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LOS SACRAMENTOS CRISTIANOS

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LOS SACRAMENTOS

CRISTIANOS

Ofrecemos aquí siete

catequesis o

aproximaciones a los

sacramentos que

celebramos los católicos.

No se explican cada uno

de ellos, sino que se

presentan siete aspectos

comunes a todos ellos,

que pueden ayudarnos a

entenderlos y celebrarlos

mejor.

Nos servimos, sobre todo,

de lo que dice de ellos el

Catecismo de la Iglesia

Católica, del año 1992.

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1. Son las obras maestras de Dios

Los sacramentos que celebramos los cristianos son, ante todo, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, "las obras maestras de Dios" (CCE 1091.1116). En estas siete "aproximaciones" a los sacramentos reflejamos sobre todo la hermosa catequesis que de ellos hace este Catecismo, del año 1992.

Cuando vamos a misa o nos confesamos o nos casamos, los protagonistas no somos nosotros, ni la Iglesia, sino Dios Trino: 'Toda celebración sacramental es un encuentro de los hijos de Dios con su Padre, en Cristo y en el Espíritu Santo" (CCE 1153).

Lo principal que pasa cuando celebramos un sacramento no es que así cumplimos un deber o realizamos algo que pide nuestra religiosidad o nuestra paz espiritual. Lo que pasa es, sobre todo, que Dios Padre quiere comunicarnos su amor, su perdón, su salvación. Y siempre lo hace por medio de su Hijo Jesús y su Espíritu Santo.

Hoy y aquí, Dios sale a nuestro encuentro en la celebración eclesial y nos alcanza a cada uno de nosotros en los diversos sacramentos: nos incorpora a su vida (bautismo), nos da la fuerza de su Espíritu (confirmación), nos alimenta en nuestro camino (eucaristía), nos perdona nuestras culpas (reconciliación), nos fortalece en nuestra enfermedad (unción), regala a la comunidad ministros que hagan las veces de Cristo (orden) y bendice el amor del hombre y la mujer para formar una familia (matrimonio).

Esta es la perspectiva más positiva: "Los sacramentos manifiestan y comunican a los hombres el misterio de la comunión del Dios Amor" (CCE 1118).

2. Los sacramentos emanan de La Pascua

No podemos entender lo que son los sacramentos sin referirlos a una clave fundamental: la Pascua de Jesús. El momento culminante de la historia, cuando fuimos salvados y reconciliados con Dios, fue la Pascua, cuando Cristo Jesús murió en la cruz y fue resucitado por la mano poderosa de Dios.

Todo lo demás es aplicación de aquel acontecimiento central. Ahora Cristo sale a nuestro encuentro y nos comunica su gracia en los sacramentos de su Iglesia:

en el bautismo nos sumerge en su muerte y resurrección y nos da la vida nueva por su Espíritu,

en la confirmación, nos hace su mejor don, el Espíritu Santo, como hizo el día de Pentecostés con la primera comunidad,

en la eucaristía nos alimenta con su propio cuerpo y sangre, para que tengamos fuerzas en el nada fácil camino de la vida,

como somos pecadores, en la penitencia nos comunica su perdón, o sea, su victoria en la cruz sobre el mal y el pecado,

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cuando estamos enfermos, se acerca por la unción eclesial a nuestro lado, para fortalecer nuestra debilidad,

con el sacramento del orden hace a su Iglesia el don de los ministros ordenados (diáconos, presbíteros, obispos) que le representen a él para bien de la comunidad,

y en el matrimonio da sentido y bendice el amor de un hombre y una mujer, él, que en la cruz mostró su amor a la Iglesia, su Esposa.

Toda esa gracia viene de la Pascua, o sea, del Cristo Pascual, el Señor Resucitado. "Cristo glorificado actúa ahora por medio de lo sacramentos y nos comunica su gracia" (CCE 1084), o sea, "los frutos de su misterio pascual" (CCE 1076).

Cuando se curó aquella mujer enferma al tocar el borde del manto de Jesús, este dijo: "He sentido que una fuerza ha salido de mí" (Le 8,46) y, en general, la gente comentaba que "salía de él una fuerza que sanaba a todos" (Le 6,19). Pues ahora, del Cristo Resucitado emana una fuerza salvadora, la gracia de los sacramentos.

3. La Pascua no ha acabado

Y es que la Pascua no ha terminado. Lo que celebramos en la Pascua semanal, el domingo, o en la Pascua anual, el Triduo Pascual y su prolongación hasta Pentecostés, no es un aniversario, como si dijéramos que en tal día corno hoy (el domingo) o en una primavera como esta (la Pascua) Cristo Jesús murió y resucitó y por eso lo recordamos. La Pascua sigue porque sigue vivo el Señor Resucitado, que se hace presente en nuestra vida de múltiples maneras. Lo dice muy bien el Catecismo: "Cuando llegó su hora, vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucitado de entre los muertos y glorificado a la derecha del Padre de una vez por todas. Es un acontecimiento real,

sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular. Todos los demás acontecimientos suceden una vez y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por

el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado...

Todo lo que Cristo es y todo lo que hizo participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la cruz y de la

resurrección permanece y atrae todo hacia la vida" (CCE 1085).

Ahora ese Cristo Viviente se nos acerca y actúa continuamente para nosotros. Con la diferencia de que lo que en su vida mortal hacía directamente -curaba enfermos, perdonaba pecados, bendecía

a los niños, dialogaba con los jóvenes, daba de comer a la gente, enseñaba- ahora lo hace desde su existencia gloriosa a través de la Iglesia y, de modo particular, a través de los sacramentos.

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4. Cristo Resucitado nos está presente de varias maneras

Para comunicarnos su fuerza y su vida, Jesús, el Señor Resucitado, nos está presente de múltiples maneras, no sólo en la Eucaristía, sino también en los demás sacramentos.

Cuando oímos hablar de la "presencia real" de Cristo, en seguida pensamos en la Eucaristía: ese pan y ese vino que misteriosamente, por obra de su Espíritu, se han convertido en la persona gloriosa de Cristo, que se nos da como alimento. Esa es en verdad su presencia más entrañable. Nos lo aseguró él mismo:

"Esto es mi Cuerpo...".

Pero hay otras presencias, todas reales, de Cristo:

en su Palabra, él que es la Palabra viviente de Dios, se nos comunica primero como tal, antes del sacramento,

en la comunidad (él mismo nos dijo: "cuando dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo"), y en el

ministro que la preside

"in persona Christi", haciendo las veces de Cristo, personificándole visiblemente para la comunidad,

en el sagrario, donde prolonga su presencia eucarística, como Pan disponible para los enfermos y moribundos, y para la adoración de los fieles,

también en todos los sacramentos, porque cuando alguien bautiza es él quien bautiza, y cuando alguien absuelve, es él quien absuelve,

y en la Liturgia de las Horas, porque él sigue siendo también hoy el Orante supremo, ahora como Resucitado, alabando a Dios e intercediendo por la humanidad con los salmos y los himnos y demás oraciones.

En verdad, el Señor Resucitado nos acompaña los siete días de la semana y las veinticuatro horas del día. Nos está presente de modo invisible, misterioso, pero real. Sobre todo en los sacramentos que celebramos.

5. ¿Podéis ir en paz?

Uno podría pensar que en los sacramentos los cristianos se preocupan poco de la caridad y de la justicia: que son momentos aislados, como un "oasis" en medio del desierto, sin gran influencia fuera de su celebración.

Pero el Catecismo, al presentar los sacramentos, afirma con énfasis que la gracia y la comunión de los sacramentos, "deben permanecer siempre con nosotros y dar frutos más allá de la celebración" (CCE 1109).

Es famoso él texto del filósofo san Justino, en el siglo II, cuando describe la eucaristía dominical y luego afirma que, a raíz de esta celebración, "los que tenemos, socorremos a todos los abandonados y siempre estamos unidos los unos a los otros... Los ricos que quieren, cada uno según su voluntad, dan lo que les parece, y lo que se reúne se pone a disposición del que preside y él socorre a los huérfanos y a las viudas y a los que por enfermedad o por cualquier

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otra causa se hallan abandonados y a los encarcelados y a los peregrinos y, en una palabra, él cuida de cuantos padecen necesidad".

Además de las "presencias reales" de Cristo Jesús en la Eucaristía y en los demás sacramentos, hay también otra "presencia real": el Señor Resucitado está en la persona del prójimo, sobre todo "en los pobres, los enfermos, los presos" (CCE 1373). Nos lo dijo él: "Estaba enfermo y me visitasteis". Cuando acogemos al hermano, le acogemos a él.

Lo que dice el Catecismo sobre la Eucaristía -"la Eucaristía entraña un compromiso a favor de los pobres" (CCE 1397)- hay que decirlo también de los demás sacramentos: todos ellos, después de la celebración, continúan comprometiéndonos y dándonos fuerzas. La celebración no termina del todo con el "podéis ir en paz". La vida cristiana, sobre todo la caridad y la justicia, son la prolongación lógica de cada sacramento.

6. El lenguaje humano y cósmico de los sacramentos

El lenguaje de los sacramentos cristianos quiere ser cercano a nuestra vida y a nuestra cultura.

Es verdad que lo principal en ellos es la acción invisible de Cristo, pero esta se manifiesta exteriormente por medio de acciones y palabras. Estas acciones simbólicas por las que nos alcanza la salvación invisible son signos sensibles accesibles a nuestra humanidad actual y quieren responder, en lo posible, a la cultura de los diferentes pueblos.

El gesto central de cada sacramento conecta con valores humanos y hasta cósmicos. Así, en el bautismo, el gesto humano que más se acerca al misterio que nos comunica este sacramento es el "baño en agua", fuente de vida y fecundidad. Los sacramentos que usan la unción -unción es masaje- aprovechan los varios sentidos del aceite y sus derivados: alegría, belleza (cosmética),

agilidad (atletas), curación (masajes para la piel). El comer pan y beber vino de la Eucaristía aprovecha el hermoso sentido que tiene ya en la vida social el comer y beber con otros, como signo de amistad o reconciliación. El amor entre hombre y mujer se inscribe en la misma naturaleza humana, y en el sacramento del matrimonio se convierte para los cristianos en signo del amor de Dios a la humanidad y de Cristo a su Iglesia.

Cristo, para comunicarnos su gracia visiblemente, se sirvió durante su vida terrena y se sigue sirviendo ahora para sus sacramentos de unos signos y símbolos tomados precisamente del cosmos y de nuestra vida cultural. Para que los entendamos y celebremos mejor. Claro que los sacramentos son mucho más que esos signos humanos: pero a partir de estos signos entendemos y celebramos mejor los sacramentos con los que Cristo nos comunica su vida.

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7. El Espíritu da vida a nuestra celebración

Uno de los aspectos en que la Iglesia de nuestro tiempo ha mejorado el conocimiento de su propio misterio y, en concreto, de los sacramentos, es el del protagonismo del Espíritu Santo.

Esto ha sido muy manifiesto, sobre todo, en el Catecismo de la Iglesia, que presenta al Espíritu como el principal agente que anima la vida cristiana y la celebración de todo sacramento, así como de la escucha de la Palabra y la oración de los cristianos:

el Espíritu es el pedagogo de la fe del pueblo de Dios, y el que da vida a los sacramentos, que son la obra maestra de Dios,

él prepara a la Iglesia para el encuentro con su Señor, suscitando nuestra fe y nuestra conversión,

el mismo que inspiró los libros sagrados de la Biblia es el que ahora da vida a la Palabra de Dios que es anunciada en nuestra celebración y nos ayuda a una inteligencia espiritual de lo que oímos,

él nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo, despertando nuestra memoria y moviéndonos a la alabanza y a la fidelidad,

y, sobre todo, él actualiza en los sacramentos los hechos salvíficos que nos salvaron hace dos mil años, haciéndolos presentes: el misterio pascual de Jesús no se repite, sino que se celebra y se hace

presente para que entremos en él y así nos llenemos de su vida (cf. CCE 1091-1112).

Así, los sacramentos son una hermosa mezcla de la actuación salvadora de Dios Trino, de la mediación de la Iglesia, comunidad de Jesús y de su Espíritu, y de la acogida coherente de cada uno de nosotros, de tal manera que cada sacramento nos llene de su gracia y luego en nuestra vida se note que lo hemos celebrado en verdad.

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