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Pensar políticamente la actualidad

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Academic year: 2020

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Pensar políticamente la actualidad

José Ignacio López Soria

Conferencia sostenida en:Jornadas de diálogo: Pensamiento político peruano. Tradición y perspectivas, 5-9 de mayo de 2008, Organizadas por IDEA Internacional. Publicado en:

Durante los días pasados se nos han ofrecido exposiciones claras y a veces críticas de diversas expresiones del pensamiento político peruano del siglo XX: socialcristianismo, socialismo, “hayismo”, nacionalismo y liberalismo. Nos toca ahora reflexionar sobre los retos políticos que nos plantea el siglo XXI. Tarea nada fácil, por cierto, porque se nos pide pensar políticamente el futuro, aunque es verdad que se trata de un futuro que está ya en el presente.

En mi presentación, me referiré primero al trasfondo de las ideologías aquí expuestas, y los invitaré, finalmente, a pensar juntos políticamente la actualidad.

Cuando miramos desde la actualidad las ideologías expuestas, advertimos fácilmente que todas ellas son hijas de la modernidad, un proyecto que se anunció en el siglo XVIII, se llevó a la práctica en los siglos XIX y XX y contribuyó a que fuésemos paulatinamente pasando, de grado o de fuerza, de un mundo esencialmente prescriptivo a otro esencialmente electivo. Una de las manifestaciones de ese paso es precisamente el surgimiento de diversas alternativas y organizaciones políticas que tenían que competir entre sí para ganar el consenso social, usando en unos casos el convencimiento y en otros la violencia o una mezcla de ambos, dando forma a los ideales, en unos casos, y en otros respondiendo a los intereses o conjugando sabiamente ideales e intereses.

La dura competencia entre estas alternativas nos ha hecho olvidar que todas ellas, por diversas y hasta contrapuestas que puedan parecer, tienen un aire de familia, son hechura de la modernidad y, por tanto, tienen como basamento o fuente de legitimación la racionalidad moderna en su versión emancipadora o en su versión instrumentalizadora o en una mezcla de ambas. Además de coincidir en la fuente de legitimación, las ideologías políticas de la modernidad, especialmente las que se atienen a la racionalidad emancipadora, coinciden en un conjunto de principios, lógicas, dimensiones institucionales y telos u objetivo final. Estas coincidencias no impiden, sin embargo, que haya diferencias entre ellas en la interpretación de los principios, el desarrollo de las lógicas, la organización de las dimensiones institucionales y el diseño del objetivo final.

La cotidianidad política nos hace pensar que el problema principal con el que se encuentran esas ideologías es el de ganarle la partida al otro. Obsesionados por el juego, los portadores de esas ideologías no advierten que lo que ocurre es que la mesa de juego y las sillas de los jugadores se están hundiendo. El piso se les está moviendo a todos y de poco sirve que ganen la partida o que, cuando avanza el crepúsculo, se cojan, miedosos, de la mano porque no tienen ojos para ver el asomo tímido de un nuevo alborear.

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abiertas al diálogo; segundo, porque se han debilitado las solideces y seguridades en las que se apoyaban sus propuestas; y tercero, porque le han salido respondonas sus propias criaturas.

Los retos políticos que tenemos hoy planteados surgen del entretejimiento de estos tres componentes de la actualidad: el incumplimiento de las promesas de la modernidad, el debilitamiento de los fundamentos del pensamiento político de corte moderno, y la aparición de nuevos agentes sociales y condiciones de vida.

Que las promesas de la modernidad han quedado incumplidas es, por demás, evidente. Avances ha habido, ciertamente, pero lo que es innegable es que no hemos resuelto problemas básicos, ni hemos construido una sociedad con vinculaciones profundas, ni hemos “encasado” el espacio, es decir no hemos hecho del Perú un espacio en el que todos nos sintamos en casa. ¿Errores en el proceso de construcción? No lo dudo, pero me interesan más los errores en el punto de partida, en el diseño. Desde el inicio diseñamos un modelo de vivienda en la que no cabíamos todos, no cabían especialmente las poblaciones originarias.

¿Es acaso posible ahora agrandar la casa, siguiendo el mismo diseño, para que quepamos todos? Eso es lo que sostienen -unos por miedo y otros por auténtica solidaridad- los que hablan de inclusión, de atención al otro, de la necesidad de que también ellos estén organizadamente representados. Pero incluir viene del verbo latino includere, que significa encerrar, encarcelar, ahogar la voz de alguien. Incluir es, pues, encerrar en mi casa a otro, exigirle que hable mi propia lengua, que se atenga a mis normas, usos y costumbres. Toda inclusión es ya una forma de neutralización del incluido. Y en cuanto a la representación, no es lo mismo estar “representados” que estar “presentes”. Cuando alguien está representado hablamos de él, cuando alguien está presente hablamos con él y, lo que es más importante, nos sentimos hablados por

él. Yo percibo en las propuestas de inclusión, por desinteresadas que parezcan y que efectivamente sean, el viejo afán homogeneizador que nos viene del proyecto moderno. Por eso, en vez de inclusión, creo que hay enrumbarse por el nada fácil camino de la convivencia de diversidades. Sin negar la urgencia de darles atención preferente, creo que es necesario reformular, ahora ya en clave convivencial y no inclusivista, las incumplidas promesas de la modernidad y, consiguientemente, repensar el proyecto Perú que nos viene de antiguo. El nuevo proyecto Perú, diseñado en diálogo con los mensajes que nos vienen del pasado de nuestro presente, debería entender la exclusión que hemos practicado desde nuestra orilla tanto como una injusticia para con el otro cuanto como un profundo daño que nos hemos infringido a nosotros mismos al habernos privado de la convivencia con el otro. Porque la convivencia digna y gozosa con el otro es precisamente la mayor fuente de dinamismo social y el mejor camino para realizar a plenitud la posibilidad humana.

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como intersubjetividad, historia como procesamiento plural de la memoria y de la experiencia vivida, diálogo entre las diversas nociones de vida buena, gobierno como gestión acordada de las diferencias, etc. En cualquier caso, no nos toca a nosotros definir los perfiles de esa nueva promesa, sino abrir el espacio para que ella se vaya formulando dialógicamente a partir de la aceptación del carácter sólo particular de nuestra propia voz.

El debilitamiento de los fundamentos del pensar político de corte moderno ocurre paralela y convergentemente con la pérdida de credibilidad que afecta a las formas modernas de legitimación del poder y del saber, con la desconfianza con respecto a la capacidad regulativa de las ideas clave de la modernidad, con el abigarrado entrecruzamiento de las lógicas de la modernidad, con el desborde de sus dimensiones institucionales e incluso con el desdibujamiento del telos o paraíso al que el proyecto moderno creía estar conduciéndonos. Un signo evidente de debilitamiento –y me referiré sólo a él- es el hecho de que todos esos componentes de la modernidad se están encontrando con sus propios límites, es decir, estamos finalmente tomando conciencia de que el proyecto moderno, con todos sus componentes, es un producto occidental que no sirve para humanizar al mundo sino para occidentalizarlo. Lo que era antes considerado como universal se manifiesta ahora como particular y, por tanto, está en pie de igual con otras maneras de ver, pensar y organizar la convivencia.

En este crepúsculo de los ídolos e ideologías de la modernidad hay que saber ver, sin embargo, un nuevo alborear: el debilitamiento que afecta a las ideas políticas modernas y a sus tradicionales seguridades se constituye en condición de posibilidad para algo que todavía no habíamos hecho: oír al otro, escuchar con atención su palabra, pensar juntos una forma de convivencia en la que quepamos digna y gozosamente todos, siendo y reconociéndonos como diferentes. Tarea, por cierto, que para nosotros no es nada fácil porque venimos de una tradición que nos ha enseñado a ver lo nuestro como lo universal y lo de otros como lo particular. Así, por ejemplo -para referirme a temas que pueden provocar escándalo-, el que declaremos que todos los hombres hemos nacido libres e iguales, que el hombre sea definido como animal racional, que un buen día los franceses declararan -sin que nadie les hubiese autorizado- los derechos universales del hombre y del ciudadano, que nos atrevamos a contarles a otros hombres su propia historia e incluso a hablar por todos incorporándolos a la historia universal, que consideremos el progreso como una idea regulativa, que hayamos establecido la democracia representativa como el sistema ideal para la gestión macrosocial, que hayamos decidido organizar la convivencia en Estados-nación, que pensemos que el consenso es un buen instrumento para establecer normas y regular el comportamiento, que hayamos atribuido a cada individuo el derecho a un voto que es de igual valor que el de cualquier otro, que las minorías se vean obligadas a seguir los dictámenes de las mayorías, que sea conveniente dividir los poderes públicos para evitar el abuso, que hayamos elevado nuestros derechos a la categoría de derechos humanos, que veamos una ventaja en la separación entre Iglesia y Estado, que entendamos por historia del Perú únicamente nuestra propia historia, que supongamos que el corpus de la literatura peruana está constituido sólo por nuestras producciones literarias, etc. todos estos son componentes esenciales de nuestra cosmovisión, pero pueden no estar incluidos en otras cosmovisiones e, incluso, no ser compartidos por todos los peruanos.

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relativista? De ninguna manera. Si el absolutismo afirma que sólo nosotros estamos cerca de Dios, los relativismos responden que también ellos están igualmente cerca de Dios, porque no hay una única verdad bien fundamentada sino varias. Lo que aquí sostenemos es que todos los hombres y todos los pueblos estamos igualmente lejos de Dios, que no hay verdades absolutas, que todos los dioses han muerto definitivamente, y que, por consiguiente, si queremos vivir dignamente juntos, quedamos todos invitados a entendernos dialogando desde nuestras propias peculiaridades. En ese dialogar, en ese estar abierto al otro, en ese hablar con el otro y sentirse hablado por él, está propiamente la esencia de la verdad. No interesa aquí la verdad como correspondencia entre lo que se dice y lo que es, ni siquiera interesa la verdad como consenso o resultado al que se llega dialogando; la verdad es dialogar, abrir caminos para el entendimiento, para la convivencia digna y hasta gozosa entre lo diverso.

Leído desde esta perspectiva, el declinar de los absolutos anuncia, como decíamos arriba, una nueva alborada: la posibilidad de vivir juntos haciendo de la convivencia de lo diverso una fuente de gozo y de dinamismo social y humano.

Finamente, pero no en último lugar, lo que hoy nos convoca al pensamiento y nos exige pensar políticamente es que ya no estamos donde estamos sino después, después de la confianza plena en los grandes discursos de emancipación y de sus expresiones políticas, después de las soberanías a ultranza de los Estados-nación y de sus pretensiones homogeneizadoras, después de los afanes por organizar racional o sinérgicamente la dimensiones institucionales y los subsistemas sociales de la sociedad moderna. El futuro ha decidido venir a la presencia. Se nos ha colado en el presente y nos lo ha desbarato. El futuro se ha metido entre nosotros en la forma de globalización, de intento final de organizar tecnocientíficamente el mundo y la vida toda, de liberación de las diferencias y toma de la palabra por las diversidades.

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Acabamos de sugerir que esos tres componentes de la actualidad tienen dos caras, como cualquier otro fenómeno sociohistórico de envergadura. Hasta me atrevo a afirmar que el hecho de que la cara negativa se imponga a la positiva es una muestra más de que no disponemos todavía de los instrumentos teóricos y prácticos –y tal vez ni siquiera de la voluntad de tenerlos- para agenciarlos acordadamente y gestionarlos con cordura.

Resumo: el pensamiento político peruano del siglo XXI, atreviéndose a ir más allá de las herencias teóricas y prácticas del proyecto moderno sin olvidarlas, tendría que tomarse en serio los tres retos a los que se ve enfrentado: cumplir, debidamente reformuladas, las promesas que la modernidad enunció pero dejó incumplidas; aceptar, sin dejarse arrastrar por el relativismo, el carácter débil del propio planteamiento político, como condición de posibilidad para hablar con el otro y pensar juntos una convivencia digna y gozosa de las diversidades culturales que nos pueblan y enriquecen; y, finalmente, proveernos a todos de herramientas para movernos con destreza en este complejo mundo de temporalidades y espacios heterogéneos en el que nos ha tocado vivir, para poder procesar con cordura las potencialidades implícitas en los procesos de globalización, en el desarrollo tecnocientífico y en la toma de la palabra por las diversidades.

Si procediésemos así, si nos atreviésemos a hacer de la necesidad virtud, allanaríamos el camino para resolver nuestras carencias estructurales, para pensar dialógicamente una forma convivencia en la que todos nos sintamos en casa, para dejarnos hablar los unos por los otros y, en fin, para apropiarnos, sin pérdida, de la riqueza acumulada por la humanidad.

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