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Las tradiciones

FACTORES LEJANOS DE LAS CREENCIAS Y OPINIONES DE LAS MASAS

2. Las tradiciones

Las tradiciones representan las ideas, necesidades y sentimientos del pasado. Son la síntesis de la raza y gravitan, con todo su peso, sobre nosotros.

Las ciencias biológicas han sido transformadas desde que la embriología ha mostrado la inmensa influencia del pasado en la evolución de los seres; y las ciencias históricas lo serán también, paralelamente, cuando esta noción se difunda con más amplitud. Ahora aún no lo está bastante, y muchos hombres de Estado han permanecido fieles a las ideas de los teóricos del pasado siglo, imaginando que una sociedad puede romper con su pasado y ser reconstruida de arriba a abajo adoptando como guías las luces de la razón.

Un pueblo es un organismo creado por el pasado. Al igual que todo organismo, no puede modificarse sino mediante lentas acumulaciones hereditarias.

Los auténticos conductores de los pueblos son sus tradiciones y, como he repetido en numerosas ocasiones, no cambian fácilmente sino las formas externas. Sin tradiciones, es decir, sin alma nacional, no es posible civilización alguna.

Las dos grandes ocupaciones del hombre, desde que existe, han sido las de crearse una red de tradiciones y destruirla luego cuando están ya exhaustos sus efectos bienhechores. Sin tradiciones estables no hay civilización; sin la lenta eliminación de dichas tradiciones no hay progreso. La dificultad consiste en hallar un equilibrio justo entre la estabilidad y la variabilidad. Tal dificultad es inmensa. Cuando un pueblo deja que sus costumbres se fijen demasiado sólidamente durante numerosas generaciones, no puede ya evolucionar y se convierte, como China, en incapaz de perfeccionamientos. Incluso las revoluciones violentas resultan impotentes, ya que sucede entonces que se sueldan de nuevo los rotos

      

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Al ser aún muy nueva esta propuesta, sin la cual permanece ininteligible la historia, he dedicado varios capítulos de mi obra (Les lois psychologiques de l'évolution des peuples) a su demostración. El lector podrá ver en dicho libro que, pese a engañosas apariencias, ni la lengua, ni la religión. ni las artes, ni, en una palabra, ningún elemento de civilización, pueden pasar intactos de un pueblo a otro.

eslabones de la cadena y el pasado vuelve a imperar sin cambios, o bien los fragmentos dispersos engendran la anarquía y una rápida decadencia.

Así, la tarea fundamental de un pueblo debe consistir en guardar las instituciones del pasado e irlas modificando poco a poco. Difícil tarea. Los romanos en los tiempos antiguos y los ingleses en los modernos son casi los únicos que lo han conseguido.

Son precisamente las masas las que más tenazmente conservan las ideas tradicionales y las que con mayor obstinación se oponen a su cambio y, sobre todo, las categorías de masas que constituyen las castas. Ya he insistido sobre este espíritu conservador mostrando que muchas de las rebeliones no desembocan sino en cambios de denominaciones, de palabras. A finales del pasado siglo, ante las iglesias destruidas, los sacerdotes expulsados o

guillotinados, la universal persecución del culto católico, se podía creer que las viejas ideas religiosas habían perdido todo poder; y, sin embargo, unos años más tarde, las

reclamaciones universales dieron lugar al restablecimiento del culto abolido9. Ningún ejemplo muestra mejor el poder de las tradiciones sobre el alma de las masas. No son los templos los que albergan a los ídolos más temibles, ni los palacios a los tiranos más

despóticos. Se les destruye fácilmente. Los amos invisibles que reinan sobre nuestras almas escapan a todo esfuerzo y no ceden sino a la lenta usura de los siglos.

3. El tiempo

Tanto en los problemas sociales como en los biológicos, uno de los más enérgicos factores es el tiempo. Representa el auténtico creador y el gran destructor. Es él quien ha edificado las montañas con granos de arena y el que ha elevado hasta la dignidad humana a la oscura célula de las épocas geológicas. Para transformar un fenómeno cualquiera basta con hacer intervenir a los siglos. Se ha afirmado, con razón, que una hormiga que pudiese contar con el tiempo necesario para ello, lograría nivelar el Mont Blanc. Un ser que poseyese el poder mágico de variar el tiempo a su placer tendría la potencia que los creyentes atribuyen a sus dioses.

Pero no vamos a ocuparnos aquí más que de la influencia que ejerce el tiempo sobre la génesis de las opiniones de las masas. Desde este punto de vista, su acción es aún inmensa. Mantiene bajo su dependencia a las grandes fuerzas, tales como la raza, que no pueden

      

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El informe del antiguo miembro de la Convención, Fourcroy, citado por Taine es muy ilustrativo en este sentido:

Lo que se ve en todas partes sobre la celebración del domingo y la visita a los templos demuestra que la mayoría de los franceses desea retornar a los antiguos usos y que no hay ya por qué resistirse a esta tendencia nacional (...).

La gran masa de los hombres tiene necesidad de religión, de culto y de sacerdotes. Un error de algunos filósofos modernos, en el cual he incurrido yo mismo, es creer en la posibilidad de una instrucción lo suficientemente extendida como para destruir los prejuicios religiosos: para la mayoría de los desgraciados son una fuente de consuelo (...)

formarse sin él. Hace evolucionar y morir a todas las creencias. Gracias a él adquieren su poderío y también gracias a él lo pierden.

El tiempo prepara las opiniones y las creencias de las masas, es decir: el terreno en el que germinarán. De ello se deduce que ciertas ideas, que son realizables en una época, no lo son en otra. El tiempo acumula el inmenso residuo de creencias y pensamientos sobre el que nacen las ideas de una época. No germinan al azar y a la aventura. Sus raíces se hunden en un largo pasado. Cuando florecen, el tiempo había preparado su eclosión y siempre hay que remontarse hacia el pasado para concebir su génesis. Son hijas del pasado y madres del porvenir, esclavas, siempre, del tiempo.

Este último es, pues, nuestro auténtico dueño, y basta con dejarle actuar para ver cómo se van transformando todas las cosas. Hoy día nos inquietan mucho las amenazadoras

aspiraciones de las masas, las destrucciones y convulsiones que presagian. El tiempo, por sí solo, se encargará de restablecer el equilibrio. Ningún régimen -escribe muy

justificadamente Lavisse- se fundó en un día. Las organizaciones políticas y sociales son obras que requieren siglos; el feudalismo existió informe y caótico durante siglos antes de encontrar sus reglas; la monarquía absoluta, antes de hallar medios regulares de gobierno, vivió también durante siglos, y durante dichos períodos de espera hubo grandes

alteraciones.