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EL VALOR DE REFERENCIA PARA LA FELICIDAD

In document La Ciencia de La Felicidad (página 30-36)

¿Qué determina la felicidad?

EL VALOR DE REFERENCIA PARA LA FELICIDAD

Espero que a estas alturas hayas aceptado que los detalles concretos de las circunstancias de tu vida (a menos que realmente sean espantosos) en realidad no son la esencia de tu infelicidad. Si no estás conforme con tu trabajo, tus amigos, tu matrimonio, tu sueldo o tu aspecto, lo primero que tienes que hacer para conseguir una felicidad más duradera es hacer a un lado todas estas cosas en tu cabeza por el momento. Aunque parezca difícil, trata de no pensar en ellas. Insiste en recordarte que en realidad ninguna de ellas te impide ser más feliz. Esto requiere bastante disciplina y autocontrol, puede que decaigas, pero es importante desaprender esta creencia tan común pero falsa.

Uno de los pasatiempos de los que me avergüenzo consiste en leer los consultorios. Hace unos meses, una mujer escribió al periódico de mi localidad quejándose de todos los trabajos que había tenido. En su primer empleo, la asediaban sus compañeros, que eran malos y chafarderos; en segundo, tenía un jefe dominante; el tercero era pura monotonía, y así sucesivamente. Pedía ayuda para encontrar un trabajo que le gustara.. prudente consejero daba a su carta una respuesta categórica: «No se trata de los compañeros, ni del jefe, ni del tipo de trabajo, ¡sino de lo que tú haces!»

Si la causa de tu infelicidad no son realmente tus circunstancias, entonces sin duda tiene que ser que has nacido así. Ésta es otra falacia, el mito de que «la tienes o no la tienes». Poner en duda la veracidad de esta creencia es más difícil, porque es cierta en parte. Como ilustra el gráfico, a tu predisposición genética a la felicidad o la infelicidad corresponde el 50 por ciento de las diferencias entre tú y los demás. Además, se ha comprobado que la

predisposición a la depresión clínica también tiene en parte su origen en nuestra composición genética. Sin embargo, antes de que nos deprimamos por haber nacido deprimidos, quisiera destacar una repercusión vital de estos descubrimientos: que aquellos de nosotros que pensamos que ojalá fuésemos mucho más felices deberíamos ser un poco

menos duros con nosotros mismos. Después de todo, la baraja está amañada, en cierto

modo. Por consiguiente, otro paso decisivo para despejar el camino del compromiso para ser más felices consiste en apreciar el hecho de que el 50 por ciento está muy lejos del 100 por ciento y que caben muchas posibilidades de mejorar. ¿Cómo sabemos que el valor de

31 Helen y Audrey

La prueba más convincente del valor de referencia procede de una serie de estudios fascinantes realizados con gemelos univitelinos (o idénticos) y bivitelinos (o fraternos). El estudio de los gemelos resulta tan revelador de la genética de la felicidad, porque comparten partes conocidas y concretas de su material genérico: los gemelos univitelinos comparten el lOO por ciento y los bivitelinos (como cualquier hermano) el 50 por ciento. Por consiguiente, calculando hasta qué punto los gemelos son similares en su nivel de felicidad, podemos deducir hasta qué punto es probable que su felicidad esté arraigada en sus genes.

Uno de los estudios de gemelos más famosos, el estudio sobre la felicidad de los gemelos, fue llevado a cabo por los genetistas de la conducta David Lykken, Auke Tellegen y sus colegas de la Universidad de Minnesota. Partiendo de la información del Registro de Gemelos de Minnesota, han seguido a gran cantidad de gemelos, en su mayoría caucásicos, nacidos en Minnesota. Vamos a hablar de dos participantes en su estudio, Helen y Audrey, que tienen 30 años y son gemelas idénticas, nacidas en Saint Pau1. Supongamos que nuestra misión consiste en averiguar lo feliz que es Audrey, y nos dan la siguiente información sobre

su vida durante los 10 últimos años. Han ocurrido muchas cosas: se licenció en el Carleton

College de Northfield, en Minnesota, y comenzó su carrera en el diseño gráfico, tuvo una relación larga que no prosperó, y después comenzó otra con quien hoy es su marido, desde hace dos años. La pareja se ha trasladado recientemente a Chicago y viven juntos en un apartamento de dos dormitorios. Ella no es religiosa, pero se considera una persona espiritual. Si quisiéramos calcular (o «predecir», como dirían los psicólogos) lo feliz que es Audrey a partir de un análisis de su vida durante los 10 últimos años, no nos iría demasiado bien. La correlación entre felicidad e ingresos (u ocupación o religiosidad o estado civil) es muy reducida. Por ejemplo, en el estudio sobre la felicidad de los gemelos, menos del 2 por ciento de la discrepancia en el bienestar corresponde a los ingresos, y al estado civil corresponde menos del 1 por ciento. En cambio, si tratáramos de inferir lo feliz que es Audrey analizando el nivel de felicidad de su hermana gemela, Helen, que sigue viviendo en Saint Paul, seríamos mucho más precisos. De hecho, si consideráramos el nivel de felicidad de Helen hace 10 años (¡cuando tenía 20 años!), ese nivel estaría muy cerca de la felicidad actual de Audrey.

En otras palabras, la felicidad media de tu gemelo idéntico (aunque se hubiese evaluado 10 años antes) es una clave mucho más poderosa de tu felicidad actual que todos los hechos y acontecimientos de tu vida.

No obstante, para estar totalmente seguros de sus sorprendentes descubrimientos sobre los niveles comparables de felicidad en gemelos univitelinos (idénticos), los investigadores tuvieron que comparar también la felicidad de los gemelos bivitelinos (fraternos). Recuerda que éstos son la mitad de iguales genéticamente entre sí que los univitelinos. Curiosamente, los investigadores descubrieron que, si Helen y Audrey hubiesen sido gemelas bivitelinas y, por consiguiente como dos hermanas cualesquiera, uno no podría adivinar la felicidad de Audrey sabiendo la de Helen. Que tu hermano gemelo bivitelino (o cualquier otro hermano) sea feliz o infeliz no implica nada con respecto a lo feliz o infeliz que seas tú. Este hecho (que los gemelos idénticos, no así los fraternos, comparten niveles similares) sugiere que la felicidad está determinada en gran medida genéticamente. De hecho, el consenso actual entre los investigadores, a partir de la base de una cantidad cada vez mayor de estudios de gemelos, es que la posibilidad de que la felicidad se deba a factores hereditarios es de alrededor del 50 por ciento, y de allí sale la porción del 50 por ciento de mi gráfico.

32 Separados al nacer

Sin embargo, estos estudios de gemelos presentan un problema significativo. Para extraer conclusiones de ellos, los investigadores tienen que suponer que los dos tipos de gemelos (los univitelinos y los bivitelinos) experimentan un entorno familiar similar. Pero ¿es esto cierto de verdad? A diferencia de los gemelos univitelinos, los bivitelinos del mismo sexo a menudo tienen un aspecto y un comportamiento bastante diferente. Por consiguiente, es probable que sus padres, profesores y amigos los traten de forma diferente, y es probable que los propios gemelos hagan hincapié en su singularidad, de modo que los gemelos bivitelinos en realidad no comparten tanto el ambiente ni la educación como los univitelinos.

Por suerte, este problema se puede encarar mediante un tipo de estudio totalmente diferente. Los investigadores pueden comparar gemelos que se criaron juntos con gemelos que fueron separados en la infancia y que se criaron por separado. Ésta es una muestra dificil de encontrar, pero un investigador logró reunir una serie de gemelos así, que ya habían alcanzado la madurez, y les pidió que completaran las medidas de su bienestar." Sus descubrimientos se han considerado un clásico en psicología. Los gemelos idénticos se parecían muchísimo entre sí en su puntuación de felicidad y, sorprendentemente, ¡la similitud no se reducía aunque los gemelos se hubiesen criado por separado! Por consiguiente, cuanto más feliz fuese un gemelo idéntico, más feliz era el otro, tanto si habían crecido bajo el mismo techo como en lugares diferentes. Curiosamente, sin embargo, con independencia de que se hubiesen criado juntos o separados, los niveles de felicidad de los gemelos bivitelinos no guardaban ninguna correlación entre sí. Por consiguiente, como los demás hermanos, los gemelos bivitelinos no se parecen entre sí en su nivel medio de felicidad. Insisto en que estos descubrimientos son fascinantes y subrayan la conclusión de que la felicidad, en gran medida, está influida por factores genéticos y que cada uno de nosotros hereda un valor de referencia preprogramado. Sin embargo, la investigación también demuestra, sin duda, que mientras que el 50 por ciento de las diferencias entre nuestros niveles de felicidad está determinado por un valor de referencia (y el l0 por ciento, no lo olvidemos, por las circunstancias), todavía nos queda todo un 40 por ciento que podemos modelar.

Calculo que habré leído los datos sobre los gemelos una docena de veces, a pesar de lo cual me siguen sorprendiendo cada vez que los veo. Me imagino a dos bebés, gemelos idénticos, que han sido separados al nacer y han crecido hasta convertirse en adolescentes y después en hombres, con padres y hermanos diferentes, en casas, escuelas y ciudades distintas. Me imagino que se encuentran por primera vez cuando tienen 30 o 40 años, y se quedan helados al ver lo parecidos que son. En el Registro de Gemelos de Minnesota están documentados muchos encuentros de este tipo, y es probable que las historias sean conocidas porque han entrado en la conciencia nacional. El caso más famoso es el de dos varones (los dos llamados James) que se encontraron por primera vez cuando tenían 39 años. El día que se vieron, los dos medían 1,80metros y pesaban exactamente 82 kilos. Los dos fumaban Salem, bebían cerveza Miller Lite, y por lo general se mordían las uñas. Al hablar de sus historias personales, surgieron algunas coincidencias increíbles. Los dos se habían casado con mujeres llamadas Linda, se habían divorciado y se habían vuelto a casar con mujeres llamadas Betty. A los dos James les gustaba dejar notas románticas a su esposa en distintos lugares de la casa (aunque es probable que las dos Lindas no lo apreciaran demasiado). Sus primeros hijos varones también se llamaban James (uno James Alan y el otro James Allen), y ambos tenían un perro llamado Toy. Los dos James habían tenido un Chevrolet azul claro y habían ido en él hasta la misma playa de Florida (Pas Grille Beach) para pasar las vacaciones con la familia. Apostaría lo que fuera a que los dos eran igual de felices (o de infelices).

33 ¿Nos predestinan los genes a ser felices o infelices?

Miremos por donde miremos, los datos empíricos derivados del estudio sobre la felicidad de los gemelos han llevado a la conclusión de que la felicidad tiene una base genética fuerte o, mejor dicho, muy fuerte. Parece que cada uno de nosotros nace con un valor de referencia para la felicidad, un potencial típico de felicidad para toda nuestra vida. La magnitud de tal valor de referencia puede surgir de la risueña rama materna de nuestra familia o de nuestra rama paterna depresiva, o más o menos por igual de las dos; nunca lo sabremos. Lo esencial es que, aunque los grandes cambios en nuestra vida (como una relación nueva o un accidente automovilístico) pueden aumentar o disminuir nuestro nivel de felicidad, tendemos a volver a este valor de referencia determinado genéticamente. La evidencia de este fenómeno procede de estudios que siguen a las personas a lo largo del tiempo, a medida que reaccionan ante lo bueno y lo malo que les ocurre en la vida. Por ejemplo, un estudio siguió la pista de ciudadanos australianos cada dos años, entre 1981 y 1987, y comprobó que los acontecimientos positivos y negativos de su vida (tales como «hice un montón de amigos», «me casé», «tuve problemas graves con mis hijos» o «me quedé sin trabajo») influían en su sensación de felicidad y satisfacción, como cabía esperar, pero que, una vez que pasaban, la sensación volvía al nivel de referencia inicial. Otro estudio que se llevó a cabo en Estados Unidos con estudiantes universitarios demostraba esencialmente lo mismo: que los acontecimientos grandes y pequeños que experimentaban aquellos estudiantes aumentaban o disminuían su bienestar, pero sólo por un período de alrededor de tres meses. Por consiguiente, aunque lo que pasa te puede hacer sentir en éxtasis o fatal durante un tiempo, parece que es inevitable que con el tiempo regreses a tu valor de referencia y, por lo que se sabe, ese valor de referencia no se puede cambiar: es fijo e inmune a cualquier influencia o control.

Sin embargo, sólo porque tu valor de referencia para la felicidad no se pueda cambiar, eso no significa que no se pueda cambiar tu nivel de felicidad.

En La reina de África, Katharine Hepburn declara ante Humphrey Bogart: «Señor Allnutt, ¡precisamente estamos en este mundo para superar a la naturaleza!» Podemos superar nuestro valor de referencia para la felicidad, del mismo modo que podemos superar nuestro valor de referencia para el peso o el colesterol. Aunque aparentemente los datos del valor de referencia sugieran que todos estamos sujetos a nuestra programación genética (que todos estamos destinados a ser sólo tan felices como nuestra «programación» nos permita), en realidad no es así. Nuestros genes no determinan nuestra experiencia vital ni nuestra conducta. En realidad, nuestro «cableado» mental se puede ver muy influido por nuestra experiencia y nuestro comportamiento, como demuestra -ya lo describiré más adelante en detalle- el concepto de que tenemos muchas posibilidades de mejorar nuestra felicidad a través de las cosas que hacemos, de nuestras actividades deliberadas. Hasta los rasgos más heredables, como la altura (con un nivel de heredabilidad de 0,90, que supone alrededor de 0,50 para la felicidad), se pueden ver modificados radicalmente mediante cambios medioambientales y conductuales. Por ejemplo, desde la década de 1950, la altura media de los europeos ha ido creciendo a un ritmo de 2 centímetros por decenio, debido en parte a una mejor nutrición en general.

O tomemos como ejemplo una enfermedad rara conocida como fenilcetonuria, que se produce como consecuencia de la mutación de un solo gen del cromosoma 12 y que, si no se trata, provoca daños en el cerebro que traen como consecuencia retraso mental y la muerte prematura. Se dice que la fenilcetonuria tiene un factor de herencia de 1, porque está totalmente determinada por la genética, aunque esto no significa que un bebé que nazca con

34 el gen que la provoca esté condenado a sus efectos letales. Si los padres consiguen que la alimentación del bebé no contenga el aminoácido llamado fenilalanina, que se encuentra en alimentos tan corrientes como los huevos, la leche, los plátanos y el aspartamo (o Nutrasweet), se puede evitar por completo el daño cerebral. Es importante observar que los atributos genéticos del bebé no cambian -siempre llevará el gen mutante-, pero la manifestación de su herencia genética puede cambiar.

Lo mismo ocurre con la felicidad. Si naces con un valor de referencia bajo para la felicidad, los genes que codifican ese valor de referencia siempre serán parte de ti; no obstante, para que esos genes se expresen plenamente, deben encontrar el medio ambiente adecuado, del mismo modo que una semilla necesita un suelo determinado para crecer. En realidad, hay un estudio convincente que demuestra las consecuencias espectaculares que puede tener un factor ambiental concreto para determinar si las personas que tienen un «gen de la depresión» realmente van a sucumbir a ésta. Ese factor ambiental es el estrés grave.

El caso del «gen de la depresión»

Cuando estudiaba en la universidad; fui ayudante de investigación de un profesor de psicología llamado Paul Andreassen. Paul era muy amigo de otro profesor, Avshalom Caspi, que pasaba a menudo por nuestro laboratorio. En aquella época, yo sentía un respeto reverencial por la investigación, los profesores y, en realidad, por todo lo que tuviese que ver con Harvard, y recuerdo a Avsha!om como una figura oscura y llamativa, con su cabello largo y su acento israelí. No tenía ni idea de que, años después y en otro continente, junto con su futura esposa y colaboradora, Terri Moffitt, llevaría a cabo un estudio realmente innovador. Caspi, Moffitt y sus colegas del King's College de Londres estaban interesados en la relación entre estrés y depresión. ¿Por qué las experiencias vitales estresantes, como un desalojamiento o un aborto por causas naturales, desencadenan una depresión en algunas personas y en otras no?

Resulta que la depresión está relacionada con un gen determinado, llamado 5-HTTLPR, que se presenta en dos formas: una larga y otra corta. No conviene tener el alelo corto, porque suprime del cerebro una sustancia necesaria para eludir los síntomas depresivos. En consecuencia, Caspi rastreó la presencia de este llamado gen «malo» en una muestra de 847 jóvenes nacidos en Nueva Zelanda, cuyo historial había comenzado desde su nacimiento, y vio que más de la mitad de ellos lo tenía. En el momento del estudio, los jóvenes tenían alrededor de 26 años, de modo que los investigadores pudieron identificar la cantidad de acontecimientos vitales estresantes o negativos que los participantes habían experimentado durante los cinco años anteriores (desde los 21 años), así como también los indicios de depresión durante el año anterior (a los 26 años). Una cuarta parte (el 26 por ciento) contó que había experimentado tres o más acontecimientos adversos en su vida, y el 17 por ciento había sufrido una depresión importante.

Como es lógico, en general, cuanto más estrés y traumas hubiesen experimentado los neozelandeses en los cinco años anteriores, más probabilidades tenían de deprimirse. Lo decisivo, sin embargo, fue que la experiencia estresante sólo provocó depresión en aquellos participantes que eran portadores del alelo corto o «malo» del gen 5-HTTLPR. Curiosamente, se encontró el mismo resultado para el estrés padecido en la infancia. Aquellos participantes que habían sufrido malos tratos entre los 3 y los 11 años tenían más probabilidades de deprimirse a los 26 años, pero, una vez más, sólo si eran portadores del fatídico alelo corto. De modo que nuestros genes desempeñan un papel importante en la depresión (como así también en la felicidad), pero se tienen que «manifestar»: o encender o apagar. Los hallazgos del estudio de Nueva Zelanda, que el comité de redacción de la revista Science votó como el

35 segundo hallazgo más importante de aquel año (el primero trataba de los orígenes de la vida), sugieren que la variante del alelo corto del gen 5-HTTLPR es activada por un desencadenante medioambiental: el estrés. Asimismo, parece que el alelo largo «bueno» nos protege de reaccionar ante una experiencia estresante sintiéndonos deprimidos, es decir, que nos hace fuertes. Por consiguiente, el hecho de que muchos de nosotros portemos los genes para una vulnerabilidad en particular (ya sea la fenilcetonuria, la enfermedad cardiovascular, la depresión o la felicidad) no significa que vayamos a expresar tal vulnerabilidad en nuestra vida. Si los neozelandeses que tenían el alelo corto «malo» del gen 5-HTTLPR eran capaces de evitar situaciones muy estresantes o de buscar un psicoterapeuta o un confidente que los apoyara cuando preveían el estrés, es posible que su propensión genética a la depresión no se desencadenase nunca. Asimismo, nuevas investigaciones han demostrado que los individuos que tienen la desgracia de tener el gen «malo», pero que tienen la suerte de tener un ambiente familiar que los apoya o varias experiencias vitales positivas en su vida presente, no se deprimen. Por consiguiente, para expresarse o no, los genes necesitan un ambiente determinado (por ejemplo, un matrimonio feliz o un despido laboral) o un comportamiento determinado (por ejemplo, la búsqueda de apoyo social). Esto significa que,

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