Como ese palo ciego que bebe de la Tierra bebí yo de ese vino, manjar del inmortal
Lila Downs
Tengo la protección de mi santo, pensé cuando acepté la pelea que me ofrecieron los galleros del norte.
–¿Cómo vas a hacer eso, Nátera? –dijo mi amá.
–Pos así nomás, encomendándome, amá, no dice usté que San Juditas siempre nos ayuda. Pos, así mismito, me protegerá. Porque usté me ayudará con sus rezos, o ¿qué no?
–¡Ay, Natera! ya ves lo que le pasó al arriero de Don Simón…
–Pero ese sí que era bien bruto, amá. Ya ve que tenía un genio del carajo y además ya estaba viejo para esos trotes. Conmigo será diferente, ya lo verá. En este negocio sólo hay que andar bien aprevenido y no achicarse con los encargos.
–¡Ay, mijita! Si no hay de otra, sirve que ayudas con unos centavos; ya cada vez comemos menos y tus hermanos andan con puras garras, y el infeliz de tu padre quésque se iba pa’l otro lado y parece que se lo tragó el desierto.
–Ya no piense en eso, amá ¡Nuestra suerte va a cambiar!
–Y ¿qué va a pasar con Juanito? ¿Lo vas a dejar ansina nomás?
–Pos usté me lo va cuidar bien para que yo pueda traer los centavos, sirve que podemos comprar un terrenito y construir una casota. Ya ve, el Sabas la armó re bien, ya tiene su casota y hasta le compró troca a su amá, a poco a usted no le gustaría tener una también. Si seguimos así, igual y nos morimos de hambre, o se nos caen estos cuartos encima, mire como están cuarteadas ya las paderes.
Al principio sentí miedo, en esta clase de palenques siempre gana el gallero, a los gallos, sólo nos tiran a pelear. Pero el Sabas me animó, dijo que con lo chamaca que estaba
y lo lista que era, podía armarla bien, además siempre quedaba la posibilidad de figurar entre los mejores trabajadores de la yerba para que le den a una güenos jales y así poder darse vida de rey, como él. Decía que las chavas aventadas al ruedo, las respetaban más que a los chavos, además a mí me sobraba lo zorra, siempre lo decía mi tata.
No lo pensé más y quise ser la reina del pueblo, como esa Reina del sur que tanto mencionaba la tele. Ya estaba cansada de tanta miseria, mi destino era como sol sin sombra; sol quemante que me achicharraba antes de tiempo. Sin más, le entré al negocio y,
pronto, de pobre me sacó. Aunque yo me la jugara en el ruedo, ver a mi amá más repuestita y menos cansada era mejor; no que antes parecía de esos muñecos de papel maché que venden en la feria.
Me fui recio y comencé a saltar más allá de los gallos. Agarré confianza y empecé a meterme con el otro cartel. Pensaba que si San Juditas me había cuidado en todos mis encargos, acá me cuidaría junto con “El Señor de los cielos” –aunque ya estaba muerto, igual seguíamos creyendo en su protección– además había más dinero y menos malandros, de esos que siempre disfrutaban con las ejecuciones. En estos bisnes no se pasa nada por alto, menos en una operación donde están involucrados los que permiten los intercambios.
Ahora ¿onde está el castigo?
Con el encargo de mi amado (así le decíamos a la organización las pocas gallas que colaborábamos) gané mi corona, pero no la que quería presumir a todo el pueblo, y sobretodo, con mi Juanito y su linda cara. Mi corona no fue brillante, ni de piedras preciosas, fue de frío canto. Ahora sé que nunca volveré a pasear por el polvoriento pueblo luciendo mis joyas y mis arreglos.
–¡¿Qué pasó, Naty?! –dijo el malilla que siempre andaba tras los soplones–. Ahora quieres ser un angelito de los cielos ¿eh?
–Nada de eso, mi “Sabueso” ¿cómo cree? –contesté de golpe, tratando de que no se me notara la sorpresa.
–¡Te chingaste, morra!, te vimos hablando con los amados. –escupió el otro malilla que acompañaba siempre al “Sabueso” en sus encargos.
–¡Ni madres, pinche morra pendeja, ya mamaste! –me dijo el “Sabueso” en tono burlón.
–Y a poco no nos podemos arreglar, mi “Sabueso”.
Bien dicen que el miedo no anda en burro y cuando uno empieza a ser como los zopilotes, siempre junto a la carroña para obtener alimento, pos uno no quiere la propia muerte y vuela con un pedazo antes que la sorprendan y la dejen para chapopote negro. Yo tenía que hacer mi luchita y jugármela por mi Juanito, sabía que el “Sabueso” me traía ganas desde hacía rato y me le lancé; no la pensé; ocurrencia vana.
–¡¿Eso quieres, putita?! –gritó el “Sabueso”– ¡pues eso tendrás!
Como iba yo saliendo del baño de la marisquería, me jaloneó pa’dentro y dijo al otro malandro que se pusiera buzo en la puerta. Ya era tarde. Me metió a un escusado, se me repegó por detrás, con una mano me pellizcaba la chichis y con la otra me alzó el vestido, la metió entre los calzones hasta encontrar mi huequito que ya estaba húmedo. La verdá sentí sabroso cuando empezó a meterme dedo y a notar la dureza de su cosa, entonces me acordé del papá de mi Juanito cuando por poco nos cachan en el corral de su casa, entonces él estaba igual de duro, desde lueguito que empezamos; tan lueguito como ese “Sabueso” empezó a hacérmelo apresurado, bruscamente y rápido terminó.
Creí que me había asegurado después de todo lo que pasó en el excusado, me la perdonaría, pero pronto comprobé que era cierto lo que había escuchado sobre la fidelidad de los malandros a la familia.
De ahí me sacaron a empujones. Nadie me defendió; con ellos nadie se metía. Me llevaron a la aduana abandonada del 28, a las afueras de la ciudad, ahí no sólo el “Sabueso” se metió conmigo, también el otro malandro y hasta un palo de escoba tuve que soportar, con ese mismo me golpearon hasta dejarme como pato en mole, sin conocimiento.
Pensaron que había colgado los tenis y se fueron, dejando señas de las muertitas de la cruz rosada, siempre que ejecutaban a una mujer del bisnes hacían lo mismo para evitar roces entre los altos mandos
Intenté levantarme, no podía quedarme ahí y fallarle a mi amá y a mi Juanito, pero
ni con todo el dinero del mundo volvería a ver su linda cara. Me resbalé con la sangre y me dí sendo guamazo que quedé más apendejada de lo que ya estaba. No sé cuanto permanecí así. No quiero reinar en el inframundo.
Ahora como que siento oír los mariachis tocando mi canción. ¿Cómo es que tiemblas Tierra? ¡Ya quiero levantarme! ¿Por qué siento que retumbas, como si fueras mi carne y tu polvo mi eco? ¡Si Dios sólo me diera otra oportunidad!
La calle lleva polvo, se cuela y se riega por todos los rincones de la casa. Mi amá retiró a Juanito de la puerta y cerró las ventanas, parece como si me hubiera dejado afuera, como cuando me portaba mal.