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DESINTONIZAR LA TELEBASURA

Antología de textos

DESINTONIZAR LA TELEBASURA

En La Conjura de los necios, Ignatius Reilly, admirador del clero medieval y ensayista frustrado, pasa una tarde entera frente al televisor cargando contra un programa de niños que quieren ser artistas de la canción. Este inquisidor de la cultura popular se retuerce de furia ante un contenido que cree nocivo, pero no consigue apartar la vista. Es, a su manera, un fiel seguidor de los programas que denigra.

¿En cuántas ocasiones nos hemos visto haciendo algo parecido? Podemos encontrar en España un alto porcentaje de ciudadanos que “no ven la televisión” pero están enterados de todos los últimos movimientos de Belén Esteban. Esto sucede porque han variado su hábito de consumo televisivo, pero aguantan como seguidores de estos formatos, favoreciendo probablemente que continúen fuertes en la parrilla.

Es difícil evitar cierta sensación de gratificación al pasar canales y detenernos durante dos minutos en Gran Hermano. Creemos identificarnos justo con lo opuesto, por lo

que lo degradante de estos contenidos refuerza transitoriamente nuestra autoestima. Lo mismo sucede con las tertulias políticas en las que los periodistas discuten sobre si tenemos un Gobierno incompetente o bien un Ejecutivo criminal y terrorista. ¿Cuántos oyentes de Jiménez Losantos escuchaban su programa en la COPE “para reírse”? ¿Acaso los productores de estos formatos no anticipan esta especie de audiencia

fantasma?

No nos vendría mal detenernos a pensar de qué mundo de ficción y entretenimiento queremos participar en nuestros ratos libres. Si el papel que cumple para nosotros el 80% de los canales TDT es el de hacernos pasar el tiempo mientras lamentamos la precariedad de sus contenidos, quizá haya llegado la hora de reducir el número de emisoras.

Decir que hoy día, con la oportunidad que Internet representa, un ciudadano civilizado no necesita más de cuatro o cinco cadenas de televisión no es ningún disparate. Tomado el Parlamento por los mercados y teniendo que dar gracias por poder trabajar, no estaría de más ejercer de vez en cuando la soberanía. Desintonizar la telebasura podría ser una forma cualquiera de hacerlo. Muchos la han probado con éxito.

Público, 21 de febrero de 2011. ANDRÉS VILLENA

Texto Nº 18 Secuelas del cataclismo

Fukushima no acabará con la tecnología nuclear, pero elevará las inversiones en seguridad

El País, 04/04/2011

No se ha conseguido todavía controlar los reactores de la central nuclear de Fukushima, gravemente dañada durante el terremoto y tsunami del 11 de marzo. Y siguen emitiendo material radiactivo fuera de los recintos de contención, con una intensidad considerable en las cercanías de la central y menor en localizaciones más alejadas, aunque preocupantes por su afectación a alimentos y agua potable, además de haber contaminado las aguas marinas próximas debido al agua utilizada durante todos estos días para refrigerar núcleos y piscinas de almacenamiento de combustible usado. Los cadáveres de dos operarios, desaparecidos durante los primeros días de la catástrofe, aparecieron el sábado para subrayar la gravedad del accidente.

Pero las consecuencias de estos hechos no se limitan a Japón; sus efectos se están haciendo notar en todo el mundo, en particular en los países con industria nuclear. No parece que estos efectos vayan a acabar con una tecnología que está contribuyendo

de forma significativa al suministro de energía no generada a partir de combustibles fósiles. Si se prescindiese de la energía nuclear, las renovables, aún con un fuerte apoyo público, no podrían reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles y al tiempo sustituir a la energía nuclear en un horizonte temporal próximo. Pero se iniciará un periodo de reflexión sobre las condiciones de seguridad y la localización de este tipo de plantas, junto con la conveniencia de desconectar los reactores que no cumplan condiciones exigentes de seguridad y su sustitución por otros más seguros. Habrá un antes y un después de Fukushima. A ese cambio responde la propuesta del presidente francés, Nicolas Sarkozy, para una conferencia mundial de responsables de instalaciones nucleares para revisar las normas de seguridad en el sentido de hacerlas más rigurosas, y por tanto más costosas, y universales. La propuesta y su visita a Japón no son solo gestos de solidaridad con el pueblo japonés; responden también al interés de Francia en un sector en el que es líder, tanto por el papel que juega en su propio suministro eléctrico como por su potente industria nuclear.

El Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) debería tener una presencia activa en la fijación de estándares técnicos que pudieran (y debieran, a riesgo de sufrir sanciones) ser adoptados por todos los países que apuesten por esta tecnología.

Texto nº 19

La vida ligera

Ese personaje que en medio de la calle, o en una carretera, nos pregunta que cómo puede llegar a tal sitio, está en vías de extinción. El GPS, con su pantalla a colores, sus instrucciones verbales y su precisión milimétrica, empieza a convertir a este personaje en una pieza histórica, del calibre de aquel otro que hace más de un siglo encendía con una pértiga, una por una, las farolas de la calle.

Ese personaje será tan raro como la cabina telefónica, que ha sido arrasada por el móvil, y como los CD, esos objetos dispendiosos, que ocupan demasiado sitio y exigen que su dueño busque en una estantería, saque el disco del estuche, lo coloque en la bandeja del reproductor, y luego le dé sucesivas veces a un botón hasta llegar a la canción que quiere oír. Un engorro que hoy se resuelve moviendo un sensor con el dedo pulgar.

La vida va a una velocidad de vértigo, si oyes una canción que te gusta puedes comprarla inmediatamente por el ordenador, y lo mismo pasa con los libros. Bastan unos minutos para tener casi cualquier película y en un minuto podemos estar contemplando, en la pantalla de nuestro ordenador, que está en Barcelona, un papiro que se encuentra físicamente en el British Museum, en Londres, o, si se prefiere, en ese mismo minuto podemos comprar en la red un martillo hidráulico, un pastor alemán o un piano. Lo mismo pasa con la información, que va a toda velocidad por la

Red; el diario de papel que se vende en la mañana, ya tiene poco que ver, dos horas más tarde, con su versión en Internet, y al final del día ya es radicalmente distinto. En todos estos ejemplos lo que impera es la velocidad, pero también la ligereza: ya no hace falta tener una pared llena de estanterías con discos, o con libros, o con DVD, para poseer una gran colección de música, una enorme biblioteca o una cinemateca deslumbrante; todo cabe en un ligero cacharro electrónico que puede usted echarse en el bolsillo. Y esas toneladas de información que corren por la Red bajan, con una ligereza asombrosa, a la pantalla de su teléfono móvil, otro cacharro sumamente ligero.

Este cambio de rumbo hacia la ligereza, que han ido implementando las nuevas tecnologías, empieza a tener consecuencias palpables que han afectado a los diarios, a la industria cinematográfica, musical y editorial; la crisis que atraviesan estas industrias no es un fenómeno pasajero, es el final de una época, o el principio de la que viene, y más allá de esta crisis empieza a operar un cambio, mucho más profundo, que ya ha comenzado a poner el mundo patas arriba. Que los nuevos millonarios sean muchachos de 20 años que inventan cosas en la Red es un signo que nos indica lo mucho que han cambiado las cosas. Recurramos al cliché, que es una simpleza que ilustra: el orondo millonario vestido de traje caro, que va en un coche con chófer adusto, empieza a ser sustituido por el muchacho de sudadera y Adidas que llega a su oficina en bicicleta; la ligereza del segundo va más acorde con el nuevo milenio que la pesada parafernalia que arrastra el primero.

Ahora que la crisis económica nos ha enseñado lo indefensos que estamos y que las nuevas tecnologías empiezan a señalarnos el camino hacia el nuevo mundo, es el momento de empezar a deshacernos del lastre mental que nos heredaron los propietarios del Medioevo, y de abrazar la vida ligera, la levedad a la que tendremos que montarnos de ahora en adelante. Las instituciones, digamos, clásicas, comienzan a hacer agua; ante el universitario lleno de posgrados, que carga el pesado bagaje que ha adquirido con años de educación tradicional, se planta el muchacho listo que con un ordenador y mucho ingenio, dos herramientas verdaderamente ligeras, consigue un éxito planetario en alguna de las parcelas del ciberespacio.

La gran enseñanza de esta crisis es que nos ha hecho conscientes de nuestra fragilidad, nos ha enseñado que las posesiones materiales y el acopio son elementos de otra época. Ahora lo que se impone es imaginar un mundo distinto, todo ha cambiado ya y no queda más remedio: seguir el rumbo que marcan las nuevas tecnologías, vivir de alquiler para poder irse a otra ciudad o a otro país cuando sea preciso, disfrutar el dinero en lugar de guardarlo y vivir la vida en tiempo presente, vivirla hoy, porque el vivir para mañana ya es cosa del ayer.

TEXTO Nº 20

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