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La semilla de papa

In document Trabajo de campo (página 32-38)

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arlos Julio y Odilia viven del campo, trabajan un terreno que pertenece a alguien que vive en Bogotá y que tiene la plata para tener una inca de descanso. Esta pareja sigue sembrando y cuidando la tierra y manteniendo dos vacas así. Sin embargo, no llevan la cosecha a las plazas de mercado ni negocian con sus productos. Pero en otro tiempo ellos también trabajan la tierra junto con sus familiares. Viven aún en donde se criaron, en el territorio de Corralejas en el valle de Ubaté. En duras jornadas cultivaron y sacaron de la tierra lo que los iba a mantener. Pero no solo trabajaron para su tierra, Carlos Julio iba a Bogotá a la Plaza de los Mártires a tempranas horas de la madrugada esperando, entre el ruido y el movimiento de la ciudad, que llegara algún transporte que lo llevara hasta un vasto terreno sembrado cebada que tenía que ser cosechada. Esas tierras a las que iba a trabajar pertenecían a alguna familia adinerada que podía contratar mano de obra con experiencia en esta labor, para, con la eiciencia del que sabe, llevar prontamente el resultado de su trabajo a venderse a las empresas. Carlos Julio buscaba el sustento para su familia en estos campos que no pertenecían a él. Él tuvo que buscar esta forma de sustento pues ya había empezado a disminuir la capacidad productiva de su tierra.

Antes, cuando Carlos Julio y Odilia eran jóvenes, los terrenos eran fértiles y esto permitía que de la agricultura saliera el sustento de las familias que allí habitaban. Cultivaban la papa, el maíz o lo que habían aprendido a sembrar. Ayudados por los vecinos sobrellevaban los malos tiempos y se compartían los esfuerzos pero, al pasar de los años, los terrenos dejaron de ser productivos, se había erosionado y la gente se desplazó a las ciudades. Carlos Julio y Odilia tuvieron once hijos, y todos se fueron a Ubaté o a Bogotá a buscar mejores oportunidades de trabajo para ofrecerles a sus hijos un mejor futuro. Entre ellos estaba Carlos, que está casado con Carmen, quién también se crió en Corralejas. Ellos vivieron en Bogotá y trabajaron para el ingeniero Francisco Salazar, dueño de la inca que atienden Carlos Julio y Odilia. Carlos sufrió un accidente laboral que lo limitó físicamente y por esta razón tuvo que volver a Corralejas junto con sus padres.

Actualmente viven con sus dos hijos quienes van al colegio en Ubaté. Carlos y Carmen, igual que sus hermanos, se fueron a la ciudad porque ya no tenían interés en cuidar de la tierra, a buscar un empleo que les diera mayores oportunidades para progresar y ganar plata pues otra de las causas por las que el campo dejó de trabajarse eran económicas, ya que en esa vereda cultivar los productos eran más costosos para los campesinos que sólo tenían un pequeño terreno mientras que los dueños de grandes parcelas podían sacarle más ganancias a sus productos vendiéndolos a mejor precio. Estas causas hicieron que esa vereda disminuyera en población campesina y los terrenos fueran adquiridos por unas pocas familias con plata como incas de recreo no productivas.

Al igual que Carlos Julio y Odilia, los campesinos que siguen viviendo allí buscan las maneras de mantenerse y, por la cooperación entre ellos, han creado asociaciones ganaderas que los ayudan a conseguir mejores recursos para seguir trabajando la tierra y seguir aprovechándola. En Corralejas se puede ver fácilmente que la mayoría de los que viven allá son personas de la tercera edad. No es común encontrar gente joven que siga trabajando los campos o cuidando ganado. Sólo quedan algunos mayores de 50 años cuidando incas o unas cuantas vacas. Debido a la poca densidad de población joven, los colegios cerraron y esto también llevó a que muchas familias terminaran yéndose a los pueblos para encontrar la educación que necesitaban sus hijos. Pero, por otra parte, existen iniciativas de universidades y del Gobierno que promueven la educación enfocada a los campesinos y actualmente se han hecho esfuerzos para formar a los campesinos y en los colegios se les enseña nuevos métodos y maneras de aprovechamiento del campo. Estas iniciativas han hecho que los hijos de Carlos y Carmen tengan la oportunidad de mejorar los procesos agrícolas en el territorio de Corralejas.

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n la inca donde trabajan Carlos Julio y Odilia desde hace veinte años como encargados deben construir casas, sembrar árboles de pino, hacer reparaciones locativas, mantenimiento general y otros. Cuando conocí a Carlos Julio fui con mi madre a la inca y ellos me atendieron como si fueran empleados míos, pero con el tiempo, después de explicarles el propósito de mi visita y compartir unos ratos muy agradables, se empezó a entretejer una relación más cercana. Visitamos la mayor parte del territorio de Corralejas mientras ellos nos contaban anécdotas y nos mostraban todo el sector. Nos detuvimos en un potrero en donde estaba Elvira con su esposo ordeñando unas vacas. Alfonso y Elvira, amigos de Carlos Julio y Odilia, además de vivir de la leche, también hacen ruanas y venden algunos productos como cerveza. Ellos nos contaron muchos de los problemas por los que han pasado, como cuando un empresario vino por una vaca que habían acordado venderle pero por un precio muy bajo. El empresario se llevó la vaca que más leche les producía y cuando fueron a quejarse a Bogotá con otros campesinos los atacaron con gases lacrimógenos y ellos, que ya tienen bastante edad, tuvieron que retirarse porque no tenían ninguna otra opción de reclamar por la injusticia de la que habían sido víctimas.

Ellos, al igual que otras personas que conocí en ese sector, fueron increíblemente amables con mi madre y conmigo. Puede ser que esté acostumbrado a la ciudad en donde parece que todo el mundo estuviera bravo con los demás y no es fácil encontrar a alguien que sea tan amable sin esperar nada a cambio. Nos ofrecían un café con panela y luego de tomarlo nos daban jugo; nos regalaban plantas y materas, recibimos esos obsequios con mucha pena porque no teníamos nada que ofrecerles pero les prometí undibujo de una de sus vacas que ellos querían.

Carlos Julio y Odilia nos mostraron todas las herramientas que usaban para trabajar la tierra cuando era fértil. Eran unas herramientas en las que se notaban todo el trabajo y las experiencias por las que habían pasado. Se veía el desgaste del uso y el trabajo manual con las que habían sido hechas. Estos objetos me contextualizaban en las historias que me contaban acerca de sus experiencias en el campo y las diicultades que habían pasado. Me obsequiaron muchas porque estaban apiladas en desuso en la parte de atrás de la casa pero, antes de entregármelas, me explicaban con detalles cómo funcionaban y alguna historia que habían vivido con ellas.

La siguiente vez que fui a visitarlos tenía el irme propósito de devolverles los favores con los que me recibieron así que me ofrecí a ayudarles en los trabajos pendientes. Codensa había pasado en esos días y había hecho una revisión solicitando que instalaran bien un contador en un muro, pues este se había caído. Me puse en la tarea de ayudar, separando unos ladrillos, y a la media hora me estaban saliendo ampollas y ya me costaba levantar el brazo. Pero no podía desistir ni quejarme, así que reuní fuerzas para seguir. Aprendí a hacer la mezcla de cemento de la que no tenía idea y me pareció bastante fácil, aunque muy posiblemente cuando lo intente nuevamente me quede mal, pues la dirección de Carlos Julio fue fundamental. Ya con parte del muro armado se estaban acabando los ladrillos, entonces debía ir hasta el otro lado de la inca en donde el estaba construyendo otra casa a recoger más. Bajamos de la loma y pasamos un río y volvimos a subir bordeando un risco, bajamos nuevamente y subimos. Al llegar allá me faltaba el aire y estaba sudando. Me asombró encontrar una casa más grande que la de él.

“Las penas y las vaquitas, se van por la misma senda, las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas…”

esto canto con voz aborigen del argentino Atahualpa Yupanqui.

Iba a ser de dos pisos con columnas que él había montado y construido solo, a sus 54 años. Agarramos unas tulas y las llenamos de ladrillos, obviamente yo sólo pude cargar la mitad de ladrillos que él llevaba. Ya con las tulas al hombro nos dispusimos a volver al lugar donde estaba ubicado el muro. Durante el recorrido de vuelta, las rodillas ya me dolían del esfuerzo que tenían que aguantar por el terreno tan accidentado y el peso que llevaba, sin nombrar lo que pasaba con mis brazos que ya ni sentía. Cuando llegamos nos estaba esperando Odilia con una jarra de un delicioso jugo natural de mora. Terminamos el muro y llevamos los materiales sobrantes de regreso a la casa.

Luego fui a almorzar a donde Ana Rosa, otra amiga de la región, con mi madre. Devuelta acompañé a Odilia a ordeñar a las vacas. Aunque en otras ocasiones había ordeñado quedé humillado porque al intentarlo no logré sacar nada signiicativo de leche con relación a lo que ella podía obtener. Luego, gentil y pacientemente, me explicó cómo hacerlo. Cuando acabamos la ayude a llevar las cantinas a la casa, tomamos una agua panela y nos despedimos.

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os procesos económicos y sociales son entendibles desde una perspectiva exterior pero al ijarse especíicamente en cómo afectan a personas concretas y al hablar y convivir con ellas, uno se da cuenta de que estos cambios no afectan sólo estadísticas sino que también sensibilidades y vidas completas. Me reiero a que los habitantes de Corralejas ahora tienen que ver a sus hijos migrar hacia las ciudades separándose de las costumbres con las que fueron criados, aunque con las mejores intenciones. Aunque la población en el campo ha disminuido por cambios en dinámicas sociales, aún hay evidencias con las que uno puede dar cuenta del pasado que tuvo este territorio y no sólo están en las casas abandonadas o los objetos en desuso, sino también en las anécdotas, en las historias y en los callos de los viejos que siguen viviendo allá, apegados a su terreno, aquellos que saben que la vida que les queda está y estuvo ahí. Y es incluso la apariencia de estas personas la que muestra la experiencia del fuerte trabajo que tienen y que han realizado. Sus arrugas en la piel curtida por el sol; las manos anchas y callosas, gastadas pero robustas por el trabajo; en sus caras uno puede notar los difíciles tiempos pasados con un orgullo inmenso y con felicidad. Se nota el esfuerzo de una vida humilde. El tiempo a todos nos desgasta y la edad hace que hasta los cuerpos y mentes más duros sufran. Pero, ¿qué pasa con aquellos que se quedan en el campo? ¿Qué pasa cuando alguien se queda en el campo y le cuesta cosechar los frutos de la tierra y, además de todo, sus hijos viven lejos de allí?

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