nos damos cuenta enseguida de que aparecen en estos medios unas convenciones lin-güísticas propias de las comunidades digitales. Una de las características más

(39)

5. Fundación del Español Urgente: http://www.fundeu.es/ 6. Wikilengua: http://www.wikilengua.org/index.php/Portada 7. Ibid., nota 4.

8. Cf. DEMOLINA, O. – ELENA, F., Oralidad y escritura en la Red: Testimonio de

(orto)grafía regiolectal en un corpus de Twitter, Universidad de Burgos, 2015, p. 83. destacadas de Internet es la inmediatez y la rapidez al publicar. En unos ca-sos, porque el prestigio está en ser los primeros en dar una noticia; en otros, porque se escribe al ritmo del pensamiento, al igual que en el lenguaje oral. Y esta es la excusa perfecta para abreviar. Abreviar tanto que, para no ini-ciados, puede parecer otro idioma o taquigrafías digitales incomprensibles. Este fenómeno surge con los SMS, cuando estos limitaban los caracteres como hoy sucede en Twitter. De ahí se traslada a las mensajerías y las re-des sociales. Sin embargo, entre muchos usuarios de chats y social me-dia, principalmente Twitter, la necesidad de acortar las palabras también ha llevado a su precisión y concisión. Lo que podríamos considerar ne-gativo es la extensión de esta práctica al papel.

Javier Bezos, redactor de la Fundéu BBVA5 y coordinador de la

Wiki-lengua6, explica: «El hecho de utilizar abreviaturas en las redes sociales

obedece más a un criterio de economía de espacio», y «no se puede con-siderar que el hecho de abreviar sea una falta de ortografía». Para él, la lengua de las redes sociales es la propia de la lengua oral: «Aunque sea una lengua escrita, en el fondo es una lengua oral» y está estructurada como tal. Lo que no es aceptable es trasladar estas convenciones fuera de las redes sociales o los chats: «No cabe utilizar una lengua científica en una novela, por la misma razón por la que no es lógico utilizar este tipo de abreviaciones en una noticia de un periódico», afirma. En este mismo sentido, el artículo «Las redes sociales también modifican el lenguaje»7,

también de la Fundéu, alerta sobre el trasvase de esta práctica al ámbito escolar o laboral, especialmente entre los jóvenes.

Esta idea de que la lengua de las redes sociales tiene más característica propias de la lengua oral, está extendida entre muchos estudiosos del tema: Francisco Yus, Leonardo Gómez Torrego, Guy Merchant, María José Blanco, Salvador López Quero y D. Stein8.

(40)

9. Obra citada por ANIZIAN, H., Las tecnologías de la información y la

comunica-ción en las prácticas pedagógicas, Novedades Educativas, Buenos Aires 2009, pp.

171. Según la cita, disponible en http://diccionariosms.com/contenidos (Con-sultada y no disponible el 4 de octubre de 2016).

10. Asociación de Usuarios de Internet: http://aui.es/

11. TASCÓN, M., 30 abreviaturas para sobrevivir en Twitter, en línea, http://www.

fundeu.es/escribireninternet/25-abreviaturas-para-sobrevivir-en-twitter/ (Con-sulta el 29 de septiembre de 2016).

12. CABRERA, M. – LLORET, N., Español en los nuevos medios, en GUTIÉRREZ-RE -XACH, J., Enciclopedia de lingüística hispánica, Routledge Publishing Co. 2015,

Vol. 2, p. 491.

13. Tan es así que en la red se acuñó hace unos años el apelativo hoygan para aquellos que irrumpían en foros con una ortografía lamentable y una consi-derable escasez de modales. Pero los hoygan tampoco suelen escribir bien fue-ra de Internet.

La abundancia de abreviaturas ha llevado a la publicación en 2005 de «Hexo x ti y xa ti, tú pones las reglas», Diccionario SMS9de la Asociación

de Usuarios de Internet10, con más de 11.000 abreviaturas recogidas; y la

obra «30 abreviaturas para sobrevivir en Twitter»11, de Mario Tascón,

co-ordinador del libro de la Fundéu #EscribirEnInternet, en el que se pre-sentan las abreviaturas nativas de la red de microblogging.

b) Anortografía: erratas y errores

Las prisas conducen también a cometer erratas o errores de tipeo. A la vez, la eclosión de la escritura pública ha puesto al descubierto las faltas de ortografía de muchos, cuyas publicaciones eran imposibles sin Inter-net. De este modo, la escritura en chats y redes sociales se aleja en mu-chos casos de la norma lingüística. Tan es así que «Cuadernos Rubio» pu-blicó en sus páginas los errores más frecuentes cometidos en la Red12.

El problema es que una mala ortografía no solo resta credibilidad y reper-cute en la propia imagen, sino que puede interferir en el mensaje escri-to e impedir, incluso, una correcta comprensión. Las faltas pueden hacer perder a una web hasta el 50% de ventas, según un estudio del empresa-rio Charles Ducombe, ya que redunda en la credibilidad del sitio web13.

Referencias

Documento similar

Se dice que la Administración no está obligada a seguir sus pre- cedentes y puede, por tanto, conculcar legítimamente los principios de igualdad, seguridad jurídica y buena fe,

Petición de decisión prejudicial — Cour constitutionnelle (Bélgica) — Validez del artículo 5, apartado 2, de la Directiva 2004/113/CE del Consejo, de 13 de diciembre de 2004, por

El resultado, inevitable, es una «mala conciencia», que dice unas cosas mientras implica otras, que vive dividida entre la teoría abstracta y la práctica vivida: por un

De este modo se constituye un espacio ontológico y epistemológico a la vez, en el que cada elemento (cada principio) ocupa un lugar determinado en la totalidad, y desde ahí está

1. LAS GARANTÍAS CONSTITUCIONALES.—2. C) La reforma constitucional de 1994. D) Las tres etapas del amparo argentino. F) Las vías previas al amparo. H) La acción es judicial en

Respecto a las enfermedades profesionales, en virtud del RD 1299/2006, de 10 de noviembre, por el que se aprueba el cuadro de enfermedades profesionales en el sistema de

Es cierto que si esa persona ha tenido éxito en algo puede que sea trabajadora, exigente consigo misma y con los demás (eso sí son virtudes que valoro en

Pero antes hay que responder a una encuesta (puedes intentar saltarte este paso, a veces funciona). ¡Haz clic aquí!.. En el segundo punto, hay que seleccionar “Sección de titulaciones