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Género y construcción de la identidad en la adolescencia

4) Cabe distinguir una cuarta etapa evolutiva (que se produciría después del pensamiento formal), de superior complejidad con-

1.4. Género y construcción de la identidad en la adolescencia

1.4.1. Autoconcepto e identidad

El concepto que cada persona tiene de sí misma, y la autoestima que de él se deriva, son aspectos fundamentales de su capaci- dad de adaptación a la realidad; de los que dependen, por ejem- plo, las acciones que emprende, el tiempo que les dedica, los esquemas cognitivos y emocionales a partir de los cuales inter- preta los resultados que obtiene con dichas actividades y las es- trategias que utiliza para superar las dificultades que encuentra (Bandura, 1986; Bourcet, 1998).

El desarrollo del autoconcepto adquiere una especial relevancia en la adolescencia, debido a que la tarea principal que en esta fase debe llevarse a cabo es la construcción de la propia identi- dad (Erikson, 1968), la superación de la identidad convencional construida en las etapas anteriores (Kohlberg y Higgins, 1984) para llegar a elaborar un proyecto vital propio en relación a todas las esferas de la actividad adulta (trabajo, familia...). Para reali- zar esta tarea el adolescente dispone de una herramienta inte- lectual de extraordinaria utilidad: el pensamiento formal, que le permite un considerable distanciamiento de la realidad inmedia- ta, imaginar todas las posibilidades y adoptar como punto de par- tida de su pensamiento lo ideal, lo posible (en lugar de lo real). Cuando dicha tarea se resuelve adecuadamente, lo cual casi nunca sucede hasta el final de la adolescencia, se produce una identidad lograda, que se caracteriza por dos criterios generales: 1) ser el resultado de un proceso de búsqueda personal acti- va y no una mera copia o negación de una identidad determi- nada; 2) y permitir llegar a un nivel suficiente de coherencia y diferenciación, integrando: la diversidad de papeles que se han desempeñado y se van a desempeñar; la dimensión tem- poral (lo que se ha sido en el pasado, lo que se es en el pre- sente y lo que se pretende ser en el futuro); lo que se percibe como real y como posible o ideal; la imagen que el individuo tiene de sí mismo y la impresión que se produce en las otras personas.

No siempre se resuelve adecuadamente la tarea crítica de la ado- lescencia ni se consigue, por tanto, una identidad diferenciada y coherente. La crisis de identidad puede producir una serie de respuestas que reflejan cierto desequilibrio temporal, y que cuando se prolongan en exceso coinciden con las respuestas inadecua- das a dicha tarea, entre las cuales cabe destacar: 1) la difusión de identidad, ignorando quién es uno/a mismo/a o hacia donde va; 2) la fijación prematura de identidad, el extremo opuesto al

problema anterior; 3) la identidad negativa, construida en referencia a una determinada identidad aunque en sentido contrario, y por lo tanto de forma muy estereotipada y con frecuencia de tipo antisocial. Los y las jóvenes con identidad lograda o en fase de moratoria, tienen más autonomía y menos vulnerabilidad a la presión social que los sujetos con identidad prematura o difusa (Marcia, 1980). Conviene tener en cuenta, por otra parte, que cuando el indivi- duo no ha aprendido a aceptar las dudas como algo necesario para buscar nuevas soluciones a los problemas, cuando ha de- sarrollado miedo o intolerancia hacia la incertidumbre, existe un alto riesgo de que la búsqueda de la propia identidad no se pro- duzca o de que se resuelva recurriendo a soluciones absolutistas y estereotipadas.

1.4.2. Diferencias en función del género

La forma sexista de construir la identidad puede influir en el autoconcepto de los y las adolescentes al obligarles a identificar- se con determinados problemas tradicionalmente asociados al estereotipo femenino y masculino; como la pasividad, la depen- dencia y la sumisión, en el caso de las mujeres; y la dureza, el dominio o la utilización de la violencia, en el caso de los hombres (O´Toole et al, 1997). Tendencia que permite explicar las relacio- nes observadas desde hace décadas, y también en los estudios recientes, entre la forma sexista de construir la identidad mascu- lina y la mayor parte de la violencia que ejercen los hombres, incluyendo no solo la que ejercen contra las mujeres sino tam- bién la que ejercen contra otros hombres e incluso contra sí mis- mos (Kauffman, 1997); así como la superior tendencia de los adolescentes a comportarse y a justificar la violencia en mayor medida que las adolescentes y la superior tendencia de ellas a sentirse culpables, con menor autoestima y tendencia a la depre- sión que ellos (Bybee, 1998).

Además de obligar a identificarse con los problemas menciona- dos en el párrafo anterior, el sexismo limita los posibles valores y cualidades a los tradicionalmente considerados como femeninos o masculinos, confundiendo lo biológico con lo psicosocial y pre- tendiendo justificar así el mantenimiento de una injusta división del mundo y sus valores en dos espacios, el público, el del poder, para los hombres, y el privado, el de las emociones y el cuidado de las personas, para las mujeres. Como consecuencia de la generalización transcultural de dicha división cabe explicar la si- militud que suele observarse entre los estereotipos de género en distintos contextos culturales (Williams y Best, 1990). Estereoti- pos que asocian lo masculino con una serie de características a las que suele denominarse de forma genérica (Bakan, 1966): agencia- instrumentalidad (agresividad, competitividad, acción, dureza, insensibilidad...); y lo femenino con otras caracterís- ticas opuestas a las anteriores, a las que se ha denominado expresividad-comunalidad (ternura, empatía, debilidad, de- pendencia, pasividad, sensibilidad social, comprensión...) Así, la representación sexista del mundo puede actuar como una profecía que se cumple automáticamente, al transmitir desde muy corta edad a los niños y las niñas con qué cualidades, valores y problemas deben identificarse, de que actividades deben participar y de cuáles no. De lo cual se deriva que para conocer hasta qué punto se ha superado el sexismo es preci- so tener en cuenta sus distintas manifestaciones, incluyendo las cualidades que se creen poseer, las que se desearía te- ner y las actividades en las que se invierte el tiempo actual y se piensa invertir el tiempo futuro.

Los meta-análisis realizados a partir de los estudios llevados a cabo sobre las diferencias psicológicas en función del género entre 1958 y 1992 (Feingold, 1994; Martínez Benlloch, 1998) encuentran que: los hombres son más asertivos y menos ansio- sos que las mujeres; diferencias que se observan tanto en ado-

lescentes como adultos y en distintos contextos culturales. Y que apoyan la dualidad descrita por Bakan (1966) en una orientación agente versus una orientación comunal.

1.5. Avances y limitaciones en la construc-